La luz que se extingue al alba

By LikhiCastro

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Todo en el paraíso funciona a la perfección, todos los seres celestiales trabajan en los proyectos del Altísi... More

Capítulo 1. Bienvenido
Capítulo 2. Uno de siete
Capítulo 3. Yo seré tu guía
Capítulo 4. Él viene conmigo
Capítulo 5. La jerarquía celestial pt.1
Capítulo 6. ¿Nuevos amigos?
Capítulo 7. La jerarquía celestial pt.2
Capítulo 8. El penúltimo círculo
Capítulo 9. La tristeza de la eternidad
Capítulo 10. El comienzo del castigo
Q&A ¡Resolviendo dudas!
Capítulo 11. Cayendo en la tentación
Capítulo 12. La forma en que ellos te ven
Capítulo 13. El castigo
Capítulo 14. Descansa
Capítulo 15. Reencuentro
Capítulo 16. Una nueva primera vez
Capítulo 17. Me tienes a mí
Capítulo 18. Perdón, fue mi culpa.
Capítulo 19. Una nueva etapa
Capítulo 21. Sin querer, me estoy acercando a ti
Capítulo 22. Cuídalo
Capítulo 23. Día agotador

Capítulo 20. Todos tienen un plan

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By LikhiCastro


Desde lo lejos, Miguel observó todo el espectáculo y asumió que Lucifer había conseguido lo que quería cuando lo vio volver con aquella peculiar sonrisa en su expresión. Aquel pergamino fue agitado frente suyo, le era echado en cara como si fuera algo que él no tuviese. El arcángel sólo siguió el juego. —Qué sorpresa, lo conseguiste.

—Por supuesto, soy Lucifer —El presumido elevó los hombros y aprovechó el que tantas miradas estuvieran puestas en él para lucirse un poco más de lo que acostumbraba. —Si alguna vez necesitas algo, sólo pídemelo, yo lo consigo por ti.

Miguel no pudo soportar más y comenzó a reír por la tan repentina vanidosa personalidad de su compañero. —Sólo necesitas una cosa más... —Sacó de uno de sus bolsillos un listón amarillo como el que tenía puesto y no tardó en hacer que el serafín le ofreciera su mano.

—¿Me darán ropa como la tuya?, quiero uno de estos—señaló el delantal de Miguel, dejando quieto su brazo para no interrumpirlo. —Si no me dan uno, no podré sentirme parte del equipo.

Una vez que el arcángel terminó de anudar el listón en la muñeca derecha de Lucifer, llevó sus manos hasta detrás de su espalda y comenzó a desatar el nudo que mantenía sujeto su delantal. Lo descolgó de su cuello y pronto se lo puso al serafín; bajó de donde estaba sentado y se colocó a sus espaldas para poder atarlo. —Ya estás listo, te queda bien —mencionó antes de volver al frente y verlo; al descubrir que en realidad le quedaba chico, sólo apretó los labios para no soltar una carcajada, puesto Lucifer se puso a modelar aquel atuendo muy seguro de que se veía excelente.

—Apuesto lo que sea a que todos van a envidiarme —Hizo que sus tres pares de alas se extendieran de su espalda y posó jactancioso de su existencia. Aparecieron tan de repente que Miguel casi es golpeado por ellas, aunque por fortuna sus reflejos eran rápidos.

—¡No, no, no, no, no! —reprochó en voz alta mientras se sacudía unas cuantas plumas que le cayeron encima, no tardando en intentar encoger las alas del serafín. —Allá dentro hay muy poco espacio para tantas alas, ¿por qué crees que vamos y venimos con tantas cajas a diario?

El regaño del arcángel hizo que no le quedara de otra más que esconder sus alas, aunque por poco ocasiona que Miguel volviera a caer, porque este seguía empujándolas. Alcanzó a sostenerlo y con facilidad lo levantó para sentarlo de nuevo en donde estaba antes. Miguel, resignado y sintiéndose muy por debajo de él, masculló. —¿Por qué son tan pesadas?

—¿Son pesadas? —cuestionó, totalmente indignado.

—Ay, Lucifer —ocultó su rostro con ambas manos al momento que comenzaba a reír despreocupadamente y sí, se reía del serafín, porque era claro que Lucifer parecía no estar consiente de lo grande que era en comparación con cualquier arcángel promedio.

—¿Qué? —De repente se sintió confundido por aquella risa, incluso intentó ver su espalda, como si sus alas aún estuvieran ahí.

