Cuando éramos felices y no lo...

By Hubrism

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A Bárbara siempre le ha gustado Luis Miguel, el popular de su clase, pero en el último año de bachillerato en... More

Resumen + Nota de la Autora
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48

Capítulo 7

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By Hubrism

PASADO 6

—Pero no veo cuál es el problema —comenta Dayana masticando chicle.

—¿Cómo que no? Está más claro que el agua del lago.

—Eso no significa nada. Cualquier cosa es más clara que el agua del lago —replica, poniendo los ojos en blanco.

Las dos estamos en la tienda de sus papás. Mi tía Gabriela acompañó a Valeria y Salomón a algún preparativo de la boda, la cual ha desplazado a la política como tema más importante de conversación de varias familias. Es lo único bueno de todo este asunto tan terrible.

Mientras tanto, mi papá y el de Dayana andan filosofando sobre una mesa de dominó con los vecinos.

Mi padre se llama Aristóteles Aparicio y el de Dayana se llama Sócrates Rodríguez. Se conocieron en el colegio y decidieron que debían ser los mejores amigos de por vida, hasta el punto de que terminaron casándose con dos hermanas. A pesar de los años, no hay quien los separe y mucho menos cuando se la están pasando bien. Lo más probable es que se emborrachen y no los veamos otra vez hasta mañana.

Así que mi prima y yo tenemos paz y calma por algunas horas. A cambio, debemos atender a los clientes y asegurarnos que nadie se robe nada. Pero como la tienda es pequeña y en una esquina recóndita del Centro Comercial Doral, no tenemos tanto tráfico como para preocuparnos.

Supuestamente íbamos a emplear el tiempo en hacer nuestras tareas, excepto que Dayana está en humor para brollo.

—El punto es —retomo la palabra—, que no quiero lidiar con él. Ya es suficiente con que vamos a tener que compartir el cargo de delegados de la clase.

—Yo creo que estáis haciendo el papel de pendeja —afirma Dayana—. Si te la pasáis pa' arriba y pa' abajo con Luis Miguel, es posible que él empiece a darse cuenta de que sois la verga de triana.

—Lo dudo. La vida no es un cuento de hadas.

—Marica, ve —dice a la vez que rodea el mostrador hasta pararse frente a mí—, vos no sois fea. Lo que necesitáis es dejar de mirar a todo el mundo como si los quisieras matar.

Hago exactamente lo contrario.

Dayana me levanta un mechón de mi cabello.

—Y si te dejáis de secar el pelo como si fuera liso y en vez de eso te cuidáis los rizos, se va a ver más saludable y menos...

—¿Como un lampazo?

Sonríe con la confianza de alguien que naturalmente tiene el pelo liso y grueso. Yo no salí tan afortunada de la piscina genética. La meta de mi cabellera es desafiar la gravedad.

—Y también si te vestís diferente. A los chamos les gusta ver una pista de lo que tu mamá te dio.

—Pues que la vayan a ver en una revista —refunfuño y me cruzo de brazos—. ¿Qué tienen de malo una franela y jeans?

—En teoría nada, pero los tuyos parecen como de varón.

—Va pues, son cómodos.

—Yo también estoy cómoda —agrega Dayana, señalando hacia su conjunto de ropa—, pero no me veo como un macho.

Es cierto. Usa unos jeans de esos que muestran cadera y su franela es entallada. Lo que la hace ver tan bien no es sólo que Dayana tiene mejor figura que yo, sino su confianza. Ella hace voltear cabezas por donde camina, y es un misterio para ambas el por qué no hay un solo chamo que le haya echado los perros en la vida. Nuestra teoría es porque, a pesar de ser bonita, se le nota que no tiene plata.

—Bueno aja. Si me pudieras escoger el look, ¿qué seleccionarías?

Como si yo fuera una clienta, mi prima revolotea por toda la tienda para escoger una blusa rosada y unos jeans que me tendría que quitar con tijera. Los pone contra mí para analizar el conjunto.

—Una cosa así, más unos zarcillos lindos que hagan juego y un poquito de maquillaje.

—Es demasiado esfuerzo —reprocho con un suspiro.

—Para ser bella hay que ver estrellas.

Ese es el eslogan de las venezolanas. Excepto una.

—Valentina no ha visto ningunas estrellas.

—No me habléis de esa lechúa. No conozco a más nadie que no tenga que hacer un poquito de esfuerzo aparte de ella.

A las dos nos cae una nube negra de pensar al respecto. Por supuesto, ese es el momento propicio para que un cliente entre en la tienda.

Un cliente, no. Dos. Una clienta y un cliente. Nada más y nada menos que el nuevo y una señora que debe ser su mamá.

—Buenas tardes —saluda la señora.

Dayana es la que reacciona. Suelta la ropa que sostiene en frente de mí y tengo que brincar para atajarla antes de que caiga al suelo.

—¡Buenas! Adelante, ¿en qué puedo ayudarla?

