10 Días para K

By anssert

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Lena Luthor, hija de un magnate bostoniano de la construcción, decide viajar a Nueva York justo diez días ant... More

Día 1, miércoles
Día 2, jueves
Dia 3, Viernes
Día 4, sábado
Día 5, domingo
Día 6, lunes
Día 7, martes
Día 8, miércoles
Día 9, jueves

Día 10, viernes

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By anssert

Kara Zor- El se despertó esa mañana en una cama desconocida, en medio de una habitación igual de irreconocible.
Sentía pesadala cabeza y un sabor amargo en la lengua y la garganta, tan desagradable como para confirmarsus sospechas de haber vomitado en algún momento de la noche mientras caminaba por la calle encompañía de alguien a quien, ahora, tampoco recordaba.

Se frotó la cara y, al tratar de incorporarse, echó en falta sus zapatos y los pantalones, escrupulosamente doblados y colocados sobre una silla al lado de la entrada del cuarto.

Empezó a preguntarse cómo había llegado hasta allí cuando, al volver de nuevo lamirada hacia la puerta, encontró de improviso el rostro de una extraña.

— ¿Quién eres?

—Tu ángel de la guarda —contestó—. Me merezco el título después de lo de anoche.

Kara apretó los párpados tratando con todas sus fuerzas de reorganizar su memoria.

—Esa zorra intentó emborracharme. —recordó vacilante.

—No lo intentó; lo hizo.
Tuve que pelearme con ella para evitar que te secuestrara.

Aunque, al final, te las arreglaste muy bien sola. Tiene sus ventajas eso del full contact.

Kara arrugó el entrecejo.
—¿Cómo sabes que practico full contact?

La desconocida se acercó para entregarle los pantalones.

—Me llamo Sam —se presentó—, Sam Luthor. Soy la prima de Lena y esa, debajo de ti, es su cama de Nueva York.

Kara resopló nuevamente atrapada por mi inevitable presencia.

Se hubiese marchado de aquel piso de inmediato, pero su dueña, previsora, quiso negociar una conversación entre las dos antes de devolverle la cartera y las llaves que, previamente, le había sustraído de la chaqueta.

Kara se negó en redondo y entonces Sam, insistente, volvió a la carga.

— ¿Qué puedes perder?

La propuesta le recordó una de nuestras primeras conversaciones, aquella por la que terminó cruzando el país junto a una desconocida.

—Está bien —consintió—. Oiré lo que tengas que decir, pero, después, me devolverás lo que me has quitado sin condiciones. No voy a hablar de mi vida privada contigo.

Sam se tragó el orgullo y respiró profundamente comprendiendo la paciencia que las circunstancias exigían.

—Deberías saber que, gracias a mí, llegaste a conocer a tu querida Lena.

—No es mi querida Lena.

—Por favor, ni intentes convencerme de que no sientes nada por ella —insistió Sam—.

Desde que se marchó no vas a trabajar, ni al gimnasio; ni siquiera abres la puerta de tu casa y anoche te encontré en uno de los tugurios más peligrosos de todo Manhattan.

— ¿Cómo sabes todo eso de mí? —se enfadó Kara—. ¿Me has estado siguiendo?

—Sí, te he seguido —admitió Sam—, pero ya te conocía de antes.

Yo iba al Gymset cada día; sobre todo para verte.

Se entendieron a la perfección sin decir nada más; quizás tampoco resultaba necesario entre dos mujeres que conocían bien el significado de los silencios prolongados, la tensión que suponía no acabar de decirlo todo, como una cuestión abierta e interminable sostenida en el aire.

Kara se dio la vuelta dispuesta a escuchar y, con aquel magnetismo que aún seguía impresionando a Sam, pareció rendir honores a los sueños imposibles dejándose caer en una de las sillas de la habitación, donde el sol pegaba de lleno.

Consciente de su debilidad, mi prima no se acercó,defendiéndose a la sombra ante la biblioteca, el mueble más robusto de la casa.

—Len tenía que conocerte primero para poder presentarnos —prosiguió—, pero todo salió al revés.

— ¿La enviaste tú?

