𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒...

Galing kay -itsrochelle

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Todos tenían un mal concepto de Afrodita y sus hijos: débiles y vanidosos. Eso le molestaba a Règine Tanaka... Higit pa

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄
𝐆𝐑𝐀𝐏𝐇𝐈𝐂 𝐙𝐎𝐍𝐄
⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐌𝐀𝐑𝐊 𝐎𝐅 𝐀𝐓𝐇𝐄𝐍𝐀
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐇𝐎𝐔𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐇𝐀𝐃𝐄𝐒
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐁𝐋𝐎𝐎𝐃 𝐎𝐅 𝐎𝐋𝐘𝐌𝐏𝐔𝐒
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⠀⠀⠀⠀⠀⠀𝐓𝐇𝐄 𝐂𝐇𝐀𝐋𝐈𝐂𝐄 𝐎𝐅 𝐓𝐇𝐄 𝐆𝐎𝐃𝐒
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Galing kay -itsrochelle

—Entonces podría guiarnos por sus túneles —dijo Piper—. ¿Eso también es cierto?

Cécrope frunció el entrecejo.

—Sí…

—Y si ordenara a su gente que no nos atacara —dijo—, ¿le obedecerían?

—Sí, pero… —Cécrope se estremeció—. Sí, obedecerían. Cuatro de vosotros como máximo podríais ir sin llamar la atención de los gigantes.

Los ojos de Annabeth se oscurecieron.

—Piper, tendríamos que estar locos para intentarlo. Nos matará a la primera oportunidad que se le presente.

—Sí —convino el rey serpiente—. Solo la música de esta chica me domina.
La detesto. Por favor, canta más.

Piper le brindó otro verso.

Leo intervino entonces. Cogió un par de cucharas y las hizo tamborilear sobre la mesa hasta que Hazel le dio un manotazo en el brazo.

—Si es bajo tierra, debería ir yo —dijo Hazel.

—Jamás —dijo Cécrope—. ¿Una hija del inframundo? Tu presencia repugnaría a mi gente. No habría música lo bastante bonita para impedir que te matasen.

Hazel tragó saliva.

—O podría quedarme aquí.

—Percy, Règine y yo —propuso Annabeth —. Règine también podría usar su embrujahabla en caso de que Piper se llegue a cansar o ambas podrían usarlo al mismo tiempo para más poder.

—Esto… —Percy levantó la mano—. Siento repetirme, pero eso es exactamente lo que Gaia quiere: tú y yo, nuestra sangre regando las piedras, etcétera.

—Lo sé —Annabeth tenía una expresión seria—. Pero es la elección más lógica. Los templos más antiguos de la Acrópolis están dedicados a Poseidón y a Atenea. Cécrope, ¿no nos ayudaría eso a ocultarnos?

—Sí —reconoció el rey serpiente—. Vuestro… vuestro olor sería difícil de distinguir. Las ruinas siempre irradian el poder de esos dos dioses.

—Sigue sin gustarme la idea de separarnos. —dijo Jason.

—Pero es nuestra mejor oportunidad —dijo Frank—. Los cuatro entran a escondidas, inutilizan los onagros y crean una distracción. Entonces el resto de nosotros entramos volando y disparando con las ballestas.

—Sí, ese plan podría dar resultado —dijo Cécrope—. Si no os mato antes.

—Tengo una idea —dijo Annabeth—. Frank, Hazel, Leo, hablemos. Piper, ¿puedes mantener a nuestro amigo musicalmente incapacitado?

Piper empezó a cantar otra canción: « Happy Trails» mientras los chicos hablaban sobre la estrategia.

—Bien —Percy se levantó y le ofreció la mano a Jason—. Hasta que volvamos a vernos en la Acrópolis, hermano. Yo seré el que esté matando gigantes.

















