Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

51. Capitana Gómez

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By ladyy_zz

Luisita no era una persona que fuese muy fan de las sorpresas. En realidad no le gustaban nada y sólo existía una excepción: ver a su novia.

Estaba esperando a uno de los chicos que tenía que tratar en aquel despacho que le habían asignado y que compartía con otra compañera más. No era nada espectacular pero para ella era mucho. Escuchó unos golpes en la puerta y a continuación, vio aquellos rizos preciosos que tanto le gustaba enredar en sus dedos. Su sonrisa fue automática, como siempre que la veía.

– ¿Se puede?

Ver a Luisita sentada en aquella oficina le llenaba el pecho de orgullo, ver cómo cada vez estaba más cerca de sus sueños.

– ¿Y esta sorpresa? – preguntó levantándose para saludar apropiadamente a su novia.

– ¿No puedo venir a ver a mi novia? – respondió con aquella sonrisa que tanto iluminaba la habitación.

Llegó a su lado y Amelia no tardó en posar una mano en su mejilla para acercarla y dejarle un suave beso en los labios.

– Guapa. – le susurró contra los labios.

Luisita amplió su sonrisa y sus ojos brillaron aún más. Era increíble el efecto que tenía sobre ella una simple palabra, pero sabía que no era tanto la palabra sino la voz que se la susurraba con tanto amor.

– En realidad es que acababa de terminar la sesión y como tenía tiempo, me apetecía pasarme por aquí.

Amelia ya llevaba varias semanas yendo a terapia a una psicóloga que estaba a un par de calles de la asociación. Su mejoría era realmente notoria, seguía teniendo pesadillas pero eran menos frecuentes, cada vez el sexo era más salvaje e incluso ya había probado un poco el vino. Lo que más le costaba aún era echar el pestillo a las puertas, por ahora sólo lo conseguía si en la habitación estaba junto a Luisita y esta la distraía para no ser muy consciente de la situación.

Poco a poco y tiempo al tiempo, pero aun así, Luisita estaba muy orgullosa de sus logros, porque aunque Amelia los viera pequeños, ella sabía que cada paso tenía un valor fundamental.

– ¿Y qué tal?

– Pues bien, ya sabes.

En realidad, no lo sabía. Ni Amelia le contaba mucho de lo que hablaba en las sesiones ni Luisita le preguntaba, aquello era algo de la ojimiel que sólo le compartiría si ella quería. Aunque si que había algo que Luisita si sabía.

– Así me gusta, pero tienes que hacerle más caso y hacer los ejercicios.

Amelia puso los ojos en blanco, porque cometió el "error" de contarle a Luisita que le había mandado como ejercicio escribir sobre cómo se sentía. Hablar sobre emociones negativas era lo que más le costaba a la ojimiel, así que escribirlas era un buen ejercicio para sacarlas de dentro y como sabía que Luisita también había hecho aquello, le hizo ilusión saber que ambas iban a compartir ese pequeño pasatiempo. Sin embargo, pronto la morena descubrió que no era tan divertido como parecía, porque incluso si aquellas letras sólo las leía ella, ponerlas sobre papel dolía. Sin embargo, sabía que si no seguía los consejos de la psicóloga no avanzaría y aquello no serviría para nada.

– Bueno, prometo hacerlos para la próxima sesión.

Luisita sonrió con dulzura, porque lo importante es que, aunque a veces a Amelia le costara, no dejaba de intentar superar y avanzar.

– Oye, amor, que me gustaría quedarme más hablando contigo, pero es que estoy esperando a uno de los chicos para una sesión.

– Sisi, no te preocupes, sé que estás trabajando y no te quería interrumpir, pero, ¿puedo quedarme por aquí?

Luisita la miró algo confusa, pero entonces, algo hizo click en su cabeza y sonrió al encontrar sentido a aquella visita.

– Me da que no soy la única a la que has venido a ver, ¿no?

– Bueno, es que ya que he estoy aquí, me preguntaba que si está Eva, quizás pueda quedarme con ella un rato.

Luisita la miró bien y reparó por primera vez en que su novia tenia una bolsa en la mano.

– ¿Qué llevas ahí?

– Nada, que he cogido uno de los libros de la librería para donarlo aquí y que tengan algo que leer.

La rubia estudió la portada y se rio al darse cuenta de la temática.

– ¿Es un libro sobre jirafas?

