Amanecer Contigo, Camren G'P

By issaBC

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Barcelona, 1916. En su lecho de muerte, Michael, la oveja negra y único heredero de la acaudalada familia Jau... More

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CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
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CAPITULO 8
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CAPITULO 10
CAPITULO 11
CAPITULO 12
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CAPITULO 15
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CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 23
CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPÍTULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 33
CAPITULO 34
Epílogo

CAPITULO 22

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Besos que vienen riendo, luego llorando se van, y en ellos se va la vida, que nunca más volverá.

MIGUEL DE UNAMUNO

7 de junio de 1916

-Confío en ti, no se te ocurra defraudarme -le advirtió Biel a la vez que le tendía un billetero-. Jamás se sale de casa con los bolsillos vacíos.

Lauren observó perpleja al capitán para a continuación mirar la fina cartera de piel y luego otra vez al anciano.

-Adelante, cógelo -le instó Biel-.

Gástalo en alguna cafetería, en planos de barcos o cuadernos de esos que tanto te gustan.

-Gra... gracias. Se lo devolveré...

-¡Atolondrada marinera! ¿Qué parte no has entendido? No quiero que me lo devuelvas, sino que lo gastes -afirmó sacudiendo la fina cartera. Lauren la tomó a la vez que asentía con la cabeza, asombrada-. Ahora vete, antes de que sea más tarde.

-Sí, capitán. Yo... No le decepcionaré -musitó Lauren saliendo del despacho.

Bajó las escaleras ensimismada, mirando el billetero como si fuera el mayor tesoro del mundo, no por lo que contenía, sino por lo que significaba. El viejo comenzaba a confiar en ella.

-Lauren, ¿qué ha pasado? -En el mismo momento en que pisó el salón, Isembard se acercó a ella, preocupado al verla tan abstraída-. ¿El capitán ha cambiado de opinión?

Lauren negó con la cabeza a modo de respuesta.

-¿Sigue decidido a dejarnos salir solos, sin el señor Abad?

Lauren asintió sin dejar de mirar fijamente lo que tenía en las manos.

-¿Ha restringido el horario? -Lauren volvió a negar-. ¿Te ha amenazado de alguna manera? -preguntó por fin Isembard, intranquilo. Si el capitán pensaba mantener los términos de su salida, no encontraba otro motivo para que la joven se mostrara tan aturdida.

-Me ha dado... dinero -Lauren le enseñó el billetero-. Dice que no se sale a la calle con los bolsillos vacíos.

-Y tiene razón -murmuró Isembard levantando la mirada hacia la galería superior. Allí, junto a la barandilla, estaba el capitán, quien, sin dejar de mirarles fijamente, asintió con la cabeza para luego desaparecer-. Guarda eso, Lauren. Es hora de visitar el museo de historia.

-Sí... -Guardó con meticuloso cuidado el billetero en el bolsillo interior de su chaqueta.

-La red está lista y el cebo echado -susurró Enoc cuando maestro y alumna salieron de la casa.

-Espero que su hombre sea tan sigiloso y observador como me ha asegurado -masculló Biel golpeándose los zapatos con el bastón.

-No tengo duda alguna. Si Lauren intenta reunirse con su fulana, nos la traerá.

-Y entonces nos libraremos de ella. Es necesario, imprescindible -masculló Biel antes de entrar en el despacho, cerrar con un sonoro portazo y, a continuación, golpear con fuerza su escritorio con el bastón.

Había hecho lo correcto, lo necesario. Entonces, ¿por qué se sentía tan mal? Porque la mirada de su nieta al recibir el dinero había sido sincera en su asombro. Tan sincera como su promesa de no decepcionarle. Maldita muchacha, ¡No tenía que haber sido tan noble! Solo tenía que haber cogido el dinero y haber echado a correr, entonces él se sentiría bien en lugar de tener el corazón desgarrado.

-Es maravilloso que el capitán te haya dejado ir al museo acompañada solo por Isembard, eso es porque confía en ti -afirmó Camila, retirándole un mechón de la frente con una suave caricia.

-Incluso me ha dado dinero -murmuró Lauren, tumbada en la cama junto a ella, a la vez que cerraba los ojos y se estremecía emitiendo un quedo gemido.

Camila no pudo menos que sonreír.

¿Quién hubiera imaginado que Lauren fuera tan sensible a sus caricias? Continuó acariciándole, deslizando lentamente las yemas de los dedos por sus pómulos para luego delinear sus gruesos labios, descender por su cuello y posar la mano sobre la porción de su torso que la camisa, apenas abierta, le permitía tocar.