Desde el puerto hasta la Acrópolis, no vio nada de Atenas salvo túneles oscuros y hediondos. Los hombres serpiente les hicieron pasar por una rejilla de desagüe que conectaba directamente con su guarida subterránea, que olía a pescado podrido, moho y piel de serpiente. Règine se tapó la nariz para evitar respirar el desagradable olor pero respiraba por la boca.

En ese momento ella comenzaba a reflexionar qué tenía de especial el mundo como para salvarlo y ella tener que sacrificar sus botas Chanel.

—No me gusta este sitio —murmuró Annabeth—. Me recuerda cuando estuve debajo de Roma.

Cécrope se rió siseando.

—Nuestro territorio es mucho más antiguo. Muchísimo más.

La voz de Piper resonaba por los túneles. A medida que se adentraban en la guarida, más hombres serpiente se reunían para escucharla. Pronto había una procesión detrás de ellos: docenas de gemini que los seguían balanceándose y deslizándose.

Pasaron por toscas estancias de piedra sembradas de huesos. Subieron por pendientes tan empinadas y resbaladizas que era casi imposible mantener el equilibrio. En un momento determinado pasaron por una cálida cueva, del tamaño de un gimnasio, llena de huevos de serpiente cuya parte superior estaba cubierta de una capa de filamentos plateados como guirnaldas de Navidad viscosas.

Más y más hombres serpiente se unían a su procesión. Deslizándose detrás de ella, sonaban como un ejército de jugadores de fútbol americano arrastrando los pies con papel de lija en la suela de sus botas.
Règine se preguntaba cuántos gemini vivían allí abajo. Cientos, tal vez miles.
Le pareció oír los latidos de su propio corazón resonando por los pasadizos, Piper aumentaba de volumen conforme más se adentraban en la guarida. Entonces cayó en la cuenta de que el persistente « bum, ba, bum» se oía por todas partes, retumbando a través de la piedra y el aire.

Estoy despertando. Una voz de mujer, clara como el canto de Piper.

Annabeth se quedó paralizada.

—Oh, esto no pinta bien.

—Es como Tártaro —dijo Percy, con tono crispado. Miró a Règine quién intentaba evitar temblar del miedo—. ¿Te acuerdas… de sus latidos? Cuando apareció…

—Lastimosamente. Pero ya no lo recordemos. —dijo la chica entrelazando la mano de Percy con la de ella.

—Lo siento.

A la luz de su espada, la cara de Percy parecía una gran luciérnaga: una mancha flotante y momentánea de resplandor en la oscuridad.

La voz de Gaia volvió a hablar, esa vez más alto:
Por fin.

Percy apretó su mano suavemente al sentir la mano de la chica temblar nuevamente, ambos intercambiaron miradas de apoyo. Ninguno quería perder al otro.

Finalmente llegaron a lo alto de una empinada cuesta, donde el camino terminaba en una cortina de pegajosa sustancia verde.

Cécrope se situó de cara a los semidioses.

—Detrás de este camuflaje está la Acrópolis. Debéis quedaros aquí.
Comprobaré que el camino está despejado.

—Espere —Piper se volvió para dirigirse a la multitud de gemini—. Arriba solo hay muerte. Estaréis más a salvo en los túneles. Volved deprisa. Olvidaos de que nos habéis visto. Protegeos.

Los hombres serpiente, incluso los escoltas, se volvieron y se perdieron por la oscuridad; dejaron solo al rey.

—Cécrope piensa traicionarnos en cuanto cruce esa cortina —dijo Piper.

—Sí —convino él—. Avisaré a los gigantes. Ellos acabarán con vosotros —a continuación siseó—. ¿Por qué os he dicho eso?

—Escuche los latidos del corazón de Gaia —lo instó Piper—. Puede percibir su ira, ¿verdad?

Cécrope vaciló. El extremo de su bastón emitió un brillo tenue.

—Sí que puedo. Está enfadada.

—Lo destruirá todo —dijo Piper—. Reducirá la Acrópolis a un cráter humeante. Atenas, su ciudad, quedará totalmente destruida y, con ella, su gente.
Me cree, ¿verdad?

