Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 32

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By Hubrism

PASADO 31

Todo es tesis. Yo soy tesis. Mi familia son tesis. Los pájaros son tesis.

Es curioso como hace unos meses todos mis pensamientos, los académicos, y mis oraciones, estaban llenas de pruebas. Quedaron todas en el pasado en un abrir y cerrar de ojos, y ahora en pleno tercer lapso para lo único para lo que tengo cabeza es la estúpida tesis.

Y gracias a Dios, porque así no pienso tanto en chamos. O mejor dicho, en un chamo.

En vez de participar de la clase de Educación Física, tengo dos libros de texto y un cuaderno semi balanceados en mis piernas. El profesor Guillermo me llamó la atención una vez, pero con solo ver el pánico reflejado en mi cara decidió dejarme tranquila. Al final de cuentas no es una clase formal. Casi todo el salón está jugando kicking ball por joder, y el resto está esparramado en las gradas en varias formas. Unos descansando, otros brolleando, otros pocos estudiando como yo.

Cambio panorama por un instante, pasando de los libros al juego a medio camino en la cancha. Justo Diego está en tercera base de espalda a mí. Su torso se inclina hacia adelante en preparación para la carrera final, lo que quiere decir que tengo una vista sin obstáculo a su... a lo que rima con obstáculo.

De golpe bajo la mirada de nuevo a los textos. Mejor sigo viendo fotos de huesos rotos y miembros desencajados.

Decidí hacer mi tesis respecto a nuevas tecnologías para reparar fracturas y dislocaciones, que es lo que más me llama la atención de medicina. Esa parte ha sido sin duda lo mejor de trabajar en la tesis. Lo peor ha sido toda la puta metodología.

¿Por qué no puedo decir que el tema es chévere y ya? No. Hay que buscarle las veinte mil patas a ese gato. Estoy harta.

Vuelvo a levantar la mirada. Diego sigue en base pero quizás se ha rendido ante la posibilidad de correr. Ahora esta erguido con las manos en la cintura. Qué chiquita la tiene. Hace que su espalda se vea enorme. Y muy fuerte.

Me muerdo los labios para no reírme sola. Estoy peor que Dayana que se bucea a un chamo lindo como si tuviera una certificación. Pero es que no sé si son ideas mías o si Diego se ha puesto aún más bello últimamente.

De pronto él se pasa la mano por el pelo y tengo la buena, o mala, fortuna de que la manga de su chemise esta remangada demasiado alta. La cantidad de músculos en su brazo parece desafiar lo que los libros dicen que tiene un brazo. Mis lentes se deslizan hasta la punta de mi nariz y al subirlos descubro que es porque estoy bañada en sudor.

Pongo los libros a un lado y me abanico con el cuello de mi chemise. Seguro que es porque este abril está más caliente de lo normal. Y no porque aún sin saberlo, Diego sea capaz de encender una chimenea en mi interior.

—No puedo creer que me he vuelto una más del montón —mascullo por lo bajito, a pesar de que no hay nadie lo suficientemente cerca como para oírme.

Pero sí. Quizás ver a tantas carajas babeándose por Diego hizo que me contagiara. Pero aquí estoy, a un segundo de babearme sino fuera porque tengo la quijada apretada con fuerza sobrenatural. Peor que soltar la baba sería emitir un suspiro tipo fan enamorada que destruya mi reputación de niña sensata y bien portada.

Excepto que cada vez tengo menos ganas de portarme bien. Quisiera mandar la tesis a la porra. Y quisiera agarrar a Diego por su chemise y plantarle un beso en medio de todo el salón.

Colapso mi cabeza hacia atrás y así paso a formar parte del club de gente desparramada en las gradas. Qué lástima que me importen las apariencias. Qué lástima que quiera graduarme con honores. Y más todavía, qué lástima que la extraña tregua entre Diego y yo se sienta tan delicada.

Es culpa de Luis Miguel y ese beso. Primero, porque me hizo tener una muy buena idea de cómo sería besar al que de verdad me gusta. Segundo, por hacerme pensar que quizás le causó celos a Diego. Así no sea cierto, no he podido dejar de fantasear al respecto.

De pronto él mira hacia atrás, justo a donde estoy yo. Mi cuerpo se tensa pero decido quedarme sentada toda chueca como estoy. No importa si me veo fea, con esta postura no delato interés.

Él tampoco revela nada. Se enfoca de nuevo en el juego como si nada y me deja con el corazón acelerado.