En respuesta, Lauren la acurrucó más contra ella y comenzó a desabrocharle los botones superiores del camisón a la vez que recorría con lánguidos besos sus mejillas, la punta de su nariz, la comisura de sus labios...

-¿En qué te lo has gastado? -inquirió Camila deteniendo el avance de la mano de Lauren, que amenazaba con colarse bajo el escote del camisón.

-¿En qué he gastado qué? -musitó esta totalmente absorta en lamer ese punto del cuello femenino en el que el pulso latía cada vez más acelerado.

-El dinero... Oh, para. No puedo concentrarme. -Le asió el pelo, dando un ligero tirón. Apenas era medianoche, no podía dejar que se le fuera de las manos tan pronto, aunque reconocía que era culpa suya por haber empezado a acariciarla. Pero, le gustaba tanto sentir como temblaba bajo sus dedos. Y eso por no hablar de sus besos...

-Me gusta que no puedas concentrarte por mi culpa. -La besó de nuevo antes de apartarse obediente-. ¿Qué quieres saber? -inquirió tumbándose de lado, con un codo hincado en la almohada y la cabeza apoyada en la mano.

-No lo sé -murmuró aturdida, sintiendo un extraño frío al verse desposeída de sus caricias-. Ah, sí. Dime, ¿cuántas cosas te has comprado? -susurró juguetona. Era la primera vez en mucho tiempo que Lauren salía sin vigilancia, y con dinero. Tenía que haber disfrutado muchísimo gastándolo.

Seguro que había comprado revistas técnicas, planos de motores, libros sobre barcos... todo eso que tanto le apasionaba.

-No he comprado nada.

-¿No? -La miró sorprendida.

-No. Lo he guardado todo.

-¿Por qué? -inquirió perpleja.

-Anna está a punto de salir. Apenas faltan dos meses para que se cumpla su estancia, necesito dinero para cuando regrese...

-¿Qué vas a hacer cuando ella vuelva? -musitó acariciándole la frente para borrar las arrugas de preocupación que se habían dibujado al hablar de su amiga.

-No lo sé. El capitán pagó el alquiler de la casa hasta agosto, pero eso no basta, tiene que comer, comprar flores para luego venderlas en caso de que tenga fuerzas para trabajar, tal vez necesite seguir con el tratamiento en casa... Necesito dinero, mucho. ¡Y el capitán no me deja trabajar para conseguirlo! -Sacudió la cabeza frustrada-. Ni siquiera sé si Anna está lo suficientemente bien para salir de allí. Necesito hablar con ella -musitó desesperada.

-Lo harás, no te preocupes por eso. En cuanto el capitán se ausente buscaremos la manera de que la llames por teléfono -le aseguró entristecida. Todo sería mucho más fácil si Lauren se aviniera a contarle al capitán lo que pasaba con Anna, pero seguía negándose en rotundo.

-Se me agota el tiempo, y no puedo hacer nada. Soy una completa inútil...

-Shh. No digas eso, no es verdad -musitó besándole en los labios para distraerle.

-No lo entiendes, es mi responsabilidad...

-Sí lo entiendo, calla y bésame -la silenció con un nuevo beso. Esta vez la distracción sí dio resultado.

-¿Qué has hecho esta mañana? ¿Has paseado con Marc? -preguntó Lauren tiempo después, cuando Camila volvió a detener el tímido avance de sus manos y sus labios.

-Mmm... Sí, hemos recorrido el jardín mientras estabas fuera. Me ha invitado a ir mañana a la ópera, estoy pensando qué contestarle -dijo ladina, encantada de verle celosa.

-Le dirás que no -masculló enfurruñada. Lo único malo de la visita al museo era que Marc había estado toda la mañana con Camila, sin que ella pudiera vigilarlos-. ¿Ha intentado besarte? -inquirió centrando una furiosa mirada en el techo.

-Sí. Pero yo no le he dejado.

-Lo mataré... -musitó cruzándose de brazos a la vez que apretaba los dientes.

-Le he dado un bofetón, mostrándome muy disgustada -le informó Camila, logrando que la mirara fijamente-. Y luego le he dicho que no volviera a intentarlo o me quejaría al capitán.

-¿Y él qué ha dicho? -Arqueó una ceja.

Dudaba que esa amenaza surgiera efecto, Marc contaba con la aprobación del viejo, al contrario que ella.

