Depresión de una Estrella

By YolandaEsteves123

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Sol, una joven triste y apática, es obligada a vivir en un hogar desconocido, donde ve al guapo chico que le... More

Prólogo: Lo tenue duele
Capítulo I: La peor noticia del mundo
Capítulo II: Lluvia entre desconocidos
Capítulo III: Preguntas sin respuestas
Capítulo IV: Cita de internet
Capítulo V: Cambios
Capítulo VI: Festejo de Sara
Capítulo VII: ¡Oh no!
Capítulo VIII: ¿Te han dicho que eres lo mejor?
Capítulo IX: ¡Sorpresa!
Capítulo X: Retorno
Capítulo XI: Compañía
Capítulo XII: ¡Feliz cumpleaños, Sol!
Capítulo XIII: Nueva vida
Capítulo XIV: Adaptación
Capítulo XV: El Gran Jefe
Capítulo XVI: Daño
Capítulo XVII: Tragedia
Capítulo XIX: Intrusos Infelices
Capítulo XX: Sueños Misteriosos
Capítulo XXI: Tocables
Capítulo XXII: Felicidad Temporal
Capítulo XXIII: Verdades
Capítulo XXIV: Flores
Capítulo XXVI: Problemas
Capítulo Final: Ángeles
Capítulo Final (II parte): Playa
Epílogo: Señor y Señora
Nota de la autora
Imágenes para el libro :)

Capítulo XXV: Invitación

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By YolandaEsteves123

Qué trágico fue dejar ir a Gabriel, aunque fuese lo correcto.

Víctor me citó en su modesto apartamento recién comprado, pretendiendo darme una noticia formidable. Indicó que tocase su timbre a las cinco en punto, yo a las cuatro y cincuenta y cinco ya había cumplido la sugerencia. Durante varios minutos, esperé a que saliera y, cuando estaba regresándome concluyendo que no se encontraba, escuché su linda voz.

Entré, topándome con los lujos que tenía. Las paredes las adornaba el blanco, el sofá era moderno, la grandísima televisión se apropiaba de la mayor parte de este espacio. En la cocina, residía un juego de comedor pequeño que se confundía con el cristal y, por supuesto, las habitaciones no se quedaban atrás. Seguro que lo adquirió equipado, claro, pudo ir a la tienda a gastar la excesiva cantidad que suplió sus gustos.

Terminado el tour, nos instalamos en el mueble de la sala, comí el pastel de chocolate que me regaló, mientras observábamos el partido de futbol; desconocía casi todo lo tuviese que ver con deportes, pero hacía el intento por encajar. Me aburrí rapidísimo, por lo que quise arrebatarle el control remoto y colocar la película romántica que se convirtió en mi favorita; no obstante, aún no gozaba de la confianza que me permitiese cometer semejante atrocidad.

Suspiré.                                                                                                 

—¿Estás incómoda? —escrutó y negué, pero por mi entusiasmo, sabía que no era cierto—. ¿Quieres mudarte conmigo? Perdón si fui muy directo, es que así soy. ¿Te parece que es precipitado? Ten en cuenta que no estoy te obligando y si rechazas mi propuesta no me enfadaré.

Salvo que quisiese que le concretara de inmediato, estaría sometida a consultar con mi almohada mis inseguridades, dificultades, defectos y, en especial, si al abandonar a mi ex novio no actué erróneamente. Desde el fondo de mi alma, mi propósito no fue dañar a Gabriel,  aplicando mis constantes indecisiones que, a fin de cuentas, nos terminaron perjudicando a ambos.

Rememoré etapas inolvidables de nuestra existencia, en las cuales estábamos inundados de prosperidad.

"—¿Nos casaremos algún día? —pregunté.

—Por supuesto.

Sonreí, complacida.

—Entonces, esa es mi respuesta."

Por desgracia de los recuerdos no se vive, a no ser que desees arrastrarte al vacío de lo que están hechos.

Así que, sin detenerme a analizar, acepté.

**

Acordamos que me quedaría a dormir y buscaría mis pertenencias a la mañana siguiente. Él se encargó de la cena, preparó puré de papas, pollo y ensalada; de beber, preferimos gaseosa. Hice un comentario que denotaba asombro debido al oculto talento de Víctor que permitió que cocinara aquel delicioso plato. Dejándome observar su evidente belleza, dibujó una sonrisa que iluminó su semblante, convirtiéndolo en fuerte rival para los más bonitos chicos.

Apretó mis mejillas y resaltó mi supuesta ternura. Siguiendo lo que dictó mi cabeza, había escogido bien, podría incluirme en los pocos entes felices, pero mi corazón gritaba lo opuesto. No era digna de Gabriel, por lo tanto no regresaría a causarle el doble de desprecio del que ya hice; yo no merecía que me adorase con toda su alma y si pudiese arrancarme de allí, lo haría, encantada.