—La primera vez, sí —confesó—.

Luego, supongo que fue ella quien asumió los riesgos.
Cuando empezó a mentir.

Observó cómo los ojos de Kara se apartaban de los suyos, recelosos de mostrar el dolor que aún sentían.

¿Sabes? Es fácil creer que tener miedo y ser cobarde son la misma cosa, pero no es cierto —empezó Sam acercándose a la mesa—.

Y tú no conoces la vida de mi prima, la chica callada y sumisa que nunca desobedeció una norma, la que siempre ha caminado por la vida de la mano de unos padres que han examinado y controlado cada una de sus decisiones para corregirlas mucho antes de que llegase a equivocarse.

Tenía aspecto de asustadiza y, sin embargo, a pesar de la presión, Lena siempre fue capaz de trazar un camino propio, como cuando se empeñó en estudiar arte en vez de administración de empresas, o cuando prefirió un curso de fotografía al master de gerencia en el extranjero.

Hay algo en ella, un impulso, una especie de aguijón que la estimula y la mueve hacía donde realmente desea estar, hacia las personas que quiere.

Por eso viene a verme cada año en contra de los deseos de su madre, y por eso se ha enamorado de ti, porque no ha querido evitarlo.

Kara se colocó nerviosamente el flequillo antes de responder.

—Eso no justifica las mentiras —declaró—.
Mirar a los ojos de alguien y no decirle lo que piensas, ni cómo te sientes en realidad. No se puede estar al lado de alguien en quien no puedes confiar.

Había hablado con tanta tristeza que Sam vislumbró en ella, por primera vez, un punto vulnerable.

—Es como cuando dejas de moverte para no espantar una mariposa—trató de responder—.

¿Cuántas veces has querido que las cosas fuesen distintas y, para lograrlo, sólo has tenido que fingir que lo eran?
A veces, mentir es sólo una forma de imaginar, una manera de poder realizar nuestros sueños, tan lejanos y diferentes a nosotros mismos que parecen inalcanzables, a menos que vivamos esa mentira.
No se trata de engañar, ni tampoco de dañar a nadie; se trata de intentar vivir. Lena tan sólo intentaba vivir.

Sam entonces se detuvo. Una profunda inquietud había atacado con tanta fuerza sus reservas que huyó repentinamente hacia el ventanal buscando luz.

—Estos días he descubierto algo sobre mí que no sabía — confesó—. Mi falta de valor siempre me había pasado inadvertida. La cobarde que llevo dentro ha tenido la culpa de los peores momentos de mi vida, pero, sobre todo, he entendido que los cobardes siempre perdemos lo que más nos importa. Hace años
perdí a Lena y, esta vez, de alguna forma, te he perdido a ti.
Quizás el destino ha querido demostrarme que no puedo seguir escondiéndome. Quizás ustedes son la prueba de que, sin coraje, no se puede amar la verdad.

Se giró como si regresase a la conversación desde algún lugar muy lejano.

—No defiendo el comportamiento de mi prima—prosiguió—. No debió mentirte.
Pero ella no estaba preparada para encontrarte.

Esta es la primera relación fuera de su noviazgo y, además, con una mujer. Ha sido demasiado
inesperado y también demasiado intenso, como querer controlar un coche sin frenos. Y cuando los sentimientos llegan a estar por encima de la razón, no puedes pensar con lógica.
Simplemente, no puedes hacerlo.

Kara sonrió levemente; otra vez el miedo en forma de vehículo incontrolable le había recordado a mí. Repasó fugazmente nuestra historia común y luego musitó un intento de diálogo, casi un apunte fugado del pensamiento.

—Hoy es el día de la boda.

De espaldas a ella, Sam suspiró. Había estado esperando el momento preciso y ahora llegaba la oportunidad, casi tan perfecta como la satisfacción de poder mostrar, al fin, su triunfo: un movil desconectado que depositó sobre la mesa.

—Ayer por la tarde lo apagué después de recibir varias llamadas incalificables de los invitados a cierta recepción en casa de mis tíos.

Parece que Lena se levantó, en medio de la fiesta, para decirles a todos que no habría boda.

