Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 30

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By Hubrism

PASADO 29

—Ya nos queda solo un lapso más —anuncia la profesora Rita.

Desde el fondo de la clase alguien silba como si estuviera en el estadio de béisbol y las Águilas estuvieran ganando contra todo pronóstico. Enseguida estalla un bullicio que se contagia por todo el salón. Tengo que sentarme sobre mis manos para no aplaudir.

Delante de mí, Diego tiene la cabeza apoyada sobre una mano y lo más probable es que esté medio dormido. A penas hace unos días desde que regresó de los Estados Unidos a mostrarle su talento nada más y nada menos que a los Yankees de Nueva York. Todo esto le debe parecer juego de niños en comparación.

—Sí, sí —la profesora comenta y hace ademanes con las manos para que los alborotados se calmen—. Ya sé que no pueden esperar. Pero les tengo una mala noticia. Falta algo muy importante para que se puedan graduar.

Eso sí logra que los decibeles comiencen a bajar. Me inclino hacia adelante, anticipando el golpe. Pronto me toca presentar la Prueba Específica pero dudo que sea eso a lo que la profesora guía se refiere.

—La tesis —anuncia finalmente nuestra profesora guía.

Una queja se levanta en el salón.

Mierda, a mí también se me había pasado ese pequeño detalle. He estado tan enfocada en las pajúas pruebas que no vi la amenaza más allá de ellas.

Aunque mantengo un lenguaje corporal tranquilo, por dentro grito con toda mi alma.

—Así que por el resto de este tercer lapso, nos vamos a dedicar a eso —continúa la profesora—. En la clase de hoy, voy a explicarles la metodología a seguir en líneas generales y luego en las próximas clases ahondaremos en la composición de cada capítulo. La tarea a partir del día de hoy es determinar cuál será el tema de su tesis. Ah, y por cierto, la pueden hacer individualmente o en parejas. No más de eso.

Por un instante de locura se me pasa por la cabeza la noción de Diego y yo, trabajando juntos, nuestros pupitres pegados uno al lado del otro, su brazo rozando con el mío mientras escribe garabatos ilegibles que me va a tener que susurrar al oído para que los entienda.

La imagen se esfuma con un sacudón de mi cabeza.

No, lo que tengo que hacer es poner una distancia razonable. Con esa lógica, tengo que hacer la tesis sola.

A parte, no creo que Diego esté dispuesto a trabajar con un tema que a mí me interese y que a él lo haga desmayarse como una mujer en época victoriana.

Pero alguien como él, que no necesita poner mucho esfuerzo en sus estudios, ¿de qué va a hacer su tesis?

Mientras la profesora empieza a dar la clase, encajo la parte plana de mi portaminas en la espalda de Diego. Se voltea con un siseo que pretende sonar amenazador.

—Coño, te he dicho como mil veces que dejes de apuñalarme, vale.

—Esta es la única forma de que me pares bola.

Es cierto. Desde que regresó de su viaje ha estado más asocial de lo normal. Me he preguntado si será por lo que pasó en el Lago Mall, pero en realidad debe ser solo por la perspectiva de regresar a la bobera del colegio. En su lugar yo también estaría ladillada con todo esto.

Cuando Diego hace a voltearse lo vuelvo a puyar.

—¿Quéééé?

—¿De qué vais a hacer la tesis? —pregunto de regreso.

—De lo que sea con lo que me pueda graduar.

—¿Qué te parecen estos temas? Opción uno, «Causas Fundamentales del Mal Temperamento Adolescente», y como objeto de estudio te ponéis a vos mismo.

Diego entrecierra los ojos y regresa su atención al frente. Le encajo mi portaminas en el costillar otra vez. Como un relámpago se vuelve hacia mí y me lo arranca de las manos.

—Opción dos —continúo como si no hubiera ningún problema—, «Causas y Consecuencias de Desmayarse en Clase», lo podéis analizar desde el punto de vista sicológico o fisiológico, y también con experiencia propia.

Si las miradas mataran, habría expirado hace rato.

Diego pone mi portaminas sobre mi pupitre con un golpe.

—¿Sabes qué? —La pregunta le sale de entre los dientes—. No puedo esperar a la graduación, pa' que me dejes en paz de una buena vez por todas.

El vitriol se asoma entre sus palabras, feo y obvio.

Me quedo pasmada. Pensé que estábamos echando broma como siempre. Pero la hostilidad en sus ojos es incluso peor que aquella vez en el Doral cuando me dijo que no le hacía falta la amistad de nadie, mucho menos la mía.

Los músculos de su quijada saltan. Él se gira de nuevo al frente y a pesar de que lo disque apuñalo dos veces más, me ignora.

Me tardo varios minutos en caer en la cuenta de que... en serio no me quiere hablar.

«No voy a llorar», me digo para mis adentros a pesar de que mi visión se empieza a ver sospechosamente borrosa.

Las palabras de la profe Rita se atropellan unas encima de las otras, hasta el punto de que parece como si estuviera hablando en otro idioma. Paso el resto de la clase con los ojos clavados en la página en blanco de mi cuaderno, respirando profundo una y otra vez hasta que se me pasan las ganas de llorar.

Cuando llega el recreo, agarro mi desayuno y me disparo fuera del salón de clase con mayor velocidad que nadie. Atrae varias miradas incrédulas de verme a mí, la mejor estudiante, huir del salón de clase que se supone que es mi medio predilecto.

