Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

26. No es tu culpa

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By ladyy_zz

A la mañana siguiente, Amelia se encontraba en la mesa de la cocina removiendo su café con la sensación de que un camión le había pasado por encima. Se había pasado gran parte de su adolescencia siendo camarera, incluso cuando se mudó en Barcelona, estuvo trabajando en una cafetería un tiempo, pero trabajar en el King's un viernes noche, era otro nivel.

Seguía removiendo su cucharita cuando vio entrar en la cocina a María tan esplendida como siempre, como si no se hubiese tirado las mismas horas que ella trabajando.

- Buenos días. – le dijo con una sonrisa.

- Días a secas, María. Madre mía, no siento mi cuerpo, me vas a tener que pagar la fisioterapia. – dijo con un leve gemido mientras estiraba sus piernas.

- Anda, exagerada, que yo hago esto todos los días y no me quejo. Además, conseguiste tu objetivo, ¿no?

- ¿A qué te refieres?

- Pues a mi hermana, a que me voy a referir, a que querías trabajar en su lugar para que disfrutara de la noche y yo creo que lo consiguió, ¿no crees?

Amelia no pudo ocultar una pequeña sonrisa al recordar a Luisita bailando y riendo tanto como la chica que ella recordaba, haciendo que su presencia llenara el local, y desde luego, aquello merecía las agujetas que seguramente le durarían un par de días a la ojimiel.

- Pues sí, tienes razón.

María fue hacia la encimera de la cocina donde Amelia había dejado café hecho y se sirvió un poco mientras la cabeza de la ojimiel daba un poco de vueltas recordando la noche anterior, y, aunque no quería hacer la pregunta, había algo que la mataba de curiosidad, y eso no era común en ella, porque siempre dejaba el espacio a la gente sobre sus asuntos personales, pero esto... era una duda que no podía callar.

- Oye, María. ¿Te puedo hacer una pregunta? – escuchó como María hacia un pecho ruido en forma de asentimiento y siguió hablando – ¿Quién es Laia?

Su amiga aprovechó que estaba de espaldas a ella para maldecirse a sí misma. Cuando anoche le sacó el tema a Luisita, ni si quiera se dio cuenta de que Amelia estaba junto a ella. El nivel de trabajo de aquella noche no le había dejado pensar dos veces en medir sus palabras delante de la ojimiel. En realidad, no sabía aún en qué punto estaban los sentimientos de Amelia hacia su hermana, ya que su amiga no hacía más que decirle que no tenía ninguna intención de intentar nada con la rubia, pero Amelia era una experta en camuflar sus sentimientos, así que ahora, simplemente no tenía ni idea. Fue hacia la mesa y se sentó junto a ella con su café en la mano y vio la curiosidad en aquellos ojos miel, pero no podría decir si veía algo más.

- ¿Te refieres a la amiga de mi hermana?

- Si.

- Pues, es una amiga de mi hermana.

- Vale, gracias María por la aclaración, pero no te hagas la tonta, que sabes a qué me refiero.

María le dio un sorbo al café y se dio cuenta de que no podía mentirle, y además, que tampoco había nada que ocultar.

- Es que yo tampoco sé mucho, sólo sé que es una chica que estaba en clase de Luisita en psicología, se hicieron amigas y empezaron a tener el mismo grupo de amigos. Sólo he visto a Laia en el King's, pero desde que la conozco, es más que obvio que bebe los vientos por mi hermana, todas lo sabíamos menos Luisi ,que parecía no darse cuenta, hasta que Laia le pidió una cita y cuando mi hermana se dio cuenta de sus sentimientos, la rechazó, le dijo desde el principio que no podría haber nada entre ellas y ahí acabó todo. Bueno, todo menos los sentimientos de esa pobre chica, claro.

A Amelia le extrañó mucho la actitud de la rubia. La conocía, Luisita era una romántica empedernida y siempre lo había sido, así que no terminaba de entender por qué rechazaría a una chica que se notaba de lejos que moría por una oportunidad.

- Qué raro... - dijo simplemente bajo la atenta mirada de María.

- Mira Amelia, sinceramente, esa chica no tiene nada de hacer. Si ayer se lo mencioné no era para que se liara con ella, sólo quería que se diera cuenta cómo la miraba, que supiera que hay más chicas aparte de Bea que están dispuestas a quererla como merece, pero nada más. Sé que ahora mismo mi hermana tiene mucho de lo que recuperarse, y no la voy a presionar para que empiece a tener citas, ni con Laia ni con nadie.

