Un refugio en ti (#1)

由 ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... 更多

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

EPÍLOGO

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由 ladyy_zz

Nadie se podía imaginar que se pudieran recorrer tanto en sólo diez metros cuadrados, pero ella estaba batiendo récords. Llevaba caminando de un lado a otro de la habitación casi media hora sin parar mientras Marina ya la miraba mareada por tanto movimiento, pero no podía parar. Necesitaba hacer algo para calmarse.

– Luisita, de verdad. Tranquilízate de una vez. – la regañó su mejor amiga.

Sin embargo, en cuanto la rubia se giró hacia ella, por la mirada que recibió a cambio, se arrepintió automáticamente de haber abierto la boca.

– Pero, ¿cómo quieres que me tranquilice? Es el día de mi boda.

Volvió a mirarse al espejo de pared que había en esa pequeña habitación y se recolocó por vigésima vez la chaqueta del traje blanco que llevaba, a pesar de llevarlo perfectamente puesto.

– Eres consciente de que lleváis ya casi tres años casadas, ¿no?

Luisita suspiró y se acercó a la ventana para admirar sus vistas e intentar que la tranquilidad del mar la calmara.

El primer destino de aquella promesa de recorrer mundo fue Barcelona. Luisita estaba intrigada por conocer el lugar donde Amelia había pasado aquellos seis años separada de ella, y para la ojimiel también significaba mucho volver al último sitio que tenía recuerdos con su madre. Fue duro volver a aquella playa en donde había esparcido sus cenizas, sin embargo, tener a su pitufa cogiéndole la mano en cada momento, lo hizo mucho más ameno, y para, sobre todo, ver la cara de Luisita al ver el mar por primera vez en su vida. Era adorable, siempre llevando luz siempre a los malos momentos, incluso inconscientemente.

– Sabes de sobra que para nosotras eso era más un trámite que otra cosa, lo de hoy... es real. Nos vamos a casar de verdad.

Casi no le salían las palabras a causa de todo lo que sentía por dentro.

Eva llevaba viviendo con ellas un año en la fase pre-adoptiva que tenían que hacer antes de que el juez tomara una decisión firme, y cuando Cris llamó a Luisita para anunciarle que, por fin, ya había una resolución de la adopción, la rubia decidió no compartir en ese momento la alegría de lo que revelaba aquella noticia con Amelia, porque cuando decidieron casarse para poder adoptar fue todo improvisado y ahora tenía la oportunidad de hacer las cosas bien. Ahora quería ser ella la que le pidiera a Amelia que pasara el resto de su vida con ella.

Alquiló una casa junto a esa playa que tantos recuerdos le traía a Amelia y con la sentencia en un bolsillo y el anillo en el otro, y una noche en la que contemplaban la luna tumbadas en una toalla en la arena, Luisita le entregó el folio a Amelia con la resolución de la adopción y cuando terminó de leerlo y levantó la vista del papel, sólo se encontró a aquellos ojos marrones enormes llenos de brillo y de amor sujetando en una mano un anillo que apenas podía sujetar de lo mucho que estaba temblando por los nervios.

Cuando pensaron en el lugar donde deberían celebrar la boda, Amelia sugirió aquella misma casa que habían alquilado, que a pesar de estar en Barcelona, era lo suficientemente espaciosa para aquella celebración y estaba al lado de esa playa. Luisita sabía lo que significaba para Amelia tener el mar cerca, así fue imposible negarse. Toda la familia y amigos cercanos se trasladaron hasta Barcelona para la celebración, y tampoco necesitaban a más gente, sólo a sus seres queridos.

Luisita estaba tan feliz e ilusionada por que llegara aquel día, sin embargo, ahora que había llegado, se moría de los nervios. Literalmente sentía que moriría de un infarto.

Marina la miró con ternura y se acercó hasta ella para mirar también junto a la ventana.

– Luisita... Amelia te ama con locura, así que tranquila, todo va a salir bien.

