Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

49. OH. DIOS. MIO.

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By ladyy_zz

Había sido un día realmente duro. Se había tirado toda la tarde atendiendo unos hermanos recién llegados a la asociación cuya historia era realmente difícil, ya que la madre ya no estaba con ellos y lo único que les quedaba era un padre que sólo hacía atemorizarles. Además, otras dos niñas se habían peleado entre sí y salieron mal paradas, por lo que también tuvo que hacer de mediadora y, para colmo, Eva no había ido aquel día.

A Luisita casi siempre que la veía tan triste, tan evidentemente descuidada, se le partía el alma, pero al menos la veía y sabía qué era de ella. Sin embargo, los días en los que Eva no iba a la asociación, la imaginación de la rubia iba a demasiados escenarios y ninguno bueno. Sabía que no debía preocuparse tanto por ella, sabía que su adoración por la niña se estaba saliendo mucho de lo profesional, pero no podía evitarlo. En realidad, la historia de Eva no era la única que se le clavaba en el alma, casi siempre que tenía un día tan duro como ese, el sentimiento de culpa le acompañaba hasta casa, porque sentía que ella volvería a su dulce hogar mientras dejaba a esos niños volver a su infierno y eso era injusto. Si fuera por ella, se los llevaría a todos a su casa para refugiarlos de la realidad, pero no podía y la impotencia la invadía.

Sabía que aquel sentimiento le duraría toda la noche y sólo quería llegar a casa, dormir e intentar despejarse, olvidarse un poco de la cruda realidad. Sin embargo, en cuanto salió de la puerta de la asociación, se encontró a aquel haz de luz que siempre conseguía iluminar sus días negros. No sabía que hacía ahí, sólo sabía que su sonrisa había hecho que ella también sonriera un poco por primera vez en todo el día.

Ni si quiera la saludo, sólo la abrazó y, Amelia que ya la conocía demasiado bien, simplemente la refugió en sus brazos dándole su espacio.

– ¿Qué haces aquí? – preguntó Luisita saliendo de aquel abrazo.

– ¿Cómo que qué hago aquí? Habíamos quedado para cenar, ¿te acuerdas?

Luisita la miró y se dio cuenta de lo bien arreglada que iba Amelia. En ese momento se acordó cómo la ojimiel llevaba toda la semana contándole que habían abierto un nuevo restaurante que parecía bastante romántico y de lo mucho que quería llevarla  a cenar ahí.

– Joder, se me ha olvidado. – suspiró cerrando los ojos.

– No te preocupes cariño, vas guapísima igualmente y todavía nos da tiempo a llegar al restaurante.

La rubia la miró y le dolía ver la ilusión en aquellos ojos miel, porque la amaba y le daría todo lo que ella quisiera, pero es que ese día no podía más. Ya no sólo era cansancio físico, era saturación.

– Amelia, yo es que... hoy estoy muy cansada. Perdóname, de verdad, pero es que sólo quiero llegar a casa.

– Bueno, no te preocupes. Encerrarnos en mi cuarto tampoco me parece mal plan. – dijo Amelia levantando la ceja con tono sugerente.

– Amor, de verdad, es que yo sólo quiero descansar. Lo siento.

Amelia la estudió y se dio cuenta de todo el agotamiento que arrastraban aquellos ojos marrones. Sabía que en aquel lugar donde trabajaba su novia había mucha pena y que a veces era muy difícil dejarla ahí antes de salir. Ese trabajo no era para cualquiera y la gran mayoría de las veces, Luisita lo llevaba de una manera realmente admirable, pero también era normal que tuviera sus días malos. Sin embargo, eso no fue lo que realmente hizo que Amelia sonriera desconcertando a su novia.

– Estoy muy orgullosa de ti, ¿lo sabes?

– ¿Por olvidarme de nuestro plan y no querer sexo? – preguntó confundida.

– Si, por todo eso y por decírmelo sin miedo a que me enfade, sin que lo hagas sólo por compromiso, porque sé que en otro punto de tu vida lo habrías hecho sin cuestionarlo.

