Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

33. Es mucho lío

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By ladyy_zz

Definición de tortura: pena o sufrimiento moral o físico muy intenso y continuado que siente una persona. Pues eso es lo que estaba sintiendo Amelia viendo a Luisita con aquella falda tan corta subida en una de las escaleras enganchada a los estantes de la librería, una tortura.

Desde que Amelia se dio cuenta de que la rubia ya no era una niña, siempre pensó que tenía muy buen cuerpo. Era cierto que se había dado cuenta desde que había vuelto que la rubia estaba mucho más delgada de lo que solía estarlo, pero eso no evitaba que su figura tuviera unas curvas espectaculares, tanto que le quitaba el aliento cada vez que se tomaba unos segundos para observarla. No solía hacerlo, Amelia nunca había permitido que su imaginación volase cuando se trataba de Luisita y las mil maneras que habría de recorrer de su piel, pero es que esa falda... una verdadera tortura.

Se pasó la lengua disimuladamente por los labios y cuando se dio cuenta de su propio acto quitó su vista de aquel monumento, la subió y se dio cuenta de que Luisita la miraba expectante, como si estuviera esperando algo de ella. Le cundió el pánico, pero pronto se dio cuenta de que la rubia no se había enterado de las fantasías que había montado su cerebro.

– ¿Me estás escuchando?

– No, perdona. – Amelia se aclaró la garganta y esperó a que Luisita terminara de bajar de aquellas escaleras y reunirse con ella. – ¿Qué me estabas diciendo?

– Que si habías apuntado el libro que te he dicho.

– No, a ver, espera. – cogió un bolígrafo y su libreta mientras Luisita la miraba desde el otro lado del mostrador. – Alma y ¿qué más?

– Alma y los siete monstruos, de Iria G. Parente y Selene M. Pascual.

– De acuerdo... - dijo mientras lo apuntaba. - ¿De qué va?

– Pues de la ansiedad y depresión y cómo ver los síntomas, y como está relatado desde los ojos de una niña pues creo que es ideal para tenerlo aquí.

– Pues si, lo es.

Y Amelia le sonrió ampliamente olvidando el pequeño momento de pánico que le había invadido antes, porque ella nunca se sentiría incómoda junto a la rubia y aquella actitud era absurda. Luisita le devolvió la sonrisa y eso fue definitivo para disipar todo aquello que le había recorrido el cuerpo, porque siempre que la rubia le sonreía, espantaba todas las tormentas de su interior y sólo dejaba paso para ese placer que se siente cuando estás en un sitio seguro, sabiendo que nada te pasará, que puedes ser tú misma. Así que, apartó totalmente la tonta tensión que se había creado en su interior y siguió actuando con ella tal y como lo había hecho siempre.

Salió del mostrador con un metro en la mano para medir un pequeño espacio y calcular qué revistero debía pedir que le cupiera. En cuanto pasó por delante de la rubia, Luisita no pudo evitar que sus ojos se fueran hacia aquel culo perfectamente enmarcado en unos vaqueros ajustados. La hipnotizaron. Amelia siempre había tenido ese efecto en ella, el de dejarla embobada sólo con mirarla durante un segundo, pero es que ese día Amelia estaba especialmente guapa. Iba sencilla, unos pantalones vaqueros de tiro alto con una blusa roja corta con un nudo y un lazo como felpa también rojo. Exactamente, del mismo color que se puso la cara de Luisita en cuanto Amelia se agachó para medir. Necesitaba urgentemente apartar la vista de su trasero, pero es que no podía, y cada vez el calor de su interior se iba encendiendo más y más.

Amelia se levantó al mirarla pudo ver cómo estaba algo acalorada.

– ¿Estás bien?

– Si, si... es que... hace calor, ¿no? – dijo abanicándose con su mano.

– Ni que lo digas. – dijo Amelia volviendo a mirar unos instantes aquel corte de su falda. – ¿Quieres que abra la ventana?

– No, no, no. Deja, ya lo hago yo. – porque no iba a permitir que volviera a excitarla con aquella imagen que era su cuerpo.

Se dirigió a la ventana y la abrió, cerrando los ojos, dejándose invadir por el pequeño golpe de viento que provocó abrirla tan rápido. En cuanto se giró, Amelia le dedicó aquella sonrisa tan tierna que hacía que la rubia se tranquilizara, porque ambas tenían ese efecto sobre la otra. Le sonrió de vuelta y Amelia se volvió hacia el mostrador para seguir haciendo la lista de pedidos que había dejado a medias, sin borrar aquella sonrisa de su rostro. Era la sonrisa más bonita del mundo, pero por primera vez, Luisita había esperado no verla así, porque por una vez, creyó que la ojimiel mostraría verdaderamente sus sentimientos.