—Nada, es sólo que eres muy lindo —Le tomó un par de segundos darse cuenta que pensó en voz alta y que la respuesta que dio no tenía por qué haber sido esa. Dejó de reír de golpe y muriendo internamente de vergüenza, se atrevió a mirar a la cara a Lucifer para poder descubrir cómo tomó sus palabras.

El serafín se quedó en silencio, intentando procesar lo que había escuchado, no era como si fuera la primera vez que recibía un halago, pero este le tomó tan de sorpresa que no supo cómo reaccionar. Sólo pudo sostener su mirada unos segundos, pues sintió que sus mejillas empezaban a sonrojarse, volteó hacia otro lado con su mano sobre la nuca pensando porque su respuesta lo había puesto así. Su habilidad para no hacer incomodo el silencio parecía haber desaparecido.

—Ya vámonos, Ariel debe necesitar ayuda —Fue como si Miguel hubiese usado sus propias virtudes sobre sí mismo para conseguir el valor de ser él quien rompiera ese bochornoso silencio; bajó de un salto y comenzó a caminar velozmente de regreso hacia su sector, aunque se aseguró de llevar consigo a Lucifer, jalándolo de su diestra para que caminara con él, eso sí, tratando de no verlo directamente para no revelar el rubor en su rostro.

Mientras tanto, todo el penúltimo nivel se volvía un caos a causa de lo rápido que se extendió la noticia de quién sería su nuevo compañero; el sector en donde trabajaría el serafín parecía sólo estar esperando su llegada, aunque para sorpresas de algunos, el par a cargo ni siquiera aparecía en la entrada para ser ellos quienes dieran la bienvenida al favorito de su Señor. Aquel desorden detuvo el trabajo, la mayoría estaba expectante al arribo de Lucifer, pero un pequeño grupo era la excepción, aquellos celestiales se preocupaban más por disfrutar su bien merecido descanso y, casualmente, dentro de estos se encontraban aquellos dos jefes de sección.

A solas dentro del taller de Ariel, él y Jofiel aprovechaban su tiempo libre para mimarse y conversar casualmente sobre cualquier cosa que se les ocurriera. Las buenas nuevas todavía no les habían sido comunicadas, así que se ocupaban en disfrutar el tiempo juntos. Sentado en una silla y con Ariel sobre sus piernas, Jofiel parecía arrullar al arcángel mientras este recostaba su cabeza sobre el hombro ajeno, el castaño se aprovechó de aquella posición para colar sus manos debajo de la camisa del otro y acariciar su espalda.

—Me haces cosquillas —reprochó el más bajo, retorciéndose para evitarlo, aunque no pudo aguantar la risa.

—¿Sólo cosquillas? —cuestionó susurrando a su oído, ocasionando no sólo más cosquillas en Ariel, sino que un escalofrío lo recorriera.

—¡Por supuesto! —Ignorando por completo la reacción de su cuerpo, replicó a la vez que se alejaba lo necesario para poder verlo. —¿Crees que no tengo suficiente autocontrol? —indignadísimo, retó al castaño con la mirada.

—No —Empezó a reír por la expresión que Ariel puso una vez que respondió, aunque no tardó en calmar ese puchero con un beso.

—¡Qué mentiroso! —consternado por la inesperada pero obvia respuesta, Ariel trató de no confirmar las palabras de su pareja, así que cuando intentó besarlo nuevamente esta vez se opuso a ello, girando su cabeza al lado contrario.

—Sabes que es verdad —Lo tomó por las mejillas y dejó sobre su frente un sonoro beso que logró hacer sonreír al otro. —Igual te amo demasiado.

Las palabras que acompañaron aquel gesto lo convencieron lo suficiente para que dejara de lado su berrinche, imitó las acciones del más alto y pronto volvió a acurrucarse en sus brazos, aunque poco duró así porque alguien tocando la puerta impacientemente les interrumpió. Antes de permitir el paso de quien sea que lo solicitara, Ariel tomó asiento al lado de Jofiel y fue este último quien se puso de pie para abrir la puerta.

Antes de abrir, Jofiel volteó hacia el otro arcángel, mirando que se estiraba para poder ver quién hablaba, con ademanes le indicó que acomodara su ropa y cuando estuvo listo, finalmente atendió. —¿Qué pasó?