– ¿Qué pasa? Me parecen unos animales interesantes. – respondió la morena algo avergonzada al haber sido descubierta sus intenciones.

Luisita se mordió la sonrisa, porque realmente nunca se había imaginado que Amelia acabaría teniendo un vinculo tan fuerte con una niña.

– Eres adorable, pero creo que no has acertado.

– ¿Por?

– Amor, tiene cinco años, no sabe leer.

Amelia miró el libro y maldijo lo poco que sabía sobre esa edad.

– Bueno, yo se lo leeré.

– Seguro que eso le gusta mucho más que leerlo sola. – le respondió Luisita con una sonrisa haciendo que a su novia se le dibujara otra.

El sonido de unos golpes en la puerta las sacó de su mundo, para descubrir a un niño que asomaba tímidamente la cabeza.

– Entra Marcos, Amelia ya se iba. – dijo Luisita con aquella voz dulce que tenía reservada para aquellos niños, que hacía que la ojimiel se derritiera. – Oye, ¿sabes dónde está Eva?

– Si, está en la sala de juegos. – contestó al niño.

– Iré a buscarla, después nos vemos cariño.

Luisita se rio mientras su novia salía del despacho dejando a aquel niño algo confuso por haber usado aquel apelativo.

– Venga, ¡pórtate bien! – bromeó Luisita antes de perderla totalmente de lista.

Amelia caminó por aquel pasillo intentando recordar cual era aquella sala, y tras equivocarse en un par de puertas, finalmente, abrió la de la sala de juegos y ahí la vio, sola, cabizbaja, con su peluche de jirafa y el corazón de Amelia se le hundió en el pecho. Se permitió unos segundos para estudiarla, para ver cómo a pesar de tener uno de los ojos más bonitos que había visto nunca, tenían una tristeza que sobrecogía. Tenía su pelo castaño suelto y Amelia se dio cuenta de que estaba demasiado largo y mal cortado, como total signo de dejadez. Ninguna niña debería tener ese aspecto porque sólo hacía ver que su madre ni si quiera la miraba lo suficiente como para darse cuenta de lo abandonada que tenía a su propia hija. Otra vez aquella rabia de la que estaba tan poco acostumbrada se apoderó de ella, porque sólo la había sentido al pensar en su padre o en Bea por ser personas que le habían demasiados motivos para sentirse así, pero nunca una desconocida.

Sin embargo, esa rabia se disipó inmediatamente cuando Eva levantó la cabeza y sus ojos verdes se iluminaron al verla.

– ¡Melia! – dijo con una sonrisa tan amplia que enseñó todos sus dientes.

Si, definitivamente, esa rabia había desaparecido, su interior se inundó de un amor tan real y puro, porque ser el motivo de felicidad de alguien que vive en un infierno que ella conocía tanto era inexplicable.


***


Se le había hecho un poco tarde y ya no estaba muy segura de que Amelia siguiera por ahí, sin embargo, algo en su interior le decía que si iba directa a la sala de juegos, la encontraría. Y así fue, en cuanto Luisita se asomó por la puerta, la escena que se encontró se le grabó en su memoria y sabía perfectamente que no se le olvidaría en mucho tiempo. Amelia estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas y Eva entre ellas, mirando las dos aquel libro que la ojimiel había traído. La niña llevaba dos trenzas y Luisita supo al momento que había sido su novia quien se las había hecho, porque cuando ella era pequeña, Amelia solía hacérselas a ella también. Era una imagen para enmarcar, pero sobre todo, por lo mucho que parecía cambiar el humor de la niña cuando estaba junto a Amelia, porque junto a la ojimiel, Eva demostraba una comodidad que Luisita sólo lo había visto en sus sesiones. Era cierto que no había conseguido avanzar del todo con ella, pero sabía que en cuanto Luisita se quedaba sola con ella, también parecía tener aquella actitud de relajación, como si supiera que con ella está segura. Pero ahora no sólo se sentía así con ella, ahora Amelia también parecía desprenderle aquella sensación como para confiar en ella.

Fue sólo un segundo, pero aquel segundo donde su mente había imaginado a una Amelia siendo madre leyéndole cuentos a su hija, había sido una sólida prueba de que la ojimiel era todo con lo que Luisita había soñado jamás. No sabía si Amelia quería ser madre o no, porque aún no habían tenido aquella conversación, pero si ese día llegaba, Luisita sabía que sería la mejor madre que cualquier niño o niña podría desear.

