El peso de tus palabras

By LaReinaCuervo1998

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Nuestro peor miedo se ha hecho realidad: Frankelda y Herneval están separados y hay una impactante razón por... More

El peso de tus palabras

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By LaReinaCuervo1998

Hace poco vi "Los Sustos Ocultos de Frankelda" a través de HBO+ y me enamoré, ¡incluso tuve el placer de entrevistar a sus creadores, los hermanos Vono y Roy Ambriz!

Y, por supuesto, con ese final de temporada tan cardíaco, me inspiré para ponerme en los zapatos de Frankelda y escribir algo pequeñito. Probablemente todo quede aquí, puesto que estoy ansiosa por ver qué nos tienen preparado para la segunda temporada. 

Sin más qué decir, ¡disfruten!

No había pasado mucho desde que vimos a Frankelda y Herneval. Aún así, habíamos decidido esperar un poco antes de volver a la mansión después del fallido intento de escape.

Finalmente habíamos reunido el valor para volver a ver a esta singular pareja y buscar la forma de ayudarlos, pero nos topamos con una terrible realidad.

Ya no podíamos acceder al estudio desde la ventana, probablemente Procustes había bloqueado nuestro acceso en sus últimos segundos de consciencia. Rodeamos la mansión buscando alguna entrada, pues incluso la puerta principal estaba cerrada y nos fue imposible abrirla.

Pero no nos rendimos y, finalmente, encontramos una puerta en la parte trasera que nos permitió entrar. Para nuestra suerte, no tardamos en encontrar a Frankelda.

La escritora flotaba errática de un lugar a otro, quitando cuadros de sustos que nunca habíamos visto y gruñendo de frustración cuando, al retirar cada uno, sólo se topaba con una pared sólida tapizada con un desgastado tapiz verde.

-¿Eh? ¡Hola! ¿Qué hacen aquí? ¿Cómo consiguieron entrar?- Frankelda se había dado cuenta de nuestra presencia y flotó alegre hacia nosotros.

Nos alivió ver que aún conservaba su sonrisa, pero de algún modo que no podíamos explicar (dado que ella no tiene un cuerpo físico) se veía agotada.

-¡Me alegra tanto que volvieran! No sé cuánto tiempo llevo buscando la puerta al estudio, ¡ese maldito Procustes debe haber convertido el interior de la mansión en un laberinto!- de un momento a otro, y con justa razón, el rostro de Frankelda se oscureció y ella misma nos dio la espalda, volviendo a flotar de un lado a otro retirando los cuadros.

Inspeccionamos el lugar un poco más a fondo mientras caminábamos detrás de Frankelda. El sitio era oscuro, siendo apenas iluminado por lámparas que brillaban con una tétrica luz azul. Había telarañas por todos lados y el suelo crujía a cada paso nuestro.

Conforme avanzaba, Frankelda dejaba un rastro de cuadros en el suelo, y no pudimos evitar notar que, aunque retrataban a sustos diferentes, tenían cierto aire familiar.

-¡Oh! No se preocupen por estas cosas viejas. Son los retratos de los pesadilleros reales que me precedieron. Los estoy quitando porque Herneval me dijo una vez que varios de ellos escondían pasadizos secretos que te llevan a cualquier parte de la mansión, ¡pero no hay ninguna puerta detrás de estos cuadros!- exclamó con frustración Frankelda arrojando al suelo el cuadro de un susto con apariencia de lobo que se hizo añicos al instante.

La escritora bufó enojada y su rostro se deformó en una horrible mueca, claramente perdería la paciencia muy pronto; pero para nuestra suerte, respiró profundo y su rostro volvió a la normalidad.

-No sería la primera vez que Herneval me miente, ¿saben? Hace 150 años dijo que si lo acompañaba, me convertiría en la más famosa escritora de terror. Y, si bien sé que no quería que las cosas terminaran así y yo no lo culpo de lo que pasó; probablemente si hubiera sido más sincero y menos egoísta, estaríamos juntos, no en esta mansión y lejos de...-

Parecía que Frankelda se había olvidado de nosotros por un momento, pero un rápido vistazo le ayudó a recordar que no estaba sola.

-¿Quieren conocer un ejemplo más claro de por qué las mentiras nunca le hacen ningún bien a nadie? Va a ser un poco raro contarles esta historia sin Herneval, pero creo que nos vendría bien un descanso. Así que, haré mi mejor esfuerzo.- y con esa sugerencia que nos llenó de emoción, Frankelda comenzó su historia:

"Si había algo que Alissa sabía hacer bien, era mentir.

Todos siempre terminaban creyendo lo que decía, y aún si no lo hacían, preferían no seguir discutiendo con ella, pues Alissa nunca cambiaba su versión de los hechos.

