La Dama y el Grial I : El mis...

By katiealone

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Un caballero debe volver a su antiguo hogar para descubrir la peligrosa verdad que oculta una orden secreta:... More

► Antes de empezar◄
✚ Sinopsis ✚
☛ Mapas ☚
✯ Guía de personajes ✯
📖 Conceptos y definiciones
🎵 Playlist
Dedicatoria
Epígrafe
Introducción
Capítulo 1: El paje y la doncella
Capítulo 2: La víspera
Capítulo 3: Malas nuevas
Capítulo 4: Tres destinos
Capítulo 5: Traiciones
Capítulo 6: El legado y el mal
Capítulo 7: Llegadas
Capítulo 8: La hora prima
Capítulo 9: Pérdida
Capítulo 10: El destino de la orden
Capítulo 11: Días que se van
Capítulo 12: Saissac
Capítulo 13: Entre los árboles
Capítulo 14: Cabaret
Capítulo 15: Bienvenido
Capítulo 16: Al caer la noche
Capítulo 17: Incendiarios
Capítulo 18: Nuestra fe
Capítulo 19: Ofensa
Capítulo 20: Manuscritos
Capítulo 21: Baile
Capítulo 22: Los jardines de Cabaret
Capítulo 23: Culpables
Capítulo 24: La loba de Cabaret
Capítulo 25: Mensajes
Capítulo 26: Compromiso
Capítulo 27: Libro prohibido
Capítulo 28: Ellas y nosotras
Capítulo 29: Juramento
Capítulo 30: Sentimientos e ilusiones
Capítulo 31: Confusión
Capítulo 33: Errores
Capítulo 34: Confrontación
Capítulo 35: Revelaciones
Capítulo 36: El trovador
Capítulo 37: El poder
Capítulo 38: Cercanos
Capítulo 39: Pagana
Capítulo 40: Rosatesse
Capítulo 41: Expuesta
Capítulo 42: Promesa
Especial de Halloween 2021
Capítulo 43: Armas de terror
Capítulo 44: Temores
Capítulo 45: Caballeros
Capítulo 46: Inocencia
Especial de Navidad 2021 [Parte 1]
Especial de Navidad 2021 [Parte 2]
Especial de Navidad 2021 [Parte 3]
Capítulo 47: Engaños
Capítulo 48: Deshonor
Capítulo 49: Compasión
Capítulo 50: Verdades a medias
Capítulo 51: Para el amor imposible
Capítulo 52: Íntimo
Capítulo 53: Escogidos
Capítulo 54: Humilde amor
Capítulo 55: Una oportunidad tentadora
Capítulo 56: Assaig
Capítulo 57: Encuentro
Capítulo 58: Presagio
Capítulo 59: Futuro incierto
Capítulo 60: Noticias
Capítulo 61: Banquete
Capítulo 62: Grial
Capítulo 63: Asuntos pendientes
Capítulo 64: Voces [Final]
Notas finales
Epílogo
Extra: Este cuerpo no es mío
👑 Orden de lectura 👑
Dos historias: Novela corta de LDYEG
💖 Otras novelas de la autora 💖

Capítulo 32: Tentación

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By katiealone

Cada vez que me acuerdo de la alcoba

donde, para mi mal, sé que nadie entra

pero todos vigilan, primo o tío,

me tiembla todo el cuerpo, incluso la uña,

igualito que un niño ante la vara:

temo suyo no ser, con toda el alma (1)

Los días habían pasado, y Guillaume decidió mantenerse ocupado para no pensar en lo que sucedió con Bruna, y soportar la espera. Iba seguido a Saissac y le alegraba saber que en poco tiempo podría volver a su castillo. Era seguro que antes del invierno estaría en sus tierras. No creía que su ausencia les afectara, los pueblos estaban acostumbrados a existir sin la presencia constante de su señor, pero igual quería que lo conocieran y que de una vez se fueran haciendo la idea de que él era quien estaba a cargo de todo.

