DOLOROSA VINDICTA [+21] ✓

By MariaArcia4

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LIBRO II [T-E-R-M-I-N-A-D-A] Crueldad y piedad. En la mafia no se perdona ni se olvida. Perverso. Manipula... More

SINOPSIS
ANTES DE LEER
UN JURAMENTO IMPERDONABLE
PREFACIO
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPÍTULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPITULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 33
CAPITULO 34
CAPITULO 35
CAPITULO 36
CAPITULO 37
CAPITULO 38
CAPITULO 39
CAPÍTULO 40
CAPITULO 41
CAPITULO 42
CAPITULO 43
CAPITULO 44
CAPITULO 45
CAPITULO 46
CAPITULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPITULO 51
CAPITULO 52
CAPÍTULO 53
CAPITULO 54
CAPITULO 55
EPILOGO
AVISO + NUEVA HISTORIA

CAPITULO 15

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By MariaArcia4

¿Trato?

Anastasia.

La garganta se me cierra bajo la sospechosa mirada que me dedica Benjamín Prada. Las bailarinas que anteriormente se divertían con mi esposo, ahora están tras de él, sosteniendo con firmeza un par de cajas doradas a juego con la decoración de la sala VIP donde nos encontramos. Un lazo negro las mantiene cerradas, y no consigo la forma de apartar la mirada de ellas.

—¿Qué pasa? —Carraspeo al sentir la garganta tan seca. Necesito agua para esto—. ¿Para qué querías vernos?

—Bueno, pensé que como son mis invitados de honor, se merecen el mejor trato que puedo darles.

—¿Y eso sería?

Siento los perspicaces ojos de Marcello sobre mí por una fracción de segundo, pero no me vuelvo hacia él, solo espero una respuesta que es expresada por la sonrisa lobuna de Nox.

—¿Benjamín?

Es Marcello quien exige su atención ahora, notoriamente intrigado por la manera en que las señoritas tras de Nox, se ríen. Como si compartieran un secreto que podría envolver algo muy grande.

—Deberían dejarse sorprender —habla dando un paso al frente. Ya no tiene la chaqueta de cuero que lo señala como presidente del club, pero el tatuaje en el costado de su brazo que resalta por debajo de la tela de la camiseta negra, es todo lo que se necesita para salir corriendo en la dirección opuesta—. Son mis invitados después de todo.

—Lo somos, pero como te dije hace unos días —Marcello avanza hacia él, deteniéndose a un par de pasos. Nox lo observa, esperando a que siga—, a mí no me gustan las sorpresas.

—A menos a que seas tú el que las dé, ¿no es así?

—¿Qué te traes? —contraataca el Don—. Son las doce, y ya me iré.

—¿Tienes otro lugar en el que estar?

—Quiero irme, no tengo que tener la necesidad de estar en otro lugar para marcharme —lo reta al elevar su ceja esperando una réplica—. ¿Y bien?

—Las chicas los guiarán a sus habitaciones.

—¿Nuestras qué? —Doy un paso al frente, deteniéndome al lado de Marcello—. No pedimos nada, Benjamín.

—Pero es mi regalo para ustedes.

Ruedo los ojos, pero cuando me vuelvo en su dirección solo me da la espalda y se marcha. Sabiendo que ignorarlo sería un maldito desplante, avanzo hasta llegar a las bailarinas, las cuales nos indican el camino por el lado contrario a los baños donde estábamos antes.

El pasillo que da a las habitaciones es mucho más amplio que el de los baños, y como lo dijo Félix, hay algunos reservados intermedios que están cerrados y custodiados hasta las dos.

—Esta es la suya, señora —habla una morena, tendiéndome la caja en sus manos—. La llave está dentro.

Tiro del lazo que la mantiene sellada con cuidado, dejándolo volar al soltarlo. Ella espera con paciencia y una sonrisa ansiosa a que saque la llave tal como lo hace Marcello en la habitación contigua.