—¡Es el Señor Lucifer! ¡Acaba de ser designado a este sector! —respondió un ángel apenas tuvo oportunidad. —Los demás dicen que el Maestro Miguel lo acompaña y ya vienen para acá.

La impresión hizo que Ariel se pusiera de pie, los dos pilares se miraron entre sí y aunque había una parte de ellos que se emocionaba al igual que el resto, una más grande les intrigaba ante repentina decisión y no podían evitar relacionarlo con aquello que llevaban tiempo tramando.

—Que los guardias de la entrada los dejen pasar —ordenó Ariel, a la vez que Jofiel se asomaba al exterior del taller para comprobar el humor del lugar.

Al volver dentro, notó la expresión seria en el rostro de su pareja, por lo que fue a él y lo abrazó, repartiendo varios besos en su cabeza. —¿Será? —susurró el castaño, intentando mantenerse calmado para no alterar más a Ariel.

—Probablemente...

El par del que tanto se estaba hablando finalmente llegó al sector. La entrada estaba repleta de curiosos, pero al único que incomodaban tantas miradas era a Miguel, el serafín, por su parte, iba más emocionado por lo que el rubio le contaba acerca de sus nuevas labores. De pie en la entrada, los guardias ni siquiera solicitaron lo mínimo, sólo se apartaron para dejarles pasar.

—Lucifer, ¿siempre es así a donde quiera que vayas? —cuestionó el arcángel, cohibido ante tanta atención.

—Tal vez es porque muchos de ellos no me conocían, estuve tanto tiempo encerrado que seguramente sólo sabían mi nombre —No le costaba sonreír y saludar a quienes se armaban de valor para acercarse y presentarse, aunque por momentos debía detenerse, trataba de no tardar mucho para no incomodar todavía más a Miguel. —Perdón, todo esto debe estar abrumándote, ¿quieres adelantarte?, creo recordar dónde es el taller de Ariel.

—Estoy bien, además ya falta poco —Apuntó en dirección hacia donde debían caminar y sonrió para hacer un poco más creíble sus palabras.

—Gracias —Más sincero que el arcángel, también le dedicó una sonrisa y usó una de las flores que le regalaron para acomodarla entre el cabello de Miguel, justo encima de su oreja. El azul de los pétalos combinaba a la perfección con el tono de sus ojos, el arcángel sólo encogió sus hombros, tratando a toda costa de evitar una reacción que lo avergonzará más.

El serafín trató de no distraerse más y fue así como finalmente pudieron resguardarse en aquel taller. Entraron de una, pues la puerta se había quedado abierta, dentro esperaban los dos pilares listos para recibir a su nuevo compañero, siendo el más bajo de ellos quien primero actuó.

—¡LUCI! —gritó Ariel mientras se lanzaba encima del serafín apenas lo vio entrar.

Lucifer abrazó al arcángel, sintiéndose igual de feliz por ver a sus amigos, lo sostuvo con la suficiente fuerza para levantarlo del suelo, de esta forma el arcángel de cabello rosado pudo dar algunos besos sobre su mejilla. Lucifer estaba a punto de hacer lo mismo con él, pero cuando volteó hacia el otro, notó aquella mirada asesina y fue cuando se dio cuenta que estaba más cerca de Ariel de lo que Jofiel soportaba, así que prefirió bajarlo y tan sólo dar algunos apapachos sobre su cabeza. —Hola, Ariel...

—¡Mimi qué bonito te ves! —exclamó enternecido cuando vio al rubio con aquella flor en su cabeza, sostuvo su rostro para verlo mejor y después tomó su mano e hizo que se sentara en una silla para comenzar a arreglar correctamente su cabello.

Lucifer, notó como Jofiel no reaccionaba igual ante las interacciones entre Ariel y Miguel, por lo cual no tardó en reclamar. —¿¡Y por qué a mí no!?

El arcángel sólo empezó a reír y sin darle alguna respuesta, saludó abrazándolo también. —Bienvenido.

Sin problema pudo haberse quejado más, pero pronto notó que el ánimo entre aquellos dos era totalmente diferente en comparación de cuando los volvió a ver el día que Miguel había despertado, así que prefirió sólo tomar asiento donde le era invitado hacerlo. Platicaron por un rato más, el tiempo de descanso terminaría pronto, así que antes de que el taller se llenara de los ángeles asistentes de Ariel, los líderes de aquel sector deliberaron dónde trabajaría Lucifer.

