Susurros del viento © (Univer...

By BrunoOlivera1

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¿Qué serías capaz de hacer para evitar algo marcado por el destino? Josefina tuvo que cambiar su felicidad po... More

Introducción
Capítulo 1 - El rostro de la muerte
Capítulo 2 - El faro en la colina
Capítulo 3 - Contra la espada y la pared
Capítulo 4 - Palacio de suspiros ahogados
Capítulo 5 - Frío o hirviente
Capítulo 6 - Estrella del Norte
Capítulo 7 - La última puerta del fondo
Capítulo 8 - Estrellas en la oscuridad
Capítulo 9 - Las Ánimas
Capítulo 10 - Una trampa perfecta
Capítulo 11 - El mal entre nosotros
Capítulo 12 - Vestigios del pasado
Capítulo 13 - El lobo con piel de cordero
Capítulo 14 - La curiosidad que mató al gato
Capítulo 15 - Fragmentos rotos de un amor
Capítulo 16 - Ecos de un destino incierto
Capítulo 17 - La guerra declarada
Capítulo 18 - La balada del diablo
Capítulo 19 - El gran reposo
Capítulo 20 - El precio del silencio
Capítulo 21 - Vendré por ti
Capítulo 22 - El susurro del diablo
Capítulo 23 - Descifrar el mensaje
Capítulo 24 - Enfrentando al pasado
Capítulo 25 - Morir en la orilla
Capítulo 26 - Una vida sin elección
Capítulo 28 - Cartas al olvido
Capítulo 29 - Invitación a mi muerte
Capítulo 30 - Cementerio de sueños enterrados
Capítulo 31 - En busca de respuestas
Capítulo 32 - El olor de la muerte
Capítulo 33 - Cuenta regresiva hacia la muerte
Capítulo 34 - Secretos oscuros
Capítulo 35 - Libera nuestras almas
Capítulo 36 - Escape del internado
Capítulo 37 - El día del sacrificio
Capítulo 38 - La fiesta de máscaras
Capítulo 39 - El mal liberado
Capítulo 40 - Ojos que no ven...
Capítulo 41 - ... corazón que no siente
Capítulo 42 - Los trapitos al sol
Capítulo 43 - El tablero de ajedrez
Capítulo 44 - El rostro de la maldad
Capítulo 45 - El día del juicio
Capítulo 46 - La maldición del norte
Capítulo 47 - El sacrificio
Capítulo 48 - Peligro a bordo
Capítulo 49 - Descenso al infierno
Capítulo 50 - Alma en libertad
Epílogo
Agradecimientos

Capitulo 27 - La nueva directora

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By BrunoOlivera1

Manuel vió llegar a su madre como un alma en pena que arrastraba sus tacones sobre el suelo del mismo modo que mantenía su mirada perdida en algún rincón de sus pensamientos. Temía que algo malo hubiera sucedido, juzgando por su cara de preocupación.

—Madre, ¿está todo bien? —preguntó él mirándola confundido—. Salió como alma que lleva el diablo y ahora viene así... ¿pasó algo?

—Libertad murió, Manuel —confesó ella sin mirarlo. Josefina se quedó igual de sorprendida que su prometido.

—¿Cómo que murió? ¿Qué le pasó?

—La mataron. No se sabe quién fue.

Josefina no podía sentir ni un ápice de empatía con la situación. Le daba igual lo que sucediera con aquella desgraciada mujer, y es que de algún modo sentía que se lo merecía.

—Más vale que Antúnez y su gente investiguen bien —respondió Manuel indignado—. ¿Cuándo es el sepelio?

—Voy a hacer todo para que sea en cuanto antes. Lo más triste es que no tiene ningún hijo que reclame por su cuerpo, prácticamente no tenía nada —Se lamentaba Nora, de sus ojos salían lágrimas de cocodrilo—. Que efímera es la vida, venimos sin nada, y nos vamos sin nada.

—Tranquila, mamá. Si quiere yo me encargo de todo el papeleo —propuso Manuel abrazándola.

—No, no. Vos tenés que recibir a Berenstein hoy, ¿no? Dejá que yo me encargo —Le dijo antes de irse a la cocina. Josefina la siguió.

—¿Cómo está Antonia? —preguntó.

—Debe estar felíz porque la directora murió, igual que vos, ¿no?

—Ni nos va, ni nos viene. Solo me importa mi hermana —admitió Josefina de forma tajante.