Tomo una bocanada de aire antes de abrirla. Para entonces, mi esposo se ha perdido en la habitación dejando a la bailarina afuera y el leve sonido de la música llega a mis oídos cuando hago lo mismo, topándome con dos mujeres bailando sobre un escenario en el fondo mientras un hombre las observa sentado en una butaca frente a ellas. Están desnudos, no hay rastro del vestuario que tienen las demás bailarinas afuera.

—Esto está ocupado —murmuro, dando un paso atrás. Todos se voltean al notarme, pero sonríen como si no les importara la intromisión—. Disculpa...

—Es el regalo del señor Nox. Todos trabajan en el club —puntualiza la mujer que me acompaña con una sonrisa—. Disfrute, señora. Tiene usted el pase para hacer lo que quiera dentro de estas cuatro paredes.

Cierra la puerta tras de mí antes de que tenga tiempo de avasallarla con mi interrogatorio. Entro por completo, escaneando la habitación prácticamente a oscuras y escasamente iluminada por luces rojas de neón que dejan al descubierto el cristal que hace de pared frente al escenario y que me da un vistazo del espectáculo que está recibiendo Marcello en la habitación de al lado.

Trago duro, intentando recuperar el aliento al verlo omitiendo el show de las mujeres que lo esperan. Él solo remueve el liquido en su vaso mientras está recostado en una de las columnas.

Como si sintiera que lo observo, levanta la mirada, frunciendo el ceño al darse cuenta del cristal, pero recobrando la compostura nada más ve que no aparto los ojos de él.

—¿Quiere algo, señora Abramov? —ante la pregunta, me volteo, saltando en mi lugar cuando veo tan cerca al hombre que hace segundos estaba sentado en la butaca—. Estamos a su servicio.

Me sonríe con lascivia como si con su metro ochenta me intimidara. Da un paso atrás, pero no aparto mis ojos de su rostro, omitiendo la mirada que me da. 

Y tengo que soportar esto para no joder nuestra alianza con Nox.

—No, solo sigan con lo suyo.

Junta sus cejas por la sequedad de mis palabras, pero decidida a afrontar esto sin dejar nada que decir, tomo un lugar frente al escenario, quedando de espaldas al cristal. Sé que me está mirando, pero yo por mucho que desee hacerlo, no puedo. No sé como reaccionaré si lo veo teniendo sexo con alguien más.

The hills se repite en los altavoces durante una eternidad. En algún momento durante los siguientes treinta minutos sonrío como si estuviese disfrutando del baile frente a mí, pero solo me dedico a beber un par de sorbos a medias del vaso de coñac que me serví hace varios minutos.

—¿No quiere bailar, señora? —Una de ellas me sonríe con tranquilidad mientras los demás siguen bailando—. Tenemos una buena selección de canciones.

—Ya lo creo.

Queriendo disfrutar lo que queda de la noche mientras espero a que Taddeo llegue luego del mensaje que le envié hace segundos, me pongo de pie.

—Bailo un par de noches al mes en uno de mis clubes, esto es un juego de niños para mí —bromeo notando como ambas mujeres se relajan—. Busquen un par de batas mientras yo encuentro algo aquí.

—¿Qué hay de mí? —El hombre que se puso muy manos rápidas con ambas, da un paso atrás cuando me volteo a él. Le gusta tocar de más y eso lo detesto—. ¿No quiere algo de compañía para bailar?

—No.

Recibo el teléfono que me tiende la mujer donde comienzo a buscar algo que bailar en Spotify.

—Tú te puedes retirar.

—¿Perdón?

—Que te marches te dije —advierto sin levantar la mirada, solo escuchando el sonido de sus pasos al alejarse.

—Es Benny —escucho decir a una de ellas antes de girarme, confundida—. En el otro club él siempre era el bailarín estrella para las mujeres. Siempre lo pedían.

Ambas comparten una sonrisa antes de carcajearse en su lugar. Cada una tiene su cuerpo envuelto por una bata de seda negra y parecen sentirse más a gusto conmigo aquí.