Me da gracia que su acento maracucho mega pronunciado se esfuma cuando tiene que lidiar con los clientes. Dayana se convierte en toda una profesional vendedora en un abrir y cerrar de ojos.

Hablando de ojos. Con razón los irises del nuevo son de un color tan raro. Su mamá tiene unos ojos azules como el agua clara de Los Roques. Son impactantes para mí, acostumbrada a ver sólo ojos marrones y negros como los que proliferan aquí.

—Estoy buscando unos zarcillos que hagan juego con una blusa verde que me gusta mucho.

El nuevo me lanza una mirada de fastidio, no sé si por encontrarme aquí o porque su mamá aparentemente lo ha arrastrado a hacer compras.

—Claro que sí, tenemos una selección bastante variada —explica Dayana al caminar de nuevo detrás del mostrador—. A ver qué tenemos en verde.

—Mátame —masculla el nuevo entre los dientes.

No lo culpo. Cuando mami me arrastra de compras clamo lo mismo.

Devuelvo la ropa a su sitio escuchando la cháchara de Dayana y la señora. Ambas suenan igual de interesadas en discutir los particulares de la bisutería. Cualquiera pensaría que seleccionar un par de aretes es una ciencia exacta.

—¿Y tú qué haces aquí?

Me doy la vuelta. Empujo los lentes en el puente de mi nariz, pero aún veo su cara borrosa. Menos mal. Me hace un poco inmune a él.

—La chama que atiende a tu mamá es mi prima Dayana —contesto, consciente de que hoy mi cabello es un nido de chocorocoy. Por primera vez quisiera haber seguido el consejo de Dayana.

—Ahh —hace una pausa para observarla y agrega—: se parecen.

Enarco las cejas porque nunca me ha parecido ese el caso.

No porque seamos casi hermanas nos vemos parecidas. Dayana es un poco más delgada y alta que yo, con piel marrón clara, ojos oscuros y cabello larguísimo y como la seda. En cambio yo soy una enana, pálida como un fantasma y aunque tengo los mismos ojos y cabello oscuros como Dayana, la combinación me hace ver como si estuviera asistiendo a mi propio funeral.

—Miarma, como que te hacen falta lentes también.

—Me vas a disculpar pero tengo visión 20/20 —reitera el nuevo con un bufido.

—Cochina envidia —mascullo para mis adentros.

—Dieguito —llama su mamá, mostrando dos aretes diferentes en sus orejas—. ¿Cuál te gusta más?

—Mami, yo no sé nada de eso. Lo que tu quieras.

—¿Qué opina tu amiguita? —pregunta la señora, mirándome.

—No soy su amiga —explico, a la vez que él también habla.

—No somos amigos.

Nos lanzamos una mirada que dice mucho. Fastidio de interrumpirnos mutuamente, y de que nos confundan como amigos cuando nos pasamos toda la semana como perros y gatos porque no veía bien y él estaba harto de la lata.

—¿No? Si parecen de lo más cercanos. ¿Entonces de dónde se conocen?

—Somos compañeros de clase —cuenta su hijo.

Dayana respinga.

—Ah, ¿éste es el nuevo?

—Tengo nombre y no es «el nuevo».

—Verdad. ¿Cuál era? ¿Dieguito? —le pregunto en burla.

Dieguito, que no tiene nada de ito, me lanza una mirada feroz.

En dos pasos la mamá de él está frente a mí. Me toma de las manos.

—Me caes bien. ¿Cómo te llamas?

—Este... Bárbara Aparicio.

—Mucho gusto, este Bárbara —bromea la señora—. Soy Moira, mamá de Diego.

—Mucho gusto, señora Moira.

—Nada de eso, como vas a ser amiga de Diego quiero que me llames Moira.

Intercambio una mirada con su hijo. No se le ve sorpresa por lo amiguera que es su mamá.

—Él es bien asocial pero no quiero que esté solito todo el año. ¿Me prometes que lo vas a cuidar?

—Mamá, ni que fuera un bebé en pañales —protesta Diego. Pasa una mano por su pelo en frustración.

Es un poco cómico verlo avergonzado por su mamá, siendo tan grandote y corpulento. Me dan ganas de hacerle pasar más pena todavía.

—Te lo prometo, Moira. Yo voy a cuidar a tu Dieguito en el colegio.

Dayana se ahoga con el aire de las ganas de reírse. No sé cómo he logrado mantener una expresión serena.

Sospecho que la señora Moira lo sabe, pero parece que ella está tan divertida como nosotras.

—Perfecto. Confiaré en tu palabra.

La expresión de absoluto horror del nuevo me hace saludar como un soldado. Con estas municiones, no puedo esperar a burlarme de él cada vez que me muestre impaciencia.

NOTA DE LA AUTORA:

Ah, by the way. Si les está gustando la historia, armen alboroto en las redes sociales que la autora se alimenta de atención. Muacks 😘

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