—Yo… yo te creo.

—No sé a qué responde el odio que alberga por los humanos, por los semidioses, por Atenea, pero somos la única opción para detener a Gaia. Así que no nos traicionará. Por su bien y el de su pueblo, reconocerá el terreno y se asegurará de que el camino está despejado. No les dirá nada a los gigantes. Y luego volverá.

—Eso es… lo que haré.

Cécrope desapareció a través de la membrana de sustancia pegajosa.
Annabeth movió la cabeza con gesto de asombro.

—Ha sido increíble, Piper.

—Veremos si funciona.

—Lo hará. Tu embrujahabla es poderoso. —admitió Règine, Piper solamente asintió restándole importancia en el momento.

Piper se sentó en el frío suelo de piedra. Pensó que le convenía descansar mientras pudiera.

Los demás se agacharon a su lado. Percy le pasó una cantimplora con agua.
Hasta que bebió un trago, Piper no se había dado cuenta de lo seca que tenía la garganta.

—Gracias.

Percy asintió.

—Si Cécrope vuelve dentro de dos minutos con los gigantes, va a ser que no funcionó.

Los latidos del corazón de Gaia resonaban a través del suelo. Por extraño que pareciera, a Règine le hacían pensar en el mar: el fuerte estruendo que hacían las olas al golpearse entre sí de Santa Marta.

Sintió un gran sentimiento de nostalgia y tristeza al recordar a su papá, a Drew y todos los momentos que disfrutaban en esas playas de Colombia. Ambas hermanas amaban ir a ese país por lo hermosos que era, y más que todo por la comida que hacen. Extrañaba las arepitas y sin duda el sancocho.

Pensó en también en sus hermanos de la cabaña de Afrodita en el Campamento Mestizo. Esperaba que Drew los estuviera cuidando bien y no tratando como sus sirvientes.

—¿Pensáis en vuestras familias, chicos? —preguntó Piper.

La mirada de Percy se desenfocó. El labio inferior le empezó a temblar.

—Mi madre… No… no la he visto desde que Hera me hizo desaparecer. La llamé desde Alaska. Le di al entrenador Hedge unas cartas para que se las entregara. Yo… —se le quebró la voz—. Ella es lo único que tengo. Ella y mi padrastro, Paul.

—Y Tyson —le recordó Annabeth—. Y Grover. Y…

—Sí, claro —dijo Percy—. Gracias. Me siento mucho mejor.

Piper no debería haberse reído, pero estaba demasiado nerviosa y melancólica para contenerse.

—¿Y tú, Annabeth?

—Mi padre… mi madrastra y mis hermanastros —hizo girar la espada de hueso de dragón sobre su regazo—. Después de todo lo que he pasado el último año, me parece una estupidez que les guardara rencor tanto tiempo. Y los parientes de mi padre… Hacía años que no pensaba en ellos. Tengo un tío y un primo en Boston.

Percy se sorprendió.

—Tú, que llevas una gorra de los Yankees, ¿tienes familia en la tierra de los Red Sox?

Annabeth esbozó una débil sonrisa.

—Nunca los veo. Mi padre y mi tío no se llevan bien. Una rivalidad del pasado. No sé. Es ridículo lo que separa a las personas.

—¿Y tú, Règine? —preguntó Piper—. Digo, aparte de la narcisista de Drew.

—Mi papá, mi padrastro, unas cuantas familias en Japón y Colombia, pero ni siquiera debería de contarlos a los de Japón porque ni los conozco nada más fue a los diez años pero ya ni un presente me mandan. —se encongió de hombros Règine.

Los semidioses se rieron, Piper se sorprendió al haberlo hecho y más por algo de parte de Règine.

En lo alto del túnel, la membrana verde ondeó. Règine preparó su arco y se levantó, preparada para una avalancha de monstruos y dos semidioses.

Pero Cécrope apareció solo.

—El camino está despejado —dijo—. Pero daos prisa. La ceremonia casi ha terminado.

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