Señora de las tinieblas (Entr...

By NataliaAlejandra

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HISTORIA CORTA PARTICIPANTE DEL CONCURSO "ENTRE DIOSES" DE @LCBuenfil Diosa: Hécate. More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 3
Capítulo 4

Capítulo 2

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By NataliaAlejandra

La tormenta solo había empeorado. Dayanara sabía que debía actuar con prontitud si quería rescatar a Linda y Ángela, por lo cual esa noche no dormiría. Debía ponerse en marcha porque ya no le quedaba mucho tiempo: eran las tres de la mañana.

Se vistió de negro, color que consideró apropiado para la ocasión, y se dirigió al cuarto secreto donde las brujas de la casa practicaban su magia. Este era, en realidad, el sótano, el cual había sido completamente refaccionado para estas prácticas. Dos de las paredes estaban cubiertas con estanterías: una llena de libros de ocultismo, y otra con diversos artefactos e ingredientes para practicar la magia. Cualquier cosa que necesitasen para un hechizo, una poción o un encantamiento, estaría allí.

En el centro de la habitación se encontraba una mesa redonda de piedra con un pentagrama grabado en el medio; en otra de las paredes, un hogar en cuyo centro de encontraba un caldero. También había una jaula, en cuyo interior se encontraba una lechuza, a la cual Linda acudía en búsqueda de sabiduría.

La lechuza observaba a Dayanara, sus enormes ojos fijos en ella, como advirtiéndole que no debía proceder con lo que pensaba hacer; pero esto no la amedrentaría. Dayanara sabía que en uno de los estantes se encontraba el Gran Libro de la Diosa Oscura. Este había pertenecido a la abuela de Linda, quien lo mantuvo entre su colección ya que no podía deshacerse de ningún libro que hubiese pertenecido a su familia; pero esto no significaba que permitiría que sus descendientes lo leyesen.

El libro estaba sellado con magia y nadie podría abrirlo. Dayanara había sido curiosa y había intentado hacerlo, mas nunca lo logró: parecía como si sus páginas estuviesen pegadas, como si en realidad el libro hubiese sido moldeado en arcilla y pintado por fuera para tener la apariencia de un libro real. Sin embargo, ella ahora sabía que esa noche podría acceder a él; no había momento más indicado que aquel. Esa noche había descubierto que no solo las brujas blancas no pueden practicar la magia esos días en los que una tormenta es demasiado intensa, sino que sus hechizos de protección tampoco se mantienen. Nunca le habían hablado de esto, era el secreto mejor guardado de Linda,  y Dayanara ahora sabía por qué: no quería que ella pusiera sus manos sobre ese libro. La conocía demasiado bien, y sabía que su curiosidad tarde o temprano terminaría ganando.

Lo encontró en el mismo lugar donde siempre estaba; lo tomó y lo observó detenidamente, ofreciéndole sus respetos antes de aventurarse en sus sabias pero peligrosas páginas.

Al abrir el libro, la imagen de la diosa apareció en la primera página. Era una ilustración de la diosa con tres cabezas, llevando dos antorchas, una serpiente, y a Cerbero, el perro del Inframundo a su lado. La observó maravillada durante unos segundos, pero luego procedió a hacer lo que había venido a hacer: debía buscar la manera de invocarla; no podía distraerse mirando atractivas imágenes, o leyendo información que, en esos momentos, era irrelevante. Debía ir al grano.

Buscó en el índice. Había diversos tipos de invocaciones: una invocación para pedir la resucitación de un muerto, invocación que puede hacer alguien poseedor de magia blanca para pasarse al lado oscuro, e invocación de parte de alguien que quiere iniciarse en la magia, entre otras más.

Dayanara había pensado que debería fabricar alguna clase de pócima, o armar alguna bolsita de hierbas para llevar consigo y ofrecerle a la diosa, pero la forma de invocarla era mucho más simple de lo que ella había creído:

Si a la Diosa Oscura con sinceridad buscas

has de encontrarla en la encrucijada,

donde tres caminos se juntan

para al caminante despistar.

Si quieres su favor obtener una ofrenda a ella has de dejar:

un objeto para ti muy preciado

en el medio de la encrucijada has de enterrar.

Y tres veces, en voz alta, la siguiente frase has de pronunciar:

“Hécate, Señora de las Tinieblas, Reina Invencible,

tú que en Inframundo reinas, tú que abres todas las puertas:

Ven a mí y bendíceme con tu oscuro poder,

déjame contigo la oscura noche transitar”.

 

Dayanara memorizó la frase que debía pronunciar, mientras buscaba su objeto más preciado: un collar que contenía la foto de su madre en su interior, que le había pertenecido a ella y le había sido obsequiado antes de su muerte. Le dolería mucho perderlo, pero sabía que debía ofrendarle esto a la diosa si quería obtener su favor: ella se daría cuenta si le llevaba cualquier otra cosa, y podría recibir un severo castigo. No se arriesgaría.

Buscó su abrigo de lluvia y se lo calzó. En el bolsillo interno llevaba una bolsita con el collar. Se puso la capucha y salió de la casa. Solo conocía una encrucijada, y esta estaba a por lo menos tres kilómetros de distancia. Eso quería decir que debía ir en carro; por suerte su madrastra había dejado el suyo en la acerca, con las llaves adentro como solía hacerlo. Seguramente la habrían interceptado al  bajarse de su vehículo, el cual ahora estaba listo para Dayanara.

