Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

112K 14.1K 3.8K

A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 23

1.8K 269 48
By Hubrism

PRESENTE 7

—Te digo que el popular ya esta descartado —exclama Matías lanzando los brazos al aire.

—No me lo creo. —Martina se cruza de brazos—. ¿Cómo es que dice la canción vieja? La vida te da sorpresas.

Sorpresas te da la vida.

No confirmo ni niego nada para que siga el debate. Tomo un poco de té de camomila a ver si aquieta mi estómago. A pesar de lo mucho que estoy disfrutando esta tertulia, siento unas náuseas terribles. Algo de lo que comimos tiene que estar vencido, pero estos dos niños tienen estómagos de piedra como su padre.

—Pues para mí que nuestro papá es el nuevo.

—Y yo insisto que es el popular.

Chequeo la hora en mi celular. Ya es hora de preparar la cena, pero si me acerco a la cocina creo que voy a causar un desastre asqueroso. Será que pido una pizza y mientras los niños se la comen me pongo una bolsa de papel sobre la cabeza para no ver ni oler la comida.

—¡Mamá!

Pego un brinco ante el grito al unísono.

—¿Qué les pasa?

—¿Cuál es nuestro papá? —pregunta Matías con cara gruñona.

—Sí, ya cuéntanos.

—Este... todavía falta bastante cuento. Pero, ¿no tienen hambre?

Como por arte de magia, a uno de ellos le cruje el estómago con tal furia que intimidaría a un león.

—Pues —Martina comenta, sus mejillas enrojeciéndose la delatan—, ¿comemos y después seguimos la historia?

—Me parece bien —contesta Matías con aire salomónico.

—¿Quieren pizza?

No sé ni para qué hago la pregunta. Enseguida revientan en vítores de alegría.

Al menos mientras pido la pizza y los niños arreglan la mesa, puedo hacer una pausa para solo descansar. Si mañana no me siento mejor voy a tener que ir al hospital a que me chequee algún colega.

Toda clase de escenarios terribles pasan por mi mente. Como traumatóloga no me debo poner a elucubrar cuál puede ser el problema con mi estómago. Solo espero que no sea nada serio.

Los chamos compiten a ver quien puede acomodar la mesa más rápido. Dejan el espacio donde se sienta su padre vacío, por razones obvias.

Si algo me llegara a pasar, ¿qué sería de ellos?

Sacudo la cabeza con fuerza. No, mejor no pensar en nada de eso. Mejor me distraigo contándoles el resto de la historia.

PASADO 22

—Estoy harta de esto.

Diego y yo estamos sentados en el peldaño más alto de las gradas. Bueno, «sentados» es incorrecto. Es más como que estamos explayados. Yo parezco una estrella de mar con los miembros extendidos y recostada contra la baranda. Diego tiene una rodilla doblada y el pie sobre el asiento, pero parece como si se estuviera derritiendo o quedando dormido. Una de dos.

—¿De qué hablas? —pregunta con voz casi de borracho.

La respuesta es número dos, se está quedando dormido. No sé cómo, con este calor de hora del burro que se siente como un secador de pelo contra todo el cuerpo.

—De esto —contesto y señalo a todo nuestro alrededor—. Dos lapsos más con toda esta gente, exámenes interminables, tareas, la tesis... ¡Estoy harta!

—Yo pensaba que te gustaba estudiar.

—Eso sí, pero exámenes no. Uy y eso sin contar las pruebas pajúas que faltan.

Ya la peor ha quedado atrás, pero a finales de este lapso tocan la Vocacional y la Específica. Esa segunda es la que me tiene más estresada. El mejor programa de medicina del país lo tiene La Universidad del Zulia, justo aquí en Maracaibo. El programa es tan competitivo que ni con que mis papás sean profesores de LUZ tendría cabida si salgo mal en la Prueba Específica. Tendría que irme a otra universidad, pero un año después.

Pataleo de solo pensarlo.

Tropiezo con la pierna de Diego pero él no mueve ni un milímetro.

—Mijo, ¿estáis vivo o pasaste a mejor vida de pronto?

Bufa por lo bajito.