Se quedó unos segundos más en silencio viendo desde la puerta aquella escena sin querer ser descubierta.

– Aquí dice que las jirafas sólo duermen dos horas al día. ¿A qué es muy poco?

Amelia señaló una página del libro y Eva simplemente asintió curiosa viendo los dibujos. La ojimiel pasó de hoja y cuando estuvo apunto de leer la siguiente página, Eva la sorprendió queriendo abrirse a ella.

– Yo también duermo muy poco.

– ¿Ah si?

Eva simplemente asintió y ahora parecía un poco arrepentida de aquella confesión.

– ¿Y eso, pajarito? ¿Por qué no puedes dormir? – preguntó en un tono dulce, Luisita se escondió un poco más para no interrumpir aquella conversación.

La niña no dijo nada pero Amelia sabía perfectamente el porqué, porque ella lo había vivido demasiadas noches en su piel.

– Tienes miedo, ¿verdad?

La niña asintió cabizbaja y Amelia se preparó a hacer una pregunta que no quería hacer, pero tenía que hacerla.

– ¿El novio de mamá entra a tu habitación por la noche?

Eva negó y tanto Amelia como Luisita sintieron como el gran peso de aquel miedo salió de su interior. Al ver que la niña no estaba muy por la labor de seguir hablando, la ojimiel se dio cuenta de que ahora tenía que hacerlo ella.

– Yo también solía tener mucho miedo pero cada vez tengo menos, y para quitarnos el miedo es muy importante sacarlo y hablarlo. Puedes hablar conmigo siempre que quieras, pero también puedes hablar con Luisita, lo sabes, ¿no? Ella siempre te ayudará en todo lo que pueda y más.

La niña volvió a asentir y Luisita se llenó de orgullo al ver lo mucho que estaban progresando las dos.

– Luisita es la mejor persona para ayudarte, porque ella sabe mucho de miedos.

– ¿Luisita también tiene miedo? – preguntó sorprendida, porque para ella, Luisita era todo un ejemplo a seguir y no se esperaba que también pasara por ello.

– No cariño, pero antes si. Antes tenía mucho miedo siempre y no dejaba a nadie que estuviera cerca suya, pero consiguió escapar de su cárcel y ahora es libre, y todo gracias a liberarse de sus miedos y de sacar su fuerza interior.

Eva se rio y aquel sonido hizo que Amelia también se riera junto a ella.

– ¿Y a ti que te pasa?

– Esa no es Luisita, es la princesa Elsa de Frozen. – dijo volviendo a reírse, haciendo que Amelia también riera.

– Es que Luisita es como Elsa, es rubia, guapa y con la piel tan blanca como la nieve. Pero esta princesa, no tenía magia y no podía convertir las cosas en hielo, sino que tenia una fuerza interior que se moría por salir de ella. Y lo ha conseguido.

No pudo evitarlo, se emocionó ante las palabras de su novia. Se acordó de aquella noche donde estaba demasiado enferma como para moverse del sofá, donde Bea no se lo pensó dos veces en dejarla sola y donde Amelia se quedó a su lado a pesar del desprecio con el que la trataba la rubia. Aquella noche donde Amelia también la comparó en un contexto totalmente diferente, por ser fría y distante, viviendo reprimida, con miedo a ser ella misma incluso con la persona con la que quería. Pero ahora era esa versión del personaje donde había aprendido a quererse a si misma y a que sus defectos sólo lo eran porque alguien se los había adjudicado así, porque no era defectos, sólo era su forma de ser.

Luisita lo sentía, se sentía fuerte, sentía su propio poder. Ahora sí.

– ¿Y entonces ya no tiene miedo? – preguntó la niña con cierta ilusión.

– No, y ella me enseñó a mí a no tenerlo, por eso tienes que confiar en ella, ¿vale? ¿Me prometes que vas a hablar con Luisita de tus miedos?

Eva asintió y Amelia la miró con esa dulzura que hacía que aquella niña confiara tanto en ella.

– Así me gusta, pajarito.

Se podría pasar el día observándolas, pero sabía que era hora de dejarse descubrir. Suspiró intentando dejar salir lo emocionada que le había dejado aquella escena y se acercó a ellas.

– ¡Luisita, mira! – le dijo Eva elevando el libro que había traído Amelia.

– Pero que chulo, peque. ¿Te está gustando?