—Pero yo quería trabajar junto a Miguel —reprochó el serafín mientras era obligado a seguir a Jofiel, quien sería a partir de hoy su nuevo jefe.

—El taller de Ariel ya no tiene espacio, además hay muchos ángeles a su mando y bueno, la verdad es que estoy tomando provecho de esto, porque tú me ayudarás un montón con todo lo que me retrase —rodeó al serafín por sus hombros luego de dar algunas palmadas a su espalda.

Caminaba sin ganas y arrastrando los pies, pero repentinamente recordó algo que le hizo detenerse. —Miguel ocupará esto, iré a devolverlo, no tardó —ni siquiera esperó obtener permiso, dio media vuelta y regresó corriendo al taller de Ariel.

Miguel y el resto de celestiales ya habían retomado su trabajo, él y su séquito se encontraba en la parte trasera del taller, desempacando los materiales que previamente habían traído en esas enormes cajas. Cada uno se encargaba de una, pero Miguel de repente recordó que todo lo que necesitaba estaba en el delantal que le regaló a Lucifer, vio a los ángeles para averiguar si alguno no estaba ocupando sus herramientas, pero todos estaban trabajando. Ni siquiera tenía sus guantes, pero para evitar atrasar más a su equipo, decidió empezar sin cuidado.

—Vas a lastimarte si no usas tus guantes —interrumpió Lucifer, quien regresaba a donde él con el delantal del arcángel y, por ende, sus herramientas. —¿Por qué me diste esto si lo ocupabas? —Se acercó hasta donde estaba Miguel batallando por abrir aquella caja.

—Iba a pedir prestadas otras... —susurró bajo, aunque no era necesario porque los ángeles a su mano parecían no prestar atención a nada más que a su trabajo.

—Además ni siquiera me queda, ¿por qué no me dijiste que me veía ridículo? —Desató el delantal para poder quitárselo y regresarlo con su dueño. —Igual fue un lindo detalle —Con cuidado de no tirar de su cabello aquella flor que no sabía porque aún mantenía, logró ponerle de vuelta su delantal, incluso fue el serafín quien lo ató.

—No estés desanimado porque no te dejaron quedarte aquí —mencionó Miguel, mientras dejaba que le fueren puestos sus guantes.

—No lo estoy, además, viviremos juntos, ¿no? —cuestionó sonriente, dando un toque a la punta de su nariz. —Y voy a enseñarte a usar tus virtudes correctamente, regresaré con Jofiel, pero cuando el día termine, estaré aquí esperándote para que nos vayamos juntos —Sacó las flores que había guardado en los bolsillos de aquel delantal y aunque estuviesen medio marchitas y muy maltratadas, se las regaló al arcángel.

—Sí, te veo más tardé —intentó no reír a causa de aquel detalle y tras despedirse, lo miró irse por algunos segundos, aunque fue interrumpido por Tartys, quien traía consigo los materiales de su caja. Miguel se apresuró a continuar, porque para que su día terminara aún faltaba mucho.

A diferencia de cualquier otro celestial, Gabriel no terminaba su día de trabajo hasta que cumpliera con sus deberes fuera y dentro del palacio. De entre los siete pilares, este arcángel era quien más responsabilidades tenía y, por ende, el más importante dentro del reino. Había concluido su jornada en el noveno circulo, no se distraía con nada así que apenas terminó, regresó al palacio para seguir con su quehacer.

Gabriel tenía permitido usar sus virtudes donde sea que estuviere, así que sin problemas se podía transportar de su sector a su oficina o cualquier otro lado del palacio, sólo que esta vez, prefirió cruzar el portal a pie y caminar desde la entrada hasta su siguiente lugar de trabajo. Con apenas una mirada, saludó al querubín guardián de la entrada y este le respondió con el mismo gesto indiferente. Solía omitir los saludos y reverencias de los celestiales menores a él, además de pasar de largo sin dirigir palabra alguna a nadie, a menos que quien lo interceptara fuera alguno de los ángeles a su cargo.

Llegó al largo pasillo que debía cruzar para llegar a su oficina, le tomó por sorpresa ver a su Maestro venir en su dirección rodeado de su típico coro de ángeles a su servicio, por lo que decidió esperar donde estaba para no estorbarle, podría ser un engreído con el resto de pilares, pero Gabriel reconocía las posiciones superiores a las suya. Cuando Jesús pasó frente suyo, se inclinó lo suficiente para reverenciarlo, tras presentar sus honores, creyó prudente continuar con su camino.

