Obstinado poder © (Markov I)

By justlivewithpau

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Un matrimonio, un plan que no podía dejarse a un lado, una intención macabra. Una mujer que ignora el ambien... More

Presentación
Obstinado poder
Sinopsis
Parte I
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Parte II
Capitulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Nota final

Capítulo 8

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By justlivewithpau

Jueves. Segundo día de trabajo.

Eleanor ingresó al edificio sosteniendo su cartera en su hombro, mientras el café con el nombre de "Markov Industries" le daban ganas de lanzarlo a la basura. Era el colmo que la cafetería que estaba frente a la fachada perteneciera a ese hombre también.

—Buenos días —saludó un hombre en traje subiendo al ascensor.

Eleanor se apartó permitiéndole espacio.

—Buenos días.

Pudo darse cuenta de la rápida mirada que él daba por su rostro, como si quisiera asegurarse no estar viendo a otra persona.

Claro, otro que conocía a su padre y no podría creerse que su hija se estaba metiendo en la boca del lobo.

—Trabajé con Lawson unos cuantos años, y no existió un solo día en que no hablara de usted —soltó de repente tomándola por sorpresa.

Aquella mujer bajó la cabeza sintiendo sus ojos aguarse. Le creía aun sin conocerlo porque el amor que su padre le dio fue la dicha más inmensa que pudo sentir en la vida. Y pese a estar todos los días trabajando jamás se perdió un solo momento importante de su crianza. Estuvo en cada uno de ellos mirándola, guiñándole un ojo con ternura.

Dios, lo extrañaba enormemente, y tan solo pasaron tres años.

—Gracias —susurró mirando sus botas de tacón alto como si fuesen de lo más entretenido.

—El señor Markov también lo conoció, creo que es por eso que usted está aquí ¿No? —giró su rostro hacia ella.

Unos ojos negros y su cabello rasurado, un traje azul que mostraba la anchura de sus hombros, y una escueta sonrisa que resultaba todo menos amistosa.

—Todo aquel que trabaje en este rubro conoció a mi padre. Y si cree que estoy aquí gracias a él, se equivoca —disertó segura de sus palabras.

Su acompañante asintió un poco cohibido.

—Lo lamento, no fue mi intención incomodarla.

—Para nada, a mí no me incomodan simples palabras cuando sé dónde estoy parada. Gracias y que tenga buena jornada —concluyó saliendo del ascensor en cuanto se detuvo en su piso.

Podía sentir la mirada de ese sujeto antes de que las puertas se cerrasen. Le daba igual, era otro bocazas que no perdía oportunidad de querer hacerla sentir una acomodada gracias a su apellido. Y aunque su madre le pedía que se defendiera, no pensaba darle explicación a gente que no conocía y que no le importaba lo que ella hiciera. La única que tenía que estar segura de su lugar, del trabajo que realizó con su pequeño emprendimiento, era ella. Los demás que pensaran que su padre le calentó una silla en ese rubro.

—Buenos días —saludó a su secretaria.

—Señorita Lawson, buenos días —respondió acomodando sus gafas.

—¿Tienes algo nuevo para mí? ¿Tal vez una clave de acceso? —frunció sus labios esperanzada de que la conversación de ayer con Emilio fuese suficiente para ingresar a la información que precisaba.

—Temo que no. Solo unos sobres y carpetas para revisar.

Eleanor rodó los ojos.

Otro día sin acceso.

—Gracias.

Su secretaria le extendió todo lo que tenía para revisar y se dirigió a su oficina lista para acomodar todo antes de irse para Irving.

No había venido con ropa cómoda, tan solo unos vaqueros azules y una camisa roja, y si a eso le sumaba sus tacones altos, si, no era nada de lo que él le pidió. Pero esa era la idea, no acatar todas sus órdenes como si ella no tuviera potestad ninguna en cualquier decisión. Y su ropa era su ropa.

Solo esperaba no tener que escalar una montaña porque terminaría dándole la razón.

—Joder —balbuceó al darse de lleno con toda su oficina ocupada con flores.

