[Mericcup] Teach me how to Lo...

Da MarySueSanders

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Mérida Dunbroch tiene que mudarse a Nueva York con su familia debido a una nueva oportunidad laboral que se l... Altro

Prólogo: Fucking Big City
Capítulo 1: The new girl in town
Capítulo 2: Needing help
Capítulo 3: Secret feelings
Capítulo 4: Give me some
Capítulo 5: A little sweetness
Capítulo 6: Secret lovers
Capítulo 7: Game rules
Capítulo 8: Silence
Capítulo 9: The red queen (Parte 1)
Capítulo 10: The red queen (Parte 2)
Capítulo 12: Strongest Love
Capítulo 13: Ocean siren
Capítulo 14: Your spell
Capítulo 15: You earned it
Capítulo 16: White man
Capítulo 17: Storm clouds
Capítulo 18: Problems
Capítulo 19: Drink to forget
Capítulo 20: Change for you
Capítulo 21: Seduction tricks
Capítulo 22: Threats
Capítulo 23: Heart demons
Capítulo 24: Not a love story
Capítulo 25: Suicide
Capítulo 26: One more chance
Capítulo 27: Irrational
Capítulo 28: The perfect housewife
Capítulo 29: Old friend
Capítulo 30: Goodbye
Epílogo: Last words
Remind me how to love

Capítulo 11: The red queen (Parte 3)

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Da MarySueSanders

No pude creer lo que veía.

Allí estaba una imagen mía, completamente sin ropa sobre el cuerpo semidesnudo de un chico. Era yo, claramente, pero... ¿Y Hiccup? ¿Qué era ese video?

El tiempo parecía estar congelado o avanzar tan lentamente que cada segundo era una tortura. En cierto momento la cámara se movió y dejó ver el rostro del muchacho quien me hacía gemir alaridamente con sus manos en mi entrepierna. Dios mío.

Mi cuerpo entero temblaba, de miedo, de repugnancia, de ansias, de tristeza... Busqué el rostro de Hiccup en la multitud mientras una lágrima se resbalaba por mi mejilla. Él no estaba. Contemplé entonces a todos mis compañeros, quienes me observaban con asco, otros se reían y uno que otro rostro expresaba preocupación. Otra lágrima se desplazó desde mi ojo izquierdo, marcando su húmedo recorrido hasta llegar a la comisura de mi boca, la cual permanecía abierta por mi falta de control sobre mi cuerpo.

Respiraba profundamente, bajando y subiendo exageradamente mi pecho que parecía estar siendo aplastado por doscientos kilos de concreto. Volví la vista al video, no podía creerlo.

El "secreto" que tenía Patán sobre mí, no era mi relación con Hiccup, sino el hecho de que en la noche de la fiesta en su casa me había acostado con Eret, la pareja de mi única amiga en todo el maldito instituto: Astrid. Las cosas empezaron a tener sentido y el recuerdo de la fiesta me invadió. Aquel chico que creí no conocer, ahora tenía un nombre y un rostro.

Decir que me sentía terrible era poco. El suelo comenzó a moverse, haciéndome tambalear de un lado al otro. Algo caliente y ácido subía desde mi estómago, haciéndome sentirme realmente enferma.

-¡Es la reina de las putas!- Comentó alguien entre la multitud. Alcé la vista para encontrar al propietario de la voz y noté que fue Patán. Todos comenzaron reír y a canturrear en coro:

-¡Salve a la Reina! ¡La Reina de las putas!- Entonaban mis compañeros. Me sentía tan humillada, tan triste, tan basura... Hiccup, ¿dónde estaba? El leve llanto se transformó en sollozos desesperados y gritos incontrolables de odio hacia Patán. El director le ordenaba a todos que guardaran silencio, pero nadie obedecía. Todos continuaban cantando mientras mis gemidos en el video sonaban de fondo.

Bajé torpemente del escenario, intentando huir de allí, pero al final de las escaleras algo me hizo tropezar. Alcé la vista para encontrarme con el rostro enfurecido de Astrid, quien tras observarme por unos segundos con el odio más profundo posible, escupió sobre mi vestido. Al menos el video se había cortado de repente, pero la pesadilla continuaba.

