Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 17

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By Hubrism

PASADO 16

—Vergación, no me da.

—¿Cuál? —Dayana echa un ojo a mi colección de borrones en la página de mi cuaderno—. O mejor dicho, ¿cuáles?

Empujo mi cuaderno sobre el mostrador de la tienda. Casi se cae, pero se logra balancear al borde. Tal como me siento yo.

Siempre he sido buena en matemáticas, pero no tanto como mi prima. Me está yendo mucho mejor en los ejercicios de lenguaje que en los de matemáticas y geometría, y a este ritmo ella va a sacar mejor nota en la Prueba de Aptitud Académica que yo.

—Ninguno. No entiendo nada de esta parte.

—Hmm, ¿la queréis intentar entender o será mejor que te enfoquéis en otra que si podáis resolver?

—¿Y qué hago si me salen problemas de estos en la prueba? —pregunto, estremeciéndome de horror al imaginarlo.

Dayana se encoge de hombros.

—De tin marin.

Nos observamos la una a la otra. Dos mejores estudiantes de nuestras respectivas clases, que nunca en la vida hubiéramos pensado hacer algo como seleccionar respuestas al azar. Con a penas semanas hasta la prueba, suena como la mejor estrategia.

—Daya, ¿nadie te ha dicho que sois una genio?

—Sois la primera en tener el honor.

Nos volvemos puras risitas cuando en eso entra un cliente a la tienda. O mejor dicho, una clienta.

—¡Hola, niñas! ¿Cómo están?

—Buenas tardes —exclama mi prima a la vez que recoge los cachivaches del mostrador en tiempo record.

—Bien, ¿y usted señora Moira? —contesto antes de caer en la cuenta que no le gusta que la anden señoreando—. Perdón, Moira.

Se sonríe con tanto gusto que se le ponen rojas las mejillas. Su expresión es exactamente la que pone su hijo en las pocas ocasiones en las que lo he visto feliz. Como en el juego de béisbol.

Y hablando del rey de Roma, no lo veo con su mamá.

—Vengo en busca de un conjunto para la boda —comenta Moira, echándole un ojo a las perchas repletas de ropa de todos colores.

—¿Se va a casar? —indaga mi prima.

Mis cejas se levantan. No le he oído nada al respecto al nuevo. Aunque de todas maneras, no es como que comparte mucho de su vida en general.

—No, no. Es para la boda de tu hermano, Dayana.

—¿Qué? —reventamos al unísono tanto Dayana como yo.

—Sí —continúa Moira como si nada—, las mamás de las dos nos invitaron durante el juego. ¿No les dijeron?

—Pues no —balbucea Dayana.

Detecto plural en la explicación.

—Osea que, ¿Diego también va a la boda?

—Si lo logro arrastrar, sí. No quiero ir sola pero él no se quiere poner flux y corbata.

Sospecho que más que eso, simplemente no quiere ir a la boda de gente que no conoce. Y no lo culpo. Aunque se perdería tremendo bufé libre.

Da igual, ni que yo quiera que el nuevo vaya.

—¡Hooooola! —Tía Gabriela entra en la tienda casi bailando. Comparte un abrazo con Moira tal cual si fueran las mejores amigas de toda la vida.

La noche de la feria, mi mamá, mi tía y Moira se pasaron las horas interminables del juego cuchicheando. Así que en realidad esto no debiera extrañarme.

—¿Qué te trae por aquí? —pregunta mi tía después de los saludos.

—Ya le había echado un ojo a la mercancía de tu tienda y creo que puedo conseguir un buen conjunto para la boda aquí.

—Con muchísimo gusto. —Los ojos de mi tía brillan como si se hubiera sacado la lotería.

—Ah, por cierto —en eso dice Moira, dirigiéndose a Dayana y yo—, Dieguito está comiendo solo en la feria de comida. Si quieren lo acompañan mientras tanto.

—Sí, niñas. Vayan, así Moira y yo nos ponemos al corriente.

Ni cortas ni perezosas, Dayana y yo abandonamos la tarea del curso y salimos de la tienda. Hace rato nos hacía falta un break, pero sin esta interrupción bizarra lo más probable es que hubiéramos seguido con las narices en los libros hasta que tía Gabriela cerrara la tienda y nos llevara a casa.

Mientras yo estiro los brazos, Dayana bufa.

—¿De cuándo acá son tan amigas que tienen que ponerse al corriente?

—Déjalas estar, la pobre señora Moira se debe sentir sola.

Según le entendí al nuevo, no hace un año todavía desde que perdieron a su papá. Y por si no fuera poco, se mudaron a otra ciudad donde no deben conocer a mucha gente. Quizás ese era el propósito de la mudanza, dejar atrás todo lo que les recordara a alguien que perdieron.

—Por mí no hay rollo —agrega Dayana—, pero ahora capaz nos topamos con tu nuevo amiguito a cada rato.

Me freno tan de golpe que mis gomas chillan contra el suelo pulido del centro comercial.

—No lo había pensado, pero es verdad —comento y me rasco la cabeza.

—Y debéis tener una pena enorme después de la pasadera que te tiraste durante el juego.

Todo mi ser se encoge como una pasa.

—Ni me lo recordéis.

