Cuento de navidad

Autorstwa sacodehuesos79

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Los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras le hacen una visita un joven cantante. Więcej

EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PASADAS (LAST CHRISMAS)
EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES PRESENTES (THIS CHRISTMAS)
EL FANTASMA DE LAS NAVIDADES FUTURAS (I'LL HAVE A BLUE CHRISTMAS WITHOUT YOU)
NO MORE BLUE CHRISTMAS

EL PRIMER ESPECTRO (IT'S BEGGINING TO LOOK A LOT LIKE CHRISTMAS)

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Autorstwa sacodehuesos79

Como diría el bueno de Mark Twain, los rumores sobre mi muerte han sido exagerados. 

Esta historia estaba escrita desde las navidades, como se puede deducir por su título, pero no me animaba a publicar. También faltaba un capítulo (curiosamente no el último) y no conseguía la inspiración para escribirlo. Y no quería dejar una historia a medias, así que hasta que no han estado los cinco capítulos no me apetecía soltarla.   

Me parecía una historia deprimente y que no se ajustaba a la realidad  de lo que la persona que inspira al personaje quería transmitir al mundo. 

Aún así es ficción. Solo eso. Con algo de mala leche (¿Cómo no?), una pizca de drama (algunos dirán que más que una pizca) y algo de esperanza (porque en el fondo soy una pringada) pero ficción, que no se me enfade nadie, que hemos venido a divertimos.

Otros escupen odio en redes sociales, yo doy mi punto de vista en forma de ficción. Tengo la ventaja de unos cuantos caracteres más.

¿Qué más?

Gracias gata. Gracias bruja.

Sus quiero gentucilla.  

Luis Cepeda estaba muerto de frío. Resultaba un tanto extraño en medio del ambiente sofocante de la discoteca, pero no podía negar que llevaba quince minutos con escalofríos. Quizá fuera el maldito virus del que había logrado escaparse de puro milagro hasta ahora.

Bien sabía Dios, y su madre se empeñaba en actuar como altavoz del todopoderoso, que no había sido por actuar con prudencia y sensatez en los últimos tiempos.

Meneó la cabeza cuando los primeros acordes de Blanca Navidad se mezclaron con un tempo extraño y machacón y las luces estroboscópicas se volvieron azules creando una atmósfera extraña.

Dejó la copa en la mesa que tenía más cerca con más fuerza de la necesaria.

Odiaba la navidad. Con todas sus fuerzas.

Se movió como pudo entre cuerpos sudorosos y esquivó un par de abrazos de gente que estaba en plena fase alcohólica de exaltación de la amistad. Era probable que no les hubiera visto más de dos veces en toda su vida y personalmente necesitaba un par de copas más para devolver tanta efusividad.

Escapó a toda prisa por un pasillo oscuro y pestañeó molesto cuando el fluorescente blanco del baño le golpeó la retina. Los sonidos de la fiesta llegaban amortiguados hasta allí, como a través de un túnel pero no estaba del todo seguro de si era culpa de las paredes de azulejo o de las cuatro copas de bourbon que ya había consumido.

En estos locales pijos no podía tomar su ron con cola de toda la vida. Era vulgar, le habían informado. Así que se había pasado al bourbon que no sabía mal del todo.

Apoyó las manos en el lavabo y agradeció el contacto fresco contra la piel. Un escalofrío más. Quizá fuera la neumonía que volvía a hacer de las suyas. La neumóloga había utilizado términos muy duros al explicarle los peligros de una enfermedad de ese tipo mal curada. Luis la había escuchado. Al día siguiente había ignorado todos sus consejos.

Escuchó la puerta de un urinario abrirse de forma brusca pero no se giró. No le apetecía hablar con nadie. Tampoco volver a la fiesta.

Odiaba la neumonía, las navidades y esa fiesta. De verdad que sí.

Evitó su reflejo en el espejo. Últimamente tampoco se gustaba demasiado a sí mismo.

Era preferible culpar a la discográfica, a su representante, a todas sus exnovias, a amigos y a los que habían dejado de serlo, a la prensa y al gobierno. Todos ellos podían repartirse la culpa del aquel humor del demonio que no lograba sacarse de encima.

