Amanecer Contigo, Camren G'P

By issaBC

68.8K 4.8K 488

Barcelona, 1916. En su lecho de muerte, Michael, la oveja negra y único heredero de la acaudalada familia Jau... More

CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10
CAPITULO 11
CAPITULO 12
CAPITULO 13
CAPITULO 14
CAPITULO 16
CAPITULO 17
CAPITULO 18
CAPITULO 19
CAPITULO 20
CAPITULO 21
CAPITULO 22
CAPITULO 23
CAPITULO 24
CAPITULO 25
CAPITULO 26
CAPITULO 27
CAPITULO 28
CAPITULO 29
CAPITULO 30
CAPÍTULO 31
CAPITULO 32
CAPITULO 33
CAPITULO 34
Epílogo

CAPITULO 15

1.8K 139 28
By issaBC

Tú eres un buen muchacho, no me engaño.

ROBERT LOUIS STEVENSON,
La isla del tesoro

    19 de abril de 1916

    Lauren se estiró ahogando un bostezo y sintió crujir cada una de sus vértebras.

Sonrió, así era como se llamaban los huesos que tenía en mitad de la espalda, lo había aprendido hacía un par de días. Esos, y muchos otros huesos más. Y apenas se acordaba de la mitad. Abandonó la cama para dirigirse al armario y sacar del hueco en el que escondía el timón un atado de papeles que había ido sisando del estudio cuando Isembard no se daba cuenta. Buscó los dibujos que había hecho a escondidas del esqueleto que Isem le había mostrado en clase y, resiguiendo las palabras con las yemas de los dedos, silabeó cada hueso apuntado. No quería olvidarlos. Cuando lo hubo hecho regresó a la cama y se sentó en la posición que había mantenido toda la noche, la espalda apoyada en el cabecero y las piernas dobladas con el libro de Alejandro Magno sobre ellas. Abrió por enésima vez el voluminoso tomo y continuó con la lectura que le había mantenido despierta. Menos mal que su abuelo era un ricachón, no quería ni pensar en lo que debía costarle tener encendida la luz de la lamparita toda la noche.

    Había estado en el cuarto con Camila hasta bien entrada la noche, escuchando cada una de sus reclamaciones y asintiendo ante la mayoría de ellas, y luego la había hecho sonreír fingiendo ser una pirata y escenificando entre susurros las descabelladas historias que se le habían ocurrido hasta que ella, entre carcajadas silenciosas le había dicho que tenía alma de pirata. Y ella, sin saber bien el motivo, se había cernido sobre ella cual corsaria y le había susurrado al oído: «Y a ti te gustan los piratas». Camila se había sonrojado violentamente y ella se había sentido más poderosa que un rey en su trono. Y acto seguido ella la había despedido, indicándole que era tarde y que ambas necesitaban dormir. ¡Maldita fuera su bocaza! ¿Por qué no sabría estar calladita? No había querido irse, le gustaba estar con ella, disfrutar de su amistad y sus sonrisas, de su aroma a inocencia y sus miradas taimadas, pero no le había quedado otro remedio, por tanto, se había marchado.

    A regañadientes.

    Había regresado a su dormitorio e, incapaz de dormir, había abierto el libro de Alejandrito y buscado información sobre el nudo de marras.

    —¡No puede ser que un tipo que vivió hace más de dos mil años sea más listo que yo! —había exclamado antes de empezar a leer con atención el índice.

    Y así había pasado la noche hasta que la tímida luz del amanecer le había avisado de que el plazo llegaba a su fin. Miró el reloj que Enoc le había dejado y que nunca le había reclamado y comprobó que apenas le quedaba una hora para bajar a desayunar.

Sacudió la cabeza y retomó la lectura aunque las letras se juntaban unas con otras, obligándole a parar continuamente para pronunciar las palabras en voz alta y confundiéndole cuando no entendía su significado, pero aun así abriendo un nuevo mundo ante sus ojos. ¡Qué maravilloso sería tener un mapa e ir siguiendo las aventuras de Alejandro a través del tiempo y del espacio!, sobre todo cuando el libro dejaba atrás la política y se sumergía en las batallas y las leyendas.

    Se levantó de la cama tiempo después, tomó su ropa y se dirigió al baño, donde tras asearse, se vistió. Ya con la cabeza un poco más despejada bajó al comedor, deseosa de enfrentarse con Isembard y su reto.

    Camila observó preocupada a Lauren cuando esta entró en el comedor. Por las ojeras que lucía podía intuir que no había pegado ojo en toda la noche, y no por culpa de las pesadillas, pues no le había escuchado gemir ni gritar. Más bien se temía que el culpable de su lamentable apariencia era el libro que sujetaba con fuerza bajo el brazo.