En una ocasión, le pidió a Magaly que le vendiera tres cupcakes que había llevado a la escuela, prometiéndole que se los pagaría al día siguiente. Pasó una semana y Alissa no le había pagado a Magaly, quien llevaba un registro detallado en su libreta de las personas que le habían comprado algo.

-Disculpa, Alissa...-llamó Magaly tímidamente a su incumplida clienta.

-¿Qué pasó?- respondió ella mirando con desdén a la niña de lentes.

-Estuve haciendo mis cuentas y, bueno, la única que falta por pagar sus cupcakes eres tú, Ali...- explicó Magaly sintiendo que se hacía cada vez más pequeña ante la mirada de desprecio que le lanzaba Alissa.

-¡Ay, Magaly! ¡Si ya te los pagué!- respondió Alissa con mucha seguridad.

-Este...no. Mira, aquí tengo registrado...-Magaly iba a mostrarle a su compañera el registro con el día y la fecha de su compra que no había pagado, pero Alissa le arrebató la libreta de las manos y respondió con burla.

-Ya te pagué, Magaly, pero te distrajiste porque otros niños quisieron comprar lo que llevabas ese día y ya no me anotaste, ¡acuérdate!-

Magaly sabía que eso no era cierto, pero también estaba consciente que tratar de razonar con Alissa era una batalla perdida. Por lo que sólo pidió disculpas y regresó a su pupitre derrotada.

Las mentiras de Alissa no se limitaban a sus compañeros, sus maestros y sus padres también creían siempre lo que decía. Había perfeccionado a tal grado su habilidad para mentir que sabía que las mentiras para niños y adultos debían ser diferentes.

El truco estaba en convencer a sus compañeros que otros habían hecho algo; mientras que a los adultos los convencía de que ella había hecho las cosas.

¿La maqueta del volcán no hizo erupción? Fue a Nemo a quien se le olvidó el bicarbonato.

¿Hubo un concurso de poesía? Alissa había entregado como suyo el mejor poema que pudo encontrar de un escritor casi desconocido.

¿Llovió y el agua inundó el salón de química? Uli se había salido presuroso sin cerrar las ventanas.

¿Llevó un gatito callejero a casa? Lo había salvado de ser atropellado y la gente aplaudió su acto de valentía.

Pero las cosas cambiaron para Alissa cuando llegó la maestra Renard.

Tenía la cara alargada y el cabello rojo, usaba unas gafas puntiagudas que aumentaban la intensidad de sus ojos amielados. Siempre vestía de naranja, blanco y negro, pero al ser una mujer joven, podía combinar esos colores muy bien con chaquetas y faldas que a todos les gustaban.

La maestra Renard era la titular de su grupo e impartía la clase de francés. Alissa creyó que la juventud e inexperiencia de su nueva maestra siendo docente la convertían en una presa fácil para sus mentiras, pero estaba equivocada. 

-Alissa, ¿por qué no trajiste el cuaderno cuadriculado que les pedí el lunes?- le preguntó la maestra Renard a su alumna con voz tranquila pero firme.

-Porque no lo pidió, maestra. Nos dijo que debíamos traer un cuaderno, no especificó de qué tipo.- contestó la niña con toda seguridad.

-Entonces, ¿por qué todos tus compañeros tienen un cuaderno cuadriculado?- le debatió la maestra.

-Se debieron haber puesto de acuerdo, maestra. Yo quise traer un cuaderno rayado.- respondió Alissa sin preocuparse mucho.

La maestra Renard sonrió astuta, sacó de su bolso una libreta roja, se acomodó los lentes y leyó en voz alta:

-"Lunes, primer día de la clase de francés con el grupo 5C. Nos presentamos y de tarea les encargué traer una libreta cuadriculada para la clase del miércoles".-

El salón estalló en risas al mismo tiempo que Alissa se encogía en su asiento después de que la dejaron en evidencia.

Pero aunque se sentía humillada, para Alissa la guerra apenas había comenzado. Sólo que, por primera vez, había alguien que no dejaba de insistir hasta obtener la verdad o, como mínimo, una disculpa forzada.

Mentira que decía, mentira que era descubierta por la maestra Renard ante todos.

Además, le prohibió a Magaly "venderle" dulces, porque sabía que no se los pagaba. Si al terminar la clase de química Alissa era la encargada de cerrar todo bien, la maestra Renard se quedaba apostada afuera de la puerta hasta que la niña hubiera cumplido con su responsabilidad.

Y lo peor, es que ya no podía hacer trampa en los concursos de literatura, arte o música, pues obra que Alissa presentaba como suya, la maestra Renard recitaba de memoria ante el auditorio entero el artista a la que pertenecía realmente.

