𝑬𝒈𝒊𝒑𝒕𝒐| 𝑹𝒂𝒎𝒔𝒆́𝒔.

By Mairelys_Quevedo1784

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Para alguien acostumbrado a la nobleza, todo lo demás es nuevo despertando su curiosidad. Y más al ser criado... More

Egipto.
Capítulo uno.
Capítulo dos.
Capítulo tres.
Capítulo cuatro.
Capítulo seis
Capítulo siete.
Capítulo ocho.

Capítulo cinco.

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By Mairelys_Quevedo1784

capítulo cinco.

EL NACIMIENTO DE LA HIJA DE LA PRINCESA HENUTMIRE Y EL GENERAL DISEBEK, HABÍA DEJADO al descubierto una face nunca antes vista del general. Era alguien sumamente sobreprotector con su pequeña, la única persona que se podía acercar a su hija era su madre. Los demás sí no querían perder la cabeza, no se acercaría. Algo que los tenía nostálgicos, era que la hora de partida ya se acercaba. Tendrían que dejar esa tierra que tanto cariño, les había dado. Pero ya Egipto aclamaba por sus princesas y su general.

Los padrinos de la bebé habían preparado una ceremonia de despedida, todos los nobles de Nubia y sus alrededores habían asistido. No todos los días tenías la suerte, ver a la hija, nieta y yerno del faraón de Egipto. La bebé no tenía ni la piel tan sonrosada, ni sus facciones son tan perfectas. Acaba de pasar por el primer gran esfuerzo de vida, su tenía un tono rojizo debido a que tiene una gran cantidad de glóbulos rojos y a que los vasos sanguíneos son todavía inestables. Pero aún con todo esto, ellos la veían como la personita más hermosa del mundo. Le hacía justicia a su nombre.

La fiesta había aumentado ese sentimiento de nostalgia por aquella tierra que los acogió en su seno, y los hizo uno más. Pero el momento de partir ya había llegado, le darían una sorpresa al faraón. Este no se imaginaba que para ese momento, su hija hubiera alumbrado.

Con el pasó del tiempo en el navío, Nefertiti había abierto sus ojitos. Tenían la misma tonalidad que los de su madre, la comadrona que se encargó de revisar que todo estuviera bien. Les explicó que la bebé todavía no podría enfocar la vista, hasta dentro de otra luna ella ya vería las cosas mejor. Y que tal vez la tonalidad de sus ojos cambiaría. Los padres ni aunque fuera rojo la tonalidad de sus ojos, la dejarían de lado. Ella siempre sería su primogénita.

El navío que transportaba a la familia, tocó tierra en el puerto del bajo Egipto. El personal que trabajaba en el puerto, al ver a los guardias. Sabían de quién era y a quién transportaba. La marcha hacia palacio fue rápido, no querían que todavía se supiera lo del nacimiento de la hija del Faraón. La familia se dirigió a la sala principal de la construcción, a medida que se acercaban podían distinguir la figura de Paser en la puerta. Este tenía varios papiros en sus manos, al parecer leía algo sumamente importante ya que no se percató de ellos hasta que escucho el carraspeo del general.

La sorpresa por ver a la hija del rey y a su marido, fue enorme y más al ver a un pequeño bulto de mantas de lino. La felicidad se distinguía en su tono de voz, al desearles lo mejor y alejar a la mala suerte de la joven princesa.

Entró al salón donde su padres descansaba, no había pasado ni un minuto y ya Paser estaba de vuelta. Entró escoltando a la nueva familia, la sorpresa y la felicidad inundó su rostro. Volvía a ver el rostro de su hija después de dos meses sin verla, pero ahora no venía sola. Un pequeño cuerpo descansaba en sus brazos, la ansiedad fue otra emoción que floreció dentro del ahora abuelo. Tenía tantas ganas de ver al recién nacido.

El ahora abuelo bajo las escaleras sin vacilación, para quítale de las manos de su hija al bebé. Supo que era una niña al ver sus facciones, eran las mismas que las de su madre. Solo que ella tenía los labios rojizos y carnosos, mientras que Henutmire los tenía rojizos pero finos. De mirada hipnotizante e inocente, del mismo color que los de su madre, de tez pálida. Sería una verdadera reina de eso no había duda.

Del sentido de protección floreció dentro del abuelo, después de ver el sufrimiento de su única hija. Cuidaría a esa niña cómo las aguas sagradas del Nilo, como una diosa. Su pequeña nieta, la única que tenía hasta ahora. Solo esperaba que pudiera tener más.

El faraón ordenó la búsqueda de su mujer en el harén, ella tendría que ser una de las primeras en conocer a su pequeño nieta. Después de minutos de espera donde el rey aprovecho, para jugar un poco con las manitas de la princesa Nefertiti. La gran esposa real entró en compañía de su hijo el príncipe Ramsés, ambos con una gracia y un poderío digno de los soberanos. La mujer se extraño al ver un bebé en los brazos de su marido, además de ver a una joven pareja al pie de las escaleras.