La presión mediática. Era la respuesta que tenía siempre a punto. Para la prensa y también para su familia cuando expresaba preocupación por el ritmo de vida que llevaba últimamente.

Había pasado dos años duros y el último medio año había sido especialmente malo. Le costaba respirar al despertarse por las mañanas y no siempre era por la tos y odiaba el sonido de su propia voz durante el día. Solo el ruido de las fiestas y el alcohol en sangre lo hacían todo un poco más tolerable.

Abrió los ojos despacio y pensó que quizás ya habría terminado el estúpido remix del villancico y podía volver a por una copa más. La idea de volver a casa y meterse en la capa atravesó su mente fugaz pero la desechó enseguida. No estaba lo suficientemente borracho para tolerar el silencio de su habitación.

Escuchó a su izquierda el sonido característico de una persona esnifando. Debía ser el tipo que había salido justo antes del váter. En el espejo le vio inclinado sobre una estantería de vinilo, colocada justo encima del lavabo que parecía pensada, precisamente, para esa función por la altura a la que había sido colocada. Conociendo a los dueños del local, probablemente lo fuera.

Se giró hacia él y siguió los gestos con curiosidad. Lo había visto hacer un montón de veces. En fiestas y en entregas de premio. En reuniones de trabajo incluso. Había una desinhibición en el consumo de determinadas sustancias que solía incomodarle, pero cada vez lo hacía menos.

No era más que otra forma de soportar un mundo que parecía estarse yendo a la mierda, suponía. Pero no acababa de convencerle la sensación de perder el control por completo.

Con el alcohol sentía que aún retenía, aun de forma muy tenue, las riendas de su vida.

O eso solía pensar.

La verdad es que las riendas parecían estar cada vez más escurridizas.

Observó con poco disimulo como el tipo recibía el primer impacto de la droga en la sangre. Sus músculos parecieron relajarse de forma casi visible bajo la ropa y sonrió a su reflejo en el espejo satisfecho. Después se giró hacia Luis y se esforzó por enfocarle.

- ¿Quieres?

Cepeda negó apresuradamente como hacía siempre. No. No quería. No podía. No debía.

Él no era esa persona perdiendo el control en el baño de una discoteca.

"Aún no".

La voz que sonó en su oído se parecía sospechosamente a la de su madre.

La echaba mucho de menos. Hacía dos semanas que se habían peleado por teléfono y no habían vuelto a hablar.

Encarna, claro, no estaba de acuerdo con la forma en la que Luis estaba conduciendo su vida en los últimos meses.

Pero Luis le había dicho, le había gritado en realidad, que ella no tenía ni idea de lo dura que era su vida y que dejase de imponerle sus putos principios.

Sus putos principios de los cojones, habían sido sus palabras exactas antes de colgar el teléfono con toda la fuerza posible.

Un gesto bastante inane tratándose de un Smartphone, por supuesto, pero aun así se había sentido algo mejor pulsando la pantalla una y otra vez antes de lanzarlo al otro lado de la habitación.

De vuelta al baño de la discoteca, el tipo del lavabo se encogió de hombros ante la negativa y volvió a inclinarse sobre lo que quedaba de la cocaína.

A Luis se le ocurrió, fue un pensamiento fugaz que apenas duró un segundo, que quizá habría sido más fácil decir que sí.

Abrió la puerta del baño para salir y el sonido de una terrorífica versión tecno de Campana sobre Campana se coló en el baño y lo empujó de nuevo hacia dentro.

De verdad que odiaba las putas navidades.

Al dar dos pasos hacia atrás se tropezó con el otro hombre.

Quizás no fuera tan malo buscar algún consuelo adicional hasta que terminasen las fiestas. O hasta que se estrenase el single. Quizá lo justo para llegar hasta el estreno del nuevo disco y soportar todas las odiosas entrevistas de promoción.

Quizás si solo probase un poquito aún podría retener las riendas. Quizás.

Dejó que la puerta del baño se cerrase de nuevo y comprobó que el hombre había encontrado algo tremendamente gracioso en su reflejo del espejo. Una risilla estúpida se escapaba de entre sus labios.

