La Regente (Petrova)

By gaby_Bonald

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Ella estaba destinada a ser la nueva Regente de la República, pero la traicionaron, ahora no se detendrá hast... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Premios
Portada

Capítulo VIII

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By gaby_Bonald

                                 

                                  CAPITULO VIII

  Elektra despertó con los primeros rayos del sol que se colaban por la ventana. Había tenido un sueño libre de pesadillas, nadie la había perseguido o la había atormentado mientras dormía. Abrió los ojos mientras se estiraba en la cama, hasta que notó que no era su cama, que aquellas paredes no eran las de su habitación, que aquella colcha que la cubría no era la suya. Cerró los ojos tratando de recordar dónde se encontraba, y todas las imágenes de los tres días anteriores llegaron a su memoria como un torrente de dolorosos recuerdos. Giró a un lado para ver el rostro dormido de Mika, casi había olvidado que se había quedado esa noche con ella para vigilar sus sueños; sonrió agradecida, le gustaba Mika, le daba una sensación de calma y paz que no lograba nadie más; él era exactamente como se imaginaba sería un lago tranquilo, con sus suaves y cristalinas aguas rozando la orilla, tranquilo, pacífico y transparente; mientras que Noah era su contraparte, un mar embravecido, con sus fuertes olas alzándose frente a las rocas, arremetiendo contra ellas una y otra vez; pero así como Mika era calma y tranquilidad, Noah era pasión y belleza, una belleza melancólica como la que había visto en los tristes ojos dorados del pequeño en la fotografía que estaba su lado, o como la que había escuchado en sus propias palabras aquella noche en el bosque.

  Mika se movió en su cama estirando las manos, había tenido un sueño largo y profundo, hacía meses que no sabía lo que era eso. Quiso girarse y continuar durmiendo hasta que sintió el calor del cuerpo de Eli junto al suyo; abrió los ojos lentamente, encandilado por los rayos del sol que entraban por su ventana.

  —Buenos días — Murmuró al comprobar que Eli estaba despierta — ¿Cómo dormiste?

  —Bien, gracias — Replicó con una sonrisa tímida — No tenías por qué pasar la noche conmigo, lamento que hayas tenido que dormir tan incómodo.

  Mika sonrió, si supiese que había dormido mejor que nunca.

  —No te preocupes por eso. Será mejor que nos levantemos — Agregó recordando finalmente que debía llevarla hasta la Hermandad — Hay alguien que quiere conocerte.

  Elektra lo miró confundido, no le había mencionado nada de eso anoche.

  —No te preocupes, estará todo bien, estaré contigo. Te contaré todo lo que necesitas saber.

  La chica asintió dubitativamente. Mika se puso de pie y se dirigió al cuarto de baño, tenía que darse un baño, debía estar completamente despierto y enfocado esa mañana si el Gobernador pretendía interrogar a Eli.

  Elektra terminó de vestirse con las ropas que le había ofrecido Mika, agradeciendo que fuesen más de su talla, y que la camisa continuase siendo manga larga y le permitiera seguir ocultando su escudo. El baño le había sentado bien, y sentía que se había deshecho de un kilo de suciedad. Se calzó sus botas de caza y guardó el puñal de su familia en ellas, no podía desprenderse de él en ningún momento.

  —No es exactamente de tu talla, pero pensé que te quedaría mejor que lo que llevabas puesto — Se disculpó Mika mientras la veía salir de la habitación.

  —Es perfecto, gracias.

  Mika no pudo evitar tragar cuando la vio salir del cuarto, la mugre y la sangre habían desaparecido de ella, y ahora podía ver con claridad aquel perfecto y delicado rostro blanco como la nieve en pleno invierno, así como su pequeña y delicada nariz y las sutiles pecas bajo aquellos verdes ojos.

  —Será mejor que salgamos — Sugirió tratando de concentrarse — El Gobernador nos espera.