La joven muchacha giro sobre sus pies, para mirar directamente a la reina. Dándole a saber que su hija había vuelto, pero lo que la alarmó fue ver su vientre plano. Ni ningún bebé ni en sus brazos, ni en los de sus marido. Temía lo que pudo haber pasado,

—Madre.

—¿Hija mía?.—preguntó como para asegurarse que esa era su pequeña.—Mi niña.

Ya la noticia del regreso de la princesa Henutmire a palacio corría como la pólvora, en cada rincón del palacio sabían. Aunque solo eran rumores, todavía quedaba por confírmalo además de comprobar si había vuelto a perder a su hijo. Las amantes del general Disebek le pedían a los dioses por este, además de que ella hubiera muerto en le parto. Era un alto tan despiadado el desearle la muerte a una madre y su hijo, ella en algún momento de su vida si eran bendecidas tendrían una familia. Y sólo ahí entenderían el dolor de la princesa.

En la sala del trono dónde la famila real estaba reunida—con excepción en Ramsés—debatían lo mejor para la bebé, no pondrían a la nieta del soberano en manos de cualquiera. Tuya consiente del amor que Nayla les profesaba a sus hijos, la recomendó. Ella era alguien que desde que Henutmire era pequeña la cuido, sin importar de quién era. Además de que siempre a velado por la salud de sus hijos y su soberano, como también la de ella. Y eso era algo que a muchos sorprendía porque habitualmente las esposas del rey siempre estaba en constantes peleas, y el que ellas de llevarán tal bien. Para algunos era algo nuevo, además ellas se entendían y sobre todo cada una entendía su papel. Ella podían ir a la cama del soberano y ser una de sus favoritas pero al fin y al cabo la Reina y primera esposa siempre sería Tuya, la gran esposa real. Además de madre de sus hijos.

Haciéndole caso a su esposa tomo la desición de llamar a la Nubia, está con asombro caminó a la sala del trono. Al ser anunciada por Paser, entró con inseguridad. No sabía para que era necesaria su presencia, en asunto de la familia imperial. Ella solo era una de las esposas del soberano.

—Mi señor ¿usted solicitó mi presencia?.

—Así parece, Querida. Desde este día cuidarás a mi nieta Nefertiti, confío en ti lo suficiente como para darte está tarea como también lo hace Tuya. Te estoy confiando la seguridad de mi única nieta.—comunicó con soberbia en sus palabras.

Una gran sonrisa de felicidad de extendió por la cara de la Nubia, por fin la princesa Henutmire había concebido a su tan ansiado hijo. Veía la felicidad en la mirada de la joven madre. Ella iba a ser una excelente madre de eso no había dudas.

—Soberano me está otorgando una gran tarea, que con el mayor gusto aceptó.—gustosa de su tarea y alegre por su princesa.

—Hija, ¿Cuál es su nombre?.—cuestionó con intriga Tuya.

—Nefertiti Isis.

—"Bondad de Atón, la bella ha llegado" "Reina de los dioses".—recitó el significado de su nombre.

Ahí en medio de la familia imperial se prometió cuidar de esa niña cómo si fuera de su propia hija. Daría su vida por ella sin dudarlo, en tan poco tiempo ya se había ganado su corazón.

[...]

Algunos meses después.

La no tan pequeña princesa Nefertiti comenzaba a dar sus primeros pasos, para meses después llamó a sus padres pronunciando sus nombres al no tener su atención. La niña era muy bien cuidada por Nayla, está no dejaba que nada le pasará. La cuidaba sí pero nunca la malcrío, ella podía tener todo pero sí no tenía valores de que servía. Sería alguien vacío. Sus padres tampoco perdían de vista a la niña, más de una vez Nayla y Tuya habían hablado con ellos sobre darle todos sus caprichos. Tenía que aprender que todo no se puede querer sin importar si era la princesa de Egipto o la única nieta del faraón.

Otro de los que sentía un fuerte sentido de protección era Ramsés, tío de la bebé. El joven príncipe cumplía sus cinco años, mientras Nefertiti se acercaba a los cinco meses de nacida. Era la alegría de sus padres, los mismos que seguían intentado tener más hijos. Solo que esto no daba frutos. Los abortos habían vuelto. La ojizul perdía las esperanzas, cada vez se aferraba menos a la vida por lo único que vivía era por su pequeña hija.

Los meses seguían su curso y con ellos la noticia de un nuevo embarazo, la alegría que desde meses la ojizul no tenía había vuelto a tener. El dulce corazón de la princesa no resistiría una pérdida más, le rezaba cada día a los dioses por qué fructificen su vientre. El general sentía gran dolor al ver a su mujer a sí, el ver como su mirada día a día se iba apagando.