-Ha prometido que no volvería a hacerlo-Al menos hasta que estuvieran casados, pero eso, por supuesto, no se lo iba a decir a Lauren.

-¿Y tú le crees?

-Por supuesto.

-Eres una ingenua. Es imposible que no vuelva a intentarlo. Ningún hombre que te haya probado puede dejar de besarte -aseveró-. Debes tener mucho cuidado con él. Volverá a intentarlo, y si lo hace... Le haré una cara nueva.

-No seas obtusa, Marc no está interesado en mí ni en mis besos -replicó ella, secretamente halagada por su reacción.

-Tú eres la obtusa. Nadie en su sano juicio podría mantenerse apartado de ti. Yo no podría.

-Porque tú me quieres -musitó Camila encantada, besándole la frente-. Pero Marc, no. No tiene interés alguno en mi persona, besarme o no, es solo un proceso más de su cortejo.

-No puedes hablar en serio. -Camila asintió con la cabeza, divertida por la incredulidad reflejada en sus palabras-. Si no te quiere... ¿¡Por qué puñetas quiere casarse contigo!?

-Por la herencia.

-¿Qué herencia?

-La del capitán. Al no tener herederos directos, puede ignorar la legítima. -Lauren la miró confusa-. ¿No sabes lo que es? Es la parte que la ley dispone para los hijos y sus descendientes legales -apuntó, consciente de que Lauren, al ser la bastarda de Michael, no tenía cabida en dicha ley.

-¿Y las esposas? -inquirió ella perpleja.

-Las mujeres nunca tienen derecho a nada -masculló Camila-. Pero en este caso, al no haber herederos directos, el capitán puede disponer de su herencia como desee... y ha destinado una tercera parte para Marc, y el resto, será un usufructo para mi madre y para mí que gestionará el juez Pastrana. Cuando yo me case, parte de ese usufructo pasará a mi marido. Y Marc está empeñado en serlo él, para controlar sin impedimentos la naviera.

-¿Cómo sabes todo eso? -inquirió Lauren asombrada. ¡Marc no solo era repugnante, sino también idiota! ¿Cómo podía no estar enamorado de Camila? El dinero no era nada comparado con ella...

-Me lo explicó Pastrana cuando Marc empezó a... interesarse por mí. -Lauren la miró aturdida, y Camila no pudo por menos que echarse a reír-. El capitán intuyó que me pretendía por culpa de la herencia y quiso que tuviera toda la información antes de dejarme llevar por mi «loca cabecita de jovencita romántica» y aceptarle a él o a cualquier otro pretendiente.

-¿Has tenido muchos pretendientes?

-Algunos. Todo el mundo sabe que soy como una hija para el capitán, e intuyen que mi herencia será muy jugosa. Puede decirse que soy un buen reclamo para los cazadores de dotes: una jovencita rica que como además está tullida no tiene muchas opciones para elegir -murmuró tocándose la pierna atrofiada.

-¡No eres ninguna tullida! -exclamó Lauren furiosa-. Eres perfecta. Toda tú. Sin excepciones -afirmó rotunda cerniéndose sobre ella-. Eres preciosa, la mujer más hermosa del mundo -aseveró adorándola con la mirada-. No hay nada en ti que no sea sublime...

-Solo tú piensas así -murmuró Camila acercándose para besarla-. El resto del mundo me ve como una manera fácil de conseguir mucho dinero.

-Son estúpi... -se detuvo antes de acabar la frase, mirándola aterrada-. ¡Puñeta! -jadeó bajando de la cama.

-¿Lauren? ¿Qué te pasa?

-Llevo desde que llegué aquí diciéndole al capitán que me deje trabajar porque necesito dinero -musitó angustiada recorriendo la estancia.

-¿Y?

-Si el viejo se entera de que estamos juntas va a pensar que es mentira, que no te quiero, que solo lo digo para conseguir tu dinero... ¡Y no es verdad! -gimió atormentada golpeando la pared con los puños-. No me dejará volver a verte. Me alejará de ti. ¡Y con razón! Yo tampoco me fiaría de una tipa como yo. ¡Oh, Dios! Sabía que eras una señorita de buena familia, inteligente, con educación... ¡Pero no pensaba que serías rica! ¿Por qué tienes que heredar? ¿Qué voy a poder ofrecerte yo, que no tengo nada?

-¡Basta! Deja de decir tonterías.

Lauren, negó con la cabeza, sin atreverse a mirarla, y cayó de rodillas en el suelo, la cara enterrada entre las manos, todo ella estremeciéndose con temblores incontrolables.