La noche anterior, Luisita se quedó en la cama de Amelia mientras la abrazaba y la consolaba hasta quedarse dormida. Fue una sensación extraña, porque no era la primera vez que la rubia era el apoyo principal de la ojimiel, pero sí que era la primera vez que lo sentía tan claro. Cómo Amelia se aferraba a sus brazos como si fueran un salvavidas y dejaba que salieran sus traumas en forma de lágrimas. Realmente Luisita nunca la había visto tan desarmada, tan vulnerable, y fue una sensación que a pesar de saber que estaba ayudándola, la mataba verla así.

Sin embargo, en cuanto la ojimiel por fin se tranquilizó y cayó, no sólo en los brazos de Luisita sino también en los de Morfeo, la rubia disfrutó unos minutos más del placer del silencio que las envolvía, como si el mundo se hubiera pausado sólo para concederle a la ojimiel aquella tranquilidad, y se marchó. Luisita sabía que debía despertar en su propia habitación porque conocía demasiado bien a Amelia y sabía que, a la mañana siguiente, se despertaría con una sonrisa y aquella actitud arrolladora que tanto la caracterizada, haciendo como si nada hubiera sucedido. Como si la noche anterior no hubiera descargado años de maltrato. Luisita siempre vio a Amelia como una persona optimista, pero quizás no era sólo querer ver el lado bueno de todo, sino no querer ni mirar si quiera al malo, porque dolía demasiado. Lo entendía, pero también sabía que aquello no era sano. Sólo ver el lado bueno de la vida no deja de hacer que sólo veamos una parte, sin vivir al cien por cien. Tenía que hablarlo con ella, con mucho cuidado, pero tenía que hacerlo.

– Oye, Amelia, ¿puedo preguntarte algo? – preguntó algo temerosa aunque la ojimiel no se dio cuenta de aquellas dudas.

– Claro, dime.

Amelia seguía de espaldas a ella mirando la libreta de pedidos intentando organizar los encargos.

– Cuando ibas a la asociación, ¿alguna vez hablaste con alguna de las psicólogas?

– Bueno, las saludaba y eso, pero no tenía mucho trato con ninguna por eso no conocía a ninguna de las que me presentaste el otro día, si es a eso a lo que te refieres.

No, no se refería a eso, pero no quería preguntarle directamente porque Amelia parecía que ni si quiera se daba cuenta de lo que le estaba insinuando.

– Ya, y ¿alguna vez has ido a terapia?

Amelia se giró hacia ella con el ceño fruncido y una pequeña sonrisa, como si le acabase de hablar en otro idioma.

– ¿A terapia? ¿Para qué?

Se la quedó mirando y pudo ver en sus ojos marrones la respuesta a modo de preocupación. Suspiró y bajó la mirada. Esperaba que la rubia no sacara el tema al igual que ella nunca había intentado hacerla hablar después de consolarla cuando se tumbaba a menudo en su cama por las noches, cuando le pasaba algo en el colegio, o cuando Bea la atormentó tras su ruptura. Pero no, Luisita parecía querer hablar mientras ella aún se arrepentía de haber bajado tanto la guardia la noche anterior.

– Luisita, siento haberme puesto así anoche, de verdad, no sé que me pasó, pero estoy bien, ¿vale? Te agradezco la preocupación, pero no tienes porqué. Sé cuidar de mí misma.

Su voz era una mezcla entre vergüenza y advertencia, y Luisita no quería presionarla, sólo quería hacerle saber que la ayudaría. Ahora y siempre.

– Pero es que ese es el caso, no tienes que hacerlo. No estás sola, Amelia, ya no y si necesitas algo, lo que sea, aquí estoy.

- Lo sé y gracias, pero no necesito ir a terapia porque estoy bien. – su tono fue realmente duro, así que Luisita simplemente se dio cuenta de que tenía que dejarlo estar.

En cierto modo, no se lo reprochaba, Amelia se había pasado toda su vida aprendiendo a que sólo se necesitaba a sí misma y era normal que eso no la dejara apoyarse en los demás, porque eso significaba que, si dejabas que parte de tu peso lo llevara otra persona y el día de mañana te faltaba, te derrumbarías.

– Bueno.

