Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 21

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By Hubrism

PASADO 20

Mis ojos se clavan en su mano, ahora tirando de mi muñeca. Soy incapaz de levantar la mirada ante el temor de que eso haga a mis lágrimas más visibles. La pachanga a mi alrededor no cesa, a pesar de que yo siento como si mi frágil corazón hubiera recibido un martillazo.

El nuevo abre paso como un rompehielos. Trastabillo un par de veces, pero su mano no me deja caer.

El aire gélido e impregnado de comida, alcohol y sudor, cambia de pronto a un aire caliente y húmedo. Tomo una bocanada sin delicadeza. Solo se escuchan los grillos en el jardín, el ondeo de las plantas en la brisa y el ruido lejano de carros en las calles.

Mi mentón tiembla y me falla la fuerza para contener un sollozo. Sale, y parece hacer eco en la noche. El nuevo, Diego, me conduce a un rincón con una banca de piedra. Me deposita ahí, y yo pienso que con la misma se va a regresar a la fiesta. Pero para mi sorpresa se sienta a mi lado con toda normalidad. Como si estuviéramos en el recreo del colegio.

Otro sollozo se agolpa en mi garganta y revienta. Mis manos tapan mi cara pero es imposible ocultar que estoy llorando.

La vergüenza me embarga. Me debiera saber a mierda lo que Luis Miguel y Valentina hagan, y no es así. Debiera ser capaz de sobrellevarlo con madurez, y tampoco es así. Aún debo disculparme con Valentina, pero ahora tengo cero ganas.

Quiero llorar a cántaros, con gritos y pataleos. No me importa mi maquillaje. Quiero que todo mi ser muestre lo mal que me siento y me vale quien lo vea.

En todo ese drama Diego no ha salido corriendo despavorido.

Pasa un buen rato hasta que me canso de lloriquear. Intento secar mi cara con mis manos y brazos y es imposible. Están todos mojados y manchados del maquillaje chorreado. Seguro parezco un mapache.

¿Y ahora cómo coño voy a volver a la fiesta, viéndome así?

—Toma.

Diego extiende su mano y me ofrece un pañuelo de los de verdad, de tela blanca y prístina.

—No puedo, te lo voy a dañar.

Suspira con tanta fuerza que hace un puchero.

Antes de que pueda reaccionar, Diego levanta mi mentón con un dedo y con la otra mano pasa el pobre pañuelo por mi mejilla. Aprieta mi mentón suavemente cuando hago el intento de apartarme. Sus ojos se enfocan en las diferentes áreas de mi cara, quizás porque sabe que si mira directamente a los míos me desmayaré de la pena.

No puedo creer que armé semerendo drama frente a otra persona. Mucho menos frente a este chamo.

—Termina tú —murmura él, poniendo el pañuelo en mi mano.

Se aparta de nuevo. Se encorva y pone sus codos sobre sus rodillas como si estuviera cansado.

Incluso ante la tenue luz del patio puedo ver los manchones en su pañuelo.

—Gracias. —La voz me tiembla y tengo que aclarar mi garganta—. Pero, ¿por qué, y cómo?

Mi nariz se siente constipada pero no la voy a soplar con el pobre pañuelo. Lo uso para terminar de limpiar mi cara lo mejor que puedo. No hace falta verme en el espejo para saber que no saldré en más fotos esta noche.

La lengua de Diego se asoma para correr sobre sus labios por un instante. Decido enfocar la vista en un conjunto de aves del paraíso frente a mí.

—Eres demasiado transparente —explica Diego y sacude la cabeza con pena ajena—. Yo estaba por ahí y te vi petrificarte como si hubieras visto a Medusa y no a dos coños dándose los besos.

Si fuera posible me encogería tanto que me convertiría en una sola célula.

—¿Crees que todo el mundo me vio hacer el ridículo? —Gimo como un animal herido.

—Nahh. Ni que le importaras a todo el mundo.

Los grillos cantan a todo pulmón compitiendo con el mejor cantante de ópera. Mientras tanto mi cabeza da vueltas repitiendo los eventos desde el momento en que Valentina abrazó el cuello de Luis Miguel, hasta la última palabra que Diego acaba de decir.

Entrecierro los ojos y ladeo la cabeza.

—Aguanta un fly. Pensé que no te importaba. De ser así no hubieras intervenido.

Sin hacer contacto visual, Diego arruga toda la cara.

—No te emociones, es pura lástima.

—Ajaaaaaaa.

Finalmente me mira con cara de ladillado.

—¿Qué? ¿Hubieras preferido que te dejara ahí llorando como una Magdalena y que te viera el amorcito de tu vida?

Le encajo un dedo en el costado. Diego pega un brinco para apartarse pero yo me arrastro por la banca para continuar el ataque. Sus manotas intentan apartar las mías pero no soy tan torpe como cree.

