[Mericcup] Teach me how to Lo...

By MarySueSanders

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Mérida Dunbroch tiene que mudarse a Nueva York con su familia debido a una nueva oportunidad laboral que se l... More

Prólogo: Fucking Big City
Capítulo 1: The new girl in town
Capítulo 3: Secret feelings
Capítulo 4: Give me some
Capítulo 5: A little sweetness
Capítulo 6: Secret lovers
Capítulo 7: Game rules
Capítulo 8: Silence
Capítulo 9: The red queen (Parte 1)
Capítulo 10: The red queen (Parte 2)
Capítulo 11: The red queen (Parte 3)
Capítulo 12: Strongest Love
Capítulo 13: Ocean siren
Capítulo 14: Your spell
Capítulo 15: You earned it
Capítulo 16: White man
Capítulo 17: Storm clouds
Capítulo 18: Problems
Capítulo 19: Drink to forget
Capítulo 20: Change for you
Capítulo 21: Seduction tricks
Capítulo 22: Threats
Capítulo 23: Heart demons
Capítulo 24: Not a love story
Capítulo 25: Suicide
Capítulo 26: One more chance
Capítulo 27: Irrational
Capítulo 28: The perfect housewife
Capítulo 29: Old friend
Capítulo 30: Goodbye
Epílogo: Last words
Remind me how to love

Capítulo 2: Needing help

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By MarySueSanders

Dos semanas ya había pasado desde la mudanza. La casa estaba demasiado fría para ser normal, así que dejé mi lugar en mi cómoda cama para acercarme al medidor de la calefacción que estaba en la cocina. Mientras regulaba el aparato, escuché unos gritos disimulados que venían del estudio de mi padre. Eran mamá y él, quienes discutían a puertas cerradas en susurros completamente audibles. Pegué mi oído a la puerta, con la intención de escuchar. Hasta el día de hoy me arrepiento de haber sentido frío.

-¿Cómo pudiste hacernos esto, Fergus?- Suplicaba mi madre entre sollozos. Aquello me dejó helada.

-Elinor, te juro que no fue nada importante. Ella no me importa en absoluto te lo...- Un sonido seco calló a mi padre de golpe; y eso fue: Un golpe. Para ser más precisa, una bofetada. Tuve que llevarme la mano a los labios para callarme a mí misma, ya que sentía una extraña mezcla entre impotencia, miedo y furia.- Eso no fue necesario.- Habló mi padre nuevamente, luego de una larga pausa.

-Los cuernos que me pusiste tampoco eran necesarios.- Le contestó mi madre, claramente furiosa. A continuación, un silla chillando, unos pasos y las súplicas de mi madre.- ¿Fergus? ¡¿Fergus, qué haces?! ¡Me estás lastimando!- La sangre se me heló y estuve a punto de abrir la puerta para ir a socorrer a mi madre. Por fortuna, alguien me ganó, abriendo la puerta de golpe. Era mi padre, quien miraba al exterior de la habitación con la furia cargado en los ojos. Tenía a mi madre agarrada del brazo y su mejilla izquierda marcada en rojo vivo. Mamá llevaba una expresión preocupada, pero al verme, ambos relajaron el rostro y la vergüenza floreció en ellos.

-Mérida.- Habló mamá, mientras movía a mi padre lejos de la puerta para poder alcanzarme. Yo retrocedí y volví a mi cuarto a paso veloz.

Esa noche, durante la cena, nadie pronunció una palabra y en cuanto mis padres les dieron a mis hermanos el permiso de retirarse, yo les pedí amablemente que me dejaran retirarme también. Accedieron a regañadientes, pero sabía que no me salvaría de hablar con ellos sobre lo sucedido por mucho tiempo.


En las semanas siguientes, la tristeza y decepción estaban presentes en mi humor. Astrid y yo nos habíamos vuelto algo cercanas, aunque jamás comparado con lo que Rapunzel y yo teníamos. Sin embargo, ella había aprendido a distinguir muy bien mis días buenos de los malos, por lo que en cuanto me veía pasear por los pasillos con mi mejor cara de culo, decidía darme un poco de espacio.

Te estarás preguntando acerca del señor Haddock y sobre si algo llegó a pasar entre nosotros en aquellos meses que había logrado pasar. Lamento decepcionarte, pero con el paso de mis días me di cuenta de que era demasiado formal y estirado para siquiera fantasear con él. Entendí, entonces, por qué nadie se lo había cogido aún, ya que ese hombre era LITERALMENTE incogible. Hasta pondría mis manos al fuego al acusarlo de virgen amargado. 

Eso sí, el muy hijo de su buena madre no desperdiciaba un segundo para regañarme por mi falta de atención y bajas notas que había obtenido esas últimas semanas. Incluso llegué a odiarlo más de lo que me atraía físicamente.

Como no, una de las tantas mañanas luego del 'incidente' en casa, él se encontraba insoportable, al igual que siempre. Rutina para todos, hasta para mí; pero como últimamente yo había estado muy susceptible, cualquiera de sus comentarios de nerd me sacaba de quicio. Él notó mi cambio, puesto que había contestado de manera agresiva todas sus preguntas y llamados de atención que normalmente solía ignorar para luego quejarme de él a sus espaldas. Como lo hacían todos los alumnos normales.

Entiéndeme, por favor, me había enterado de que mi padre, ese que yo adoraba tanto y tenía como un ejemplo de hombre ideal, le había puesto los cuernos a mi mamá. Obviamente no eran buenas épocas para mí y mucho menos para mantenerme paciente a cualquier comentario que un hombre (Cualquier hombre, no exclusivamente el señor Haddock) me dirigiera.