-Lauren, vuelve a la cama. Habla conmigo... -Su única respuesta fue volver a negar con la cabeza-. Lauren, por favor, ven. Vas a conseguir que me muera de preocupación, ¿es eso lo que quieres? -le recriminó, deseando que la regañina le hiciera reaccionar. ¿Cómo podía una mujer ser tan fuerte y a la vez tan vulnerable?

Lauren apartó por fin las manos de su rostro y, dócil como una niña asustada, caminó hasta la cama para tumbarse junto a Camila.

-¿Qué voy a hacer ahora? -musitó mirándola preocupada, dejándose abrazar.

-Nada. No tienes que hacer nada.

-Quiero ofrecerte la luna y solo tengo barro en las manos...

-No quiero la luna, Lauren. Te quiero a ti.

-Me tienes, pero...

-Pero nada. Deja de preocuparte por lo que pueda pasar mañana, no tiene sentido.

-Pero...

-No hables más y bésame.

Y eso hizo. La besó como si no existiera un mañana. Como si esa noche fuera eterna.

Besó sus labios con reverente suavidad que pronto se transformó en tórrida pasión. Recorrió con los dedos la sedosa piel de su cuello, delineó las líneas de su clavícula y deslizó la mano sobre el camisón hasta la lisa tersura de su vientre. Se perdió en las curvas de sus caderas y continuó bajando, para acariciar con meticulosa dedicación los flácidos músculos de su pierna enferma por encima del suave algodón que la cubría.

-No, Lauren... No me toques la pierna, es aberrante.

-No lo es. Es deliciosa y blandita, como tú -replicó ella besándola sin apartar la mano-. Forma parte de ti, y tú eres perfecta.

-No lo soy...

-No me lleves la contraria, yo he vivido mucho más que tú no entiendes de estas cosas -afirmó sin dejar de acariciarla.

Y Camila no pudo menos que reírse ante sus palabras. Aunque la risa no duró mucho tiempo, pues Lauren había llegado al final del camisón, y podía sentir las yemas de sus dedos sobre la piel desnuda. Deslizándose despacio por su tobillo, ascendiendo por su pantorrilla...

-Lauren, no. Para. Eso no es correcto -jadeó sin fuerzas. Y ella, ¡maldita fuera!, le hizo caso.

Abandonó sus labios en mor del cuello y mientras lamía ese punto que parecía volverle tan loca como a ella misma, posó de nuevo la mano sobre su vientre y con enervante lentitud escaló los montes de sus pechos para luego deslizar los dedos bajo el escote de su camisón.

En esa ocasión, Camila no la detuvo, pues estaba segura de que si lo hacía, se detendría, y eso era lo último que deseaba en ese preciso instante.

-Es tarde... debes marcharte -susurró Camila horas después. El cuerpo estremecido de anhelante placer, los labios hinchados por los besos y los ojos fijos en la mujer que estaba junto a ella.

-No quiero irme -protestó Lauren abrazándola con sumo cuidado, evitando en todo momento pegarse a ella para que no pudiera descubrir esa parte de su cuerpo que se alzaba impaciente. Porque, si Camila llegaba a enterarse de lo dura que estaba, se enfadaría por su falta de recato. Pero no podía evitarlo. Jamás había estado más excitada en toda su vida. Ni tampoco más feliz. La tenía entre sus brazos, la había besado y había tenido el privilegio de poder acariciar sus dulces pechos...

-Pero debes marcharte, está a punto de amanecer -le instó besándola y acercándose a ella, hasta que sus cuerpos estuvieron pegados.

Necesitaba averiguar si aquello que había notado hacía un instante era lo que ella pensaba. Sí lo era, tal y como comprobó antes de que ella se asustara apartándose de nuevo.

Sonrió orgullosa. Puede que Lauren se hubiera mostrado en exceso prudente al no bajar más allá de sus pechos tras haber sido regañada la primera vez. Puede que se hubiera limitado a acariciarla con reverente cuidado mientras la besaba. Pero eso... eso tan duro que durante un solo instante se había frotado contra su pierna, decía sin lugar a dudas lo mucho que le excitaba besarla. Lo mucho que la deseaba.

-Tienes razón... debo irme -balbució Lauren besándola de nuevo.

-Sí... Vete -aceptó Camila enredando los dedos en su pelo para acercarle más a ella.

Así continuaron hasta que el amanecer les indicó exactamente lo tarde, o lo pronto que era, y Lauren tuvo que echar a correr para no llegar demasiado tarde a sus clases con el señor Abad.

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