Era cierto, con Bea nunca se habría atrevido a decirle aquello, a sobreponer su propia salud mental a los planes de su novia, e incluso con Amelia al principio de su relación también habría tenido demasiado miedo a perderla como para decirle aquello. Pero ya no, porque sabía que no tenía que ceder en absolutamente en todo para que no se fuera, Amelia no se iría. Amelia se quedaría junto a ella en sus días malos sin que tuviera que fingir que todo estaba bien.

– Gracias.

Luisi se acercó a ella para dejarle un suave beso en los labios que significaba demasiadas cosas.

– Vale, a ver qué te parece esto. ¿Vamos a casa, te das un baño caliente tú sola y después te hago un masaje sin segundas intenciones? – le preguntó Amelia quitándole un mechón rubio de la cara poniéndoselo tras su oreja.

– Eres increíble, pero el baño lo quiero acompañada. – Amelia alzó aquella ceja rebelde y Luisita le respondió con una sonrisa pícara. – Puede que este cansada para hacer, pero nunca para mirar.

Amelia se rio y acunó la cara de su novia para besarla antes de volver a refugiarla en sus brazos. Sólo respirándose, sólo apoyándose, sólo estando.

– Te quiero. – susurró Luisita en su cuello.

– Y yo a ti, pitufa. Y ahora, vamos a descansar.

Se volvieron a besar antes de cogerse la mano y emprender el camino a casa. Era sorprendente cómo caminar junto a Amelia siempre hacía que su pesadez desapareciera y ahora sólo quería llegar a casa, tumbarse en el sofá y acurrucarse junto a ella mientras le dejaba pequeñas caricias hasta calmar sus penas. Le gustaba salir con ella y disfrutar de diferentes planes, pero tenía que admitir que aquello era mucho más de lo que jamás habría deseado.

Llegaron a casa y Luisita abrió la puerta de la entrada, pero no hizo falta entrar mucho en el salón para darse cuenta de que algo pasaba.

Primero, los leves gemidos. Se escuchaba a María y demasiado cerca y clara para que estuviera en su habitación con la puerta cerrada.

Segundo, el desorden y la ropa que había tirada por todos lados. María era demasiado ordenada y aquel desastre sólo podría haber sido producto de una pasión que se había desatado. Y ahí, cuando Luisita hizo un pequeño repaso a las prendas que había en el suelo, en ese momento exacto, fue cuando su cerebro explotó. Porque no sólo estaba el sujetador de su hermana tirado en el suelo, sino que al lado también estaba aquella camiseta que ella reconocía demasiado bien, porque fue el regalo de cumpleaños que le hizo a su mejor amiga el año anterior.

Y tercero, la escena del sofá que habría deseado no ver nunca.

– OH. DIOS. MIO. ¡OH DIOS MIO! ¡MIS OJOS, MIS OJOS! – gritó al tiempo que se tapaba la cara con sus manos, volviéndose hacia su novia dando la espalda las dos personas que estaban en el sofá que se levantaron corriendo, tapándose como pudieron.

Amelia no dijo nada, simplemente se quedó en shock, porque ella sí que sabía que aquella persona misteriosa con la que se veía su mejor amiga era una mujer, pero nunca se habría imaginado que fuese Marina.

Marina se tapó con la manta del sofá ya que la única prenda que tenía puesta eran sus bragas, y a María, que si tenía sus pantalones puestos porque sólo estaba desnuda de cintura para arriba, se tapó el pecho como pudo cruzándose los brazos, ya que al fin y al cabo, las personas que tenía delante no eran precisamente desconocidas y la mayor característica de María tampoco era el pudor.

– María, tápate con mi chaqueta, anda.

Amelia le tendió la chaqueta y María simplemente la cogió poniéndosela rápidamente. Sin embargo, la ojimiel pudo ver por primera vez en su vida timidez en su mejor amiga y, por qué no decirlo, algo de miedo. También se dio cuenta de que chica de su lado envuelta en una manta no podía mirarla a la cara de la vergüenza. Se sintió mal pero lo entendía, sobre todo ahora sabiendo quien era la persona con la que se estaba viendo y lo importante que era para las dos la aceptación de aquella rubia que estaba flipando en colores.