¿Te imaginas la escena? James está convencido de que tenemos una relación incestuosa y los demás suponen que, de todas formas, al ser lesbiana debo de tener cierto grado de culpa en esto.

Kara abrió los ojos hasta llenarse de ellos.

— ¿Lena ha suspendido la boda?
—interrogó incapaz de seguir el resto del discurso.

Sam asintió sonriente.
—Pensabas que no llegaría tan lejos, ¿verdad?
Pensabas que volvería a su casa y seguiría con su vida de antes, pero Lena nunca tuvo problemas de valor, muy al contrario.
Es una gran y estúpida loca porque sólo a una loca se le ocurre hacer algo semejante en público, exponerse a los comentarios, al rechazo de su familia, a perder todo y a todos los que la rodean por una persona a la que ya no parece importarle lo que le pase.

Quiso seguir hablando, pero Kara parecía ausente, como si aquella noticia hubiese desencajado de repente todos sus esquemas.

— ¿Cómo está? —preguntó casi con avidez.

—No responde al teléfono, pero sé que está mal. Y está sola.

Entonces Kara se levantó y se dirigió también hacia la ventana, apoyando la frente sobre el cristal con la mirada perdida en la lejanía.

—El primer día me pareció tan diferente a la gente normal —recordó en un tono melancólico—
Luego me atrajo esa forma suya de lanzarse al vacío, como una catapulta; era extrañamente libre y, al mismo tiempo, capaz de quemarse en cada paso que dábamos.

Me gustaba tenerla cerca, siempre mirándome,con el eterno aliciente de una recompensa en el rostro, a la vez dulce y feliz.

Cuando hicimos el amor sabía que la deseaba, pero nunca imaginé que llegaría a sentir lo que ella sentía, una emoción que duele y traspasa la carne igual que un disparo.

Comenzó a llorar sin querer, desechando unas lágrimas que no pertenecían al gesto impasible de su rostro. Sam la observaba desde la distancia dando rodeos por la habitación, tratando de encontrar las palabras mágicas que podrían, tal vez, originar el milagro.

— ¿Qué quieres hacer? —se atrevió al fin.

Kara se quedó callada, entregándose a la perspectiva sobre humana de Nueva York como siempre que tomaba una decisión definitiva.

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Había estado recluida en mi habitación desde la tragedia, tumbada sobre la cama mientras esperaba que el techo se resquebrajase y una fuerza de la naturaleza me hiciera desaparecer.

Fuera, en el jardín, el ruido de los carpinteros desmontando la galería simulaba el levantamiento de un patíbulo cuando los condenados escuchaban a través de sus celdas el martilleo de los clavos antes de ser ajusticiados.

La bandeja de comida que mi hermano me había traído a la hora del desayuno tampoco favorecía otra clase de pensamiento, excepto, claro, el previsible destierro de la familia Luthor, cuya sentencia se cernía inminente sobre lo que quedaba de mí.

A pesar de todo no me sentía maldita por las infamias, ni por el resto de los insultos que había tenido que soportar, ni siquiera porque mis padres hubiesen preferido repudiarme después de mi confesión pública; tampoco me asustaba la situación de abandono ni el odio del mundo.

Loque en realidad me trastornaba era esa incertidumbre acerca de Kara porque, de alguna forma, el miedo a su ausencia indefinida me estaba consumiendo.

Intentaba derivar mi atención hacia otros entretenimientos, pero siempre terminaba repasando sus fotos cientos de veces, empeñada en ordenarlas atendiendo a su cronología, a la diferencia de color y brillo, a la distancia del objetivo o a la calidez de su sonrisa.

Aquel trabajo arduo me había llevado a seleccionar la mejor de todas, un plano medio con el cuerpo de perfil y el rostro girado hacia la cámara regalando al mundo una espléndida muestra de alegría. Acababa de perder el último partido y aún había querido transmitirme ese gesto, ese sentimiento íntimo a través de su risa, como un tesoro.

Durante mucho tiempo estudié la imagen tratando de llamarla en un esfuerzo telepático o, quizás, la obsesión me impulsaba a retenerla de cualquier manera.