Antes de que Amelia pudiera responder nada, Luisita entró en la cocina sin darse cuenta de la conversación, la resaca que tenía no le dejaba ni ver lo que tenía delante, así que sólo caminaba con los ojos entrecerrados.

- Buenos días Dancing Queen. – le dijo María en cuanto la vio.

Luisita respondió con un gruñido y se sentó directamente en la mesa, haciendo que su hermana se riera de su cara, a pesar de haberla enterrado entre sus manos.

- Creo que me va a explotar la cabeza. – dijo con en voz baja aunque algo ronca.

- Normal, gastaste botellas tu sola.

Luisita puso los ojos en blanco mientras veía como su hermana iba por un café para calmarle aquella resaca, porque ya sabía que si le ofrecía un analgésico, se lo rechazaría. Levantó la cabeza cuando escuchó el ruido, sin embargo, su mirada fue a los ojos miel que tenía enfrente y su dolor de cabeza pareció desaparecer momentáneamente.

- Buenos días. – le dijo Luisita con una sonrisa tímida.

- Buenos días. – le respondió exactamente con la misma sonrisa acompañada de unos ojos brillantes.

María se volvió a sentar en su silla y le tendió a su hermana la taza.

- Toma Luisi, aquí tienes.

Luisita cogió el café y empezó a bebérselo en pequeños sorbos.

- Bueno, ¿entonces qué tal anoche? ¿Cómo te lo pasaste? – le preguntó su hermana mayor.

La rubia levantó la cabeza y no hizo falta ni que le contestara, sus ojos lo decían todo.

- Increíble, Mary, hacía muchísimo que no me lo pasaba así.

- Lo sé, cariño. – y le puso su mano sobre la de su hermana. – Te lo mereces.

Ambas sonrieron, y no sólo ellas, Amelia también sonreía ampliamente al contemplar aquella escena entre hermanas, sabiendo lo mucho que María había soñado porque volvieran a estar así.

- Voy a buscar mi móvil, que no lo he visto desde anoche. – mientras se levantaba a por él, que estaba colgado en el pomo de la puerta de la cocina, donde lo soltó anoche nada más llegar a casa cuando buscaba desesperada un vaso de agua.

- Y tanto que no, que menos mal que tu señora madre sabía que estabas conmigo sino igual hasta manda al ejército a buscarte.

Luisita se rio y cogió el móvil, y mientras caminaba para volver a sentarse, lo encendió, y lo que vio en la pantalla, simplemente, la congeló. Ambas morenas se miraron extrañadas y supieron que algo grave tendría que haber visto, porque la mano con la que Luisita sujetaba su teléfono empezó a temblar.

- ¿Qué pasa, Luisi? – La rubia no contestaba, pero sus ojos empezaron a encharcarse. – Luisi.

Aquel tono mucho más duro fruto de la preocupación hizo que despertara y por fin levantara la vista del teléfono

-Nada. – y una lágrima se deslizó por su mejilla.

Miró la cara de preocupación de hermana y seguidamente miró la de Amelia, pero la quitó rápidamente. No podía mirar a aquellos ojos miel ahora mismo, la mataba la vergüenza.

- Pero, ¿cómo que nada? Si mira cómo te has puesto.

Luisita negó y dos lágrimas más se le escaparon. No estaba entendiendo nada de lo que le estaba pasando a su hermana pequeña, hasta que recordó quien entró anoche en su local inoportunamente y algo en su interior se encendió.

- Es Bea, ¿verdad?

La rubia no contestó y siguió mirándola mientras le caían más lágrimas.

- Déjame verlo.

- No. – su voz apenas le salió presa del pánico.

- Luisi – dijo acercándose hacia ella.

- ¡Que no! – Se llevó el móvil al pecho para abrazarlo y protegerlo del agarre de su hermana, que ya se había lanzado sobre ella para quitárselo. No dejaría que viera aquel mensaje por nada del mundo.

Tras un breve forcejeo, María consiguió cogerlo y se apresuró rápido para mirar la pantalla. Y cuando lo vio... no creyó haber estado tan enfadada en su vida. La impotencia le invadió y si esa chica hubiese estado delante suya, probablemente le habría dado la paliza que llevaba tiempo queriendo darle.

- ¡Joder, Luisi! – y lanzó el móvil a la mesa de la cocina.