Soltó su cartera en el perchero a un lado de la puerta, tratando de entender cómo todos esos arreglos de jazmines llegaron hasta ahí. Cómo podía haber jarrones por todo el piso y hasta colgados en la pared. La fragancia era fuerte, capaz de endulzar a cualquiera que entrase.

Hasta en su escritorio había flores, y no cualquier ramo pequeño, eran gigantescos invitándola a que se acercara a olerlos.

Lo peor fue darse cuenta que esa era su flor favorita.

¿Cómo lo supo?

Que más daba, prefería no preguntar porque bien sabía que ese hombre tendría sus medios.

—Madre mía aquí apesta a florería —irrumpió Lorenzo. Enseguida soltó un jadeo de asombro al ver a su socia rodeada de flores —. Por favor dime que no ha sido Antonio porque no es capaz de enviarte ni un alfiler.

Eleanor sacudió su cabeza resignada a que su pareja apenas conocía qué tipo de flores soportaba y cuales detestaba. Empezando por las rosas.

—Es la nueva decoración que pedí.

—¿Decoración dices?

—Tengo apenas un cuadro en la pared y solicité que se adornara este lugar —señaló el cuadro que aún seguía frente a su escritorio —. Pero no pensé que iban a montar una florería —chasqueó su lengua tratando de disimular la corriente de adrenalina que pasaba por su cuerpo.

Jamás vio una cosa tan igual, jamás nadie le envió un ramo, y que fuesen más de cincuenta era una locura.

—Bueno, está claro que esto no ha podido ser tu novio.

—¡No puedo creerlo! —gritó Caroline ingresando a la oficina —. ¿Pero este qué detalle es?

Eleanor prefirió no hablar de la escena y reproches que montó ayer con Emilio, víctima de una rabieta y acumulación de cosas. Pero no se arrepentía de haberlo hecho tampoco, aunque no contara con que él redoblaría la apuesta.

—Es un detallazo —respondió Lorenzo de brazos cruzados.

—¿Ha sido Emilio?

No hizo falta hablar para que su amiga se diera cuenta.

—Hoy debo ir a Irving, no estaré por todo el día así que cualquier cosa quedan a cargo del trabajo —carraspeó queriendo cortar con esa conversación. Iba a salir perdiendo frente a sus dos socios si permanecían más minutos analizando aquel detalle.

—¿Quieres que vayamos contigo? —preguntó Caroline acariciando una de las tantas flores.

—Prefiero que se queden aquí, ya la próxima semana iremos los tres. De paso pueden escoger quien irá hoy a nuestro edificio.

—Yo lo haré, no te preocupes —acotó Lorenzo —. Pero...irás sola con ese hombre —añadió —. Ele, ¿No tienes un poco de miedo?

Miedo.

Sentía que su cuerpo se quebraría de tantos nervios por irse tan lejos, por tener que soportar su cara de autosuficiencia al haberse salido con la suya y cancelarle una cita con Antonio. Sobre todo, tener que mirarlo a los ojos luego de semejante decoración.

—Lo menos que yo tendría con ese tipo sería miedo, y menos luego de que te envió tantas flores —canturreó Caroline sosteniendo un ramo —. Este me lo llevo.

—Lo hizo por gusto, Carol, solo porque dije que mi oficina era desastrosa.

—¿Le has dicho eso? —curioseó su amigo.

—Si, y unas cuantas cosas que terminaron en la nada. Necesitamos el acceso a la información de los planes que tienen para Irving y no he podido dar con ello —suspiró —. ¿Crees que puedas tratar de conseguirlo hoy?

Lorenzo asintió enseguida.

—Haré lo que pueda.

—Pues yo sigo fascinada con estas flores —exclamó Carol —. Ele, ahí sentada en tu escritorio y rodeada de tantas flores pareces Blancanieves.

—Y nosotros los ciervos del bosque.

Aquella mujer soltó una risa ante el comentario de su amigo.

—Venga, a trabajar —ordenó señalando la puerta.

—Pesada.

—Te escuché, Carol —informó antes de que sus dos socios salieran de la oficina cuchicheando sobre lo que habían visto.