Toda esta tortura tiene fecha límite. Un mes más y unos días, y adiós tesis, adiós compañeros fastidiosos, adiós Diego. Solo tengo que aguantar hasta ese punto.

—¡Cuidado!

No sé de donde viene la voz pero el déjà vu me golpea como un rayo.

Un segundo estoy tranquila, en mi mundo, al siguiente hay peligro inminente.

Alguien pateó la pelota con fuerza descomunal. Se dirige hacia mí como misil balístico. Inhalo pero otra vez mis reflejos se han ido de paseo.

Como si esto fuera película de Hollywood y no la vida real, Diego pega un brinco tipo superhéroe. De un puñetazo cambia la dirección del balón. Exhalo de alivio.

Pero pasa algo terrible.

Al aterrizar sus pies trastabillan y cae al suelo.

Mal.

Mi mente se nubla y no soy consciente de cómo me traslado a estar arrodillada al lado de él.

—¡Abran paso! —Reconozco la voz del profesor. Es firme, pero muy aguda.

Diego muerde su labio inferior con fuerza, el resto de su cara fruncida por el dolor. Y no se levanta de su costado.

—Diego —digo con más autoridad de la que siento—. Dime dónde está el problema.

—Acuéstenlo —pide alguien. No capto quién.

—No —ordeno sin desviar mi atención de Diego—. Hasta que no sepamos cuál es el problema es mejor que no lo movamos.

—Tienes razón —confirma el profesor quien se encuclilla del otro lado—. Primito, háblame.

—La mano —gime Diego con dificultar.

Ahí observo bien. La razón por la que no se quiere mover es porque cayó mal sobre su mano izquierda y con su otra mano la tiene abrazada contra su pecho. Al menos no tiene una fractura abierta. Espero que no sea grave.

El profesor suelta una palabrota poco disimulada que distingo por estar tan cerca.

—Aparicio, ¿puedes ir a la Dirección a llamar a la mamá de Diego? Creo que lo mejor sea que lo llevemos al hospital.

También opino que es lo mejor, pero de solo oírlo siento como que se me cae el corazón al suelo. Me siento culpable a pesar de que no fui yo la que pateó el balón.

—Sí. Voy.

Mientras me reincorporo, el profesor ayuda a Diego a sentarse despacio. En eso me doy cuenta de quienes son los verdaderos culpables de este accidente.

Los cordones de las gomas de Diego están desatados.

Tengo que huir de la cancha para no ponerme a llorar como un bebé. Por ayudarme salió lesionado. Si esto afecta sus prospectos no me lo perdonaría nunca.

La buena noticia al día siguiente es que solo fue un esguince y que se va a sanar totalmente en cuestión de unas pocas semanas. La mala es que como Diego es zurdo, me toca devolverle el favor que me hizo a principio de año y tomarle todas las notas en clases.

La peor, es que eso hace que me pase las próximas semanas demasiado cerca de él.

PRESENTE 8

—Visteeee —Matías se mofa de su hermana, sacándole la lengua y todo.

Ya estamos los tres en la cama. O bueno, en mi cama porque no se quieren despegar. El día ha estado tan lindo remontándome a mi adolescencia, y compartiendo esas historias con mis bebés, que no he tenido corazón para decirles que me siento horrible.

De un lado tengo a mi hijo y del otro a mi hija. Ninguno me quiere dejar dormir a pesar de que ya no me salen palabras coherentes sino balbuceos.

—¿Qué vi? —increpa Martina levantando el mentón en el aire.

—El nuevo tiene que ser nuestro papá porque él haría todo por mami.

Me enternece oír a Matías hablar así. Luego me acuerdo de que mi marido fue la causa de todos mis sufrimientos en aquél entonces, y el sentimiento cálido en mi pecho se esfuma. Aún falta la parte del cuento donde todo salió mal.

—No, tiene que ser el popular —reafirma Martina con convicción impresionante—. Ya viste que él siempre estaba pendiente de lo que hacía mami, y hasta cedió ante los sentimientos de mami hacia el nuevo. ¡Qué romántico!

—Está muy bueno el debate pero, ¿podemos ir a dormir?

—Pero...

—Dinos cuál es papi...

—Mañana seguimos —afirmo y levanto la cobija para taparnos a los tres.

Con un brazo atraigo a Martina hacia mí y con el otro a Matías. Esta escena sería perfecta si su papá estuviera aquí, acurrucándonos a todos.

Y también si no me estuviera pasando algo raro. Mañana voy al hospital a ver qué es esto.

NOTA DE LA AUTORA:

No te habla un día pero al siguiente te salva la vida. Dieguito es un tsundere 🙄

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