ASTHOR, EL PLANETA ESCONDIDO...

By Xeniaamer

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Una guerrera con el pelo en llamas, el corazón congelado y los ojos del diablo; será visitada por la muerte t... More

SINOPSIS
CAPÍTULO 1: ¿Debería asustarme?
CAPÍTULO 2: Reina de las Cenizas
CAPÍTULO 3: Salir del pozo
CAPÍTULO 5: Adiós conciencia
CAPÍTULO 6: El Refugio
CAPÍTULO 7: Llaveros
CAPÍTULO 8: Hermanos
CAPÍTULO 9: El mafioso
CAPÍTULO 10: Tuyo
CAPÍTULO 11: Recuerdos de cristal
CAPÍTULO 12: Desconfianza
CAPÍTULO 13: Con alguna copa de más
CAPÍTULO 14: He vuelto
CAPÍTULO 15: Príncipe de las sombras

CAPÍTULO 4: El verdadero monstruo

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By Xeniaamer

¡Hola lector@s!

Sé que hace bastante que no actualizo, pero he estado suuuper ocupada estas fiestas. A partir de hoy, volvemos a lo de antes, actualizaciones cada viernes. Así que, como prometí, aquí tenéis otro capítulo de Asthor, El Planeta Escondido. 

Espero que os esté gustandoooooooooo. Muchísimas gracias por todo vuestro apoyo. 

Bueno, no os entretengo más, a leeeeeeer...

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Isabella

La sala de armas de la nave es el único lugar que, irónicamente, me tranquiliza. No puedo dejar de pensar en todo lo que ha podido pasar durante este mes, de hecho, ni siquiera sé si Lewis está vivo. Mi último recuerdo de él revolotea por mi mente una y otra vez: escuchar su voz a través de la radio de nuestra nave, mientras que él se sacrificaba por mí, abalanzándose sobre las demás naves de La Liga, dispuesto a morir en el intento.

Nos vemos pronto, sexy.

Intento sacar esas palabras de mi corazón, de hecho, llevo intentando sacarle a él des del primer momento en que le vi. Bueno, puede que unas semanas después de conocerle, ya que al principio no me cayó demasiado bien que digamos. La cuestión es, esos estúpidos ojos color café se han acomodado en mis recuerdos, como una plaga imposible de exterminar.

- Pensaba que el plan era ir a rescatar a Kesha, no morir de viejos en el intento. - comenta una voz aguda desde la puerta.

Al darme la vuelta, una sonrisa cálida y sincera muy propia de Clyn me da la bienvenida. Lleva puesto un vestido negro de cuero sin mangas que deja al descubierto toda la zona de sus hombros. Le queda verdaderamente bien, como todo lo que se pone. El vestido le llega por debajo del culo y, bajo este, se encuentra un tiracuello del que cuelgan una pistola y un par de cuchillos. Su voluminoso pelo color morado está perfectamente atado en una coleta alta que descubre las facciones de su rostro, remarcadas por el maquillaje oscuro entorno sus ojos.

- Perdón, es que toda esta situación me pone nerviosa. - me excuso bajando la cabeza antes de volverme a girar hacia el espejo frente a mí.

- Se nota. - murmura señalando sus ojos para indicarme que los míos se han teñido de color violeta.

- Además, me he quedado sin ropa porque una señora ha decidido no hacer su parte de tareas... - comento sacándole una sonrisa mucho más amplia que la anterior.

- Eso tiene fácil solución. - murmura lanzándome una falda de cuero de su parte del armario junto con un top del mismo material.

- Clyn, ¿estás loca? No puedo ir así, se me va a ver todo. - murmuro poniendo los ojos en blanco ante su guiño de ojo.

- Bueno, si prefieres ir desnuda... - susurra sabiendo que voy a tener que ponerme ese conjunto si o sí.

- Te odio.

- Yo también te quiero, guarra. - contesta antes de darme una palmada en el culo y desaparecer con dos metralletas.