—Espera, Gabriel, ¿podrías darme un momento? —solicitó Jesús antes de indicarle a sus acompañantes retirarse.

El arcángel no tardó en detener sus pasos y volver hacia quien lo llamaba, realizó una nueva reverencia y con calma, cuestionó. —¿Necesita algo, Maestro?

—Sólo quería conversar contigo, ¿cómo has estado? —respondió con confianza, invitando al arcángel a seguir caminando hacia donde suponía se dirigía, aunque lo estaría acompañando en su trayecto yendo al lado suyo.

—Ocupado —Su respuesta fue tan rápida que pareció no haberla pensado ni un segundo. Como siempre, era cortantemente sincero.

—¿Necesitas ayuda?

—Descuide, Maestro, no hago nada para lo que no haya sido creado.

Uriel, de pie en la recepción, vio que aquel grupo de ángeles regresaba; en silencio y desde su lugar, inspeccionó cada uno de los rostros que venían acercándose, pero en cuanto descubrió que faltaba su Señor, se apresuró a interceptarlos. —¿Dónde está el Maestro? —cuestionó impaciente.

—Se quedó por allá hablando con alguien—respondió uno de ellos, señalando en dirección de dónde venían, mientras el resto recolectaban sus pergaminos para llevarlos a la oficina del maestro.

Pronto, el querubín fue hacia donde el ángel señaló, llegando en el momento justo para ver que, a unos metros de él, su Maestro y Gabriel hablaban. Creyó prudente quedarse donde estaba, aunque de espaldas hacia aquel par para evitar escuchar u observar cosas que no debía.

—Jofiel finalmente volvió, ¿ya lo sabías? —Con claro ánimo, Jesús comentó la noticia a su acompañante, esperando contagiar su alegría.

—¿Cómo dice? —Lo que escuchó le hizo detenerse y aunque intentó que su rostro no lo expusiera, no pudo evitar fruncir el ceño a causa del disgusto.

—Jofiel ya volvió, él ya está de regreso en su nivel, ¿pudiste verlo? —Aunque notó la pésima forma en que recibió sus palabras, intentó ignorarlo, tratando de mantenerse animado para no convertir incómodo el momento.

—No... no tuve el placer de encontrármelo —Le faltaban unos cuantos pasos para llegar a su oficina, por lo que prefirió retomar su andar.

—Todos los pilares estuvieron muy pendientes de su estado, pero tú nunca me preguntaste por él —Aunque fue dejado atrás, pronto fue tras él, no tenía la intención de dejar pasar esta conversación. —Me preguntaba, si quizá pasó algo entre ustedes que provocara tal distancia.

Gabriel dejó su mano sobre el picaporte de la puerta de su oficina, volteó a verlo y respondió con voz firme. —Maestro, no quiero ser insensato frente a usted, pero siento que debo dejar en claro mi posición respecto a esos dos. No me interesan. Nada de lo que les ocurra o vaya a pasarles a ellos, o cualquier otro de los pilares, es problema mío; sus asuntos no tienen cabida en mis pensamientos y preferiría que la próxima vez que me hablara este tema no sea el centro de nuestra conversación.

—¿Por qué dices eso?, Gabriel, ¿no son tus amigos? —Evitó que el arcángel entrara a su oficina al sujetar su muñeca; su respuesta sólo le hizo preocuparse más, así que se dirigió a él con más insistencia. —Crecieron juntos y viviste tantas cosas con ellos, ¿cómo pueden no importarte?, cualquier problema que haya entre ustedes estoy seguro que podemos arreglarlo si nos sentamos todos a hablar. No me gusta ver cómo te has alejado de los demás, ¿primero con Lucifer y ahora también con los arcángeles?, Gabriel si me dices qué pasó, podré ayudarte.

Suspiró tan profundo que hizo evidente lo agobiante que era para él tocar este tema. —Lo siento, pero no me sobra el suficiente tiempo como para estar perdiéndolo en conversaciones que no quiero tener. Dentro de poco tengo que ir a ver a su padre, así que, si me disculpa, debo continuar con mi trabajo, por favor tenga un buen descanso —Le hizo soltarlo y se apresuró a entrar a su oficina, refugiándose en ella luego de cerrar la puerta.