Al menos de ese lado las cosas mejorarían, pero en otro aspecto seguía igual de perdido y arruinado que siempre. Intentó hacerle caso a Arnald y decidió no echarse al abandono con la bebida otra vez, en parte porque en realidad no era divertido beber por sentirse solo y miserable. No quería seguir ese rumbo, pues ya se había convencido de que lo de Bruna tenía solución. Lo del Grial todavía estaba en duda, pero lo de ella no. A pesar de que las mejoras en el castillo de Saissac no jugaban a su favor en ese aspecto. En el fondo no deseaba irse de Cabaret, eso significaría separarse aún más de ella.

La veía poco, ambos se habían evitado. Se cruzaban a veces por los jardines, se encontraban a la hora de la cena y en algunas fiestas que se organizaban en Cabaret. Se había dado cuenta de que no era que ella estuviera tratando de evitarlo porque ya no lo quería más, sino que tomaba valor para contarle todo. Igual cuando sus miradas se cruzaban podía ver ese brillo especial en ella, igual se sonreían, igual ella se sonrojaba. Y él, por supuesto, se daba cuenta de que alguien se iba a tropezar con el charco de babas que dejaba cada vez que la veía. Bueno, caía en cuenta de eso justo cuando Bruna desaparecía. No podía evitarlo, mientras más lejana la sentía, más la deseaba.

Le parecía un poco bajo hacerlo en su condición de caballero, pero usaba a su sirviente Pons para obtener información de lo que pasaba con Bruna. Una vez su amiga Alix en París le dijo que el mejor método para enterarse de las cosas era tener espías entre la servidumbre. Ellos siempre estaban ahí, silenciosos y discretos. Muchos no los tomaban en cuenta, pero estos escuchaban lo que él quería saber.

Le dijeron que ella había comentado que extrañaba pasear con él. Que estaba orando mucho para sentirse libre de hablar y contarle todo. De hecho, se le había visto más seguido en la iglesia. Arnald tuvo razón, solo tenía que ser paciente. Esperar y luego insistir un poco, y ella sería suya. Suya en el buen sentido de la palabra, solo su dama. Pero al menos tendría el derecho de besarla, estar cerca de ella el tiempo que quisiera, estar a solas. Y bueno, nada más.

A veces se sentía culpable por pensar demasiado en Bruna de una forma impropia. Su futura dama era hermosa y dulce, suave y tierna. No merecía esos pensamientos tan sucios que le dedicaba. Recordó aquella vez en que se encontraron en el balcón bajo la luna y cantaron juntos. Quizá ella no se dio cuenta, pero él sí. Debajo de ese camisón de dormir la dama no llevaba nada más, y pudo distinguir sus formas con claridad. Sus pequeños pero hermosos senos.

Imaginaba su desnudez a veces, se veía a sí mismo tocándola, haciéndola suya. Tenía claro que Bruna no era la maestra de la seducción, pero eso lo atraía más. Quería tenerla entre sus brazos y sentir todo su cuerpo temblar a su contacto, deseaba hundirse en ella una y otra vez mientras esta le rogaba por más.

No solo se trataba de sexo, eso lo tenía claro. No era una mujer a la que de pronto deseó y se le antojó poseer. Quería estar con ella, había empezado a sentir un profundo afecto por Bruna. Y la deseaba con todas sus fuerzas.

Era la hora de la cena, y la dama había indicado que se sentía indispuesta. En realidad, envió a Mireille para decirles que tenía un terrible dolor de cabeza. Esa noche ni Jourdain ni Peyre Roger estaban en Cabaret, habían ido hacia Carcasona a resolver un asunto urgente con el vizconde Trencavel, de eso se enteró aquella mañana. Se acercaba la fiesta de San Juan, así que supuso que era cuestión de las rentas que le debían, ya que ambos señores le habían jurado su lealtad al vizconde.

Le ofrecieron ir con ellos, pero se negó de inmediato. Primero, porque no soportaría pasar medio día con el imbécil de Joirdain. Y segundo, porque no tenía intención de prestarle ningún maldito juramento a Trencavel. Suficiente con que su padre hubiera asumido la tutoría de este durante un tiempo, ¿qué más podría darle Saissac? Ya lo aguantó de niño, y por él y no lo vería nunca más.

Los dos hermanos tampoco insistieron mucho para que los acompañara, después de todo no era su deber. Y esa noche, con Bruna ausente en la mesa, no tenía ganas de quedarse allí. Estuvo a punto de pedirle a Pons que ordenara que lleven la comida a su habitación, cuando Orbia llegó a la mesa.