Luis miró sin querer al otro lado y observó su propio reflejo.

Intentaba evitarlo, sobre todo por las noches y en estos lugares. No le gustaba demasiado lo que veía y no siempre era por las luces de neón. No se reconocía del todo en la mirada perdida, no triste exactamente, pero sí con un toque de desesperación.

Quizás...

Puede que hubiese un lugar, más allá de ese baño y de esa discoteca donde fuese posible volver a sentirse completo y feliz. Quizá era cuestión de renunciar al control por completo.

Sacudió la cabeza para apartarse de la ensoñación y dio un par de pasos hacia atrás hasta que su espalda se dio con los azulejos.

"Aún no".

La voz sonó más firme en esta ocasión y es posible que hubiera sido la suya propia.

Abandonó a toda prisa el baño y volvió al pasillo oscuro. De algunas esquinas salían gemidos que se imponían a la música y también algunas risas.

En el reino de las luces estroboscópicas buscó a sus amigos, sintió la bilis en la garganta de forma inmediata al referirse de esa forma a sus acompañantes de esa noche. Esa gente no eran sus amigos. Eran peones que servían a un fin de la misma forma que Luis lo era para ellos.

Quid pro quo. Tú me rascas la espalda, yo te rasco la espalda, dicho de otra forma.

Se acercó a la barra y pidió otra copa. ¿La quinta, la sexta?. Siete solía ser su límite, pero suponía que por una noche podía olvidarse de contarlas.

De hecho si lo próximo que sonaba por los altavoces era otra versión de otro puto villancico era muy probable que acabase pidiendo que le inyectasen el alcohol en vena hasta el 7 de enero.

Sintió un cuerpo amoldarse a su espalda y el olor a almizcle inundó sus fosas nasales.

- ¿Cómo está mi chico?

El tono de voz era demasiado agudo y el perfume demasiado dulce. Pero los pechos encajando bajo sus omoplatos con perfección casi matemática resultaban agradables.

Se le ocurrió un pensamiento extraño justo antes de girarse.

- ¿Cuánto perfume te pones?

Debía ser una cantidad notable para que le llegase por encima del olor a tabaco que él mismo desprendía, el olor a alcohol y el olor a humanidad que los ambientadores del local no eran capaces de disimular.

La chica esbozó una media sonrisa que pretendía ser provocativa. Todo en ella era estudiado. Cada palabra y cada gesto. Cada prenda de ropa.

- El necesario- completó la frase con un guiño.

Aun con los tacones, de altura considerable, necesitaba ponerse de puntillas para dejar un beso húmedo en su clavícula.

- Acaban de pasarme algo para jugar, ¿te apetece?

Luis había aprendido a no juzgar y llevaba ya demasiado tiempo en la industria como para escandalizarse, pero no podía dejar de extrañarse ante la naturalidad con la que aquella mujer tan joven se refería a algo así.

Sin cortarse lo más mínimo, dejó vagar la mirada por el escote generoso y posó la mano en la cadera. Por segunda vez en aquella noche, sintió el deseo de dejarse ir por completo.

Sabía que la mujer que tenía delante sería una buena compañía, pero al levantar la mirada y encontrarse de golpe con los ojos enormes se sintió repentinamente cansado.

Todo era perfecto, ella olía bien y era perfecta y suave en los lugares adecuados y angulosa en el resto. Pero sus ojos eran inexpresivos.

Se sintió cansado y anciano.

Negó con la cabeza y apoyó la frente en la cabello rubio.

- ¿Te importa que me vaya para casa?

No era una casualidad como había formulado la pregunta. No la estaba invitando a acompañarle a propósito.

Tanto odiaba sentirse solo algunas veces y necesitaba llenarlo todo con sonidos y voces, como le resultaba insoportable pensar tener a otra persona cerca en otros momentos.

Esta noche era de los segundos.

La rubia se mordió el labio inferior. Probablemente se preguntaba si era su deber acompañarle. Las fronteras aún estaban algo difusas.

- Te llamo mañana ¿vale?- Luis se adelantó a sus dudas.