Supe entonces que había tocado un fondo peligroso, pero persistía, como una enfermedad, la esperanza de recuperarla, y aquel era el único soporte que me mantenía a salvo.

Mis horas de vigilia alternaban con las intrusiones de Lex, el visitante solitario que seguía ofreciéndome apoyo aunque, la última vez, me sorprendió escuchar a mi espalda la voz grave y modulada de mi padre.

— ¿Por qué no nos lo dijiste? —preguntó en un tono tan herido que también me dolió—.
¿Por qué hacerlo así?

Oculte la fotografía de Kara mientras se acercaba; me descolocó su aspecto abatido en vez del enfadado que yo suponía.

—Era más fácil sin tener que mirar a los ojos de nadie —expliqué—. No hubiera soportado decírtelo directamente a la cara.

El suspiró ruidosamente, como un lamento, sentándose a mi lado sobre la cama.

— ¿Sabes por qué he tratado toda mi vida de mantener un negocio próspero y rentable?

— exclamó deteniéndose un segundo—.
Para que tú y tu hermano pudieran elegir.
Es más sencillo cumplir los sueños si cuentas con todas las posibilidades, y hasta ayer estaba convencido de que habías encaminado tu vida en la dirección que querías.
Al parecer, estaba equivocado.

Con el gesto me demandó una respuesta o, en su caso, un acuerdo aceptable entre los dos.

—No estamos enamorados. —vacilé.

—Eso ya lo escuché ayer —replicó

Lo que quiero saber es por qué nunca nos dijiste que no eras feliz.

La respuesta se escapó, casi sin querer, de mis labios.

—Porque no lo sabía.

—Hasta que fuiste a Nueva York —apuntó—.
Sé perfectamente que lo que dijo James sobre Sam y tú es una calumnia, pero también sé que algo pasó allí. Algo que, de momento, no te voy a preguntar.

Cumpliendo sus palabras se levantó para marcharse, pero antes me brindó un secreto, hasta entonces mal escondido, convertido en la propuesta de una nueva alianza entre los dos.

—He estado reflexionando mucho sobre lo ocurrido ayer —reconoció—.
En ti, en mí y en cómo nos hemos engañado mutuamente.
He llegado a la conclusión de que te he subestimado, prácticamente desde que eras una niña, amparado en la falsa creencia de que tenía que protegerte siempre y tú, muy inteligente, me has ayudado a creerlo; incluso has aprendido a beneficiarte de ello.

Supongo que me gustaba que dependieras de mí, pero no era más que una ilusión, una ficción paternalista. Por eso estoy convencido de que lo mejor que puedo hacer ahora es observar cómo sales de esto tú sola.
Cómo eres capaz de afrontar la decisión más importante de tu vida,sea la que sea.

Me recordó que me quería con un beso y, después, Lionel Luthor salió del cuarto extrañamente redimido.

Brillaba el sol de las dos de la tarde cuando un coche de alquiler se detuvo frente al enrejado de la residencia Luthor.

Sam apagó el motor ymiró hacia la casa; cientos de recuerdos atestaron su cabeza de sensaciones que creía insalvables después de tantos años. Sujetó el volante con las dos manos y respiró hondo, aguantando.

Todo el valor que había ido acumulando durante las tres horas de viaje había desaparecido de repente, al abrir la ventanilla y oler, otra vez, el fuerte perfume de las rosas de la entrada.
Sin previo aviso alguien la sujetó por el hombro, haciéndole reaccionar.

—Puedes hacerlo —aseguró Kara con una sonrisa, sentada a su lado.

— ¿Estás segura? —replicó tan nerviosa que le temblaba la voz.

—Cualquier cosa que te propongas. Piensa que es un partido de tenis. No juegas en casa, pero eres más joven, más sincera y, además, tienes la justicia de tu parte.

—Olvidas el efecto sorpresa —bromeó Sam recuperando las fuerzas.

Se decidió por fin a bajar del coche seguida de Kara hasta traspasar la verja de hierro forjado y, entonces, acordaron separarse.