Mis ojos suplicaban su perdón, pero todo en su anatomía me decía que nunca olvidaría lo que le había hecho. Luego de hacer una seña con su cabeza, dos chicas más aparecieron y las tres juntas comenzaron a quitarme el vestido con brutalidad, dejándome en ropa interior. Yo les rogaba entre sollozos que se detuvieran e intentaba quitármelas de encima mientras pataleaba y lanzaba golpes, pero nada las frenaba. Una vez se deshicieron de mi vestido, me obligaron a pararme.

-¡Vamos, su alteza! ¡Desfile para su público!- Me gritaba Astrid con repugnancia. Todos me observaban, todos se reían. Los chicos me tocaban y no únicamente las nalgas. Un grupo pequeño de hombres hasta intentó deshacerse de mi brasier, el cual pude mantener sobre mi cuerpo de puro milagro. Quería huir de allí, pero todos parecían querer evitarlo para así poder tomar un poco mas de mi dignidad. Tenía cientos de pares de manos sobre mi cuerpo, tocándome todo lo que me hacía mujer. Me estaban lastimando, sentía los rasguños furiosos de las mujeres y los brutales manoseos de los hombres excitados. Yo rogaba que me soltaran y luchaba hasta con lo último que me quedaba de fuerzas para deshacerme de ellos.

En cierto momento, mientras luchaba por salir del gimnasio, me hicieron tropezar nuevamente y un chico se sentó sobre mí. Me tomó con ambas manos los pechos y posó sonriente para una foto que otro sujeto tomó. ¿Por qué, Dios mío? ¿Qué hice para merecer aquello?

Sin embargo, llegó mi salvación en cuanto todos los profesores unieron fuerzas para apartar a la multitud de alumnos exaltados y fue Hiccup quien me tomó en brazos para sacarme de allí. En cuanto estuve segura de que estaba a salvo en brazos de mi profesor de física, mi mente colapsó y terminé por desmayarme.

Mis ojos se abrieron para revelar que estaba en un auto. Al doblar la vista, pude ver que el conductor era Hiccup. Llevaba un smoking negro y el rostro fruncido. Sus ojos cargados de preocupación y furia. No entendía nada y cuando desplacé una mano para tocarme cierto punto en la cabeza que me dolía, noté la corona. Todos los recuerdos me invadieron y mi corazón se estrujó de la tristeza.

Grité. Tan fuerte y tan repentinamente que logré exaltar a Hiccup, quien del susto hizo que el auto serpentease. Tras el grito, vinieron los sollozos. La vergüenza, la tristeza... todo me invadía y me quemaba el alma.

-¿¡Por qué!?- Gritaba una y otra vez, mientras me cubría el rostro con las manos, como si así evitaría la humillación de los recuerdos. Hiccup estacionó el auto bruscamente a un lado de la carretera e intentó tomarme de los brazos. Yo me sacudía con brutalidad, asustada y enfurecida.- ¡No me toques! ¡No me toques!- Le gritaba. Sin embargo, él no cedía. Seguía intentando una y otra vez tomarme por las muñecas, sin importarle cada golpe que yo lograba darle. Quería a todo el mundo lejos. Ya me habían hecho suficiente daño.

-¡Mérida, cálmate!- Me gritó, con tal autoridad que me dejó helada.

-¿Cómo demonios quieres que me calme?- Le pregunté, sollozando.- ¿Por qué no fuiste a ayudarme? ¿Por qué me dejaste sola? ¡Eres un idiota! ¡Te odio! ¡Quiero que te alejes!- El suspiró e intentó aproximarse a mí.- ¡Aléjate!- Le grité, con el corazón partido en dos. Él me había abandonado. Había dejado que todos esos idiotas me tocaran. Hiccup se quedó tieso. Continué sollozando en lo que lo observaba. Me miraba con tanta tristeza, con lástima. Podía notar que quería ayudarme. Sabía que se sentía culpable por lo que había pasado, pero yo solo quería que me dejara en paz.

-Mérida, por favor.- Suplicó, en un susurro, mientras estiraba la mano para acariciarme la mejilla. Él también temblaba.- Ven, déjame ayudarte.- Con el simple hecho de tocar mi mejilla, caí rendida a sus pies. Su tacto era diferente y único, me hacía sentirme increíblemente bien. Cargado de amor. De verdad quería verme mejor y yo lo dejé curar mis heridas con su cariño.