—Eso no suena a lástima sino simpatía. Si te importo, ¿ah? ¿Ah?

—Ya... deja...

Termino con las manos palpitando de los manotazos que me pega. La cara de Diego refleja la petulancia de un niño de cinco años muy malcriado. Y contra todo pronóstico una sonrisa comienza a esbozarse en mi cara.

—Diego.

—¿Y ahora qué? —espeta con tono amargo.

—Gracias.

Él pestañea varias veces y se voltea para fijar la mirada en la maceta florida.

Sin saber qué hacer, doblo y desdoblo su pañuelo empapado y sucio.

—¿Bárbara?

Levanto la mirada. Lo consigo mordiéndose un labio. Por alguna razón hace que cosquilleen los míos.

—La otra vez en el Doral... me pasé de la raya.

Mis cejas vuelan al cielo. Una cuasi disculpa de Diego es lo último que esperaba de esta noche.

—Es que... me sacaste todas las cosas de las que no quiero hablar y entré como en pánico. —Él se masajea el cuello y me esquiva la mirada.

Suspiro y mis hombros parecen caer ante el peso de mi culpa.

—La que se debiera disculpar soy yo. A parte de ser más metida que el hilo de una pantaleta, también me las doy de que lo sé todo.

—Es verdad.

Le doy un manotazo en su hombro.

—¡Coño! ¿A esto lo llamas una disculpa?

—Ay, perdón. Se me resbaló la mano.

—Te debí haber dejado sufriendo, eres más chévere así —dice con los ojos entrecerrados.

—Y entonces, ¿somos amigos o no?

No sé por qué pero en el silencio que se instala entre los dos, mi corazón palpita. La anticipación que corre por mis venas se compara a cuando uno va a meterse el primer bocado de algo delicioso en la boca.

Quiero que diga que sí. Disfruto sacarle la piedra y causarle muecas de angustia. Es mucho mejor que cuando somos indiferentes hacia el uno y la otra.

No quiero seguir siendo una isla en el salón de clases, donde todos los demás son capaces de establecer amistades con fecha de caducidad o no, y yo lo veo todo sin participar. Estoy harta de estar por fuera como la guayabera.

—Yo sé que solo nos queda el resto de este año escolar, pero tampoco es como que uno se gradúa de bachillerato y cae en un precipicio para nunca ser visto otra vez.

—¿Qué carajo quiere decir este discurso?

Ya reconozco que ese tono de voz querrequerre sale cuando Diego quiere cambiar el tema. Y si es así, es porque uno va por buen camino.

Me deslizo por la banca aún más cerca de él. Mi vestido seguro va a quedar hecho un asco y mami me va a matar, pero en ese momento no me importa.

—Lo que quiero decir es que, ¿no te parece mejor estar acompañado así sea por un rato, que totalmente solo?

—La verdad es un poquito aburrido —masculla a regañadientes.

—Mucho gusto, soy Bárbara María Aparicio Rincón. —Presento mi mano a modo formal.

Él la observa como si la tuviera sucia. Me la restriego por la falda frondosa del vestido y la extiendo hacia él de nuevo. Ya no tiene excusa.

—Diego Samuel Abreu Marini. —Respira profundo, como si implorara por paciencia.

Se tarda mucho en darme la mano, así que me estiro para agarrar su muñeca mucho más gruesa que la mía. Agarro su mano y la sacudo varias veces. El calor de su piel no deja la mía incluso después de que la suelto.

—Eso sí —agrega él de pronto—, si vas a andar como radio fiado ahora, deja de llamarme «el nuevo», que ya sabes mi nombre completo.

—¿Y cómo queréis que te llame? ¿Dieguito?

—Te mato.

—¡Diego Samuel! —grito, fingiendo como si estuviera arrecha con él.

—Solo Diego, por favor. —Todo su cuerpo se frunce.

—Me gusta más «mijo». O, ¿que tal «ey, vos»?

—Qué bárbara de ladilla.

Levanto el puño y en un milisegundo él brinca de la banca. Con esos reflejos pudo haber esquivado todos mis ataques anteriores pero no. Dejó que me descargara sobre él y que así pudiera cambiar mi casette emocional.

Es mejor persona de lo que quiere aparentar, el muy desgraciado.

Por primera vez en toda la noche sonrío de verdad, con el corazón. Y me doy cuenta de que, de hecho, todavía me queda corazón.

—Esta bien «solo Diego».

Solo Diego respira profundo y se voltea.

—Vámonos pa' adentro que tengo hambre.

Se espera hasta que lo alcanzo y juntos regresamos al salón de fiesta.

NOTA DE LA AUTORA:

Toooodooos abordoooo

ya sale el barcooooo 🚢

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