Lo que esconde el espejo

By LuciaGLavado

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Los habitantes de la población de "La Aldea" llevan toda su vida sufriendo extraños acontecimientos: gente qu... More

El comienzo

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By LuciaGLavado

Introducción

Danny temblaba de pavor ante la Quimera. Frente a él se alzaba un ser monstruoso de tres cabezas. La primera de ellas tenía forma de dragón, la del centro, de un precioso león con cabellera dorada, y la última, un macho cabrío. Por todo su cuerpo de híbrido, se podían ver diferentes aspectos que recordaban a otros animales. Por sus enormes y mortíferas alas, parecía un dragón, pero por las cualidades de su parte delantera, un león. Por otro lado, la zona trasera resultaba igual a la de una cabra de pelaje oscuro. Su porte le impresionaba y protegía la entrada de una cueva a la que Danny quería acceder e inevitablemente el chico se sentía empequeñecer. Tenía trece años, era muy alto para su edad, pero frente a la Quimera era como una hormiga ante un elefante. Su ropa, vaqueros y sudadera roja, estaban embarradas e incluso llenas de rasgaduras. Su cabello rubio estaba cubierto de barro y hojas, al igual que su rostro, pero al fin se encontraba en la última prueba.

—Has sido muy valiente para llegar hasta aquí. Has demostrado valor, buen corazón y respeto hacia cuanto te rodea, y ahora te queda una última prueba, la más difícil de todas.

—¿Y regresaré a casa?

—Volverás, siempre que superes la prueba —añadió la cabeza de dragón con voz gutural. Después se hizo a un lado mostrando una larga gruta llena de tesoros, obsequios de plata, diamantes y al final, una puerta de piedra que se iba abriendo—. Ésta es mi guarida y colecciono preciosos objetos. Todos tienen un gran valor para mí. Por lo tanto, no debes tomar ninguno, no dejes que la avaricia te ciegue, camina recto y olvidarás todo cuanto ha sucedido.

Danny asintió. Corrió sin mirar atrás, olvidándose del largo día vivido en ese mundo, pero cuando se encontraba ante la puerta —donde ya veía su conocida habitación—, se detuvo. A su derecha encontró las piedras que buscaba. Extrañas perlas negras que deslucían debido a los preciosos y grandes diamantes que se encontraban a su alrededor, pero se sentía terriblemente atraído por ellas.

Miró atrás, la Quimera no lo estaba viendo. Entonces, pensando que era un premio merecido por tanto sufrimiento perecido, tomó dos. Tal vez debería haber cogido sólo una, o ninguna..., porque cuando las guardó, la puerta se cerró. El suelo comenzó a temblar, y al mirar por encima de su hombro, se encontró a las cabezas enfurecidas. El dragón resoplaba con intensidad, parecía que pronto fuera a lanzar una gran bocanada, mientras que el león gruñía, pero fue la cabra quien habló en tono burlón.

—¡Ahooora tu aaalma quedaraaá helada de porrr vidaaaa!

—¡No! —gritó Danny, pero era demasiado tarde. Una débil escarcha comenzó a crecer bajo sus pies.

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Pérdida de un hermano

—¡No, Danny, no! —gritó Lucie alarmada.

Entonces entró su madre en la habitación. Era alta y de rostro amable. Su cabello rubio la envolvía en un cálido abrazo, y cuando Lucie miraba a sus ojos cristalinos, se sentía segura y cómoda. Se sentó al borde de la cama de su hija y, con cariño, la abrazó.

—Lucie, es sólo una pesadilla. Tu hermano duerme en su habitación —la tranquilizó su madre—. Llevas días soñando con lo mismo, pero él está bien, no congelado como dices. Ven, vamos a verlo y te sentirás mejor.

Lucie tomó su mano y bajó de la cama. Era una chica divertida y alegre, aunque últimamente su ánimo había cambiado. Tenía doce años, su cabello era largo y rojizo, ligeramente ondulado cayendo hasta su cintura, y sus ojos, de un hermoso color verde. Era delgada y bastante alta, pero no tanto como su hermano, a quien encontraron durmiendo en la habitación contigua.

—¿Lo ves...? Descansa plácidamente. No le ha pasado nada, sólo ha sido una pesadilla producida por todas las películas extrañas que ves y los juegos frente a los que tantas horas pasas embobada.

—No ha sido un mal sueño —susurró Lucie, y cuando su madre cerraba la puerta, miró a su hermano, que le dedicó una sonrisa maliciosa—. Pero mamá, Danny está cambiando, ya no es el mismo que hace días, sino un hermano estúpido, arrogante y gruñón.

—Cariño, no me gusta que hables así de Danny, y además tienes que comprender que los chicos cambian. Tu hermano crece, está madurando. Es algo normal. A partir de ahora, pasará más tiempo con sus amigos practicando deporte y querrá salir al cine con ellos. Tú eres su hermana pequeña, y aunque ya no haga esas cosas contigo, no quiere decir que te quiera menos. Él es tu hermano mayor y siempre te protegerá. Ya llegará el momento en el que tú quieras salir con tus amigas, ir al cine con ellas y se acabarán las excursiones con Danny al campo los fines de semana. Cuando crecemos, inevitablemente, cambiamos.

—Pues si crecer significa dejar de hacer cosas que me gustan, preferiría quedarme como estoy. Además, no me refiero a esos cambios, sino a otros. No parece el mismo.

—¡Oh, Lucie, no digas tonterías! Es hora de dormir o mañana no te verás con fuerzas para ponerte en pie.

