Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 40

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By Hubrism

PASADO 38

Cuando dijo cena y cine me imaginé que íbamos a comer algo rápido en la feria de comidas de un centro comercial, antes de entrar a ver una película. Pero no. Luis Miguel podrá haber cambiado físicamente pero aún sigue siendo el mismo «todo o nada» de siempre.

Debo parecer una turista observando cada detalle del restaurante. Es uno de esos elegantes que sirven comida italiana auténtica, con porciones y precios que una familia italiana consideraría un asalto a mano armada. Estoy muy fuera de base con mi blusa de Zara y los mismos jeans que uso a cada rato para ir a la universidad. El arreglo de cabello y maquillaje que me hicieron Valentina y Dayana me pareció espectacular hace unas horas, pero ahora lo siento insuficiente. Aquí había que venir con traje de fiesta y maquillaje profesional, según noto del resto de comensales.

Luis Miguel también resalta con su camisa a botón sencilla y un aspecto atractivo y atlético que tiene a toda la mitad femenina de clientes y empleados babeándose.

Esa es otra razón por la que me muero de vergüenza. Todas me miran como preguntándose qué hace una pata en el suelo como yo con este muñeco.

—Este... ¿no te parece que está como muy elegante este sitio?

El pobre se encoge.

—Me dijo un Cabo Segundo que este restaurante era bueno para citas pero admito que no investigué mucho al respecto.

Citas.

Dijo que esto es una cita.

Casi temo que mis cuatro amigas salten de entre las plantas o debajo de las mesas para gritarme «te lo dijimos, imbécil».

Me retuerzo en mi silla hasta el punto de que la hago chillar.

—Ya va —digo de pronto, agarrándome de cualquier excusa para no tener que enfrentar el hecho de que esto es una cita y lo que eso significa—. ¿Cabo Segundo?

—Ah, sí. Estoy en la Aviación. —Luis Miguel se pone una servilleta de tela sobre las piernas.

—¡Con razón estás así!

Quisiera golpearme yo misma pero ya es muy tarde, las palabras explotaron de mi boca. Unos señores de la mesa más cercana voltean para lanzarme miradas asesinas.

—¿A qué te referís? —Las mejillas de Luis Miguel tiemblan con el esfuerzo que hace para no reírse.

Ni loca admito en voz alta que está buenísimo. Que me tiene con ganas de tirármele encima a ver si me puede atrapar con eso brazos fuertes.

—Digo, así como fortachón.

De alguna manera u otra sobrevivo las terribles ganas de caer muerta en el acto.

Luis Miguel pasa la palma de su mano por su cabeza. Me pregunto si el cabello tan cortito que lleva será suave. El movimiento hace que la manga de su camisa parezca estar a punto de reventar ante la tensión de los gruesos músculos de sus brazos.

Levanto el vaso de agua con hielo y tomo un largo trago para refrescarme.

—Es de tanto entrenar. Soy Sargento Primero después de casi dos años en la Academia en Maracay.

Uf, eso definitivamente no es el gimnasio a la vuelta de la esquina.

—Momento, ¿dijiste Maracay? ¿Y entonces que hacéis por aquí?

Pone los antebrazos contra el borde de la mesa para inclinarse adelante.

—Es que estamos haciendo un ejercicio en la base Rafael Urdaneta y mi superior me dio permiso.

—Para...

—Para comprarle galletas —explica, riéndose cuando se me sube el color hasta las mejillas—. Y también para sacarte a salir hoy.

El mesonero me rescata trayendo los platos que pedimos. Nada de vino para ninguno de los dos; él porque tiene que volar mañana y yo porque tengo que levantarme temprano a estudiar para un parcial.

—Tu supervisor suena bastante relax.

—Es medio bipolar. —Hace una pausa para meterse un bocado de pasta boloñesa a la boca. Después de masticar sigue—: En medio entrenamiento nos hace vomitar pero al rato nos está alcahueteando como si fuéramos sus hermanitos menores... Perdón, estamos comiendo.

Casi me hace reír.

—Ay, mijo. Mencionar vómito no va a hacer que deje de comer. A estas alturas en la carrera ya he visto muchas cosas peores.

