Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

42. Reflejos

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By ladyy_zz

Amelia caminaba alegremente hacia la asociación, cosa que nunca creyó posible, porque aquel sitio, aunque hubiera ido pocas veces, sólo le traía malos recuerdos. Pero ahora no, porque ahora iba a recoger a su novia.

Novia.

Cada vez que esa palabra aparecía en su cabeza automáticamente sonreía, daba igual con quien y donde estuviera, la idea de que Luisita fuera su novia era algo que la llenaba de alegría, porque ni ella misma había sido consciente de lo mucho que siempre lo había deseado. Para ella, siempre fue algo imposible, porque estaba más que mal. Pero ahora no, ahora era posible, real y se sentía mejor que bien.

Así que para allá iba alegremente, aunque fuera para verla sólo un rato. Eran las cuatro de la tarde y Luisita sólo tenía media hora para entrar a trabajar al King's, así que a Amelia le pareció una buena idea ir a darle una sorpresa, ya que apenas podían verse por sus horarios. En realidad, en el fondo seguía con aquel miedo a agobiarla, porque no quería que Luisita lo interpretara que fuera a recogerla como lo hacía Bea, que fuera a su lugar de trabajo para asegurarse de que estuviera ahí, para controlarla. Sin embargo, sabía que para que la rubia no lo viera de ese modo, la primera que tenía que actuar con normalidad era ella y tampoco temer caer en los malos actos de la antigua relación de la rubia.

Esta relación iba a salir bien porque ella no era como Bea. Ella no era como su padre.

Entró dentro de aquel edificio y buscó a aquella rubia que hacía que su corazón se parara, pero antes de que tuviera que recorrer aquel lugar pasillo por pasillo, vio a su novia salir de una de los despachos y sin pensarlo, se dirigió hacia ella y no fue hasta que estuvieron realmente cerca que no se dio cuenta de que la rubia no estaba sola, sino que tenía agarrada de su mano a aquella niña de cinco años que derretía a cualquiera con esos ojazos verdes. Y así fue, porque Eva vio antes que Luisita a Amelia, y la sonrisa de la niña se amplió en cuanto vio a la ojimiel.

– Melia. – dijo Eva simplemente, haciendo que Luisita mirara a la misma dirección.

Y en cuanto vio a su novia, el corazón de la rubia dio un vuelco, porque absolutamente siempre verla le alegraba el día.

– Hola, pajarito. – dijo la ojimiel en cuanto llegó a su altura y se agachó a la altura de la niña. – ¿Me das un beso? – le preguntó señalando su mejilla.

Aún cogida de la mano de Luisita, se inclinó para dejarle un sonoro beso en la mejilla a Amelia y a la rubia aquella escena simplemente le derritió. La morena se levantó del suelo para ahora si, quedar a la altura de su novia, y volvió a señalarle su mejilla para desconcierto de la rubia.

– ¿Y tú? ¿También me das un beso? – preguntó Amelia con el mismo tono que lo había hecho con la niña.

No sabía si Luisita quería que la besara en su trabajo, si era apropiado o si simplemente no quería que nadie en el aquel lugar supiera que estaban juntas, al igual que sus familiares, por eso fue a lo seguro y se señaló la mejilla. Y no sabía si había acertado o no, pero lo que supo es que la rubia soltó una risa por aquello y le dio otro sonoro beso como lo había hecho Eva antes. Cuando se separaron, se quedaron mirando y Amelia se dio cuenta de las ganas que tenía la rubia de besarla y su inseguridad se esfumó.

– ¿Qué haces aquí?

– Pues nada, tengo el resto de la tarde libre y pensé que estaría bien recogerte así nos vemos un poco antes de que entres en el King's.

Luisita le sonrió agradecida y la morena supo que había hecho lo correcto en ir.

– Bueno, pues voy a buscar a alguien que se quede con Eva y nos vamos.

– ¿No vas a jugar con las otras niñas, pajarito?

– No han venido mis amigas. – dijo en un murmuro bastante triste haciendo que el corazón de la ojimiel se derritiera.

– Hoy se han ido pronto todos, ella es la única que se ha quedado. – explicó Luisita.

Cada uno en aquella asociación tenía sus propias circunstancias, pero Amelia sabía que la de aquella niña en especial era la peor de todas, y qué dura tenía que ser la realidad para que prefiriera estar sola en una asociación a estar en casa con su madre.

– ¿Y se va a quedar sola toda la tarde?

Porque aquello le había hecho sentir tan mal que no fue hasta que notó la mirada de Luisita reprendiéndole aquello que no se dio cuenta lo mal que había sonado, y cuando miró hacia abajo, pudo ver a Eva cabizbaja y se sintió aún más culpable. Y lo sentía mucho, claro que lo sentía, pero ella no iba a dejarla así.

– Oye, pajarito, ¿Qué te parece si pasamos la tarde juntas?

La niña la miró y el brillo de aquellos ojos hizo que a Amelia se le inundara el pecho de aquella sensación tan satisfactoria al saber que estas mejorando el día de alguien. Sin embargo, la rubia que la acompañaba no tenía para nada aquella mirada de ilusión.