No pudo evitar mirar, fue un acto reflejo, porque cuando el móvil cayó tan cerca del café de Amelia con la pantalla iluminada fue como si le llamase. Pero la ojimiel tampoco soportó ver ese mensaje. Apartó la vista y cerró los ojos sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo, y no porque la imagen del Luisita desnuda le hubiera producido las descargas eléctricas que lógicamente provocaría en ella en otras circunstancias, sino por la rabia de que esa imbécil utilizase el privilegio que tuvo al tener así a la rubia para chantajearla ahora.





Luisita no lo soportó más, se abrazó a sí misma y se dejó caer de rodillas en el suelo, donde ya era un mar de lágrimas.

- Lo siento mucho, María, lo siento. Lo siento de veras. – repetía entre sollozos.

El corazón de su hermana mayor se terminó de romper. Se había cabreado y mucho al ver ese mensaje, pero no con ella.

- Luisi cariño... - bajo el tono y se arrodilló junto a ella. – Perdóname, no quería pagarla contigo. No pidas perdón porque no es tu culpa, ¿me entiendes?

- Claro que lo es, se la mandé yo voluntariamente.

- ¿Y? Cariño era tu pareja y es normal que confiaras en ella. No es tu culpa, es culpa de ella.

Luisita negaba mientras apretaba los ojos con fuerza, como si así pudiera rebobinar en el tiempo, pero no podía, y aquello era real.

- Denúnciala.

Abrió los ojos y vio a su hermana con un enfado y una pena que nunca había visto antes. Bueno, quizás si la había visto, porque se parecía mucho a la cara que ponía cuando Amelia volvía tras algún golpe creado por su padre. La cara de una persona que su cuerpo lo invade la impotencia de ver a un ser querido siendo pataleado sin poder hacer nada al respecto.

- ¿Cómo voy a denunciarla, María? Si ni si quiera... ni si quiera ha cumplido lo que ha dicho, no hay nada por lo que denunciarla.

- Claro que si, Luisita, te está extorsionando, y lo primero, son las pruebas. – miró a su alrededor buscando el móvil, porque ni si quiera supo hacia donde lo había lanzado, y lo encontró en la mesa. – Amelia, haz una captura por si acaso borra el mensaje.

Antes de que la ojimiel pudiera si quiera acercar la mano al teléfono, otra vez aquella voz llena de pánico la paró.

- ¡No! – la miró y sólo pudo ver esos ojos marrones enormes que el miedo no sólo estaba en su voz. – Por favor, Amelia, tú no mires.

La ojimiel lo entendió perfectamente, porque ella también se había tirado media vida protegiendo a la rubia de sus heridas, y aunque sólo quisiera arrodillarse con María para consolarla también, sabía que, esta vez, tenía que quedarse al margen. Miró a María, que le dio un pequeño asentimiento, entendiendo también la necesidad de su hermana. Se levantó y le dio el móvil a María, ya que Luisita ni si quiera levantaba la mirada, y ahora más que nunca quería mandar a la mierda todos sus principios, salir por la puerta y buscar a Bea por cada calle de Madrid hasta dar con ella y darle golpe tras golpe. Y esas ganas... era algo que realmente hacía que Amelia se rompiera, porque ella sabía lo era ser la que recibe el puñetazo, y nunca pensó que tendría ganas de ser la que lo daba.

María miró a Amelia y pudo ver como tenía su propia guerra interna, y ahora mismo era demasiados frentes abiertos de los que ocuparse.

- Amelia, cariño, vete a tu habitación, ¿vale?

Amelia miró a Luisita que seguía abrazada sobre si misma llorando y luego volvió a mirar a María, y aunque no quería moverse del lado de su pitufa, sabía que Luisita en esos momentos necesitaba quebrarse y ser ella misma, y no cohibirse delante de Amelia como sabía que lo haría. Asintió, se metió en su habitación, y no volvió a ver a Luisita en todo el día, a pesar de que no había nada más en su cabeza que no fuera ella.


***


Había sido uno de los días más duros de su vida. Ver como has depositado toda tu confianza en una persona y que, no sólo le de igual, sino que encima lo use en tu contra, es algo que nunca le había pasado. Por norma general, Luisita siempre pecaba de confiada, pero nunca le importó, siempre pensó que si una persona le traicionaba, nunca sería su culpa, porque no era ella la que había hecho las cosas mal. Pero esta vez... esta vez no lo tenía tan claro.