—Vaya —dijo la dama con una sonrisa seductora—, me alegra saber que seréis vos quien me acompañe esta noche, señor —tomó asiento justo frente a él, sin respetar los protocolos. Esa mujer tan cerca, y solos, no era una buena idea.

—Buenas noches, señora —respondió con cortesía—. Lamento deciros que no os acompañaré por mucho rato. Me siento muy cansado y deseo retirarme a mi habitación.

—Qué lástima, porque esta noche sin mi marido acá estaré tan sola, ¿os imagináis lo que debe ser para una dama como yo? Sin el calor humano me moriré de frío en esa amplia cama. —La loba era muy cuidadosa con sus palabras, y también astuta. Por la forma en que lo miraba era obvio lo que quería insinuar. Por otro lado, Guillaume dudaba mucho que en verdad durmiera con Jourdain—. Nunca lo he comentado a nadie —continuó ella—, pero siempre necesito de alguien que me dé calor.

—¿Perdón? —tragó saliva. Eso se iba a salir de su control más pronto de lo que esperó.

—Quise decir, siempre necesito ayuda. Si bien no es el cuerpo de mi marido al lado... —dijo mirándolo directo a los ojos—. De alguien más. —"Sí, sí. Ya entendí lo que quieres, basta", se dijo mientras trataba de evitar esa mirada. Si seguía así, acabaría cediendo—. De alguien más que me ayude poniéndole leña al fuego, o alcanzándome una manta. Soy muy sensible al frío.

—Claro... —contestó, y bebió un poco del vino. Tenía que irse de ahí de inmediato—. Aunque estamos en verano, dudo que tengáis frío.

—¡Oh! ¡No tenéis idea de cuánto necesito el calor a veces! Sé que no parece, pero es así como me siento. Y esta noche corre una brisa helada, ¿no la habéis sentido? De seguro que necesitaré mucho calor para estar tranquila.

—Supongo... —bajó la vista esperando una especie de milagro. Y entonces apareció Pons como para salvarlo.

—Señor, ¿me mandó a llamar? —preguntó el chico.

—Sí, quiero que lleves algo de comer a la habitación. Estoy indispuesto.

—De inmediato, señor —contestó este mientras tomaba una bandeja, y ponía algunos alimentos que sabía que le agradaban, luego salió con ellas casi a la carrera.

—Me retiro. —Guillaume se puso de pie—. Que tenga una buena noche, señora.

—Si, yo también espero que así sea —agregó ella en un tono muy sugerente.

Siguió a Pons por los pasillos que conducían a su habitación. Mientras caminaba no pudo sacarse de la cabeza a Orbia. Esa mujer era tentadora, y todo lo que la rodeaba era bello. Su perfume, las exquisitas ropas que vestía, su cuerpo que apenas vio detrás del biombo. Era deliciosa. Pero más que eso, era una mentirosa. Le había dicho que a cambio de algunos secretos del Grial debía de acostarse con ella y así compartiría información. Le insinuó que era la verdadera dama del Grial a quien juró proteger.

Tenía razones para poner en duda su palabra, lo había pensado mucho. Si fuera la dama del Grial, ¿acaso la orden toleraría que le soltara secretos a un supuesto desconocido? Claro que no, ni siquiera permitirían que se le acercara.

Tal vez Orbia sí pertenecía a la orden, tal vez sí tenía una mejor noción que él de la verdad sobre lo que custodiaban. ¿Pero era la dama del Grial? Ya no se inclinaba por esa opción, y quizá debió pensarlo antes de ir como idiota a Cabaret a buscarla, y aceptar encuentros a solas.

Orbia le había mentido para que él accediera a acostarse con ella. Y lejos de molestarle eso le pareció aún más excitante. Que una mujer fuera capaz de mentir en algo tan delicado solo por tenerlo se le antojaba de lo más tentador.

—Señor —estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Valentine le salió al encuentro. La doncella hizo una leve inclinación ante él, y este la miró con sorpresa—, os traigo un mensaje de mi señora, si deseáis escucharlo.