—Al igual que desconocías mi críptico don culinario, existen muchísimas cosas que no sabes de mí—arrugó el entrecejo, pretendiendo contradecir lo que acababa de soltar.

—Te has puesto romántico, clásico—asentí, despacio.

Interrumpiendo nuestra tranquilidad, al móvil del chico le entró un mensaje. Leí que el autor era una tal "Princesita", el contenido explicaba que lo amaba profundamente y que quería invitarlo a cenar. Por supuesto, enfurecí, le tiré el teléfono al suelo y bramé que la alteza estaba esperando ansiosa que él confirmase su encuentro.

Corrí a la habitación más cercana que encontré, me recosté en el lecho en posición fetal a sufrir por alguien que no interesaba. Él, sin molestarse en tocar, ingresó y comenzó a manifestar el por qué malinterpreté el asunto. Qué ironía, él falló, pero la culpa fue mía por no entenderlo. En conclusión, la complejidad de los hombres es muy irrazonable, al grado que ni ellos mismos la comprenden, así que se refugian interpretando que nosotras somos las difíciles.

—Me devolveré a mi hogar. Por favor, antes dime ¿por qué no esperaste semanas para engañarme? ¿Tenía que ser el primer día de estadía aquí? ¡No tienes vergüenza! ¡Eres lo peor!

Se quejó.

—¡Deja de vociferar, mujer! ¡Hay vecinos abajo! —Susurró con autoridad—. Vamos a hablar, si no te convenzo de seguir conmigo, te irás mañana porque a esta hora la delincuencia está desatada. Sé que eres libre de hacer lo que te plazca, pero no te recomiendo salir por ahí arriesgándote a ser asaltada o violada. Te quiero, no soportaría que te ocurriese lo anterior.

Se recostó a mi lado, coló mi cabello en sus manos y lo acarició.

—Señorita, le prometo que no reviviremos alguna circunstancia similar. Tal vez usted esté desconfiando de mí, quizás su cerebro me pinta como el villano y es injusto, porque sería incapaz de traicionarla. Si accede a cohabitar conmigo, me encargaré de que en mí no consiga ningún inconveniente que nos disperse; sí, correcto, estaremos juntos hasta que la muerte nos separe.

Entonces, me vino a la cabeza la reciente advertencia de Gabriel con respecto a la posible ceremonia matrimonial. ¡Ni loca me casaría! Bueno, si el novio respondiese al seudónimo de Dueño de mi Universo, lo consideraría. En ese instante, degollé mis sospechas de que si aún lo amaba, pues siempre fueron ciertas; ahora, adhiriéndome al problema, me concentraría en deshacerme de Víctor sin que finalizáramos desdeñándonos el uno al otro.  

—Besé a Gabriel—dije, directa. Abrió sus ojos al máximo, ofuscado, confundido, sorprendido. Relamió sus labios, tocó su frente y ocultó su rostro para que no me fuesen visibles las lágrimas que brotaban de sus ojos—. Perdão.

—Sol, que me pidas perdón en portugués no es crucial. ¿Te obligó?  ¿O tú lo consentiste? Pero en español, obrigado.

Le conté como transcurrió todo. Se le disolvió la furia al enterarse que no lo detuve y se le instaló la emoción que podría definirse: estar endemoniado. Cogió el peine que yacía en la peinadora y lo lanzó con cólera, este aterrizó en la lámpara de la mesita de noche, quebrándola. Jadeé, aterrada, le miré adentrándome a la discordia que poseía dentro de sí. Imaginé el mundo turbio, intranquilo, donde existía un caudaloso río cuya agua surgió de todos los pesares tormentosos, así era la personalidad del chico. Es lamentable que la tragedia lo haya subyugado.

—Me decepcionaste, cariño, vaya que lo hiciste. Restando puntos a tu favor, tienes el descaro de contármelo tan fresca ¿qué pretendes? ¿O qué quieres? ¿Elimino esto de mi memoria? ¿Te arrullo y te doy la libertad de engañarme cuando se te pegue la gana? No, querida—ironizó—. Eres una...

Le dije que le diese continuidad a su inconclusa frase, claro, se negó al darse cuenta de que podría ser hiriente. ¿Cómo me llamaría? ¿Acaso mis dudas de que me calificaría con obscenidades eran verídicas? En el caso que lo fuese, no lo aguantaría ni un segundo. Pilar siempre repetía que aguantar groserías desgastaba e incentivaba al aprovechador a seguir su trabajo. Él de mí no abusaría en ningún aspecto, yo se lo impediría.

