Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 36

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By Hubrism

PASADO 35

Mi mamá se afana en arreglarme el cabello como sugirió Dayana, resaltando los rulos naturales en vez de alisarlo con plancha. Nunca he estado a la moda ni soy bonita como Valentina o mi prima, intentar verme como ellas más bien me haría ver ridícula.

Pero con toda la dedicación de mami, más el maquillaje, no me veo tan mal.

Ella se queda mirándome a través del espejo cuando ha terminado su obra maestra. Su sonrisa pasa de plenamente feliz al preludio de lágrimas en un instante.

—Mi bebé se está haciendo grande. —Y acto seguido rompe a llorar.

—Ay, mami.

Me levanto para darle un abrazo pero como si se contagiara con el tacto, me empiezan a cosquillear los lagrimales también. Tenemos que hacer un esfuerzo sobrehumano para que yo no arruine todo su trabajo.

Nos vamos los tres juntos en el carro de mi papá, con él al volante. Ésta es verdaderamente la última vez que voy al colegio. Mi estómago es una licuadora que revuelve toda clase de sentimientos y los convierte en un cóctel nauseabundo.

Veo las calles pasar que han sido el carril de trasfondos por trece años. No es como que no las fuera a ver nunca más, al final de cuentas yo no me voy del país, pero quiero sentirlas de esta misma manera una última vez. Por tanto tiempo las transcurrí con mi papá o mi mamá mientras repasaba para un examen o dormitaba con sueño, o mientras les contaba lo que me había pasado en el colegio ese día. A partir de ahora las transitaré para otros destinos. Hacia el colegio, es hoy la última vez.

La alegría que pensé que iba a sentir ante el día de mi graduación es mucho más tenue de lo que esperaba. Sí, estoy feliz de que pronto puedo estudiar lo que de verdad quiero y ciertamente me regocijo en el hecho de que ya no me voy a tener que calar las vainas de los del salón. Pero eso era familiar. Básicamente así me crié.

Hay algo muy nostálgico en darse cuenta de que estás cerrando una página de tu vida, y de que ahora solo la podrás revivir en tus recuerdos.

Es difícil conseguir un puesto de estacionamiento cerca de la entrada del colegio. Parece que todo el mundo tuvo la misma idea de llegar temprano. Terminamos estacionando a dos cuadras frente a una casa. Mi pecho se estruje de nervios y latidos acelerados a medida que nos vamos acercando al portón.

Sé que voy a pasar las próximas horas sentada al lado de Diego y no sé cómo contenerme. Si tan sólo él hubiera tenido apellido Gómez, o aún más lejos como Parra.

—Vamos a sentarnos en las gradas —comenta mi papá hacia mami—. Dejemos que Bárbara esté con sus amiguitos.

Mami me da un beso en la mejilla y me impulsa hacia el grupo grande de mis compañeros, congregados frente a las sillas donde estaremos durante la ceremonia.

Enseguida veo la hermosa melena rubia de Valentina. Me arreguindo de su brazo como si ella fuera un salvavidas.

—Auxilio —murmuro en su oído. Atraemos algunas miradas curiosas, desacostumbradas a vernos juntas. Pero ya no me importa lo que piensen.

Valentina le da una palmadita a mi brazo.

—Tranquila. Como hablamos, si necesitáis llorar o lo que sea me dais la señal y nos escapamos. ¿Qué es lo peor que nos pueden hacer a estas alturas, no darnos el diploma?

Casi me molesta que me hace sonreír, pero en el fondo se lo agradezco.

—Tenéis razón, y mucho menos a mí, la mejor estudiante de la clase.

—Con esa modestia tuya es que sé que vais a estar bien, pase lo que pase. —Su torso vibra con una risa poco contenida.

Diego llega con su mamá y el profesor Guillermo. Mientras atraviesan la cancha llena de gente, mi mamá les hace señas hasta que la señora Moira la atisba. Los parientes de Diego se sientan con los míos, pero a diferencia de mí él no viene a unirse al grupo. Se sienta en su silla, la primera junto al pasillo en medio que formamos para dividir las dos secciones de graduandos.