Cuando la puerta vuelve a cerrarse, un escalofrío recorre por todo mi cuerpo y, simultáneamente, una gran placa de hielo empieza a extenderse bajo mis pies sin ninguna clase de explicación. Intento mantener la calma, pero entre la ropa, los poderes y esos ojos color café que me observan desde mis recuerdos, no soy capaz. El simple pensamiento de que hoy puede ser que le vea, estremece cada pequeña parte de mi cuerpo, aumentando la superficie de hielo en la habitación y subiendo la temperatura unos diez grados. Sin embargo, no tengo tiempo para tantas distracciones, ya que en cualquier momento, la nave aterrizará sobre uno de los bosques más densos de Bialya y tendremos que poner en práctica nuestro plan.

Antes de que pueda arrepentirme y quitarme el top de cuero escotado que tanto me ha costado ponerme, doy media vuelta, cojo las botas altas efecto piel y salgo de la habitación. Al llegar al comedor, me encuentro con Alek, que me observa divertido mientras desayuna una tostada con mantequilla y mermelada junto a la encimera.

- Sor Isa ha llegado... - susurra aguantándose la risa o como mínimo, intentándolo.

- Muy gracioso. - comento poniendo los ojos en blanco mientras cojo una taza de leche para agregar tres cucharadas de cacao en polvo.

- ¡Buenos días fami... ¿Qué cojones llevas puesto, Isa? - pregunta Hugo, que acaba de entrar al comedor con los planos de las ESL en la mano.

- ¿A que le queda bien? Esas botas y la falda le hacen un culo tremendo. - comenta Clyn que desayuna con pose orgullosa junto al televisor.

- La verdad es que s... - empieza a decir Hugo antes de que mis gritos le interrumpan.

- ¡¿Podéis dejar de mirarme el culo!? - grito exasperada lanzándole un trozo de pan a Alek, que tenía la cabeza demasiado inclinada como para tratarse de alguien desayunando.

- Alguien se ha levantado de mal humor hoy... - comenta uno de los exsoldados.

- Cállate. - ordena Alek dedicándole una mueca acompañada de su dedo corazón.

---

El edificio de la ESL es mucho más impresionante en persona. Llevo más de tres semanas analizando cada pequeño detalle, ya sea mediante vídeos que aparecen en las noticias o a partir de fotos en los periódicos. Pero, definitivamente, no me esperaba que fuera así de grandioso. De hecho, no necesitas saber qué es o qué se encuentra en su interior, tan solo al verlo ya impone respeto.

Nos encontramos en la azotea de uno de los edificios próximos a la ESL, el viento mueve ligeramente mi pelo en todas direcciones impidiendo mi visibilidad del edificio, así que, cansada de colocármelo tras la oreja cada cinco segundos, me hago una coleta alta de mala gana. Sin embargo, hay algo en el ambiente mañanero que no tiene mucho sentido. Según los diferentes artículos que leí sobre la ESL, es un edificio de lo más turístico, de hecho, lo visitan unos cien turistas diarios de media. Por este motivo es extraño que, un sábado por la mañana, no haya nadie en los jardines de las instalaciones ni paseando por las calles cercanas.

- Mierda. - murmura Alek que se encuentra junto a mí observando los alrededores con unos prismáticos. - Clyn, pon las noticias en el portátil.

- ¿Qué? ¿Por qué? - pregunta esta alzando una ceja mientras saca el ordenador y lo coloca en el suelo de la azotea.

Al abrir las noticias, todos sabemos exactamente lo que está pasando. Una reportera vestida con un traje ceñido de color rosa chicle narra los acontecimientos en la plaza del otro lado de la ciudad. Tras ella, se encuentra una celda llena de prisioneros que llevan un collar grueso de metal que intentan sacarse con todas sus fuerzas.

- ¿Qué está pasando? - murmura Hugo horrorizado ante los cientos de personas que gritan y escupen hacia la celda, mostrando sus carteles llenos de insultos. - Sube el volumen.