Luisita se giró hacia la estantería para ordenar algunos libros y, justo antes de darse la vuelta, Amelia pudo ver en aquellos ojos marrones la tristeza que le habían producido sus palabras. Había sido demasiado dura con la respuesta pero no había podido evitarlo, era un sistema de defensa que llevaba demasiados años levantando. Chasqueó la lengua al darse cuenta de su actitud y cómo afectaba a la rubia porque Luisita no se merecía aquello cuando lo único que hacía era preocuparse por ella, así que dejó lo que estaba haciendo y se acercó hasta ella hasta posicionarse tras su espalda.

– Ey, pitufa. – Amelia posó su mano delicadamente sobre su hombro para hacerla girar y cuando volvió a ver aquella preocupación y cariño en esos ojos, su corazón dio un vuelco obligándola inmediatamente a relajar su actitud. – Lo siento, no quería sonar tan borde. Sé que tu trabajo es fundamental para muchas personas y sobre todo para esos niños, pero es que yo ya no soy una niña. Soy consciente de que puede que me queden asuntos por resolver, pero puedo sola, no necesito terapia.

Y lo peor de todo, es que Luisita pudo ver en sus ojos miel que de verdad creía lo que decía, que realmente creía que no necesitaba a nadie, que ella podía sola con todo, como siempre. Pero el problema es que Amelia no entendía que eso ya no tenía porqué ser así.

– Vale, si es lo que sientes, está bien. Pero quiero que sepas que conmigo puedes hablar de lo que quieras y que no tienes que volver a pedir perdón por llorar. Estoy aquí Amelia.

– Lo sé y lo siento.

Siempre se había sentido culpable de la necesidad de la rubia por protegerla, porque sentía que no debía de ser así, que nadie tenía porqué preocuparse por ella, porque la preocupación es un mal sentimiento y ella sólo quería hacer feliz a quien la rodeaba.

– No lo sientas, porque es donde quiero estar.

Y sin poder evitarlo, su mirada se fue hacia los labios de Amelia. Madre mía. Hacía años que no los miraba de esa manera, con ese deseo sobrecogedor de querer lanzarse a ellos y atraparlo entre sus dientes. Quería besarla y no sólo en los labios, y quería dejar asomar su lengua y no sólo dentro de su boca. Quería enseñarle a base de placer todo lo que había aprendido en su ausencia y demostrarle que era con ella con quien quería seguir disfrutando de su día a día. Luisita se había tirado media vida embobada ante aquellos labios carnosos y, a pesar de haberlos probado ya, no había sido suficiente. Por supuesto que no lo era, ella quería volver a unirlos a los suyos hasta fundirlos, ella quería mucho más.

Sin darse cuenta, se mordió el labio inferior ante aquella fantasía que eran los labios de Amelia, y la morena no pudo evitar que sus ojos fueran hacia los labios de Luisita y también se quedara mirándolos, por mucho que llevara un rato intentando evitarlo porque desde que había notado que Luisita miraba los suyos, la ojimiel estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no bajar la vista. Pero lo hizo, y ambas miraban sus labios con el mayor de los anhelos.

Pero entonces, como si su cuerpo ya no perteneciera a su razón sino a sus deseos, Luisita fue acercándose poco a poco con la boca entreabierta y los ojos cerrados, esperando recibir el que ella ya sabía que era el mejor de los tactos. Amelia se quedó quieta, le aterraba moverse un centímetro y dar un paso en falso, estropeando todo lo que tanto le había costado reconstruir con la rubia. Pero quería que la besara, claro que quería, siempre quiso y no se había dado cuenta de lo mucho que seguía deseándolo. El corazón le iba a mil mientras veía cómo Luisita cada vez estaba más cerca, pensando que se le saldría del pecho o que incluso por el silencio que las rodeaba, Luisita podría escuchar su taquicardia. Cerró los ojos porque la sensación de necesidad porque llegaran por fin a posarse sobre sus labios era demasiado grande, y cuando notó el aliento de la rubia sobre su boca, pareció como si acabase de presenciar un huracán y su cuerpo se sacudió entero sin remedio.

Siguió esperando a por fin recibirla, pero no sucedió, porque cuando ya podía sentir sus labios, el teléfono de la rubia sonó, sacándola a ambas de aquella ilusión. Amelia parpadeó mientras intentaba despertar, porque no estaba del todo segura si aquello lo había soñado, si no fuera por la sensación de su respiración contra la suya, hubiera jurado que se había quedado dormida de pie.

– Mierda. – masculló Luisita mirando a su móvil mientras Amelia intentaba recuperar el normal ritmo de su respiración.

– ¿Qué pasa?