Demasiado pronto la Madre Esperanza sube al escenario y nos instruye a tomar nuestros puestos. Mis articulaciones de pronto está oxidadas, así se sienten mientras me dirijo hacia mi puesto.

Diego mantiene la mirada clavada al frente durante toda la ceremonia. Por una parte eso me hace la vida más fácil. Por otra me llena de arrechera.

«Mejor miro a mis papás».

Pero mami es un río de lágrimas y papi no parece estar en mucho mejor estado.

Mejor sigo el ejemplo de Diego, y de los caballos, de solo ver al frente.

Llega el momento de ir por mi diploma. Es como estar en un sueño donde sabes lo que va a pasar pero te sientes tan desconectado de los eventos que parece que estuvieras bajo el agua. Poso para la foto con la directora, me da un pequeño abrazo, logro no tropezarme al bajar del escenario.

Lo que me despierta del estupor son los gritos de mis papás. Meneo el diploma en el aire y ellos toman fotos con la cámara digital que papi compró para la ocasión.

Al regresar a mi silla, mis ojos se encuentran con los de Diego por un instante. Soy incapaz de descifrar lo que su mirada implica.

—Felicitaciones —dice él por lo bajito.

Me siento con más delicadeza de lo que mi uniforme de toda la vida requiere. Aclaro mi garganta.

—Igualmente.

No nos decimos más, ni cuando a él le dan un diploma junto con el resto del equipo de béisbol en agradecimiento por la excelente temporada, ni cuando a mí me dan el diploma de mejor estudiante de toda la clase.

En un abrir y cerrar de ojos termina la ceremonia. Todos nos fundimos en abrazos, hasta yo. Luis Miguel me consigue entre todo el gentío y extiende sus brazos para darme la opción de si quiero, o no.

Sí quiero. Lo abrazo a sabiendas de que este es otro adiós. Él irá por su camino, donde nunca le faltarán chamas que le echen los perros, y yo no seré una de esas otra vez.

—Espero que no perdamos el contacto —murmura en mi oído casi como si leyera mi mente.

Al despegarme de él, sonrío. Los dos sabemos que lo perderemos pero es bonito de su parte hacer el comentario. Por eso le miento.

—Claro que no.

—Yo también quiero abrazo —exclama su mejor amigo, Yakson, quien nos aprieta a los dos a la vez hasta casi sofocar.

—¡Bárbara!

La voz de Valentina me rescata de este sufrimiento. Como puedo me despego de ellos para unirme a mi amiga de la infancia, vuelta némesis, vuelta amiga de nuevo.

—Ven pa' que salgas en las fotos. —Bate una mano en gesto de que me apure.

—¿Segura? —La duda me entra al ver las caras gruñonas de Mafe y Aracely.

Termino saliendo en fotos con ellas donde todas sonreímos como si hubiéramos sido las mejores amigas de toda la vida. Al menos logro que papi me tome varias fotos con solo Valentina.

—¡Unas fotos en grupo! La sección 5A por aquí y la 5B por acá.

No sé de quién viene la voz pero sigo al río de gente de mi sección para posar a un lado del escenario. El papá de alguien parece estar a cargo con una cámara profesional del tamaño de un bebé, y que debe pesar lo mismo. Alguien ciñe su brazo al rededor de mis hombros y cuando me volteo para descubrir su identidad, casi me da un infarto.

Es Diego.

Capturan la primera foto en ese instante. Debo parecer una boba babeándose por él. Enfoco mi atención en la cámara para todo el resto de las fotos, a pesar de ser muy consciente del peso de su brazo sobre mis hombros, del olor de su colonia, del calor de su cuerpo pegado a mi costado.

—Listo, felicitaciones muchachos —anuncia el señor fotógrafo.

Hago un ademán para salir del medio abrazo, pero Diego me aprieta más hacia sí.

—¿Qué hacéis? —pregunto casi sin aliento.

Siento que me muero ante la mirada fija con esos ojos grises tan particulares. Diego baja el brazo e instantáneamente me da frío. Pero en eso él toma mi mano.

—Ven conmigo un momento.

Nadie a mi alrededor nos observa. Mis papás no parecen estar cerca.

—Está bien. ¿A dónde?