– Amelia. – y sonó más angustiada que enfadada.

– ¿Qué?

– ¿Cómo vas a decirle eso? No te la puedes llevar. – susurró en un intento de que la niña no las escuchara aunque eso fuera imposible, y pudo ver la desilusión en aquellos ojos verdes.

– ¿Por qué no? Le prepararé la merienda. – dijo como si aquel fuera el problema.

– Porque es una menor y no te la puedes llevar así porque sí y menos a tu casa.

Amelia miró a Eva y sabía que Luisita tenía razón, no dejaba de ser una desconocida que se llevaba a una niña que no era suya sin ningún tipo de permiso paterno. Pero ella conocía la situación y sabía que no era la madre realmente el problema.

– ¿A quién tengo que pedirle permiso?

– Es que no creo que sea tan fácil como eso.

– Bueno, tú dime quien está a cargo de estos asuntos.

Luisita suspiró y cometió el error de bajar la vista y chocar con aquellos ojos verdes llenos de ilusión, y cómo iba a romper ella aquello.

– Marta.

– Vale, fácil. – dijo sonriendo al saber quien era la mujer y lo bien que se caían mutuamente. – ¿Dónde está su despacho?

– Al final del pasillo, la segunda puerta a la derecha.

– Está bien, ahora vuelvo. – y bajó la mirada para guiñarle el ojo a Eva.

Luisita vio cómo Amelia desaparecía tras aquellos pasillos y cuando miró a Eva pudo ver que tenía una de esas sonrisas a las que no estaba acostumbrada. Odiaría que aquella ilusión que tanto necesitaba aquella niña se fuera al traste, así que deseaba con todas sus fuerzas que pudiera irse con Amelia. Aunque, por otro lado, conocía a la ojimiel y sabía que su trato con niños había sido nulo y que no tenía experiencia ninguna como niñera. Incluso dudaba que Amelia hubiera estado más de dos horas con un niño, pero tanto la morena como Eva parecían entusiasmadas por aquello, aunque ella no estuviera del todo convencida.

Se agachó para ponerse a la altura de Eva y le cogió sus pequeñas manos.

– Cariño, ¿tú quieres irte con Amelia?

Eva asintió firmemente con aquella sonrisa que hacía que Luisita fuera incapaz de negarse. Y, unos segundos después, apareció Amelia con una expresión que no daba ninguna pista de lo que estaba apunto de decir y no fue hasta que se volvió a agachar a la altura de Eva que su sonrisa no apareció en su cara.

– ¿Qué te gusta más, el batido de fresa o el de chocolate?

– Fresa. – dijo la niña con una sonrisa tan amplia que enseñó todos sus dientes.

– ¿Te ha dejado? – preguntó la rubia sorprendida.

– Si, siempre y cuando la traigas para las ocho y media de la tarde, que es cuando la llevan a casa.

Luisita la miró algo insegura y no porque dudara de su capacidad de cuidarla... bueno, sí. Un poco sí.

– Pero, ¿tú estás segura? Mira que María sólo me necesitaba para ayudarla con un pedido, que puedo decirle que no y ella lo entenderá.

– Que sí, Luisita. – dijo aun agachada a la altura de Eva, dirigiéndose de nuevo a esta. – ¿Qué te parece si pasamos por una papelería, compramos muchas cartulinas, rotuladores y purpurina, y vamos a casa a hacer decoración para la librería?

La niña asintió fervientemente, porque las manualidades eran su cosa favorita en este mundo, sobre todo porque era básicamente toda la actividad que hacía en la asociación y fuera tampoco conocía nada más.

Amelia se levantó de su lado y le tendió su mano para que soltara la de Luisita y agarrara la suya.

– Amelia, ten mucho cuidado, ¿vale? Mira bien antes de cruzar la carretera.

– Sé cruzar pasos de cebra, llevo veintiocho años haciéndolo. – le dijo de broma, pero la rubia estaba demasiado alterada como para entenderlo.

– Y cuidado con que le das de comer, por favor, que es super alérgica a los crustáceos.

– No le voy a dar de merendar unas gambas a la niña, Luisita, ¿te quieres tranquilizar? Vamos a estar bien.

Luisita cerró los ojos y suspiró intentando tranquilizarse, sabiendo que estaba siendo sobreprotectora

– ¿Estás segura de que no te importa quedarte sola con ella?

– Que no, Luisita, no seas pesada.

– Le estaba hablando a Eva.

– Ah.

En realidad, le estaba haciendo tanta ilusión aquel plan que ni si quiera había pensado en cómo se sentiría una niña al pasar la tarde entera con una desconocida que sólo había visto una vez en su vida. La niña negó con la cabeza, así que no le quedó más remedio que aceptar aquello.

Salieron del lugar juntas y se separaron en la boca del metro, donde cada una tenía que coger uno diferente y con toda la inseguridad reflejada en su cara, Luisita se despidió de ellas, sin querer soltarle la mano a Eva hasta que no fue realmente necesario. No era como si no confiara en Amelia, claro que lo hacía, simplemente sentía que necesitaba proteger a esa niña de absolutamente todo.