—¿Y él esperaba que yo lo invitara a mi hotel acaso?

—Por lo general somos nosotras las echadas y él se queda con las clientas en la habitación.

Así que eso pretendía Nox. Que yo tuviera sexo con este idiota. Ni siquiera lo reparé bien así que no me importa.

—Bailemos un poco.

Para mi sorpresa, ambas tienen mucho que enseñarme. Son ellas las que dirigen las rutinas y me pierdo tanto en ello que me olvido que tengo audiencia al otro lado del cristal. Mis caderas se balancean junto a ellas, mi cuerpo se acopla a los suyos y termino bailando con ambas con casi la misma naturalidad con la que bailaba con mis colegas hace varias horas.

—Si algún día deciden dejar de trabajar para Nox, pueden buscarme —hablo en medio de la música. El alcohol sigue haciendo efecto en mí y con los suaves dedos de ambas moldeando mis curvas, sigo bailando—. Tengo un puesto que les gustaría.

—Eso suena genial.

En medio del baile, me giran dejándome de cara al cristal, donde nuevamente, me estremezco con la mirada cautelosa de Marcello sobre mí. A pesar de la poca iluminación, veo como se quita la chaqueta del traje, dejándola a un lado mientras las mujeres siguen bailando tras de él.

Es un show en vivo que no planeé ver, pero que de alguna manera, logra satisfacerme a medida que me muevo al ritmo de una canción que desconozco, pero cuya melodía me obliga a suavizar mis movimientos por los tirones que da la canción de vez en cuando.

Y de nuevo, me encuentro bailándole a él, pretendiendo que solo somos los dos en un lugar cerrado en el que solo quiero que sea él tocándome a pesar de que no podría soportarlo.

Leisy, una de las chicas que acabo de conocer, se aparta para encender un poco las luces. Y cuando notan el intercambio de miradas entre el hombre al otro lado y yo, deciden apartarse, dejándome sola en una guerra de miradas cargadas de deseo que profundizan mis ganas de moverme al ritmo de Downtown cuando Leisy la coloca a petición mía.

Sin embargo, no consigo moverme. Me quedo de pie en mi lugar, atrapando mi labio inferior mientras los recuerdos se pasean atrevidamente por mi mente.

Ambas me hacen compañía al verme entumecida en mi lugar. Cierro los ojos, obligándome a apartar la mirada de mi esposo, pero a pesar de que me muevo, me siento descoordinada.

Y es esa perdida del ritmo la que provoca que me aparte asustada con el estruendo de la puerta cuando es abierta.

—Salgan las dos —exige Marcello con voz tensa—. La señora y yo tenemos que hablar.

—Anastasia...

—Háganlo —pido a sabiendas que mi respiración acelerada se ha hecho cargo de mi sensatez aquí—. Fue un gusto conocerlas.

Ellas comparten una mirada, pero sin decir nada, se marchan. Me dejan sola son el diablo de ojos marrones cuya agitación iguala la mía y cuya camisa ha desaparecido de su torso, dejándome ver su torso cubierto de tatuajes. Antes de que caiga en la serpiente, lo tengo frente a mí, haciéndome dar pasos hacia atrás.

—¿Qué quieres, Marcello?

—¿Qué pretendes, Anastasia? —brama contra mi boca cuando llegamos al borde del escenario—. Respóndeme.

Me he quedado sin habla, pero el desespero no llega a pesar de estar tan cerca. Por el rabillo del ojo, veo sus manos aferrándose al borde de la madera, reteniéndome entre sus brazos sin llegar a tocarme.

—¿Qué pretendo de qué?

Él sonríe, su aliento golpea en mi cara y esa mirada retadora alumbra su rostro.

—El quitarte el vestido, el seguirme al baño, el maldito baile que me tiene la polla dura —sisea entre dientes—. ¿Qué quieres?