—Claro —empujó a Orbia fuera de sus pensamientos un momento para dejar entrar a Bruna. Ella quería hablarle, quizá aprovecharía que su marido no estaba para decirle al fin lo que llevaba días aguardando escuchar—. ¿Qué manda a decir vuestra señora?

—Dice que si pueden verse cuando suenen las campanas de las completas (2). Dice que si podéis encontrarla en el lugar donde se vieron sin querer la otra noche.

—Por supuesto, dile que ahí estaré —contestó animado.

Al fin pasaría algo bueno. Aunque le dijo a Bruna que esperaría el tiempo que fuera necesario, en realidad había pasado esos días aguardando con ansias que ella le contara la verdad. Tal vez no aceptaría ser su dama como le pidió, pero sabría la razón detrás de su negativa. Necesitaba eso.

—Con vuestro permiso. —Valentine hizo una inclinación y después se retiró.

No comió nada de lo que Pons llevó. Se la pasó pensando en qué iba a decirle Bruna. ¿Acaso ya lo había considerado bien? ¿Aceptaría su propuesta al final? Esperaba que sí. Aguardó el sonido de las campanas, y nunca la llegada de las completas lo hizo tan feliz. Guillaume salió con discreción rumbo a ese balcón. No había nadie rondando, al parecer ya todos estaban dormidos o entregados a sus labores en otros lados. Algunas antorchas se encontraban apagadas, no podía ver bien el camino y se guiaba por las paredes.

Fue entonces que le pareció ver una sombra cruzando el pasillo. Pero no era solo una sombra, sino una persona. Caminó lo más rápido que pudo y la vio cruzar hacia la otra ala del castillo, rumbo al balcón. Era una figura femenina, y sonrió pensando que era Bruna caminando sola en la oscuridad.

Decidió acercarse sigiloso, como un cazador furtivo. Quería sorprenderla, y dentro de él se encendió una pequeña alarma que decidió ignorar. Quizá no estaba pensando con claridad, ¿qué había planeado? Bruna sola en la oscuridad de la noche, él solo, nadie los iba a ver. Era el deseo que sentía lo que le hablaba en ese momento. Ella caminaba despacio, y de pronto se detuvo. Guillaume aprovechó esta oportunidad para acercarse con rapidez, y girarla de un solo movimiento. Lo hizo tan rápido que la arrinconó contra la pared. Fue entonces que reaccionó y se quedó helado al verla. Esa mujer no era Bruna, era Orbia. Le sonreía de esa manera provocativa, satisfecha por al fin tenerlo cerca.

—Vaya, Guillaume. Sabía que estabas ansioso por tomarme, pero nunca tanto —le dijo con voz suave y seductora, y este se separó con rapidez.

—Pensé que eras Bruna. —Fue lo único que pudo comentar. Ella lo estaba esperando, no podía entretenerse más, era el momento de irse lejos. Pero sus piernas se negaron a moverse cuando esa mujer comenzó a acercarse a él.

—Si así tomarías a la inocente de Bruna, que apenas está dispuesta a darte un beso, no quiero ni imaginar lo que me harías a mí —dijo ella, e incluso se lamió los labios. "Vamos, tienes que irte ya", se decía Guillaume. Pero su cuerpo seguía paralizado. Orbia lo estaba tentando. Él era quien se sentía arrinconado—. Eres un hombre joven y viril, y sé por buena fuente que no has tocado a ninguna de las doncellas de este castillo. ¿Cuánto tiempo llevas conteniéndote? Bien, eso no importa. Pero un hombre tiene necesidades, y eso no tiene nada que ver con el amor. El amor puro y el deseo carnal están separados, no tiene uno que ver con el otro.

—Aléjate —dijo despacio, cuando en verdad no quería que hiciera eso. Orbia se acercó a él demasiado. Tanto que podía sentir sus senos pegados a su pecho y su cuerpo entero buscando refugio en él.

—No tiene nada de malo, y yo estoy dispuesta a ayudarte. Necesitas liberar tu cuerpo para estar con Bruna. Si no, la pobre va a asustarse.

—Basta ya, señora —dijo apartando su mirada—. Tengo que irme.

—Bésame —le susurró al oído.