No paraba de repetirse en su cabeza las palabras que Bea le dijo la noche anterior, e incluso aunque sabía que no eran ciertas, no podía evitar que entrasen en ella resquebrajando toda aquella autoestima y fuerza interior que había construido esas semanas. Unas palabras que solo eran odio, que hacían que ella también se odiara. Necesitaba salir de la cama, necesitaba salir de esa soledad para evitar que las palabras la rompieran, y aunque de vergüenza, acudió al único sitio donde sabía que encontraría algo de paz, porque, al fin y al cabo, ella siempre ha sido su refugio.

Abrió su puerta y se deslizó dentro de la puerta entreabierta de la habitación de enfrente. Amelia parecía estar dormida, tan tranquila, que se arrepintió de haber entrado en su habitación y estropearle la paz que emanaba. Sin embargo, cuando estuvo a punto de volverse, Amelia habló aun con los ojos cerrados.

-No, no estoy dormida y si, te puedes tumbar conmigo.

Abrió los ojos y vio a la Luisita más tímida que había visto en su vida, aunque en realidad no era timidez, era vergüenza. Amelia abrió la colcha por si aún le cabía alguna duda de su invitación y, después de lo que pareció ser un leve titubeo, Luisita se acomodó a su lado. Se tumbó de lado y Amelia la imitó, teniéndose de frente. Había momentos en los que a Luisita sólo quería taparse con esa colcha por lo mucho que le costaba mirarla a la cara, porque sabía que, aunque hubieran sido milésimas de segundo, Amelia había visto aquella foto, y aunque quizás no se hubiera fijado en los detalles, sí que sabía lo que realmente le avergonzaba: había una foto suya desnuda y su exnovia la estaba chantajeando. Sin embargo, la dulzura con la que la miraba Amelia, hacía que todos aquellos miedos se disiparan un poco.

- Pensarás que soy una guarra por ir mandando fotos mías desnuda.

La sonrisa dulce de Amelia se agrandó, porque el temor de aquellas palabras era absurdo, porque Luisita nunca tendría que tener miedo de lo que la ojimiel pensara sobre ella.

- Claro que no, porque no "has ido mandando fotos por ahí" como quien se expone constantemente a desconocidos, se la has mandado a tu pareja.

Luisita la estudió un poco y se dio cuenta de que no mentía.

- Entonces pensarás que soy una ingenua y una estúpida.

- Que no, Luisita, de verdad. Ella era tu pareja y era más que normal que confiaras en ella hasta ese punto. Confiar en alguien a quien quieres nunca te hace una estúpida.

Volvió a estudiarla, porque la conocía, y sabía que Amelia ocultaba algo.

- ¿Y entonces? ¿En qué piensas?

Amelia calló unos segundos para pensarse la respuesta, pero a Luisita aquello le pareció una eternidad.

- No quiero decirlo en voz alta.

A Luisita se le formó un nudo en el pecho al pensar que la ojimiel podría estar juzgándola, pero tardó poco en darse cuenta de lo que realmente pasaba, y por primera vez desde que había recibido el mensaje de Bea, sonrió.

- Sigues siendo la misma.

Amelia la miró descolocada, pero la pequeña sonrisa que se había dibujado en la cara de Luisita hizo que aquel nudo en el pecho con el que llevaba todo el día cargando, se aflojara un poco.

- ¿A qué te refieres?

- A que sigues viviendo con ese miedo irracional a mostrar enfado u odio hacia alguien, porque piensas que eso te haría parecerte a tu padre. Amelia, puedes hacerlo, puedes gritar y cabrearte que eso no hará que te conviertas en él, y es imposible que alguien pueda pensarlo, así que deja salir también esas emociones, porque que no las exteriorices no quieres decir que no las sientas, y lo único que harán será consumirte.

La ojimiel la miró atentamente sabiendo que no podía escapar de aquella mirada, y al final, acabó con la misma pequeña sonrisa que la rubia

- Supongo que a partir de ahora, tendré que acostumbrarme a que me psicoanalices.

Se quedaron en silencio, hasta que Amelia al fin explotó.

- Pienso en que la odio, en que no sabe lo que ha perdido y en que, si la tuviese delante, no sabría si respondería ante mis actos, y eso me asusta, porque nunca antes he sentido tantas ganas de pegar a alguien.

Luisita simplemente se quedó mirando su reacción, porque en el fondo, sabía que si estuviera en la situación de Amelia, ella también se sentiría igual, sin embargo, ella conocía la historia entera, por lo que comprendía como la ojimiel quizás no entendiera bien porqué se fijó en Bea desde un primer momento. Porque no es lo mismo conocer una relación toxica desde antes de que lo fuera, a conocerla cuando todo aquello ya era un campo de batalla.

