Oculto en Saturno

By BlendPekoe

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La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 30

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By BlendPekoe

Después de un par de días fui a la casa de Vicente. Deduje que sería más fácil encontrarlo de noche por lo que me presenté frente a su casa pasadas las diez. Una casa de dos plantas donde él ocupaba la parte de arriba desde la separación. La división quedó completa en poco tiempo y cada detalle fue cuidado, para él era importante no mostrar ningún tipo de precariedad, tenía su propia entrada y se accedía por una amplia escalera rodeada de plantas. No lucía mal, hasta daba la apariencia de que la construcción siempre fue de esa forma. Toqué su timbre pero la puerta que se abrió fue la de abajo por donde salieron corriendo sus hijas. Entre risas, gritaron algo indescifrable antes de separarse; una subió por la escalera y la otra llegó a la reja.

—¿Estás de visita? —preguntó Agustina mientras intentaba abrir el portón que no cedía, estaba con llave.

Su hermana golpeaba la puerta del piso superior para anunciar mi llegada. Vicente apareció confundido por el escándalo y se sorprendió al verme. Su hija no le dio tiempo a reaccionar, lo apuró para que bajara con prisa como si fuera urgente recibirme.

—No tienes permiso para abrir la reja —reprendió a Agustina por su intento, volteó hacia la casa—. ¿Cómo salieron? —cuestionó al verlas solas.

—No hicimos nada malo —defendió Valentina.

Mucho no le creyó.

—Hay que tener todo bajo llave con estas salvajes —dijo mientras abría la reja.

Ellas simplemente se rieron ante la acusación. Agustina tomó mi mano para guiarme.

—Llegaste tarde para la cena.

—Ya cené.

—¿Y a qué viniste?

—A visitar a tu papá.

Al llegar a la escalera Vicente las detuvo.

—Ustedes vuelven adentro.

Con quejidos fueron acompañadas por su padre, quien se demoró buscando a Rebeca para ponerla al tanto de la inquietud de las niñas. El diálogo sonaba tan normal que era imposible sospechar de los cambios que su relación sufrió con el tiempo.

La casa de Vicente relucía después de la remodelación, había hecho un único ambiente para la cocina, comedor y sala, y ganar con eso espacio. Se veía amplio, iluminado, cómodo. La mesa estaba haciendo de escritorio con una notebook, cuadernos y papeles, señal del trabajo que no se terminaba nunca. Al entrar me quedé junto a su puerta y él se apoyó en la mesada esperando mi queja.

—Lo que hiciste fue innecesario —resumí.

Mi idea no era pelear con él ni estar en malos términos a pesar de seguir enojado por lo que hizo. No tenía sentido. Podíamos discutir, gritarnos, sacarnos quicio, pero luego dejábamos atrás el momento y seguíamos. Y yo quería eso, dejar lo que pasó atrás y seguir.

—Es tu familia —insistió.

—¿Y?

No le gustó mi actitud.

—También tienes un hermano.

—Que podría ser cualquier extraño en la calle.

Vicente suspiró frustrado porque no veía el mundo de la misma forma que él.

—Yo tengo la conciencia tranquila, no hice nada malo —declaró con dudoso orgullo mientras giraba hacia la mesada.

Resignado, llenó una jarra eléctrica con agua y buscó algunas tazas. Me senté en la mesa observando cómo preparaba café, resignado por mi parte también. En un principio pensé en reclamarle una vez más el atender las llamadas de mi madre pero no me haría caso, el problema era que teníamos dos posturas diferentes. Y como yo no entendía la suya, él no entendía la mía.

Se sentó frente a mí después de servir el café. Estaba molesto pero no conmigo, sino con las cosas que no salieron como él deseaba.

—Mi familia eres tú, no gente que no veo hace años. El que está a mi lado y me soporta todo eres tú. Al menos que ya no me soportes —recriminé.

Se me quedó mirando.

—Eso es jugar sucio.

—No me hables de jugar sucio, me llevaste engañado. —Tomé el café y fruncí el ceño al hacerlo—. Te quedó feo —critiqué aunque seguí bebiendo.

Vicente probó el café pero no encontró ningún sabor sospechoso, ya estaba habituado. Nos quedamos un rato en silencio, más tranquilos, regresando a nuestra normalidad. Aprovechó ese momento para ofrecerme un cigarrillo y acompañarlo en ese descargo de ansiedad que significaba fumar. Tal vez fue desacertada su decisión de llevarme a ese hospital pero no lo hizo con mala intención. Solo sirvió para que yo recordara que una familia no era algo predeterminado, que podía estar en una elección mutua entre personas que no estaban unidas por sangre, tener diferentes formas y crecer hacia muchas direcciones.

—Entonces yo soy el hermano mayor y tú el hermano menor que no hace caso.

—¡Ja! Será el hermano mayor que mandonea en todo caso.

El humo subía creando formas abstractas y Vicente ponía atención a esas figuras mientras hablaba.