Él no obedeció, por más que una parte de él lo deseara. Pero apenas intentó alejarse, Orbia tomó una de las manos de Guillaume y las posó en sus senos. No pudo resistirse, apretó uno de ellos. Se sentía tan suave que no logró soltarlo.

Por su mente ni pasó que Bruna lo esperaba, o que podría verlos. Orbia se lanzó al ataque de sus labios y él no la apartó. La dama pegó todo su cuerpo contra el suyo, y con rapidez, lo ayudó a quitarse el capote (3). Eso era una locura, pero estaba cegado por ese infernal deseo. Ya no era siquiera deseo por Orbia, casi no le importaba quien era ella. Solo era una sucia necesidad de satisfacerse, de quitarse todas esas ganas de encima y liberarse de eso de una buena vez. No pensaba, no podía hacerlo.

Fue entonces que sucedió. Todo fue tan rápido que creyó que estaba dentro de una horrible pesadilla. Un grito ahogado lo hizo detenerse. Se quedó quieto y con algo de miedo, como si temiera lo peor, giró un poco la cabeza.

Bruna se encontraba ahí, parada. Se había llevado las dos manos a la boca y estaba paralizada, como si no pudiera creer lo que veía. Guillaume sintió un escalofrío, y de inmediato todo ese deseo que lo enloqueció hacía un instante se esfumó. La desesperación y un miedo atroz lo invadieron. Ella estaba ahí, y los había visto. No lo iba a perdonar nunca.

—Bruna... —Pudo decir apenas mientras se separaba de Orbia—. Por favor... —Pero ella comenzó a retroceder despacio, como si tuviera miedo—. Tengo que...

Bruna también pareció reaccionar, y salió corriendo de ahí. Guillaume quiso tomar la prenda que le quitó Orbia antes de seguirla, pero al final la dejó atrás. ¿Qué le iba a decir? No tenía la más mínima idea y sabía que tampoco tenía excusa. Pero necesitaba alcanzarla y al menos decirle algo, lo que sea. La vio doblando el pasillo, corría con torpeza, como si estuviera ciega. O como si las lágrimas no le dejaran ver nada.

—¡Bruna! —gritó con voz desesperada intentando hacer que se detuviera.

"Eres un idiota. ¡Lo has arruinado todo!", se decía mientras avanzaba. Escuchó de pronto un golpe, como si algo hubiera caído, y aceleró el paso. Cuando llegó al final del pasillo y miró hacia donde la vio doblar y no la encontró. Tampoco escuchaba sus pasos corriendo. Se acercó a las escaleras que daban a los pisos inferiores. Y ahí la vio, inconsciente.

—¡No!

El gritó de Guillaume salió desde sus entrañas, y la desesperación lo invadió de inmediato. Descendió a toda prisa hasta la planta baja. Si ella había muerto por esa caída jamás se lo iba a perdonar, preferiría quitarse la vida antes de seguir con esa culpa, así ardiera en el infierno. Buscó sus signos vitales y de alguna manera se sintió aliviado. Pero no por mucho tiempo, su cabeza estaba sangrando.

Casi sin pensarlo arrancó una parte de su ropa y se la puso en la zona herida, presionándola para impedir que la sangre siguiera fluyendo. La cargó entre sus brazos y a toda carrera subió las escaleras con ella rumbo a su habitación. Tenía que estar bien, tenía que despertar. Quería ver sus ojos otra vez, aunque sea para que le dedicara una mirada de odio después de lo que hizo. 

Encontró la puerta de la habitación de Bruna junta, así que de una patada la echó a un lado mientras avanzaba con ella hacia el interior. Mireille salió a su encuentro, alarmada por el ruido, y casi dio un grito al ver a su señora entre sus brazos. Despertó de inmediato a Valentine, quién también miró aterrada esa escena.

El caballero la recostó en su cama mientras las doncellas lo echaban a un lado para auxiliarla. Fue Valentine quien se encargó de detener el sangrado de la cabeza de Bruna, mientras examinaba rápido otras partes de su cuerpo en busca de heridas. Guillaume se paró a un lado y miraba con ojos inquietos todo lo que pasaba. No iba a moverse de ahí hasta que Bruna reaccionara. Le rezaba a Dios para que fuera pronto, que por favor no le sucediera nada.