- Hoy, señoras y señores, es el día que tanto llevábamos esperando. Por fin, los monstruos que iniciaron la guerra que aniquiló a nuestros antepasados recibirán su merecido. La exprisionera Kesha Mindë, que escapó hace aproximadamente un mes junto a la, popularmente llamada, Reina de las Cenizas, será ejecutada en la Plaza Mayor a las doce del mediodía. Las injusticias que han cometido estos monstruos serán, finalmente, castigadas con la muerte de más de cincuenta prisioneros, acusados de traición al Consejo y a todas sus entidades.

- ¿Qué cojones? ¿Por qué no nos hemos enterado de esto antes? - murmura un exsoldado apropiándose del portátil a lo que Alek responde dándole una colleja para recuperarlo.

- Al parecer es una noticia de última hora. - murmura este poniendo los ojos en blanco.

- Tenemos que hacer algo, no podemos dejar que Kesha muera. - susurra Hugo con los ojos muy abiertos y humedecidos, a punto de llorar.

- Buena idea, genio, a nadie se le había ocurrido. - replica Clyn levantándose para expulsar la tierra que ha manchado su vestido.

- Que alguien me recuerde por qué tengo que seguir aguantando a esta bruja de pelo berenjena.

No obstante, antes de que Clyn pueda contestar, una suave melodía interrumpe la conversación y, por la cara de Clyn, está claro que no es una melodía normal y corriente. No pasan más de tres segundos cuando, desesperada, descuelga el pequeño teléfono de prepago colocado en la espinillera de una de sus botas, alejándose para poder hablar con tranquilidad. Cada instante parece durar horas, ya que todos estamos pendientes en descifrar la identidad del misterioso usuario que ha podido contactar con el número de emergencia que nos dio John el día del escape. Sin embargo, la respuesta no tarda en llegar, añadiendo un nuevo conflicto a nuestra lista.

- Tenemos que irnos. - ordena recogiendo las cosas a toda velocidad después de colgar y guardarse el diminuto dispositivo de nuevo en la bota. - ¡Vamos! - insiste al ver que no nos movemos.

- ¿Quién era? ¿Qué ha pasado? - cuestiona uno de los guardias arqueando una ceja.

- Crystal está en peligro, tenemos que ayudarla, rápido. - añade secamente dirigiéndose a las escaleras de incendios por las que hemos conseguido subir.

- ¿En peligro? ¿Cómo? - pregunto, pero ella está demasiado centrada en correr como para contestarme. - ¡Clyn!

- ¡No lo sé, Isa! - grita girándose de un golpe con los ojos llorosos. - Me ha llamado, asustada y con la voz temblando, gritando "ayuda".

- Clyn, tranquilízate, primero tenemos que saber su localización. - se suma Alek intentando acariciarle la espalda, a lo que ella se aparta bruscamente.

- ¡Ya sé dónde está! Mason llevaba más de un mes repitiendo que irían en busca de su madre a un campamento de refugiados rebeldes!

- Y, ¿¡Cómo sabes que han llegado?! Puede que les hayan atracado por el camino...

- Porque lo sé, pedazo de imbécil. ¡Venga vámonos! - grita al borde del histerismo.

- Clyn, primero tenemos que salvar a Kesha... nosotros la hemos puesto en este lío a fin de cuentas... - murmuro intentando sonar lo más dulce posible.

- No. Ella solita se ha buscado todo esto. Si le hubiera hecho caso a John, en vez de sumarse al tren de la cocaína, nada de esto hubiera sucedido. Isa, ella es lo suficientemente responsable como para hacerse cargo de la mierda que se pone en el cuerpo, tampoco es nuestro trabajo ir haciendo de niñeras.

- P-pero, ¿y Scott? ¿y Lew... - suelto en un delicado suspiro que se rompe cuando ella vuelve a alzar la voz.