– Marina, que había quedado con ella hace media hora y me está esperando, he perdido la noción del tiempo... – lo último lo dijo en un susurro y Amelia pudo sentir que su tono era como si se avergonzara de ello.

– Bueno, vete, yo me quedo aquí terminando de organizar.

Le iba a rebatir que no era justo que ella se fuera con su amiga mientras Amelia se quedaba trabajando, pero necesitaba salir de ahí porque le daba la sensación que le faltaba el aire, aunque no era eso lo que le faltaba, sino los segundos que le habrían hecho falta para terminar sus labios con los de ella.

– Gracias. – murmuró con una sonrisa tímida.

Y sin mirar atrás, Luisita salió huyendo de ahí, o más bien, de lo que había estado apunte de pasar, y a un ritmo tan rápido que la tenía jadeante, llegó al King's donde la esperaba Marina con los brazos cruzados después de estar tanto tiempo esperándola. Aunque a su amiga no le dio tiempo de reprocharle nada porque la rubia se le adelantó aun con la sensación de que el corazón se le saldría por la boca.

– No sé si quererte u odiarte. – dijo nada más sentarse.

– ¿Por?

– Tu llamada ha impedido que bese a Amelia.

La gran cantidad de emociones que había en esa frase eran hasta contradictorias, por lo que Marina no supo deducir bien sobre cómo se sentía realmente su amiga, aunque ella si sabía como se sentía respecto a la bomba que acababa de soltarle.

– Joder, pues ódiame y mucho.

– Pues yo creo que hasta te lo agradezco.

– ¿Qué dices? ¿Por qué?

– No sé, Marina, es que es mucho lío.

Se echó las manos a la cara mientras intentaba ordenador un poco sus pensamientos para saber qué le había pasado para haberse lanzado a sus labios.

– ¿Por qué te cuesta tanto admitir que sigues enamorada de Amelia? Nunca has tenido problema con eso, siempre has sido muy sincera conmigo y contigo misma.

Luisita quitó sus manos de la cara y suspiró, y mantuvo la vista baja mientras su amiga veía como su amiga estaba librando una lucha interna de la que no tenía ni idea.

– Yo quería a Bea. – y en cuanto levantó su mirada, Marina ya entendió de qué iba aquello porque la conocía, así que le sonrió para tranquilizarla.

– Lo sé.

– Es que no quiero que parezca que mientras estaba con ella ya volvía a sentir esto por Amelia, porque yo nunca estaría con una persona queriendo a otra, porque no dejé a Bea por Amelia, la dejé por mí misma. Yo quise a Bea hasta el último momento ¿crees que si no fuera así, habría aguantado todo lo que sufrí? Es sólo que, cuando salí de la relación, Amelia ha estado para todo y me ha hecho darme cuenta de lo mucho que la echaba en falta. No quiero que parezca que Amelia es una sustitución, ni que esto sea porque no sé estar sola y sobre todo, no quiero que ella lo piense.

Aquel discurso atropellado sólo probaba lo muy confundida que estaba, y ya no sabía ni que pensar, pero por suerte para ella, su mejor amiga seguía siendo la voz de la razón tal y como lo llevaba siendo durante toda su vida.

– Amelia no ha sido una sustitución de Bea, ni Bea lo fue de Amelia, cada una ha tenido su propio hueco en ti, a diferentes tiempos y a diferentes intensidades. Dudo que Amelia lo piense, ella sabe que siempre fue especial para ti.

– Ya...

Ese tono no convenció nada a Marina, porque entendía que se sintiera así, que sintiera algo de culpabilidad por avanzar, como si su expareja no hubiera sido lo suficientemente significativa, o que su nuevo amor pareciera ser sólo un clavo que llenara el hueco recién hecho. Pero sabía que había algo más.

– No es a lo único que le tienes miedo, ¿verdad?

En cuanto aquellos ojos Marrones se encharcaron, Marina volvió a ver a aquella chica de dieciocho años dolida porque el amor de su vida se había marchado sin mirar atrás, y entonces lo entendió todo.

– No sé muy bien qué quiere Amelia y no me refiero sólo respecto a mí o si sigue sintiendo lo mismo que yo. No sé bien cuáles son sus planes, ni qué se ve haciendo el día de mañana. Sé que ahora está comprometida con la librería, pero a lo mejor sólo es hasta que inauguremos y me vea con el negocio abierto, quizás cuando sienta que ya me ha ayudado a cumplir mis sueños, también sienta que es hora de que ella cumpla los suyos y se marche y... no quiero pedirle que se quede a mi lado. – tragó saliva, porque una punzada le había atravesado el pecho al pensar otra vez en su ausencia. – Con Bea lo hice demasiadas veces, ¿sabes las veces que tuve que rogarle que no me dejara? Y ahora he aprendido que cuando más tienes que pedirle a alguien que se quede a tu lado, más tienes que dejarla ir, porque no puedes forzar a nadie que se quede, porque tiene que salir de ella. Así que no, no quiero tener que pedirle a Amelia que se quede y ella... ella ya se fue una vez y el vacío que me dejó me costó llenarlo años.