Pronto, todos en la escuela dejaron de creer en las mentiras de Alissa, peor aún, dejaron de juntarse con ella. Incluso sus padres parecían hablarle menos después de descubrir la realidad sobre su hija.

Abrumada por la soledad, Alissa regresó un día a casa furiosa, se encerró en su cuarto y pateó todo lo que pudo encontrar maldiciendo el día en que la maestra Renard llegó a la escuela y arruinó su vida.

-¿Por qué se mete donde no la llaman? ¡Maldita maestra! ¡Si todo fuera tal y como yo lo digo, las cosas serían mejores!-

Un sonido espantoso interrumpió el berrinche de Alissa. Era como si alguien se arrastrara velozmente por sus paredes mientras se reía con una risa rasposa y seca.

Alissa miró a su alrededor temerosa de que algo se abalanzara sobre ella y le hiciera daño. Al mirar al techo, se topó con la figura de lo que parecía ser un roedor gigante que se abalanzó hacia ella y la hizo tropezar, cayendo de sentón contra el suelo mientras miraba aterrorizada a la extraña criatura que no lograba distinguir bien por la poca luz que entraba desde su ventana.

Un miedo terrible la invadió cuando la figura se acercó lentamente hacia ella caminando en dos patas y levantó amenazante sus manos con garras. La niña se arrastró hacia atrás, esperando de alguna forma que esa distancia que mantenía con la criatura la mantuviera a salvo, pero eventualmente topó con la pared de su cuarto y creyó que era el fin, pues el monstruo no se detenía.

-Disculpa, ¿puedes prender la luz? No te veo nadita.- pido amablemente la criatura señalando al interruptor que estaba a la derecha de Alissa.

La petición de la criatura la desconcertó, el miedo se había ido y ahora se sentía confundida; pero quería ver al ser que estaba frente a ella, así que atendió a su petición.

Al levantarse y prender la luz, Alissa se topó con una criatura pequeña y regordeta, se parecía a los tlacuaches que había visto en el pueblo en Veracruz de su tía Susana, pero este usaba un oberol rojo, una pajarita azul y un sombrero de paja con una pluma roja. Además, hablaba y se paraba erguido.

-¡Mucho mejor!- exclamó contento la curiosa criaturita dando saltos de alegría por todo su cuarto.

-Disculpa, pero...¿Quién eres?- le preguntó Alissa más confundida que antes.

-¡Soy, Bugiardo!- se presentó orgulloso la criatura que saltó del techo.- Y he venido a cumplir tu deseo.-

-¿Cuál deseo?- preguntó Alissa.

-Dijiste que si todo fuera tal y como lo dices, las cosas serían mejores. Eso cuenta como deseo.- respondió alegre Bugiardo.

-Ya veo...entonces, ¿realmente puedes hacer que todo lo que diga, se haga realidad?- Alissa ya no se sentía nerviosa, ahora estaba emocionada y veía la llegada de Bugiardo como un regalo que compensaba todos los malos ratos que le hizo pasar la maestra Renard.

-¡Claro que sí! A partir de ahora, las cosas serán tal y como tú digas. ¡Pero, cuidado! Cuando no haya nadie más para escucharte, regresaré para cobrarme el favor, ¿entendido?- un aura oscura rodeó a Bugiardo al dar su advertencia, pero Alissa no le hizo caso.

-¡Entendido!- aceptó entusiasmada la niña.

Y con un chasquido de sus dedos, Bugiardo desapareció.

Alissa despertó a la mañana siguiente no pudiendo identificar si lo que había sucedido la noche anterior fue real o se trataba de un sueño.

Pero la primera clase de ese día era con la maestra Renard y se había olvidado por completo de hacer la tarea de francés; por lo que decidió arriesgar todo o nada y poner a prueba la aparición de Bugiardo en su cuarto.

-Buenos días, niños. Por favor, pasen sus cuadernos hacia adelante para poder revisar su tarea.- pidió la maestra con la autoridad que la caracterizaba.

Alissa respiró profundo y respondió muy segura de que las cosas saldrían tal y como ella quería.

-Maestra Renard, usted no dejó tarea.- declaró la niña mirando fijamente a los ojos de la profesora.

Por unos interminables segundos, la mirada de la docente no se separó de la de Alissa, pero al final, en lugar de responder sacando su libreta con la bitácora de la clase, la maestra Renard sonrió de oreja a oreja y respondió.

-¡Es cierto, Ali! ¡Yo no dejé tarea!- el tono de voz de la profesora era alegre y animado.