Eva asintió fervientemente sin poder ocultar la alegría, porque además de lo reconfortante que era que Amelia la visitara, había algo que también le hacía sentir enormemente especial, y era que Luisita la llamara "peque", porque se había dado cuenta de que sólo se lo decía a ella, y eso le hacía sentir importante.

– Oye, tengo un poco de hambre, ¿qué os parece si salimos a merendar? – preguntó Luisita sabiendo que Amelia no quería dejar a Eva ahí e irse tan pronto.

– ¿Puedo ir yo? – preguntó la niña con una esperanza que le atravesó a Luisita como una punzada.

– Pues claro que si.

Eva saltó del regazo de Amelia para lanzarse a los brazos de Luisita, haciendo que un nudo se le creara en la garganta, porque era tremendamente fácil hacer feliz a esa niña y en su casa nadie lo intentaba si quiera. Tan sencillo como salir fuera a merendar para que Eva saltara de alegría y aquella felicidad le durase hasta que se metiera en la cama y recordara su fantástico día.

Caminaron hacia una cafería cercana que Luisita conocía por sus famosas variedades de donuts, lo cual fue todo un acierto, porque en cuanto Eva entró en aquel local, sus ojos parecieron salirse de sus órbitas.

Eligieron una mesa junto a la ventana y se acomodaron antes de pedir.

– Ve a la barra y mira qué te apetece. – le dijo la ojimiel a Eva.

– ¿Puedo elegir el que quiera?

– Si, pero sólo uno, ¿eh?

La niña asintió con una sonrisa y salió corriendo hacia el mostrador, poniéndose de puntillas estudiando las variedades de donuts. A Luisita el corazón le dio un vuelco al volver a ver aquel instinto maternal de la morena y no pudo evitar quedarse mirándola con cierta ternura, y Amelia pudo ver cómo aquellos ojos marrones estaban más iluminados de lo normal.

– ¿Qué? – preguntó Amelia riéndose algo tímida ante aquella mirada tan profunda.

Luisita prefirió no decir lo que había pasado por su mente, así que cambió de tema.

– No te creas que no me he dado cuenta que lleva mis trenzas.

Amelia se rio mirando a aquella niña que estaba de puntillas mirando los donuts, recordándole un poco a su pitufa curiosa.

– Es que me dijo que se quería parecer a ti.

– ¿A mí? ¿Por qué? – preguntó confusa.

– Porque de mayor quiere ser como tú.

Hubo un pequeño silencio y Amelia pudo ver cómo a Luisita se le empezaban a empañar sus ojos por la emoción.

– ¿De verdad te ha dicho eso?

– Cariño, eres todo el apoyo que tiene, la primera persona que le ha enseñado que existe la bondad, la felicidad y que hay salida para lo que vive. Pero, sobre todo, tú has sido quien se lo ha enseñado con hechos y no palabras, demostrándole que todo eso es posible. Eres inteligente, fuerte y luchadora, no es difícil pensar por qué eres su modelo a seguir.

No dijo más, primero porque su nudo en la garganta no le dejó, y segundo, porque Eva llegó junto a ella.

– Luisita, ¿me atas los cordones? – dijo señalando a sus zapatos desatados.

La rubia se la quedó mirando unos segundos, tan indefensa, sintiendo la gran responsabilidad de ser su ejemplo.

– Claro que sí, pero ¿me darías un besito primero?

La niña asintió feliz y le dejó un beso sonoro en la mejilla, haciendo que Luisita sonriera ampliamente. Le ató los zapatos y le cogió de la manita para ir a la barra a hacer el pedido y tras unos minutos, Luisita volvió a la mesa con una bandeja para poder llevar todo, y Eva sin despegarse de su lado en ningún momento.

– Muchas gracias, cariño. – le dijo Amelia cogiendo su café, dejándole un suave beso en los labios cuando se sentó a su lado.

Y en cuanto se despegaron, ambas vieron cómo Eva las observaba con los ojos abiertos de par en par, interiorizando lo que acababa de presenciar, acordándose de la descripción que hizo Amelia sobre su novia, viendo cómo encajaba a la perfección.

– ¿Sois novias?

Amelia asintió orgullosa y miró a Luisita que ahora parecía algo tímida, y sobre todo expectante a la reacción de la niña. Sin embargo, Eva amplió su sonrisa, porque sus dos personas favoritas en este mundo no eran simples amigas, sino que eran mucho más, eran familia y no supo porqué pero eso la alegró inmensamente.

– ¿Te parece bien? – preguntó Luisita algo insegura.