La rubia se giró hacia ella y le sonrió ante aquellas palabras, pero no fue suficiente para agradecerle todo lo que estaba haciendo y había hecho siempre por ella, así que la rodeó con sus brazos y la abrazó con fuerza sin importarle cuánto se arrugara su traje.

– Muchas gracias, Marina. Por todo, siempre.

Marina se separó de ella para mirarla bien y antes de que pudiera contestarle, alguien tocó la puerta de la habitación pidiendo permiso para entrar. María asomó la cabeza e intentó no emocionarse como llevaba haciéndolo todo el día cada vez que veía a su hermana vestida de novia.

– Marina, ¿puedes salir un momento? – dijo en un tono un poco más serio haciendo que a Luisita se le encendieran todas las alarmas.

– ¿Por qué? ¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo?

– Que no, sólo quiero que Marina salga un momento.

– ¿Para?

– Para enrollarnos, Luisi, que lo tienes que saber todo.

La rubia puso los ojos en blanco mientras su mejor amiga salía de aquella habitación dejándola sola, aunque en realidad, ella también conocía a María y sabía que algo pasaba y efectivamente, porque en cuanto cerró la puerta a María se le cayó la sonrisa.

– ¿Qué ha pasado?

– No encuentro a Amelia.

– ¿Cómo no vas a encontrar a Amelia?

– Pues que estaba con ella en la habitación y es verdad que lleva todo el día super seria, contestando con monosílabos y, claro, le pregunté si estaba bien, y me dijo que sí, que sólo quería un poco de intimidad para cambiarse así que salí de la habitación. Fui a cambiarme yo y cuando volví, Amelia no estaba y el vestido estaba sobre la cama.

– ¿Has mirado si está en el baño?

– ¿Te crees que no la he buscado por todos lados? – Marina le reprochó con la mirada esa forma de hablarle y María suspiró cerrando los ojos intentando calmarse. – Perdón. Si, claro que he mirado en el baño, en todas las habitaciones y en el jardín, y el móvil se lo ha dejado en la habitación.

– Vale, está bien. ¿Cuándo fue eso?

– Hace cincuenta minutos. – Marina abrió los ojos de la sorpresa y María resopló al confirmar que no estaba exagerando. – Se ha pirado, ¿verdad? Joder, Amelia se ha ido y va a dejar tirada a mi hermana. ¡Yo la mato!

– Shh. – dijo Marina mirando a la puerta justo detrás suya donde estaba Luisita. – Baja el volumen que Luisita ya está al borde de un ataque de nervios como para enterarse de esto.

María se echó las manos a la cabeza intentando pensar pero estaba tan alterada que era imposible.

– ¿Qué hago? – susurró al borde de las lágrimas.

Marina la miró sintiéndose mal por la angustia que estaba sufriendo su novia y la abrazó para intentar calmarla, y cuando notó que su abrazo estaba teniendo efecto, volvió a alejarse.

– Vamos a calmarnos y pensar. Vuelve a buscarla, y si no la ves, pregúntales a tus padres, igual ellos la han visto, ¿vale? Pero tranquila, porque Amelia se moría de ganas por que llegara este día, han luchado muchísimo por lo que tienen y quiere demasiado a tu hermana para hacerle esto, así que va a aparecer.

María asintió algo más tranquila por sus palabras y suspiró.

– Vale, voy a buscarla.

– Así me gusta. Y más te vale encontrarla, porque como tu mejor amiga deje plantada en el altar a mi mejor amiga, tú y yo vamos a tener tu problema. – le amenazó con el dedo para girarse definitivamente hacia la habitación donde estaba Luisita.

– Oye, Marina. – la llamó cuando ya estaba tenía el pomo de la puerta en la mano. – Te quiero. – le dijo con una sonrisa a la que Marina no pudo evitar corresponder.

– Y yo a ti, tonta. – le lanzó un beso y volvió a meterse en la habitación con Luisita.