- ¿Te ha contado María como la conocí? – Amelia negó levemente y a Luisita se le dibujó una pequeña sonrisa ante aquel recuerdo que parecía tan mágico en su momento. – Era una clienta habitual en el King's, iba mucho con sus amigas y siempre notaba que me miraba cada poco, y cuando yo le devolvía la mirada, la quitaba tímida. Con los días se acercaba más a la barra a pedir bebidas, siempre esperando a que fuera yo la que la atendiera, y bueno, cada vez hablábamos más y más, hasta que una noche, cuando se acabó mi turno, estaba diluviando, y ella estaba fuera con un paraguas esperándome. Me acompañó hasta casa mientras hablábamos y reíamos nerviosas hasta que llegamos a mi portal, y entonces me besó. No me lo esperaba, pero no me había dado cuenta de cuánto lo deseaba yo también. Nos perdimos tanto en nosotras mismas que se nos cayó el paraguas y nos empapamos enteras, pero no nos importó, seguimos besándonos hasta perder la noción del tiempo. Fue como en una película, fue perfecto. – tragó saliva mientras aquellos recuerdos la invadían. –  La echo de menos, ¿sabes? Echo de menos muchísimo a esa persona, y no porque haya cortado con ella, sino de mucho antes. No me había dado cuenta de lo mucho que ha cambiado.

- Lo siento muchísimo, pitufa, ojalá hubiese seguido siendo la misma chica que conociste.

- Pues si... nunca pensé que con ese primer beso tan dulce acabaría haciéndome tanto daño, y ahora... Ahora se ha acostado con otra.

Amelia no sabía qué decir, porque no sabía que Luisita lo supiera, pero sabía que Luisita necesitaba sacar aquello.

- Lo sé, con una tal Susana.

Los ojos de Luisita se agrandaron de sorpresa, y luego enfurecieron.

- ¿¡Enserio!? Será zorra. Bueno, zorras. – suspiró intentando sacar la frustración a pesar de ser casi imposible. – Aunque tampoco me sorprende.

- ¿Por?

- Porque desde que la conozco tontea con Bea descaradamente, incluso en mi cara y... no sé, algo siempre me dijo que incluso Bea le seguía la corriente, así que si quería venganza, Susana era la primera de la lista en ofrecerse. – volvió a suspirar y Amelia tampoco sabía muy bien que decir. – Joder, qué estúpida soy, si es que se veía venir de lejos.

- ¿Y nunca lo hablasteis?

- No sé Amelia, Bea estaba conmigo y no creí que fuera a engañarme y la verdad es que no soy una persona celosa

La ojimiel no pudo evitar reírse y aquella carcajada le salió más fuerte de lo que pretendía, haciendo que la rubia se sorprendiera

- ¿Que tú no eres celosa? No te ofendas, Luisita, pero creo que te olvidas de Sara.

La cara de Luisita cambió totalmente a una mucho más avergonzada porque nunca supo que Amelia se daba cuenta de ello, y a la ojimiel le enterneció demasiado aquel rubor.

- Bueno, eso no es lo mismo. – dijo en un tono mucho más bajo.

- ¿Ah sí? Y eso por qué, si se puede saber.

- Pues porque Sara era imbécil y siempre se reía de mi sólo por mi edad. Además... bueno, si, estaba celosa, pero porque tú estabas con ella en vez de conmigo, pero con Bea era diferente, porque ella ya era mi novia, ¿por qué iba a estar celosa? Se supone que cuando estás con alguien es porque la quieres, porque no te imaginas a nadie más a tu lado. Nunca desconfié de ella, al igual que no lo habría hecho de ti por mucho que Sara te flirteara.

Amelia se la quedó mirando, sin entender todavía como una persona tan buena podría haber estado con una persona tan mala. Estaba segura de que Luisita podría haber conseguido a cualquiera mejor y sin ningún esfuerzo, además, ahora sabía que no le hubiese costado nada encontrar esa persona, porque ya había una cerca dispuesta a darle todo.

- Oye, ¿te puedo preguntar algo?

- Dime.

- ¿Por qué nunca le has dado una oportunidad a Laia? Esa chica te mira como si no existiera nadie más en este mundo.

Luisita se quedó mirándola, porque ella también se había dado cuenta de que anoche, Laia seguía mirándola con la misma admiración de siempre, y era algo que la mataba.