Una vez solas, Amelia fue realmente consciente de la situación. Se había quedado sola cuidando a una niña de cinco años. ¿Cómo iba a hacerlo? No es como si fuera difícil mantenerla con vida unas cuantas horas, pero no sabía absolutamente nada sobre ser niñera. Sin embargo, mirando para la niña que se aferraba a su mano con tanta fuerza como si no quisiera despegarse de ella ni por todo el oro del mundo, se dio cuenta de que aquella no era una niña cualquiera, era un reflejo de quien ella fue una vez, y desgraciadamente, eso si que lo conocía demasiado bien.

Tal y como le prometió, pasaron por una papelería cercana y compró media tienda. No es como si Eva se hubiese puesto caprichosa queriéndolo todo, de hecho, la niña no había abierto la boca porque incluso si le hubiese comprado un único lápiz, ya era mucho más de lo que estaba acostumbrada.

Llegaron al piso y Eva entraba tímidamente tras Amelia. La ojimiel se dio cuenta de que aquello se tenía que sentir bastante abrumador, sobre todo porque aquella niña no estaba acostumbrada a los cuidados y la había llevado a un lugar desconocido, y por mucho que Eva confiara en ella, sería normal que no estuviera del todo tranquila.

– Bueno, pajarito, esta es mi casa, ¿te gusta?

La niña asintió mientras miraba a su alrededor totalmente asombrada por lo grande que era, que en realidad el apartamento era bastante modesto, pero por como era su casa... aquello era un palacio.

– Mira, ven. – se acercó a una de las estanterías y esperó a que Eva estuviera a su lado para coger un marco de foto y agacharse a su altura. – En esta casa vivimos tres, Luisita, yo y esta chica. Se llama María y es la hermana de Luisita. – le señaló a María en la foto, que era una de la familia Gómez.

Eva cogió el marco con mucho cuidado y estudió a todas las personas que había en la foto.

– No es rubia.

A Amelia le hizo gracia el comentario, porque Eva no tenía hermanas, pero sabía que se tenían que parecer entre sí.

– No, no es rubia, pero se parece mucho a Luisita porque las dos tienen el corazón igual de grande. Después vendrán juntas y quiero que sepas que puedes confiar en ella también, ¿vale?

Eva asintió mientras seguía estudiando aquella foto, y Amelia no sabía muy bien qué miraba, pero quería dejarse su espacio, y así fue hasta que la niña volvió a hablar.

– Hay muchas personas.

En realidad, en la foto sólo estaban los Gómez, pero entendía que para una niña que era hija única y sólo tenía a su madre, aquello era toda una multitud.

– Es que la familia Gómez son muy grande. Mira, estos son Manolita y Marcelino, los padres de Luisita y de María, y este Pelayo, su abuelo.

– ¿Abuelo? – dijo con una especial ilusión y Amelia asintió. – Yo no sé si tengo, mamá nunca me ha dicho nada.

Amelia le acarició el pelo mientras la niña seguía mirando a Pelayo con curiosidad.

– Pues estoy segura de que, si Pelayo te conociera, querría ser tu abuelo.

– ¿De verdad?

– Claro que sí, pajarito.

Por primera vez desde que habían llegado al apartamento, Eva sonrió, y Amelia se sintió aliviada al saber que aquello estaba yendo bien. Soltó la foto en su sitio y cogió todo el material que había comprado, esparciéndolo por la mesa del salón.

Los ojos de Eva cuando vio todos aquellos colores y cartulinas para recortar se iluminaron, y una punzada atravesó el pecho de Amelia, porque era realmente fácil hacer feliz a aquella niña y no le extrañaba. Le preparó un bocadillo de Nutella y con un batido de fresa que había comprado antes de que subieran a la casa, ya que en el apartamento no tenían ese tiempo de comida. En realidad Amelia no estaba muy segura de si era seguro dejarle a una niña pequeña unas tijeras, pero tampoco le quitaba un segundo los ojos de encima, sólo observaba cómo Eva dibujaba y recortaba en silencio. Y llenaba absolutamente todo el apartamento de purpurina. María las iba a matar.

– Melia.

– Dime, pajarito.

– ¿Tú tienes familia?

Se veía que a la niña realmente le había marcado ver a la familia de Luisita, y ahora se preguntaba si ella era la única sin una familia así, o había más gente en el mundo que le faltaran padres y abuelos. Pero, la verdad, que esa pregunta era difícil de contestar para Amelia.

– Tengo familia, pero no es de sangre.

Eva la miró sin entender absolutamente nada.

– ¿Qué significa eso?

– Pues eso significa que, a veces conocemos a personas que queremos igual o más que a nuestra propia familia. Cuando era pequeña, conocía a la familia de Luisita, me acogieron y me quisieron tanto como si fuera otra Gómez más.

– ¿No tenías papá ni mamá?

– Tenía una mamá que me quería mucho mucho, y un papá muy malo que me hacía heridas como las tuyas. Pero lo que te quiero decir, es que la familia que no es de sangre se puede elegir incluso aunque no estés sola. Los Gómez me eligieron a mi y yo a ellos, y siempre he sentido que los papás de Luisita son como mis papás, y Pelayo también es mi abuelo.