La respuesta de Gabriel fue tan severa que al maestro no le quedaron ganas de intentar obtener más de él, además, la puerta azotándose frente suyo le daban las suficientes pistas para interpretar el humor del arcángel. No tuvo de otra más que rendirse y regresar, sintiendo que, en lugar de arreglar la situación, terminó empeorándola. Iba tan perdido en sus pensamientos, que no notó cuando pasó de largo a Uriel, quien parecía estar sólo esperándole justo al final del pasillo.

—Mi señor —llamó el querubín, tan tranquilo como siempre.

Su imperceptible presencia asustó a Jesús, quien incluso gritó de la sorpresa. Al voltear y ver quién lo llamaba, se sintió aliviado, pero también avergonzado al darse cuenta de lo distraído que iba. —Uriel, no aparezcas así de repente... —Posó su diestra sobre su pecho, pudiendo sentir los acelerados latidos de su corazón.

—"Sé su sombra", eso fue lo que me dijo su padre —respondió, no tomándole importancia a su reacción. —Vi que su coro llegó sin usted, así que vine a buscarlo, no quería asustarlo, perdóneme —Inclinó su cabeza, aunque pronto fue obligado por su Maestro a erguirse, él siempre rechazaba aquellas demostraciones de respeto por parte del querubín.

—Me quedé para hablar con Gabriel —Ya más tranquilo, retomó su camino, yendo hacia su oficina mientras de paso iba despidiendo a sus ángeles que regresaban de ésta, dando así por concluido su día.

—¿Sobre lo que me contó esta mañana? —A una distancia prudente, siguió a su maestro y cuando lo vio asentir en respuesta, continuó. —¿Le dijo lo que quería saber?

—No, desde un principio evitó el tema... —Respondía cuando no tenía a nadie más cerca queriendo ser discreto con un esto que consideraba tan delicado, por lo que esperó hasta llegar a su oficina para poder continuar una vez que ambos estuvieron a solas. —Mencioné a Jofiel y simplemente me dijo que no quería saber nada de él, ni de él ni del resto de pilares, ¿pasó algo entre Gabriel y tú?

—No, mi Señor —Esperó a que su maestro se sentara para poder hacerlo también, aunque en lugar de quedarse quieto, empezó a organizar los papeles que tapizaban el escritorio. —Él sólo se alejó, de un día para otro dejó de hablarme y desde entonces sólo me dirige la palabra si es en extremo necesario. Yo intenté no hacer lo mismo, por mucho tiempo lo seguí tratando como siempre, busqué conversar con él en múltiples ocasiones, pero era inútil, Gabriel no la seguía o totalmente me ignoraba —Para este momento, Uriel ya estaba de pie acomodando todo lo que habían dejado los ángeles en aquella oficina.

—¿Y los demás?, ¿pelearon entre ellos?, ¿sabes la razón por la que Lucifer de repente lo detesta tanto? —Quiso ayudar en la limpieza, pero el querubín le quitó de las manos los pergaminos que intentaba guardar.

—Sobre su enemistad con Lucifer, tampoco sé nada, nunca logré que me dijera porqué peleaban tanto y, probablemente, usted no lo sepa, pero esos dos más de una vez han llegado más allá de los gritos —Terminó rápido de limpiar una parte de aquellos papeles, pero prefirió mantenerse de pie frente al escritorio. —Y bueno, con los demás serafines... —No pudo terminar antes de comenzar a dudar si sería buena idea revelar lo que sabía, pues se había dado cuenta que tal vez había dicho de más.

—¿Qué con ellos? —El que la voz de Uriel se detuviera tan de repente le hizo levantar la mirada, descubriendo que el querubín evitaba verlo.

—No, nada, n-no sé qué pasó con ellos —respondió, tartamudeando y manteniéndose cabizbajo.

—Uriel... —Lo conocía y sabía muy bien las manías que tenía cada que mentía; apoyó los brazos sobre su escritorio e insistió una vez más. —¿Qué con ellos?

Sin atreverse a mirarlo, ignoró lo que le era preguntado y se quedó de pie hasta que recibió la orden de sentarse en una de las sillas que estaban frente al escritorio, la otra fue ocupada por su maestro. Sentado a su lado, Jesús continuó —Entiendo, sólo dime si pasó algo o no, yo mismo les preguntaré los detalles —Aunque sólo lo vio asentir, fue respuesta suficiente. Acercó su mano al rostro del querubín y trató de acomodar detrás de su oreja aquellos mechones cobrizos que siempre quedaban fuera del alcance de aquel listón con el que Uriel mantenía sujeto el resto de su cabello. —Eres un amigo muy leal, estoy orgulloso de ti —Sonrió cuando consiguió que lo viera, se recargó sin cuidado en su silla y continuó. —¿Crees que haya descendió solo al primer nivel?