- Pues precisamente por eso, porque yo no la miro así, y no sé si podré hacerlo alguna vez, y darle una oportunidad significaría probar con ella "a ver si hay suerte", y no se lo merece, porque yo sé que es querer a alguien y no ser correspondida, y nunca podría hacerle pasar por eso.

El corazón de Amelia dio un vuelco, porque nunca se había sentido tan aludida ante un sentimiento así.

-Yo si te correspondía.

Luisita pudo apreciar la pena con la que lo dijo, porque ahora sabía que para Amelia, aquel sentimiento que ambas se callaron la había atormentado tanto como a ella, y no podía seguir reprochándole que no fuera su momento.

- Lo sé, ahora lo sé, ¿pero de que servía si no podías demostrármelo?

A pesar de haber dicho eso con una leve sonrisa, Amelia sabía que aquel sentimiento seguía incrustado en ella.

- Tienes razón, y no sabes lo mucho que siento haberte hecho pasar por aquello, es solo que... quiero que seas feliz, y esa chica no tiene pinta de hacerte todo lo que Bea te ha hecho.

- Bueno, tampoco lo aparentaba Bea cuando la conocí, porque en realidad, lo que más me duele de que se haya acostado con Susana es que lo ha hecho creyendo que aún estábamos juntas. Sé que no son cuernos, pero lo que duele es la intención. Ella me destrozó, pero también fue culpa mía, porque le abrí mi interior de par en par, permitiéndole hacer conmigo lo que le diera la gana.

- ¿Piensas que era culpa de mi madre o mía que mi padre nos pegara?

A pesar de haber dicho eso de una manera tranquila y pausada, esa pregunta horrorizó a Luisita, que fue incapaz de ocultarlo en su expresión.

- Por supuesto que no, ¿Cómo podría pensarlo?

- Pues entonces, ¿por qué piensas que lo que te hizo Bea fue culpa tuya? No lo es, Luisita, tú te abriste a tu pareja y confiaste en ella pero es que es normal.

Se calló, porque aunque la ojimiel no lo viera, en su cabeza si tenía lógica.

- No sé, Amelia.

- Si que sabes, así que venga, desahógate. Habla conmigo.

Volvió a mirarla y sabía que podía hacerlo, podía hablar con ella y podía desahogarse, porque, al fin y al cabo, era su refugio.

- No sé muy bien como explicarlo. Siento que, cuando conoces a Bea, te da la impresión de que es una persona enigmática, hace que cualquiera quiera mantenerse cerca suya porque tiene un misterio que te envuelve, sabe jugar con esa intriga que hace que te enganches a ella. No sabría describir qué era exactamente eso que te hacía querer estar siempre a su lado, pero desde luego, ella era consciente de ello y sabía usarlo. Soy consciente de que no solo lo ha hecho conmigo, sino con sus amigas y con la gente en general, pero es que a mi... a mi me ha destruido, Amelia, y odio admitirlo, pero es la verdad. Siento que me he abierto tanto a ella que no sólo he dejado que me agujereara la autoestima tan lentamente que ni si quiera me he dado cuenta, sino que también, le he abierto mi mente de una manera tan amplia que le he dejado ver dentro de mí, conoce perfectamente mis debilidades y ahora... ahora tengo miedo de que tenga razón.

- ¿En qué?

- En lo que me dijo en la fiesta, en que necesito a alguien para sentirme completa. Es que, en realidad, si lo pienso... me he tirado toda la vida buscando a mi media naranja y siempre he creído que era porque, bueno, porque soy demasiado romántica, pero, ¿y si tiene razón? ¿Y si no es deseo, sino necesidad? Así que no, no creo que sea culpa tuya ni de tu madre que os pegara Tomás, pero si pienso que es culpa mía que Bea me haya destrozado así, porque quizás soy tan dependiente que siempre voy a necesitar a alguien para sentirme bien, porque yo... yo no soy suficiente.

Una lágrima se deslizó por la mejilla y Amelia la recogió con el pulgar, y aunque hubiera sido un simple roce, Luisita lo sintió como un abrazo de los que dan el aire que te falta. Cerró los ojos, pero la ojimiel le cogió las manos y le obligó a mirarla a los ojos.

