Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 45

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By Hubrism

PASADO 42

Diego no puede manejar, así que pasa por mí en un taxi.

Hizo el esfuerzo de bajarse del vehículo a esperar mientras desciendo las escaleras del complejo de apartamentos donde vivo. Incluso a la distancia, y con el yeso, se ve fuera de este mundo. Lleva una camisa blanca de botones y los mismos jeans negros del otro día. Esta vez no lleva la gorra y el cabello un poco más largo en el tope de su cabeza ondea con la brisa caliente de la tarde veraniega.

Tuve que comprar varias revistas de modas para agarrar ideas sobre como arreglarme. Terminé comprando un vestido negro sencillo que acentúa mis mejores atributos. Es ceñido al cuerpo y no hay duda de que hace que mi trasero se vea enorme y mi cintura pequeña.

Mi cabello lo llevo suelto y me ayuda a no sentirme tan consciente de que llevo los hombros al descubierto, o de que el escote es más llamativo de lo que acostumbro. Pasé horas frente al espejo maquillándome hasta que quedé satisfecha, con sombra ahumada en los párpados y labios ligeramente más oscuros que su color natural.

Los ojos de Diego no se despegan de mí. Me agarro firmemente de la baranda de las escaleras para no tropezar. Sería fácil, porque solo lo puedo mirar a él. Menos mal que decidí usar sandalias tipo gladiador en vez de los tacones que tenía en mente. Sino ya estaría dando show rodando por el suelo.

Cuando llego frente a él, Diego suelta las muletas y extiende los brazos. No le importa que una de ellas se ha caído, con tal de que le dé el abrazo que pide.

Una vocecita en mi mente me dice que si dejo que esos brazos me rodeen, nunca más me voy a querer salir de allí.

La mando a mamar. Eso es precisamente lo que quiero.

Levanto mis brazos para enredarlos alrededor de su cuello. Diego cierra los suyos alrededor de mi torso y se enarca hacia el frente, fundiendo su cara entre mi cabello y mi hombro. Lo siento inhalar mi perfume, cosa que me da gracia porque yo estaba haciendo justo eso mismo. Todavía usa sándalo mezclado con una especie que solo le pertenece a su piel.

Su corazón late fuertemente contra mi pecho. A pesar de estar apoyado solo sobre una pierna, me levanta levemente en el aire hasta que no hay ni una molécula de aire entre nuestros cuerpos.

«Estoy en casa».

El conductor del taxi toca el claxon suavemente. Diego se separa de mí con una sonrisa pícara.

—Qué lástima, estaba muy cómodo.

Bufo.

—Vámonos, que tengo hambre. —Pero no solo de comida, aunque no puedo admitirlo en voz alta.

En el trayecto hacia el restaurante no decimos ni una sola palabra. Eso sí, su mano consigue la mía en la oscuridad y enlazo mis dedos con los suyos. Como si no fuera novedad.

He visto muchos pacientes que se ponen gruñones cuando se les ayuda con las muletas o al abrir puertas, y el Diego de la adolescencia hubiera reaccionado así. Pero no este Diego. Este me mira como si yo hubiera descendido del cielo para estar solo en su presencia.

Solo se asoma un poco del dolor que debe sentir cuando se sienta en la silla del restaurante.

—¿Estás bien?

—Sí, gracias.

Posiciono las muletas contra la mesa para que no se caigan y me siento en la silla opuesta a él.

—Ya sabes, nada de alcohol esta noche. Todavía estás tomando antibióticos.

—Como usted diga, Doctora. —El brillo en sus ojos me indica que con esa última palabra su mente se está metiendo en territorios no aptos para todo público.

Aclaro mi garganta y observo el restaurante. Considerando que parte de la decoración incluye cuatros y maracas, concluyo que es un restaurante venezolano. La verdad ni noté mi entorno en todo el camino. Solo tuve ojos para él.

Uy, qué peligroso es este Diego Abreu.

—Buenas noches, aquí les dejo el menú —dice el mesonero. Sus ojos se desvían un poco al sur de mi atuendo y el gesto no pasa desapercibido.

—Gracias. —Diego le pone un tono tajante a la palabra, de una manera que manda al otro hombre a correr hacia la cocina.

Admito que no me molesta.

Agarro mi menú con más tranquilidad de la que siento.

—¿Eso qué fue? ¿Celos?

—Sí.