—Creo que prefiero entrar sola —le pidió Sam angustiada—.
¿No te importa? Cuando termine, saldré a buscarte.

Kara aceptó indulgente.
—Daré una vuelta por aquí —asintió metiendo las manos en los bolsillos de la cazadora.

Le deseó buena suerte y observó cómo dirigía sus pasos hacia la mansión dispuesta a ajustar cuentas con el pasado.

Sam atravesó el umbral de la inconfundible puerta de caoba de la entrada hasta encontrarse de frente la escalera, elaborada de la misma madera. También reconoció el mármol pálido del suelo en el vestíbulo y los dos cuadros impresionistas azules, uno a cada lado, formando un triángulo con el gran espejo del recibidor, una de las numerosas herencias de familia que tenía más de doscientos años.
No encontró a nadie, así que caminó con sigilo por encima de las alfombras hasta el salón principal de la casa, donde se reencontró con las reliquias y antigüedades que tanto les gustaban a sus tíos; cubiertos y grabados de Revere, tapices de la masacre de Boston, varias litografías de la guerra de la independencia, alambiques sobre la chimenea y la vasta colección de objetos decimonónicos, todos ellos recreando una atmósfera victoriana alrededor de la biblioteca, el principal erario dela casa. Contuvo la respiración al descubrir que todo seguía en su sitio, tal y como recordaba; incluso el intenso olor de las macetas del jardín que llegó de pronto, impregnado en el aire, cuando las puertas de cristal se abrieron.

— ¿Tú? —se horrorizó la señora Luthor—.
¿Qué estás haciendo aquí?

Tenía los ojos llorosos después de haber supervisado el desguace del templete de música y, sin embargo, aún encontró fuerzas para llenarse de rencor.

—He venido a verte —respondió Sam alzando la cabeza—.

La señora y la lesbiana, frente a frente, otra vez.

Se examinaron con dureza aunque mi prima se mostraba más templada, quizás porque siempre había recordado a su tía mucho más crecida y poderosa de lo que ahora la veía; una mujer vieja, asustada e indefensa.

— ¿Cómo te atreves a venir aquí después de lo que ha pasado? —gritó la señora Luthor—.

Tú tienes la culpa de todo.
Sam se aproximó a ella despacio alargando los segundos.

—Quiero que me respetes —exigió—. Quiero que dejes de tratarme como si no fuese una persona. Ya no te tengo miedo, tía Lillian. Ya no puedes hacerme daño como aquella vez, cuando me echaste de aquí como a un perro apestoso.

—Cállate —exclamó la dueña de la casa retirando la mirada.

—Yo te quería como a una madre —prosiguió Sam—. Confiaba en ti.
No merecía lo que me hiciste.

— ¡Cállate! —gritó de nuevo la señora Luthor—. No sabes lo que dices. Se derrumbó, entonces, sobre una de las butacas de cuero cubriéndose el rostro con las manos mientras comenzaba a llorar con desesperación.

Una pena aún más profunda que el odio había ganado una batalla que Sam no alcanzaba a comprender y que tampoco entraba en sus  expectativas. Nunca hubiese imaginado que Lillian Samantha Luthor mostrase un ápice de debilidad en su presencia. No supo qué hacer con todas las reclamaciones que había preparado así que se quedó quieta, de pie, esperando que su tía se enjugase las lágrimas y relatase su historia, una versión distinta, pero tan real como las otras, al fin y al cabo, otra cara de la misma verdad.

—Cuando tus padres me dijeron que ibas a llevar mi nombre supe que serías la niña de mis ojos —confesó entre sollozos—.

Poco después nació mi hija y se hicieron inseparables. Me gustaba verlas una al lado de la otra, criarse juntas como hermanas.

Lena siempre tan reservada y distante, observando la distancia con los ojos abiertos como platos
con ese hambre por los paisajes y la belleza que luego dibujaba hasta el cansancio, ensimismada en su mundo de fantasía.
Tú, en cambio, eras tan distinta. Extrovertida y afectuosa, te colgabas de nuestros hombros para besarnos.
Siempre preguntando, con una inquietud tan charlatana que era imposible no quererte.
Ese carácter te hacía mucho más parecida a mí que mi propia hija.