Me abalancé sobre él y lo abracé tan fuerte como mis débiles brazos me permitían. Lloré por tiempo indefinido, mientras él me mecía lentamente. Me consolaba como a una bebé, pero no me importaba en absoluto. Lo necesitaba, ahora y siempre.

Cuando logré tranquilizarme un poco, Hiccup arrancó y nos dirigimos hacia su casa, en donde me permitió darme un baño y me prestó ropa abrigada. Por increíble que parezca, yo no podía dejar de llorar. No eran sollozos, pero sí lágrimas incontrolables, que se resbalaban una y otra vez por mis mejillas.

Una vez salí del baño, Hiccup me secó el cabello delicadamente con una toalla y luego me secó las lágrimas mientras me sostenía en sus brazos, hasta que, de alguna extraña forma, me dormí.

Esa noche tuve pesadilla tras pesadilla, de la cual me levantaba gritando o sollozando. Cada vez que lo hice Hiccup estaba ahí para tomarme fuertemente en sus brazos y dejar que llorase sobre él hasta conciliar el sueño nuevamente. Fue una noche horrible, pero pudo haber sido peor sin Hiccup a mi lado.

Ni bien abrí los ojos a la mañana siguiente las lágrimas se apoderaron de mí. Quería morirme, que la tierra me tragase y me llevase al infierno. No solamente sería el hazmerreír de toda la escuela, estaba segura de que cuando mis padres se enterasen se les rompería el corazón. Les haría tanto daño. Si tan solo no hubiese consumido esa pastilla... todo estaría bien.

No quería culpar a Hiccup de mis desgracias, ya que en ese momento era la única persona que me mostraba su apoyo. Sin embargo, una idea creciente se había plantado en mi cabeza y me susurraba que si me ponía a analizar las cosas, mi vida se había complicado en el momento en el que Hiccup apareció en ella.

Quizá nunca debimos habernos conocido.

El castaño me trajo el desayuno a la cama, aunque no probé bocado. El me rogaba una y otra vez que me alimentara, pero solo bebí un par de sorbos de agua. Me sentía tan destrozada. Lloré todo el resto de la mañana y en ningún momento Hiccup se fue de mi lado. Aprecié que no me diera ningún sermón en aquellos momentos, puesto que si alguien se ponía a regañarme o a hablarme del tema, yo misma me mordería la muñeca hasta reventar mis venas y morirme. En esos momentos, solo necesitaba a alguien que me abrace, que se preocupase un poco de mí; y él lo hacía a la perfección. Parecía conocerme de toda la vida.

Llegó el almuerzo y acepté darle algunos sorbos a la sopa que me había hecho. Cocinaba terrible, pero de todas formas aprecié el gesto. Luego ambos miramos un poco de televisión, mientras él me sostenía fuertemente a su lado. Sin embargo, a eso de las cuatro de la tarde, su teléfono comenzó a sonar insistentemente. Debían ser los profesores o mis padres, preguntando a dónde me había llevado.

Le sonreí levemente, indicándole que contestara y él se marchó de la habitación para hablar en la cocina. Admiraba el riesgo que estaba corriendo por mí, otra razón para no culparlo de todo lo malo que me estaba pasando. En realidad, yo me lo busqué. Después de todo, fui yo quien consumió la droga.

Al cabo de unos minutos volvió a la habitación y me sonrió para luego darme un beso en la frente.

-Le dije a tus padres que te había traído a casa de mi madre y que ella estaba cuidando de ti.- Me comentó, en susurros. Su calmada voz me tranquilizaba profundamente.- Están preocupados y desean verte.- Yo asentí levemente, entendiendo lo que significaba aquello.

-¿Vendrán por mí?- Él negó levemente con la cabeza.

-Yo te llevaré, pero lo haré cuando tú me lo pidas.- Yo asentí, agradecida. Aún no quería irme, no me sentía preparada para afrontar a mis padres. Él se sentó nuevamente a mi lado y tiró de mí hasta ponerme sobre él. Hundí mi cara en su cuello y aspiré aquel significativo aroma. Así estuvimos por otras largas horas, hasta que le indiqué que estaba lista para irme, quizás para siempre.

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