Eleanor se acercó a cerrar la puerta y soltar una bocanada de aire que venía reteniendo entre tanto suceso. Ahora ahí, en completo silencio y acaparando todo el panorama de flores blancas, se daba cuenta de la dimensión de la jugada de Emilio. Tal vez si montaba escenas más a menudo lograría que él la dejara trabajar desde su edificio.

Pero ¿Qué haría con tantos floreros ahí dentro? Posiblemente venderlos, o dárselos a todos sus empleados.

—María ¿Puedes ayudarme a llevar estos floreros y repartirlos? —inquirió hacia su secretaria que aguardaba en su escritorio frente a la oficina de Eleanor.

Sacudiendo su coleta, aquella mujer negó con su cabeza.

—Tengo órdenes de no sacar un solo ramo de su oficina.

—¿Perdón? —arqueó una ceja —. ¿Cómo voy a trabajar con todas esas flores en el piso y en cada lugar al que me mueva?

—Lo siento, pero no quiero meterme en problemas, se me ha pedido que no lo haga y debo obedecer las órdenes que vienen desde arriba —confesó con pesar.

Eleanor cerró la puerta sabiendo muy bien de quién venían.

Dios santo, pero es que ese hombre jugaba con su paciencia de una manera tan cruel. Era como si le dijera que si se quejaba por la decoración tendría que soportar lo que él pusiera ahí dentro.

Ya de verdad no entendía cómo no vio venir ese detalle.

No queriendo meter a su secretaria en problemas, decidió esperar un día más y luego sacar algunos arreglos que estorbaran su paso hacia el escritorio.

Todavía no tenía novedades de Antonio desde que canceló la cita ayer por la tarde. Sus mensajes no tuvieron respuesta ni tampoco las llamadas. Seguramente estuviese enfadado por haberlo cancelado al decirle que iría a Irving.

Revisó su teléfono en caso de que el enojo se le hubiese ya pasado pero la casilla de mensajes seguía vacía.

—Muy bien, haz de cuenta que no existo —farfulló bloqueando la pantalla.

El sonido de un nuevo mail en su computador cortó con el momento en que sus ojos quedaron anclados a todas esas flores.

Es que el piso dejó de ser marrón para ser blanco completamente.

Dejando a un lado esas flores, pero imposible de ignorar el aroma a primavera, se sentó en su silla dispuesta a leer el correo.

___________________________________

Emilio Markov.
CEO Markov Industries USA.
Houston, TX 77298.

"Eleanor,

Buenos días, me gustaría saber el motivo por el cual estoy hace veinte minutos esperando con el chofer y no te has dignado en aparecer."
___________________________________

Mierda.

Mierda.

Había olvidado por completo que salían a las ocho treinta.

Apagó el computador y salió entre saltos tratando de no tirar ningún florero. Cuando al fin llegó a la puerta, uno de ellos se calló tirando un poco de agua.

—Justo ahora —bramó colocando su cartera en su hombro —. María, ¿Puedes pedir que vengan a limpiar este desastre? Se ha caído un florero —pidió a su secretaria con rapidez, sin darle oportunidad a responder porque ya salía corriendo hacia el ascensor.

—¡Claro!

En cuanto el ascensor se dignó en apurarse y unas tres personas bajaron en su piso, Eleanor apretó el botón mientras repiqueteaba su tacón a la espera de bajar lo más pronto posible.

Podía imaginarse la cara de pocos amigos que él le daría. Apenas lo conocía, pero eso no impedía que adivinara que la mirada de recelo y reproche era su premio por hacerlo esperar.

Culpa de las flores, no suya.

—Segundo día de trabajo y llegas tarde —increpó en cuanto se adentró a la camioneta.

Emilio tecleaba en su teléfono sin siquiera mirarla cuando el chofer le abrió la puerta.

—Lo siento, no podía salir con ese muro de floreros —admitió con ironía no obteniendo ni siquiera un saludo cordial de su parte ni tampoco una sonrisa.

¿Para qué quería una sonrisa? Si ese hombre lo único que hacía con sus labios era fumar y dar órdenes.

—¿Conforme ahora con la decoración?

El auto se puso en marcha, y entre ambos sobraba un asiento.

—¿Tengo oportunidad de quejarme? —alzó su ceja.

—Ni un poco.