- ¡Isa, por favor! Que maten a ese chico es lo mejor que podrían hacerle a la humanidad. ¿No te das cuenta? Es un monstruo. Un monstruo, no hay más. Ha sido entrenado por los mejores; para ser el mejor, lleva más de cinco años matando a inocentes bajo las órdenes del Consejo, ha sido el responsable de la derrota de los pocos planetas que quedaban fuera del Centrux, se ha cargado a más de la mitad de Bialya... - grita desesperada acercándose peligrosamente a mi rostro. - ¡Es el enemigo! ¡Abre los ojos de una puta vez!

- Clyn, nos salvó la vida. Si no fuera por él, no estaríamos aquí, deberíamos devolverle el favor como mínimo...

- ¡Isa, nunca pensé que alguien pudiera ser tan tonto! - grita soltando una carcajada que me revuelve los intestinos. - Si Lewis nos ayudó a escapar, te aseguro que solo fue porque era lo que más le convenía. Este chico no hace nada sin pensar en sí mismo. Nada. ¿Cómo sabes que todo esto no es una trampa?

- No pienso dejar que unas estúpidas supersticiones determinen mi futuro, Clyn. Es mi amigo, al igual que Scott y Kesha, y vamos a salvarlos. - culmino intentando sonar lo más autoritaria posible para terminar con esta maldita discusión.

- No puede ser. - susurra, atónita ante mis palabras. - Te ha hecho lo mismo. Se ha salido con la suya, de nuevo...

- ¿Qué, Clyn? ¿Qué? - suelto desesperada por poder entenderla.

- Se ha metido en tu cabeza, manipulando cada uno de tus pensamientos. Te alejará de mí, de tus verdaderos amigos, solo para poder destruirte, como hizo con Ann...

- Clyn, ¡Ann está muerta! - grito con lágrimas en los ojos a medida que me acerco a ella y coloco su rostro entre mis manos. - No va a volver...

- ¡Por su culpa! Él acabó con ella y hará lo mismo contigo. - espeta con dificultades para respirar, lo que consigue alterarme todavía más.

- ¡No mató a Ann, Clyn! ¡No fue él! - salto intentando parecer lo más neutral, aunque por dentro esté a punto de quemar todo el edificio.

- ¡Ahí está! ¡La defensora de las causas perdidas! Dime, ¿qué fue lo que te traumó tanto de pequeña para que tengas esta absurda necesidad de arreglar todo lo que te pasa por delante? - murmura hiriéndome de una forma que pocos han conseguido.

No puedo más. La ira corre por mis venas a toda velocidad. Mis mejillas se han teñido de color rojo y mis manos tiemblan de rabia a medida que trago saliva para no llorar. De repente, abro los ojos, con la respiración irregular y el corazón congelado, pero eso no es nada comparado con lo que siento cuando veo a Clyn acariciándose la mejilla, roja por culpa de una bofetada.

- Clyn, lo siento... yo...

- Déjalo. Sigo sin entender por qué cojones te empeñas tanto en defenderlo. Aunque no fuese él quién la mató, ¿crees que no lo habría hecho? Todos estos son iguales, marionetas del Consejo, entrenadas para convertirse en monstruos de sangre fría capaces de hacer de todo como para no comprometer a la institución. ¿Eres consciente de la cantidad de daño que ha hecho? ¿De las familias que ha separado? Isa, despierta de una puta vez. Que te salvara un día, no quiere decir que seas la excepción, ha estado jugando contigo todo este tiempo y volverá a hacerlo. ¿Por qué crees que se pegó tanto a ti en la cárcel?

Cada letra, cada sílaba, cada palabra, se cuela en mi corazón rompiéndolo un poco más que antes. Un par de lágrimas solitarias ruedan por mis mejillas deteniéndose en mis labios, humedeciéndolos. Mis ojos escuecen de una forma que, con el tiempo, se ha vuelto más un hábito que no una rareza, mis manos tiemblan de rabia intentando controlar todo el poder estancado bajo ellas, que ha ido incrementando a medida que las palabras de mi amiga llegaban a mis oídos.