Pero su hija le daba la fuerza suficiente para seguir, ella era su motor impulsor. Ya Yunet no ocupaba sus noches, estás eran dedicadas en cuerpo y alma a su pequeña. La misma tenía unos celos enormes por la niña, además de saber que era la hija de Henutmire. El ver cómo el podía amar más a esa niña, y a la suya la ignoraba a más no poder. Era como si no existiera.

Paser también cuidaba de la pequeña tratando que desde tan temprana edad, hablara más fluido. Que con todo y eso de solo tener un año era muy inteligente. La pequeña Nefertari que le llevaba tres año de diferencia, jugaba con ella. Su madre sentía gran rencor hacia la joven princesa, el que por su nacimiento su hija tuviera su futuro ya escrito. Sería la dama de compañía de la princesa Nefertiti Isis.

El paso del tiempo y con ello el crecimiento de la panza de la princesa, tenía a todos alucinando. Por fin la bondadosa princesa volvería a dar a luz. Cada egipcia noble tenía que ser buena en la danza, por ello en el harén era bien preparadas. Tal vez en un futuro se casaría o servirían al propio faraón y la danza era primordial. La propia madre de Nefertiti era una excelente bailarina, las clases desde pequeña le habían dado fruto. Pero eso no significaba que no debía seguir aprendiendo, su propia madre vigilaba sus clases.

En medio de las mismas una serie de mareos la azotó, sus movimientos se volvieron torpes. Ya no podía seguir el ritmo de la música, cada vez más los ruidos se volvían lejanos. Era como estar por debajo del agua, teniendo una lejanía de la superficie. La princesa trataba de que ésto no se notará, pero era más evidente conforme el tiempo transcurría. De un momento a otro, la chica se desplomó. Habían sucumbido a la oscuridad.

La noticia rápidamente corrió por palacio, la princesa Henutmire estaba al borde de la muerte. Sacerdotes de todo Egipto iban y venían, la habitación se había convertido en un templo. El faraón que como cada día atendía las peticiones y solicitudes, había dejado todo tirado con tal de ir con su hija. La reina Tuya también se encontraba en la ante sala de la habitación de su hija, las lágrimas no habían dejado de inundar su rostro. Era su única hija, su pequeña y ahora era madre no podía dejar sola a la pequeña Nefertiti Isis. No esa niña todavía necesitaba del amor de su madre, necesitaba de sus consejos, sus enseñanzas. Osiris y Anubis no podían permitir eso.

Los sacerdotes habían de todo por la hija del faraón, de eso dependía su cabeza. Ya era entrada la noche cuando el faraón volvió a entrar en los aposentos de su niña, verla ahí inerte y pálida tan frágil. Dolía ver cómo Tuya no se podía mantener en pie, también era su compañera de vida. Su amiga incondicional. Se sentía morir no podía perder a ese pedazo de él, quién iba a llevarle la contraria cuando un tema no le agradara, quién lo llenaría de alegría apenas la viera.

El general Disebek compartía los mismo pensamiento que el monarca, ahora la culpa de la traición que cargaba consigo lo carcome. El la había engañado en su cara, en su habitación y con su dama de compañía. Además de dejarle un bebé, él merecía el peor de los castigos pero no ni su esposa o su hija. Ellas eran inocentes de todo mal, quién debía pagar todo eso era él. Pero el ver como su hija buscaba o preguntaba continuamente por su madre, lo tenía devastado. Que le diría si ella no sobrevivía. Apartó esos pensamientos y se concentró en ella y en la positividad. Henutmire era demasiado fuerte como para que eso la derrotara.

El la olvidada villa hebrea la familia que había sido bendecida por su Dios, al poner a su hijo en manos de la princesa. Terminaba de orar para ir a la cama, era necesario descansar para obtener otro día más de trabajo y rendir lo mismo. A la hija mayor de Jocabed vino el recuerdo de la dulce Henutmire, sin saber por el mal que ella atravesaba. Con la inocencia que la caracterizaba pidió hacer una oración por ella. Le podían a Adonay por su salud. Un acto sumamente noble al ser egipcia, el pueblo que los había esclavizado. Pero el odio y el rencor no ocupaba lugar en sus corazones.

[...]

El sufrimiento y la alegría de la familia real y la dama de compañía de la princesa había llegado a su fin. La misma se levantaba de su cama, como si todo lo sucedido fuera una mala pasada del Dios Thot. La alegría volvía a la vida de los monarcas, como también del esposo y de la ignorante niña. La única que no sentía alegría era Yunet, cínico al ser su señora. Pero bueno que se podía pedir de alguien que había deseado la muerte de su señora y sus hijos.

El pequeño niño que ella daba de comer sin pleno conocimiento de sus padres, era cada vez más grande. Ya contaba con casi tres años. Ese niño sin saberlo llenaría de vida junto a Nefertiti Isis a la princesa Henutmire.

—————

Nenes, ¿cómo están?.
Gracias por sus lecturas y sus votos, no son muchos pero aún así les agradezco de corazón.

Me hace feliz.

Cuídense mucho y lavense las manos con jabón y agua.

Los amo
MAI.

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