    — ¿Has pasado una mala noche, grumete? —Biel la miró preocupado—. Parece como si te hubieran pasado por la quilla.

    —No he dormido mucho —masculló Lauren dándole el libro a Isembard para luego servirse varias tostadas. ¡Estaba hambrienta! ¿Quién hubiera pensado que leer diera hambre?

    Isembard la miró asombrado, ¿en qué estaba pensando para llevar el libro al comedor? ¿Acaso no se daba cuenta de que levantaría sospechas?

Luego se percató del cansancio que reflejaba su rostro y la avidez con la que comía y concluyó que no era consciente de lo extraño que era para todos verla con un libro durante el desayuno. Estrechó los ojos taimado, quizá pudiera aprovechar la coyuntura en su propio provecho. Lauren enfadada era mucho más astuta y perspicaz que cuando estaba calmada. Y en ese momento estaba enfadada y cansada.

    —Espero que te haya servido de ayuda —comentó dejando el libro a un lado.

    —Tanto como una soga al cuello.

    —No será para tanto —comentó Enoc divertido tomando el tratado, por lo visto el maestro se había puesto manos a la obra y le había dado algún libro ligero a la chica para que empezara a leer.

Abrió los ojos como platos al ver la primera página—. Vaya. Sí que es para tanto —musitó dirigiendo una airada mirada al profesorucho a la vez que le pasaba indignado el tomo al capitán.

    —¡¿Cómo se le ocurre?! —le increpó furioso este a Isembard al percatarse del tipo de lectura que era.

    Lauren bajó la mirada, consciente al fin de su metedura de pata. Ahora el viejo haría algún comentario burlón sobre su incapacidad y todos se reirían, excepto Camila, que le miraría compasiva. Y ella no tendría otro remedio que defenderse, y el magnífico desayuno acabaría en una batalla campal. ¿Por qué demonios no había esperado a llegar al estudio para darle el libro a Isembard? Porque era una impaciente. Por eso. Chasqueó la lengua enfadada.

    —¡Ni siquiera yo soy capaz de leer este... este galimatías sin sentido! —escupió Biel ofendido. Si quería que la muchacha aprendiera a leer, tendría que empezar por algo más sencillo—. ¡Le había tomado por un maestro, no por un inconsciente! —tronó enfadado. Lauren levantó la mirada atónita. ¿El viejo le estaba defendiendo?

    —Le impuse una tarea a Lauren, y la solución está en ese libro —indicó Isembard con tranquilidad, mirando a Camila, seguro de que ella y Lauren habían hecho trampas, como esperaba. Esta le devolvió la mirada, preocupada, mientras su madre colocaba una mano sobre la del capitán intentando calmarle.

    —Pues entonces no cabe duda de que la tarea no era apropiada, al igual que el maestro —gruñó Biel tirando el libro con desprecio—. A partir de este momento le dará a mi nieta libros adecuados a sus conocimientos —sentenció.

    Lauren abrió los ojos como platos. ¿Adecuados a sus conocimientos?

    —¿Como por ejemplo libros para niños de teta con animalitos dibujados? —siseó furiosa mirando a su abuelo. ¿Qué se había pensado el viejo, que era una lloróna que no sabía leer unas cuantas letras juntas? ¡Pues había leído casi medio libro durante la noche!—. ¡Este libro es totalmente adecuado para mí!

    Biel observó asombrado a su nieta. ¿Y ahora por qué demonios se había enfadado?

    Isembard sonrió. El caldo de cultivo para que su alumna explotara estaba preparado, ahora solo era necesario un ligero empujoncito.

    —Si tan adecuado es para ti, imagino que habrás dado con la solución al enigma.

    Lauren miró a su profesor, gruñó furiosa y acto seguido abandonó el comedor.

    —¿Puede saberse qué mosca les ha picado a usted y a mi nieta señor del Closs? —inquirió Biel con irritada serenidad.

    En lugar de contestar, Isembard miró interrogante a Camila, había supuesto que esta le habría ayudado a desvelar el misterio durante su lectura en la biblioteca, pero empezaba a temerse que no había sido así.

    —Camila... —murmuró—, ¿le has dicho cómo deshacerlo?

    —No —musitó esta—. Era su tarea... No quise entrometerme.

    Isembard sacudió la cabeza, enfadado consigo mismo por haber previsto de forma equivoca la ayuda que Camila le prestaría.

No había contado con la íntegra honradez de esta.

    —¿Alguien puede explicarme qué está pasando? —clamó Biel cada vez más enfadado.

    —Me tiré un farol, imaginando que Lauren conseguiría ayuda... y no ha sido así.

    —Le aconsejo que deje los faroles para el póquer, señor del Closs —bufó furioso Biel en el mismo momento en que Lauren entró de nuevo en el comedor.