- Deberías irte... - susurro esquivando su cuerpo para seguir bajando por las escaleras. - No vaya a ser que Crystal se muera, si llegas unos segundos más tarde.

- Cuando te des cuenta de que tengo razón, no vengas a buscarme.

- Llévate a los soldados en una de las naves de emergencia de la nave, al fin y al cabo, ya no los necesitamos. - concluyo cerrando la puerta tras de mí para empezar a emprender el camino hacia la Plaza Mayor.

El silencio inunda las calles soleadas de Bialya, haciendo que se conviertan en uno de los paisajes urbanos más bonitos que he visto. Los pisos de paredes blancas se encuentran perfectamente alineados geográficamente, al igual que los árboles plantados junto a las aceras para decorar el color apagado de la carretera.

Resoplo frustrada ante la distancia que todavía tengo que recorrer para llegar hasta la plaza, sobre todo porque llevo estas malditas botas que se ocupan de destrozar la sensibilidad de mis pies cada vez que doy un simple paso. Alek camina acelerado junto a mí, sosteniendo un pequeño dispositivo con el recorrido que debemos seguir. A mi izquierda, está Hugo, limpiándose el sudor de la frente con la manga de su camiseta negra mientras se esfuerza por seguirnos el ritmo.

Un par de lágrimas se escapan de mis ojos al recordar mi discusión con Clyn, sobre todo porque sé que, en cierto modo, tiene razón. Sin saber por qué, desde que conocí a Lewis, algo en él despertó dentro de mí una confianza que nunca antes había sentido. No necesité ni pensarlo dos veces antes de creerle respecto al asesinato de Ann o su papel en Bialya. Pero, por algún motivo, todo ese peligro que parecía ignorar, también era lo que más me atraía de él.

De pronto, un grito seco lleno de dolor traspasa mis oídos, alejándome de mis reflexiones. Corremos hacia la plaza, esperando no llegar demasiado tarde cuando, una gran multitud de gente amontonada nos barra el paso. Los gritos de algunos prisioneros destacan por encima de las muchas voces que denuncian las supuestas atrocidades cometidas por los que ellos llaman monstruos. Todos los presentes gritan hacia el final de la plaza, en la que se encuentra una tarima de metal con una silla del mismo material situada en el centro. Sobre el escenario, un par de políticos saludan victoriosos escuchando las alabanzas de los ciudadanos de Bialya, pero todo mi cuerpo se tensa cuando observo el pobre muchacho vestido con un mono de color azul, que se retuerce sobre esa misma silla, a medida que unas ramas llenas de espinas envuelven todo su cuerpo.

Mi corazón cada vez late más deprisa al darme cuenta de lo que de verdad está pasando sobre el escenario. Los prisioneros están siendo asesinados con sus propios poderes, sufriendo un dolor ocasionado por lo mismo que les mantiene vivos. Bajo mis pies, se forma una gran capa de hielo que crece a medida que transcurren los segundos. Pero eso no es nada comparado con el fuego que recorre mis venas, a punto de ser liberado para destruir a los verdaderos monstruos de esta situación. No obstante, una mano se apoya sobre mi hombro acariciándola suavemente hasta que, la voz de Ale penetra en mi oído en un suave susurro.

- Tranquilízate, ya tendrás tiempo para vengarte más adelante...

- Dirígete a la parte trasera del escenario y, cuando veas la señal, coge a Kesha de la silla y llévatela hacia el punto de encuentro. Pero, tienes que hacerlo muy rápido, ¿de acuerdo? - ordeno con media sonrisa penetrada en el rostro y las ansias llenas de venganza. - Hugo, corre hacia el punto de encuentro y ocúpate de que nadie nos moleste.

- ¿Qué vas a hacer? - pregunta Alek con algo de preocupación sumergida en los ojos.

- Enseñarles a un monstruo de verdad.

El tiempo transcurre lento. Muertes llenan esos espacios en blanco, incrementando el descontrol acumulado en mi interior. Estoy segura de que mis ojos son de color violeta, pero gracias a la capucha y las gafas de sol que nos dio John hace una semana, no creo que sean un problema.