                 ≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

  Noah se había alejado tanto como pudo de la aldea. Corrió y corrió alrededor de altos árboles, saltando inmensas raíces llenas de musgo y esquivando ramas caídas. Correr era una de las cosas que más lo relajaban, el esfuerzo que hacían sus músculos al estirarse y contraerse, la adrenalina bombeando a través de su sangre, el corazón latiendo a toda marcha... una vez había pensado en qué pasaría si un día simplemente no dejaba de correr, si decidía adentrarse tanto como podía en el bosque, sin mirar ni una sola vez atrás, hasta que la aldea y Petrova entera desaparecieran; esos habían sido los días en los que deseaba huir, en los que no soportaba la idea de permanecer y pertenecer a un lugar donde no había nada para él, donde nadie lo comprendía; pero nunca lo había hecho, él aún tenía a Mika, alguien que lo quería y lo necesitaba; pero justo en ese momento aquel pensamiento corría por su cabeza como una flecha, ese se sentía como uno de esos días.

  No podía quitarse de la cabeza la imagen de Eli, no entendía qué le sucedía, él nunca había pasado tanto tiempo pensando en alguien, nunca se había torturado de aquella manera por alguien a quien apenas conocía.

  Ella era soberbia, fuerte, decidida, tímida e indudablemente obstinada, no necesitaba los dones de Mika para saber eso, lo había visto desde que había puesto los ojos sobre ella, mientras la flecha estaba clavada en su camisa. Había visto a través de ella, había escuchado sus palabras cuando su hermano la había interrogado, podía reconocer su propio odio en lo que ella había dicho; también la había escuchado cuando hablaron en el bosque, había sentido esa soledad que la embargaba, ambos habían perdido a personas que querían a causa de la milicia, y ahora no solo habían muerto sus padres, si no que Petrova había tomado a la única chica a la que había querido tanto como a Mika.

  Peta había sido más que su hermana, lo había conocido tanto como Mika, era honesta, sensible, fuerte y valiente, y era prácticamente la única mujer que lo había querido realmente, no por su físico o como actuaba, ella lo había querido por quien realmente era, incluso cuando se volvía oscuro, cuando parte de la persona que ella conocía se iba perdiendo, incluso así, Peta lo había amado.

  Noah se detuvo de golpe cuando llegó al final del camino. Una extensa planicie de brillantes y altos árboles verdes esmeralda teñidos del naranja del otoño, se extendía a más de cien metros bajo sus pies. Eran incontables hectáreas de bosques inexplorados; situados más allá de las fronteras de las aldeas, tan lejos que se decía que sólo los salvajes lo habitaban. Noah siempre había creído que era una historia que le contaban a los niños para asustarlos, para evitar que se alejaran más allá de donde era permitido, y que los salvajes realmente no existían, que solo era el producto de una mente demasiado imaginativa, pero la verdad era que nadie se había adentrado lo suficiente en aquellas tierras como para demostrarlo.

  Alzó la mirada aún más allá de los árboles, donde un inacabable mar azul se mezclaba con la infinidad del cielo en una perfecta amalgama de azulejos; cientos de aves de todos los colores bordeaban aquella extensión de tierra y mar, creando una de las imágenes más perfectas que había contemplado en su vida. Noah respiró el fresco aire de la mañana mientras el sol calentaba su rostro, le gustaba la calma de aquel lugar, donde nadie lo veía, ni lo juzgaba, ni esperaba nada de él; era un lugar donde podía estar solo, alejado del resto, y pretender por unos pocos segundos que ningún peso recaía sobre sus hombros. Pero debía volver a la realidad, debía encontrar algo para cazar, los tributos serían buscados muy pronto.

                         
                 ≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪           

  La aldea estaba a rebosar, todos los habitantes habían despertado con los primeros rayos del sol, y desde tempranas horas estaban ocupados en sus quehaceres. Elektra contempló asombrada la vivacidad con la que todos trabajaban. De todos lados se desprendían los olores de pan recién horneado, los niños jugaban en las calles o corrían de un lugar al otro; se escuchaba el fuerte martillar del acero proveniente de los herreros que trabajaban directamente en sus casas; algunos perros caminaban a sus anchas por los terrenos de arena, los árboles se agitaban por la brisa y los pájaros cantaban su canción de buenos días.