Se detuvo, suspirando un aliento de nostalgia.—Cuando encontré la carta, no podía creerlo—exclamó.
Tenía que ser un error, una especie de broma adolescente.

Recuerdo que leí y releí mil veces aquellas líneas esperando que en su contenido hubiese alguna palabra, alguna señal que apuntase en otra dirección, algún otro sentido.

Me encerré durante horas en el despacho de Lionel tratando de encontrar una disculpa,  pero aquel maldito papel no mentía.

De nuevo se hizo el silencio aunque, esta vez,la señora Luthor le devolvió una triste mirada.

—Debes saber que en nombre de los hijos se pueden llegar a cometer los actos más abominables —admitió con pesar.

Me aferré a Lena y prescindí de ti porque no podía soportar la idea de que, algún día, llegase a suceder algo de esa naturaleza entre ustedes.
No podía permitirlo. Por eso traté de odiarte, y traté de que tú me odiases, e intenté, por todos los medios, que ese peligro nunca estuviese cerca de nosotros, pero he fracasado.

Se levantó apoyándose en los hombros de Sam con actitud suplicante.

—Ahora estoy sufriendo el castigo por lo que te hice —gimoteó—.
La justicia divina ha caído sobre mí. Y yo me pregunto si, después de todo este suplicio, podrás llegar a perdonarme alguna vez.

Sam enmudeció superada por las circunstancias que también habían removido su conciencia.

Asistir a la caída de Lillian Luthor en calidad de espectadora privilegiada la había convertido, a la vez, en testigo y verdugo de su tía, aunque hubiese preferido saborear una pizca de venganza derrotando a su contrincante en una pelea justa. Todavía se preguntaba porqué se sentía tan entera frente a la mujer asustada que fingió odio cuando, en realidad,  solamente escondía miedo. Qué absurdo tiempo malgastado en resentimiento y falsos recuerdos, cuánto dolor enmascarado por, simplemente, aquella estúpida falta de escrúpulos.

Alargó las manos y abrazó a su tía sin decir nada. Comprendió al hacerlo que siempre había sido la más fuerte de las dos, tanto como para soportar todo aquel sufrimiento y terminarlo, por fin, donde una vez comenzó.

Kara Zor-El había emprendido un paseo por los caminos laterales de la mansión, marcados con losetas y bordeados con estudiados conjuntos de tulipanes blancos y amarillos. Miraba la fachada de ladrillos de reojo, vigilando las ventanas, quizás tratando de adivinar qué o quién habría al otro lado; también rozaba a propósito las flores con las manos e imaginaba mi infancia entre aquellas paredes, inventándose retazos de mi vida en cada paso.

No pudo evitar una sonrisa al comprobar que, a pesar de habernos criado de manera tan diferente, habíamos llegado tan lejos y tan cerca la una dela otra.

La parte trasera de la finca le descubrió los últimos postes de la galería desvencijada, como un esqueleto ceremonial rodeado aún de ramilletes entrelazados.
Se detuvo, impresionada, contemplando aquel triste final, y un ligero escalofrío vino a recordarle que Ella era parte causante de todo aquello.
Quiso entonces dar media vuelta, pero una voz repentina, detrás de una de las cercas, la retuvo.

Lex se había refugiado allí desde el desayuno, balanceándose sobre uno de los bancos de madera mientras revisaba, una y otra vez, las posibilidades en una lista de invitados carente de sentido.

—Si vienes por la boda te informo de que se ha suspendido —exclamó en tono de aburrimiento.

Luego examinó de arriba abajo y con sumo interés a la desconocida; le gustó el estilo de sus pantalones y el pelo descuidado sobre los ojos.

—No —respondió Kara sin saber muy bien qué decir—. He venido con Sam.

Lex se quedó quieto al escuchar pronunciar ese nombre.

—Sam, ¿te refieres Samantha Luthor?
—indagó lleno de curiosidad—. ¿Sam está aquí?

Kara asintió rehuyendo la mirada inquisidora de mi hermano.