De repente, uno de los políticos que reía con las ocurrencias de los ciudadanos vuelve a tomar el micrófono aclarándose la garganta, listo para anunciar el nombre que va a marcar su sentencia. Un par de guardias sacan a Kesha de una jaula propia de animales, para llevarla a rastras hacia la silla metálica. Kesha está prácticamente inconsciente, tiene el rostro repleto de moratones y las piernas dormidas, evitando que pueda dar un solo paso. Todos a mi alrededor se ríen al ver su estado, y empiezan a hacer bromas sobre su cuerpo que me provocan arcadas.

No obstante, antes de que los gritos de Kesha inunden la plaza y los aplausos del público hagan temblar el suelo de todas las calles de Bialya, una sonrisa se forma entre mis labios fruto de la adrenalina que sé que está por venir. Mis manos queman mientras que empiezan a crear dos columnas enormes de fuego que dividen la plaza en cuatro partes. El terror en las voces de esos que se creían tan valientes hace segundos, alimenta mi ser consiguiendo que el suelo se recubra por una enorme capa de hielo que avanza hasta la tarima donde se encuentra mi amiga. Y, aunque puede sonar un tanto extraño, por primera vez hace mucho tiempo, consigo sentirme en casa. El caos me rodea, a medida que las llamas alcanzan más cuerpos y el hielo debilita el metal de la silla de torturas que tantas vidas inocentes ha arrebatado. Alek aparece por sorpresa, golpeando la silla con un objeto duro para romperla y liberar a nuestra amiga que, parece haber sido víctima de muchas otras torturas.

Miro a mi alrededor buscando a otros rostros conocidos, pero no los encuentro. Sin embargo, durante un par de segundos, mis ojos se encuentran con una mujer que me observa atentamente desde el tejado de un edificio cercano. Su cara ha aparecido cientos de veces en mis pesadillas y ha sido una de las protagonistas de mi plan de venganza, pero un escalofrío recorre todo mi cuerpo cuando esos labios pintados de color rojo carmín esbozan una sonrisa de lo más perversa que consiguen desconcertarme por completo.

Doy media vuelta, todavía confusa por lo que acaba de suceder, y salgo corriendo hacia el punto de encuentro localizado un par de calles hacia la izquierda. Los guardias de La Liga se organizan para buscar el culpable del incendio mientras recorren las calles causando el pánico entre los ciudadanos. Avanzo lo más rápido que puedo, ignorando los disparos o gritos tras de mí que aceleran mi corazón. Sin embargo, no soy capaz de sacarme de la cabeza el rostro de Elisa Amandix, sonriéndome como si tan solo fuera una marioneta más dentro de su juego.

- ¡Kesha! - grito al llegar al callejón y encontrarme con mis amigos, que intentan ayudarla a caminar a pesar de sus múltiples heridas.

- Isa, ¿estás loca? ¿Cómo se te ocurre venir a Bialya? ¡Llevan buscándote más de tres semanas por todos los rincones del universo! - grita en susurros mientras le da un manotazo a Hugo, que intenta ponerle una tirita de Frozen en la mejilla.

Este chico está obsesionado.

- Tenemos que irnos. Los soldados están recorriendo toda la ciudad, no podemos quedarnos parados. - ordena Alek cogiendo a Kesha en brazos.

- ¡No! - grita Kesha de golpe con la voz temblorosa y los ojos llorosos. - Isa, déjame aquí, por favor.

- ¿Qué estás diciendo? Hemos venido para salvarte, no pienso dejar que te pudras en este callejón maloliente. - contesto intentando resolver las miles de dudas que se amontonan en mi mente.

- Isa, por favor. No puedo volver a ver a John...

- Si quién te preocupa es el tóxico, relájate. Lo hemos dejado en casa de Pixar haciendo de niñera. - afirma Hugo orgulloso antes de que Kesha niegue con la cabeza a punto de llorar.