—Pues entonces sí, conforme —respondió sacando su teléfono de la cartera y colocando sus auriculares. Se había preparado para ignorar su dominante presencia por cuatro horas de viaje, lo menos que deseaba era adentrarse a un silencio incomodo, así que pasaría a la fase de ignorarlo directamente.

Pero el viaje no duró siquiera una hora. Fueron quince minutos hasta el aeropuerto.

La puerta se abrió y el chofer extendió su mano para ayudarla a bajar.

—Creí que iríamos en auto —se dirigió a Emilio que no mostraba otro interés más que prender el botón de su saco negro.

—Perdería muchas horas, prefiero ir en avión y llegar en apenas una —explicó con seriedad. La luz del sol daba de lleno con su perfil aclarando el rubio de su barba.

—No traje mi pasaporte.

No sabía en qué momento empezó a caminar detrás de su enorme espalda, pero aquel hombre tenía todas las intenciones de abordar ese avión cuanto antes. Eleanor miró el pasillo que los llevaba a la zona de despegue directamente.

¿Qué carajos?

¿Dónde estaba el check in?

Ahí no había nadie, más que varios hombres uniformados que no la miraban siquiera.

Escuchó que Emilio se dirigía a uno de ellos en ruso con agilidad. Para él posiblemente sería una ventaja que ella no entendiera ni una palabra de ese idioma, por eso no se preocupaba en hablarlo delante.

—¿Has traído ropa cómoda? —Se dio la media vuelta en cuanto llegaron a la pista.

Un jet privado tenía las escaleras ya colocadas y dos hombres en cada lado asegurando el perímetro, tal vez.

Eleanor no entendía nada ya de lo que veía. Era como si cada vez que volteara encontraría a tres tipos cubriéndola.

—Únicamente traje esto —miró su atuendo.

Emilio apretó sus labios reprochando su vestimenta. Esa mujer no se lo estaba haciendo fácil.

—Roxan te dará algo más cómodo para entrar a la planta. Sube —extendió su mano para que fuese primera. La mirada dudosa de esa mujer se clavó en aquellos firmes dedos, temiendo de tocar su piel, algo que no había hecho jamás.

Seguía tuteándola, y aunque ella no, nada le impediría a ese hombre hacer lo que se le plazca.

—Gracias —murmuró soltándolo apenas subió los primeros escalones. Sus manos eran tibias, grandes y fuertes.

Lo escuchó subir detrás suyo, y aceleró sus pasos hasta escoger el primer lugar disponible contra la ventanilla. Había dos asientos más frente a ella y nada de lo que decoraba el avión era poca cosa.

Rodó los ojos al leer "Markov Industries" tallado en letras doradas sobre cada lateral del avión. Claro que sería suyo, ni cerca estaba ese hombre de rentar uno cuando podía comprarse cinco de ellos.

Lujos, todo era lujos que pertenecían al hombre más indescifrable que había conocido jamás.

Ahí sola, esperó el despegue con naturalidad. No le daban miedo las alturas, pero la velocidad que tomaba en la pista siempre la inquietaba.

—Señorita.

Una azafata se acercó ofreciéndole un trago de Martini.

O era casualidad o ese hombre sabía hasta qué hora se acostaba. Había embocado con el tipo de flores y ahora con su trago favorito. Debía ser la primera opción.

—Gracias —sonrió con educación dando el primer sorbo. Al menos era suficiente para tragar el nudo de preocupación en su pecho.

¿Dónde estaría Antonio? Jamás desaparecía por tanto tiempo, y aunque cuando peleaban podían estar días sin verse, él siempre dejaba llamadas y mensajes en su teléfono. Era muy extraño, sobre todo porque el motivo de su posible enfado no era nada importante. Tenía que viajar si o si, y la cita podían dejarla para mañana. No estaba rompiendo con ninguna regla de su relación ni creando más problemas.

Trabajo era trabajo, se repitió Eleanor dejando su teléfono en su falda.

Al cabo de unos minutos Emilio apareció ante ella con una laptop en su mano. Ignorando su presencia con una naturalidad despampánate se puso a teclear como si estuviese en su propia oficina.