    Llevaba entre sus manos un leño con una cuerda de cáñamo atada en un intrincado nudo. Lo dejó de un golpe sobre la mesa, giró sobre sus pies y se dirigió presurosa a la cocina.

    —¡No debe jugar con cuchillos, señorita Lauren! —oyeron gritar a la señora Muriel un instante después—. ¡Devuélvamelo ahora mismo, es peligroso!

    Pero por lo visto Lauren no se lo devolvió, pues entró en el comedor con un enorme y afilado cuchillo en la mano y, sin dudar un instante, lo estrelló contra la cuerda.

    —¡Ya está deshecho! —proclamó orgullosa tras soltar el cuchillo, dejando pasmados a los presentes, excepto a Camila e Isembard que conocían la tarea propuesta y su solución.

    —¿Qué demonios? —masculló Biel mirando alternativamente el tronco, la cuerda y a su nieta. El cuchillo ya se había ocupado Enoc de alejarlo de la mesa en el mismo momento en que Lauren lo había soltado.

    Isembard interrumpió al capitán al comenzar a aplaudir complacido. No había esperado que Lauren diera con la solución leyendo el libro, de hecho solo pretendía demostrarle lo importante que era leer.

Y qué mejor forma de lograrlo que obligarle a preguntar a Camila por la solución, poniendo en evidencia que si leyera, no tendría necesidad de ello... pero las cosas no habían salido como pensaba. Habían salido mucho mejor.

    —Bien hecho, Lauren —le felicitó—. Así es exactamente como Alejandro deshizo el nudo... bueno, él lo cortó con una espada, pero también vale un cuchillo. ¿Cómo lo descubriste? —inquirió intrigado.

    Lauren sonrió orgullosa y tomando el libro se sentó a la mesa y lo abrió por el final, mostrándoles a Lauren e Isembard el índice que allí había.

    —Al principio por poco me vuelvo loca mirando cada página —confesó en voz tan baja que solo sus amigos pudieron oírle—, pero luego se me ocurrió que si lo del nudo había ocurrido durante la conquista de Frigia, y esta era importante, estaría narrada en algún capitulo, así que me fui al índice y comencé a buscar —explicó orgullosa de su treta.

    Biel se inclinó hacia delante, intentando escuchar lo que cuchicheaban los muchachos, y al no conseguirlo, abrió la boca para regañarles por hablar entre susurros. ¡Él también quería enterarse de cómo lo había averiguado Lauren! Tal vez había encontrado algún dibujo que lo explicara. Fuera lo que fuera, pensaba descubrirlo. Pero no llegó a decir nada, se detuvo al sentir el fuerte apretón que su esposa le dio en el brazo. Miró a esta y se encontró con su mirada señalando a Camila, quien se había llevado un dedo a los labios pidiéndole silencio.

    —Déjala estar —le susurró Sinuhe al oído—. Mucho me temo que tu nieta es tan orgullosa y terca como tú. Si le regañas por susurrar, se cerrará en banda. Y no queremos eso, ¿verdad?

    Biel asintió pensativo, observando la muchacha que el destino había puesto en su camino. Había pensado que era una estúpida analfabeta y se estaba dando cuenta de que no había podido cometer mayor error. Su nieta no era tonta, al contrario, tenía una inteligencia lúcida y una mente ágil. ¡Y era una maldita caja de sorpresas! Se reclinó sobre el respaldo de la silla con la mirada fija en quien se estaba convirtiendo en su esperanza y su orgullo. Lauren se había inclinado sobre la mesa y hablaba enfurruñada, y de nuevo en voz audible, con su profesor mientras este se mantenía en relajada postura con una ladina sonrisa en sus labios.

    —¡No puedo creer que me pusieras esta tarea! He pasado toda la noche en vela solo para averiguar que había cortado el nudo. ¡Qué estupidez!, eso podría haberlo hecho cualquiera, no solo Alejandrito —masculló enfadada.

    —No te lo niego, pero solo se le ocurrió a Alejandro —replicó Isembard divertido—. Si lo piensas bien no es ninguna estupidez, al contrario; al cortarlo demostró que nada se iba a interponer en su camino, que tenía decisión, valor e iniciativa, algo muy importante para un gran hombre... y ya sabes hasta dónde llegó.

    —Sí, conquistó medio mundo y fundó un montón de ciudades. Y a casi todas las llamó Alejandría... Era un poco egocéntrico, ¿no? Si yo conquistara medio mundo le pondría un nombre distinto a cada una de mis ciudades, claro que también es cierto que Laurindria suena fatal, mejor Annalia o tal vez Camilia —musitó Lauren recogiendo con la yema del dedo la mermelada que había untado en su tostada y dibujando con esta el contorno de un mapa en un plato vacío a la vez que señalaba con un punto algunas de las ciudades que había en el único mapa que tenía el libro—. Incluso le puso a una el nombre de su caballo, Alejandría Bucéfala. Estaba un poco loco. Quemó una ciudad.

