Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 42

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By Hubrism

PRESENTE 10

El camino hacia el final feliz es arduo y culebrero. Por eso nunca he querido hablar mucho al respecto. Solo recordar todo lo que pasé para llegar a este punto, hace que reviva todas esas emociones de nuevo y en los mejores días me cansan. En los peores me dan ganas de patalear y llorar.

Creo que a pesar de tener mis treinta y pico de años, en el fondo sigo siendo esa niñita malcriada que quiere obtener todo fácilmente. Pero todo ha sido difícil. Entrar a la universidad. Irme del país. Empezar de cero, sola. Hacerme con el marido. Lograr casarme. Tener hijos. Mantener la carrera.

Y mientras espero los resultados de los exámenes en la casa de mi prima, echándole el cuento a mis hijos, me pregunto si la siguiente etapa de mi vida será otra dura prueba.

—¡Visteeeeee! —Matías se monta sobre el sofá de la sala y señala a su hermana mayor con un dedo que demuestra sorprendente altanería.

Mientras tanto Martina se cruza de brazos, su carita fruncida como si fuera a llorar.

—No me lo creo hasta que mami lo diga de su propia boca.

No sé de donde sacó el talento Samuelito de quedarse dormido en plena tertulia. Su cabeza reposa sobre el regazo de su madre, quien se soba su barriga con una mano. Dayana lleva rato mordiéndose los labios para no reventar en carcajadas, a sabiendas de que eso sí qué podría despertar a su dormilón.

—¿En esto han pasado todo el fin de semana? —indaga mi prima, sacudiendo la cabeza.

—Sí, mija. —Suspiro con aire de sufrida, aunque en realidad todo esto me ha ayudado a no estar volviéndome un pollito sin cabeza.

—Ya sabéis, si te falla la medicina te podéis meter a escritora. —Dayana silva por lo bajito.

—Este es el único cuento que me sé —refunfuño. Después de todo, le di mil vueltas en la cabeza por años.

—Vas a tener que lavar los platos por una semana. —Matías le saca la lengua a su hermana, a quién la cara se le pone cada vez más roja.

—Matías. —Le pongo mi mejor voz de mamá regañona—. Si te seguís portando así te voy a hacer lavar los platos a vos, independientemente de que podáis tener la razón o no.

—Pero si tengo la razón, ¿verdad? —Tiene la decencia de sentarse de nuevo en el sofá—. Nuestro papá es el nuevo.

—Todavía falta cuento —respondo crípticamente.

En eso suena mi celular. Lo primero en lo que pienso es precisamente en su padre. Pero cuando levanto el dispositivo de la mesa de café y veo la pantalla, noto que la llamada entra desde el hospital.

—Permiso. —Me levanto y le lanzo una mirada a Dayana—. ¿Te encargáis de ellos?

—Claro. Buena suerte. —Los ojos oscuros de mi prima reflejan la misma preocupación que yo siento.

—Un momento —digo al teléfono—. Necesito conseguir un sitio tranquilo.

Subo las escaleras con más dificultad de lo que debiera. Es una de las razones por las que creo que algo anda mal. Ya llevo dos días de descanso del turno brutal en la sala de emergencia, y esto no me debería cansar.

Me encierro en el cuarto de huéspedes de la casa de Dayana y su esposo, asegurándome de pasar el botón de la puerta. Tomo asiento en la cama y cuatro bocanadas profundas de aire.

—Lista. ¿Cuál es el problema?

—Bueno son dos cosas y están relacionadas —responde la voz de Patricia, una de las enfermeras de emergencia con las que más trabajo.

—Me tienes en ascuas. Suéltalo.

—Tienes un poco de anemia y el azúcar lo tienes bajo.

—¿Esas son las dos cosas? —interrumpo porque no puede ser. Me siento demasiado mal como para que sea solo esto.

—Ah, bueno entonces son tres cosas. —Tiene las bolas de reírse.

Por una parte eso me indica que la cosa no es grave. Por otra parte la quiero matar.

—Y entonces, ¿cuál es la tercera? —escupo con voz que expresa exactamente lo que siento.

—Felicitaciones, doctora. Está embarazada.

—¿Quééééééé?

Creo que se me van las luces por un momento.

De pronto me consigo como una estrella de mar sobre la cama, mirando el techo. Una vocecita lejana sale del receptor del celular. Con un brazo tembloroso lo levanto. Patricia está diciendo algo más, no sé qué. Mi cerebro hizo su maleta y se fue pa 'el coño de vacaciones. Solo atino a darle las gracias y trancar.

Me quedo un buen rato así, en silencio total.

—Bueno, a ver —me digo a mí misma—. La buena noticia es que no me estoy muriendo. La mala noticia es que otro bebé me va a matar.