María miró la puerta que acababa de cerrarse y cogió aire antes de volver a poner patas arriba la casa para buscar a su mejor amiga, pero no sirvió de nada, porque volvió a hacer el mismo recorrido mirando por todas las partes de aquella casa y nada, ni rastro de Amelia. Ya sólo le quedaba una opción y era preguntarse a sus padres. No le hacía mucha gracia aquello, porque si la respuesta era negativa, tendría que explicarles lo que pasaba, y no creía que estuviera preparada para escuchar a su padre. Pero igualmente, tuvo que hacerlo.

Fue hacia el salón donde estaban todos los invitados y encontró a su familia al completo en el sofá. Manolita llevaba unos tacones demasiado altos para lo que estaba acostumbrada y le dolían los pies. Pelayo, aunque pareciera que siempre tenía la misma edad, era cierto que sus piernas ya no aguantaban tanto tiempo de pie, y Marcelino estaba sentado con su nieta en su regazo intentando aprender a jugar a las palmas sin mucho éxito.

– Oye, ¿sabéis por casualidad dónde está Amelia? – preguntó con algo de miedo.

Todos negaron alertándose un poco. Bueno, todos no. Alguien si sabía la respuesta.

– Yo si se dónde está mamá. – dijo Eva haciendo que el aire volviera a los pulmones de María.

– ¿Dónde, cariño?

Eva miró a Marcelino y sonrió antes de hablar.

– Sólo lo diré si abu Marce admite que el Atleti femenino es mejor que el masculino.

María regañó a su sobrina con la mirada ante aquel chantaje y Manolita puso los ojos en blanco harta de aquella discusión. Desde que hacía dos semanas ambos equipos jugaron sus distintos partidos coincidiendo en hora y Eva quería poner el femenino y Marcelino el masculino, ambos argumentaron qué partido había que ver porque un equipo era mejor que el otro. Volvió a mirar a Eva y vio en aquellos ojos verdes que no iba a ceder. Ya no era la niña tímida y asustada de cinco años que conoció, sino que acababa de cumplir ocho y había aprendido a salirse con la suya, sobre todo porque no había nadie que supiera decirle que no, incluso ella, aunque no quisiera admitirlo. No sabía cómo, sin ser de su sangre, esa niña podía haber sacado tanto carácter de Luisita.

– Papá, por favor. Llevo una hora buscando a Amelia y necesita vestirse ya si no quieres que Luisita se quede esperándola en el altar.

Todos la miraron sorprendida de su desesperación y claro, si se lo pedía así, cómo negarse.

– Está bien, el femenino es mejor y Virginia Torrecilla es la mejor jugadora, ¿contenta enana?

Eva asintió satisfecha y le dejó un beso a su abuelo en la mejilla sabiendo el gran sacrifico que había hecho.

– Me dijo que quería estar con abuela Devoción un rato.

María la miró más confusa aún, pero entonces las piezas encajaron en su cabeza y miró a través de la ventana que la puerta trasera que había en el patio de aquella casa y daba a la playa, estaba abierta. Una punzada le atravesó a María por haber dudado del compromiso de Amelia con Luisita, y sobre todo, por no haber pensado en la gran ausencia que estaría sintiendo la ojimiel en su interior.

– Voy a buscarla. – murmuró a su familia.

– Deja, María, voy yo. – dijo Manolita quitándose los tacones. – Ahora lo que necesita Amelia es una madre.

Asintió sabiendo que tenía razón y Manolita salió de la casa hacia la playa. En cuanto abrió la puerta, pudo ver a Amelia algo alejada sentada cerca de la orilla. Se acercó a ella poco a poco y no supo si la sintió llegar o no, porque no hizo ningún gesto incluso cuando se sentó junto a ella. Tenía la mirada fija en el mar y el viento revoloteaban en el aire debido al viento de aquel día.