    —Persépolis —indicó Isembard.

    —Sí, esa. ¿Para qué quemar algo que ya es tuyo? Era un poco tonto —comentó mientras seguía disertando sobre lo que había leído esa noche.

    Isembard no pudo evitar sonreír. Su alumna se había sumergido en la historia, como hacía cada vez que algo le fascinaba, olvidándose de todo lo que le rodeaba. Su desordenada disertación, llena de lagunas temporales y carencias históricas, demostraba que había leído a saltos y que había confundido muchos términos. Pero ya se ocuparía él de orientarle en el camino correcto. Por ahora lo único que le importaba era que, como siempre, había absorbido los conocimientos puestos a su alcance con enfática curiosidad. Dirigió la mirada al anciano que le observaba asombrado desde la cabecera de la mesa y enarcó una ceja, desafiándole a volver a dudar de la inteligencia de su nieta.

    Biel asintió complacido y continuó en silencio, dejando a la muchacha divagar todo lo que quisiera. Giró la cabeza y observó a su pupila asentir atenta y orgullosa al monólogo de Lauren. No cabía duda de que su pequeña y dulce niña se había convertido en una conspiradora que conocía a su nieta mejor que él mismo. Y eso le complació. Y mucho.

    —Debemos retirarnos si queremos llegar a la conferencia —interrumpió Biel la charla poco después, sacando a Lauren de su estado de fascinada semiinconsciencia—. Nos llevaremos el landaulet —indicó—, Enoc tiene las llaves del Alfonso XIII, por si queréis echar un vistazo al motor... aunque os veo muy entretenidos con la historia antigua —comentó jocoso palmeando la espalda de su nieta—. Pórtate bien, grumete.

    Lauren observó a su abuelo y a las mujeres abandonar el comedor y luego miró enfurruñada a Isembard. Le había enredado de tal manera que se había olvidado de que no estaba en el estudio sino en el comedor rodeado de gente, ¡hablando de libros, conquistadores y países antiguos! Casi había puesto su secreto al descubierto, esperaba que el viejo pensara que había aprendido escuchando a Isembard, y no leyendo.

    —¿Te apetece echarle un ojo al motor del Alfonso XIII ? —le preguntó Enoc.

    —Por supuesto —asintió vehemente.

    —Pero cuidado con arañarlo o el capitán te castrará —le advirtió divertido por su rápido asentimiento.

    23 de abril de 1916

    — La-gu-nos...

    —Algunos —corrigió Isembard, ganándose un sonoro gruñido por parte de su alumna.

    —Algunos pue... —Lauren se mordió el labio pensativa y también bastante enfurruñada. Estaba hasta las mismas narices de que le corrigiera.

    Isembard comprobó el reloj de la pared y mantuvo su postura relajada, prediciendo que faltaba poco para un estallido. Llevaban casi una hora trabajando con la lectura, y eso era más tiempo del que Lauren había aguantado en días anteriores. Había demostrado que sabía leer bastante bien, silabeando, eso sí, aunque intuía que era más por costumbre que por necesidad. Pero se atascaba con las sílabas mixtas, inversas y trabadas, y tampoco asimilaba bien cuándo escribir «r simple» o «r doble», de ahí que le hiciera leer una y otra vez frases plagadas con ese tipo de sílabas. Pero Lauren, además de ser muy inteligente, era muy impaciente y cuando algo no le salía a la primera se frustraba montando en cólera. Que era justo lo que estaba a punto de pasar.

    —Algunos pue-blos no tienen
bi-bi-lo-teca en ni-vi-erno —leyó Lauren casi de corrido, tras haber pensado muy mucho las palabras a las que se refería la frase.

    —Muy bien, casi te ha salido.

    —¿Casi? ¡Está perfecto! —protestó amargamente.

    —Algunos pueblos no tienen biblioteca en invierno.

    —¡Qué estupidez! Si la tienen en verano, la tendrán también en invierno —rezongó Lauren cruzándose de brazos enfurruñada.

    —No tienes que fijarte en la veracidad de la frase, sino en las sílabas de las palabras que la componen —reiteró Isembard por enésima vez—. Veamos qué tal se te da esta.—Escribió una nueva frase en la pizarra.
 
  —El az... a-za-fan
—silabeó concentrado con los párpados entornados.

    —Azafrán —corrigió Isembard, consciente de que era una palabra nueva para ella.

    Lauren bufó con fuerza, se levantó de la silla de improviso, fue a la pizarra y borró todo lo que allí había escrito.