Eleanor no pudo evitar mirarlo, desde la manera en la que su dedo recorría su barba hasta detenerse en su mejilla y leer con atención. Las leves arrugas de su frente, los mechones de su cabello peinados hacia atrás.

—Tienes la ropa para cambiarte en el vestidor —indicó con voz ronca, sin levantar su vista de lo que estaba haciendo.

—Prefiero ir así —retrucó manteniéndose firme con su postura de salir victoriosa de al menos una sola decisión que hiciera. 

—Como gustes —alzó sus hombros, indiferente.

Tampoco es que ella tuviera muchas ganas de hablar con él, ni la confianza para creerse capaz de crear un vínculo fuera del profesional. Así que colocó sus auriculares y cerró sus ojos sintiendo el leve movimiento del avión.

🖤🖤🖤

Si el clima también fuese comprado por ese sujeto, no le resultaría nada extraño. Sus vaqueros molestaban cada vez que subía las escaleras de la planta abandonada. Ni hablar del dolor en sus pies por tener que caminar de tacón.

Pero el orgullo de no mostrar dolor era más fuerte, incluso cuando él lanzaba miradas a cada paso que daba.

Gran parte del equipo de Emilio estaba ahí presente. Y era mucho decir que había dos mujeres a la par que ella, el resto era un centenar de viejos y hombres a partir de los treinta con billeteras cargadas de dinero.

—Se deben reparar algunas cosas, tratar de reconstruir algunas secciones en peligro de derrumbe.

—¿Peligro de derrumbe? —interrumpió Eleanor al guía ganándose la atención de las veinte personas en esa ronda —. ¿Cómo es posible que se diga tal cosa y estemos aquí dentro sin ningún medio de seguridad? —demandó.

Es que a simple vista el lugar era lujoso, pese a que algunas divisiones estuviesen demacradas. Y no solo eso, sino que los  que tenía sobre su cabeza ahora amagaban a derrumbarse.

—Solo son algunas secciones y todavía no hemos llegados a ellas, señorita —explicó el muchacho con un casco amarillo en su cabeza.

Apretando la botella de agua en su mano, Eleanor lo miró con desaprobación. Tal vez el cansancio, su ropa para nada cómoda y tener que acabar admitiendo que Emilio tenía razón, fueron el motor para soltar lo primero que vino a su mente.

—Entonces te sacas el casco porque si ninguno de nosotros tenemos uno, tú tampoco. Aquí no hay peligro has dicho, así que —chasqueó su lengua.

En todo ese momento Emilio no reparó en que ese sujeto vestía únicamente con casco y ellos no, y viendo que Eleanor llevaba la razón, le hizo una seña para que se lo sacara. Esa mujer debía aprender a comportarse y manejar su carácter porque tantas personas admirándola echar humo por las orejas no sería bueno.

Algo le decía que a ella no le importaba lo que opinaran los demás, pero a él sí, y no iba a dejar que lanzaran comentarios sobre como perdió la compostura víctima del calor y la ropa que escogió.

Iban una hora de recorrido, y Emilio decidió tomarse una pausa.

—Cortaremos aquí. Gracias —demandó con vehemencia provocando que todos salieran del edificio.

Afuera había un gazebo con comida y bebida fresca. Eso sí, acompañado de tantos hombres uniformados como fuera posible.

Eleanor salió del edificio dispuesta a refrescarse un poco, no le agradaba desconocerse a sí misma cuando tenía hambre y mucho menos cuando su ropa no la ayudaba para nada.

—Gracias —dijo hacia una mujer que le extendió un vaso con agua. Cuando estaba a punto de terminárselo se percató que Emilio ingresaba al gazebo para ponerse a hablar con uno de los uniformados. La seriedad en sus gestos indicaba que estaba dando órdenes estrictas.

Cuando él atrapó sus ojos verdes, Eleanor miró hacia otro lado. Estaba a nada de ser regañada, ya sea por la ropa o por cómo se dirigió al guía.

—Roxan te dará la ropa que te pedí vinieras hoy —soltó sirviéndose un poco de agua también. No la miraba, nadie se daría cuenta que estaban hablando porque él tenía la facilidad de ignorar la presencia de quien quisiera.