—Lo que hago no tiene que ver contigo, Marcello —ataco—. Si tienes el ego tan hinchado como para creer que mi actuar va dirigido a ti, estás muy equivocado.

—Tengo algo hinchado y no es el ego, Anastasia.

Trago duro incitando a sus ojos a bajar por mi rostro al hacerlo.

—Tienes varias mujeres esperando por ti si quieres bajarte la hinchazón de la polla —hablo con rudeza, colocando una idea en mi cabeza que solo me taladra el alma—. A mi eso no me interesa.

No quiero verme débil frente a él, pero es lo que conseguiré si permito que me toque. Ya vi lo que pasó en el baño, ese ardor en el pecho, ese medio impasible que me atacó es lo que tendré si me derrito entre sus brazos. Cuando el tirón me lleve de vuelta a la realidad, solo me expondré a algo para lo que no estoy preparada.

—¿No quieres consumar nuestro matrimonio? —inquiere de la nada, enviando descargas que me recorren todo el cuerpo—. Te gustó hacerlo conmigo la noche que te llevaste a mi hermana. ¿Cuántas veces follamos luego de eso? ¿O no lo hicimos?

—Lo hicimos —aseguro, evocando infinitos recuerdos que me cobijaron las noches que no estuvo. Sin embargo, sé lo que hace y su provocación no va a ganar esta partida—. Lastimosamente no me quitaste las ganas y tuve que recurrir a alguien más.

Me inclino hacia delante, rozando mi vestido con su pecho. Pero no aparto la mirada de sus ojos. Es el único toque que me permito mientras le sonrío con suficiencia.

—¿Recuerdas a Salvatore Caruso, Marcello?

Sus iris se oscurecen, la sonrisa se desvanece en su rostro como una mala noticia en medio de un baúl de felicidad. ¿Qué? ¿Lo jodió el ego? Si esto es lo que quiere hacer, es justo lo que haremos porque no me quedaré callada.

—¿Esa es la carta que quieres jugar, diavolessa?

—Yo no estoy jugando a nada —digo confiada—. ¿Desde cuando decir la verdad es un juego?

Solo que no es cierto lo que dices, Anastasia. Esta vez, ríe. Sin preámbulos, empuja su cuerpo contra el mío, estampándome contra el escenario sin apartarse cuando consigue que aparte la mirada.

—No dudo de mis capacidades para satisfacer a una mujer, Anastasia. Nunca lo he hecho y estoy seguro que eres el tipo de mujer que, si no la complacen la primera vez, no vuelve a repetir.

Respira contra mi cuello antes de llegar a mi oreja. La sangre se me calienta en el cuerpo. ¿Por qué siento la necesidad de golpearlo por la rabia y no de quitármelo de encima por el miedo?

—Así que dime —se inclina un poco, haciéndome apretar los ojos con fuerza—, ¿Estamos jugando a decir mentiras? Porque si es así, no se te da tan bien como crees.

Lo encaro al girarme, cometiendo el error de buscar sus labios torcidos en una sonrisa en vez de mirarlo a los ojos.

—Sea cual sea el juego que quieres jugar aquí, no va a funcionar.

—Estás muy confiado, Marcello. El que se confía, pierde.

—¿Es el deseo hablando o las ganas de matarme?

—Ambos —respondo igualando su sonrisa—. Ahora vete que me dañaste la diversión con tu presencia.

Sacudiendo su cabeza, se aparta. Cuando se voltea en medio de su camino a la puerta, me encamino al baño, mojándome el rostro con el agua que comienzo a salpicar sobre este cuando escucho que la cierra. Muchas emociones en un solo día y solo quiero amanecer en mi cama con mi hija antes de mi reunión con los mestizos el lunes.

Añorando una ducha, me quito el vestido de mi sudado cuerpo. Lo dejo en el suelo y por escasos diez minutos, me permito relajarme bajo el agua antes de tomar la toalla y salir. No me preocupa nada por aquí, todo esto fue revisado por Félix y por Emilio así que solo respiro con tranquilidad mientras me visto, desechando mis bragas en el fondo de mi bolso.