Había tanto dolor y tanta inseguridad en sus palabras que su mejor amiga se sintió terriblemente mal por ella, pero también sintió que le debía la verdad. Tenía que hacerle ver que, aunque la rubia hubiera creído haber superado a Amelia hacía tiempo, sólo fue un espejismo, un autoengaño para poder salir adelante.

– No es verdad, Luisita, el vacío que te dejó Amelia nunca lo llenaste, porque el vacío que se nos queda en nuestro interior cuando alguien se va es insustituible, pero eso está bien, porque no tiene que sustituir nada, tú eres la que debes tapar ese agujero, pero nunca sustituirlo con otra persona, y no pasa nada, al igual que el hueco que me dejó Nacho tampoco lo sustituirá la próxima persona que venga. Sé que tienes miedo, pero ese vacío de la marcha de Amelia siempre estuvo ahí, sólo que no lo tapaste bien y nunca se curará si no haces algo al respecto. Tienes que afrontarlo sea cual sea el resultado. Si Amelia se queda, estupendo, si se va, seguirás adelante tal y como ya lo hiciste una vez. Pero tienes que saltar ese abismo al que tanto temes, Luisita, porque ella es lo que llevas toda la vida deseando. Salta.

– Si es que tienes razón, si tengo muchas ganas de saltar, mucha, pero cuando llego al borde del precipicio... vuelvo a sentir ese dolor que sentía cuando se fue y me he dado cuenta de que tenías razón, mis sentimientos nunca se fueron, y han ido despertando poco a poco hasta el punto de no poder estar más a su lado sin quererlo todo junto a ella, porque no sé si somos amigas, socias, o yo qué sé, pero joder, sea lo que sea esto, yo quiero más.

Marina le cogió la mano sobre la mesa a su amiga y sonrió para trasmitirle seguridad al notar cómo temblaba.

– Luisita, salta.

– Me da miedo.

– Pues coge carrerilla y cierra los ojos, pero salta.

Luisita le sonrió y apretó su mano como agradecimiento, pero en realidad nunca podría estarle lo suficientemente agradecida por lo mucho que había hecho Marina por ella durante toda su vida.

En ese momento, apareció María para tomarle la comanda, porque estuvieron tan ensimismadas en su conversación que ni si quiera se dieron cuenta de que su mesa seguía vacía, aunque la mayor de las Gómez se unió a ellas durante un rato antes de que las dos hermanas empezaran el turno de la noche. Pero la noche pasó, entre copa y copa que ponía y la madrugada cayó sobre ellas hasta que echaron el cierre al local.

Cuando Luisita llegó a casa eran cerca de las tres de la mañana y la puerta de Amelia estaba casi cerrada. Casi, pero ya era mucho más consolador que la imagen de la noche anterior con la silla en la puerta. La rubia suspiró, le dio un abrazo de buenas noches a su hermana y se metió en su habitación. Sabía que Marina tenía razón, ahora tenía la oportunidad de conseguir aquello que llevaba deseando toda su vida, compartir sus días con la que había sido el gran amor de su vida, pero el miedo la invadía.

Había una canción que a Luisita siempre le había recordado a ella pero hacía años que no la escuchaba precisamente por eso, pero quizás era aquel impulso que realmente necesitaba para saltar. Se puso el pijama, se metió en la cama, se puso sus auriculares, cerró los ojos y suspiró mientras dejaba que aquella letra entrara dentro de ella.

Yo sólo busco
Que me tiemblen las piernas
Que seas de esas
Que nadie recomienda

Yo sólo busco
Que nadie lo entienda
Que nos rajen la espalda al pasar
Que nos siga la prensa

Encendernos con las manos
Fue más de la cuenta
Y yo que creía que estaba
Que estaba de vuelta...

Aviones a punto de salir
Pasiones de gitanos
Pequeña sonrisa de Amelie
Me tienes ganado

Canciones a punto de parir
Nacieron un verano
Pequeña sonrisa de Amelie
Me tienes cagado


Lo tenía claro. Tenía que saltar.


Pequeña sonrisa de Amelie
Me tienes calado....

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