—¿Qué le pasó? —le preguntó Mireille con los ojos cubiertos de lágrimas.

—Se cayó de las escaleras —respondió sin entrar en más detalles. Luego ellas se enterarían de la verdad.

—¡Está despertando! —anunció Valentine.

Bruna empezaba a mover los dedos con debilidad, e intentaba volver en sí. Las dos se hicieron a un lado para que su señora pudiera ver lo que pasaba a su alrededor mientras reaccionaba. Guillaume se sintió aliviado cuando al fin ella abrió los ojos. Quizá estuvo confundida al principio, así que él se quedó ahí esperando. Estaba bien, eso lo llenó de calma. Pero muy poco le duró aquella sensación de tranquilidad.

Después de un momento en que Bruna no dijo nada, al fin sus miradas se encontraron. Y sintió que el corazón se le hacía trizas cuando vio sus ojos. Lo miró de una forma que jamás iba a olvidar. Pronto toda su expresión cambió, se veía en verdad molesta.

—Saquen a este hombre de aquí —dijo con la voz cargada de rabia y de una manera tan firme que las asustó—. No quiero verlo más.

—Bruna, por favor...

—¡Vete! —gritó furiosa—. ¡Vete de aquí! No quiero volver a verte. ¡Cómo pude ser tan tonta! Era obvio que la ibas a preferir a ella.

—Las cosas no son como crees —intentó justificarse, y apenas dijo eso se sintió un verdadero imbécil. 

¿Que las cosas no eran como ella creía? ¿Acaso no había visto lo que pasó? No necesitaba más explicaciones, lo vio besando a Orbia. Tocándola, buscando la forma de desnudarla. Estaba seguro de que si Bruna no aparecía, lo hubiera hecho con la dama loba ahí mismo. ¿Qué excusa patética le iba a poner? ¿No podía, para variar, admitir que era una basura completa?

—¡Vete! —volvió a gritar—. ¿Cómo pude creer que de verdad podrías quererme? —añadió, y rompió en llanto.

Esas palabras le dolieron, ni siquiera imaginó que podía sentirse así. Jamás dio excusas sobre con quien se acostaba o no, nunca intentó justificarse porque siempre se creyó con derecho de meterse con quien le diera la gana. Nunca le importó decepcionar a las personas, ni siquiera a su padre. Pero con ella no. A ella no tuvo que hacerle eso jamás. La estaba haciendo sufrir demasiado.

Recordó cuando hablaron por primera vez, y el solo hecho de mencionar a Orbia la entristeció. ¿Acaso no era un estúpido? Siempre supo que Bruna se había sentido inferior a Orbia, ¡y se le ocurría meterse con ella! Eso era un golpe bajo. La forma en que ella lo miraba y le hablaba le dejaron claro que fue un daño irreparable. Bruna no quería saber más de él, y eso le dolía en el alma. No soportaba esa idea, no cuando creyó estar tan cerca de tenerla.

—¡Que te vayas! —volvió a gritar.

Él retrocedió, no quería empeorar la situación, pero tampoco deseaba irse y dejarla así. Para su sorpresa, Mireille avanzó amenazante y abrió la puerta de par en par. Lo miró con fiereza, esperando a que él se fuera. Se retiró de ahí confundido, quería creer que todo fue una pesadilla.

Había sucedido tan rápido que prefería fingir que no pasó. Caminó hacia su habitación sin poder pensar en nada. Solo sentía culpa por lo que sus actos habían ocasionado. Si ella lloraba, si ella sufría, si ella estaba así; todo era por su culpa. Jamás se lo iba a perdonar.


***************


Quizá debió detenerse antes de entrar y evitarse ese dolor. Ya le había costado mucho tomar el valor para contarle a Guillaume toda su historia, así que cuando su marido le avisó que iría a Carcasona, ella decidió que había llegado el momento. Sin Peyre Roger allí no tendrían interrupciones. Así que mientras sus doncellas descansaban, ella salió rumbo al encuentro del caballero.