    —¡Estoy harta de san Roque y de su perro sin rabo, de los puñeteros tigres tristes, del pato que come plátanos y de las frutas frías en el fregadero! —exclamó furiosa—. ¡Ojalá Pablito se clave el clavito en su maldito dedito! —siseó dando media vuelta y saliendo al corredor.

    Isembard suspiró. Definitivamente el límite de lectura de Lauren no llegaba a la hora. Se aproximó al caballete y colocó en este el mapa de la antigua Roma, dedicarían las dos horas que restaban de clase a hablar del Imperio romano. Al menos con ese tipo de temas se aseguraba su atención. Miró el reloj de la pared y, tras decidir que le daría cinco minutos más, salió al exterior dispuesto a vigilarle. Su alumna tenía cierta tendencia a deambular por donde no debía y mucho se temía que el día menos pensado acabaría haciendo algo impropio.

    Lauren recorrió furiosa el corredor, esquivando con cuidado los arbolitos raquíticos y el maremágnum de plantas que allí había mientras miraba la balaustrada que cercaba la alargada terraza. «Balaustrada, con “S” aspirada tras la “U” y una sola “R” después de la “T”» resonó en su cabeza en el mismo instante en el que pensó en esa palabra.

    —¡Puñeta! —gruñó llevándose las manos a la cabeza para revolverse el pelo—. Cómo siga así no voy a poder dar ni un maldito paseo tranquila —gimió.

    Caminó hasta la última puerta del corredor, aquella que daba al gabinete de Camila y, como hacía cada día cuando se enfadaba con las diabólicas palabras, apoyó la frente en la puerta cristalera. Camila estaría allí, con Adda, haciendo quién sabe qué mientras ella se peleaba con su incapacidad para leer. ¿Por qué no podían dejarle en paz? ¡Ni que fuera tan necesario leer correctamente! Al fin y al cabo, al terminar julio el viejo le largaría de allí, y para firmar y revisar los recibís del salario en el puerto no le hacía falta saber cuántas erres tenía perro.

    Pero no había modo, incluso Camila parecía empeñada en que aprendiera, y ya no quería leerle La isla del tesoro, sino que ahora tenían que leer un párrafo cada una... y ella leía en susurros para que quien le estuviera vigilando no la oyera. Y Camila se enfadaba porque decía que lo hacía bien y que no debería ocultarlo. ¡Seguro! Si leyera en voz alta haría el más completo ridículo ya que silabeaba como una niña pequeña y confundía las palabras raras. ¡Cómo odiaba leer!

    Se enmarcó la cara con las manos para intentar ver lo que pasaba en el interior de la habitación, sentía una absoluta curiosidad por saber qué narices hacían allí Camila y Adda, pero, como siempre, el carraspeo gruñón de Isembard le indicó que estaba cometiendo un pecado mortal al intentar espiarlas. Se apartó enojada, dirigiéndose con desgana al estudio. Apenas había dejado atrás la puerta de su dormitorio cuando escuchó un gemido proveniente del final del corredor. Se detuvo inquieta.

    —No te hagas la remolóna, es hora de continuar —le instó Isembard.

    Lauren asintió inmóvil, más atenta al silencio que llenaba el corredor que a las indicaciones de su profesor.

    —¿Ocurre algo? —preguntó Isembard, inquieto por la preocupación reflejada en su rostro.

    Lauren negó con la cabeza y volvió a caminar hacia el estudio, no cabía duda de que había oído mal.

    Un sollozo estrangulado hizo que girara sobre los talones y corriera hacia el lugar en el que acababa de estar, ante el absoluto pasmo de su educador.

    Ni siquiera se molestó en llamar a la puerta.

    Entró como una exhalación, dispuesta a matar a quien fuera que le estuviera haciendo daño a su amiga. Y se encontró con que no era bien recibida.

    —¿¡Lauren, que haces aquí!? ¡Vete! —le increpó Camila con la cara descompuesta.

    —¿Por qué lloras? ¿Qué ha pasado? —inquirió preocupada. Ella no respondió, se limitó a esconder la cara entre las manos mientras negaba con la cabeza.

    Estaba sentada en la silla de ruedas, entre las insólitas barras paralelas que había en el gabinete y vestía muy raro, . Llevaba una sencilla blusa blanca sin volantes ni adornos y unos amplios pantalones negros remangados en los tobillos. Se había calzado unos toscos zapatos y el del pie derecho tenía ancladas unas extrañas tiras metálicas que se perdían bajo el pantalón. Parecía muy cansada y derrotada. Y lloraba amargamente.

    — Lauren, por favor, no debes entrar jamás en las estancias privadas de alguien asi, menos aún si se te exige que te marches —le regañó Isembard tomándole del brazo.