Se inclinó un poco más para dejar un beso en su mejilla. Nada de besos en la frente. Le revolvían el estómago.

La joven frunció el ceño. No le apetecía ir con él, pero no le gustaba especialmente que fuese Luis quien tomase la decisión. No era así como ella gestionaba sus relaciones.

Inclinó la cabeza y sacó algo en su diminuto bolso. Luis había visto la pastilla rosa en muchas otras ocasiones, así que no le costó reconocerla. No era demasiado diferente de una pastilla de aspirina infantil, de esas que aún era corrientes cuando él era pequeño, aunque el color rosa era mucho más estridente.

La mujer la puso en su boca, como quien lo hubiera hecho con un caramelo y le guiño el ojo antes de ponerse de nuevo de puntillas y unir sus labios. El perfume dulzón le rodeó y le dejó paralizado un momento.

Primero fue consciente del beso, demasiado húmedo, y del sabor amargo de la droga en su lengua, después.

Intentó zafarse del abrazo y del beso, pero ella se limitó a profundizar ambas cosas.

Luis contó hasta diez antes de apartarse de nuevo. En esta ocasión, ella lo permitió.

- A lo mejor después nos vemos- guiño un ojo y sonrió.

Su voz sonaba un poco más profunda de lo que era habitual, pero no podía saber si era por la pastilla o por que la había forzado a sonar así.

Para cuando él fue capaz de contestar ella había desaparecido en medio de una marea de gente. Desde la barra, donde se había quedado clavado, tuvo la curiosa sensación de que los había hecho apartarse como un Moisés, con un simple golpeteo de sus tacones de suela roja.

Tardó aun treinta segundos más en darse cuenta de que aún tenía la maldita pastilla en la boca y entonces la escupió en su mano a toda prisa.

Esta desgastada por los bordes por los efectos de la saliva y había perdido algo de color. En el centro, aún se distinguía, algo amorfo, el perfil de un papa Noel sonriente.

Aún tenía el vaso de bourbon en la mano y lo llevó a los labios para borrar el sabor amargo del éxtasis. Se sintió mareado. No tenía demasiada experiencia pero probablemente no fuera una buena idea mezclar bourbon y mdma.

Agradeció el frío de la noche cuando por fin salió a la puerta. Estaba casi seguro de que había pedido un Uber en algún momento entre la barra y la puerta, pero no tanto de donde había dejado el teléfono después de hacerlo.

En la puerta, como todas las noches, varios taxis blancos esperaban a los primeros en abandonar la fiesta y se metió en uno de ellos sin pensarlo demasiado. No le apetecía pensar.

Dejó caer la cabeza hacia atrás y se esforzó por respirar más despacio para controlar la náusea que acababa de subir a la boca de su estómago. No recordaba haberle dicho al taxista su dirección pero el vehículo se movía igualmente. Puede que solamente fuese su cabeza dando vueltas.

Las luces de navidad de la Castellana discurrieron ante sus ojos y peleó para no quedarse dormido. No estaba muy seguro de ser capaz de despertarse y no quería ser ese cotilleo sobre el cantante borracho y drogado que corriese como la pólvora en redes sociales en cuanto el taxista se lo contase, con gran discreción, a todos sus conocidos.

- Madrid está realmente precioso.

Apartó la cabeza de la ventana y empezó a sonreír, agradecido de que le hubiera tocado un conductor hablador, así sería más fácil mantenerse despierto.

Descubrió sorprendido que la voz procedía de una persona sentada a su lado en el asiento trasero. Puede que sí se hubiera quedado dormido y habían parado a recoger a otro pasajero, pero no podía asegurarlo.

El hombre sentado a su lado era joven y rubio e incluso en la penumbra del coche a Luis le resultó vagamente familiar.

- ¿Pe..perdón?.

El desconocido sonrió un poco.

- Decía que Madrid está realmente precioso. Hacía tiempo que no venía por aquí. De hecho....- se llevó la mano a la barbilla y acarició una barba tan rubia como su cabello- de hecho no recuerdo cuando fue la última vez. ¿Cómo estás Luis?

