𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒...

By -itsrochelle

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Todos tenían un mal concepto de Afrodita y sus hijos: débiles y vanidosos. Eso le molestaba a Règine Tanaka... More

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄
𝐆𝐑𝐀𝐏𝐇𝐈𝐂 𝐙𝐎𝐍𝐄
⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐀𝐑𝐊 𝐎𝐅 𝐀𝐓𝐇𝐄𝐍𝐀
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐇𝐎𝐔𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐇𝐀𝐃𝐄𝐒
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 𝐎𝐅 𝐎𝐋𝐘𝐌𝐏𝐔𝐒
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐇𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄 𝐎𝐅 𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐎𝐃𝐒
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By -itsrochelle

Los semidioses miraban impresionados a Règine y el cómo estaba controlando a los gigantes, no eran ni cinco ni diez eran  más de veinte y entre esos se encontraba el rey Porfirio.

Los párpados le comenzaban a pesar a la asiática, aquel poder le estaba exigiendo un precio y era su energía, lo que necesitaba para tener a los gigantes bajo su control.

—¿A caso tengo que decirles que se apresuren porque no tengo toda la eternidad para tenerlos? —gritó Règine, intentando mantenerse en pie.

—¿Cómo lograste controlar a los gigantes? Creí que su poder era limitante, o sea que nada más pueden con una persona. —preguntó Percy ayudando a la chica a sostenerse en pie.

Percy intentaba distraer a la chica para que se mantuviera despierta mientras sus amigos mataban a los gigantes o lo intentaban porque así como los mataban así resucitaban.

—No lo sé, tampoco sabía que podía... podía...controlar toda una....mejor dame cinco minutos, quiero...dormir.

Règine se desplomó en los brazos de Percy y al caer ella inconsciente los gigantes recuperaron su conciencia.

Porfirio rió.

—Los semidioses no habéis aprendido nada. No hay dioses que puedan ayudaros. Mucho menos un semidiós ni siquiera con gran poder como lo que tiene esa mocosa, ¿en serio creyeron que aguantaría tanto tiempo? Todo poder exige algo. Y solo necesitamos una cosa más de vosotros para completar nuestra victoria.

El rey de los gigantes sonrió impaciente. Parecía estar mirando a Percy Jackson.
Piper lo miró. A Percy todavía le sangraba la nariz. Parecía ignorar que un hilo de sangre le caía por la cara hasta la barbilla, solo por estar centrado en Règine.

—Percy, ten cuidado… —trató de decir Piper, pero por una vez la voz le falló.
Una sola gota de sangre descendió de su barbilla. Cayó al suelo entre sus pies y empezó a chisporrotear como agua en una sartén.

La sangre del Olimpo regó las piedras antiguas.

La Acrópolis crujió y se movió mientras la Madre Tierra despertaba.




























Règine comenzó a recuperar la conciencia poco a poco, sintió que había dormido una eternidad pero no fue así, solamente duró inconsciente por unos tres minutos.

Al abrir los ojos lo primero que vió fueron unos ojos azules verdosos profundos viéndola con preocupación y miedo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó incorporándose con ayuda de Percy, al ver la nariz del chico sangrar lo limpió rápidamente.

—Gaia logró despertar. Se podría decir que prácticamente mi nariz nos condenó a la muerte. —Respondió el chico alejando su mano de la cara de Règine mientras el agua retrocedía lentamente. Sí, con la ayuda de su control curativa del agua hizo que la chica despertara y recuperara su energía.

—¿Entonces...este es el final? ¿Todo lo que hicimos fue en vano? —preguntó Règine aguantando las ganas de llorar.

—No, no lo es. —dijo Annabeth señalando al cielo.

Alzó la vista cuando las nubes se separaron sobre la Acrópolis, y estuvo a punto creer que su vista estaba fallando y que necesitaría unas gafas como las de Jason. En lugar del cielo azul, vio un espacio negro tachonado de estrellas y los palacios del Monte Olimpo emitiendo destellos plateados y dorados al fondo. Y un ejército de dioses descendieron de lo alto.

Estaba Zeus —en su forma original—, que entró en combate montado en un carro dorado, con un rayo del tamaño de un poste de teléfono crepitando en una mano. Tiraban de su carro cuatro caballos hechos de viento, que cambiaban continuamente de forma equina a humana, tratando de liberarse. Por un instante, uno adoptó el semblante gélido de Bóreas. Otro llevaba la corona de fuego y humo de Noto. Un tercero lucía la perezosa sonrisa de suficiencia de Céfiro. Zeus había atado y enjaezado a los mismísimos cuatro dioses de los vientos.

En la parte inferior del Argo II, las compuertas de cristal se abrieron. La diosa Niké salió, libre de su red dorada. Desplegó sus brillantes alas, voló junto a Zeus y ocupó su puesto legítimo de auriga.