    —¡Métete tus estúpidas normas por donde nunca brilla el sol y déjame en paz! —le espetó soltándose con brusquedad de su agarre para a continuación arrodillarse ante Camila.

    —No deberías hablar así a Isem —hipó ella.

    —Y él no debería meterse donde no le llaman. ¿Qué ha ocurrido? ¿Por qué lloras?

    Camila negó con la cabeza, volviendo a taparse la cara.

    Y Lauren hizo lo único que se le ocurrió hacer: la abrazó con cariño.

    Y Camila escondió la cara en el cuello de su amiga y lloró en silencio.

    —Ha vuelto a intentar andar sujetándose en las barras y ha estado a punto de caerse otra vez —murmuró Addaia, instigada por la mirada escrutadora de Isembard.

    —¡Adda! —siseó Camila furiosa sin desenterrar la cara del hombro de Lauren.

    —¿Puedes andar? —preguntó este atónita.

    —¡No, no puedo! ¡Vete! —gritó Camila apartándose de ella y empujándole.

    —Shh, tranquila. No pienso irme por mucho que grites —afirmó abrazándola de nuevo.

    —No estoy gritando —protestó ella hundiendo la cara en su cuello, sonriendo apenas al sentir las cosquillas que su pelo le hacía en la nariz.

    —Sí lo estás haciendo. Y tienes una voz preciosa, incluso cuando te enfadas y gruñes —musitó ella bajándola de la silla para sentarse en el suelo y acunarla entre sus brazos.

    —¡Lauren! Esto no es... decoroso —musitó Camila atónita por su descaro.

    —¿Y quién va a enterarse? —argumentó desafiando con la mirada a Adda e Isembard.

    La voluptuosa morena negó con la cabeza, comprometiéndose a guardar silencio y miró al maestro, quien tras un instante de duda asintió con el ceño fruncido, mostrando su aquiescencia, aunque a regañadientes.

    Isembard observó a la pareja pensativo, no cabía duda de que se habían hecho buenas amigas, tal vez incluso algo más. De la misma manera que no dudaba de la imposibilidad de sacar a Lauren de allí hasta que Camila se tranquilizara y le diera una explicación a su desesperado llanto. Una explicación que él también quería conocer.

Al fin y al cabo Camila era su amiga y se preocupaba por ella.

    Escrutó el exterior, comprobando que no había guardias a la vista, y entró cerrando la puerta tras él a la vez que rezaba para que el capitán no descubriera nunca su incursión en el gabinete de la joven, porque si lo hacía... Prefería no pensar en ello.

    —¿Por qué no comenzamos por el principio? —comentó sentándose cerca de Addaia con fingida tranquilidad—. El capitán me contó que enfermaste por la epidemia de parálisis infantil que barrió el país hace poco más de un año. —Ambas muchachas asintieron con la cabeza—. Imagino que te afectó a las extremidades inferiores.

    —A la pierna derecha —musitó Addaia.

    Lauren sintió a Camila tensarse en sus brazos a la vez que intentaba ahogar un sollozo.

    —No has recuperado la movilidad ni la fuerza de los músculos —continuó Isembard implacable. Sabía por experiencia propia que era mejor enfrentarse a los problemas que dar vueltas intentando sonsacar una información que al final sería deficiente.

    Camila asintió con la cabeza.

    —Pero lo estás intentando —musitó Lauren.

    —Y no sirve de nada —aseveró ella, abrazándose con fuerza a ella.

    —¡Claro que sirve! —rechazó Addaia—. El proceso es lento, pero avanzamos. Antes ni siquiera podías pasar de la cama a la silla y viceversa, y ahora lo haces sin ninguna ayuda.

    —¡Qué magnífico logro! Ahora solo necesito ser capaz de mantenerme erguida sin caerme para intentar andar de nuevo. Y al paso que voy tal vez dentro de mil años lo consiga —apuntó Camila con dolorosa ironía—. Aunque con la suerte que tengo lo dudo. ¿Sabes por qué la llaman parálisis infantil, Lauren?

    —Porque la sufren los niños —comentó apartándole un mechón de la frente mientras la miraba con ternura.

    —Exacto. Solo el diez por ciento de los afectados son mayores de quince años. Yo entré en ese diez por ciento. Y desde entonces mi pierna ha dejado de crecer, sus músculos se han atrofiado y me canso con excesiva facilidad. Es inútil seguir intentándolo —musitó recostándose en ella.

    —¿Estos hierros te ayudan? —Lauren recorrió con los dedos el extraño zapato, internándose bajo el dobladillo del pantalón. No recordaba habérselos visto en ninguna ocasión, al contrario, ella siempre llevaba botas de caña alta que ocultaban sus piernas.