Me levanté, eufórica, convencida de marcharme a mi hogar, pero me detuvo. Besó mi pelo, secó los rastros de incipiente llanto, como si me quisiese apoquinar la medicina para sanar las mismas grietas que él abrió. Cantaba canciones lentas, en un tono delicado, bajo y sensual, incluso llegué a pensar que, por malas decisiones o por falta de oportunidades, él desaprovechó la gran carrera de cantante que pudo construir si hubiese tenido la dedicación o el interés.

Dígame, princesa, ¿qué es lo que piensa? Mire, yo sé lo que le pasó: un caballero le robó el corazón y después que le dio el sí, él se fue por allí, sin importarle el daño que le generó. Yo, embobado por su amor, me comprometo a cuidarla hasta que recupere su resplandor; pero no me ilusione, pues no soportaré que a mi cariño usted decepcione—entonó su poema, convirtiéndolo en el más bonito que mis oídos han experimentado—. La acabo de inventar, no juzgues ¿sí?

—Me encanta, Víctor, ¡es hermoso! —confesé, alegre—. Yo no te engañé, querido, el beso fue de despedida. En la larga conversa, admití que ahora somos tú y yo y que aunque lo amase, no te sería infiel. A pesar de que se esmeró por conseguirlo, no logró persuadirme que regresáramos.

Demostró que analizaba con delicadeza lo siguiente a pronunciar. Suspiró, cerró sus ojos y contó del uno al diez, tranquilizándose por la información que terminaba de absorber. Batallé con mi interior para no sacarle la fotografía perfecta que grabase la inolvidable belleza que lo invadió en ese momento, maté mis ganas dándole el fuerte abrazo que ambos urgíamos. 

—Gabriel no cambia—dijo entre dientes—. No ha madurado, no se enfoca en que debe superar que fui el vencedor de la guerra y que, así quiera, no lo podrá modificar.  

"Es que yo no quiero que cambie... él es perfecto" quise completar, mas no tuve el valor.

Me pregunté de cual victoria hablaba y por qué mencionaba a Gabriel en ella. Evalué la posibilidad de que su pelea se llevó a cabo por motivos empresariales o por diatribas amistosas, en el caso de que sus familias tuviesen relaciones más allá de lo laboral.

Expulsé un quejido, señalando mi insaciable curiosidad. Él defendió que no era nada importante, pero insistí, así que, ansiando relajarse y desechar el enojo por el resto de la velada, inhaló y exhaló. Se sentó en la cama, disculpándose por la rabieta anterior, buscando excusas para aplazar la calma de mis inquietudes; también expuso que admiraba mi sinceridad, porque, según sus experiencias amorosas, se atrevía a concluir que muy pocas la tenían. Por supuesto, no estuve de acuerdo.

—¿Quieres que abandone tu propiedad, Víctor?

—Jamás te lo pedí, pero si deseas irte no puedo retenerte—dijo en lamento—. Sé que vas a inquirir infatigablemente, por lo tanto, es mejor que empiece a relatar mi historia con Gabriel. Hace pocos años, nos enamoramos de la misma chica, su nombre es Sara Fernández. La considero como lo peor que acoge el planeta, además es una...

—En mi presencia no te expreses mal de una mujer, somos tan valiosas que no merecemos estar en boca de cualquiera con palabras irreverentes ¿entendido? —le interrumpí, sabiendo el camino por el que se inclinaría su léxico.

Me miró, confundido. Si mis cálculos no fallaban, él se refería a la misma Sara que expresaba ser amiga de Gabriel en Mérida, la propia dama con la que compartió un beso el día del intercambio de parejas. Se me erizó la piel ante tal recuerdo perturbador que ocasionó que sintiese ávidos celos de alguien que apenas conocía.

—De acuerdo—accedió—. Ella y yo éramos novios, al mismo tiempo, entablaba su relación con Gabriel; cuando me enteré, le terminé y le pedí que no me localizara nunca más. Una noche, dominada por la ebriedad, llamó, excusándose en que todavía me amaba y, entonces, volvimos. A los meses, rompimos porque supe que me engañó de nuevo, esta vez no estaba Gabriel involucrado.

Le formulé la interrogante que si Gabriel conocía el juego de la señorita y él aseveró que no era probable, lo que me llevó a escudriñar porqué se pelearon si ambos ignoraban el asunto y obtuve que por estúpidos. Sin embargo, dejando su extraña hostilidad atrás, debía responderme quien era la tal "Princesita", por lo que le exigí hacerlo:

—Sara Fernández. Este móvil es de mucho antes de ser secuestrado, Sol, te juro que entre ella y yo no existe nada.

—¿Estamos molestos? —puse mi cara tierna, él negó y me besó.

¡Hola!

¿Les gustó el capítulo?

Estoy muy agradecida con ustedes, pues el miércoles 13 de octubre de 2021 llegamos a mil lecturas.

Me agrada estar al corriente de que la historia les va gustando.

Adiós ¡nos vemos pronto!

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