Era septiembre y, aunque aún se pudiera disfrutar de un poco de sol, el calor se había ido. Con lo friolera que es, la rubia habría preferido celebrar la boda un mes un poco más caluroso, pero Amelia se había empeñado en celebrarlo en esas fechas. Luisita acababa de cumplir veintisiete años, pero a Amelia aún le quedaban dos meses para cumplir los treinta y uno, y quería casarse en ese breve tiempo en el que sus diferencias de edad eran tres años y no cuatro como el resto del año. A Luisita le parecía una tontería, pero sabía que para Amelia era importante. Se había sentido mal gran parte de su vida por la diferencia de edad, y aunque ya no se sentía culpable, quería aprovechar esa ventaja.

Así que ahí estaban, Amelia y Manolita sentadas cerca de la orilla, la ojimiel aún con su ropa de diario puesta mientras que su suegra ya iba con su vestido para la boda puesto. Quizás se le estropeara al sentarse en la arena, pero ahora mismo le daba igual, sólo le importaba estar para Amelia.

Siguieron unos segundos más en silencio hasta que Amelia decidió sacar lo que la estaba atormentando.

– Ojalá estuviera aquí. – susurró, como si no quisiera que el sonido de su voz rompiera el encanto del lugar.

– Lo sé, a mí también me gustaría que estuviera aquí.

Amelia la miró y vio como los ojos de Manolita estaban empañados. Manolita y Devoción habían sido intimas durante muchos años, y sabía que su madre había sabido los sentimientos que intentaba ocultar hacia la rubia, y los que Luisita también tenía hacia ella. También sabía que Manolita sabía sobre esos sentimientos antes de que se fueran, pero no sabía si esas dos mujeres alguna vez hablaron sobre el tema o no. Lo que sí sabía es que Manolita le habría encantado tener a Devoción durante todo aquel proceso de preparativos de boda, y no sólo eso, sino para compartir la nieta que ahora tenía. La ojimiel le sonrió con ternura y le cogió la mano antes de volver a mirar hacia el mar.

– Me hace tanta falta... Tengo tantas preguntas que nunca le podré hacer.

Hubo otros segundos de silencio hasta que esta vez, fue Manolita quien lo rompió.

– Yo nunca sustituiré a tu madre, pero para mí eres como una hija, y sabes que siempre estaré para lo que necesites.

La ojimiel volvió a mirarla y sonrió sabiendo lo que esas palabras significaban y sabía que tenía razón. Para ella, Manolita también era como una madre y podía confiar en ella como tal. Fijó de nuevo la vista en el mar y se preparó para hablar.

– ¿Crees que seré una buena madre? Es decir, quiero a Eva con locura, pero, sé que eso no es suficiente. ¿Sabré saber cuándo está mal? ¿Sabré consolarla y cuidarla? Ha sufrido muchísimo, y yo sólo quiero que sea feliz, tanto ella como Luisita. – sonrió al mencionar a la rubia, pero la sonrisa se le volvió a borrar. – Quiero hacer tan feliz a Luisita que me asusta porque... – la miró de nuevo y Manolita pudo ver que tenía lágrimas en sus ojos. – yo lo daría todo por su felicidad, todo, no sé si habría algo que no hiciera por ella, y me da miedo porque... he visto lo que es llegar hasta el límite por el amor en un matrimonio, y aunque sabes que siempre he adorado a mi madre, es lo único en lo que no quiero llegar a ser como ella, pero... ¿Crees que lo soy? ¿Crees que soportaría por Luisita lo que mi madre soportó por mi padre? No sé, llevo años demostrándole a Luisita que el amor no es dependencia, pero... Yo no podría vivir sin ella.

Manolita la miró con cariño y le retiró una lágrima que se había deslizado por su mejilla sin darse tan si quiera cuenta.

– ¿Sabes las adolescentes que empapelan su habitación de pósters de su amor platónico? – Amelia asintió algo desconcertada. – Pues creo que, si hubiera podido, mi hija hubiera llenado su habitación con tu cara. – ambas rieron haciendo que la oscuridad que se había creado dentro de la ojimiel fuera desvaneciéndose. – Lo que te quiero decir, es que ella tampoco puede vivir sin ti, siempre ha sido así. Ambas haríais lo que fuera por la otra, y entiendo lo que quieres decir, pero sinceramente, creo que no hay nada de malo cuando ambas personas están en el mismo punto. Yo también haría cualquier cosa por mi marido y sé que él por mí, pero está bien porque es mutuo, y el matrimonio no se trata de cuidar a la otra persona y de hacerla feliz, sino de cuidarse mutuamente y ser felices, juntas.