- Luisita, escúchame. Repítete hasta que te entre la cabeza que eres suficiente, eres más que suficiente. Es normal que haya momentos de nuestra vida en el que necesitamos apoyo de la gente a la que queremos, como tú ahora mismo, a mí también me ha pasado, pero eso no es dependencia, tú no eres dependiente, tú eres una de las personas más fuertes que conozco, y me da igual cuantos agujeros haya hecho Bea en tu interior, eso lo único que hace es dejarme ver mejor la Luisita que está escondida. ¿Y qué si eres una romántica? ¿Por qué eso tiene que ser algo malo? ¿Desde cuándo algo tan bonito como enamorarse es algo negativo? Es una de tus grandes características, y no me imagino una Luisita que no crea en el amor.

Luisita no sabía muy bien que decir, y al darse cuenta de ello, Amelia siguió hablando.

- Pitufa yo sé que lo que esto de la foto es... es algo que no debería pasar, ni a ti ni a nadie, pero te aseguro que esto no tiene nada que ver con el amor, así que sigue creyendo en él, porque mereces que te quiera alguien que no sea un monstruo. Porque yo... yo también he tenido a mi propio monstruo, y sé que María tuvo razón entonces y la tiene ahora. Me acuerdo la primera vez que denuncie a mi padre, no sé si te acuerdas, yo tenía veintiún años.

- ¿Cómo no me voy a acordar, Amelia? Si te encontré con la cara destrozada y una costilla rota, además no podría olvidar nunca esa noche porque... - se calló avergonzada por lo que estuvo apunto de decir.

- Porque estuvimos a punto de besarnos por primera vez.

Luisita asintió totalmente ruborizada y ambas rieron levemente ante la pequeña tensión que se había generado tras decir aquello.

- Sé que es duro, sobre todo hacérselo a alguien a quien has querido, porque yo quise a mi padre hasta que descubrí que eso no era nada "ser padre". Me acuerdo que tenía ocho años cuando me di cuenta que Marcelino os trataba muy diferente a vosotras de lo que me trataba a mi a mi padre, y a partir de ahí, por mucho que lo quisiera, no podía seguir autoengañándome, no al menos como lo hacía mi madre. Con el tiempo, cada vez tenía los ojos más y más abiertos, hasta que todo ese amor de hija se convirtió en todo lo contrario, así que créeme, Luisita, que yo te entiendo y sé que es difícil, pero hay cosas que no se pueden permitir.

Luisita asintió y ante aquellos ojos tan brillantes, Amelia no pudo retener más lo que llevaba todo el día queriendo hacer.

- Anda, ven aquí.

Amelia extendió los brazos y Luisita no dudó en acomodarse en ellos, y una vez que estuvieron totalmente colocadas y abrazadas, ambas suspiraron, porque parecía que hacía siglos que no se abrazaban de esa manera, pero, a su vez, parecía que todo seguía igual, lo que hizo que la rubia se sintiera aun más cómoda y siguiera abriendo su corazón.

- ¿Sabes una cosa, Amelia? Desde que tengo uso de razón, cuando intento ser fuerte, la voz que me da ese empujón es la tuya.

- Qué va, pitufa, esa voz es tuya. No me necesitas a mí para animarte, lo puedes hacer perfectamente tú sola. Pero, aun no necesitándome, aquí estoy, y aquí seguiré.

Amelia le dio un beso en su pelo, y aún con sus labios posados sobre ella, susurró.

- Denuncia, por favor.

Luisita se separó de ella y le dedicó una pequeña sonrisa triste, Amelia sabía que no era un asentimiento, pero por algún motivo, se quedó más tranquila al verla sonreír de nuevo.

Ni si quiera se dieron cuenta cuando se quedaron dormidas en esa postura, pero cuando Luisita se despertó de madrugada, su cabeza era todo un enredo de sentimientos y conflictos internos sobre qué hacer. Necesitaba estar sola y consultar con la almohada, así que se levantó y se volvió a meter en su habitación, sabiendo que mañana sería un día importante, porque, desde luego, fuera la que fuese la decisión que tomara, aquello no pasaría de mañana.

Amelia tenía razón, porque sabía que María siempre la tenía. Su hermana siempre había sabido tomar las decisiones correctas, por muy imposible que le pareciera a la persona que las sufría.


Flashback

Amelia salía del baño tras María dejando a Luisita aún de rodillas, y esa imagen le dolía mucho más que su probable costilla rota. Habían estado a punto de besarse, sus labios habían estado increíblemente cerca y ella no se podía creer que hubiera bajado sus barreras hasta ese límite. Pero es que después de lo que acababa de vivir en su casa

María llegó a su habitación y dejó que Amelia entrara antes de cerrar la puerta tras de sí. En cuanto la miró, se dio cuenta de que nunca había visto a la ojimiel tan rota.