Recibo el mensaje de Taddeo cuando estoy por salir, pero no es la información que leo la que me obliga a abrir la puerta con brusquedad sino el tormentoso grito que escucho en la habitación.

Me detengo en seco al plantar mis ojos en el hombre gimoteando el suelo mientras se aferra a sus piernas, pidiendo clemencia al diablo que lo golpea una y otra vez sin percatarse que estoy junto a ellos.

—¡¿Por qué te estoy golpeando, hijo de puta?! —inquiere Marcello sin detener el impacto de sus puños en el rostro del escuálido bailarín que eché hace minutos.

—Ya no más, por favor.

—Respóndeme —exige—. Te hice una maldita pregunta.

Lo vuelve a golpear, deteniéndose solo para sacar el cuchillo de su chaqueta manchada de sangre. No me muevo, de hecho, creo que incluso dejo de respirar por segundos. ¿Qué carajo está pasando aquí? ¿Qué hacen aquí?

—Miré algo que no debí —responde, escupiendo su propia sangre cuando casi se ahoga con ella—. Lo siento.

—Lo vas a sentir mucho más cuando te saque los ojos por mirar el cuerpo desnudo de mi mujer, hijo de perra.

La realidad de sus palabras se instala en mi cabeza y vuelvo mi atención a la puerta que dejé abierta mientras me duchaba.

—Marcello, ¿qué mierda pasa aquí? —con mis palabras, detiene su puño al aire, estampando la cabeza de Benny contra el suelo.

—Fuera —habla sin mirarme.

—¿Perdón?

—¡Que te marches dije! —exige y su rostro está rojo cuando lo miro bien. Es como si estuviese a punto de perder el control—. Miraste a la mujer equivocada, idiota.

Me cruzo de brazos, permaneciendo en mi lugar. Él me ignora, como si no me hubiese dicho que me marchara y presionando sus pulgares sobre los ojos del bailarín, hace que la sangre brote de ellos mientras el chico grita.

No siento asco, repulsión o algo similar. De esto vivimos, no somos santos, somos pecadores y actuamos conforme a nuestros instintos. Y no voy a negar que su maldita vena asesina me prende a niveles que no pensé posibles.

Somos iguales.

Y me jode tanto el hecho que un día él también lo supo y que ahora no lo recuerda.

Marcello deja ir el rostro del chico, pero toma el cuchillo con fuerza al clavárselo en la garganta. La sangre que rodea el cuerpo sin vida del hombre solo mancha el traje de mi esposo, quien hasta que no comprueba que está muerto, no se levanta.

—No tenías que hacerte cargo —espeto cuando se levanta—. Yo lo habría matado al darme cuenta que me estaba mirando.

—Eres mi mujer —susurra, mirando más allá de mí—. Y él se estaba haciendo una maldita paja mientras te miraba.

—¿Y?

Doy un paso al frente. No sé que pretendo, no sé que busco, solo no consigo sacar una oración que me saque de aquí.

—No es como si otros hombres no se la hicieran mientras me miran. —Sonrío hacia él al tener su atención—. La única diferencia es que ellos si tienen mi permiso de mirar.

—No me provoques, Anastasia.

—¿O qué? —inquiero con sequedad—. ¿Me vas a matar como lo acabas de hacer con ese pobre idiota?

Aprieta su mandíbula, evitando hablar. Las ganas de besarlo me inundan, pero no me acerco. Está molesto no sé por qué, y en mí no va a descargar esa furia.

—Eso creí, diavolo.

Dejándolo con la rabia encima, me marcho. Y solo cuando estoy viendo a mi hija dormir, me siento realmente aliviada.

⁓†⁓†⁓†⁓†⁓

El interior del restaurante que detallo por medio de las cámaras en la ropa de Ekaterina y Sergey me limita el escaneo alrededor. Es tan poca la visibilidad que tengo que solo suspiro, subiéndole el volumen al computador mientras escucho a mis hermanos beber como si fuesen amigos de toda la vida que no se han visto en un tiempo.