De haber sido mi madre, lo habría puesto en su lugar y luego habría corrido con un abogado para comenzar los trámites de divorcio. Pero eso era imposible para ella. Todo estaba en su contra: No trabajaba, la casa estaba a nombre de papá, el auto también y mis hermanos, ignorantes ante la situación del engaño, defenderían al desgraciado de mi padre. Estaba atada, acorralada; mamá no tenía otra opción que seguir con mi padre. Fue entonces cuando me juré a mí misma que nunca dependería de un hombre por más amor que sintiera por él. Enamorarse era para idiotas y yo no era una de ellos.

Una mañana, cuando el timbre sonó, me sorprendió que el señor Haddock me llamara antes de que pudiera salir del salón. Rodé los ojos, puesto que sabía que quería hablar por mi comportamiento de esas últimas semanas. Mientras el aula se vaciaba, tomé posición sobre uno de las mesas del frente, mientras que él se mantenía recargado sobre su escritorio a la vez que me miraba fijamente por sobre sus anteojos. Una vez estuvimos solos, él suspiró y tomó asiento en la silla detrás de su escritorio.

-Mérida, arrima una silla en frente de mi escritorio, por favor.- Habló, volviendo la vista hacia la tarea que todos habían entregado, menos yo.

-Estoy bien aquí.- Contesté, tan repulsiva como pude.

-Mérida.- Repitió él con el reproche cargado en su voz. Decidí hacer lo que me ordenó y luego de un suspiro de fastidio, arrastré ruidosamente una silla hasta posicionarla frente al escritorio. El señor Haddock me miró con desinterés.- ¿Podemos hablar como adultos?- Preguntó. Asentí, sin mucha importancia a su petición. Iba a hacer lo que se me diera la gana, después de todo.- He notado que te has comportado diferente estas últimas semanas. Tus notas bajaron, te duermes en clase, contestas de forma descortés y ya casi no mantienes contacto con tus compañeros de clase. ¿Algo va mal?- Suspiré. Estaba loco si pensaba que iba a contarle los problemas privados de mi familia solo porque me lo pedía con aquellos ojos verdes suplicantes. Dios, incluso sabiendo lo insoportablemente estirado que era, su mirada aún me ponía la piel de gallina.

-Todo está bien, señor Haddock.- Le dije, frotándome el brazo mientras desviaba la mirada. No podía, era científicamente imposible mantener el contacto visual con ese hombre.

-Mira, no quiero ser entrometido, pero me preocupan tus calificaciones.- Comentó, mientras sacaba su anotador para luego acomodarse los lentes antes de comenzar a leerlo.- Empezaste siendo una alumna regular, pero atenta. Sacaste un siete en el primer examen y ahora tus notas no suben de cuatro. Si sigues así, reprobarás el semestre. Además, por los comentarios de mis colegas, tampoco te va demasiado bien en las demás clases.- En su voz se notaba la preocupación. Quizá fuesen por mis notas, pero aun así me parecía algo lindo que alguien se preocupara por lo menos por una pequeña parte de mí. Últimamente me había sentido muy sola.

-¿Qué edad tiene, señor Haddock?- Me sorprendí tanto a mí misma como a él al realizar esa pregunta. El carraspeó, acomodó sus lentes y soltó un suspiro, claramente incómodo.

-Veintidós.- Contestó.- Pero ese no es el asunto.- Comentó queriendo cambiar de tema rápidamente.

-Entonces no fue hace mucho que usted pasaba por mi edad.- El negó levemente con la cabeza.

-¿A dónde quieres llegar, Mérida?- Preguntó, uniendo las manos y recargando el peso de sus brazos sobre sus codos en la mesa.

-Lo que digo es, que comprenderá mejor que nadie que en esta edad todos tenemos altibajos.- Asintió, queriendo agregar algo, pero rápidamente continué.- Son exactamente esos altibajos los que me impiden concentrarme en las clases.- El señor Haddock asintió nuevamente.

-Bueno, para ser honestos, yo nunca fue la clase de... 'adolescente normal'.- Confesó, desviando la mirada. -Pero de todas formas logro comprenderte.- Soltó rápidamente. Suspiró.- Aunque eso no es excusa para olvidar el hecho de que estás por desaprobar el semestre.- Esta vez fui yo quien asintió con vergüenza, cruzando los brazos y apretando los labios.- Me apena ver que quizá mi única alumna decente decaiga tanto en sus notas. Así que te propondré un trato.- Dijo, lo volví a mirar a los ojos por primera vez mientras enmarcaba una ceja.- Dos veces por semana, más específicamente los días que tienes física, te quedarás una hora o quizá menos luego de la escuela, para que de esta forma yo te ayude con tus deberes y con las cosas que no lograste entender a la perfección. ¿Qué opinas?- Me quedé helada, tanto física como mentalmente. ¿Por qué quería ayudarme? ¿Qué clase de truco era ese? Fue tanto el tiempo que me quedé observándolo con asombro que tuvo que carraspear para traerme de nuevo a la Tierra.

-E-está bien.- Tartamudeé. Él me sonrió cálidamente y yo no pude evitar devolverle una sonrisa boba. Su sonrisa y su calidez me hacían sentirme extraña, olvidándome por un momento del insufrible profesor que había sido minutos antes de nuestra charla.

¿Otra vez? ¿Volverá a aparecer esos estúpidos sentimientos en mí? Que idiotez, jamás iba a enamorarme y menos de él. El romance no era para mí, aún no estaba lista para entregarle mi corazón a nadie y quizás, gracias al espectáculo de mi padre, nunca lo estaría.

Así que púdrase, señor Haddock, por más irresistible y tentador que sea.

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