Esa castaña apoyada contra la mesa y su pelo hecho un rodete en su cabeza, asintió.

—¿Roxan es ella? —murmuró moviendo su tacón en el suelo señalando la señora que le sirvió agua.

Emilio asintió.

Todavía quedaba todo el día por delante y sus pies dolían horribles. Comenzaba a arrepentirse de su rebeldía.

—Siéntate —espetó él meciendo su cabeza para luego beberse todo el vaso.

Eleanor no lo pensó dos veces y se acercó a uno de los largos bancos frente a la mesa soltando un suspiro aliviado. Así era mucho mejor.

Pero no contó con que ese hombre se dejaría caer a su lado y sujetaría sus pies, dispuesto a quitarle su calzado. No sin antes desprender su saco con elegancia y buen porte, tirándolo hacia atrás.

—¿Qué hace?

—Lo que tendría que haber hecho cuando no obedeciste mis ordenes —disertó abriendo sus ojos en advertencia.

Azules. Tan azules.

—Puedo hacerlo sola —reprendió tratando de sacarlos de encima de esas piernas, pero no pudo ni moverlos porque Emilio afianzó su agarre y empezó a desprender el broche de su tacón sacándolo con delicadeza de su pie.

Su pulso acelerado, el calor de ese gazebo y el roce de aquellos dedos y anillos iban a imposibilitarla de caminar. Ese hombre era control en su estado más puro, y hostil donde sea que vaya, y aunque ella quisiera decirle que no, no tenía ánimos de seguir con esos zapatos.

El segundo tacón también fue quitado y esa mujer cerró sus ojos suspirando por tanta libertad. No contó con que Emilio comenzara a masajearlos de un momento a otro, admirando la manera en la que aquellos ojos verdes se oscurecían por la sensación de un roce.

Ahí estaba, eso era lo que sabía iba a ocurrir, lo que ella escondía.

Trazaba sus dedos en círculos, dando suaves apretones, como si aquello era algo a lo que estaban acostumbrados. Eleanor creyó que la escena debía ser bochornosa, y cualquiera que entrase ahí saldría hablando de lo que ambos estaban haciendo, más aún cuando él comenzó a masajear con mayor confianza.

Basta.

No y no.

—Creo...creo que es suficiente, señor Markov —exclamó tratando de recuperar el aliento ante la sensación de calor que sus manos emanaban sobre sus pies. Eran fuertes, muy masculinas y daban miedo de solo ver sus tatuajes y anillos, pero la delicadeza con la que la tocaba era...descomunal, capaz de noquearla.

Eso no estaba bien, no era ético, ni tampoco profesional.

En un rápido gesto que hizo Emilio con su mano, uno de los guardias se acercó hacia ellos. Por instinto Eleanor bajó la cabeza, nerviosa de que la vieran de tal forma.

¿Por qué no la soltaba? ¿Por qué sus pies parecían tan complacidos y aliviados bajo su tacto?

Moy ser Mi señor. Saludó con sus manos cruzadas en su espalda. Eleanor le echó un vistazo; era bastante joven, fuerte y miraba a Emilio con respeto esperando que él le dijera el motivo de su llamada.

Claramente era también otro ruso. Eleanor se dio cuenta ante el acento marcado y el cambio brusco de idioma.

—Lleva a la señorita Lawson con Roxan para cambiarse —indicó tan imperioso.

Con sus pies aun sobre el regazo de Emilio, esa mujer sintió sus mejillas arder por el análisis que hacía el guardia sobre ella. Sus tacones volvieron a sus pies gracias a él, e incorporándose, Eleanor siguió al guardia tras una indicación severa de su jefe. Tuvieron un intercambio de palabras en ruso que duró menos de lo que le llevaría a ella comprenderlas.

No iba a negar que se sentía más serena. Algo que no debió ocurrir pero que su cuerpo tan débil le fue imposible de no dejarse dominar tan solos unos minutos, y bien sabía que cuando él daba esa mirada cargada de tiranía, sería él quien ganaría la riña. 

Con unas calzas negras, unas zapatillas deportivas que mágicamente eran de su talla, y una camiseta blanca, Eleanor salió del tráiler que usó como cambiador sintiéndose más cómoda.