Enviarlos a Sevilla tal vez fue una estupidez, pero venir yo a sabiendas que Zinov está tan cerca fue algo sensato de mi parte teniendo en cuenta que si estos dos lo llegan a ver, lo atacarán.

No confío en los impulsos de este par cuando de nuestro progenitor se trata. No es mucho lo que han conseguido. Sergey se echó al bolsillo a una de las amigas de Elena, la cual no es muy comunicativa y por lo que sé, tienen veinte minutos antes de que Zinov salga de la reunión en la parte trasera como me dijo Roger.

—¿Cómo te llamas? —escucho decir, y cuando Ekaterina se gira, enfocando la cámara, es solo un traje lo que veo.

—No eres mi tipo —responde con sequedad la mujer.

Sonrío a medias ante la imagen que se planta en mi cabeza. Es que solo la imagino torciendo la boca en ese gesto de «vete a la mierda o te mato».

—¿Cómo sabes que no lo soy? —Escucho un carraspeo junto a ella—. Puedes llevarte una sorpresa.

—Ya te dije que no eres mi tipo.

—¿Cómo estás tan segura? —el tipo es tan insistente que yo no tendría la paciencia de Ekaterina—. Déjame invitarte una copa y averigüémoslo juntos.

¿Por qué Sergey no se mete? Es demasiado agresivo cuando se meten con ella por aquí.

—¿Cómo quieres que te lo explique? —bufa ella.

—Ni siquiera me conoces.

—No tengo que conocerte para saber que no eres mi tipo.

Ella se coloca de pie, y obtengo una clara vista del hombre cuya sonrisa permanece intacta, probablemente creyendo que ella se está haciendo la difícil para mantener su atención. Odio a esos idiotas que no aceptan una maldita negativa.

—¿Por qué lo dices? —insiste.

—Porque me gustan las vaginas, no los penes —puntualiza—. ¿Esa es suficiente justificación para ti o tengo que mostrarte una para que compares y te des cuenta que es lo que te hace falta para llamar mi atención?

Sin poder contenerlo, suelto una carcajada por la forma como la sonrisa del hombre desaparece en una fracción de segundo, es como si un balde de agua helada hubiese caído sobre él. A medias, le lanza una despedida a la mujer y yo sigo riendo.

—Espiar está mal —dice a la nada—. Es contigo, Anastasia.

Bufo al darme cuenta que tengo el micrófono encendido.

—Matar también lo está y no por eso lo he dejado de hacer —aseguro, dando por finalizada mi interrupción.

Sergey si que sabe generar conversación. Acaba encantando no solo a una sino a varias antiguas amigas de Elena hasta que les pido que salgan con el aviso de uno de los nuestros de que la reunión de Zinov está por finalizar.

Ellos se suben al auto esperando fuera y tengo que colocar el seguro en todas las puertas cuando ven salir al hombre porque Sergey intenta salir. Zinov camina con lentitud, solo consigo mirarlo con lastima y un poco de regocijo al notar el bastón que lo sostiene en pie y la forma como la prótesis de ve con su caminar.

—Lo tenemos aquí, podemos llevárnoslo —asegura Sergey, enojado. Comprendo el sentimiento, pero no he esperado años en la oscuridad para que me maten en un minuto por culpa de él.

—Hay francotiradores en los edificios cercanos, ¿cuánto crees que tardarán en colocarte una bala en el cráneo si intentas acercarte?

Él baja la cabeza, dándose cuenta de la estupidez que salió de alguien tan capacitado en el área. El odio te nubla el juicio a veces, lo comprendo.

—Ya no es el Pakhan, pero eso no quiere decir que no tiene gente protegiéndolo, Sergey.

—Me queda claro —habla viendo la cantidad de personal que lo rodea antes de llegar al auto. Solo lo dejo irse y la foto que espero que vea al sentarse en su asiento es lo que necesito para dormir feliz esta noche.