Luis se incorporó en el asiento sorprendido.

- ¿Le...te conozco?- no parecía apropiado el tratamiento formal.

Detrás de la pantalla de metacrilato el conductor seguía a lo suyo aunque levantó la mirada hacia el retrovisor al escucharle.

- No, personalmente no- de nuevo la sonrisa que solo se mostraba en una de las comisuras- pero yo te conozco a ti.

Se le ocurrió de repente una explicación alternativa.

- ¡Joder! ¿Me he metido en tu taxi?- era del todo posible- lo que me faltaba esta noche....

El hombre se rio y la sensación de que le conocía de algo se hizo más patente. Estaba seguro de que le había visto en alguna parte.

- Tranquilo, en realidad me he metido yo en tu taxi...más o menos. Me llamo Tim, aunque nadie me llama así.

El nombre extranjero explicaba el suave acento. Tim se giró hacia la ventanilla abierta y acercó el rostro para sentir el viento.

- ¿Cómo te sientes, Luis?

Quizá se tratase de un fan. No sería la primera vez que le acosaban extraños que pretendían tratarle como si fueran amigos de toda la vida, aunque normalmente se trataba de mujeres. Intentó rebuscar en el batiburrillo de su cerebro alguna contestación de esas que siempre tenía a mano para los admiradores demasiado entusiastas.

- Estoy...

- Un poco perdido diría yo- asintió- Yo también estaba así.

Tenía que tratarse de un efecto de la pastilla rosa. Aunque no hubiera llegado a tragársela.

- Has tenido un año complicado.

A pesar del acento extranjero hablaba con seguridad y Luis se sintió cautivado por el tono de su voz.

- Supongo que sí- abrió los ojos de par en par sorprendido por sus propias palabras, o puede que por decírselas a un completo extraño.

También podía tratarse de un periodista. No sería la primera vez que una de las ratas apestosas del corazón trataba de hacerse pasar por su amigo.

- No soy periodista, Luis, no te preocupes.

¿Lo había dicho en voz alta?

Estaba casi seguro de que no, pero tampoco tenía claro cuándo le había dado su dirección al taxista o cuándo había entrado el hombre rubio en el coche.

- Estoy aquí para ayudarte...o puede que para advertirte- se reclinó contra el asiento, aún cerca de la ventanilla y algunos mechones de cabello rubio se movieron con el viento- eso depende de ti.

Tenía que ser la puta pastilla. Probablemente lo más prudente sería que le pidiese al conductor que le llevase al hospital más cercano.

- Estás hecho un lío- no lo preguntó, lo afirmó convencido- un verdadero lío y no vas por buen camino.

Luis se puso tenso. Un fan entusiasta, entonces. Había unos cuantos de esos que creían saber lo que era mejor para su vida y no tenían el menor reparo en decírselo.

- Oye, ¿Quién te ha dado derecho...

- Tranquilo, Luis. Yo también tomé malas decisiones, muy malas. Incluso peores que las tuyas. Por eso estoy aquí para avisarte.

- ¿Avisarme?

Hacía un buen rato que habían abandonado la Castellana, pero aún no habían llegado al Retiro.

- Sí. Avisarte- asintió satisfecho- ese es mi trabajo ahora. No está mal del todo, puedo viajar por muchos lugares. Aunque la parte interesante se la quedan otros.

La conversación era cada vez más bizarra. Sin embargo también era mayor la sensación de conocer al extraño que tenía al lado.

- A otros

Se sentía un poco estúpido limitándose a repetir las últimas palabras del otro.

- Sí, los otros tres, los que vendrán a verte esta noche.

Se mordió la lengua antes de volver a repetirlo. No tenía la menor intención de recibir visitas de nadie esa noche. Solo quería llegar a su cama, rezar porque estuviese medianamente limpia y dormir hasta que hubieran quitado todas las luces de navidad de la ciudad.

Aun así se vio en la obligación de preguntar.

- ¿Por qué van a venir a verme?

Esta vez, el desconocido se giró hacia él.

- Yo creo que para ayudarte, pero eso- inclinó un poco la cabeza hacia a lado- bueno, supongo que eso depende de ti realmente. No me gustaría que te pasase lo mismo que a mí.