Los confundidos compañeros de Alissa miraron al unísono sus libretas para demostrarle a la maestra Renard que sí había dejado tarea, pero grande fue su sorpresa al toparse que en lugar de las cuartillas llenas con sus deberes, sólo había hojas en blanco.

¡Alissa estaba extasiada, Bugiardo había dicho la verdad!

Con cada día que pasaba, la niña siempre encontraba la forma de hacer su voluntad con los demás, ya fuera con cosas tan simples como conseguir donas gratis en la tienda de la escuela o algo más grande, como convencer a la directora de que le había dado permiso de faltar una semana entera a la escuela y sin tener que entregar sus tareas.

Pero, como siempre, cuando a alguien le va demasiado bien, los que están a su alrededor comienzan a observar; y mientras algunos se alejan por envidia, otros se acercan por interés.

Alissa sabía muy bien que el extenso grupo de amigos con el que se había hecho a partir de la visita de Bugiardo no estaba con ella porque la consideraran la chica más genial de la escuela, ni siquiera porque les agradara a todos; estaba consciente de que se habían acercado a ella buscando favores, mismos que Alissa sabía cobrarse bien.

Y al principio, estaba bien con eso.

Había conseguido una cita con el primo de Tere a cambio de que ganara el concurso de música.

Uli le había dado sus boletos para el estreno de la película que tanto quería ver después de decretar que nadie se burlaría de su peso.

Incluso Magaly le regalaba todos los postres que quería por cada fiesta a la que conseguía que fuera invitada.

Pero pronto se cansó del falso cariño que todos le profesaban. Incluso el afecto que sus padres le expresaban se sentía vacío, con su nueva habilidad había acumulado tantos logros que ni su mamá ni su papá se cansaban de presumir a su talentosa hija con amigos y familiares, lo cual ponía una gran presión sobre sus hombros.

Un día, Alissa regresó a casa después de un agotador día de darle a todos lo que le pedían a cambio de beneficios para ella y se encerró deprimida en su cuarto.

La chica se acostó en su cama mirando al techo. Pensaba en que había disfrutado al principio del don que le había concedido Bugiardo; pero ahora tenía un miedo terrible a que, si no les daba a los demás lo que pedían, se quedaría sola.

Entonces, se le ocurrió una gran idea. Se levantó de su cama y con una postura firme decretó:

-Todos me quieren por quien soy, aún si no hago lo que me piden. Soy, para el mundo entero, la chica más genial y todos de verdad quieren ser mis amigos.- y después de decir esto, Alissa se fue a dormir contenta.

A la mañana siguiente, cuando bajó a desayunar en compañía de sus padres, la pequeña Alissa se topó con la más calurosa bienvenida.

-¡Buenos días, cariño!- la saludó su madre, quien al verla, corrió a abrazarla con fuerza.

-¡Princesa! ¡Te queremos tanto!- su padre también se unió al abrazo y Alissa se sintió feliz.

Comió un delicioso desayuno que sus padres le prepararon al momento, al terminar, salió de su casa rumbo a la escuela, segura de que su decreto había arreglado las cosas y ahora sería la niña favorita de todos.

Pero Alissa no contaba con que el amor incondicional, aquel que impide a los otros ver tus defectos y te convierte en una persona perfecta a sus ojos, se convierte en obsesión.

A cada paso que daba, algún vecino de Alissa se detenía a darle los buenos días y adularla; pero en lugar de seguir su camino, caminaban a la par de la niña.

Eso la puso nerviosa, pero trató de mantener la compostura y respondía educadamente a los halagos, aunque también los invitaba discretamente a irse por otro lado.

-Muchas gracias a todos, pero, ¿no tienen que ir a trabajar?- preguntó comenzando a sentirse incómoda.

-¡Nada es más importante que estar contigo, Alissa!- respondieron los adultos al unísono.

Esa fue la señal de alerta para la niña.

Alissa echó a correr hacia su escuela, pero a donde fuera que pasara, siempre había alguien que bloqueaba su paso para saludarla y decirle lo maravillosa que era. Los conductores que la veían se detenían en ese momento y bajaban de sus autos para ir tras Alissa, los paseadores de perros dirigían a los animales hacia donde se encontraba ella, ¡incluso los jardineros dejaban el pasto a medio cortar para perseguirla!

La pobre niña llegó jadeando a la escuela, pero las cosas no mejoraron.

En cuanto sus compañeros y maestros vieron a Alissa, trataron de acorralarla en el pasillo principal para demostrarle su amor y devoción.

-¡Alissa, eres la mejor!

-¡Quiero regalarte todos mis dulces, Ali!

-¡Eres la alumna más talentosa de toda la escuela!

¡Alissa!, ¡Alissa!, ¡Alissa!