- ¿Qué ha pasado, Amelia? – preguntó lo mismo que hizo su hermana.

- Ha sido mi culpa. – a María no tenía que protegerla de la verdad, a María no tenía que protegerla de su propia oscuridad.

- ¿Ah si? Y cuéntame que ha sido esta vez, ¿Se te ha olvidado comprarle su bebida favorita? ¿Su camisa estaba mal planchada? ¿O es que la comida no tenía el punto de sal que a él le gusta?

Amelia la miró porque se sorprendió de la dureza y la rabia de las palabras de su amiga. Siempre era muy comprensiva, pero estaba claro que había sobrepasado su límite. Aún así, no pudo contestarle, porque iba demasiado bien encaminada en cuanto a sus suposiciones. Agachó la cabeza sin poder aguantar la mirada de María pero, cuando volvió a alzarla, se dio cuenta de que su amiga lloraba sin ningún pudor, por pura impotencia y se dio cuenta de lo injusto que era aquello para ella también.

- María...

- Amelia, por favor. – suplicó de tal manera que se le entrecortó la voz. – Denúnciale.

La ojimiel se quedó inmóvil, porque eso era un imposible.

- No puedo. – fue casi inaudible.

- Pero, ¿por qué? Joder. Y ni se te ocurra salirme otra vez con esa mierda de falta de pruebas porque no creo que te hayas mirado al espejo, que tienes una puta costilla rota

-Porque mi madre no quiere. – dijo con la voz más baja que nunca.

- ¿Y qué más da? Eres mayor de edad, no necesitas el permiso de tu madre.

- No lo entiendes.

- ¡Pues explícamelo! – aquella suplica a gritos pareció despertarla.

- ¡Porque tengo miedo, joder! ¿contenta? Y no sólo a ganarme otra paliza cuando se entere, tengo miedo a que mi madre siga a su lado como todos estos años y que no me apoye. Tengo miedo a que me contradiga y me deje por mentirosa, porque a lo que más miedo tengo no es a quedarme sola, sino a perderla a ella.

Se llevó las manos a su cara como si así pudiera esconder aquel llanto que salía de ella sin remedio. María se sintió la peor persona de mundo por haberla forzado hasta aquel limite, pero era necesario.

- Amelia, cariño... - se acercó a ella y le quitó las manos de la cara. – Te juro por lo que más quieras, que tu madre no denuncia porque no quiere que tu padre te haga nada. Tú eres lo único que le importa, y cree que obedeciéndole os dejara en paz, así que no dudes ni un segundo en que tu madre no te quiere, porque no es así. Daría la vida por ti, ya la está dando, y es hora de que se lo devuelvas, Amelia, denuncia.

Amelia intentaba calmar aquellas lágrimas mientras negaba con la cabeza y María supo que no le quedaba más remedio que usar su mejor y más sucia baza contra Amelia: su hermana.

- Cuando he entrado al baño, he visto a Luisi rota, porque no soporta verte así, ninguno lo hacemos. Tiene diecisiete años, y no quiero que mi hermana pequeña en vez de estar tranquila en su casa despreocupada viendo alguna película o con sus amigas disfrutando de su adolescencia, tenga que curarte las heridas mientras hace de tripas corazón, porque tampoco es justo para ella. Denuncia por ella, Amelia, por todos los que te queremos y nos está matando esta situación.

Dos horas después, cuando el Asturiano cerró, toda la familia Gómez se encontraba en la comisaría junto a Amelia interponiendo su primera denuncia contra su padre.

Fin de flashback.


Porque sí, porque, aunque creamos que no sirve para nada porque no haya pruebas sólidas, el hecho de que se haya denunciado ya es una prueba en sí, porque muestra que no nos callábamos, que ya no aguantábamos, y que, aunque no hubiera nada en lo que apoyarnos, necesitábamos pedir ayuda para que el día de mañana no digan:

"Si ella no quería, ¿por qué no lo denuncia?"


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Pido disculpas por volver a hacer sufrir a nuestra Luisita, pero me parecía que la sextorsión era un tema demasiado actual y, desgraciadamente, demasiado común, para pasarlo desapercibido. Pero, de verdad, a partir de aquí, ¡todo para arriba!

Y para una mejor lectura, este flashback es una continuación del que aparece en el capítulo 22.

ZZ💜

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