Ella nunca había conducido en una noche tormentosa, por lo cual el temor la invadió, pero ella no permitió que este tomase el control. Tenía una misión y debía cumplirla. Conduciría lento y con cuidado, intentando mantenerse atenta en todo momento.

Eran las cuatro de la mañana cuando salió de su casa, y para las cuatro y media estaba llegando al lugar donde debía detenerse. El camino asfaltado se terminaba, y debía caminar unos trescientos metros por un camino vecinal hasta llegar a la encrucijada, la cual se hallaba en las cercanías de un bosque que pocas personas solían frecuentar.

La lluvia no mermaba, su cara estaba mojada y sus botas se enterraban en el barro, haciendo que el paso fuese mucho más lento, pero nada la detendría, y pronto Dayanara había llegado a la encrucijada.

El lugar se sentía en cierta forma diferente, y ella supuso que quizás allí había un portal al inframundo, o algo similar. Por algún motivo Hécate escogía las encrucijadas como punto de encuentro.

Dayanara se arrodilló en el barro, y comenzó a cavar con sus manos, llenándoselas de lodo. Cuando hubo formado un pequeño pozo, metió en él la bolsa que contenía el collar que había sido de su madre, y lo tapó con tierra. Se puso de pie, y en voz alta recitó tres veces la frase que el libro le había indicado:

“Hécate, Señora de las Tinieblas, Reina Invencible,

tú que en Inframundo reinas, tú que abres todas las puertas:

Ven a mí y bendíceme con tu oscuro poder,

déjame contigo la oscura noche transitar”.

Faltaban exactamente dos horas para el amanecer. Dayanara temió haberse demorado demasiado, porque Hécate no aparecía, ni nada extraño allí ocurría. «¿Qué hice mal?», se preguntó.

Esperó impacientemente durante unos diez minutos, y se dio la vuelta para volver por el mismo camino, pensando que quizás ese libro no contenía la verdad sobre la diosa, o que ella no era merecedora de recibir su oscuro poder; pero fue en ese momento que oyó un aullido ensordecedor, dejó de llover de repente y, antes de que pudiera actuar, una mano se posó sobre su hombro.

—Me has llamado —dijo una profunda voz de mujer. Era Hécate. Había logrado invocarla.

Lentamente, Dayanara se dio la vuelta y se enfrentó a la temible mujer. Sus ojos eran oscuros y profundos, y estos la escudriñaban con atención. Ella era muy similar a la mujer que aparecía ilustrada en el libro, solo que no tenía tres cabezas, ni una serpiente en sus brazos. Dayanara había oído al perro del inframundo, estaba segura, mas este no se encontraba en ese lugar. Solo estaban la diosa y ella, cara a cara. Ambas morenas, ambas de ojos tan oscuros como la noche. Eran tan similares que parecían hermanas.

—Sí, señora —respondió Dayanara, haciendo una reverencia—. Necesito su ayuda. —Hécate le sonrió, lucía muy amable por ser una diosa oscura, pero nadie osaría confundir ese gesto de amabilidad con bondad.

—Por supuesto… ¿cómo habría de negarme? —le dijo—. Recibirás el poder que tanto anhelas, Dayanara. Pero sé consciente de que te comprometes a caminar a mi lado por la noche oscura. No debes olvidarte nunca de eso.

—Por supuesto, señora. Sé que habrá un compromiso de mi parte.

—Muy bien… Porque obtendrás tu poder, pero deberás estar lista. Pronto vendré a buscarte para que cumplas tu parte del  trato.

Dayanara no comprendía bien qué era lo que la diosa quería decirle; solo deseaba ser capaz de salvar a las mujeres que más le importaban. En ningún momento se le ocurrió pensar en los significados ocultos detrás de  las palabras de la promesa que a la diosa le hacía.

—Me parece bien —respondió ella—. Muchas gracias por responder a mi llamado.

—Entonces bienvenida a mi séquito de servidoras —pronunció la diosa, al tiempo que posaba sus manos sobre los hombros de la muchacha, y le soplaba sobre su rostro. Dayanara pudo sentir el cambio al instante. Ya no era la misma, la magia corría por sus venas y podía sentirla. Se sentía más viva que nunca, y sabía que podía ser capaz de lograr cualquier objetivo que se propusiera.

—Muchas gracias, mi reina —le dijo a la diosa, haciendo una segunda reverencia.

—Es un placer tenerte entre las mías —le dijo la diosa, y luego le tomó la mano izquierda y le depositó allí un objeto frío al tacto. Cuando Dayanara pudo mirarlo, se percató que era una llave.

—¿Qué es esto? —le preguntó.

—Una llave que puede llevarte a cualquier parte, querida. Úsala ahora para llegar a quienes debes salvar. —Dayanara asintió. Poco a poco, en su mente, se delineaba un plan de rescate; y una sonrisa en su rostro se dibujó, una sonrisa que este nunca antes había albergado, pues en ella había una alta dosis de malicia y oscuridad.

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