  Nunca antes había contemplado algo como aquello, en Petrova todos tenían un horario, una forma en la que todos trabajaban sin ser vistos o escuchados, salvo cuando ella se escapaba a las cocinas o los establos para observar, con evidente asombro, a todos los que se encontraban en ella; pero esto era diferente, todos trabajaban a la par, codo a codo. De vez en cuando veía uno que otro aldeano vistiendo ropas ajustadas de cuero negro, y largas y filosas armas guindando en sus pantalones o manos; había supuesto desde un comienzo que se trataba de cazadores, otros aldeanos que hacían lo mismo que Noah, al menos ese era el nombre con el que Mika se había referido a su hermano.

  El recuerdo la envolvió enseguida al pensar en su nombre, el fuerte olor a whisky impregnó sus sentidos nuevamente, nunca le habían gustado las personas que abusaban del alcohol, sus padres nunca lo habían hecho, y ella lo único que había probado era el vino durante las comidas y el champagne en las fiestas; pero por alguna razón no lo encontró repugnante en él, todo lo contrario, aquel olor se había mezclado con su propio aroma haciéndolo ver más fuerte, incluso aunque no podía sacar de su cabeza la forma triste en la que había sido retratado en la fotografía de la habitación de Mika.

  —Será mejor que busquemos algo para que desayunes, preferiría que no estuvieses muriendo del hambre — Replicó Mika a su lado sacándola de su ensoñación.

  —Eso suena bien — Admitió sonrojándose.

  No se acostumbraba aún a depender de las palabras de otros para la comida, durante toda su vida se le había enseñado a esperar sus alimentos apenas despertaba, todo era fácil, nunca había tenido que hacer nada; ahora que recordaba aquellas cosas no pudo evitar sentirse apenada. Sus padres la habían criado como una niña consentida que nunca tenía que trabajar para ganarse las cosas, mientras que otros tenían que trabajar todos los días, sin descanso, solo para subsistir. Aquello no le parecía justo, ella también quería ganarse con esfuerzo las cosas, quería aprender lo que valía cada acción, alimento, ropa o cualquier cosa que se le daba.

  —Vamos — Insistió Mika tomándola de la mano mientras la guiaba hasta un pequeño puesto de frutas donde atendía una amable anciana — Buenos días Suhail, espero que el pequeño Nico no te esté dando dolores de cabeza.

  La anciana sonrió ampliamente enseñando su amarillenta dentadura.

  —Ya tendré suficiente tiempo para descansar cuando llegue mi hora, por los momentos prefiero disfrutar de mis bellos dolores de cabeza.

  —Ya lo creo — Coincidió — Creo que no te he presentado a nuestra nueva invitada, Suhail, esta es Eli.

  —La nueva invitada — Saludó sonriente — No estamos acostumbrados a ver nuevas caras por aquí, es un placer conocerte.

  —El placer es mío.

  Le gustaba aquella señora, su blanco rostro estaba curtido por las arrugas y sus mejillas coloradas por la exposición al sol, no era muy alta ni muy baja, y tenía el cabello encanecido recogido en un moño; como la mayoría de las aldeanas mayores que había visto, usaba un vestido remachado con diversos motivos que la hacían lucir un tanto fuera de lugar.

  —Nos llevaremos un par de manzanas — Estaba diciendo Mika cuando ella devolvió su atención a la conversación — Pasaré más tarde para saludar al pequeño Nico, cuídate vieja — Se despidió mientras depositaba dos pequeños objetos plateados en la mano de la anciana.

  —¿Qué era eso? — Inquirió una vez que se alejaron del puesto de frutas.

  Mika la observó con curiosidad por unos segundos mientras continuaban su camino.

  —¿Te refieres a las monedas?

  —¿Monedas?

  Elektra había leído sobre eso, hacía cientos de años la sociedad subsistía principalmente de la moneda, existían diversas valoraciones, pero nunca había entendido del todo aquello, en Petrova no existía tal cosa, trabajas para poder ser digno de vivir dentro de las murallas, de obtener comidas y ropas, no existía tal cosa como un pago.

  —¿Nunca habías visto una moneda? — Inquirió incrédulo al ver la cara de sorpresa de Eli — Se llaman Trovas, esas que acabas de ver son las Trovas de acero, las canjeamos por cosas que necesitamos, comida, ropa, bebidas... las usamos principalmente cuando comerciamos con las aldeas vecinas, son prácticamente inútiles al tratar con la milicia, lo único que podría interesarles es el oro, y cualquier cantidad que encontremos debemos entregárselas enseguida sin esperar nada a cambio.