Eva se quedó pensativa analizando lo que estaba escuchando, asegurándose de que lo entendía bien.

– Entonces, ¿eso quiere decir que yo puedo tener familia cuando sea mayor?

Amelia sabía que aquella niña le tocaba la fibra, pero no se hacía una idea de hasta que punto podía romperle aquella inocencia y aquella ilusión por buscar un mundo a donde escapar del suyo. Una esperanza a la que aferrarse, para saber que su vida puede cambiar, que lo que conoce ahora no será para siempre. Se acercó hasta Eva y se sentó en la silla que estaba a su lado.

– Pues claro que si, pajarito. Hay veces que nos sentimos muy solas, pero un día saldrás de aquí y tendrás una familia preciosa y gente en la que confiar y ser tú misma. Yo lo conseguí, y sé que tú también. Yo cuando era una niña me sentía como tú, y ahora tengo a una familia que me apoya en todo y una novia que hace que cada día crea más en mí misma.

Eva la miró unos segundos y después rio con algo de vergüenza, como quien dice o hace una travesura.

– ¿Qué te pasa? – rio Amelia con ella.

– Te has equivocado.

Amelia frunció el ceño porque no sabía de qué hablaba.

– ¿Por qué?

– Has dicho novia en vez de novio. – dijo tapándose la boca riéndose.

A Amelia se le borró la sonrisa al darse cuenta de la situación. Era una niña de cinco años que se estaba educando basándose en lo poco que conocía, sin que nadie le enseñara nada, y en realidad, si sólo había visto a su madre con hombres y nadie le había hablado del tema, era normal que no supiera que había mil formas de querer. No sabía si debía de ser ella o no la que tuviera aquella charla, porque al fin y al cabo, Amelia no era nadie para ella, pero no podía dejar así el tema.

– No me he equivocado, tengo novia y es una chica. – dijo con una sonrisa mientras la cara de Eva cambiaba a una totalmente sorprendida

– ¿Por qué?

– Pues porque no me gustan los chicos, me gustan las chicas.

La ojimiel veía como la cabeza de la niña estaba yendo a mil por hora.

– ¿Se puede?

Amelia se rio y Eva parecía que no entendía el chiste.

– Claro que se puede. Tú aún eres muy pequeña, pero cuando seas mayor, puedes enamorarte de quien tú quieras. Esa es una de las formas de tener una familia, pero no hace falta tener pareja para tener familia, puedes conocer a alguien y que sea tan especial para ti que se convierta en una hermana o un hermano.

Eva volvió a mirar a la mesa y siguió con sus dibujos, dándole vueltas a todo lo que le había contado Amelia. La ojimiel sonrió y le dio un beso en el pelo antes de levantarse y recoger la merienda de la niña.

– ¿Y cómo es tu novia? – y lo preguntó desde la curiosidad, porque quería terminar de entender la situación.

Amelia sonrió ampliamente. ¿Era posible no hacerlo cuando se acordaba de ella? No quería desvelarle que era Luisita, porque suponía que eso también debía ser decisión de la rubia.

– Es guapísima. Es rubia y tiene unos ojos marrones enormes. Es un poco cabezota y a veces hace las cosas por impulso, pero tiene lo más importante de todo, ¿sabes qué es? – Eva negó con curiosidad. – Un corazón que no le cabe en el pecho.

Eva sonrió porque vio que la mirada de Amelia había cambiado al hablar de ella. Seguía sin entender muy bien aquello, pero ya no porque fueran dos chicas, sino porque ella no conocía ese tipo de amor, y no al romántico, sino a cualquier tipo de amor. A ella nunca había visto a nadie hablar de otra persona con aquel brillo en los ojos, pero supo que tenía que ser un sentimiento importante. Ojalá ella también pudiera sentir aquello un día, y como dijo Amelia, por cualquier persona, no sólo por tu pareja.

– ¿Y hay algo que no te gusta?

¿De Luisita? Era casi imposible, pero también tenía que hacerle saber a aquella niña que tampoco existía la perfección, para que no tirara su vida buscándola.

– No me gusta porque a veces me da sustos cuando estoy distraída, y me hace cosquillas en la barriga. – al ver que Eva ampliaba la sonrisa ante el comentario, se acercó a ella poco a poco. – ¿A ti te gustan las cosquillas?

La niña negó riéndose, aunque dándose cuenta de sus intenciones, pero no le dio tiempo a moverse porque Amelia ya se había lanzado sobre ella para hacerle cosquillas en la barriga. Eva se rio. Mucho. Alto. Sin contenciones. No supo por qué, pero Amelia lo supo, aquella niña no había reído así en su vida. Sin embargo, la risa se vio cortada por un gran quejido y Amelia paró automáticamente. La ojimiel se agachó a su altura y vio cómo Eva se había colocado las manos en su estómago y ella ya sabía que le pasaba, pero necesitaba comprobarlo.

– ¿Me dejas ver?