Tenía miedo de lo que iba a pasar esa noche, o de lo que podría suceder entre ambos si estaban una vez más a solas. No tenía idea de en qué iba a acabar el encuentro, o quizá en el fondo lo intuía. Una parte de Bruna tenía miedo de que se extendiera algún rumor de que ella y Guillaume se encontraban a solas, pero a la vez no hacía otra cosa que pensar en eso. A sus temores y dudas sobre contarle la verdad, y la culpa por dejar atrás el juramento que hizo, estaba la certeza de que moría de ansias por estar a solas con él.

¿Y qué sucedería cuando le contara todo? ¿Guillaume la comprendería? Podían pasar dos cosas: O él lo aceptaba y decidía que en verdad no le importaba su pasado, o desistía y pensaba que no quería meterse en problemas. Y si no le interesaba el pasado, ¿qué pasaría después? ¿Qué sucedería entre ellos? Lo imaginaba, y no quería hacerlo. O mejor dicho, no podía. 

La besaría de seguro, y ella aceptaría complacida la calidez de sus labios. No había dejado de fantasear con eso desde el día en que se conocieron. Y si bien en un principio fueron fantasías esporádicas, de pronto ya no lo sacaba de su cabeza. Sí, quería que él la besara. Hacía mucho que no besaba. Bruna ni siquiera estaba segura de recordar cómo se sentía un verdadero beso tierno y de afecto, y moría por volver a sentirlo.

Claro, un beso. Un beso era lo que podía pasar. ¿Y nada más? Él acariciaría sus mejillas y sus manos como ya lo había hecho. Le gustaría que lo hiciera, le encantaría en realidad. Lo anhelaba, lo deseaba. ¿Se opondría si la tocaba en otro lado? ¿En algún lugar que solo le pertenecía a Peyre Roger? Pensar en eso era bochornoso y terrible, ¿cómo podía pensar en dejar que otro se apropiara de un cuerpo que ya no era suyo? Ay, pero cómo lo deseaba...

Una cosa era pensarlo y tener la certeza de que estaba mal, y que tenía que mantenerse firme para no caer en el pecado de la carne. Eso lo sabía bien, pero no podía evitar que su naturaleza pérfida de mujer pecadora saliese a flote e intentara hacerla caer en la tentación. ¿Por qué tenía que ser así? Por días no solo luchó con la culpa por revelarle la verdad a Guillaume, también con el miedo de ceder a sus impulsos si se encontraba con él de noche.

Pues bien, la ocasión propicia llegó. Peyre Roger no estaba, ya no tenía riesgos de ser descubierta. Si pecaba o no, ya se vería. Intentaría resistirse, y recordaría que estaba ahí para contarle a Guillaume su verdad y aguardar su comprensión. Salió de su habitación con el corazón acelerado, segura que cualquier cosa que pasara aquella noche sería inolvidable.

Fue conforme caminaba en medio de la oscuridad que empezó a escuchar algo extraño. Pronto se dio cuenta de lo que era en verdad. Eran jadeos. No se consideraba una mujer muy experimentada a pesar de su condición, pero sabía qué era eso. Siguió andando sin poder evitar detenerse, se dirigió hacia ese pasillo y pudo distinguir una figura familiar. Sintió un extraño temblor. ¿Acaso era él? Caminó un poco más y entonces lo vio. Sí, era Guillaume.

Lanzó un grito que intentó acallar como pudo llevándose las manos a la boca. No podía creer lo que estaba viendo, era imposible. No se dio cuenta de que sus ojos estaban cubiertos de lágrimas, y que su rostro estaba empapado de las mismas. Eso debía de ser una pesadilla, no estaba pasando, no quería que fuera real. Pero él la miró a los ojos, y a pesar de que había poca luz notó su mirada sorprendida, llena de culpa. Era real, Guillaume estaba con su cuñada, haciéndole lo que solo un marido debe hacer con su esposa, la estaba tocando como jamás se hubiera atrevido a hacer con ella. Estaba haciendo con Orbia lo que tal vez soñó para sí misma. La prefirió a ella.

—Bruna... —escuchó de pronto pronunciar su nombre—. Por favor... Tengo que... —se estaba alejando de Orbia, quería decirle algo. Y ella, que hasta el momento había estado como sumida en un trance por lo que vio, empezó a reaccionar.

