Cuento de navidad

By sacodehuesos79

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Los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras le hacen una visita un joven cantante. More

EL PRIMER ESPECTRO (IT'S BEGGINING TO LOOK A LOT LIKE CHRISTMAS)
EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PASADAS (LAST CHRISMAS)
EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES FUTURAS (I'LL HAVE A BLUE CHRISTMAS WITHOUT YOU)
NO MORE BLUE CHRISTMAS

EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PRESENTES (THIS CHRISTMAS)

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By sacodehuesos79

Lloró. Lloró y lloró hasta empapar el suelo bajo su mejilla. Se arrastró después hasta la ducha donde lloró un poco más para asegurarse de expulsar lo que pudiera quedar de la estúpida pastilla rosa de su cuerpo y así acabar de una vez con aquella espantosa alucinación.

Mientras dejaba que el agua se calentase hasta crear vapor en el baño, recordó retazos fugaces de la pesadilla que acababa de tener. 

Tenía problemas. Eso no era ninguna novedad. Pero no creía que pudiese culpar de todo a lo sucedido en aquella playa. 

Aunque si podía afirmar sin lugar a dudas que Aitana y él habían empezado a odiarse aquella noche. 

 Él había escrito una canción para humillarla, ella había decidido negarle con inquina. 

Cualquier sentimiento dulce o tierno que quedase entre ellos se había esfumado por completo. No sentían el vago resquemor que se puede tener hacia una pareja a la que se ha dejado de querer. El odio era la única palabra adecuada para describir lo que había entre ellos. 

La toalla con la que se secó olía a humedad y a tabaco y la dejó caer a suelo. 

Se puso un pantalón del pijama que rescató del suelo del baño y se arrastró de nuevo hacia la cama. 

Enterró la cabeza en la almohada. El odio llevaba ahí casi dos años, no dejaba demasiado espacio a otras emociones, aunque había logrado convertirlo en un zumbido constante en el fondo de su cabeza, una especie de ruido blanco al que no le dedicaba demasiada atención. 

Se obligó a hacer que su respiración fuese más despacio.

Necesitaba descansar. Sin sueños. Sin pesadillas. 

Pero cuando se despertó por segunda vez aquella noche había música en su habitación. 

Sentada en una esquina de su cama, con un ukelele en las manos, Amaia tocaba la guitarra vestida con un traje de tul rojo.

- Ya era hora de que te despertases- no levantó la mirada de las cuerdas del instrumento

Pestañeó con hastío. Había perdido la capacidad de sorprenderse. Era evidente que aún quedaba droga en su sistema.

Luis pensó en replicar que, técnicamente, ella le había despertado con el puto ukelele, pero le pareció tan poco productivo discutir con aquel producto de su imaginación como lo era hacerlo con la Amaia de verdad.  

Se apoyó en los codos y la miró. Aún le dolía muchísimo la cabeza.

- ¿Cómo funciona esto?

Amaia, la del ukelele, levantó la cabeza y le  miró con una sonrisa brillante.

- Soy...

- El fantasma de las navidades presentes, sí, ya he pillado cómo va la historia.

- A nadie le gusta un sabelotodo Luis- la otra meneó la cabeza pero no dejó de sonreír- pero me alegró de que podamos saltarnos las explicaciones.

Se levantó y le tendió la mano. Luis, resignado acabó de levantarse de la cama.

- Nunca he entendido esta parte de la historia, la verdad, si son las navidades presentes....

Amaia empuñó de nuevo el ukelele y se encogió de hombros. Levantó la mano y la llevó a las cuerdas, cuando sonó la primera nota.

Cuando Luis volvió a abrir los ojos, comprobó sorprendido que seguían su habitación.

- ¿Qué ha pasado?- volvió a cerrar los ojos pero la situación no había cambiado cuando los volvió a abrir.

La mujer de rojo frunció los labios en un gesto travieso. Era una mueca que había visto cientos veces en la verdadera Amaia y, como todos los recuerdos de esa noche, le provocó un golpe de añoranza.

- Esto es lo que hay, Luis. Este es tu presente- parecía un poco triste al decirlo.

Él abrió los ojos de nuevo y miró a su alrededor. No había nada extraordinario en su apartamento. Ropa tirada por el suelo. Colillas en los ceniceros. Cortinas cerradas. La cama deshecha oliendo a alcohol y tabaco.

- Es mi piso. Como golpe de efecto para que cambie mi forma de actuar es un poco anticlimático.

Probablemente había esperado demasiado de aquella alucinación aunque, por supuesto, ahora empezaba a tener menos droga en la sangre.

Amaia se movió por la habitación, mirando a su alrededor. También ella parecía un poco confundida.

Se paró por fin junto a la guitarra posada en su soporte. Su dedo dibujó una letra A con florituras en el polvo.

- Vaya, parece que hace bastante que no usas esto ¿no?

Luis resopló. Los días que iba al estudio utilizaba una de las que ponían a su disposición. Simplemente no tenía ganas de tocar en casa. Sobre todo no le apetecía tocar esa guitarra en la que había escrito las canciones de amor que habían marcado los tres últimos años de su vida. 