—Tu hermanita estaba muy lastimada, yo creo que le siguieron haciendo cosas y todo por portarte mal —Nora se olvidó de su dolor de un momento a otro, y volvió a arremeter sin piedad contra su nuera.

—¿A qué se refiere?

—No está bien visto que una señorita como vos se ande paseando en la noche con otro hombre. ¿Te imaginás si mi hijo se entera que se va a casar con una querendona como vos?

—Yo no soy así, señora.

—Seguro que no, y si lo volvés a hacer tu hermanita va a seguir pagando las consecuencias de tus actos. Que no se te olvide.

—Usted está enferma. ¿Cómo puede ser tan cruel?

—Puedo serlo y todavía más si te hacés la viva —Le dijo en un tono amenazante. Aquella mujer era el diablo en persona.

—¿Manuel sabrá la clase de basura que la crió? Porque si no lo sabe, se lo puedo mostrar.

—Nunca te va a creer, porque yo soy la que lo parió, lo crió y todo prácticamente sola. Él también me debe mucho a mí.

A Josefina le llamaba la atención que aquella bruja tuviera tanto poder sobre el apellido Ferreira. ¿Dónde estaba el padre? Era una de las incógnitas que envolvían a esa familia.

—Escúcheme bien, señora. Si usted le llega a hacer algo más a mi hermana, le juro que la voy a hacer pedazos —Le avisó Josefina apuntándole con el dedo—. ¡Se lo advierto porque me llamo Josefina Ortiz!

Estaba harta de soportar tantas amenazas, pero tampoco tenía a dónde ir. No por ahora, por lo que debía aguantar un poco más, hasta decidir qué haría con ellos dos. Y es que después de robarle a ella y a su hermana la libertad, a Josefina no le temblaba el pulso al pensar que también podría hacer lo que quisiera con ellos y su fortuna. «Solo tengo que averiguar cómo hizo esa bruja para encargarse de la fortuna de su marido», pensó Josefina. Solo con el permiso de su esposo podría encargarse de todo siendo mujer, pero era muy extraño que no se supiera nada de él desde que llegó, y al parecer había sido así desde... ¿siempre?

***

El internado estaba revolucionado ante la llegada de Antonia y María Victoria. Ambas se paseaban lentamente por los pasillos siendo juzgadas por las miradas inquisidoras de las monjas y algunas de sus compañeras. Parecía que con cada paso se dirigieran a su propia sentencia que ya había sido dictada por todas y cada una de las que moraban en aquel sitio. Volver no era fácil siendo acusadas en silencio de un crimen que juraban no haber cometido. Y por más que estuvieran convencidas de ello, no habría palabra para hacerlas entrar en razón. La única que se mostró no tan reacia a su llegada fue la hermana Irene, quien las recibió en su oficina quién sabe para qué.

—Como verán, estamos todas paralizadas con este crimen horrendo que se perpetuó en nuestro refugio —Empezó diciéndoles la hermana—, y sabemos que ustedes son las principales sospechosas de la muerte de Libertad. Sin embargo, ella ya no está para aplicarles alguno de sus castigos con los que mis compañeras y yo no estábamos de acuerdo. Pero aún así es pertinente que les diga que las cosas van a cambiar a partir de ahora por acá.

—Ya cambiaron hace rato, ¿no le parece? —Interrumpió Antonia llena de odio.

—¿Qué querés decir, Antonia?

—Que hace rato no confío en usté —admitió sin tapujos—. Cuando tenía que estar, no estuvo, y cuando le pedí respuestas, no me las dió por más que sabía lo que había pasado con Raquel.

—Ya te dije por qué fue, Antonia. No tenía elección.

—Pero ahora sí la tiene. No la desperdicie.

Antonia había hecho reflexionar a la hermana Irene, quien se quedó perpleja admitiendo con la mirada la razón que tenía. Ya no había directora que le obligara a hacer lo que no quería.

—Vayan a sus cuartos, y si alguna les dice algo, me avisan —Les dijo la monja antes que se levantaran de sus asientos—. Mañana va a ser elegida la nueva directora del Estrella del Norte, el colegio no se puede quedar sin un capitán al mando —Sus palabras fueron aparentemente ignoradas por las chicas, quienes salieron algo molestas de su oficina.