Llena de terror, Alissa logró esconderse en un salón vacío al que apenas pudo llegar. Se atrincheró atorando la puerta con las bancas y el escritorio de los maestros, pero no pasó mucho para que los demás se aglomeraran detrás de la puerta y comenzaran a empujarla con fuerza clamando por ella.

¡Alissa!, ¡Alissa!, ¡Alissa!

Alissa se pegó a la pared, sintiendo que de alguna manera ponía más distancia entre ella y sus admiradores. Se tapó los oídos en un inútil intento por dejar de escuchar su nombre una y otra vez; pero todo fue en vano. Y cuando escuchó la primera banca caerse, señal irrefutable de que pronto la alcanzarían, llegó a su límite.

-¡Desaparezcan! ¡Quiero que todos se vayan en este momento!-

En un instante, todo quedó en completo silencio. La puerta y su improvisada trinchera dejaron de vibrar por el movimiento externo, y aunque Alissa todavía tenía un poco de miedo, se armó de valor para comenzar a retirar las bancas y el escritorio para salir a ver qué había pasado.

Cuando abrió la puerta, se topó con un pasillo completamente vacío, sin rastro alguno de la turba que hasta hace unos momentos había tratado de alcanzarla desesperadamente.

Caminó cautelosa por toda la escuela, pero al no encontrarse con nadie, apuró sus pasos. Nada, no había ni un alma en todo el lugar.

Temiendo lo peor, Alissa salió a la calle, encontrándose con un paisaje tan solitario como la escuela.

-No...¡No!- suplicó desesperada al darse cuenta de lo que había hecho.

Corrió hacia su casa, y llegó preocupantemente rápido porque no había carros circulando o peatones por las calles. Ni siquiera escuchaba perros ladrar o pájaros piando alrededor.

-¡Mamá, papá!- Alissa abrió la puerta rápidamente, guardando aún la pequeña esperanza de que, al abrirla, sus padres estarían preparándose para salir a trabajar.

Pero no había nadie.

La televisión aún estaba encendida transmitiendo el noticiero que su papá veía cada mañana, pero incluso el conductor había desaparecido de la pantalla. El maletín de su mamá estaba abierto sobre la mesa, pero ella no se encontraba por ningún lado.

El terror de saberse absolutamente sola, probablemente en el mundo, terminó por quebrar a la egoísta niña. Cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar sin consuelo alguno, suplicando porque todos volvieran, porque sus papás llegaran a abrazarla, incluso pidió que la maestra Renard regresara aunque fuera para regañarla.

Y entonces, Alissa escuchó pasos.

Alzó la mirada ilusionada, creyendo que su don los había regresado a todos. Pero al limpiar sus lágrimas, no se encontró con ninguna de las personas que quería ver, en cambio, el regordete Bugiardo caminaba hacia ella dando saltitos de felicidad, como si no le importara en lo más mínimo el dolor de la niña.

-¡Hola, Alissa! ¿Cómo te va? ¿Disfrutas de tu regalo?- le preguntó sarcástico.

Alissa se enfureció al volver a ver a Bugiardo, quien además se estaba jactando de su soledad.

-¡Todo esto es tu culpa! ¡Devuélveme a mis amigos y mi familia!- exigió poniéndose de pie y apuntando un dedo inquisitivo hacia el susto.

Pero Bugiardo sólo rió con fuerza, tanta, que incluso se quedó sin aliento por unos instantes.

-¡La que pidió que siempre se hiciera su voluntad fuiste tú! Pedías juguetes y te los daban, pedías buenas calificaciones y las obtenías sin esfuerzo, pediste que todos desaparecieran y así fue. ¡Tú eres la que tiene la culpa, Alissa!- la acusó Bugiardo mientras la rodeaba.

Nuevamente, la fuerza en las piernas de Alissa se desvaneció y cayó de rodillas al suelo, sintiendo cómo la culpa de haber hecho desaparecer al mundo entero pesaba sobre sus hombros.

-Pero siéndote sincero, sabía que tarde o temprano pedirías algo realmente estúpido que haría que nadie más te escuchara nunca. Ustedes los humanos no saben manejar ningún tipo de poder, siempre lo quieren todo para ustedes mismos y aún si se les desborda de las manos, ¡piden más y más y más!-

De un momento a otro, Bugiardo había dejado de ser el simpático personaje que Alissa conoció noches atrás. Ahora parecía más grande y amenazador, incluso emanaba peligro de sus ojos completamente negros que se hacían más pequeños al sonreír mostrando sus afilados dientes.

El miedo se apoderó de Alissa, y aunque pensaba que no tenía sentido temerle a la muerte en ese momento, dado que ya no había nadie que la extrañara, aún así tembló.

