No te emociones tanto

By PaulStonem

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Una chica normal y corriente con una obsesión: Un cantante de rock los 90 en plena crisis de los cuarenta. Él... More

Sinopsis
PRÓLOGO
1. No te enfades tanto
2. No te enfades tanto
3. No te agobies tanto
4. No te agobies tanto
5. No te muevas tanto
6. No te muevas tanto
7. No te obsesiones tanto
8. No te obsesiones tanto
9. No te emborraches tanto
11. No te líes tanto
12. No te líes tanto
13. No me llames tanto
14. No me llames tanto
15. No te rías tanto
16. No te rías tanto
17. No me esperaba tanto
18. No me esperaba tanto
19. No me beses tanto
20. No me beses tanto
21. No me subestimes tanto
22. No me subestimes tanto
23. No te emociones Tanto
0o0o Spoileati-me o0o0
24. No te emociones tanto
Epílogo

10. No te emborraches tanto

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By PaulStonem

10.        No te emborraches tanto

Sí, Den llegaba, nenas. Sonrió satisfecho cuando entraba por la puerta y una larga cola de personas, que aún esperaban por entrar, le miraban. Algunos le señalaron, «¿es? Sí, sí es. ¿Y el otro no es…? Sí, también». Habían llegado en taxi porque ninguno pensaba estar capacitado para conducir después de aquella noche. Saludaban a los de la puerta como viejos amigos, aunque ni tanto, y entraban directos a un mostrador donde estaba una chica que los miró con media sonrisa y asintió. Había que reservar las zonas VIPs, pero siempre había sitio para los chicos de la tele y sus amigos músicos. No había más que hablar. A Den le gustaba eso, le gustaba llegar a un sitio y que todos se apartasen para dejarlo caminar. Tan diferente a los conciertos donde millones de brazos estirados esperaban tocarlo por el estrecho pasillo que le llevaba hasta el autobús. Bueno, eso también le gustaba, una vez pasado el agobio. Era como una especie de dios o algo así. Justo como se sentía.

Subieron a la tercera planta y no se sorprendieron con encontrarse a alguien por allí. Den sonrió al instante. Había tratado de evitarlo durante unos días, pero era obvio que su manager no iba a perdonar una noche de sábado sin salir. Ach, en cuanto los vio, se levantó de su sillón y se acercó a ellos con una amplia sonrisa y los brazos abiertos. Den se dejó abrazar y le dio unas palmaditas en la espalda. En el fondo, adoraba a ese tío. Cob hizo lo mismo y sonrió a la camarera de la barra, que sí era la misma siempre y ella asintió sabiendo qué era lo que tenía que poner.

            —¡Eres un mamonazo, tío! —le dijo su manager tomando asiento de nuevo haciendo hueco para que los otros se sentaran.

            —¿Por? —preguntó haciéndose el tonto.

            —Todos te esperaban el otro día. Hasta vino éste capullo.

            —Bueno, preguntas sobre el disco, este miércoles cuando presentemos el acústico. Es lo que hay —le dijo de forma relajada, recostándose contra el respaldo del sillón. Observó la chica que dejaba su whisky en la mesa y le dedico una de sus sonrisas genuinas y fabulosas.

            —Vale, no habrá preguntas ni preguntones, te lo prometo —le dijo su manager fingiendo estar hablando súper en serio—. Pero ya que estáis los dos aquí, ¿cuándo vas a ir a su programa?

            —Cuando me llamen y me ofrezcan una buena pasta por responder cuatro preguntas.

            —Pues vas jodido, eso ya no funciona así —le dijo Cob riéndose. Entonces el otro se hizo el ofendido e hizo un gesto como si no quisiera ir—. Minutos de tele gratis, tío. Ahora todo el mundo pagaría por salir en la tele. Date con un canto en los dientes porque eres mi amigo y te dejo elegir fecha en el calendario.

            —Entonces, el año que viene.

Ach se rio. Consideraba que todo era una broma de Den. No podía ser que de verdad no estuviera interesado en promocionar el disco nuevo. Vamos, es que sería de tontos. No sólo habían ganado mucha pasta juntos durante esos años, Ach consideraba a Den como un verdadero amigo. Habían pasado noches de año nuevo en la misma fiesta desde ni se acordaba cuándo y ambos habían estado en las bodas del otro. Den había estado en las dos bodas de Ach. Le dio un trago a su bebida y miró al cantante con media sonrisa.

            —¿Y cuál es tu plan hoy? ¿Por qué nos deleitas con tu compañía?

            —Porque tenía ganas de agarrarme un ciego, básicamente.