  —Eso no parece muy justo.

  —¿Acaso algo de lo que hace la milicia es justo?

  Elektra resopló cansada, aun le parecía increíble la forma en la que su padre, y los que estaban a su cargo, abusaban de los más débiles, como si fuesen la escoria de la ciudad.

  Caminaron en silencio durante un par de minutos más, a esa distancia apenas se escuchaban las voces o los ruidos típicos de la aldea. Elektra volteó y contempló para su asombro que se habían alejado lo suficiente como para encontrarse en un valle lleno de inmensos árboles que los rodeaban; vislumbró una gran estructura a lo lejos mientras nuevos sonidos invadían sus sentidos. Abrió los ojos al reconocer el primero de aquellos sonidos, era agua, estaba segura de eso, agua corriendo con la corriente, rompiendo contra objetos duros; respiró profundamente mientras el aroma a sal la llenaba.

  —Estamos aquí — Anunció Mika al tiempo que señalaba hacia la estructura que había visto hacía solo un momento — Vamos.

  La inmensa estructura era de piedra y metal, dos grandes chimeneas humeantes encabezaban el alto techo, y tanto la entrada como los grandes ventanales, estaban rodeados por arcos de piedra que los remarcaba. Estaba ubicada justo en el medio de la gran bifurcación de un río de impresionante agua cristalina, y grandes árboles macizos, que no reconoció, bordeaban sus francos. Junto al sonido del río podía escuchar también un fuerte martillar metálico.

  —¿Dónde estamos?

  —La fábrica de hierro — Explicó — Y también es el cuartel de la Hermandad de Hierro.

  —¿La Hermandad de Hierro? — Repitió sin comprender, comenzando a hacérsele habitual aquel nombre.

  —Ya lo verás.

  Mika tomó su mano nuevamente y un leve estremecimiento recorrió sus dedos, eso le sucedía cada vez que la tocaba, le gustaba esa sensación. Con cuidado la llevó a través del pequeño pedazo de tierra libre que los separaba del puente de madera que daba hacia la fábrica. El chico contempló a Eli a su lado, apretando su mano, mientras caminaban lentamente sobre las tablas de madera, colocadas precariamente sobre las cuerdas, formando el pequeño puente que llevaba hasta su objetivo.

  —Cualquiera diría que siendo expertos en piedras y hierro podríamos crear un mejor puente — Replicó en broma Mika.

  —En casa de herrero, cuchillo de palo — Murmuró Elektra recordando algo que Tai había dicho hacía mucho tiempo.

  —Algo por el estilo, vamos, nos están esperando.

  Se acercaron a la inmensa puerta que servía de entrada a la fábrica. La construcción se alzaba varios metros sobre ellos y Elektra reconoció el fuerte aroma del metal y el hierro siendo fundido. Adentro todo estaba iluminado por la radiante luz del sol que se colaba por los altos y amplios ventanales; dos grandes hornos estaban al final de la fábrica junto con dos pailas de un material duro y oscuro, dentro de las cuales era vertido un líquido brillante y llameante que Elektra reconoció como hierro fundido. Varios herreros iban de un lado al otro con largos instrumentos parecidos a tenazas, que utilizaban para mover las pailas de un lado al otro. El calor y el espeso humo eran insufribles en contraste con el frío de la mañana.

  —No te acerques mucho a los hornos — Advirtió Mika — Están muy calientes; vamos, nosotros iremos a la parte de atrás de la fábrica.

  Atravesaron el largo corredor que daba hasta la parte de atrás y dejaron el ruido y el calor a un lado; una pequeña puerta se abrió, y tanto Mika como Elektra entraron a una pequeña habitación con unas cuatro sillas dispuestas al azar y dos hombres altos que la chica no reconoció.

  —Gobernador — Saludó Mika al hombre frente a ellos; era alto, de unos cuarenta y tantos años, su cabello era negro como la noche con unas cuantas hebras grises en las entradas, y sus ojos eran del mismo azul de los de Mika — Como pediste.