—¡MI MENTE ESTÁ CURADA! —gritó—. ¡VICTORIA A LOS DIOSES!

En el flanco izquierdo de Zeus iba Hera, cuyo carro estaba tirado por enormes pavos reales, con un plumaje multicolor tan vivo que Règine se mareó al mirarlos.
Ares rugía con regocijo mientras descendía a lomos de un caballo que escupía fuego. Su lanza emitía un brillo rojo.

En el último segundo, antes de que los dioses llegaran al Partenón, parecieron desplazarse, como si hubieran saltado por el hiperespacio. Los carros desaparecieron. De repente Jason y sus amigos se vieron rodeados de los dioses del Olimpo, que entonces tenían tamaño humano, diminutos al lado de los gigantes, pero rebosantes de poder.

Jason gritó y arremetió contra Porfirio.
Sus amigos se unieron a la matanza.
El enfrentamiento se extendió por todo el Partenón y se desbordó a través de la Acrópolis. Con el rabillo del ojo, Règine vio a Annabeth luchando contra Encélado. A su lado había una mujer con largo cabello moreno y una armadura dorada sobre su túnica blanca. La diosa clavó su lanza al gigante y a continuación blandió un escudo con el temible semblante bronceado de Medusa. Juntas, Atenea y Annabeth hicieron retroceder a Encélado contra la pared más cercana de andamios metálicos, que se desplomó encima de él.

Al otro lado del templo, Frank Zhang y el dios Ares se abrían paso a golpes a través de una falange entera de gigantes: Ares con su lanza y su escudo, y Frank (bajo la forma de un elefante africano) con su trompa y sus patas. El dios de la guerra se reía, lanzaba estocadas y sacaba entrañas como un niño destrozando piñatas.

Hazel atravesó la batalla corriendo a lomos de Arión, desapareció entre la Niebla cuando un gigante se le acercó y a continuación apareció detrás de él para apuñalarlo por la espalda. La diosa Hécate bailaba detrás de ella, prendiendo fuego a sus enemigos con dos antorchas. Règine no vio a Hades, pero cada vez que un gigante daba un traspié y se caía, el suelo se abría y el gigante era atrapado y engullido.

Percy libró batalla contra los gigantes gemelos, Oto y Efialtes, mientras un hombre con barba que tenía un tridente y una chillona camisa hawaiana luchaba a su lado. Los gigantes tropezaron. El tridente de Poseidón se transformó en una manguera anti-incendios, y el dios expulsó a los gigantes del Partenón con un chorro a alta presión con forma de caballos salvajes.

Piper se batía en duelo con la giganta Peribea, espada contra espada. A pesar de que su adversaria era cinco veces más grande que ella, Piper parecía defenderse bien. Espalda contra ella Règine lanzaba flechas a diestra y siniestra matando a todo gigante que intentara matar a espaldas a sus amigos o dios. Al lado de ellas la Diosa Afrodita luchaba junto con ellas, era un poco sorprendente al ver que la diosa que menos se animaba a la guerra estuviera luchando junto con sus hijas, pero daba admitir que era muy buena con los movimientos de la daga y el arco y flechas. Pero así como luchaba así parloteaba.

—Precioso, mis niñas. Sí, muy bien. ¡Dale otra vez! ¡Règine a tu izquierda!

Cada vez que Peribea intentaba atacar, unas palomas alzaban el vuelo súbitamente y revoloteaban hacia la cara de la giganta.

En cuanto a Leo, corría a través de la cubierta del Argo II disparando con las ballestas, lanzando martillos sobre las cabezas de los gigantes y chamuscándoles los taparrabos con sopletes. Detrás de él, al timón, un tipo fuerte con barba vestido con un uniforme de mecánico manipulaba los controles, tratando frenéticamente de mantener el barco en alto.

La imagen más extraña la ofrecía el viejo gigante Toante, que estaba siendo aporreado a la vez por tres viejas con cachiporras de latón: las Moiras, armadas para la guerra. Règine decidió que no había nada en el mundo más espeluznante que una panda de abuelas con bates en ristre.

Règine soltó una flecha hacia un gigante que intentó apuñalar a Poseidón. El dios de volteó y terminó de matarlo, al hacerlo no quedó más cenizas doradas del gigante. Règine se sonrojó al ver como Poseidón le agradeció con un gesto con la cabeza.

En serio que tenía un gran parecido con Percy.













Sé que en el libro Afrodita no lucha sino que le echa porras a Piper, pero no me pude aguantar en darle un cambio en esa parte.
Aparte de que me gustó visualizar el como Règine, Piper y Afrodita luchaban espalda con espalda. 

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