Amelia asintió sabiendo que tenía razón, sintiéndose culpable por aquellos pensamientos. Ella sabía que el amor era eso, que siempre era mutuo, pero ahora a minutos de subirse al altar, sentía que su amor por la rubia era tal que sentía que se le escapaba de las manos.

– Cariño, la gran diferencia entre este matrimonio y el de tus padres es que en este ambas os queréis. Tu padre nunca quiso a tu madre, porque absolutamente nunca se maltrata a quien se quiere.

– Lo sé, tienes razón.

– Respecto a Eva, todo lo que habéis luchado para que esté con vosotras, os hace más que buenas madres y aunque sólo lleve viviendo con vosotras un año, creo que ambas habéis demostrado más que suficiente tener instinto maternal, así que estoy segura de que tanto tú como Luisita seréis unas madres increíbles.

– Ojalá viera tan claro ese instinto maternal que dices que tengo. – murmuró sacando todas sus dudas sobre sí misma.

–Vale, pues imagina que no, que Luisita no te quiere tanto como tú la quieres a ella. De hecho, imagina que Luisita no te quiere absolutamente nada, tan poco, que sería capaz de haceros a ti y a Eva lo que os hacía Tomás a vosotras. ¿Seguirías a su lado o tratarías de salvar a Eva de eso aunque significara alejarte del amor de tu vida? – Amelia se quedó mirándola y, al segundo, Manolita sonrió porque vio en sus ojos la respuesta acertada. – Pues eso es lo que te hace ser una buena madre, porque por el amor de los hijos también se hacen sacrificios, al igual que lo hizo tu madre aunque tardara demasiado. Solo que... a ella, más que el amor, le cegaba el miedo.

Amelia asintió agradecida por sus palabras, porque no se había dado cuenta de lo mucho que las necesitaba.

– Y si me lo permites, ahora voy a hablarte como suegra. – la ojimiel la miró con curiosidad y pudo ver un brillo de emoción en los ojos de Manolita. – Eres una mujer fuerte, bondadosa, cariñosa y una madre estupenda, eres la persona que toda madre sueña para su hija, así que no dudes ni por un segundo de ello.

– Gracias, Manolita. – le dijo evidentemente emocionada, dejándole un beso en la mejilla.

Suspiró sintiéndose mucho mejor, pero volvió a fijarse en el mar y a pensar en ella.

– ¿Crees que le hubiera gustado conocer a Eva?

– Uy, creo que nos habríamos matado vivas por quien es mejor abuela.

Amelia se rio ante la guerra de abuelas que hubiera sido aquello, y lo mucho que hubiera disfrutado Eva por tener a tantas personas que la quisieran tanto.

– Yo también lo creo.

– ¿Qué te parece si nos sacudimos la arena y volvemos a la casa? No querrás empezar tu matrimonio haciendo esperar a tu mujer, ¿no?

Amelia negó mordiéndose la sonrisa ante la idea de Luisita esperándola en el altar. Manolita se levantó sabiendo que la ojimiel necesitaba unos segundos más antes de volver. Pero ahora estando sola, cerró los ojos y cogió aire antes de levantarse. Sin embargo, cuando volvió a abrir los ojos y mirar al mar, se quedó congelada con lo que tenía delante.

Había una niña en la orilla, a pocos metros de ella, y las olas sólo le cubrían sus pies. Se levantó despacio sin apartar la vista de ella, mirando a aquellos ojos que tanto reconocía. Porque la conocía, claro que la conocía. Una versión de Amelia a sus diez años la miraba llena de tristeza, y con algo de sangre en el labio acompañado de un leve moretón.