Eva asintió y acercó a su boca la pajita para beber de su batido, sin darle más importancia al tema, y Luisita sintió cómo su novia apretaba su mano bajo la mesa, dándole confianza.

– ¿Está ya la luna de cartón? – preguntó Eva de la nada.

– ¿La luna de cartón? – se miraron entre sí la pareja confusas.

– Si, la que hice para colgar en la librería.

– Ah, no pajarito. Aún no hemos terminado de decorarla, pero si quieres puedes venir un día ayudarnos.

Eva asintió con una sonrisa, sin embargo, la mente de Luisita ya había viajado a su propio mundo.

– La luna de cartón... Suena bonito, ¿no?

– Si, un poco como a sueños que construimos con lo que tenemos. – le respondió la ojimiel con una sonrisa dulce.

– Como lo ha sido la librería.

– Pues sí, es un sueño cumplido.

– Me gusta el nombre, "La Luna de cartón".

Amelia sonrió porque la conocía demasiado bien, además, aquella ilusión que había aparecido en su cara la delataba.

– Quieres llamarla así, ¿verdad?

– A mí me gusta. – confesó algo insegura.

– Y a mí me encanta cómo se te han iluminado los ojos. – Luisita sonrió ampliamente ante aquellas palabras. – ¿A ti te gusta, pajarito?

– ¡Mucho!

– Pues no se hable más. Librería "La Luna de cartón". – sentenció Amelia, haciendo que Luisita sintiera que la última pieza de su puzzle estuviera completa para por fin avanzar a ese futuro tan deseado.

Y después de aquella conversación, le siguieron otras banales, donde Eva le contaba a Luisita ilusionada todo lo que había aprendido nuevo sobre jirafas de aquel libro que le había llevado Amelia. También de que en realidad, aunque no consiguiera estar muy atenta porque lo mucho que su situación familiar la absorbía, le gustaba mucho el colegio y quería aprender a leer para poder leerse todos los libros nuevos que habría en la librería. Habló sobre muchas cosas y la pareja escuchaba todos los detalles con atención, y no sólo porque realmente les importase Eva, sino porque era la primera vez que ninguna veía a aquella niña hablar con aquella soltura y desparpajo y es que era la primera vez en su vida que lo hacía porque nunca nadie se había sentado con ella interesada genuinamente en lo que tenía que contar y aquellas mujeres lo estaban haciendo, le estaban haciendo sentir que lo que decía era importante, que ella era importante, y no un estorbo como siempre se sentía en su casa.

Hablaron y rieron un rato más, hasta que, de repente, la cara de Eva cambió mientras su mirada se perdía tras la ventana.

– Mamá.

Tanto Luisita como Amelia siguieron su mirada y vieron a una mujer frente a un quiosco comprando tabaco con un aspecto bastante demacrado, pero que aun así, era evidente el gran parecido que tenía con la niña.

– ¿Esa es tu mamá, peque? – preguntó Luisita.

La niña asintió y Amelia se quedó callada mirando a la rubia que parecía saber mejor qué ella cómo actuar.

– ¿Quieres ir con ella?

Por un momento se quedó pensativa pero finalmente negó. Llevaba meses intentando llegar a esa niña y Luisita sabía que ese era el momento.

– ¿Te gusta estar con mamá?

Se quedó unos segundos sin dar ninguna señal, pero finalmente, simplemente se encogió de hombros, volviendo a ser aquella niña tímida con un tremendo miedo a decir cualquier cosa que pudiera comprometerla.

– Está bien, pajarito, nadie se va a enfadar contigo si dices que no.

Eva miró a Luisita y de pronto, sintió aquellas fuerzas para hablar de sus miedos.

– No sé, nunca juega conmigo y tampoco tiene tiempo y no puedo contarle las cosas que hago en el cole. Juanjo pone la tele muy alta por la noche y no puedo dormir, y me da miedo porque grita mucho y me agarra muy fuerte a mí y a mamá, sobre todo después de respirar polvo.

Luisita y Amelia intercambiaron miradas confusas durante unos segundos, porque no hacía falta especificar que ese tal Juanjo era el novio de su madre, y eso no fue lo que las desconcertó.

– ¿A qué te refieres con que respira polvo? – preguntó la rubia.

– A cuando respira por la nariz el polvo blanco que hay en la mesa. Se parece un poco a ese – dijo señalando al azúcar.