– Joder. Joder, ¿pero qué...? Es que, ¡¿QUÉ?!

Luisita era incapaz de razonar ni decir una frase coherente porque su cerebro aún estaba cortocircuitando. Y no sólo eso, estaba tan alterada que era muy difícil saber exactamente qué estaba pasando por aquella cabeza ni adivinar su opinión sobre aquella relación.

– Cariño, tranquilízate.

– ¿Qué me tranquilice, Amelia? ¡¿Qué me tranquilice?! Acabo de llegar a casa después de un día duro y lo primero que veo al entrar es a mi mejor amiga comiéndole las tetas a mi hermana, ¡¿y me pides que me tranquilice?!

Amelia no se atrevió a contestar, porque sinceramente, su reacción le estaba pareciendo de lo más graciosa y como hablara se iba a delatar, consiguiendo que la rubia se enfadara aún más.

– ¿Pero vosotras qué hacéis aquí? ¿No teníais una cena fuera?

Fingía que no, pero en realidad, María estaba realmente nerviosa al ver a su hermana tan alterada.

– Da igual qué hacemos aquí, Mary, no justifica lo que estabais haciendo y encima, ¿en el salón? ¿No se suponía que en las zonas comunes de la casa no se podía tener sexo?

– A ver Luisi, que eso lo dije por el enfado del momento, no creerías que era enserio.

Luisita se giró para lanzarle una mirada asesina a su novia que le respondió con cara de inocente, porque hacía un par de días, la rubia intentó meterse en la ducha con ella y la ojimiel la paró recordándole aquella norma.

– Ni te atrevas a darle la vuelta al asunto. – le acusó la rubia. – Porque eso no explica por qué mi hermana se está tirando a mi mejor amiga.

– Pero bueno, será hipócrita la niña. ¡Mira quien fue a hablar! – le respondió María algo cansada de las acusaciones.

– No es lo mismo.

– ¿Y por qué no?

Luisita quiso contestar que la gran diferencia era que ella y Amelia estaban enamoradas, pero si lo pensaba bien, tampoco sabía que narices era eso, fuera lo que fuese que tenían Marina y María. Puede que a su hermana le gustase ir de cama en cama, pero nunca jugaría de esa manera con Marina, sobre todo porque conocía a amiga y sabía que ella no era así. Algo estaba pasando entre ellas y Luisita no tenía la menor idea de cómo se había dado esa situación.

– ¿Y tú no dices nada? – preguntó Luisita aún alterada directamente a su mejor amiga, que aún no había hablado.

Todas miraron a Marina, la cual tenía un nudo enorme en la garganta y una punzada en el pecho ante aquella reacción. Sólo María sabía cómo se estaba sintiendo, y aunque lo que le gustaría sería abrazarla y tranquilizarla, sabía que tampoco era el momento.

– ¿Podemos hablar en tu habitación?

Luisita no le contestó directamente, simplemente suspiró y se fue a su habitación sin esperarla. Un pequeño incomodo se instaló en el salón y ahora Amelia veía las miradas que se intercambiaban la pareja. Eran algo avergonzadas, pero también había apoyo y eso hizo que la ojimiel sonriera al presenciar aquella complicidad. Ella tampoco entendía bien cómo había ocurrido aquella relación, pero era innegable que se entendían.

Marina cogió su pantalón del suelo y luego miró algo tímida a Amelia.

– ¿Me dejas...?

Amelia miró al suelo y se dio cuenta de que estaba pisando la camiseta de Marina.

– Si, perdona. – la cogió y se la entregó en la mano.

Marina se dirigió hacia las habitaciones y antes de que desapareciera por el pasillo aún envuelta en la manta, Amelia no pudo evitar hacerle un pequeño repaso visual.

– ¡Auch!

Se quejó cuando sintió el puñetazo de su mejor amiga en su hombro y cuando miró a María le hizo algo de gracia ver celos dibujados en su cara.

