Yo levantando mis escudos, mis alarmas y todo el puñetero sistema de seguridad nocturno de mi organismo.
Mientras tu lanzabas corazoncitos
(de esos empalagosos que viven en los cuadernos de instituto)
intentando convencerme de que ya no eras el mismo.
Lástima que siempre fuiste demasiado astuto