Quería huir, quería alejarse para siempre de esa escena. No podía soportarlo más, tenía que irse ya. Empezó a retroceder y por poco se tropieza con la ropa, casi no veía nada por culpa de las lágrimas y la oscuridad. Sentía un dolor profundo que le turbaba la razón. Solo quería huir y su cuerpo apenas si obedecía. Salió corriendo de ahí sin saber a dónde iba. Quería alejarse como fuera.

—¡Bruna! —La voz de Guillaume volvió a sonar, y ella se llenó de angustia. No quería escucharlo, no quería verlo. Tenía que irse de ahí, desaparecer y olvidarse de lo que pasaba.

Giró hacia la derecha y corrió como pudo, fue entonces que vio las escaleras que daban a la primera planta. Quiso bajar corriendo, pero sus pies se enredaron con su vestido y tropezó. Comenzó a caer por las escaleras, casi no sentía dolor. Se golpeó la cabeza, y de inmediato cerró los ojos. No tuvo ni tiempo para pensar en qué había pasado, todo antes de caer fue como una horrible pesadilla.

Abrir los ojos tampoco le supuso alivio alguno. Le dolía el cuerpo, y la cabeza. Nunca se había sentido tan mal. Le ardía la frente, se sentía mareada y débil. Pero en cuanto sus ojos vieron a Guillaume, todo en ella se encendió de rabia. ¿Cómo pudo? ¿Cuánto tiempo llevaba viendo a Orbia a sus espaldas? No podía soportarlo, no quería volver a verlo.

¿Y si se estaba precipitando? ¿Y si esa era la primera vez? "¿Qué más da eso?", se dijo disgustada. Se suponía que ellos dos iban a encontrarse. Que ella, en su condición de señora del castillo, estaba corriendo el riesgo de ser descubierta con otro hombre. Y eso a él no le importó. ¿Para qué aceptó verla entonces? ¿Para burlarse de ella metiéndose con su cuñada? ¿Por qué le decía que la quería y que iba a esperarla, si después buscaba a otra para reemplazarla? Ni siquiera pensó lo que le dijo, solo escapó de sus labios. ¿Cómo pudo ser tan tonta de pensar que podían quererla?

Apenas él se fue, Bruna cerró los ojos y no dijo nada por un rato. Le dolía el tobillo, sentía que el pie le palpitaba. Le dolían también otras partes del cuerpo por culpa de la caída, y recién era consciente de eso. El mareo no se iba, y al llevarse una mano a la mejilla notó que sus dedos se mojaron con su propia sangre.

Hacía un momento estuvo tan confundida por la situación que no pensó y terminó accidentada. Quiso creer que todo lo que vio fue un sueño, y ya había despertado. La pesadilla era real. Jamás pensó que se podría sufrir así. No podía más con eso. Si ya antes estaba harta de su vida y deseando que Dios le pusiera fin a su tormento, en ese momento el deseo de que todo acabara fue peor.

—Quiero morir —musitó de pronto aún con los ojos cerrados. Tampoco pensó lo que dijo, pero tanto dolor no la dejaba razonar.

Quería llorar, sentía que ni fuerzas para eso tenía. Por un instante a causa de ese mareo y confusión, pensó que la muerte sería el único alivio a su sufrimiento.

Mireille empezó a llorar al escucharla decir aquello, y le pareció que Valentine salía, tal vez en busca de yerbas que la ayudaran a calmarla. ¿Qué le importaba eso? Jamás el deseo de desaparecer del mundo fue tan grande como en ese momento.



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(1) El firme anhelo que en mi pecho entra - Arnaut Daniel (1180-1195)

(2) Completas. Según la división del tiempo que realizaba la iglesia en la edad media, alrededor de las 8pm.

(3) Capote. Prenda masculina de dos paños unidos en los hombros, sin mangas o con mangas flotantes, cuya longitud varía entre el corto de los jóvenes y el largo de las personas respetables. El tejido más habitual para su confección es el terciopelo.

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Como cuando te piden que actualices con salseo, y te salseo pero del que no querías xddd

¿Por qué hago estas cosas? Porque soy Batman (?

Próxima actualización: Cuando a Bruna se le pase el llanto.



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