– Menos escáner.

– Mujer, es que nunca me había fijado en ella en ese sentido y tenía curiosidad por ver qué le veías, que eres mi mejor amiga. Tengo que hacer mi propio juicio y darte mi aprobación. – dijo aún acariciándose el hombro.

– Ya... ¿y qué te parece? – preguntó algo tímida.

Amelia hizo una pequeña mueca de desaprobación y una punzada recorrió a María porque no se esperaba aquella respuesta.

– No sé, demasiado joven para mi gusto. – dijo la ojimiel, terminando la frase con una sonrisa burlona, haciendo que María volviera a relajarse.

– Eres idiota.

Amelia se rio ampliamente antes de ponerse algo seria, haciendo que María se pusiera en alerta esperando aquella opinión.

– Sabes que nunca he tenido mucho trato con ella, pero sé todo lo que ha hecho siempre por Luisita y eso la hace más que buena persona. Te mereces alguien así y estoy muy feliz por ti.

María sonrió algo emocionada ante aquella aprobación que ni si quiera sabía que necesitaba.

– Anda, vete a ponerte algo encima que vas a coger una pulmonía.

Y antes de que María fuera para su habitación, Marina ya se había vestido rápidamente en el baño para entrar en el cuarto de su mejor amiga. Tocó la puerta tímidamente y abrió sin esperar respuesta, porque tampoco la esperaba. Sabía lo que se encontraría al entrar, y en efecto, Luisita estaba andando de un lado para otro con las manos en la cara con su cabeza echando humo como para darse cuenta de qué pasaba a su alrededor.

– Luisita... puedo explicarlo.

Luisita se giró hacia ella y el corazón de Marina dio un vuelco al ver aquella incomprensión en su mirada.

– ¿Ah sí? ¿Puedes? Porque yo no le encuentro ningún razonamiento lógico a esto. – Marina bajó la mirada y esperó a que su amiga terminara de desahogarse. – Joder tía, ¿y qué haces aquí? ¿Por qué no os vais a tu casa que vives sola y tenéis privacidad?

– Pues porque no habíamos quedado porque yo tenía que trabajar, pero como he salido pronto de la radio y sabía que vosotras no estabais, quise darle una sorpresa y no sé, me apetecía verla.

Luisita se echó las manos a la cabeza ante aquella respuesta con tantos sentimientos encerrados.

– Madre mía, Marina.

– Lo siento, ¿vale? No pensé en que podríais venir antes, debería haberla llamado y que hubiera venido a mi casa como siempre.

– ¿Cómo siempre? Es decir, ¿Esto es algo que lleva mucho sucediendo?

Marina calló unos segundos antes de seguir hablando, sin saber muy bien qué decir.

– Un tiempecillo, sí.

– ¿Cuánto?

– No sé, ¿un mes? ni si quiera sé decirte cuando la empecé a ver como algo más que una amiga, si es que alguna vez lo fue.

– ¡¿Un mes?! Joder...

Luisita se sentó en el borde de su cama y se tapó la cara con sus manos intentando organizar sus ideas, sin embargo, su reacción lo único que hacía era que el miedo y la confusión que habitaban en el interior de Marina creciera por momentos hasta el punto de no poder más.

– Luisita yo... no sé qué me está pasando, ¿vale? No sé qué decirte porque ni yo misma lo entiendo. Tú pasaste por esto a los catorce, y lo tuviste claro, te diste cuenta de que nunca te habían interesado los chicos y la respuesta fue simple, eras lesbiana, pero yo lo estoy pasando a los veinticuatro y no sé... llevo toda la vida creyendo que me conozco a mí misma y no es así, porque por primera vez me doy cuenta de que no sé quién soy. Así que, por favor, no me juzgues.

Su voz se quebró un poco al final de la frase y Luisita levantó la vista hacia su mejor amiga. Su lucha interna era evidente, sus ojos estaban vidriosos y ella estaba siendo un apoyo terrible. Se levantó para ponerse frente a ella pero Marina bajó la mirada, incapaz de mantenerla.