—Están esperándola para continuar el recorrido —mencionó carente de emoción el mismo guardia fuera del tráiler.

Eleanor asintió y lo siguió hasta el edificio en donde recibió un casco amarillo luego de su protesta. Su rostro quemaba, sentía la firme mirada de Emilio sobre ella, posiblemente en su nueva vestimenta, y no queriendo sentirse tan desnuda ante sus ojos o enfrentarlo luego del momento compartido, se metió entre la gente para hacer el recorrido.

Ese era el motivo de su visita a Irving, no unos masajes claramente.

La visita llevó todo el día, entre paseos por el inmenso edificio hasta en la fábrica donde la inversión sería gigantesca. Eleanor platicó con el guía sobre los motivos de la pérdida, también si los trabajadores seguían interesados en volver a bajo el sello de Markov Industries.

No tenían mucho tiempo para colgar avisos y buscar personal, recopilar testimonios que fundamentaran el marketing. Si las personas que le dedicaron años a esa empresa aún seguían sin trabajo y estaban interesadas, sería un avance que les ahorraría meses de reclutar cientos de trabajadores. Tarea que le competía a recursos humanos, pero ella buscaría todas las opciones.

—Puedo hacerle llegar el informe con la lista del antiguo personal —sugirió el guía al llegar a la última sección.

—¿Cree que tendremos suerte con la mayoría de ellos? —curioseó esperanzada de obtener un avance que no requiera el acceso.

—Seguramente. Muchos son de esta zona y han quedado desempleados.

—Perfecto —sonrió —. Le daré mi contacto para que envíe todos los datos —indicó buscando su teléfono en el bolsillo. Se dio cuenta que no lo llevaba consigo, ni tampoco bolsillos en esa nueva muda de ropa —. ¿Tiene en donde anotar mi número? No he traído mis cosas hasta aquí.

El joven asintió.

Cuando Eleanor pensaba en dictarle, una tarjeta apareció frente a ellos sostenida por Emilio.

—Tiene su correo electrónico, creo que es más que suficiente para recibir cualquier informe que le esté solicitando —dictaminó incitando a que el guía aceptara la tarjeta. La mueca de temor era notoria, razón por la cual la castaña sostuvo la tarjeta percatándose de que ahí estaba su propio nombre y dirección de mail en la empresa de Emilio.

—¿Quién está haciendo estas tarjetas y por qué no se me informó que tendría mis datos? —inquirió hacia quien era ahora su socio.

—Le enviaré lo que me pidió, señorita —mencionó el guía antes de irse y seguir con los demás.

Al quedar únicamente ambos, Emilio acomodó las mangas de su saco sin interés en esa platica.

—Todo el personal tiene tarjetas, es la forma en la que dan sus datos.

—Podía darle mi teléfono ¿Cuáles el problema?

—Que es mi empresa y se hace lo que yo diga. Si tienes que usar tarjetas, las usas. No puedes darle tu número a cualquier extraño. Creo que eres bastante grandecita para saberlo —acusó prosiguiendo a encenderse un cigarro.

Enseguida el olor embriago a Eleanor. Dios, era asquerosamente exquisito.

—Solo lo hice porque no tengo mi teléfono conmigo y es ahí donde tengo anotados mis datos nuevos de su empresa —se explicó aprovechando que estaba con sus gafas de sol para observarlo sin intimidarse. Se dirigía a ella casi que, rezongándola, Eleanor no podía creer tanto atrevimiento.

—Es por eso que se usan tarjetas.

—¿Por qué usted tiene las mías?

Emilio la contempló unos segundos mientras le daba otra calada profunda a su cigarro.

—Precaución.

—Control diría yo.

—Precaución —reiteró firme —. Mira si no tenía una tarjeta con tus datos y terminaras dando tu número. No quiero ser el causante de que tu novio haga una escena de celos en mi edificio —disertó alzando sus labios en una corta sonrisa.

Oh, ya se había demorado con Antonio.

—No es algo que deba importarle. No voy a seguir tolerando que traiga mi relación a todas las conversaciones que mantenga con usted —advirtió emprendiendo su camino hacia el auto. Ya el sol empezaba a ocultarse y el recorrido había culminado.