Eva la miró algo dudosa, pero finalmente quitó las manos de su estómago, permitiendo a la ojimiel levantarle la camiseta. Tenía un moretón bastante oscuro por encima del ombligo, y a Amelia verlo le dolió tanto como si lo acabase de recibir ella. Miró de nuevo a Eva y se había esfumado la alegría que hacía unos segundos inundaba el ambiente, ahora volvía a ser esa niña triste y desprotegida. La ojimiel había estado demasiadas veces en su piel, pero siempre había sabido manejarlo de manera que le quitaba importancia y los demás la creían, porque Amelia creció siendo una niña fuerte, porque aprendió que necesitaba serlo. Necesitaba ser fuerte por ella misma, por su madre, por esa segunda familia que había encontrado en los Gómez y, también, por aquella niña rubia que la miraba con tanta admiración que ella sentía que nunca le podría fallar. Pero Eva no, Eva no había aprendido a ser fuerte porque ella no necesitaba serlo por nadie. Ella estaba sola.

– ¿Quieres contarme qué te ha pasado?

La niña negó. No porque no confiara que aquella mujer tan amable que, por lo poco que la conocía, parecía entenderla mejor que nadie. No quería hablarlo porque había conseguido evadirse de su infierno durante una tarde y hablarlo significaba recordarlo, y Amelia lo entendía, porque a ella todavía le seguía pasando, así que no quiso presionarla.

– Está bien, pajarito, pero que sepas que me puedes contar lo que quieras, ¿vale?

La niña asintió aún sin mirarla, porque no sabía por qué, pero sabía que podía confiar en esa mujer, simplemente ahora no podía hablar.

Amelia la dejó tranquila que siguiera dibujando y recortando un rato más, y cuando vio que la niña se había cansado, pensó en qué más podrían hacer.

– ¿Te apetece ver dibujos? – la niña asintió porque en su casa nunca veía lo que quería, lo único que se veía en aquella pequeña televisión del salón era el futbol del nuevo novio de su madre. – ¿Cuáles te gustan?

En realidad, daba igual cual contestase, porque Amelia no tenía ni idea de los dibujos actuales ni qué estaba de moda entre los pequeños de ahora.

– No sé.

– ¿No sabes qué dibujos de gustan?

La niña negó porque, como he dicho, nunca veía dibujos, así que aunque le hiciera ilusión el plan no sabría cual proponer.

– Vale, pues no sé, ¿qué película Disney te gusta?

También se encogió de hombros, porque las únicas películas que había visto eran las que ponían en la asociación, que eran las últimas que habían sacado.

– Sólo he visto Frozen y Raya y el último dragón. – murmuró con algo de vergüenza.

Sin embargo, la cara de Amelia era de total ilusión, porque tenía la oportunidad de enseñarle todo el catálogo Disney y ver su cara de ilusión mientras descubría aquel mundo. Tenía que pensar bien cual poner, porque ahora tenía mil opciones, sin embargo, se le ocurrió una que podía ser divertida.

– Te gustan muchos los animales, ¿no? – preguntó acordándose de su pasión por las jirafas.

Eva asintió y a Amelia se le dibujó una sonrisa enorme que contagio a la niña.


***


María quería con locura a su hermana, sin embargo, a veces, la locura era porque Luisita simplemente la volvía loca. Llevaba toda la tarde insoportable y muy nerviosa, y menos mal que por fin se dirigían ya hacia la casa. Luisita iba andando un par de pasos por delante de ella con unas ansias locas por llegar al apartamento y María sabía por qué.

– Luisi, ¿te quieres tranquilizar de una vez? Que es Amelia, no una exconvicta.

– Ya lo sé, Mary, pero que Eva no está acostumbrada a salir de su zona de confort y mucho menos a estar en un piso sola con una desconocida. – dijo mientras abría rápidamente el portal y entraba sin sujetarle la puerta a su hermana, haciendo que casi le diera en toda la cara a María.

Luisita se dirigió rápidamente hacia las escaleras sin acordarse si quiera que tenían ascensor, y ya no por el hecho de querer llegar rápido al apartamento, sino porque se había acostumbrado a subir con Amelia e ir siempre por las escaleras.

– Lo que no sé es porque la habéis traído aquí, sabiendo lo poco que me gustan los niños. – dijo María jadeante mientras intentaba seguir el ritmo de su hermana.

– Estoy segura de que en cuanto la conozcas, también caerás bajo sus encantos.

María lo dudaba mucho, pero debía admitir que tenía mucha curiosidad por conocer a aquella niña que le había robado el corazón a su hermana y, por lo visto, también a su mejor amiga.

Llegaron a la puerta del apartamento y, antes de abrir, se escuchaba música y voces de dentro, lo que hizo que las hermanas se miraran entre sí y María se riera de la cara de la rubia. Y en cuanto abrió la puerta, la imagen que se descubrió, la dejó totalmente congelada, porque era algo que no se esperaba para nada. Tanto Amelia como Eva cantaban a viva voz, la niña brincaba en el sofá y Amelia saltaba pero en el suelo, mientras ambas movían los brazos sin sentido, hasta que por la letra de la canción, Luisita se dio cuenta de que estaban imitando a monos.