Subo la mirada por sobre el borde del menú. La atención de Diego también está en el contenido del panfleto, pero no hace intento de ocultar la arruga entre sus cejas.

—Has cambiado. Cuando estábamos en el colegio nunca mostrabas lo que pensabas o sentías. —Hago una pausa para recordar todo lo que sufrí por eso y suelto un bufido—. Es más, por eso fue que prácticamente no me di cuenta de que disque te gustaba casi hasta la graduación.

—Disque, no —refuta aún sin levantar sus ojos del menú—. Me traías loco desde el principio, pero yo no estaba cuerdo en esa época.

No puedo evitar inhalar con fuerza. Finalmente eso le arrebata la atención.

Diego cierra el menú y lo pone sobre la mesa, antes de hacerme presa de esos ojos hermosos y únicos con los que tanto he soñado.

—En el año antes de que te conociera había perdido una novia, luego a mi papá y al sitio en el que me crié.

Recuerdo todo eso. Me lo confió a cuentagotas en aquel entonces.

—No sabía lidiar con todo eso.

—Es normal. —Luego agrego con una pequeña sonrisa—: Aunque en aquel entonces me parecías un cascarrabias insoportable.

—Lo era. —Diego hace un puchero como burlándose de sí mismo—. Pero también era un cobarde. El jalón que yo sentía hacia tí me aterraba.

—Yo también —admito de golpe, sin guardarme nada—. Y sobretodo porque apenas me iba recuperando del desastre con Luis Miguel.

Diego respira profundo como armándose de paciencia.

—Ah, sí. El Goicochea. También estaba hecho añicos por tí. Mami me contó que saliste con él, años después. ¿Por qué quedó ahí?

—Este... —Me retuerzo un poco ante el tema, pero tampoco quiero mentir ni por obra ni por omisión—. El estaba conscripto en la Aviación en Maracay, y luego yo me vine aquí.

—Para mi suerte.

No logro reaccionar ante eso.

Un mesonero diferente llega para tomar nuestras órdenes y aunque le he prestado cero atención al menú, adivino que tienen cachapas y pido una con queso, jamón y nata, y un papelón. Diego pide un desayuno criollo, a pesar de que son las siete de la noche.

Después de que el mesonero se va, se arma un silencio de nuevo. No es incómodo, solo que mi cerebro aún no ha dado con cómo contestar a lo que Diego dijo.

—Sabes que cuando me enteré de eso fue que empecé a salir con Kristi. Necesitaba sacarte de mi sistema a como diera lugar.

El nombre me suena, Moira lo mencionó alguna que otra vez. Eventualmente lo reemplazó una tal Amber, creo que la atleta.

—¿Me estás diciendo que todavía te gustaba a esas alturas?

—Todavía me gustas —responde él con un levantamiento de hombros—. Y cómo ahora sí sé lo jodido que se siente perderte, no tengo mucho interés en ponerme con rodeos.

Apoyo mi cabeza contra una mano ante el peso de los pensamientos que explotan en mi cabeza. Desde cómo hubiera querido que él fuera sincero conmigo cuando estábamos en bachillerato, hasta la certeza de que igual hubiera tenido un final en aquel entonces.

¿Y ahora? ¿Ahora qué?

El mesonero llega con nuestros platos y bebidas en tiempo record. Me espero a que la mesa esté lista y quedemos solos nuevamente para hablar. Toda mi piel cosquillea de nervios pero yo tampoco tengo ganas de ponerme misteriosa.

—Diego, te voy a decir la verdad así me duela. —Pauso y en ese momento él se congela en el acto de llevarse el vaso de agua a los labios. Respiro profundo—. Nunca te he podido superar. En este instante me siento como si me hubiera ganado la lotería; tuve que pellizcarme varias veces en la tarde para asegurarme de que nada de esto es un sueño. Pero yo no me voy a mudar a Nueva York así como así, y no te voy a pedir que me hagáis promesas que no podéis cumplir. Entonces, ¿qué hacemos aquí?

Su pecho sube y baja con una respiración profunda. Es lo único que delata que él quizás también está vuelto un manojo de nervios.

—No has cambiado, Bárbara. Sigues buscándole las cinco patas al gato.

No aprecio que me ha esquivado la pregunta, pero a lo mejor él tampoco tiene respuesta. Y hay hambre. Así que nos enfocamos en la comida por un rato.