—Aja, entonces. ¿Hacemos caso y lo vamos a acompañar o nos escabullimos?

La oferta es tentadora. Ya son dos misiones que me ha asignado la señora Moira, y de una manera u otra cumplí la primera. A estas alturas me daría pena quedarle mal con esta segunda.

—No chica, vamos. Yo no soy cobarde.

La cara que me pone Dayana es de que primero creería que el ticket ganador de la lotería le puede caer del cielo.

Conseguimos al nuevo en la feria de comida súper fácil. Diego está sentado en una de las mesas del medio, solo, excepto por el hecho de que hay un grupo de chamas que parecen de nuestra edad instaladas en la mesa contigua. Así como si no hubiera más sitio, a pesar de que a esta hora de la tarde toda la feria de comidas está más pelada que la cabeza de un calvo.

—Vamos.

Hago una seña a Dayana para que me siga. Como si él nos hubiera estado esperando, me siento en la silla frente a él y mi prima toma el sitio a mi lado.

Esto agarra a Diego en pleno acto de masticar un bocado de su Subway. Hace una pausa por un instante, pero sigue comiendo.

Una de las chamas de al lado me lanza una mirada capaz de fulminar a cualquiera. Empujo mis lentes por el puente de la nariz, usando mi dedo del medio por pura coincidencia.

—¿Qué haces aquí como una gacelita rodeada de depredadores?

La esquina de sus labios se levanta.

—¿No ves? —Eleva su saunche en el aire.

Un rugido terrible nos hace brincar. La cara de Dayana se enrojece.

—Creo que también tengo hambre. Debe ser de tanto estudiar.

—Mija, anda a comprarte algo antes de que nos vayáis a comer.

Pone los ojos en blanco pero igual se levanta.

— Y vos, ¿no queréis nada? —Me pregunta.

—Yo tengo es sed. Cómprame un jugo porfa.

—¿Ah? ¿Voy sola? —Dayana pone expresión de traición.

Yo señalo con los labios a la mesa de al lado.

—Yo creo que si te acompaño se lo van a comer a él.

Cualquiera pensaría que no estamos hablando sobre él. Diego toma un sorbo de su refresco haciendo más ruido que el estómago de mi prima.

Después de que nos quedamos solos es cuando se digna a hablar.

—¿Qué haces aquí? Ni que estuviéramos en el colegio.

—Tu mamá nos mandó —pauso al darme cuenta de algo y lo digo en voz alta—, debe ser por esto.

Las chamas de la mesa de al lado se levantan, mirándome como si fuera su enemiga. A lo mejor le querían echar los perros a Diego y no lo hicieron antes de que Dayana y yo apareciéramos, pero eso no es mi culpa.

Él le pega un mordisco tan grande a su saunche que casi se lo acaba.

—¿Cómo es que, pudiendo ser el chamo más popular de todos, te rehusas a socializar en lo más mínimo?

—¿Cuál es el punto? —masculla a la vez que mastica—. No sé pa' qué me voy a enrollar con gente que solo voy a conocer por un año.

—¿No has oído el dicho? Nadie puede ser una isla.

—¿Me lo vas a decir tú? ¿La que no le habla a nadie en toda la clase? —Diego se burla.

Siento calor explotar en toda mi cara y cuello, como si subiera lava desde mi barriga. Explota por mi boca con algo que nos sorprende a ambos.

—¡Pues, sí! Por eso lo digo. Ser una isla es una mierda y no le deseo eso a nadie.

Diego se congela con el resto de su comida a medio camino hacia su boca.

Por alguna razón, mis ojos se llenan de lágrimas calientes. Me arrimo contra el respaldar de la silla, lo más lejos de él que puedo, aunque probablemente puede ver mi lucha para pestañear las lágrimas en intento de que no caigan.

—Yo nunca quise estar aislada, sino que así pasó. Pero no entiendo por qué vos queréis eso.

Pareciera como si no fuera a decir nada más. Su expresión es tan seria que parece arrecho. Diego termina su comida, se limpia las manos con una servilleta, y en eso habla.

—Creo que prefiero estar solo por un año que tener que seguir diciendo adiós. Ya he tenido mucho de eso.

Mierda. Tengo que morderme el labio para no ponerme a llorar.

No sé si lo que siento en el corazón es dolor propio, por tener que reconocer que soy una fracasada socialmente, o por él. Porque es cierto, no solo tuvo que despedirse de su papá demasiado temprano, pero seguro que tenía amigos en Caracas que tuvo que dejar atrás. Y yo, ¿qué derecho tengo de decirle cómo debe vivir su vida?

Con un suspiro, me levanto.

—No te molesto más.

Me doy la vuelta y me encuentro con mi prima, que viene de regreso.

—¿Qué pasó? —Sus ojos saltan de mí hacia el chamo.

—Vamos.

Engancho mi brazo con el de ella y Daya, que no solo es mi prima sino la única amiga que tengo, me sigue sin rechistar. Pero cuando estamos lejos de la feria de comida, yo reviento a llorar como una misma pendeja y no me queda más remedio que explicarle a mi prima lo imbécil que soy.

NOTA DE LA AUTORA:

Como dijo Britney en su época: ups, lo he hecho otra vez. He jugado con sus corazones 🤭

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