—Por un momento creí que no ibas a volver a hablarme.

Lo que era mucho teniendo en cuenta que no llegábamos a esos extremos.

—Y aun así no ibas a disculparte.

Quedó pensativo unos segundos.

—Lamento que verlos te haya hecho llorar. Yo no quería eso. No quiero que llores... No más.

—Son cosas que no se pueden evitar —intenté animarlo.

Me miró serio porque en lugar de estar enojado buscaba calmar su mente.

—Tú también soportas muchas cosas de mí.

—Tu café por ejemplo.

Soltó una carcajada que me dio gusto oír. Era mejor así, reír por tonterías y dejar que los malos momentos se convirtieran en recuerdos. Su celular sonó con un mensaje que observó con simpatía.

—Rebeca pregunta si quieres manzana asada.

—Por favor.

Ella subió con el postre y se sentó con nosotros entusiasmada.

—Me alegra que no estén peleados —me dijo apenada, demostrando que estaba al tanto y no muy de acuerdo con la intervención de Vicente.

No todas las familias eran iguales, él debería saberlo mejor que muchos. Pero pensé en la posibilidad de que aún se encontraba procesando esa realidad.

***

De repente sentí que tenía muchas cosas que hacer y resolver. Por eso fui a visitar a mis suegros acompañado por Lautaro. Una visita más apropiada que mis tímidos y breves saludos en el vivero, pero no más valiente. Me recibieron contentos con un almuerzo casero y elaborado. Mi suegra recordó que me gustaba su lasagna y se esmeró en prepararla para mí.

Fue extraño volver a entrar en esa casa, todo se veía igual, lleno de recuerdos, pero ordenado y con vida, no como en la mía.

Extraño y, de alguna manera, solitario. La ausencia de Matías me pesó, desorientó y cohibió. Mi lugar allí era con él y sin él no sabía cómo actuar. Me sentí torpe al momento de ayudar a preparar la mesa, algo que había hecho miles de veces, dudé al moverme por la casa, cierta inseguridad me invadió.

—Preparé demás para que puedas llevártelo. Solo lo metes al microondas.

Sonreí ante la consideración.

—Igual puedes venir a comer con nosotros cuando quieras —se apuró en sugerir mi suegro casi a modo de reclamo—. No tiene que ser un domingo, puede ser un día de semana también.

—Él ya sabe eso —advirtió su esposa.

Apreciaba que tuvieran el cuidado de no mencionar a Matías pero mi imposición se sentía proporcionalmente injusta con respecto a la amabilidad que me mostraban, en su propia casa.

—Estaba pensando —dije en plena comida y sin pensar— que podríamos arreglar la tumba de Matías.

Mis palabras los tomaron por sorpresa pero fue lo único que se me ocurrió decir para romper con la maldición del silencio que envolvía la memoria de Matías. Bajé la mirada al plato por no saber cómo expresar que no quería que temieran hablar de él; aunque me entristeciera, aunque tuviera que fingir alguna sonrisa, aunque no supiera cómo reaccionar y me quedara callado ante un recuerdo.

—¿Le pasó algo a la tumba? —preguntó Lautaro.

—No. Es solo que me pareció que podíamos hacer algo más lindo que esa placa triste.

Se miraron entre ellos y mi suegra fue la que más rápido resolvió el dilema.

—Podríamos hacer algo que nos deje colocar fotos. Siempre quise poner fotos de él.

Asentí sin poder responder.

Luego de la comida ayudé a lavar los platos buscando quedar solo con mi suegra. Ella preparaba toda la comida que quería que me llevara, explicándome cómo congelarla y descongelarla, por si yo no lo sabía. Cuando se dio cuenta que la observaba con una incomodidad que no podía ser producida por la comida que empacaba, detuvo su explicación. Y lamenté no haber ensayado lo que quería decir.

—Lau me contó —se adelantó ella— y está muy bien.

—¿Qué cosa?

—Que estás saliendo con alguien —dijo con tranquilidad.

La verdad era que me sentí aliviado de que Lautaro se lo contara. No me hacía sentir menos apenado pero me ahorraba un poco de vergüenza. Hasta imaginé que lo hizo a conciencia, para que ella ya supiera qué hacer y decir cuando yo no pudiera manejar la situación.

A pesar de todo, desvié la mirada a los platos que debía lavar.

—No es oficial —repetí como excusándome.

—Espero que pronto lo sea. —Siguió empacando la comida—. Me deja más tranquila saber que ya no estás encerrado en tu casa.

Al terminar con la comida, se acercó a mí y besó mi cabeza, me rodeó con un brazo en un fuerte medio abrazo que me conmovió.

—Voy a preparar unas flores para que se las lleves a tu novio.

Escucharla usar el término de novio con tanta soltura me sobresaltó pero no pude responder ni quejarme, solo asentí mientras me esforzaba por evitar que las lágrimas me traicionaran.

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