    —¡No me toques! —gritó Camila dándole un manotazo—. Es una aberración.

    —No lo es. Es solo un zapato con hierros.

    —No me refería al zapato —masculló ella inclinándose para desdoblar el bajo del pantalón y que le tapara por completo los pies.

    —No hagas eso, Cami —la regañó Addaia—, necesito ver el movimiento de tu tobillo para comprobar que lo haces correctamente.

    —No. Se acabó por hoy. Vuelve a dejarme en la silla —le pidió a Lauren.

    —Si ni siquiera lo has intentado —protestó la enfermera—. Solo te has apoyado en las barras.

    —Y por poco me caigo otra vez.

    —Porque se nos ha olvidado echar el freno de la silla, y al ver que se movía te has asustado, pero lo estabas haciendo muy bien...

    —Adda, por favor, no me repliques —siseó Camila molesta porque su amiga parecía sufrir un grave episodio de incontinencia verbal. Bastante tenía con su pertinaz debilidad y su imposibilidad de caminar como para además exponer sus miedos ante Lauren, despertando su compasión—. Isembard, Lauren, por favor, dejadnos solas. Debemos seguir con la... rehabilitación.

    —Acabas de decir que no vas a seguir intentándolo. ¿No será que quieres echarnos? —murmuró Lauren burlona a la vez que la abrazaba con más fuerza, remisa a soltarla mientras hundía la nariz en su sedoso cabello. ¿Cómo era posible que oliera tan bien?

    —Por supuesto que quiero echaros, no es correcto que ustedes dos estén en mi gabinete —resopló—. Y no miento —indicó altiva—. La rehabilitación no solo consiste en hacer el tonto intentando andar, también me ejercito de otras maneras, con masajes, por ejemplo.

    —Yo podría ayudar —musitó Lauren volviendo a recorrer con los dedos el zapato para luego colarlos bajo el pantalón.

    — ¡Lauren! —le llegó el grito conjunto de Camila e Isembard.

    —Está bien, no he dicho nada —masculló apartando la mano a la vez que disimulaba una sonrisa. No le gustaba que Camila se enfadara con ella, pero si haciéndola gruñir conseguía que la tristeza la abandonara, entonces intentaría hacerla rabiar con más ahínco.

    —No. No está nada bien —le espetó Isembard levantándose—. Haz el favor de comportarte como debes y deja a Camila donde te ha pedido.

    Lauren observó a su enfurruñada maestro y una taimada sonrisa se dibujó en sus labios.

    —Lauren... ¿Qué estás pensando? —inquirió Camila al reconocer en su gesto los síntomas de que estaba maquinando una travesura.

    Había sonreído igual tres noches atrás cuando, tras empuñar una pluma de avestruz que había arrancado de uno de sus sombreros, se había remangado los pantalones del pijama hasta la rodilla para a continuación saltar por el dormitorio como si fuera un pirata. Y también cuando una semana atrás, en otra de sus visitas nocturnas, se había empeñado en hacer el pino imitando a unos saltimbanquis que había visto de niña... Había acabado cayendo cuan largo era en el suelo, muertas de risa las dos.

    Lauren le guiñó un ojo, lo que acabó por despertar todas las alarmas de la joven, y se puso en pie con ella en brazos.

    —Pesas menos que un pajarillo —comentó con cariño a la vez que la bajaba lentamente hasta que sus femeninos pies tocaron el suelo.

    —Lauren, ¿qué estás haciendo? ¡Déjame en la silla ahora mismo! —jadeó asustada envolviéndole el cuello con los brazos, aferrándose a ella casi con desesperación.

    —No seas marimandona —murmuró burlona sujetándola con ambas manos por la cintura.

    —No me sueltes... por favor no me sueltes.

    —Eh, tranquila, no voy a soltarte. Te tengo bien sujeta, no podrás escaparte.

    —No quiero escaparme. Quiero que me dejes en mi silla —gimió apretándose contra ella.

    —Esto es tremendamente indecoroso, Lauren. Te ruego que hagas caso a Camila —le exigió Isembard sin atreverse a acercarse, no fuera a ser que se removiera, dejándola escapar y el episodio acabara en desgracia.

    —Tonterías —le ignoró Lauren—. Camila, estás de pie, ahora solo tienes que dar un paso hacia delante y estarás andando.

    —No estaré andando. Estaré en el suelo. Por favor, no me sueltes —musitó, pero ya no había pánico en su voz.

    —¿Has bailado alguna vez en la verbena de la Font del Gat? Ponen merenderos y las parejas danzan al son de una cancioncilla: En el corazón de Montjuïc hay una fuente donde la juventud alegremente ríe... y hasta el músico ha hecho una sardana cantando: La mariquita del ojo vivo—canturreó Lauren elevándola para girar con ella por la estancia—. Anna me llevó una vez, es precioso. La Fuente del Gato, de muchos es estimada, y las chicas van con su enamorado, y se encuentran en grato, haciendo meriendas, recordando los amores de la canción.