Quizá la solución era comprar una guitarra nueva. 

- No todo es música- frunció el ceño

- No, no lo es. Aunque hubo un tiempo en el que te emocionaba ¿verdad?.

Luis se removió incómodo. No podía precisar cuando la música se había convertido en un trabajo que le resultaba pesado. 

Disfrutaba de los conciertos y de sentir el cariño de la gente, quizá porque necesitaba sentirse querido. Pero componer se había convertido en una losa pesada.

No quería escribir sobre Aitana y no se sentía capaz de componer sobre nada más.

Durante un tiempo empezaba las letras con una imagen en mente, seguro de poder crear poesía y la abandonaba cuando la inspiración diluía sus bordes y se convertían en cuchillas afiladas que le hacían demasiado daño.

La ironía definitiva. Solo si dolía lo suficiente podía hacer magia. Pero había decidido dejar de sufrir.

Buscó una excusa para el espectro, para sí mismo, suponía, pero Amaia se había movido hacia un par de zapatos de tacón tirados bajo la mesilla de noche.

Parecía fruto de un descuido. Un zapato erguido junto a la mesilla de noche, el otro tumbado junto a un libro de fotografía.

En realidad era para una foto. La chica lo había dejado así el día anterior. Luis había estado observando mientras ella se debatía durante veinte minutos, veinte nada más y nada menos, sobre la conveniencia o no de añadir un toque de acebo a la foto.

A ese debate había seguido otro sobre el libro adecuado para acompañar la foto. No por las fotos en sí, sino por los colores adecuados para complementar el azul de los zapatos.

Todo en ella era así. Aparentemente descuidado. Cuidadosamente estudiado.

Le hacía gracia que mucha gente pensase que se había fijado en ella porque le recordaba a Aitana.

No podía haber dos personas más diferentes y eso era, precisamente, lo que le había llamado la atención.

Para empezar no creía que hubiese la más mínima posibilidad de que ninguno de los dos se enamorase en serio. Él porque al parecer había perdido esa capacidad para siempre, ella, sin más, porque no era su estilo.

- Bonitos zapatos- Amaia el fantasma, parecía que compartía con su contrapartida real, la capacidad de decir un montón con apenas dos palabras. Había más en aquella ceja levantada que en horas y horas de discursos.

- Sí, bueno.

La relación entre ellos era como la escena de los zapatos.

Aparentemente descuidada. Con risas y alcohol. Con nieve y cenas. Sin ataduras.

Cuidadosamente estudiada en lo que cada uno de ellos obtenía de su tiempo juntos. Ella conseguía notoriedad, Luis no se engañaba al respecto, incluso estaba de acuerdo en ayudarla. Él conseguía no pensar demasiado, no querer demasiado. No sufrir.

Cierto que a veces, como esta noche, le acercaba demasiado al precipicio. Pero podía controlarlo. De momento.

- Es lo que hay- lo resumió como lo había hecho antes para su madre, para su hermana y para Garcés cuando habían expresado preocupación.

El fantasma miró de nuevo a su alrededor y Luis siguió su mirada y vio de nuevo lo mismo que hacía un rato.

Ropa tirada por el suelo. Colillas en los ceniceros. Cortinas cerradas. La cama deshecha oliendo a alcohol y tabaco.

Silencio por parte de la guitarra. Silencio en el piano. Silencio en el teléfono porque se había encargado de apartar a todos los que se preocupaban por él.

El silencio del que escapaba cada noche en un local diferente y al que volvía cuando estaba demasiado borracho para que le importase.

- ¿Qué pasará cuando se acaben las canciones que escribías cuando no te importaba que doliese?- Amaia se había vuelto a sentar en la esquina de la cama con las piernas cruzadas bajo su vestido de tul rojo

En un arranque de ira, Luis tiró de un manotazo el zapato que se mantenía de pie bajo la mesilla.

- Que escribiré otras.

El espectro echó la cabeza hacia atrás y lanzó una carcajada. Después clavó la mirada en Luis y silbó los primeros acordes de La Fortuna.

- ¿Nos vamos?- añadió antes de que él pudiera enfadarse.

- Creía que esto era lo que había- señaló a su alrededor a su piso desordenado- que esta es mi vida.

Ella asintió.

- Pero tú no estabas solo en aquella playa ¿verdad?- recuperó su ukelele de donde lo había dejado y llevó su mano hacia las cuerdas y las rasgó con firmeza.

Había visto el interior de la casa en la que estaban. Al menos trozos. Como todo el país. Las paredes claras, el suelo de madera. Se giró hacia el espectro queriendo evitar lo que venía a continuación.

- Creía que yo era el protagonista de todo este circo, por una vez.

La mueca traviesa de la Amaia de rojo se ensanchó.

- En serio podemos ahorrarnos la escena de felicidad doméstica. Ella es feliz, yo soy un puto desgraciado. Pillo el mens...