  El hombre dio un paso al frente evaluando con detenimiento a la chica, nunca antes la había visto, pero estaba más que seguro de que no pertenecía a ninguna otra aldea; sus manos estaban perfectamente cuidadas y sin cicatrices, no había marcas de trabajo duro en ellas, aquella chica no se había ensuciado las manos trabajando, eso era fácil de deducir.

  —Así que eres Eli — Saludó en voz monótona — Espero que no te moleste que haya solicitado una reunión, como entenderás somos una comunidad bastante cerrada y debemos proteger a los nuestros, no estamos acostumbrados a ver rostros nuevos.

  —No es ningún problema — Replicó la chica.

  El otro hombre se movió un poco hacia el frente situándose a escasos pasos detrás del Gobernador. Era un poco más bajo que él y más joven, tal vez de unos treinta y tantos, su cabello era castaño oscuro y sus ojos de un color miel sombrío; llevaba un pantalón de cuero marrón lleno de cuchillos, y una camisa blanca cruzada por las correas de una ballesta.

  —¿Comenzamos? — Inquirió en dirección al Gobernador.

  —Por supuesto, Marko. Supongo que Mika te explicó que quería hacerte unas cuantas preguntas; estoy genuinamente intrigado por tu historia, una habitante de Petrova en nuestras tierras no es algo que se vea muy a menudo, al menos claro, que se trate de la milicia. Toma asiento, por favor – Indicó señalando la pequeña silla frente a él.

  Elektra se movió lentamente hacia la silla, pero se detuvo solo un segundo para mirar hacia atrás, donde Mika la observaba con el rostro tenso. Tomó asiento como le habían indicado, y el Gobernador hizo lo mismo, tomó otra de las sillas y la puso casi frente a la de ella.

  Iba a hablar, cuando Mika lo interrumpió. El Gobernador alzó la ceja intrigado en su dirección.

  —Sé que quieres interrogarla personalmente — Dijo, dando un paso hacia delante sin mirarla — Pero te urjo que recuerdes que es solo una chica, la interrogué yo mismo antes de traerla a la aldea, me ofrezco voluntario en el caso de que creas necesario utilizar nuestros dones para la interrogación.

  —Te preocupa que me exceda — Observó tranquilamente — No tienes por qué preocuparte, Mika — Aseguró mostrando sus manos enguantadas como si eso lo explicara todo — De hecho preferiría que te quedaras a observar, creo que sería bueno que contáramos con tu presencia, ya sabes a lo que me refiero.

  Mika podía sentir el miedo latente en Eli y no podía juzgarla, estaba a punto de ser interrogada por dos hombres desconocidos que la creían una traidora, una extraña en sus tierras, más ahora, después de lo que habían descubierto. Se acercó a ella, tocó su hombro suavemente para inspirarle calma y tomó asiento al lado derecho del Gobernador.

  —Mika nos contó que eres de Petrova — Comenzó tranquilamente — Nunca antes habíamos conocido a una originaria; me refiero a alguien nacido dentro de Petrova y que nunca ha salido de ella — Explicó al ver la confusión en el rostro de la chica — ¿Por qué no nos cuentas el motivo de tu huída?

  Elektra sabía que le harían todo tipo de preguntas; Mika se lo había explicado durante el camino, pero no sabía muy bien cómo ocultar el hecho de quién era ella realmente, solo contaba con que el don de Mika no fuese tan efectivo como aseguraba, al menos no en eso.

  Elektra repitió lo mismo que le había contado al chico, que la milicia había asesinado a sangre fría a la persona que amaba y que había decidido escapar esa noche porque aborrecía la idea de permanecer en ese lugar.

  —Y exactamente... ¿Cómo escapaste? — Inquirió el Gobernador — Petrova es impenetrable, a menos que pertenezcas a la milicia, nadie jamás traspasa los muros.

  Elektra se removió incómoda en la silla y notó que Mika lo sentía.

  —Conocía la existencia de unos túneles detrás de las caballerizas — Explicó, tratando de adherirse tanto como pudo a la verdad — No habían sido utilizados en siglos y nadie los vigilaba. Esa noche se celebraba un baile, así que las defensas no eran tan fuertes, ya que la mayoría de la milicia estaba en él. Esperé hasta que cambiaron la guardia a las dos de la madrugada para evitar que me vieran y llegué a los túneles. No fue fácil romper la rendija que los cerraba, pero el agua durante los años había producido un daño suficiente como para que el metal se corroyera, así que empujé con todas mis fuerzas hasta que las bisagras cedieron.