A Cepeda le vino a la cabeza la estúpida historia de la niña de la curva que solían contar en las fiestas cuando eran adolescentes.

A medida que avanzaban, estaba más seguro de que la escena que estaba viviendo era producto de lo que hubiera logrado colarse en su sistema de las drogas. Probablemente no había sido una buena idea beber el bourbon después. O antes.

- Pero vamos a ver, ¿tú quién coño eres?

Levantó la voz y del asiento del conductor llegó un carraspeo severo. Pero el desconocido no se alteró en absoluto.

- Ya te lo dije antes, me llamo Tim. Tim Bergling

Ese nombre le sonaba. Pero era incapaz de rescatar el recuerdo de la maraña de ideas.

- Anda mira, hemos llegado a tu casa.

No era posible claro. Hacía solo un minuto que habían pasado junto a la puerta de Alcalá. Era imposible del todo.

Excepto que el taxi acababa de pararse y estaban delante de la puerta da su piso.

Confundido, llevó la mano a la cartera y la puso a toda prisa sobre el datafono para pagar el trayecto. Justo cuando lo volvía a guardar recordó que quizá su compañero de viaje fuese a continuar. Pero al girarse descubrió que el asiento estaba vacío.

- Me cago en la puta pastilla.

Le incomodaba perder el control de aquella manera. Por eso no tomaba drogas. Probablemente se lo había imaginado todo.

Pero al salir del taxi descubrió al extraño junto a su portal. A lo mejor no era del todo correcto llamarle extraño, ya que ahora sabía su nombre. Tim Bergling.

Con toda seguridad mañana, cuando sudase todo el alcohol sería capaz de recodar porque ese nombre le resultaba tan jodidamente familiar. Quizá el bicho raro lo hubiese pillado de un libro o una película.

Alguien había abierto la pesada puerta de madera y estaba casi seguro de que no había sido él. Se apoyó rápidamente contra ella antes de que pudiera cerrarse y esperó a ver que hacía el otro.

El hombre se había quedado en la acera, bajo la luz de una farola. De repente sin la penumbra del taxi y las luces de navidad marcando los ángulos de su rostro, Luis se dio cuenta de que era mucho más joven de lo que había pensado. Parecía incluso desvalido con las manos metidas en los vaqueros rotos. La chaqueta negra que llevaba no estaba pensada para hacerle frente al frío de Madrid en diciembre.

Al verle así, Luis sintió el extraño impulso de ofrecerle refugio. No parecía apropiado que pasara la noche en la calle. Llego a abrir la boca para hacer el ofrecimiento, pero el hombre, Tim, se le adelantó.

- No te olvides de las visitas, Luis- sonrió de nuevo y bajo la vista hacia las grietas de la acera, como si estuviese buscando algo- Espero que te sirvan de algo.

Hizo un gesto con los hombros que quizá quisiera ser una despedida y se dio la vuelta. No se giró de nuevo. Luis no dijo nada. Ni siquiera se despidió. Se limitó a menear la cabeza confundido por el extraño encuentro.

En el ascensor cerró los ojos para que la luz fluorescente no le revolviese el estómago y esperó a que se detuviese en su piso. Solo entonces, cuando por fin consiguió encajar la llave en la cerradura y la puerta cedió delante de él, se dio cuenta de a quién le recordaba el desconocido con quien había compartido el trayecto del taxi y se le escapó una carcajada sorprendida.

Como broma no estaba mal. Si él se pareciese a Avicii, también iría por el mundo diciendo que su nombre era el del músico fallecido, Tim Bergling y asustando a la peña.

Era una suerte que Luis no fuese el tipo de persona susceptible de asustarse con esas bromas. Ni siquiera colocado como sospechaba que estaba esa noche.

Justo antes de dejarse caer en la cama, sin sacarse siquiera la ropa que apestaba a tabaco, recordó vagamente la advertencia del bromista.

"No te olvides de las visitas".

Esperaba que los efectos de éxtasis se hubieran pasado por la mañana. No estaba de humor para más apariciones esa noche. 

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