-Sin embargo, me das bastante pena, Alissa. Es realmente triste conocer a alguien que no es capaz de hacer absolutamente nada por su cuenta, ni realizar tareas, ni mucho menos ganarse el cariño de otros niños o su familia. Y por eso, te voy a ayudar una última vez.- Bugiardo recuperó su apariencia amistosa, incluso ayudó a Alissa a incorporarse.

-¿De verdad? ¿Puedes hacer que todos vuelvan?- le preguntó esperanzada.

-¡Claro que sí! Pero a cambio de algo.-

-Y, ¿qué es lo que quieres?- Alissa volvió a tener miedo. Temía que el precio fuera demasiado alto; pero el deseo de volver a ver a su familia pudo más que su incertidumbre.

-Nosotros los sustos nos alimentamos del miedo de los humanos. Originalmente pensaba alimentarme de tu miedo a no ser el centro de atención; pero ahora sé que tu verdadero temor es quedarte completamente sola, ¿no es cierto?- le cuestionó curioso. Podría haber recuperado su aspecto agradable, pero Alissa sintió que era más peligroso que nunca.

-Así es...-respondió con sinceridad.

-Traeré de vuelta a los que desaparecieron, pero a cambio, perderás tu don y yo estaré siempre contigo, alimentándome de tu miedo a la soledad.- declaró Bugiardo más emocionado de lo que debería estar.

-Pero, ¿cómo le harás para que nadie te note?-

-De eso me encargo yo, no te preocupes. Ahora, ve a dormir, cuando despiertes, todo habrá vuelto a la normalidad y nadie recordará absolutamente nada.- Bugiardo apoyó su mano rasposa en la espalda de Alissa y la encaminó a la escaleras.

La niña subió los escalones con cautela, notando que el susto no subía detrás de ella. Desconfiaba de él, realmente no quería volver a verlo; pero también sabía que no tenía más opción que obedecer, por lo que siguió caminando resignada.

-¡Eso sí, Alissa!- Bugiardo la llamó una vez más y ella volteó a verlo.- Yo que tú, tendría mucho cuidado con lo que digo de ahora en adelante. A los humanos no les gustan las mentiras; pero aborrecen la verdad. Y una palabra basta para que nadie quiera ser tu amigo.- y así, el susto soltó una risa maléfica después de su amenazante advertencia.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Alissa. Sintió ganas de llorar, de suplicarle a ese extraño ser que no fuera tan severo con ella, que sólo era una niña que había cometido un error. Pero claramente, negociar con Bugiardo sería una pérdida de tiempo, por lo que optó seguir subiendo hacia su cuarto completamente derrotada.

Alissa se quitó los zapatos y se arropó en su cama creyendo que no podría pegar el ojo, no sólo porque no era ni mediodía aún, sino porque desconfiaba de la palabra de Bugiardo.

Pero logró dormir rápidamente y al despertar, no había nada de qué preocuparse. Tal y como lo había prometido, los padres de Alissa la saludaron cariñosos a la mañana siguiente, pudo ver a los perros en la calle y muchos autos circulando sin que nadie se detuviera a saludarla.

¡Incluso la escuela estaba llena! Pero aunque Alissa se moría de ganas por abrazarlos a todos y pedirles perdón, resistió su impulso al recordar las palabras de Bugiardo.

-¡Hola, Alissa! ¡Buenos días!- la saludó Magaly amistosa.

-Hola, Magaly.- le respondió Alissa con timidez.

-Oye ¿Hiciste la tarea de la maestra Renard? Sólo me faltó un ejercicio y quería preguntarte si podrías pasármelo, por favor.-

-Lo-lo siento, no hice la tarea.- le contestó apenada.

-Oh, ya veo.- exclamó Magaly decaída.- No te preocupes, creo que puedo terminarlo antes de que llegue a clase. Por cierto, ¡qué lindo llavero estás usando, Ali!- la niña de lentes se despidió de su compañera antes de correr hacia el salón.

Sin embargo, Alissa quedó desconcertada. Ella no estaba usando ningún llavero. Intrigada, bajó la mirada y, para su horror, se dio cuenta que de la presilla de su pantalón colgaba un llavero de felpa idéntico a Bugiardo.

Ali jaló el llavero, le dio vueltas, incluso trató de cortar la presilla con unas tijeras, pero no cedió ante nada.

Entonces se dio cuenta que esa era la forma en la que el malévolo Bugiardo la estaría vigilando de cerca, a la espera de la más mínima pizca de soledad que Alissa sintiera. Y nunca podría deshacerse de él.

Alissa sabía muy bien que tenía un talento especial para mentir, había crecido tanto que decir la verdad se sentía extraño. Y aunque por un momento pensó en cambiar y volverse la niña más honesta del mundo, recordó las palabras de Bugiardo: "A los humanos no les gustan las mentiras; pero aborrecen la verdad".