Las miradas inquisitorias seguían apuntando hacia ellas como un foco luminoso que no les dejaba ver más allá de su propia culpa. Una culpa que no era de ellas, pues estaban seguras de su inocencia.

—Tenemos que demostrarles que no fuimos nosotras —sugirió María Victoria.

—Con el tiempo se les va a pasar, parece que están acostumbradas acá.

—¿A qué te referís?

—Así como pasó con todas las desapariciones de antes, parece que solo les dura unos días la preocupación —Le explicó Antonia—, y tratándose de la directora, no creo que pase mucho tiempo en que quede olvidada como las otras.

—Aunque te parezca raro, hay algunas que le tenían simpatía a la directora.

—Pobres almas en desgracia —Antonia no entendía cómo alguien podría empatizar con alguien así—. En fin, nosotras tenemos un mensaje que descifrar... y a alguien a quien salvar.

—¿Creés que la doña esa le haya hecho algo a tu hermana?

—Más le vale que no, sino va a saber de lo que estamos hechas las Ortiz —admitió Antonia con rabia en sus ojos. Ni ella ni su hermana estaban jugando.


***

El día estaba lejos de terminar para Josefina. Por si no fuera poco aguantar las amenazas de la señora Ferreira, también tenía que fingir que ningún deseo oscuro pasaba por su mente cuando vió llegar a Berenstein con su desfachatez de siempre. ¿Cuánto tiempo más tendría que aguantarlo? Parecía una eternidad.

—¡Pero qué caras de velorio! Se nota que se van a casar pronto —bromeó Arturo al ver sus rostros—. Imagínense cuando lleven treinta años de casado como yo.

—No es eso, Arturo. Es que Libertad, la directora del internado del cual somos benefactores acaba de morir —Le dijo Manuel.

—Ah, lo siento mucho —Por primera vez parecía hablar en serio—. Tenía muchas ganas de conocerla —confesó apuntando su mirada hacia Josefina.

—Podrías ir al entierro.

—Me encantaría. Y ya aprovecho a conocer el internado también —Arturo sonrió de satisfacción al ver el miedo reflejado en los ojos de Josefina.

Ella sabía que nada bueno podía salir de todo eso. Cuanto más alejado tuviera a Arturo de su hermana, mejor sería para ambas:

—Si me disculpan, me voy a recostar —confesó Josefina. Le causaba náuseas ver a aquel tipo.

—Vaya, Josefina. Será mejor que duermas —Le dijo Manuel.

—Se puso blanca como un papel. Capaz cree que no es buen augurio un velorio antes de una boda —observó Berenstein con una sonrisa lasciva en el rostro—. ¿Es tu primer funeral?

Josefina no pudo evitar mirarlo con odio. Él sabía bien que no era la primera vez que la muerte merodeaba por su vida.

—No, ya estoy acostumbrada —respondió sin titubear, recordando no solo la vez que Berenstein asesinó a sus padres frente a ella, sino también las viejas amigas del burdel que hizo desaparecer con impunidad.

La noche comenzaba a caer, y en cuanto Josefina cerraba los ojos, las imágenes de la inconsciencia se hacían presente como imágenes difusas en su mente. Recordaba el momento en que huyó de Berenstein, la noche lluviosa, y la terrible escena que fue obligada a presenciar, sin embargo, le costaba recordar el rostro de sus padres. Sus caras eran difusas, ¿acaso los estaba olvidando? Era imposible, jamás podría olvidar el rostro de las personas que la entregaron a los brazos del diablo en persona. Sin embargo, cuanto más intentaba recordar, menos claro era el recuerdo de ellos.


***

Después de muchas noches en vela, Antonia había conseguido dormir. No mucho como quisiera, pero lo suficiente como para ir a la biblioteca en la mañana siguiente y averiguar más sobre aquel código del que María Victoria le había hablado. Debía descifrar el mensaje, y para eso, manejar aquel lenguaje. Antonia revisó de arriba a abajo la enorme biblioteca y sus estantes en busca de un libro que le enseñara lo necesario, y en el camino encontró varias cosas interesantes además de aquello que buscaba. Entre los libros que pudo hojear, pudo distinguir algunos pasajes interesantes.

«Los espíritus pueden quedar atrapados en este plano por dos razones: una venganza, o una misión» —leyó Antonia. ¿Qué querrían los que ya había visto?