Si le cuento de lo que voy a aprender en un simposio al que voy en Miami dentro de poco, capaz se desmaya. Hasta el más macho vernáculo no aguanta ni oír de fracturas abiertas. Que lo diga mi primo Salomón, que casi pierde el almuerzo cuando hablé de esto el otro día. Diego seguro que reaccionaría igual.

—¿Qué tal es estudiar medicina?

Medito la pregunta mientras demuelo unos tortellini rellenos de ricotta y auyama que están como para chuparse los dedos. Excepto que me los como con cubiertos como una señorita refinada.

—Hmm, es una hermosa pesadilla de la cuál no me puedo despertar así lo intente.

Luis Miguel suelta una carcajada.

—Suena como que te encanta y lo odias a la vez.

—Lo que odio es la petulancia de los profesores. Espero que cuando ya sea profesional no sea una engreída como ellos.

—Imposible, siempre habéis sido muy justa. Estoy seguro de que vais a ser una profesional intachable. —No he terminado de asimilar los cumplidos cuando agrega—: Y asumo que si aceptasteis salir conmigo significa que no tenéis novio, ¿no?

El tenedor se me cae contra el plato, pesado ante la masa de tortellini y la repentina debilidad de mis músculos.

Pestañeo rápidamente. Puedo imaginarme a cualquiera de mis amigas reaccionando ante este comentario con la certeza de que el chamo en cuestión está interesado.

De solo ver como ladea la cabeza ligeramente en anticipación lo sé. Y aún así no me lo creo, y eso si no sé por qué. Es como si el hecho de que yo sigo empepada con Diego fuera imposible de traducir a Luis Miguel hacia mí. Lógicamente, dos años debieran haber sido suficiente para pasar la página, ¿cierto?

—No —contesto después de aclararme la garganta varias veces—. Me la paso demasiado ocupada como pa' pensar en chamos, y ellos tampoco parecen pensar en mí.

—Esa segunda parte no puede ser, si estáis bella. —Él frunce el ceño.

Cubro mi cara con mis manos.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —Pregunta él, su voz al borde del pánico.

En contraste la mía suena como un gemido continuo.

—Pero, ¿me queréis matar? No podéis decir eso así como así.

—¿Y cómo más? —En la pausa, asomo un ojo por entre mis dedos y lo agarro pensativo—. En la academia no nos dejan tener novias ni casarnos. Por eso yo tampoco he salido con nadie en todos estos años. Pero cuando te vi otra vez... no sé, como que volví a la vida.

El pulso lo debo tener por las nubes. Quisiera poder ser un avestruz y esconder la cabeza bajo tierra hasta que se me enfríe de nuevo.

—Luis Miguel...

—Cero estrés. —Levanta las manos en el aire como una barrera—. Al final de cuentas, entre la Academia en Maracay y vos aquí, no te puedo sacar a salir mucho que digamos.

—Pero si estuvierais aquí, ¿sí lo harías? —pregunto con voz ahogada.

—Sin duda. —Me pone expresión como de que fue una pregunta estúpida.

Ni con lo obtusa que soy para estas cosas puedo negarlo. Aún le gusto a Luis Miguel.

De milagro sobrevivo el resto de la cena y el camino hacia el cine. Luis Miguel maneja el carro de sus papás mientras relata algunas de sus historias en la Academia. Yo también comparto algunas de las menos asquerosas. Aunque la conversación nunca para, los nervios no dejan de revolotear en mi interior.

Luis Miguel voltea cabezas en la cola para comprar bebidas y chucherías. Clavo la mirada en los tickets de She's the Man. Prefiero eso que seguirme calando los ojos fieros de toda soltera alrededor.

—¿Lista? —Va cargado de toda clase de cosas, refrescos, cotufas, Sambas, Cocosettes y gomitas. Como si no estuviéramos hasta el tuétano de pasta.

—¿Quién carajo se va a comer todo esto? —Agarro parte de la carga para ayudarlo.

La pregunta lo hace desternillar de la risa.