Tanto Luisita como Amelia miraron a la niña horrorizadas mientras cogía el azucarero y tiraba un poco en la mesa, viendo lo que hacía con él.

– Mira, se hace así. – siguió explicando Eva mientras dibujaba con el azúcar una raya perfecta en la mesa. – Y ahora lo tocas con la nariz y respiras fuerte.

– ¿Eso hace el novio de mamá? – siguió Luisita aquella sesión improvisada intentando no mostrar lo mucho que aquella declaración le estaba afectando.

– Si, y mamá también. Siempre que lo hacen están muy raros.

– ¿Lo hacen mucho?

– Si, pero no sé por qué les gusta tanto, sabe raro.

– ¿Tú lo has respirado también? – interrumpió Amelia escandalizada por lo que estaba escuchando.

Eva asintió y Luisita notó automáticamente cómo su novia se tensaba por el enfado que le había provocado esa confesión, y le posó una mano sobre el muslo porque necesitaba que se calmara. Necesitaba que estuviera tranquila para transmitírselo también a Eva.

– Siempre hay en la mesa del salón.

– Eva, no vuelvas a respirarlo, ¿me has entendido? – dijo la ojimiel, haciendo que la niña se sorprendiera por el tono y, sobre todo, porque por primera vez, no era "pajarito".

– ¿Te has enfadado?

– Si, cariño, pero no contigo. Me he enfadado con mamá porque esos polvos no deberían estar en casa. – tomó aire e intentó relajarse, porque, al fin y al cabo, con Eva era con la última que tenía que pagarlo. – ¿Prometes no volver a hacerlo, aunque estén en la mesa?

– Si, tampoco me importa, no me gustan porque tiemblo mucho y me mareo y vomito.

– Está bien, pajarito, no pasa nada.

Hubo un pequeño silencio porque ambas adultas estaban intentando digerir aquella información, pero sólo fue una pausa antes de que Eva terminara confesar aquello que tanto pensaba continuamente.

– No me gusta estar en casa porque me da miedo, me gusta más estar en la asosasion.

– Asociación, peque. – le sonrió Luisita con dulzura, haciendo que la niña se tranquilizara y se suavizara el ambiente. – ¿Y si pudieras elegir, te gustaría vivir en otro sitio?

Eva las miró confusa sin saber muy bien qué significaba aquello.

– ¿Qué diferencia hay?

– Pues que vivirías en otra casa, y aunque tu mamá siempre será tu mamá y podrás verla cuando quieras, te mudarías con otras personas que te cuidarían mucho y te querrían un montón. Podrás dormir todo lo que tú quieras, porque nadie te molestará ni tendrás miedo.

La niña se quedó mirando a la mesa, procesando aquella información.

– ¿Y a tomar batidos y donuts como hoy?

– Claro que si, peque. Pero aún tenemos que hacer muchas cosas y antes decidir nada, tengo que saber si tú quieres, porque es lo único que nos importa, que tú estés bien. Así que ¿te gustaría mudarte?

Aunque al principio pareció haber ilusión en aquellos ojos verdes, el brillo desapareció, y la niña agachó la cabeza encogiéndose de hombros. Aquello sonaba demasiado utópico para que fuese real.

– ¿Por qué no lo sabes? – Pregunto a la rubia ante la aparente negativa de la niña.

– Si vivo fuera de mi casa ya no iré a la asociación y no os veré más. – murmuró.

A Luisita se le encogió el corazón, a ella también se le partía el alma pensar que no volvería a verla más, pero antes de poder decir nada, Amelia se adelantó.

– Pajarito, te prometo que eso no pasará, ¿de acuerdo? No nos vas a perder.

Y en cuanto dijo eso, se dio cuenta de que Luisita había cambiado totalmente la expresión, y la conocía demasiado bien. Sabía que, cuando apretaba los labios de esa manera y sus respiraciones eran pausadas significaba que estaba intentando mantener la calma porque estaba enfadada y mucho.

Eva parecía algo reacia al principio, pero prefirió confiar, al fin y al cabo, aquellas dos mujeres que tenía delante suya habían apostado más por ella que cualquier otra persona en su vida

– Está bien. – dijo con una ilusión que era más que evidente.

Amelia sonrío ante aquel brillo de esos ojos verdes, pero sin embargo, Luisita seguía sin decir nada y su expresión era más seria que nunca.