Un dedo sobre su labio detuvo lo que fuera a decir. Estaba muy frío, como suponía que correspondía a la idea que su cerebro tenía de un fantasma. Pero le sorprendió que podía sentirlo como si aquello realmente estuviera sucediendo.

Se le ocurrió, como un pensamiento fugaz, que era una verdadera lástima que su mente hubiera decidido torturarle con una escena romántica entre Miguel y Aitana.

Pero cuando siguió a la figura de rojo a la habitación contigua a la que estaban, solamente se encontró con ella.

Sentada en el suelo junto a un árbol de navidad cuajado de mariposas. Una de sus perras, la más grande, tenía la cabeza apoyada en su rodilla y ella la acariciaba con gesto absorto.

En cualquier momento entraría él en la sala, con dos tazas de chocolate. En cualquier momento entraría él y la besaría y como todo esto solo podía ser una pesadilla se vería obligado a ser testigo.

Dio unos cuantos pasos hacia atrás, seguro de que como en todas las pesadillas o en el puto Matrix, tenía que haber alguna salida, una puerta escondida o una pastilla, que le evitase el dolor,  pero se dio contra la Amaia de rojo que le señaló a la figura del suelo.

- Fíjate bien.

Contra su voluntad, Luis se vio obligado a mirar de nuevo. Aitana aún tenía un adorno de mariposa en la mano y lo hacía girar entre sus dedos. Fijándose un poco más, tal y como le había recomendado el espectro, se dio cuenta de que sus hombros temblaban ligeramente.

Estaba llorando.

Siempre había odiado verla llorar. Incluso cuando él mismo había causado las lágrimas. Sin poderlo evitar se acercó y se arrodilló junto a ella.

La perra más pequeña se acercó trotando y buscó algo torpe refugio en su regazo, consiguiendo que una risa se mezclase con las lágrimas.

- Estamos solas, Oli- su voz se quebró un poco al decirlo- solas del todo.

Luis se giró de nuevo hacia Amaia.

- ¿Qué le pasa?

El espectro se puso a su lado arrodillada también junto a Aitana. Sopa se incorporó y ladró en su dirección.

- Pasa que no sabe si ha merecido la pena- sopló en la dirección del animal que se calmó al instante- escogió el camino más seguro, pero ahora está sola.

A Luis se le escapó una risa burlona.

- ¿Sola? ¡Cristo bendito! nunca he visto a nadie con más gente alrededor.

Pero en cuanto terminó de decirlo se dio cuenta de lo absurdo que sonaba. No solo porque aquella Aitana, aunque solamente fuera una alucinación que su mente había conjurado, estaba en aquella enorme casa, llorando sin nadie que pudiera consolarla más que sus mascotas.

También porque él, que se pasaba las noches en locales abarrotados de gente, conocía el sentimiento de vacío a pesar de estar rodeado. 

También él, aunque ese era un sentimiento en el que no estaba preparado para ahondar, conocía la sensación de que una caricia no llegara del todo a su piel. Mucho menos a su alma.

Levantó una vez más la mano, deseando con todas sus fuerzas poderla confortar de alguna forma. Con una caricia, con una palabra quizás. Pero antes de que pudiera completar el gesto, cambió la luz y estaban de nuevo en su habitación.

Tras las cortinas empezaba a intuirse el amanecer y a Luis le maravilló que su pesadilla fuera tan exacta.

- ¿De qué ha servido entonces?- lo preguntó más para sí mismo que para la aparición- creía de verdad que era lo mejor para los dos.

- ¿Odiaros? ¿O negaros?- la carcajada del fantasma fue pura Amaia- ¡menuda chorrada!

Luis se sentó en el borde de la cama y la del tul rojo recuperó la postura que tenía cuando la vio por primera vez. Sentada con las piernas cruzadas en la esquina opuesta y el ukelele que no sabía de donde coño había salido entre las manos. Acarició primero el mástil y después las cuerdas solamente con la yema de los dedos.

- Negar el pasado no sirve de nada Luis. Nunca volveréis a estar juntos, pero tú no eres capaz de componer porque no quieres sufrir y ella no es capaz de querer por lo mismo. Con todo ese empeño en negar el pasado os estáis jodiendo el presente. Los dos.

Luis intentó asimilar las palabras en silencio hasta que se le ocurrió una idea.

- ¿Y el futuro?.

Aún no había abandonado la idea de que lo que había sucedido esa noche era un producto de las drogas o de un subconsciente al que se había empeñado en tener callado durante demasiado tiempo. Pero no podía evitar la pregunta.

- Esa no es mi especialidad, me temo

La figura que le recordaba a Amaia sonrió misteriosa. Luis comprobó sorprendido que parecía estarse diluyendo en el ambiente.

- Aun te queda una visita, Luis- las notas del ukelele sonaban cada vez más lejos- no la desaproveches.

Esta vez no se asustó cuando la figura desapareció delante de sus narices. Se limitó a meterse de nuevo en la cama y cerró los ojos.

Después de todo lo que había visto esa noche. No sabía si las cosas podían empeorar. 

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