Robo más de una mirada de Diego mientras comemos. Si eso es la finalidad de esta cita, creo que me conformo. Estoy viviendo un sueño de la adolescencia saliendo con este hombre. Quizás debiera dejar de buscarle las cinco patas al gato y solo disfrutar el momento.

Después del postre, Diego va al baño con sus muletas y al regresar está más claro que el agua —y no la del Lago de Maracaibo— que ya no puede más con el dolor. Mi modo doctora se activa.

—Te ves mal. Dejémoslo hasta aquí por hoy.

—Pero...

—Yo llamo al taxi —declaro mientras lo ayudo a salir del restaurante—. No te debí dejar estar sentado tanto rato. Te deben doler las costillas una barbaridad.

—¿Una barbaridad? —Diego me ofrece una sonrisa.

—Chito. No lo dije como chiste.

Por fortuna no esperamos mucho tiempo hasta que llega el taxi. Esta segunda vez es más laborioso para ayudarlo a entrar al vehículo y, a pesar de que Diego hace esfuerzo para disimular, lo puedo oír jadeando del dolor.

—¿Dónde te estás quedando? —le pregunto una vez que ya le he puesto el cinturón de seguridad y me pongo el mío.

—En un hotel.

—Dale la dirección al conductor.

Diego frunce el ceño con tanto disgusto que hasta en la oscuridad dentro del taxi lo distingo.

—Pero, ¿y entonces quién te va a llevar a tu casa?

Señalo al taxista con una mano.

—No —afirma Diego.

—Sí —insisto.

Este enfrentamiento no dura mucho hasta que el taxista se voltea.

—Aja, ¿qué va a ser, pues?

—El hotel y punto.

A regañadientes le saco la dirección y nos dirigimos ahí. Diego va todo el camino de brazos cruzados y con la cara volteada hacia la ventana.

Lo que él no sabe es que de forma retorcida le estoy agradeciendo al cielo por estas circunstancias. Si no tuviéramos que terminar la cita temprano por sus lesiones, me lo comería. Y después de eso nadie aguantaría mi desamor cuando él se fuera de Miami.

Hay tantas cosas que han pasado desde la última vez que nos vimos que nos han transformado en personas diferentes. Y aún así sé, desde el fondo de todo mi ser, que si hay un hombre en este planeta con la llave a mi corazón, es este. Lo sé de la misma forma que el cielo es azul, que el agua es mojada y que la noche es oscura.

Al pobre le cuesta tanto moverse a estas alturas, que tengo que despedir el taxi y ayudarlo a subir a su habitación. En el ascensor del hotel, Diego se recuesta contra la pared con sus ojos fijos en mí.

—¿Te tienes que ir?

La pregunta se clava en mi pecho como un dardo.

—Claro. Necesitas descansar, no... —No hacer cosas que exacerben sus lesiones. Tengo que ser profesional aquí—. Yo fui la que te reparó la pierna en quirófano, por cierto. Sé lo mucho que debes estar sufriendo. No arruines mi trabajo.

Diego no dice nada.

El ascensor llega al piso de su habitación y lo acompaño hasta la puerta. Se balancea precariamente de las muletas mientras palpa sus bolsillos para sacar la llave, pero las muletas lo imposibilitan.

—Este, ¿en qué bolsillo la tienes?

—Creo que en el de atrás, a la derecha.

Con mucho cuidado intento no hacer demasiado contacto con su cuerpo mientras hurgo en el bolsillo. Ambos sabemos que es inevitable. Ambos sentimos como mis dedos rozan con su glúteo. Es tan duro como el granito.

Finalmente saco la llave, justo cuando estaba al borde de infarto. La inserto en la puerta y la muy hija de puta pesa como todas mis culpas. Tengo que usar todo mi cuerpo para sostenerla y que así Diego pueda entrar a su habitación. Está oscura pero con la luz del pasillo avisto el panel donde debo insertar la llave para encender las luces. Lo hago y no sé si es por la claridad repentina, pero Diego se tropieza.

Con agilidad que no pensé que poseía, lo atraigo contra mi propio cuerpo y prevengo la caída. Me recuerda a cuando se desmayó en el laboratorio de Biología y casi me aplasta.

Excepto que esta vez lo tengo prisionero contra la pared.