Terminaron la merienda y volvieron a la asociación para enfrentar una dura realidad. Después de las confesiones de Eva, Luisita no podía dejar aquello así, debía dar parte de todo a la asociación. Eva también había decidido confiar en Luisita y hablar con las encargadas de la asociación sobre lo que había hablado anteriormente en la cafetería. El asunto quedó en manos de la asociación, porque Luisita ya poco tenía que hacer, su trabajo estaba hecho y aun así, era difícil sentirse más impotente de lo que lo hacía en ese momento. Sabía que a partir de ahí, Eva sería un expediente más en la oficina de Asuntos sociales, y ella ya no podría hacer nada.

Tanto Luisita como Amelia se despidieron de la niña con un fuerte abrazo que contenía demasiados sentimientos, y después, ambas se dirigieron en silencio hacia casa. La ojimiel sabía qué a su novia le pasaba algo, la conocía demasiado bien, y lo había visto en ese momento en la cafetería. No sabía que había sido, pero algo había afectado realmente a Luisita.

En cuanto entraron por la puerta de la casa, Luisita se dirigió hacia las habitaciones sin decir palabra, pero Amelia no lo soportaba más.

– Venga, dímelo de una vez. ¿Qué te pasa?

– Nada.

Y fue una palabra totalmente cargada de emociones que nada tenían que ver con aquella afirmación.

– No, nada no, Luisita. Prometimos decírnoslo todo ¿no? Así que dime, que he dicho.

Luisita paro en seco y se giró para mirar a su novia, y en ese momento, Amelia pudo ver aquellos ojos enormes marrones que estaban apunto de desbordarse.

– Le has prometido que todo iría bien, Amelia, le has dicho que siempre estaremos junto a ella. – la morena se quedó callada dándose cuenta del sentido que podrían tener esas palabras para la niña. – ¿Y tú qué sabes? A lo mejor la adopta una familia en la otra punta del país y no volvemos a saber más de ella, a lo mejor su vida será peor aún cuando se mude a casa de unos extraños y esté sola, y nosotras no podamos estar a su lado.

Sus palabras estaban cargadas de enfado y Amelia esperó a que Luisita terminara de sacar todo lo que tenia incrustado en el pecho, porque la conocía y sabía que ese discurso no iba dirigido hacia ella. Había demasiada frustración acumulada dentro de la rubia, y ya estaba explotando, ya no podía más.

– Es que ni si quiera estoy enfadada contigo. – terminó confesando la rubia.

– Lo sé, lo estás contigo misma.

– ¡Claro que estoy enfadada conmigo, joder! – sus ojos se llenaron de lágrimas por la impotencia que le recorría el cuerpo. – Porque yo también quiero protegerla y decirle que todo irá bien, pero no puedo Amelia, porque no lo sé. ¿Tú sabes el porcentaje tan alto de personas que crecen en casa de acogidas que acaban en la calle o en la cárcel, que se hacen alcohólicos o drogadictos, o incluso se suicidan? Porque cuando la gente ve las estadísticas, sólo ve números, y no lo son, son nombres, son Eva y otros niños y niñas que han venido a este mundo creyendo que estarían protegidos, que serían queridos, y no es así, lo único que han recibido ha sido desprecio y malos tratos, y lo peor de todo es que la mayoría cree que han hecho algo para merecerlo. Y ahora yo soy parte de esta mierda de sistema que, siendo los únicos que pueden protegerlos, no hacen lo suficiente.

Y en cuanto lo dijo, explotó. Explotó como hacía mucho que deseaba hacerlo y no se permitía, porque siempre debía ser fuerte para aquellos niños y niñas, para Eva, pero no lo era, porque se había dado cuenta que para todos aquellos pequeños, ella se había convertido en un ejemplo a seguir, pero ahora sentía qué aquella responsabilidad la estaba sobrepasando.

Se echo las manos a la cara como si así quisiese parar aquel llanto, pero era imposible, ni siquiera el abrazo de su novia pudo pararlo. Amelia era consciente de que no podía retener aquel dolor, porque ella también lo sentía, pero no lo vivía cada día desde primera línea de batalla como lo hacía la rubia.

Quería pedirle que parara de llorar porque no soportaba verla así, pero sabía que Luisita tenía que sacar aquello de dentro, y no iba a ser ella la que reprimiría sus sentimientos.

– Eres demasiado buena para este mundo. – le susurro Amelia dentro del abrazo.