—Quizás me pasé un poquito pero la verdad ya me está dando hambre. ¿A vos no?

—El músculo que más ejercito es el cerebro y te garantizo que no necesita tanto combustible. —Meneo la cabeza.

—Bueno, si queréis entrenar otros músculos me avisáis.

Le doy un puñetazo en el hombro pero es como golpear una pared de concreto. Tengo que apretar los dientes para no quejarme del dolor, sobretodo cuando a él lo que le da es risa.

Nos sentamos en el medio de la sala de cine. No está muy llena, a pesar de ser viernes por la noche. En el instante en que las luces se apagan mi corazón empieza a bailar una rumba en mi pecho. Me ocupo tomando varios tragos del refresco que me compró Luis Miguel; se ha rehusado a permitirme que pague nada en toda la noche.

De reojo, lo veo comer algunas cotufas. Su atención está plenamente en la pantalla que muestra los primeros trailers. Lo mejor que puedo hacer por mi salud mental es mantenerme a distancia razonable.

He ahí la razón del dicho «amor de lejos, amor de pendejos». Si dejo que Luis Miguel despierte los sentimientos que una vez tuve de chamita, la pendeja aquí voy a ser yo.

Tengo que admitir que todo esto me ha subido el ánimo. Saber que si puedo levantar no tiene precio. Y mucho menos cuando se trata de un chamo lindo y dulce como Luis Miguel.

Como atraídos por un imán, mis ojos se desvían de la pantalla y vuelven al chamo a mi lado. Lo agarro mirándome fijamente, como si yo fuera más interesante que Amanda Bynes. Y yo no me hubiera imaginado que lo iba a encontrar más atractivo que a Channing Tatum.

—¿Bárbara?

Oír mi nombre como un susurro de su boca me hace estremecer.

—¿Luis Miguel?

Con la luz de la pantalla noto como se forma una sonrisa en sus labios.

Ay, no. Ahora no puedo despegar la vista de ellos.

—¿Te puedo besar?

Me congelo.

Quiero decir que no. Besarlo sería estúpido. Él se va mañana y yo me quedo aquí. No voy a estar haciendo el papel de boba empatándome a distancia con un chamo al que en teoría ni lo dejan tener novia, por muy alcahueta que sea su superior.

Por otra parte... hoy estamos los dos aquí. Y no voy a decir que estoy enamorada de él, pero tampoco me molesta tener su atención. No está mal que me divierta un poquito, ¿verdad? Sin desenfrenos ni locuras, solo un poquito.

Inhalo profundo. Pongo mi bebida en el lado opuesto a él. Agarro el pote de cotufas gigante y lo pongo en el puesto vacío a mi lado. Levanto el posa brazos entre los dos para que no haya barrera.

Esto va a pasar. Voy a besar a Luis Miguel y sé que lo voy a disfrutar. No tengo miedo porque está muy claro que es esto para los dos una pequeña fantasía de algo que no puede ser.

—Bésame —digo a modo de orden.

Él saluda con la mano, como si la directiva viniera de un general. Sonrío.

Es una lástima que no vivimos en la misma ciudad. En ese caso sería una estúpida si lo dejara ir.

Me atrae hacia su cuerpo con un brazo y cierro los ojos. Con la mano libre sostiene mi cuello mientras sus labios devoran los míos. Me saben a cotufas. Los míos le deben saber a Coca-Cola.

Corro mis manos por su pecho, dejando un rastro de tensión en sus pectorales hasta que llego a su cuello. Aún sentados logro fundir mi pecho contra el suyo. El staccato de nuestros corazones, el uno contra el otro, me hace olvidar donde estoy.

Soy yo quien, acariciando su labio con mi lengua, hace que el abra su boca para explorarla. Le arranca un gemido del pecho que hace eco en todo el cine. La sala no está ni a media capacidad, pero la gente debe saber lo que está pasando.

Y no me importa.

Beso a Luis Miguel como si estuviéramos solos. Como si fuera la última vez.

NOTA DE LA AUTORA:

Se preguntarán qué perfume se echa Bárbara para atraer tanto y no lo sé, cuando lo consigan me avisan 😂

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