    Camila la miró perpleja. ¿De verdad canturreaba mientras ella estaba aterrorizada? Y al instante se dio cuenta de que ya no estaba aterrorizada, de hecho, ¡estaba bailando! Y, ante el pasmo de Isembard y Addaia, echó la cabeza hacia atrás, sin soltarse del cuello de su amiga, e incapaz de permanecer seria, comenzó a reír mientras giraban.

    Lauren sonrió a su vez, e incapaz de recordar más letra de la cancioncilla se limitó a tararearla sin dejar de girar, sujetando con firmeza a Camila por la cintura. Era agradable. Mucho. Estaba blandita y olía muy bien. Y su cabello se movía en cada vuelta, alborotándose travieso, tapando sus preciosos ojos para al instante siguiente mostrar su mirada pícara. Y su risa... cascabeles sobre las nubes, la corriente de un río en primavera, la brisa susurrando entre las hojas en otoño. Elevó los brazos, alzándola hasta que su cabeza se acercó al alto techo. Y ella rio alegre, feliz, hermosa, con las manos apoyadas en sus hombros y su dulce vientre contra su torso.

Siguió girando a la vez que la pegaba a ella haciéndola descender. Sintiendo en cada poro de su piel, en cada rincón de su alma, en cada latido de su corazón su suave calidez, su alegre candor.

    —Lauren, Camila..., no me parece adecuado lo que estáis haciendo —les interrumpió la voz severa de Isembard.

    Camila enrojeció visiblemente, su risa cesó, su mirada se apagó.

    —Cállate, aguafiestas —le espetó Lauren a su profesor deteniendo su alocado baile.

    —No, Lauren, tiene razón. No es apropiado. Déjame en mi silla —musitó Camila.

    —Tonterías. Claro que es apropiado. Te estás divirtiendo, eso no es malo.

    —Lo será si alguien descubre que estamos aquí. Estáis haciendo mucho ruido, y no del que normalmente se escucharía en el gabinete de una dama —señaló Isembard con aspereza.

    —Por favor —murmuró Camila mirando a Lauren con cariño.

    —Está bien, pero volveré mañana, y andarás —aseveró ella dejándola al fin en la silla.

    —Regresemos al estudio, no conviene demorarnos más —le instó Isembard despidiéndose de las muchachas con un gesto de cabeza. Abrió la puerta con cuidado, para, tras comprobar que no había nadie a la vista, salir al corredor.

    Lauren se despidió con un somero adiós, pero justo cuando estaba a punto de traspasar la puerta, giró sobre sus talones y, dirigiéndose presurosa a Camila, depositó un inocente beso en su mejilla.

    —Recuerda. Mañana bailaremos de nuevo —susurró antes de volver a besarla en la mejilla, pero esta vez sin inocencia alguna, pues se aproximó en exceso a la comisura de sus labios.

    Abandonó el gabinete consciente de la bronca que le esperaba en el estudio, pero sin importarle en absoluto. Camila había sonreído, y su sonrisa era la más hermosa del mundo. Merecía la pena despertar la ira de Isembard con tal de disfrutarla.

    Se detuvo incómoda en mitad del corredor y dio un ligero tirón a sus pantalones, que en ese momento se le ajustaba excesivamente, molestándole. Tendría que controlarse durante las comidas, la señora Muriel cocinaba tan bien que se estaba poniendo gorda, aunque era extraño que no le tiraran en la cintura, sino en la ingle.

Frunció el ceño, confundida. Tal vez no era la comida, sino que habían encogido al lavarlos, aunque era raro que no lo hubiera notado hasta entonces. Se encogió de hombros, tenía dos pares más, si esos seguían molestándole se pondría otros al acabar la clase.

    Inexplicablemente, o tal vez no, los pantalones dejaron de molestarle poco después, cuando se sumergió en la historia de la antigua Roma. Tal vez había adelgazado de improviso.

Continue Reading

You'll Also Like

4.7M 278K 81
Jamás fueron especialmente buenas en el amor y descubrir nuevos secretos sobre ellas mismas las hará aventurarse en las profundidades de lo prohibido.
54K 4.3K 18
Con una contusión en la cabeza y amnesia temporal, Lauren se ha quedado barada en un pueblo desconocido, sin buena cobertura celular e internet inexi...
1.9M 135K 90
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
18.3K 1.8K 15
Un héroe en progreso y su padre son reclutados por dos Dioses conocidos como el Dios de la Luz y el Dios de la Oscuridad para ayudar a su primer mund...