Hoy no puedo sentarme con Diego en nuestra banca sin formarle peo. Que lo acosen sus admiradoras si no quiere tenerme cerca.

En vez de dirigirme ahí, cambio dirección hacia las gradas de la cancha. Por primera vez en años me siento cerca de la gente de mi edad. Valentina me hace señas de qué me pasa pero, como ninguna de las dos queremos socializar en frente de sus dos amiguitas que aún me odian, le devuelvo el gesto con uno que no dice absolutamente nada.

Mi saunche con queso sabe a arena. El jugo de melón a agua. Las glándulas lagrimales me empiezan a cosquillear.

—¿A qué se debe este milagro?

Levanto la mirada. Luis Miguel se sienta al lado de mí sin dejar de comer su arepa.

—Yo no lo llamaría milagro...

—¿Te peleaste con el nuevo?

Mi boca se abre. La cara de Luis Miguel se arruga.

—Con que dí con el clavo.

—Cómo...

Luis Miguel suspira. Por un rato, come su desayuno en silencio.

De repente se sienta de frente a mí, con una pierna enganchada sobre el tobillo de la otra.

—Yo sé que no te he dado mucha causa para pensar que no soy un idiota —explica con calma, a pesar de mi confusión poco disimulada—, pero he leído la verdad entre líneas.

—¿Qué habláis, Luis Miguel?

—Pues, muy tarde me percaté de que te gustaba. Aún más tarde caí en la cuenta de que vos me gustabas. Pero sí entendí rápido que ya tu atención no es pa' mí.

—¡Chito! —grito y miro alrededor. Pero con el escándalo que se forma siempre durante el recreo, nadie parece haber oído nada en detalle.

—Osea —sigue hablando Luis Miguel de lo más tranquilo—, si no fuera así nos hubiéramos empatado después de ese beso.

—¿Me queréis matar? —Cubro mi cara con mis manos, mi desayuno abandonado sobre mis piernas.

—Pero en vez de eso, me habéis sacado el cuerpo por dos semanas. —Hace una pausa para sacudir las manos—. No es que te estoy reclamando, solo estoy diciendo lo obvio.

—Jesús, María y José, denme paciencia.

Eso lo hace sonreír un poquito. En contraste, yo preferiría que me parta un rayo que seguir en esta conversación. El problema es que todas las vías de escape están tapiadas por gente desayunando y chachareando con sus amigos.

Parece como si Luis Miguel me hubiera acorralado aquí a propósito.

No, no parece. Es. De verdad lo he estado ignorando todo este tiempo. Era parte de mi estrategia para no sacar el clavo nuevo con el viejo. Pretender que nada ha pasado con Luis Miguel, pretender que todo es normal con Diego.

Obviamente me ha salido el tiro por la culata.

—No sé qué pasa —admito con una exhalación—, pero estos días soy un desastre. Y todo es por...

—Por el nuevo —confirma Luis Miguel—. Los vi en el salón. ¿Te hizo llorar, no?

—No, pero casi.

—¿Queréis que hable con él?

—Ni se te ocurra —contesto.

Por primera vez en más tiempo del que recuerdo, lo observo con detalle. Desde su cabello oscuro muy corto, los ojos del color del guayoyo, el rubor natural en sus mejillas por el calor, el arco de sus labios que a duras penas puedo creer que sentí sobre los míos.

Luis Miguel Goicochea Díez es, y seguirá siendo uno de los chamos más lindos y chéveres que conoceré en mi vida. Amabilidades como la que acaba de ofrecer son la razón por la que lo admiré por tantos años. Pero ahora no me late el corazón como antes.

Tengo que estar loca si no me estoy muriendo al tenerlo tan cerca, su atención solo en mí, presto a cada palabra que salga de mi boca.

—Lo siento —digo sin advertencia—. Nada de esto ha sido por venganza, aunque así parezca.

—Yo sé. Sois gruñona y media pero no tenéis ni un hueso de mala en el cuerpo. Por eso me gustaste.

—¿Tiempo pasado? —cuestiono con una sonrisa acuosa.

Luis Miguel se ríe por lo bajito.

—Todavía es tiempo presente pero se volverá tiempo pasado poco a poco.

Mi corazón se retuerce de dolor. Sé que soy una imbécil por dejarlo pasar, pero sí que desarrollaría un hueso de mala persona en mi cuerpo si lo uso para olvidar a Diego.

—Lo que si me gustaría —sigue diciendo Luis Miguel—, es que me dejéis de ignorar.

—Está bien. Creo que eso lo puedo hacer.

—Entonces, ¿amigos otra vez? —Luis Miguel me extiende su mano, como si fuera la primera vez que nos presentamos mutuamente.

—Amigos.

Le doy la mano y nos sonreímos el uno al otro, como felicitándonos mutuamente por nuestra madurez.

Hace meses hubiera sido incapaz de este logro. Pero sé que la razón verdadera es porque Luis Miguel siempre ha sido una persona sensata y tranquila, y no porque yo haya mejorado mucho. Si fuera ese el caso, no le hubiera huido a Diego durante el recreo.

La pregunta es, ¿cómo voy a convivir con él por solo tres meses más, sin que mis emociones se desaten como un huracán?

NOTA DE LA AUTORA:

Pero qué es esto, ¿se desploman los dos teams? ¿Cómo es posible? 🤯

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