Yo quiero ser hombre como tú
Y en la ciudad gozar
Como hombre yo quiero vivir
Ser tan mono me va a aburrir

Ah, u bi dú
Quiero ser como tú
Quiero andar como tú
Tal como tú, tú
A tu salud
Dímelo a mí
Si el fuego aquí, me lo traerías tú

Luisita tenía incluso miedo a moverse de su sitio, porque no quería estropear aquel mundo de fantasía que parecían haber creado en aquel apartamento. Estaba acostumbrada a escuchar a Amelia reírse y aunque siempre ese sonido despertaba algo en ella, escuchar a Eva reírse fue algo que la sobrecogió. Eva nunca reía, difícilmente sonreía, así que ni si quiera podía explicar lo mucho que aquella imagen significaba.

Sin embargo, la niña si se dio cuenta de las nuevas presencias y paró el baile y el canto automáticamente. No fue tanto por ser interrumpidas, sino por la vergüenza de aquella estar con esa chica que, aunque la había visto en las fotos que decoraban ese apartamento, no la conocía como para sentirse tan cómoda. Amelia no notó que sus compañeras de piso habían llegado hasta que Eva no dejó de cantar, y se dio cuenta por la mirada de la niña qué le pasaba exactamente. Luisita también se dio cuenta de lo que le pasaba, así que la cogió en brazos y Eva le rodeó el cuello con sus brazos, escondiendo la cabeza en él.

– Eva, cariño, esta es mi hermana María. – la presentó Luisita sin saber que la niña ya sabía aquella información.

En cuanto la niña sacó la cara del cuello de la rubia, María supo que su hermana tenía razón, era imposible que aquellos ojos no te llegaran al alma.

– Hola guapa.

– Hola. – murmuró Eva.

– ¿Me das un beso?

Eva asintió levemente y le dio un pequeño beso a María en el moflete aún en brazos de Luisita.

– ¿Qué tal lo habéis pasado?

– Muy bien, ¿verdad? – dijo Amelia aun sabiendo que aquella pregunta iba más dirigida a Eva que a ella.

– Chi, hemos visto el Libro de la selva, y hemos pintado mucho. – dijo señalando a la mesa donde estaba todo esparcido.

Amelia miró a su mejor amiga sabiendo que al verlo aquel desorden le provocaría un infarto, así fue, porque en cuanto María la miró parecía que iba a asesinarla, pero Amelia puso cara de inocente y en realidad, María conocía la historia de aquella niña y ahora parecía estar realmente feliz, así que tampoco podía enfadarse.

– ¿Me enseñas que has hecho?

Eva asintió y Luisita la bajó de sus brazos para que pudiera andar por si misma. Cuando todas siguieron a la niña hasta la mesa para ver aquello, pudieron ver cómo estaba lleno de recortables amarillos en forma de estrellas.

– Estos son estrellas de cartón para colgarlas en la librería y hacer un cielo, y esto es una luna de cartón, porque sino hay luna no es de noche.

No era del todo cierto, pero ninguna quiso contradecir aquella ilusión que parecía haberle causado el proyecto. Sin embargo, María se fijó en un folio que había dibujado con varias figuras. Había una niña pequeña en el medio, y a un lado había una chica rubia y otra morena, y al otro lado de la niña, otra morena con el pelo rizado y una rubia que en vez de tener tronco, tenía un corazón enorme dibujado del que salían las extremidades.

– ¿Quiénes son? – preguntó María con curiosidad

– Esta soy yo, estás dos sois Luisita y tú, y estás son Amelia y su novia. – dijo señalando a chica que era básicamente un corazón enorme, refiriéndose a la última que había nombrado.

Tanto a Amelia como a Luisita se le salieron sus ojos de sus órbitas al escuchar aquello, pero María sólo se fijó en su mejor amiga y su cara de pánico.

– ¿Te ha hablado Amelia de su novia? – preguntó María cogiendo el dibujo rápidamente, leyendo las intenciones de la ojimiel que se lanzaba hacia ella para quitárselo.

– Chi.

– ¿Y por qué le has dibujado un corazón enorme?

– Porque Melia dice que tiene un corazón que no le cabe en el pecho.

María se rio ante el comentario y Amelia se puso roja como un tomate. Luisita que había quedado en un segundo plano, también se ruborizó bastante, porque el hecho de que la ojimiel hablara así de ella a sus espaldas era algo que la había inundado de amor absoluto.

– Que romántica ella... así que, ¿rubia? – preguntó María mirando a su amiga, que por fin consiguió quitarle el dibujo. Al parecer, Amelia tenía un prototipo de chica.

– Eres idiota. – contestó simplemente Amelia.

Y aunque su mejor amiga se riera, Amelia pudo ver cómo la expresión de Eva había cambiado.

– ¿Te has enfadado? – preguntó algo temerosa.

Eva no esta acostumbrada a ver ese tipo de actitudes, pero sabía qué significaba "idiota", porque el novio de su madre se lo decía mucho a ambas. Todas pudieron ver cómo los ojos de la niña se empañaron, creyendo que había hecho algo malo, y también supieron el motivo, porque quizás Amelia hubiera sido la única en sufrirlo en primera persona, pero las dos hermanas reconocían aquella mirada por haberla visto en la ojimiel cuando era pequeña.