La chica sabía que eso era cierto, ella misma lo había vivido con la llegada de la maestra Renard, por lo que sus opciones eran considerablemente reducidas.

Dado que Alissa no podía mentir ni decir la verdad, optó por dejar de hablar poco a poco. Al principio, el cambio fue sutil. Comenzó respondiendo con frases cortas, luego con monosílabos, hasta que eventualmente todos se acostumbraron a ya no escucharla hablar a menos que fuera extremadamente necesario.

Y no, no salió contraproducente, sus compañeros no se alejaron de ella conforme se quedaba más y más callada; sólo les parecía raro.

Algunos sí tomaron su distancia, pero otros siguieron conviviendo con Alissa, lo cual no era necesariamente bueno, ya que, con cada amigo que llegaba a ella, aumentaba el miedo de que esa persona se cansara de su hábito de hablar poco y convenciera a los demás de dejarla alejarse también.

Hasta ahora, Alissa no ha perdido muchos amigos; pero la posibilidad siempre está ahí, al igual que Bugiardo, quien nunca pierde la oportunidad de recordarle a Alissa que por todas sus mentiras y su actitud tan egoísta, en realidad sí se merece estar sola."

-Seguramente piensan que el castigo para Alissa fue demasiado severo, pero ¡Vamos! Todos sabemos que las mentiras, aún las piadosas, no son buenas, ¿verdad?...Quiero decir...claro que he mentido antes y Herneval también, pero...-

Frankelda había dejado de flotar errática desde que comenzó a contar la historia, pero sus ojos aún se desviaban buscando cualquier puerta que pudiera utilizar para salir de ese pasillo y cruzar a otro rincón de la mansión.

-Bueno, lo que diga además de la historia no es importante, como lectores, es importante que ustedes se hagan su propio juicio, ¿de acuerdo? Ahora, ¡sigan buscando! Estoy segura que debe haber alguna puerta detrás de estos cuadros.-

La atención de Frankelda se enfocó nuevamente en encontrar cualquier pasadizo que la llevara a Herneval. Pero todo lo que encontramos, eran las mismas paredes verduscas de siempre con los retratos de los pesadilleros reales que precedieron a Frankelda y Procustes.

Pero unos pasos más adelante, nos encontramos algo nuevo: un espejo de cuerpo completo con un marco negro bellamente decorado con todo tipo de relieves y un enorme búho con las alas abiertas en la punta.

No fuimos los únicos en notarlo. Aunque Frankelda lo pasó de largo en un primer momento, en realidad lo había vislumbrado con su vista periférica y, por supuesto, llamó su atención.

-¿Uh? ¿Esto estaba aquí antes?- la escritora fantasma miró curiosa el objeto, tratando de recordar si lo había visto con anterioridad.

Tocó suavemente la superficie del espejo con un dedo y el reflejo de Frankelda se movió en ondas como si hubiera tocado la superficie del agua.

Pero la sorpresa llegó a nosotros cuando, al desaparecer las ondas, Herneval apareció frente a nosotros en su forma de susto.

-¡Herneval!- Frankelda llamó aliviada a su amado compañero y colocó sus manos sobre el espejo.

-¡Frankelda! ¿Qué haces aquí? ¡Debiste haber escapado!- De alguna forma, Herneval también estaba contento de volver a verla, pero prevalecían la angustia y el desconcierto en su mirada; aún así, posó sus manos paralelas a las de la joven en el espejo.

-¡No podía dejarte! Dime dónde estás, iré por ti de inmediato...-le pidió Frankelda con desesperación.

-Estoy en el estudio, no me he movido de aquí; Procustes debe estar impidiendo de alguna forma que puedas llegar hasta donde estoy...-respondió triste el atractivo susto, su tono de voz demostraba que había perdido toda esperanza.

-¡Entonces debemos despertarlo de nuevo! Sal por la ventana, nos encontraremos afuera y luego...-a pesar de la situación, la escritora fantasma se aferraba al optimismo que siempre la había caracterizado, pero el temblor en su voz delataba su propia desesperación.

-Mi amor, no...-le pidió Herneval con suavidad y tristeza.-Yo nos hice esto, pero tú eres la única que puede arreglar las cosas...debes irte de aquí...-

Lágrimas se acumularon en los ojos de Frankelda, claramente no estaba dispuesta a dejar atrás a su amado y quería volver a estar junto a él, tal vez por eso se acercó más al espejo, en un inútil intento por sentir más cerca al príncipe de los sustos.