Lucie no protestó y fue derecha a su habitación. Se cubrió con las mantas, pero se vio incapaz de conciliar el sueño. Ella sabía que esa pesadilla no era normal; su hermano le mostraba algún suceso e intentaba ponerse en contacto con ella.

Aunque nadie la creía, Danny había cambiado: no era tan cariñoso, ya no la escuchaba, siempre estaba solo, ni siquiera hacía caso a sus amigos y, cuando le miraba a sus bonitos ojos verdes, un oscuro pozo la engullía.

Todo había comenzado unas semanas atrás cuando su madre les separó, asignándoles habitaciones individuales, y al subir al desván a llevar algunas cosas, encontraron dos espejos de cuerpo entero. El de tono pino tenía tallada la bonita figura de una mujer elegante, con sonrisa armoniosa y larga cabellera rizada. En el de nogal también había una labrada, la cual compartía un gran parecido con la anterior, sin embargo, su mirada expresaba maldad, y el cabello liso ocultaba parte de su rostro.

A pesar de haber trascurrido semanas, Lucie recordaba a la perfección aquel día en el que su hermano le contó la leyenda sobre los espejos que todos los habitantes de La Aldea conocían.

—Lucie —le dijo—, estos son los espejos mágicos de las hermanas Madison. Están malditos, tragan tu alma, te llevan a un mundo de pesadilla y horribles monstruos salen de ellos durante la noche —añadió en tono de burla.

—¡Oh, Danny, eso no es verdad! Estos espejos no son mágicos, los venden en la Calle Siete, en la tienda del Señor Gómez. Son todas réplicas y nunca he escuchado nada sobre eso de las Madison...

—¡Qué ingenua eres! Nunca has querido escuchar la historia de las hermanas. Temes que si te miras, pase algo malo, pero es una leyenda mágica, triste... Se dice que a través de estos objetos se crea un portal mágico al mundo de las Madison. Pienso decirle a papá que lleve el espejo de la hermana mala a mi habitación —bromeó—. ¡Es precioso!

—Pero Danny, ¿no te da pena que ya no durmamos en el mismo dormitorio, nos contemos historias, todo lo que hemos hecho durante el día o planeemos nuestras excursiones al bosque? ¿No me echarás de menos? Yo sí. Sé que nos hacemos mayores, pero me entristece no tener a nadie con quien hablar.

Su hermano le sonrió y apoyó sus manos sobre sus hombros en gesto protector.

—Sabes que sí te echaré en falta, pero nada cambiará. Y aunque ya no durmamos en la misma habitación, nada cambiará. Seguiremos igual de unidos.

—¿Me lo prometes? —preguntó, mostrándole el dedo índice—. ¡Hagamos la promesa!

Su hermano asintió, unieron ambos dedos e hicieron el juramento.

—Ahora, ayúdame a buscar información sobre la historia de las hermanas Madison.

—No sé..., esos espejos me dan miedo. Los veo raros y no quiero conocer la historia de esas mujeres tan extrañas. Búscala tú solo. Ahora que lo dices, realmente parece que si me miro mucho tiempo, mi alma será tragada a un mundo desconocido.

Danny rió y se cruzó de brazos.

—Pensé que no creías en cuentos de hadas, pero tranquila, buscaré la historia. Y quién sabe..., quizá encuentre un mundo mágico, grandes tesoros y criaturas excepcionales.

Lucie lanzó un largo suspiro.

Las siguientes semanas, en ocasiones, le comentó hechos extraños:

«He encontrado cosas fabulosas, ya sabía yo que esos espejos no eran normales».

«Estoy cerca, voy a encontrar la forma de entrar, de cruzar el espejo y conoceré ese mágico mundo que no dejo de ver en los libros. Esta noche, con la luna creciente cruzaré el portal, ya te contaré a la vuelta que tal mis aventuras».

Y eso fue lo último que le dijo, o al menos el Danny amable que ella recordaba. Desde entonces, había cambiado y estaba convencida de que todo estaba relacionado con el mundo de las Madison.

Decidida, se puso en pie, y muy despacio, subió al desván tirando de un cordón que dejaba caer unas escaleras. Una vez arriba, encendió la bombilla, y haces de luz iluminaron el lugar, aunque eso no eliminó para nada su aspecto tétrico. Al fondo le esperaba el espejo de la supuesta hada buena al que se dirigió vacilante.

—¿Eres tú la culpable del cambio de mi hermano? ¿Le has robado su corazón y lo has vuelto marchito? —preguntó, mirando fijamente su reflejo y pensando que quizá cobrara vida, cuando un repentino golpe la asustó. Al mirar a la derecha, junto a una pequeña ventana circular, reparó en una gatita blanca, pero no se dio cuenta de que la imagen de su reflejo en el espejo no se movió como ella y a su vez, sino que permaneció quieta—. ¡Eh, pequeña!, ¿cómo has llegado hasta aquí arriba? —preguntó tomando a la gatita en brazos.

Protegió al pequeño animal entre sus brazos. Le parecía imposible que estuviera allí, pues el desván equivalía a la altura de un tercer piso, y el árbol más cercano estaba a una distancia de veinte metros. No le dio mayor importancia y abandonó el desván, sin percatarse de que su reflejo con la pequeña gatita a sus pies, permanecía inmóvil y atrapado en el espejo, aguardando el regreso de Lucie, la única capaz de descubrir la verdad y ayudar a Danny.

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