Apartó la vista unos segundos incapaz de seguir viendo aquella imagen, pero cuando volvió a mirarla, se dio cuenta de que esa imagen si era un reflejo real de su pasado, pero es que la realidad ahora, era que su presente era mil veces mejor. Tenía que hacérselo saber, estaría bien. La vida cambiaría, había luz. Sólo tenía que aguantar.

– Sé fuerte, Amelia, porque la vida te sonreirá. – sonrió, y automáticamente aquella niña sonrió. – Y cuida bien de tu pitufa, algún día será ella la que te cuide a ti.

La niña asintió aún con la sonrisa puesta y ella se sintió más aliviada. Se giró para dirigirse de nuevo hacia la casa sin volver a mirar hacia la orilla, sin volver a mirar hacia el pasado. Entró en la habitación, echó el pestillo y se maquilló y vistió rápidamente, pero al darse cuenta de que no podía subirse sola el vestido, le mandó un mensaje a aquella persona que siempre estaba para lo bueno y lo malo durante toda su vida, a pesar de que ahora mismo sabía que tendría que estar algo enfadada con ella.

Se escucharon unos golpes en la puerta y Amelia abrió para dejar pasar a una María que, efectivamente, estaba enfadada.

– María, perdóname.

– Si yo entiendo que necesitaras tu espacio pero, mujer, la próxima vez avísame para no volverme loca buscándote, que ya pensaba que ibas a dejar tirada a Luisita.

Terminó de subirle la cremallera del vestido y Amelia se giró para mirarla, siendo ahora ella la que estaba enfadada.

– ¿De verdad crees que le habría hecho eso? Creía que me conocías...

– Pues claro que te conozco, pero joder... Esta boda está haciendo que me ponga de los nervios, de verdad, se me están quitando las ganas de casarme.

Amelia la miró con los ojos de par en par y María no entendió porqué hasta que no analizó lo que acababa de decir.

– ¿Tienes ganas de casarte?

– Emm... es una forma de hablar.

– María. – la regañó por no ser sincera, aun mirándola expectante.

Se quedó callada unos segundos pensando en cómo salir de esa, pero no pudo. Al fin y al cabo, era su mejor amiga.

– He estado pensando mucho últimamente y, no sé, creo que sí. Me gustaría casarme.

– ¿Con Marina?

– ¿Eres tonta? Pues claro que con Marina.

No le dio tiempo a terminar la frase cuando Amelia ya se había lanzado a abrazarla tan fuerte que María creyó que se quedaría sin respiración.

– Vale, vale. Para.

Salieron un poco del abrazo y María pudo ver aquellos ojos miel totalmente emocionados.

– ¡Qué alegría! Sabes que adoro a Marina, así que no podría estar más feliz por vosotras y te ayudaré en todo lo que necesites.

María sonrió, porque era verdad que Marina y Amelia habían desarrollado una muy buena amistad esos últimos años y sabía que estaba siendo totalmente sincera.

– Gracias, Amelia. Creo que con que evites que Mari Carmen organice la despedida de soltera, estoy más que satisfecha.

– Eso está hecho. – y ambas rieron, aunque no lo hicieron tanto durante la desastrosa despedida de soltera de Luisita y Amelia. – Bueno, ¿y cómo ha sucedido? Quiero decir, ¿qué ha hecho que María Gómez quiera casarse?

– ¿La verdad? Vosotras, porque veros crecer como pareja ha sido increíble. Tú la sobreprotegías demasiado y Luisita te idolatraba tanto que era ilógico, pero ambas habéis aprendido y madurado juntas, y nos habéis dado una gran lección sobre cómo el amor sano vale la pena lucharlo hasta el final. Ahora os queréis y sois un equipo imparable, y me habéis hecho darme cuenta de que yo también quiero eso.