-No, por favor...¡No voy a dejarte, Herneval!- los dedos de Frankelda presionaron el espejo al mismo tiempo que comenzaba a llorar.

-Querida, por favor, sabes que tienes que irte...debes hacerlo por él...-

Las palabras de Herneval realmente calaron en su amada; incluso por un momento se alejó brevemente del espejo, pero no duró mucho.

-¡No, no lo haré! ¡Él también te necesita!...Yo te necesito...por favor, Herneval...-nuevamente, Frankelda colocó sus manos en el espejo, tratando de alcanzar las de su amado susto.

El príncipe la miró con una combinación de amor y tristeza por un momento, parecía como si quisiera memorizar cada una de las facciones del rostro de Frankelda sabiendo que se avecinaba la despedida eterna.

-Y yo te amo, Frankelda...-le respondió con suavidad mientras lágrimas cristalinas rodaban por su rostro.- Adiós, mi amor...- Herneval se alejó, cruzó los brazos sobre su pecho y cuando los abrió, el espejo se rompió en mil pedazos y su imagen desapareció.

-¡No!- gritó Frankelda llena de dolor y dejándose caer en el suelo.- ¡No! ¡Herneval, por favor! ¡No!-

Ver así a nuestra querida escritora fantasma, tan destrozada, llorando sin consuelo y con toda esperanza perdida fue insoportable para nosotros.

Supimos de inmediato que nuestra presencia no le haría bien en ese momento, y sin despedirnos, nos alejamos lentamente mientras Frankelda lloraba en el suelo tratando de recolectar los pedazos del espejo roto.

Regresamos sobre nuestros pasos tratando de encontrar la entrada por donde habíamos ingresado antes, pero llamó nuestra atención que, en el pasillo que habíamos recorrido con Frankelda, se encontraba una puerta que no estaba ahí cuando pasamos la primera vez.

Curiosos, decidimos abrirla y aventurarnos a lo que había detrás. Para nuestra sorpresa, llegamos al estudio donde habíamos conocido a Frankelda y Herneval, pero estaba en terribles condiciones.

El retrato de la escritora estaba rasgado, las sillas se habían roto o volteado, había libros abiertos tirados por el suelo y el tintero del que había salido Frankelda chorreaba tinta sobre el escritorio, incluso las estatuas de gnomos que decoraban el librero estaban rotas.

En eso, logramos ver a Herneval frente al espejo roto; pero no lucía como un susto, seguía siendo siendo el mismo libro mágico que conocíamos.

-¿Eh? ¿Qué hacen aquí?- el gruñón Herneval no tardó en darse cuenta de nuestra presencia y, contrario a lo que esperábamos, se veía más preocupado que molesto de que estuviéramos ahí.- Seguro vinieron a escuchar otra historia de Frankelda, ¿no?- Y cuando estaba a punto de regañarnos, se dio cuenta.- Lo vieron todo, ¿verdad?

Asentimos al unísono y la mirada de Herneval se entristeció de inmediato, incluso comenzó a flotar débilmente, como si fuera a caerse en cualquier momento.

-Sé que lo más probable es que piensen lo peor de mí. Yo arrastré a Frankelda a este reino por mis propios motivos egoístas. Pero ahora quiero hacer las cosas bien...quiero que ellos estén bien.- explicó Herneval con tristeza.- La conozco, sé que no se irá fácilmente, por eso necesito que me hagan un favor. Entréguenle esto a Frankelda, espero sea suficiente para hacerla entrar en razón.-

Herneval abrió sus páginas de par en par y una de ellas se desprendió de las demás, volando directamente hacia nosotros. Al tomarla en nuestras manos, pudimos ver que se trataba de un dibujo bastante detallado que retrataba a Frankelda siendo abrazada por un pequeño susto idéntico a Herneval pero con las alas marrones y el propio príncipe, quien además los rodeaba con sus alas.

Y en la esquina inferior derecha de la página, había un mensaje escrito con una impecable caligrafía: ¡Feliz cumpleaños, mamá! Te quiere, Galibán.

Bajamos el dibujo sorprendidos, ansiosos por respuestas; pero claramente Herneval no estaba en condiciones de responder a nada.

-Asegúrense de que Frankelda reciba el dibujo, con suerte, la hará entrar en razón.-

Después de hacer su petición, el libro mágico se posó suavemente sobre el escritorio, tan cerca del tintero que la tinta que derramaba casi tocaba su cubierta y se quedó dormido.

Miramos el dibujo un momento más con el corazón destrozado al darnos cuenta que nuestros queridos narradores estaban sufriendo más de lo que creíamos.

Pero la esperanza de salvar a esta familia aún no está perdida.

Porque nosotros podemos entrar y salir de la mansión a voluntad. 

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