Sus muletas se caen al mismo tiempo que la puerta se tranca. El estruendo normalmente me haría brincar del susto, pero nada me importa. Nada, excepto como las manos de Diego se ciñen alrededor de mi cintura.

—No te vayas —murmura con toda su atención en mis labios.

Ruedo mi lengua por ellos y el movimiento le roba el aire.

—Diego, no podemos ponernos creativos. Necesitas descansar.

—¿Y si nada más me besas?

—Déjame llevarte a tu cama y después de eso me voy, ¿okay? —Sacudo la cabeza. Dudo que pueda parar solo en un beso.

No genera ninguna respuesta pero no importa. Es lo correcto.

Apoyo su brazo sobre mis hombros y poco a poco, brinco a brinco, lo llevo hasta la cama gigante al centro de la habitación.

Muy tarde me doy cuenta del error que he cometido. Al llegar al borde de la cama, en vez de dejarse caer sobre ella, Diego me atrae consigo hasta que caigo encima de él.

El dolor no parece importarle. Igual no me deja ir.

—¿Estás loco? —Me pongo en cuatro patas para liberar mi peso.

Sus manos siguen agarradas de mi cintura, lo suficientemente firmes que sé que no me dejarán ir.

—Sí —admite con toda su cara arrugada del dolor—. Bésame y te dejo ir.

Entrecierro los ojos.

No es como que no lo quiero besar. Y mucho menos arrodillada sobre él, mis muslos a los lados de sus caderas. Pero aunque la mitad de mí quiere seguirle la corriente, la otra mitad teme que le haga daño.

—Diego...

En eso ocurre algo nunca antes visto. Curvea los labios como un niño malcriado y me parte el corazón.

Suspiro.

—Está bien, pues. —Sin advertencia, le doy un besito suave en ese arco y me alejo de nuevo—. Ya, ¿feliz?

—Qué va. Eso no es suficiente.

Con sus manos enormes y cálidas me funde contra su pecho, y antes de que pueda reaccionar levanta su cabeza para capturar mis labios en los suyos.

Diego gime como alguien que ha estado anticipando comerse un postre delicioso, y al fin muerde el primer bocado. De hecho, muerde suavemente mi labio inferior de la misma manera. Casi me arranca un ruido vergonzoso que tengo que tragar a duras penas.

Los brazos me tiemblan de sostenerme. Quisiera dejarme caer y permitir que su cuerpo me absorba. Me separo brevemente para apoyar mi peso sobre mis antebrazos en vez de mis manos, y con eso estoy mucho más cerca de él. Su respiración abanica mi piel, y sin duda la mía hace lo mismo. Corro mis dedos por los bucles de su cabello como siempre he querido hacer.

Diego traga grueso.

—No te vayas —repite con un quiebre de su voz que me desarma.

Sus manos se deslizan por mi espalda, una hacia abajo y la otra hacia arriba. Una se asienta en la curva de mi trasero y lo empuja hacia abajo, hasta que no hay distancia entre nosotros. Siento la evidencia de su interés contra mi cuerpo, y obviamente a esa parte del suyo no le importa que otras le puedan doler. Y en este momento a mí también me deja de importar y mi profesionalismo agarra sus macundales y se sale de la habitación.

Con la otra mano suavemente acerca mi cabeza hacia la suya. Le pongo resistencia en el instante antes de que nuestros labios se toquen.

—Yo me quedo aquí, vos sois el que se va —le digo, nuestros labios rozando a intervalos con las palabras. Solo ese contacto enciende llamaradas de fuego por todo mi cuerpo—. Y después de esta noche temo que te vais a llevar mi corazón y me vais a dejar un hueco en el pecho.

Sus dedos se enredan en los gruesos rizos de mi cabello hasta acariciar mi cuero cabelludo. Creo que me quiere matar.

—¿Y si te dejo el mío a cambio?

No le contesto. Desciendo mis labios contra los suyos y con fuerza los empujo para que abran. Acaricio su lengua con la mía con movimientos lánguidos y sensuales. Su otra mano deja un rastro de calor por la piel de mi muslo hasta escabullirse bajo mi vestido.

Pronto pierdo el control y soy incapaz de contener toda clase de suspiros, gemidos y palabras que solo susurraré en los oídos de Diego.

Y como temía, con caricias y confesiones me arrebata el corazón.

NOTA DE LA AUTORA:

✨💖😱😍🎊🥵🥰🎉🥳😘☺️🧡✨

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