—Es que después de unas semanitas de descanso se me olvidó lo jodido que es entrenar en este clima de mierda.

¿Son ideas mías o se ve más flaco? Lo normal es engordar de tanto comer hallacas y pan de jamón en navidad.

—Quizás lo que te hace falta es comer más.

Su estómago se retuerce con un alarido que ni el escándalo en la cancha lo puede ocultar. En plena salida, todo el mundo aprovecha para ponerse al corriente con los brollos. Aparte la Madre Esperanza llama con un micrófono a cada estudiante cuyos padres llegan a recogerlo. Y aún así gana la tripa de Diego.

Para su crédito, no le da pena.

—Pues sí, me comería un camión.

—Bárbara Aparicio y Diego Abreu —llama la Madre Esperanza por el micrófono.

Los dos respingamos e intercambiamos una mirada de confusión.

Lentos como dos caracoles, bajamos por las gradas y atravesamos toda la cancha hasta el portón. Mi papá está plantado a la entrada, formándole cháchara a la pobre Madre Esperanza que no haya cómo sacudírselo para llamar a los siguientes niños.

—¿Y mi mamá? —murmura Diego mirando de lado a lado.

Yo tampoco la veo.

—¿Papi? —Me acerco a él y la directora del colegio, a ver si pueden desvelar el misterio de por qué nos llamaron a Diego y a mí.

—¡Epa, Diego! —Mi papá bate una mano para atraerlo—. Tu mamá nos pidió que te recogiéramos.

De un paso Diego se abalanza sobre mi padre.

—¿Qué le pasó a mi mamá? ¿Está enferma? ¿Hay un problema?

—No, no tranquilo que no es nada grave. Se le dañó el carro en el trabajo y llamó a Graciela pa' pedirnos el favor —explica mi papá.

Ahora sí parece que los huesos de Diego no pueden sostener más su peso. Mi papá casi que lo tiene que cargar hasta el carro.

—Sócrates la llevó a un taller pero quién sabe cuánto se va a tardar ese peo —continúa mi papá mientras vamos ya en el carro, alejándonos de la prisión para niños y adolescentes—. Espero que no te moleste esperar en nuestra casa.

—Este... no. Gracias.

Por fuera aparento placidez como la del lago en un día sin viento. Por dentro soy un huracán.

¿Que qué? ¿Diego va a mi casa?

¡Pero si tengo el cuarto hecho un chichero! Esta mañana no conseguía mi cartuchera y puse todo patas pa' arriba buscándola. Y estoy segura de que dejé la piyama tirada en el suelo. También de que hay una bolsa de Cheese Tris en el escritorio que he estado usando como papelera. Y además quién sabe a qué huele toda la habitación, no sé cuando fue la última vez que la limpié. Seguro el año pasado.

El corazón me late a más no poder. Mi reputación de excelente estudiante, disciplinada y ordenada se va a ir al caño.

No puedo dejar que Diego sepa que soy una farsa.

Ya cuando llegamos a la residencia, me bajo del carro y camino como un robot. Papi le va contando no se qué cuento a Diego, y yo avanzo discretamente unos pasos adelante. Subimos en el ascensor y me posiciono para salir de primera.

Una vez que se abre la puerta, me esmollejo hacia la puerta del apartamento con llave en mano. La abro y paso de largo al lado de mami que venía a saludarnos. Me convierto en el correcaminos y me encierro en el cuarto.

Respiro con algo de dificultad por un instante.

En efecto, parece como si un terremoto hubiera sacudido todo. Agarro ropa, libros, basura y demás con los brazos y lanzo todo dentro del closet. Después lidio con eso.

Finalmente abro la ventana para que entre aire de afuera, que aunque no es fresco al menos huele solo a smog y no a rancio.

Camino de regreso a la sala como una reina en su palacio.

Ya los tres están sentados en la mesa con el almuerzo.

—¡No me esperaron!

—Te estabáis tardando mucho —dice mi papá con una risotada—. Si no te apuráis me voy a comer tu plato.

La amenaza no es broma. Mi papá me roba comida del plato si no estoy pendiente. Me siento en mi puesto de siempre. Es extrañísimo tener a Diego sentado frente a mí cuando normalmente mi vista es hacia la sala y el balcón. Me concentro en bendecir mis alimentos y al ataque.

