Todo estaba saliendo según lo planeado.
Los cazadores cayeron en su propia trampa, y los guardianes estaban demasiado inmersos como para darse cuenta de un pequeño cambio en el plan. Ni siquiera las lexies estaban atentas de nada.
La chica camina por el tortuoso suelo empapado de sangre, concentrada en su objetivo que hasta a tres metros de ella.
Un cazador trata de matarla con su espada de acero, pero ella ya está preparada y estaca su propia daga en el ojo azul del atacante. Una risa brota de su boca. Está demasiado cerca.
Los cazadores matan cazadores, y guardianes matan guardianes. Traidores. Todos son unos traidores. Quizá ella también.
Llega hasta el círculo de fuego y lo cruza sin problemas, el fuego no le hace ningún daño. Se acerca al tronco rodeado de espinas. Ahí está él.
Él. Su Señor.
Se arrodilla, agacha la cabeza y musita con voz queda:
—Mi Señor.
La figura oscura que reposaba en lo alto del tronco baja hasta ella, y se materializa frente sus narices, mostrando todo su esplendor. A la chica la rodea un frío palpitante y unas sombras largas envuelven su cuerpo. Siente la vida en ellas. La vida de alguien que quiere vivir más que nada.
Lucifer no hace elogios, ni siquiera da muestra de notarla claramente, pero cuando se acerca hasta su rostro dice lo único que falta para terminar el ritual:
—Lyla Balsalobre.
Y luego abre su boca, y deja salir el alma de ella, su princesa, su reina. Cuando el alma la envuelve y entra en ella, Lyla le da lo que Cassie nunca le dio.
Da su libertad. Y pronto las almas de ambas se entrelazan, convirtiéndose en una sola persona.