- Estaba en la plaza, lo he visto. ¿En serio creíais que se quedaría haciendo de niñera solo porque unos críos se lo ordenasen?

- Kesha, si te está haciendo cualquier tipo de daño, dínoslo. Estás a salvo con nosotros, no dejaremos que te pase nada... - empieza a decir Alek antes de que Kesha lo interrumpa.

- ¡No! ¡No lo entendéis! ¡Yo soy la mala!

- ¿De qué estás hablando?

- Ojalá pudiera quererle como él me quiere, ojalá pudiera darle todo lo que se merece, pero no puedo, no soy capaz de ser la Kesha que él quiere que sea. Por favor, no me hagáis volver a ver a la persona que no soy capaz de querer y, aun así, daría la vida por mí.

- Déjate de tonterías, vámonos. - dice Hugo impaciente intentando cogerla por el hombro.

- ¡Suéltame! ¿A caso sabes lo qué es no ser suficiente para alguien, no porque no quieras, sino porque no puedes cumplir con sus expectativas? Mi corazón se pudrió el día que murió Dunna, y no voy a dejar que eso vuelva a ocurrir.

- Pero, Kesh, no puedo dejarte aquí. Los de La Liga te encontrarán. - susurro colocándole un mechón tras la oreja con suavidad intentando no llorar.

Joder, me paso todo el día llorando.

- Llévame al puerto, está a veinte minutos andando de aquí. Allí conozco a alguien que puede ayudarme a cumplir con mi promesa. - sugiere con los ojos teñidos de esperanza.

- ¿Qué promesa? - pregunta Hugo que parece estar al borde del colapso.

- Voy a matar a los hijos de puta que tuvieron algo que ver con la muerte de mi madre, de Dunna y de Ale. Te llamaré cuando vaya por la última. - anuncia mirando a Alek, que asiente con los ojos clavados en el suelo.

- Hugo, Alek, ir hacia la nave. Si a media noche todavía no he llegado, despegad sin mí. - ordeno creando una pequeña brisa que levanta a Kesha de los brazos de Alek y empieza a trasladarla hacia mi lado.

- Isa, ten cuidado. - susurra Alek, antes de coger a Hugo por el hombro y empezar a correr hacia otro callejón.

Todos los callejones de la ciudad están supervisados por, como mínimo, dos guardias de La Liga o del ejército de Bialya. He perdido la cuenta de la cantidad de soldados que he dejado inconscientes por el camino, mientras intentaba llegar hasta el puerto que, parece estar más lejos de lo que creía. Kesha grita de vez en cuando, fruto de la velocidad del viento, que no duda en arrojarla contra todos los semáforos y señales de la calle. Nos movemos lentamente, por callejones oscuros y llenos de pobreza, evitando así las zonas donde hay más concentración de vigilantes.

- ¿Cuánto crees que falta? - pregunto exhausta, limpiándome las manos de la sangre de un guardia tendido bajo mis pies.

- Está a unas cinco calles de aquí, pero me parece que hay un atajo detrás de esa puerta. - susurra señalando una pequeña puerta oxidada de color verde al otro lado de la carretera.

- ¿Estás loca? No puedo cruzar la carretera así como así. - murmuro tragando saliva al ver lo rápido que cruzan los coches a pocos centímetros de mí.

Solamente una pequeña barra de metal me separa de la muerte atropellada por uno de estos coches eléctricos y de lo más caros. Cada dos segundos, escucho como un automóvil corta el aire a mi alrededor, dejando atrás cierto olor a chamuscado que me hace arrugar la nariz.

- Pensaba que eras "La Reina de las Cenizas" - comenta con voz burlona mientras esboza una pequeña sonrisa.

- Tengo poderes, no instinto suicida, Kesh. - replico poniendo los ojos en blanco y cruzándome de brazos para intentar idear un plan.

Me asomo a la carretera, con los ovarios encogidos, el sentido común de vacaciones y el ego por las nubes, mirando hacia ambos lados catorce veces para convencerme de que puedo hacerlo, aunque todos sabemos que no.