—¿Ya tienes planeada la cita para mañana? Digo, como has tenido que cancelarla —prosiguió con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón. Sin interesarle el relamo de esa mujer.

—La cancelé porque usted me lo pidió —refutó metiéndose en el vehículo.

El olor a cuero nuevo casi la ahoga.

Mmm —chistó Emilio cerrando la puerta. El chofer se puso en marcha sin mediar palabra —. La has cancelado porque tienes un trabajo que cumplir. No se te debe olvidar que has firmado un contrato de cinco años donde te comprometes a trabajar —aclaró abriendo sus piernas más de la cuenta, en una postura relajada. Su mano que portaba un reloj enorme la dejó sobre su muslo, mientras la otra era apoyada en la ventanilla.

No corría aire ahí dentro, ni siquiera un poco.

¿Por qué no podían bajar las ventanillas? Ni siquiera ella pudo hacerlo cuando lo intentó. Estaban bloqueadas.

—¿Acaso no tengo derecho a faltar? —recriminó arrugando su frente.

Sobre sus pies estaba su cartera y una bolsa que Roxan le dio con su ropa.

—Por enfermedad, si —explicó escéptico —. Por razones de fuerza mayor, también —habló pausado —. Pero por una cita con tu novio, jamás —demandó tensando su mandíbula.

—Veo que lo que usted tiene con Antonio es personal, y por eso se desquita conmigo hablándome de él —se atrevió a decir sintiéndose ahogada ante tanta masculinidad.

Si el aire ahí no corría, menos lo hizo cuando él giró para observarla contundente, con sus dientes apretados y moviendo sus dedos hasta cerrarlos en un puño. Eleanor se dio cuenta de su propio error al verlo sacar la cajilla de cigarros y llevarse uno a la boca. Los movimientos eran siempre los mismos; pasaba el filtro entre sus labios una sola vez hasta acomodarlo, luego guardaba la cajilla, y sacaba el encendedor plateado para encenderlo. Su cabeza se mecía hacia un lado para dar la primera calada con profundidad.

¿Cómo sabía todo eso? Ni ella lo entendía.

—Para que algo sea personal tiene que darse lugar al contacto físico, sea un golpe o una caricia —parloteó haciéndola removerse en su lugar —. Y con Antonio no he tenido ni una ni la otra, pero contigo...—chasqueó su lengua sacudiendo su cabeza —. Me aviento a decir que ya es personal.

—Nada aquí es por fuera de lo profesional —contrario ella enseguida, no agradándole esa confianza que él ponía entre ambos.

—Que quieras faltar a la primera visita a Irving por una cita, es por fuera de lo profesional.

—Sabe bien a lo que me refiero.

—Palabras, Eleanor, palabras a las que quieres que te dé la razón, pero no lo haré, porque ni lo mío es personal con tu novio, ni lo tuyo es únicamente profesional conmigo —concluyó ahora si la conversación.

La dejó ahí, mordiéndose la lengua por querer gritarle ciento de cosas en su estúpida y perfecta cara. No entendía como él podía estar tan sereno cuando ella iba a subirse al techo para gritar de rabia prácticamente. No tenía paciencia, jamás la tuvo, y ese sujeto amagaba a enloquecerla.

Concentrado en su teléfono, Emilio siguió el viaje hasta el aeropuerto sin otro intercambio de palabras. Únicamente cuando ella intentó llamar a su pareja, él puso su atención en ella.

Nada, no había rastro de Antonio.

No había nada de lo que pudiera quejarse porque ella había permitido el contacto físico con ese sujeto. Y lo peor era que lo había disfrutado, que sus pies morían por otro masaje, encendiendo un interruptor detrás de su cabeza.

El próximo viaje vendría con Lorenzo y Caroline, por su propio bien y para aprender a solventar esos cinco años sin cruzar la línea de lo que era trabajo otra vez. Iban dos días, y llevaba más acción que en meses.

Todo porque ella así lo permitió, y eso la enojaba aún más.










Ufff, esto está cada vez más potente y cuando menos se lo esperen cae el Bombazo ❤️‍🔥❤️‍🔥🥵🙈🖤🖤🖤.

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