—Entonces, has venido de Nueva York, ¿no?
—insinuó lanzando un anzuelo hacia lo imprevisible—.
¿Ustedes solas?

—Si —contestó Kara tratando de abreviar.

—Claro —añadió Lex—. NuevaYork.

Ella se dio la vuelta mientras mi hermano regresaba sobre sus hojas, recordando un triángulo de indicios que desde el principio había decidido seguir. De pronto, un gracioso pensamiento inspiró una pregunta definitiva.

—Espera —gritó—. Tu nombre no empezará por K., ¿verdad?

Observó con escepticismo, casi bromeando, pero Kara mantuvo la serenidad de cualquier otra respuesta.

—Pues sí —asintió sin dejar de asombrarse por lo acertado.

Una profunda desorientación invadió a Lex en el acto, como si la extraña conjunción de estrellas que había vaticinado se hubiese realizado a una luz solar intempestiva.

La desconocida se despidió mientras mi hermano volvía, insistente, sobre la lista: Kenny. Sam. Nueva York. Kenny. K.
Era tan sencillo y, al mismo tiempo, tan extraordinariamente brillante que no podía ser verdad.

Arrugó el papel entre sus manos y volvió a mirar a Kara; esta vez, como quien descubre un secreto tan obvio que avergüenza no haber considerado desde un principio. Miró hacia el cielo aceptando mi revancha y luego corrió, emocionado, tras la mujer.

—Espera —exclamó al alcanzarla—. Soy Lex, el hermano de Lena.
Y tú, supongo, eres la K que estoy buscando.

La espontánea presentación sobresaltó a Kara que,ruborizada, disipó cualquier duda sobre su identidad.

—Me llamo Kara Zor- El —afirmó ella.

Estrecharon las manos y sonrieron, ambos con la misma extraña sensación de haber cerrado un círculo.

Minutos más tarde, la puerta de mi habitación volvió a abrirse de golpe. Yo ni siquiera me moví, navegando por algún lugar del horizonte a través de los cristales de la terraza.

—Lena —exclamó mi hermano con entusiasmo—.
He encontrado a tu K.

Apenas podía entender el significado de aquellas palabras cuando añadió algo más.

—Y es impresionantemente guapa, así que. Yo y el estado de Massachusets te damos nuestra bendición.

Tardé algunos segundos en reaccionar, quizás por el exceso de calmantes o porque estaba convencida de que la suerte me había abandonado hacía mucho tiempo. En todo caso,cuando me gire para pedirle una explicación, Lex había desaparecido.

Me acerqué hasta la puerta con la sospecha de que un sueño farmacológico estaba coqueteando con mis más profundos deseos y, armada de valor, bajé las escaleras persiguiendo el murmullo que provenía del comedor, cuyas puertas permanecían abiertas de par en par.

Al asomarme pude verla, de pie, al fondo de la sala, esperándome.

Era Kara.

Creí que el corazón se me saldría del pecho mientras me aproximaba despacio, hipnotizada, contemplándola como si se tratara de un espejismo.
Ella también me miraba con su eterna sonrisa, arrastrando nerviosamente los dedos por los bolsillos de la cazadora.

Al llegar a su lado me detuve. Ninguna de las dos escuchábamos los sonidos de las voces a nuestro alrededor, sólo respirábamos atrapadas por el encuentro de nuestros rostros, como la primera vez.

—No puedo ofrecerte estas garantías —empezó mirando en torno suyo.

—No las quiero —respondí tan alucinada por verla aquí que los ojos se me nublaron con su presencia.

Se compuso el flequillo mientras se balanceaba, incómoda, sobre los pies.

—Esto no se me da muy bien. —resopló mordiéndose los labios.

Parecía demandar auxilio con los ojos, tan grandes y azules que podrían haberse tragado el mundo.

—Te amo, Kara Zor-El —me declaré llorosa y feliz—.
Te amo desde el primer día que te vi, y voy amarte siempre.

Luego se acercó lentamente y nos besamos, tan fuerte pero a la vez tan dulce hasta limpiar las mejillas de lágrimas.

FIN

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