Amelia la miró emocionada con los ojos brillantes, dándose cuenta de la razón que tenía y lo tonta que estaba siendo con sus dudas. Claro que amaba a Luisita hasta la locura, pero es que Luisita también lo hacía, y eso equilibraba la balanza de aquella relación convirtiéndola en un amor sano. Ambas habían aprendido a respetar a la otra, a darle sus espacio, y sobre todo, a curar sus heridas. Ellas, juntas, lo eran todo.

Antes de que pudiera responderle a María, se escucharon unos pequeños golpes en la puerta y Amelia sonrió sabiendo quien era incluso antes de que abriera.

– Pasa, pajarito.

Eva asomó primero la cabeza por el hueco de la puerta para después dejarse ver de cuerpo entero.

– Estás preciosa. – le dijo Amelia con los ojos más brillantes aún.

Había ido de compras con Luisita para ver qué se ponía para la boda, así que no era de extrañar que la niña llevara un traje de chaqueta azul que le quedaba adorable, parecido a uno que Luisita tenía y que a ella le encantaba.

– Tú también estás muy guapa, mamá.

Cada vez que Eva la llama así, le daba un vuelco al corazón. Aún no se había acostumbrado, pero desde luego, le encantaba.

En realidad, ellas nunca le dijeron que las llamara así, pero Eva empezó a llamar rápidamente a Pelayo y Marcelino como abuelos, y por supuesto, adoraba también tener a su abuela Manolita, así que se le hacía raro llamar a Luisita y Amelia por sus nombres, cuando las sentía mucho más que eso. Una noche, mientras la metía en la cama, se le escapó llamar a Luisita como "mami", y al ver que la rubia se emocionó, se acostumbró a llamarla así, y a Amelia como "mamá". En ese momento ellas se dieron cuenta de que ya la sentían como una hija, y aunque no deberían llamarse así ya que la adopción aún no era definitiva, incluso aunque al final no saliera, Eva siempre sería su hija.

La adopción había sido un proceso, lento y duro, pero juntas lo conseguirían, y juntas lo hicieron. Como siempre, juntas podían con todo y así debía seguir siendo.

– ¿Sabes qué? Vamos. – dijo Amelia dirigiéndose a su hija para cogerla de la mano y salir de esa habitación.

María las siguió sin saber a donde iban, pero pronto se dio cuenta qué cuál era su destino. Conforme se acercaban, Marina salió de aquella habitación y en cuanto vio a la ojimiel, suspiró aliviada, ya que iba a buscar a María para preguntarle si ya sabía sobre su paradero. Sin embargo, cuando Amelia pasó por su lado, no se paró, siguió su camino hasta abrir esa puerta y ver delante suya a la mujer con la que estaba apunto de casarse. A parte de por la sorpresa que teñía su cara, Luisita estaba absolutamente espectacular en su traje de chaqueta blanco y su pelo recogido.

– Pero, Amelia, ¿qué haces aquí? ¿No decías que daba mala suerte vernos antes de la boda?

–He cambiado de opinión, no hay mala suerte que pueda con nosotras. Quiero hacer esto contigo, juntas.

Luisita la estudió unos segundos, pero de pronto, su confusión cambió a una sonrisa que no le cabía en la cara.

– Juntas.

Caminó hacia ellas y le robó un beso a Amelia antes de agacharse a la altura de Eva.

– ¿Estás preparada?

Eva asintió tocando el pequeño bolso que tenía colgando donde guardaba los anillos de boda y Luisita rio ante lo comprometida que estaba la niña por aquella boda. Pero era cierto que empezaron los preparativos, Eva las había apoyado muchísimo y no había hecho nada más que mostrar su entusiasmo e ilusión por que sus madres se casaran, así que sí, lo haría juntas. Al final y al cabo, todo empezó por ella. Luisita le cogió a Eva la mano que tenía libre ya que la otra aún estaba agarrada a Amelia, y salieron de la habitación. María y Marina ya se habían encargado de poner a todos en sus puestos y prepararlos para dar comienzo a la ceremonia.