Se quedaron unos segundos más así hasta que Amelia notó que ese llanto era algo más débil, así que suavemente la dirigió hasta el sofá y la acurrucó en su pecho, protegiéndola con sus brazos, mientras Luisita seguía desahogando toda aquella frustración que llevaba sintiendo desde que había empezado a trabajar ahí.

El sonido de unas llaves indicó que la puerta del apartamento estaba a punto de abrirse, pero ni Luisita ni Amelia hicieron mucho caso a María cuando entró al salón y vio aquella escena.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó evidentemente preocupada.

– Nada María, sólo ha tenido un día malo. – dijo con una sonrisa nada creíble porque iba acompañada de verdadera tristeza en aquellos ojos miel.

Luisita ni si quiera sacó la cabeza del pecho de su novia donde seguía dejando escapar alguna que otra lágrima.

– Ya...

María se acercó hasta el sofá y se puso de cuclillas junto a ellas, acariciándole el pelo a su hermana pequeña, que no reaccionó hasta que no sintió aquel tacto.

– Es Eva. – simplemente dijo Luisita aún sin mirarla a la pregunta sin palabras que había hecho su hermana.

María sonrió con tristeza, porque sabía perfectamente todo sobre aquella niña que su hermana llevaba tratando desde hacía meses, y que le había cogido demasiado cariño que había dejado de ser totalmente profesional.

– Luisi, yo sé que quieres ayudarla, a ella y a todos los que pasan por esa asociación, pero es que quizás ese sea el problema. Cariño, hay tantos niños y niñas que necesitan ayuda desesperadamente, que viven maltratados, desnutridos, que sus vidas quedan destrozadas por terremotos, huracanes, guerras, que mueren en alta mar buscando un futuro mejor, y yo sé que, si los conocieras a todos, te desvivirías por cada uno, pero es que esta vida es tan dolorosamente injusta que a veces simplemente tenemos que aguantarnos. No eres una superheroína, Luisi, no puedes salvarlos a todos, pero si quieres seguir en este trabajo, tienes que aprender a que, al final del día, tienes que irte a dormir con la conciencia tranquila de que hiciste todo lo que pudiste y más, porque si no te va a consumir la tristeza.

Luisita alzó por fin la cabeza para mirar a aquellas dos morenas cuyos ojos estaban cargados de una mezcla entre preocupación y orgullo.

– Me gustaría ser una superheroína. Capitana Marvel, quizás.

Las dos morenas rieron suavemente y Amelia le dejó un beso en su pelo rubio, haciendo que sintiera que volvía a respirar.

– Capitana Gómez suena bien. – le sonrió su hermana haciéndola reír a ella también.

– Cariño, aunque tú no lo creas, cada vez que les haces sonreír les cambias la vida, porque les haces saber que existe la alegría, y te lo dice alguien a quien también has cambiado la vida.

Luisita miró a Amelia, quien tenía los ojos acuosos tras aquella confesión, porque si, porque la rubia seguía sin ser consciente de que llevaba toda su vida alegrando a los demás con el simple hecho de estar en sus vidas.

– No te voy a decir que eres la mejor persona que conozco porque compites por el título aquí con tu novia, pero eres humana, Luisi, y no puedes combatir contra todo, pero que te quede claro que tienes que estar muy orgullosa de lo que haces cada día.

– Este mundo es menos feo porque existen personas como tú, pitufa, personas que no miran a otro lado y aportan su granito de arena, y sé que tú sientes que eso no es suficiente, pero ya has sacado a Eva de su casa. No puedes asegurarle un futuro lleno de felicidad, pero ya la has alejado de la oscuridad, le has dado una oportunidad de tener otra vida y créeme, eso es muchísimo.

Luisita asintió sabiendo que tenían razón. A veces este mundo es tan injusto que no está hecho para sensibles, para quien está dispuesto a combatir contra todo, luchar todas las guerras incluso las que no son suyas. Pero también, era consciente de lo mucho que avanzaban aquellas niñas y niños después de sus sesiones y no, no quería dejar de trabajar en ello porque la satisfacción de esos momentos compensaba cualquier sufrimiento. Debía aprender a quedarse con eso y con lo mucho que ayudaba con su trabajo.

Quizás no pareciera mucho, sin embargo, lo que nos puede parecer insignificante, para otros, nuestros actos altruistas pueden significar un mundo. Y lo que para Luisita era insuficiente, para Eva era una oportunidad de empezar una nueva vida.


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La imposibilidad de subir mañana el capítulo ha hecho que lo adelante un día, espero que no os importe 😉

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