Me guía por entre los borbollones de gente hasta el área detrás de las gradas, entre la cancha techada donde fue la graduación y el campo de béisbol.

Es ya el medio de la noche, la iluminación de la cancha solo llega débilmente hasta aquí. Verlo en oscuridad hace correr escalofríos por mi piel, no de miedo sino de otra sensación para la cual no estoy lista.

Suelto mi mano de la suya y me cruzo de brazos.

—¿De qué queréis hablar?

Diego suspira y se pasa la mano por el cabello. Quisiera poder hacer lo mismo, pero eso se quedará solo en sueños.

—Me voy mañana —dice abruptamente, y sin esperar a que mi corazón se termine de desmoronar él continúa—: el equipo me compró el pasaje. De vaina me dejaron asistir a la graduación.

—Que bien. —Excepto que mi voz refleja todo lo contrario.

Él da un paso hacia adelante, más cerca de mí.

—Bárbara —empieza, con una voz suave y grave que me roba la energía—. ¿Te acuerdas de lo que te dije en el primer lapso?

—La verdad ahorita ni me acordaba de mi nombre hasta que me lo recordaste.

La risa bajita de Diego sale por su nariz. Tengo que morderme los labios para no rechistar.

—Que no quería enredarme con nadie para después tener que despedirme.

—Ah, sí.

¿Cómo olvidarlo? Es por eso que no me le lancé encima como una lloviznita.

—Pues... igual pasó. Me enredé contigo. Me empezaste a gustar y no he podido desenmarañarte de aquí. —Pone una mano en su pecho y me desarma.

Inhalo con fuerza. Todas las lágrimas que logré contener durante el día brotan de mis ojos como represa fallida.

—¿Que, qué? Que yo...

—¿Me lo vas a hacer decir otra vez? —Se ríe un poco. En la oscuridad consigue mi mano de nuevo—. Me gustas. He estado haciendo de todo para pretender que no es así, pero la verdad es que te quiero besar. Quiero tenerte aquí en mis brazos así sea una vez... si tú también quieres.

De golpe se vienen a mi mente docenas de momentos. Diego contratándome para ser su guardaespaldas. Diego ofreciéndome un pañuelo. Diego atajándome para que no me caiga. Diego viéndome besar a otro. Diego mirándome fijamente sin decir nada. Diego leyendo de mi cuaderno desde muy cerca. Diego desmayado con todo su peso sobre mí. Diego riéndose rodeado de niños. Diego salvándome de otro posible pelotazo. Diego protegiéndome de la lluvia.

Se me escapa un sollozo de la garganta.

Sin pensármelo dos veces, suelto su mano y de un brinco abrazo su cuello. No soy experta besando pero en ese momento no me importa. Mis labios consiguen los suyos con poder magnético.

Sus manos corren por mi espalda y me acercan a él hasta que solo queda nuestra ropa de por medio. Una de ellas sube por mi espina hasta anidarse entre mi cabellera.

Apoyando mi nuca, Diego abre sus labios por un instante antes de abrasar los míos con toda su fuerza. Con su lengua los abre, y aunque esto es algo totalmente nuevo para mí, no siento miedo.

Un ruido vergonzoso sale de mi pecho pero si Diego lo oye, lejos de reírse le infunde de ánimo. No sé en que momento nos trasladamos en el espacio hasta que mi espalda choca con la pared de las gradas. Lo agradezco, porque me están fallando las piernas. Hago mi sueño realidad de acariciar su cabello desde la base de su cuello hasta arriba, y eso le arranca un sonido casi de ronroneo.

Tengo que apartarme para respirar. La vergüenza que eso me causa se disminuye cuando lo siento agarrar aire con incluso más dificultad que yo. Diego baja su cara hasta que su frente se posa sobre mi hombro. Así, abrazados, con lágrimas corriendo por mis mejillas y la sangre convertida en lava por mis venas, nos despedimos.

NOTA DE LA AUTORA:

¡¡Hubo beso!! 💖

Pero de despedida... 😔

¡¡Hubo confesión!! 🥺

Pero el barco se hundió... 😭

¿Y ahora? ¿Nos quedamos sin man? 🥺

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