O eso pensé cuando fotografié a una Elena muy magullada conectada a varios cables para mantenerla con vida. Que sufra, que se arranque los pelos hasta de los huevos por el desespero y que quiera morirse porque no tiene noticias de ella.

No vuelvo al laboratorio como lo planeaba al llegar a Barcelona, solo me quedo en casa a petición de Aleska porque en la madrugada salgo rumbo a Colombia.

No llevo la vida de una típica mujer recién casada, soy feliz como madre soltera que vive y respira para proteger a su hija y no me importa que un día me reconozcan como la hija de puta que mueve cielo y tierra para complacerla.

Son las cuatro cuando planto un beso en la frente de mi hija para no despertarla mientras estoy por marcharme, pero ella se remueve y envuelve sus brazos alrededor de mi cuello, tirando de mí a la cama.

—Aleska.

—Quiero ir contigo —pide con los ojos cerrados y la voz cargada de sueño—. Quiero conocer Cartelena.

—Es Cartagena —me burlo.

—Como sea.

Sigue sin soltarme, pero afloja su agarre un poco.

—Cuando despiertes te llevarán a la mansión.

—Pero ya estoy despierta. Llévame contigo a Cartelena —se queja, pero no la corrijo esta vez—. Yo me meto en el maletero.

La escucho reír al finalizar la oración.

—Bueno, eso no es verdad. Después me quedo sin aire y tú sin hija, y Dios no quiere eso —divaga, soltándome.

—Volveré pronto. Solo serán unos días —digo como si no me doliera dejarla para irme al otro lado del mundo. La voy a extrañar tanto.

—¿Dormiré en tu antiguo cuarto en casa del abuelo?

—Lo harás, pero no quiero al señor koala en mi cama, ¿entendido?

—No estoy oyendo nada. —Se tapa los oídos con las manos, bromeando—. El sueño me está llevando.

—Te amo, angelo mio.

Beso su frente, pasando mis dedos por su cabello despeinado.

—Te amo, mami.

—Pórtate bien, por favor. Y cuando llame a Dasha, contesta. No me importa donde estés, atiendes el teléfono.

—Si, señora.

Dejarla es un puñal que me clavo en el pecho yo misma, pero son mis negocios más importantes y no puedo pedirle a Emilio que vaya. Sé que ella estará a salvo, padre la cuidará con su vida al igual que Roger, y es por ello que prescindo de él, llevándome a Taddeo en su lugar.

El celular me suena antes de llegar al aeropuerto. Me alarmo al notar el nombre de Roger parpadeando en la pantalla, pero toda preocupación es dejada a un lado cuando me dice que Qiang ha estado intentando comunicarse conmigo y que hasta ahora le llegó la información.

—Llámalo y pásame la llamada.

—¿Ahora?

—Si tanto quiere hablar conmigo que se despierte y atienda mi llamada entonces.

Pienso que no responderá, pero en el fondo sé que con todas las mierdas que seguramente tiene encima, él está al pendiente de todo. Y así lo compruebo cuando escucho su respiración con el contestar de mi parte cuando llama luego de que manda al buzón a Roger.

—Pensé que tendría suerte y a estas alturas habrías muerto de un infarto, un balazo o que una amante loca te habría matado con una almohada —escupo con odio nada más me saluda.

—Siempre es un placer escucharte, Anastasia.

—Placer el que me va a dar cuando te mate.

—Escuché que te casaste —me interrumpe con una risita—. Felicidades por la unión.

—¿Qué quieres?

—Hacerte una propuesta.

Suelto una carcajada que llama la atención de Taddeo al volante, pero solo sacudo la cabeza y él vuelve su atención al camino.

—No hago tratos con bastardos que...

—Pero te casaste con uno —se burla—. Quieres escuchar lo que voy a decir, Anastasia. Tengo información de tu padre.

—¿Perdón?

¿De Aurelio?