—Moira me dijo que tu primo te viene a buscar más tarde cuando salga de dar clases en el liceo —comenta mi mamá hacia Diego.

No sabía que el profesor Guillermo daba clase en un liceo. Así es como llamamos a los colegios públicos.

—Sí, hoy no nos toca práctica —confirma él.

—¿De qué? —increpa mi papá entre bocados de arroz con pollo.

—De béisbol.

—¿Qué posición jugáis? —Mi papá pela los ojos.

—Soy shortstop.

A todas estas no se me había ocurrido preguntarle mucho sobre su vida beisbolera. Pero no me hace falta, entre mi papá y mi mamá se contrapuntean para sacarle la historia de su vida y sus aspiraciones.

Así es como aprendo que ya el equipo del colegio lleva varios juegos contra otros planteles, y todos culminaron en victoria. Que entrena todas las mañanas desde las cinco hasta las seis y media, y luego todas las tardes. Algunas prácticas son en el colegio con el equipo, otras en su casa, que si haciendo swings con el bate o sentadillas o lo que pueda. Con razón se la pasa somnoliento y con hambre. Simplemente no para.

Lo empiezo a mirar diferente. Así como cuando uno está en la calle y de pronto se da cuenta de que la persona que está al lado es una celebridad. Diego no es un chamo de dieciséis años normal.

De pronto me siento más nerviosa que antes. Después del almuerzo mi mamá nos manda a mi cuarto para que hagamos la tarea juntos, aunque me susurra que deje la puerta abierta.

Los ojos extraordinarios de Diego se pasean por todo mi espacio, y si no fuera porque la sala es el área más caliente de la casa lo mandaría ahí para que no me mate de nervios.

—Así que aquí es el laboratorio de Bárbara.

Bufo ante el símil con la caricatura.

—¿Qué, te vas a convertir en mi Dee Dee?

—Guácala no, ni que fuéramos hermanos. —Esboza una sonrisa pícara que me para los pulmones.

No sé por qué eso me llena la barriga de mariposas.

Debe ser porque es la primera vez que un chamo está en mi cuarto. Y seguro la última.

No sé como mi papá no tiene rollo con esto. Quizás piensan que es imposible que Diego tenga algún interés hacia mí.

Y es cierto. Si no fuera por su racha de asocial, seguro tendría novia y sería una Barbie, no una Bárbara.

—En fin. —Me doy la vuelta para sentarme en mi cama y cederle mi escritorio, que está lo suficientemente lejos—. Vamos a aprovechar para hacer la tarea de Castellano.

Diego gime como un niño malcriado y tengo que agachar la cabeza para que no vea mis ganas de reír.

«Qué bárbara» digo para mis adentros. «¿No me digáis que te queréis romper el corazón otra vez?».

Tengo que recordarme a mi misma que, a pesar de que Diego y yo acordamos ser amigos para no estar totalmente solos, eso no significa que puede haber algo más que eso. Tengo que concentrarme en sobrevivir el año escolar y nada más.

NOTA DE LA AUTORA:

Pregunto por aquí también, ¿les gustaría que ponga citas de cada próximo capítulo en Twitter antes de que salga? 👀

Yo quiero algarabía en las redes pero tampoco sola que me da penita 😂

Continue Reading

You'll Also Like

45.4K 2.2K 46
Eva, una talentosa fotógrafa en ascenso, y Jase, un apuesto modelo, se cruzan en una fiesta caótica donde Jase, tras beber en exceso, cuenta con la i...
721K 42.9K 83
La vida no siempre es normal para todos, no siempre las chicas son débiles. No todo es lo que parece, a veces hay algo detrás escondido a simple vist...
72.2K 6.7K 55
Laia tiene un modo de vida solitario que no desea romper. Pero, ¿qué pasará cuando Harald se meta en su vida para desmontarla? 🍪🍪🍪 ✨Preciosa porta...
367K 46K 46
Cada vez que Dawn pasa por la avenida de la ciudad con su auto recién lavado, él se empeña en arruinarlo. Aquel auto era demasiado perfecto y Fran no...