Otra de las líneas que llamó su atención venía de un libro sobre demonología. Un librillo lleno de polvo y escondido en un estante oscuro al último rincón del pasillo:

«Los demonios se alimentan de las almas frágiles, dejándolas sin esperanza de escapar» —leyó aterrorizada. ¿Serían Raquel, Isabel, y todas aquellas que desaparecieron un alma frágil de voluntad?—. La hermana Irene tenía razón —concluyó Antonia recordando aquella vez que la monja le confesó ver al diablo en los ojos de Raquel.

Finalmente, el libro que estuvo buscando llegó a sus manos y se deslizó entre sus dedos haciéndola perder la noción del tiempo. El código morse era un intrincado código militar utilizado por los soldados estadounidenses durante la Primera Guerra, y que estaban usando para comunicarse entre ellos y no ser descubiertos por los alemanes. Su lenguaje está compuesto por golpecitos suaves, chirridos, o golpes fuertes. Tal cual como lo que había escuchado todo este tiempo. 

Tiempo que se le había acabado en cuanto la bibliotecaria le avisó que debía dirigirse al salón de actos: una nueva directora iba a ser elegida.

***

El salón de actos estaba lleno, y a pesar de ello se veía como si fuera imposible de llenar. El eco de los murmullos inundaba todo el lugar. Tal vez todas cuestionaban entre sí quién sería la elegida para ocupar el nuevo cargo. Se sentía como la elección del Papa, solo que aquí ellas sí tenían el poder del voto, como hacía ya trece años una mujer había votado por primera vez en el Uruguay. El destino del Estrella del Norte estaba en sus manos.

—¡Silencio, por favor! —dijo la más vieja de las monjas en el estrado—. Sean todas bienvenidas a este acto solemne en el que una de nosotras será elegida como la nueva directora de nuestro amado internado. Como verán, las circunstancias nos obligan a ello, después del terrible fallecimiento de nuestra señora Libertad, que en paz descanse. Así que todas recibirán un papelito donde escribirán el nombre de la novicia que quieren que sea su próxima directora, y lo van a depositar en esta urna a mi lado. Tienen diez minutos para tomar su decisión.

Antonia no estaba segura de lo que haría. Si la votación hubiese sido hace unas semanas atrás, ya tendría su voto decidido sin pensarlo, sin embargo, al juzgar por lo que había sucedido de forma reciente, ya no sabía qué hacer. Le era imposible confiar en cualquiera de las monjas que estaban cuchicheando en el estrado mientras ellas decidían.
Los minutos se iban acabando, y por más vueltas que le diera, había un dicho que le vino a la mente y le ayudó a tomar la decisión que si le daban tan solo un minuto más, estaba dispuesta a cambiar.

—Mejor malo conocido, que bueno por conocer —susurró al dejar su papel en la urna.

Y así fueron, una a una depositando su decisión. Algunas con esperanza, otras con temor, pero todas decididas.
Luego del último papel, los votos fueron leídos. Entre un halo de misterio e intriga que no terminaba más, la monja encargada del acto iba leyendo uno a uno los votos de cada una. La decisión estaba peleada entre la monja más experimentada del lugar, y la más joven. Tan solo unos pocos votos de diferencia le dieron el gane a quien Antonia ya sospechaba: la hermana Irene.

—Muchas gracias por sus votos, por elegirme —Empezó diciendo la joven monja emocionada—. Sé que el lugar de Libertad es irremplazable, y como nueva directora del Estrella del Norte intentaré hacer lo mejor que pueda, siguiendo con la buena labor que se ha hecho durante años aquí, y siguiendo también mis ideales en consonancia con la palabra de Dios. Para mí es un gran logro pasar a ser su directora siendo que llevo tan poco tiempo acá. Me alegra mucho que depositen su confianza en mí, pero también me apena el momento que estamos viviendo. Me gustaría que fuera en otras circunstancias, pero aún así les estoy muy agradecida, y voy a tratar de no decepcionarlas. Gracias por la confianza depositada en mí —Culminó con una sonrisa mientras todas aplaudían.

La única que no lo hacía era Antonia. Aún seguía enojada con ella, y aunque la hubiera votado, le daba igual su victoria. Si en su momento, siendo una de ellas, no las ayudó, ¿qué le hacía pensar que ostentando el poder podría ponerse de su parte? Ahora tenía temas más importantes que hacer, como ocuparse de aprender el código secreto que le permitiría entender qué es lo que estaban queriendo los fantasmas que habitan entre las paredes del internado.

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