– No, pajarito, es sólo que a María le gusta hacer mucho el tonto, pero ya está.

– Si, cariño, está todo bien. – le confirmó María para que la niña terminase de tranquilizarse.

Pudieron ver cómo la niña asentía dejando salir un poco la tensión que se había creado en su cuerpo.

Luisita miró la hora y se dio cuenta de que sólo faltaba hora y media para que la niña tuviera que irse y había que aprovecharlo.

– ¿Qué te apetece hacer ahora?

Eva se quedó unos segundos pensativa, pero no tardó mucho en responder.

– ¿Podemos ver otra peli?

– Claro que si, ¿cuál quieres ver?

La niña se encogió de hombros, porque ella no conocía las películas Disney como para saber cuál quería ver.

– He hecho una lista de películas donde salían animales, así que si queréis, podemos ver Dumbo.

A Eva le entusiasmó la idea a pesar de no conocer la película, y simplemente se colocaron en el sofá. María fue directamente al sillón individual, y Amelia y Luisita se sentaron cada una en un extremo del sofá esperando a que Eva se sentara en medio, sin embargo, la niña trepó sobre el regazo de la ojimiel y se acomodó en él.

– Creo que te han robado a la niña. – comentó María a su hermana, pero Eva no entendió aquello.

– Bueno, no me importa compartirla. – respondió Luisita con una sonrisa al ver lo bien que se hacían mutuamente Eva y Amelia.

Y al mirar a su novia, pudo ver que la ojimiel también le sonreía de vuelta.

Eva se quedó dormida en apenas unos minutos con la cabeza sobre el pecho de la ojimiel y Luisita no creyó que existiera una imagen tan enternecedora como esa, porque puede que Amelia no tuviera ninguna experiencia como canguro, pero es que eso una mucho más allá, e inevitablemente, su mente dibujó un futuro donde Amelia fuera la mejor madre del mundo y ella sería testigo.

Sin embargo, la ojimiel no se dio cuenta de la mala elección de la película hasta que no estuvo lo suficientemente avanzada como para rectificar. La escena donde Dumbo va a visitar a su madre que está enjaulada, simplemente la destruyó, porque su mente recordó a Devoción en aquella cárcel invisible que era su vida. Cuando Amelia tenía la edad de Eva, no era consciente de la realidad de su casa, pensaba que todo era normal por los sacrificios que hacía su madre para que ella fuera feliz y viviera el máximo tiempo posible ajena a toda aquella crueldad. Sin embargo, Eva no, Eva era muy consciente porque nadie la protegía de aquella realidad.

Dumbo se había subido en la trompa de su madre mientras esta le balanceaba cantándole una nana, asegurándole promesas que no podría cumplir.

Hijo del corazón, deja ya de llorar
Junto a ti yo voy a estar y nunca más te han de hacer mal
Tus ojitos de luz, el llanto no ha de nublar
Ven aquí, mi dulce amor, nadie nos ha de separar.

Devoción se desvivió toda su vida por alegrar la de su hija y ella nunca podría habérselo agradecido suficiente por todos aquellos años y golpes que recibió en su lugar, pero aquella niña no tenía una madre que hiciera aquel sacrificio, aquella niña estaba sola. Amelia bajó la mirada y al verla dormir plácidamente ajena a lo que le pasaba en su interior, su corazón terminó de romperse. La abrazó con fuerza y le besó el pelo, notando como aquella niña suspiraba incluso en sus sueños. No podía evitar verse reflejada en esa niña, con la gran diferencia de que su pilar, fue su madre.

Sin embargo, aunque ella hubiera creado ese propio mundo de protección donde había metido a Eva en un intento de escapar de su realidad, las dos hermanas que estaban a su lado estaban siendo conscientes de lo que estaba pasando. Luisita sabía que para Eva aquella tarde estaba suponiendo un gran rayo de esperanza para la niña, pero a su vez, Amelia estaba volviendo al pasado de una forma cruel. El corazón de la rubia estaba dividido, porque la conocía, sabía que Amelia se hacía siempre la fuerte pero ahora parecía admitir abiertamente que aquello le dolía y mucho, así que por una parte estaba muy orgullosa de ella pero por otra... quería protegerlas a ambas, porque hay cosas que por mucho se que quiera escapar, nunca se quedan en el pasado si los recuerdos siempre acechan.

Luisita miró a su hermana y se dio cuenta de que María también estaba siendo testigo de aquello, y simplemente le dio una sonrisa triste, porque ella también quería proteger a su mejor amiga y a aquella niña que estaba aprendiendo a una edad demasiado temprana que el mundo era cruel.

Y aunque la rubia quisiera parar el tiempo, los minutos pasaban, y miraba el reloj deseando que la hora fuera errónea pero no, debían irse ya si querían cumplir con la hora de vuelta que le habían impuesto como condición de aquella escapada. Suspiró y miró a su novia que seguía con esa niña dormida entre sus brazos y se odiaba por lo que estaba apunto de hacer. Se levantó y se puso de cuclillas junto a ellas.

– Amelia...