No obstante, mis ojos se detienen sobre un gran camión circulando por la derecha, que podría ser perfectamente la salvación encarnada en un vehículo de nosecuántas ruedas que transporta droga, almohadas o algo parecido. Cierro las manos con fuerza, apretando los puños de tal manera que las uñas se clavan en las palmas de mis manos haciendo que unas pocas gotas de sangre rueden por mis brazos. Pongo los ojos en blanco, esforzándome por recordar esas palabras que siempre me han provocado cierta sensación de paz interior. La brisa mueve mi pelo ondulado de un lado a otro, los rallos de sol de mediodía acarician mi piel incrementando su pigmentación, los ruidos de coches camuflados en susurros penetran en mis oídos como tantas otras veces... Sin embargo, toda esa tranquilidad se rompe en pedazos cuando abro mis ojos teñidos de violeta junto con las palmas de mi mano para lanzar el camión sobre la carretera, bloqueando la circulación de todos los vehículos.

No pierdo más tiempo, en cuanto el caos erosiona frente a mí, cojo a Kesha del brazo y la arrastro conmigo hasta el otro lado de la autopista, llegando por fin a la maldita puerta de color verde.

- Mierda. - oigo que murmura una voz detrás de mí.

- ¿Qué? Te has quedado flipando en colores ¿no? - bromeo con media sonrisa estampada en el rostro, pero que desaparece en cuanto me doy la vuelta.

No puedo creerme lo que está pasando, ¿cómo han llegado aquí tan rápido? Miles de guardias se amontonan delante nuestro con los brazos ocupados por unas pistolas gigantes que apuntan únicamente a nuestros pequeños cuerpos.

- Kesha. - murmuro captando la atención de mi amiga, la yonquie. - A la de tres, corre.

- ¿Qué? No pienso dejarte aquí, ¿estás loca? - contesta hiperventilando.

- Uno.

- Isa utiliza el cerebro por una vez en tu vid...

- Dos.

- ¡ISA!

- ¡TRES! ¡corre! - grito creando una barrera de hielo frente a los guardias y empujando a Kesha para que cruce la maldita puerta de color moco.

No obstante, el hielo no tarda en romperse fruto de los disparos de cientos de guardias que no se han tomado demasiado bien mi broma invernal.

- ¡Isabella Wilder! Ponga las manos en alto. Cualquier gesto que haga será penalizado con la muerte. - grita un guardia mientras que dos de sus compañeros se acercan a mí con unas esposas de color negro, un pelín más modernas que las de las series de CSI.

Mierda.

Sin embargo, antes de que cualquiera de los dos soldados pueda llegar a rozarme, todos son envueltos por un gas color amarillo mostaza que los asfixia en un par de segundos. Los guardias caen a mis pies, con los ojos en blanco y la boca llena de una sustancia de color amarillo espumosa, dejándome sola, otra vez.

Tengo la piel de gallina y la boca seca, como si en cualquier momento alguien fuera a asesinarme de la forma más horrible, lenta y dolorosa posibles. El mundo parece haberse detenido en el momento en que ese gas color mostaza ha decidido aparecer de la nada, como una salvación retorcida que, por algún motivo, me huele a peligro. Sin embargo, toda esta sensación dentro de mi ser se acentúa todavía más en el momento que siento su aliento, a pocos centímetros de mi nuca, estremeciendo cada rincón de mi cuerpo.

- Hola sexi. - susurra esa voz grave tan particular cerca de mi oído.

- ¿Lewis? - consigo murmurar después de tragar saliva unas cincuenta veces.

- Por mucho tiempo que estemos separados, nunca me cansaré de ese culo. - añade dándome la vuelta por las caderas para que, por fin, mis ojos vuelvan a encontrarse con esa mirada color café y esa sonrisa petulante que tanto echaba de menos.

Y, ahí estaba, otra vez, sumergida en él, siendo consciente de que sería suya, si él me lo pidiese. 

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