– Ey Marina, no. Yo... yo no te estoy juzgando por haber besado a una tía, ni si quiera te estoy juzgando por besar a mi hermana, es solo que... joder, no me lo esperaba. Me va a costar asimilarlo, pero no porque tenga nada en contra, sino porque es algo que no me habría imaginado en mi vida. Pero no tiene nada de malo, ni cambia quién eres ¿lo entiendes? – su amiga levantó la cabeza y la rubia pudo ver algo de alivio tras sus palabras. – Tú eres Marina Prieto, esa chica que lleva toda la vida a mi lado apoyándome sin importar nada, la primera amiga que tuve y que creyó en mí, y da igual con quien te acuestes que seguirás siéndolo. No firmamos un contrato de permanencia de orientación sexual ni nada por el estilo, tú llevas toda la vida considerándote hetero porque nunca ha habido una chica que te hiciera replantearte lo contrario, pero da igual que te des cuenta a los catorce, a los veinticuatro o a los cincuenta. Lo importante es darse cuenta y aceptar el descubrimiento, porque la vida sería realmente aburrida si lo supiéramos todo desde el principio, ¿no crees? También es bonito aprender de uno mismo y conocerse.

Marina le sonrió agradecida porque ese era el apoyo que había necesitado desde que había empezado a notar que las miradas de María hacían que su interior se tambaleara.

– Si, tienes razón.

Luisita le correspondió la sonrisa y la abrazó fuerte, sintiendo cómo Marina había necesitado aquello desde hacía demasiado tiempo.

– Siento mucho que te sientas así y no haya sido capaz de transmitirte que puedes confiar en mí para contármelo. – dijo la rubia mientras salían del abrazo

– No es así, Luisita, tú también lo has pasado con Amelia. Es sólo que... necesitaba mi tiempo.

– Está bien, no te lo reprocho, sé que en parte tienes razón. Mi salida del armario fue dura, pero por el juicio de los demás, no por mi proceso personal. Yo me acepté enseguida porque en mi casa tenía el ejemplo de Amelia y mis padres lo normalizaron totalmente, por eso a mí me chocaba tanto el bullying, porque no lo entendía. Me imagino que para ti la aceptación está siendo más difícil, pero quiero que te quede claro eso, ¿vale? Da igual con quien estés que seguirás siendo tú. Antes eras Marina con Nacho, y ahora eres Marina con María, pero sigues siendo la misma Marina.

– Gracias Luisi. – le dijo dándole un gran sonrisa. – Significa mucho esto para mí. Que me esté costando tanto admitírmelo a mí misma me hace sentirme una homófoba de mente cerrada que lo acepta en los demás, pero no en sí misma. Pero es que no es eso, es sólo...

– Lo sé, sé que no se trata de eso. – la interrumpió su amiga entendiendo lo que sucedía en su interior. – No tienes que disculparte, cada una tiene su propio proceso de aceptación y créeme que entre todas las personas yo sería la última en acusarte de homofobia.

– De verdad, gracias. – y le dio una última sonrisa antes de ponerse algo seria. – Pero...

– ¿Qué?

– Que no soy Marina con María, vaya, que no estamos juntas.

Luisita la miró algo confusa, porque ahora que estaba aceptando aquella relación, volvía a estar igual de desconcertada que cuando entró en la casa.

– ¿Cómo?

– Pues eso, que no... bueno, que no somos novias ni nada de eso.

– Pero yo te conozco, Marina y vale que mi hermana si es de rollos de una noche, pero tú no, y si estáis así, es porque sentimientos hay ¿no?

Marina se encogió de hombros sin saber muy bien qué respuesta darle.

– Es que no sé qué decirte.

– A mí me va a explotar la cabeza con vosotras, de verdad te lo digo. – suspiró y se volvió a sentar en la cama. – Vale, pero hay una cosa que si puedes contarme, que me está matando la curiosidad.

Marina se sentó a su lado y se preparó para aquella conversación.

– ¿El qué?

– ¿Cómo sucedió?

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