La ojimiel ya sabía lo que iba a decir y sus ojos se pusieron vidriosos. Sabía que Luisita tenía razón, pero su lado más egoísta salió a la luz.

– No quiero soltarla. – y aunque lo dijo en un susurro, a Luisita se le clavó en el pecho aquella pena.

Sabía que era imposible, sabía que tenía que dejarla ir, pero también sabía perfectamente el infierno que le esperaba al llegar a su casa y simplemente, no quería dejarla ir.

Luisita cerró los ojos porque Amelia no se lo estaba poniendo fácil, pero no se lo reprochaba. ¿Cómo podría? Ella murió de pena la primera vez que conoció a Eva y tuvo que dejarla ahí, porque cuando Luisita volvió a casa, también deseó habérsela llevado consigo para protegerla. Y no sólo a ella, le pasaba con cada niño y niña que conocía en ese lugar.

Para su suerte, no tenía que luchar ella sola contra aquella separación, porque María también se había levantado de su sitio y se había puesto tras el sofá para acariciarle la espalda a su mejor amiga.

– Eva cariño, despierta. – le dijo suavemente Luisita a la niña hasta que despertó. – Nos tenemos que ir.

Eva se frotó los ojos e, inmediatamente, fue consciente de la realidad, haciendo que sus ojos lagrimeasen.

– ¿Ya? – dijo con toda la desilusión del mundo.

Luisita asintió porque no quería que notara en su voz lo mucho que le estaba afectando aquello.

– ¿Puedo venir otro día?

La rubia volvió a asentir y la cogió en brazos, sin embargo, cuando la niña miró a Amelia, pudo ver que por su mejilla se deslizaba una lágrima.

– ¿Estás bien? – le preguntó la niña sintiéndose mal por verla así.

– Si, pajarito, es sólo que hoy me lo he pasado muy bien contigo y te voy a echar de menos, pero no pasa nada porque otro día seguimos viendo pelis juntas.

La niña la miró y en sus ojos también se formaron lágrimas, porque era la primera vez en su vida que alguien le decía que la echaría de menos.

– Venga, cariño, despídete.

Luisita la acercó hasta Amelia para que le diera un beso en la mejilla y luego María se levantó también para dejarle otro beso a la niña.

– Me ha gustado mucho conocerte, preciosa. – le dijo María también con un nudo en la garganta.

– Y a mí. – murmuró la niña sinceramente.

Luisita la dejó en el suelo para cogerle la mano y, justo antes de salir, volvió a mirar a Amelia, la cual tenía una de las mayores caras de pena que recordaba, así que, con todo el dolor de su corazón, dejó de mirarla y cerró tras de sí.


***


Una hora después, volvió al apartamento y el ambiente era totalmente el opuesto a cuando lo había hecho esa tarde. Todo estaba oscuro y triste, y la única que estaba en el salón era su hermana.

– ¿Y Amelia?

– En su habitación, me ha dicho que se iba a dormir. Supongo que ha sido un día cargado de emociones. – le respondió María con una pequeña sonrisa triste.

– Supongo...

Luisita entró en el pasillo y se paró frente a su habitación, pero no iba, porque el único lugar donde quería estar era junto a su novia. Así que, a riesgo de que María la descubriese, entró en la habitación de Amelia sin pensárselo dos veces y vio a la ojimiel acostada de espaldas a ella. No podría decir si dormía o no, pero le daba igual, porque aquel abrazo era necesario.

Incluso con la ropa de la calle aun puesta, se metió en la cama y se tumbó tras Amelia, abrazándola por la espalda, sintiendo cómo suspiraba ante el alivio de la compañía y supo que estaba despierta.

– ¿Estás bien? – le preguntó suave mientras le besaba el hombro.

Amelia se giró sobre sí misma para tenerla de frente y se sintió culpable al ver en aquellos ojos marrones una mezcla entre dolor y preocupación.

– Si. – le sonrió con ternura. – Siento el numerito.

– No tienes que sentir nada, mi amor. Créeme que yo tampoco quiero soltarla cada vez que estoy con ella, y te juro que estoy haciendo todo lo posible para alejarla de ese infierno.

Amelia sonrió con tristeza porque sabía que lo decía enserio, sabía que desde la asociación estaban iniciando un proceso judicial para retirarle la custodia a la madre y también sabía que Luisita estaba totalmente involucrada en el asunto.

– Lo sé. – le sonrió con cariño. – ¿Te ha visto María entrar aquí?

– No, pero me da igual, Amelia. Me da igual si nos pilla, esta noche no me quiero separar de ti.

La ojimiel le besó la frente a su novia, porque sabía que en esta ocasión, Luisita había sido la fuerte de las dos, la que había llevado el peso de la situación. Se colocó en el pecho de su novia y sonrió al darse cuenta que aún llevaba la ropa de la calle puesta, porque significaba que, sin dudarlo dos veces, Luisita se había preocupado por su bienestar. Ambas estaban creciendo y aprendiendo juntas, en las buenas y, sobre todo, en las malas. Estaba orgullosa de ella y, sobre todo, estaba orgullosa de lo que estaban construyendo.

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