Al sentirse en confianza de nuevo, intentó seguir ordenando ese escritorio, aunque pronto fue detenido por quien tenía al lado, así que sólo respondió. —Es una opción.

—¿Qué debería hacer? —Se preguntó a sí mismo mientras se recargaba sobre su escritorio, en su rostro y tono de voz era evidente su preocupación. —No me gusta verlos así...

—Si Gabriel no quiere, aunque traiga aquí a los otros cinco no va a lograr nada.

—Ha estado muy ocupado por todo el trabajo que tiene, ¿debería hacer que otro pilar lo ayude? —Aquella idea le abría animado lo suficiente para ponerse nuevamente de pie, pero como ya le era costumbre, antes de poner en marcha cualquier cosa, volteó a ver al querubín en busca de su aprobación.

—Eso sólo empeoraría las cosas —Fue tan sincero como su maestro siempre le pedía que fuere, así que, a pesar de haber notado su buen ánimo, tuvo que destruir su ilusión. —Gabriel tiene un ego muy grande y nadie puede negar lo importante que es en este lugar, pero si usted le consigue un ayudante sin siquiera consultárselo primero, él podría malinterpretarlo.

—Tienes razón.

—Sabe, creo que sólo debería...

—¡No hables! —Usó su diestra para cubrir la boca del querubín e impedir que terminara de hablar. —También te dije que sería yo quien resolvería esto, no me parece correcto que siempre estés preocupado por los problemas de los demás.

—No me molesta resolver problemas ajenos... —masculló antes de apartar gentilmente la mano que le impedía hablar con claridad, se puso de pie y sin soltarlo, prosiguió. —Mucho menos si son suyos.

Fue imposible para Jesús no sonreír a causa de las palabras de Uriel, permitió que su rostro fuere acariciado mientras con ambas manos estrechaba la ajena. La forma en que el querubín lo miraba le era suficiente para confirmar que era correspondido, pero ambos sabían hasta dónde tenían permitido llegar. Aun así, esto les era suficiente. —¿Ya terminaste? —interrumpió el maestro, continuando sin dejarlo responder primero. —¿Me acompañarías a cenar? —Aprovechó el sostener su mano para jalarlo y hacerlo caminar detrás suyo.

—Adelántese —respondió Uriel, adelantándose unos pasos de su señor para poder abrirle la puerta. —No tardaré, se lo prometo.

El heraldo del creador, terminó sus pendientes dentro de su oficina y no salió de ahí hasta haber repartido el itinerario del día siguiente a sus ángeles ayudantes. Todavía no podía irse, porque le faltaba reportar todo a su amo, a quien vería dentro de la corte. A solas, con prudencia y todo el respeto, cruzó las puertas doradas para presentarse delante de Él; preciosamente engalanado, portando su forma real, Gabriel recorría aquella alfombra hasta llegar al atrio donde se inclinó apenas pisó.

—Está hecho, mi Señor —exclamó, mientras mantenía su mirada al piso. —¿Necesita que haga algo más antes de retirarme? —en silencio esperó recibir una respuesta, pero esta nunca llegó, hecho que interpretó como una negativa a su pregunta. Una vez presentados sus honores, podía ponerse de pie, así que cuando lo hizo, se atrevió a mirar hacia el trono principal. —Estoy consciente de que todo lo que pase es sólo porque usted decide que así sea, aun así y sin querer ser atrevido, permítame obtener claridad para resolver mis dudas, ¿no hará nada con aquellos que actuaron en contra de su voluntad?

—Cuando llegue el momento, ninguna deuda quedará sin saldar.

—Ya entiendo, ¿entonces sólo los dejará hacer lo que quieran?

—Déjalos creer que tienen el control, cuando la siguiente fase comience tendrás que actuar. Hasta que sea la hora, mantente atento, nada más.

Tras recibir la nueva orden, Gabriel esperó hasta que le fuese permitido retirarse, sabía que no podía interferir a menos que eso le fuese indicado, por lo que no tenía de otra más que soportar ver cómo aquellos a quienes consideraba indignos, vivieran a su modo. No iba a desobedecer, pero tampoco se iba a quedar con los brazos cruzados.

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