¿Cómo coño pasó esto?

Obviamente sé cómo. La pregunta viene a mi mente es porque no pensé que a estas alturas de mi vida eso sería posible. Es cierto que dejé de usar anticonceptivos hace unos años porque me producen bastantes efectos secundarios. Y como mi esposo se la pasa viajando, no compartimos tanto tiempo juntos como para que el riesgo sea muy alto. Además, cada vez que hacemos el amor usamos condón.

Como si fuera un tocadiscos, mi mente selecciona la memoria de la última vez que lo hicimos y le da replay. Habíamos pasado eso de dos meses sin vernos y ganas sobraban. Intensas. Quizás demasiado vigorosas.

¿Será que no se puso el condón bien, o que se rompió?

—Lo mato.

Hace ya nueve años desde que tuve a Matías. Ni en mis sueños más disparatados me hubiera imaginado que saldría embarazada otra vez.

Y para rematar, ni con Martina ni con Matías tuve embarazos tranquilos o partos fáciles. Los dos fueron naturales y jamás he sentido tanto dolor como cuando les di a luz. Pero la cesárea es muy jodida con el cuerpo, incluso por más tiempo después del parto. Si tan solo pudiera dar a luz como por arte de magia...

Un sollozo se escapa de mi garganta.

Agarro el celular y marco el número de mi esposo. No me importa si está trabajando. Más vale que atienda.

—Mi reina, estoy ocupado con...

—¡Es tu culpa!

—¿El qué? —Otro sollozo revienta y le hace cambiar el tono—. Bárbara, ¿qué pasa? ¿Algo está mal?

—Sí, algo anda mal. Que estoy embarazada otra vez.

Del otro lado un silencio sepulcral gasta segundo tras segundo. De mi lado sale un hilo de expletivos que sonrojarían a un marinero.

—¡Di algo, pendejo!

—Este, la verdad no sé qué decir. —Le sale una risita trémula y nerviosa—. ¿Pero estás bien? Porque, es que, bueno... no estamos tan jovencitos como antes.

—Qué de bolas, ¿me lo vais a decir a mí? Yo soy la que va a tener que crecer todo un ser humano en su barriga y luego expulsarlo sin que me desgarre en dos en el proceso.

Oigo como se le sale el aire de los pulmones, seguido de un golpe. O se sentó abruptamente, o se cayó al suelo.

—¿Seguís ahí? —pregunto para cerciorarme.

—Sí. —Su voz suena ahogada—. ¿Hay algún riesgo para tí?

—No lo sé —refunfuño—. Tengo que pedir cita con el obstetra.

—¿Y lo quieres? —pregunta él con precaución—. Digo, porque yo quiero lo que tú quieras.

Tomo varios minutos para pensarlo, en los cuales mi marido espera con paciencia que nunca hubiera imaginado que tenía.

Sé que hay opciones, que a estas alturas de mi vida no hubiera querido empezar a criar un bebé de nuevo. Pero algo parecido me pasó por la cabeza cada vez que salí embarazada anteriormente. Que si estaba haciendo una maestría o un doctorado. Que si mi esposo estaba siempre de viaje. Que nunca era el momento.

Pero si no los hubiera tenido, Martina y Matías no estarían en nuestras vidas. No me las imagino sin ellos.

Mis ojos se deslizan hacia mi estómago. No hay señales visibles de que ya hay vida adentro. Deslizo mi mano sobre la superficie. Si Dios quiere que tenga otro terrorcito, así será. Su padre y yo nos las tendremos que arreglar.

—Sí, lo quiero.

Del otro lado de la línea, él suspira como con alivio.

—Pues... vamos a ser padres otra vez.

—Así parece. —Limpio una lágrima que baja por mi mejilla—. Quisiera tenerte aquí para coñasearte y besarte a la vez.

Le arranca una risa.

—Yo también quisiera que me coñasearas y me besaras a la vez. Me gusta cuando eres agresiva.

—Cochino.

—¿Yo? —Pone voz de inocencia exagerada—. Yo no soy la que me dejó la espalda y las nalgas arañadas la última vez.

Menos mal que no hay nadie aquí para que vea como me convierto en un semáforo en rojo de pies a cabezas.

—Que conste que yo no me preñé sola.

Su carcajada me contagia, y aunque hace unos minutos era un mar de lágrimas, ahora floto de alegría. Lo amo y sé que me ama. Juntos enfrentaremos lo que sea.

Después de terminar la llamada, lavo mi cara y bajo de nuevo. Tengo que terminar el cuento. Ahora que sé que no tengo una enfermedad grave, la historia sí va a tener final feliz de verdad.

NOTA DE LA AUTORA:

✨ ¡¡¡SORPRESAAAA!!! ✨

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