  El Gobernador la veía con los ojos entrecerrados, casi nadie sabía sobre la existencia de aquellos túneles, era imposible que ella los descubriese por su cuenta, debía haber contado con algún tipo de ayuda, de eso estaba seguro.

  —¿Quién te habló de los túneles?

  La mirada de Elektra se dirigió instantáneamente hacia Mika; estaba nerviosa, podía sentir su propio corazón palpitando desbocado contra su pecho, no quería hablar de Tai, sentía que todo era demasiado reciente, apenas habían transcurrido tres días desde la última vez que lo había visto.

  —La persona a la que asesinaron — Respondió finalmente.

  —¿Cuál era su nombre?

  La chica se estremeció y Mika sintió el dolor que expedía su cuerpo, como oleadas de puñales que se clavaban en su pecho, quiso detener el interrogatorio, sabía que Eli estaba sufriendo, que recordar aquello le hacía daño, pero no podía ir contra las órdenes del Gobernador.

  —Tai...

  La voz de Elektra salió como un susurro que hizo eco en toda la habitación, hacía tanto que no pronunciaba aquel nombre.

  Apenas fue consciente de las miradas de alarma que se dirigieron los tres hombres frente a ella, hasta que el Gobernador se puso de pie y se acercó a su silla.

  —¿Tai está muerto?

  Elektra no supo si fue el shock por escuchar su nombre en los labios de un extraño, o por el hecho de que parecía que lo conociera, pero de alguna manera sintió que algo estaba sucediendo, que se estaba perdiendo de una gran parte de información.

  —¿Conociste a Tai? — Inquirió en cambio, y esta vez fue el hombre desconocido el que habló.

  —Era nuestro informante, así como lo había sido su padre antes de él.

  —¿Informante?

  —La Hermandad de Hierro vigila Petrova, Eli — Explicó Mika, aun con la confusión grabada en su rostro — Tenemos... teníamos — Corrigió — Informantes dentro de las murallas, nos comunicábamos a través de los túneles de los que estás hablando; Tai era la última persona que nos quedaba dentro. Intercambiábamos información, medicinas, tecnología, cualquier cosa que pudiese ayudarnos en las aldeas y que sobraba en la ciudad, pero ahora...

  Esta vez fue Elektra quien lo miró sin poder creerle; Tai nunca le había hablado sobre eso, nunca habían tenido secretos el uno con el otro, eran mejores amigos, se querían. Tai, su Tai, no podía haber sido un informante, eso lo habría convertido en un traidor y Petrova castigaba a los traidores con la muerte, pero esa no había sido la razón por la que él había muerto, ella lo sabía.

  Por mucho que intentase encontrarle sentido a lo que le estaban diciendo, no lograba imaginarse a Tai como un informante para una Hermandad que existía más allá de las murallas, eso era imposible, porque Tai siempre le había dicho que más allá de los límites de la ciudad solo existían salvajes; él le había repetido la misma historia que le había contado su padre... y si Viktor le había mentido... entonces Tai también lo había hecho. El peso de todo lo que estaba descubriendo cayó sobre ella haciéndola sentirse mareada; él le había mentido, la había engañado, podían haber huido en cualquier momento sin miedo a lo que les esperaba más allá de las fronteras, pero al igual que todo lo falso que era Petrova, Tai también lo había sido.

  —¿Te sientes bien? — Inquirió Mika de rodillas frente a ella; ni siquiera se había dado cuenta de que se había acercado — ¿Necesitas algo?

  Elektra negó con la cabeza aun incapaz de formar palabra; no podía sacarse de la mente todo lo que Tai le había dicho, todo lo que habían compartido, lo que habían sentido, los besos que se habían dado, las cosas que se habían prometido. Bajó la mirada dirigiéndola hasta el brazalete con las estrellas que llevaba en su muñeca izquierda... Nuestra estrella, habían dicho, te amaré esta vida y mil más, se habían prometido... ahora se preguntaba cuánto de eso era verdad.

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