La ventaja que tenía el hecho de que aquello fuera una celebración sin ningún trámite, ya que, a efectos legales llevaban casadas tres años, era que podían celebrarla como quisieran, así que, con el mayor de los honores, ambas le pidieron a Pelayo que fuera el quien oficiara la ceremonia. Así que ahí estaban, caminando juntas por el pasillo con su hija entre ellas bajo la ilusionada mirada de todos sus seres queridos mientras Pelayo las esperaba de pie en el altar.

En cuanto llegaron, Eva les soltó las manos y se colocó a un lado, como le habían explicado que tenía que hacer, y ahora, en esos momentos, no existía nada más que no fueran ellas.

– Hoy estamos aquí para presenciar la unión entre dos personas que nos han dado a todos una gran lección sobre cómo el amor, cuando está destinado a ser, no entiende de fronteras tan absurdas como el tiempo, la distancia o la edad. Dos personas que nos han demostrado que para querer, primero hay que quererse, y que, contra las tempestades, la unión siempre hace la fuerza. Pero, además, yo tengo el gran honor de poder llamar a esas dos personas como "nietas", y os aseguro que no hay nadie mejor que la una para la otra. Sin embargo, por mucho que os hable sobre su amor, es imposible explicarlo sin pecar de escueto, así que, quien mejor que ellas para expresarlo. ¿Luisita?

La rubia lo miró entendiendo que le estaba dando la señal para que empezara con sus votos y, cuando volvió la vista al frente, no pudo evitar perderse durante unos segundos en aquellos ojos miel y, como siempre había pasado a lo largo de su vida, había conseguido calmarse y disipar cualquier duda que pudiera tener.

– Amelia, yo... Es imposible resumir lo que siento por ti, lo que este momento significa para mí. Durante toda mi vida, no sólo me has querido y has creído en mí, sino que has hecho que yo misma lo haga y creo que no hay mejor manera de amar a alguien haciendo que lo haga a sí misma. Porque cuando mi vida se volvió más oscura que nunca, tú volviste para ayudarme a deshacerme la venda de los ojos y recordarme cómo era sentir la luz del día. "Así que, continúo buscando esa frase que te explique de algún modo que puedas entender que entre todo lo que he perdido, te he encontrado a ti. Y a mí contigo", Elvira Sastre. – sonrió viendo cómo Amelia lo hacía al escuchar aquella frase. – Te quiero, Amelia, y muero de ganas por compartir mis días contigo y ver la maravillosa madre en la que te estás convirtiendo. En la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte nos separe.

Amelia la miraba con los ojos más brillantes que nunca y Luisita sabía que estaba intentando contener la lágrima que amenazaba por derramarse por su mejilla, pero entonces, se aclaró la garganta y se preparó para hablar.

– Creo que nunca has sido consciente de las veces que me has salvado durante toda mi vida. Tú me haces sentir mejor conmigo misma sólo por ver el amor y el apoyo en tus ojos. Contigo soy más fuerte, porque tú me haces creer que soy capaz de vencer cualquier batalla, y quiero pasarme el resto de mis días luchando mis guerras junto a ti. Sé que sin ti no habría conseguido ni la mitad de lo que lo he hecho hoy en día, porque tú me has dado motivos para creer en la felicidad, y me has dado una familia cuando nunca creí que eso fuera posible. "Si vives hasta los cien años, espero vivir hasta los cien años menos un día, así nunca tendré que vivir un día sin ti." Winnie de Pooh. – y Luisita rio haciendo que todos los presentes también rieran. – Te quiero, Luisita y también me muero de ganas por pasarme el resto de mi vida compartiendo esa familia contigo, viendo cómo te has convertido en la madre que cualquiera quisiera tener. En la salud y en la enfermedad, en la pobreza y en la riqueza, hasta que la muerte nos separe.

Escucharon a Pelayo de fondo decir algo así como "ya podéis besaros", pero tampoco les prestaron mucha atención, porque habían viajado a su propio mundo. Se acercaron y sellaron con un beso aquella promesa de amarse eternamente, mientras ambas fantaseaban con el futuro que les esperaba.


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