—Zinov ha estado haciendo tratos con algunos extranjeros y creo que te gustará lo que tengo que decirte.

—Ohhh te referías a ese idiota —suelto el aire—. ¿Qué quieres, Qiang?

—Una reunión. Pero solo quiero hablar contigo —masculla—. Venturi no viene incluido.

—No puedo en esta semana, y ya que no quieres hacerlo por teléfono, tendrás que esperar.

—Puedo vivir con eso —habla con calma—. Quiero lo mismo que tú, Anastasia. Soy un aliado que considerar teniendo en cuenta las circunstancias.

—Qiang, hay muy pocas probabilidades de que haga tratos contigo porque quiero matarte a ti y a tus hermanos —especialmente a Ryo—. Que te vaya a escuchar no quiere decir nada, solo que te daré el beneficio de la duda por cinco minutos antes de sacar mi arma y apuntar.

—Siempre tan linda y amable.

—Ser sincera y directa es un acto de amabilidad así no lo creas. Nos evitamos confusiones a futuro.

Cuelgo la llamada con la promesa de que me comunicaré con él cuando me sea posible. No le diré a Marcello de esto, no tengo motivos para hacerlo teniendo en cuenta que no lo involucra. Y si que me intriga lo que este idiota tiene por decir.

El viaje a Cartagena es un buen espacio para revisar los informes de los laboratorios que Roger me hizo llegar antes de salir. Me la paso todo el día analizando los posibles compradores, asegurándole un lugar a Salvatore a pesar de sus rabietas. Cumplo mi palabra y esta es una de esas ocasiones donde el orgullo no me llevará a ningún lado.

Respirar cerca de la playa me gusta, y es justo por eso que bajo la ventanilla del auto recibiendo la brisa desde el aeropuerto hasta la casa de Andrés Morales en el centro. Es tan diferente todo a España que me quedo mirando todo el camino a medida que nos adentramos en las estrechas calles del centro histórico.

Ya hay varios autos afuera, y tal como lo supongo, la gente de Andrés me indica que el señor me está esperando con mi otro colega que llegó hace casi una hora.

Esta vez, se me adelantó.

Y es como un maldito segundo round de nuestro primer encuentro aquí. Andrés se coloca de pie al verme ingresar al jardín y él hace lo mismo tal como lo hizo en esa ocasión. Solo que esta vez no hay armas saliendo de las chaquetas, no hay ganas de matar a nadie, solo un par de miradas que me mantienen fija en el suelo mientras clavo mis ojos en mi esposo frente a mí.

—Buenas noches —hablo sonriéndole a Andrés.

—Bienvenida, Anastasia —me saluda—. Y como ya se conocen, no debo presentar —intenta sonar gracioso, pero la tensión en el aire se puede cortar con un par de tijeras.

—Marcello.

Su nombre se desliza a manera de saludo entre mis labios y tardo en apartar la mirada de sus ojos, pero me deleito al detallar la bermuda y camisa blanca a juego junto a los mocasines beige. Con sus manos en los bolsillos, levanta el mentón y sonríe. Esa maldita sonrisa que en ocasiones me desestabiliza, me hace perder la cordura y me recuerda todo lo que vivimos.

Creo que no me va a saludar, pero da un paso al frente y me quiebra cuando dice:

Diavolessa. —Avanza, extendiendo su mano en mi dirección—. ¿Cómo está, señora Venturi? 

¡Mis amores! No sé por qué me estoy tardando en subir, pero lo siento. Ahora sí agárrense porque llegamos a lo que me encanta. Se vienen muchas sorpresas. 

Dejen su serpiente si les gustó. 

De paso les aviso que ayer subí un extra de Peligrosa Vindicta (está en el libro 1) porque si quieren ir a leerlo. 

Estoy emocionada por lo que viene, estoy dando adelantos en twitter e insta por si quieren pasearse por allá (mariaarciam) 

Nos leemos pronto. 

Besos, 

Maria Arcia. 


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