            —No te emborraches tanto —le advirtió su manager. Luego se rio mirándolo como si fuera una madre regañando de antemano a su hijo antes de salir, sólo que no colaba porque se le escapó una risa—. No quiero que hagan mala prensa de ti si terminas pegándote en la puerta con algún bocazas o se te ocurre mear en una esquina o vete tú a saber qué otra gilipollez.

            —Sí, pues vas jodido, porque venimos ya un poco mamados de otro pub —le dijo el chico con toda su confianza.

            —Sí, macho —agregó Cob dándole la razón.

            —¡Y no me habéis llamado! Sois unos putos descarados.

Den soltó una carcajada sin reparos y se encogió de hombros como si hubiese sido un descuido. Que en parte era así. Había llamado a Cob por la tarde y le había dicho que quería salir y no sabía cuándo quería volver a entrar en casa. Cob no había puesto ninguna pega, excepto que le gustaría cenar. Sí, no sería la primera vez que empezaban liándose a las siete de la tarde a Guinness en un pub y les daban las siete de la mañana sin acordarse si quiera de si metieron o no algo para el cuerpo, aparte de litros de alcohol y otras cosas que quitan el hambre.

Aquella vez estuvieron viendo el partido de su equipo en la mesa que más al fondo estaba de un pub cercano a casa de Den que a él le gustaba particularmente porque podía ponerse sus gafas de miope sin que a nadie le pareciera que iba disfrazado. No era excesivamente miope de los que no ven tres en un burro, pero una tele al fondo de un bar se le hacía un poco borrosa. En ese pub cenaron un poco de esto y un poco de lo otro, para que Cob no pudiera quejarse, hasta que tuvieron que ponerse las manos en el estómago como si fueran a reventar. Se bebieron otra cerveza y cambiaron de pub. Fueron a uno donde Cob tenía un amigo, bueno, un chico que se llamaba Gabriel que estudiaba farmacia pero que se dedicaba a trapichear más que otra cosa. A Den se le hicieron los ojos chiribitas al escuchar “trapicheos” y no dijo que no. Se tomaron una con el chico aquel y, entonces, pillaron un taxi que les dejaba en la puerta de esa discoteca. No había fotógrafos en la puerta cuando llegaban, aunque suponía que sí que los habría cuando salieran de allí. Las noticias vuelan y los paparazzi más.

Deneb tenía altas expectativas para esa noche. O ninguna, según se mirara. Sólo quería levantarse con mucha resaca la mañana siguiente porque, por estúpido que sonase decir eso, echaba de menos una resaca. Seguramente no dijese lo mismo la mañana siguiente. Esas mañanas solía jurarse y perjurarse que no bebería nunca más.

Ahora, cuando su manager le había advertido de no hacer el idiota, Den no estaba tan seguro de que no fuera a pasar nada que no saliera en los tabloides digitales al día siguiente. O sea, él era pacífico y tranquilo si lo dejaban en paz, no es que buscara gresca para salir por la tele, pero si se cruzaba con algún tonto… no podía decirse que tuviera la mayor de las paciencias. Vamos que no la tenía. Ni para eso ni para nada. Así que, mejor que tuvieran cuidado cuando saliese de allí. Pero bueno, ese no era el tema, el tema era disfrutar. Aún era joven, ahora no tenía que llevar a los niños al colegio —tampoco es que antes lo hiciera, pero ahora sí que no tenía que hacerlo— y su equipo había ganado. Era día de olvidarse de las preocupaciones.

Si era realmente franco consigo mismo, era el día ese en el que se estaba preparando a lo que estaba por venir. Era la noche en la que armarse de confianza. De volver a ser el mismo de siempre y perderle el miedo ese que les había pillado a periodistas y críticos de la Rolling Stone o de la NME. Nunca había sido muy amable con las revistas, pero no quería que le destrozaran otra vez con una crítica como aquella sobre lo anodina que les debió parecer su última gira. Obviamente las cosas habían cambiado mucho desde los primeros años en los que llenar un estadio era como algo mágico. Ahora las cosas eran más reducidas, pero no sólo le pasaba a él, le pasaba a todo el mundo. No era culpa de él, ¿no?

Pero aun así, la prensa hizo sangre. «Un aburrido Deneb Murphy delante de las mismas chicas que lo coreaban hace quince años, sólo que más mayores y casadas y con hijos. La garra y la arrogancia parece que ya no le funcionan al vocalista, que se preocupa más de lo que escucha por el pinganillo que de afinar delante del micrófono. Aburrido. Aburrido el show y aburrido él que tenía ganas de irse a casa y ponerse las pantuflas para ver La Voz en la tele». Hijos de puta. Como se cruzase al que escribió eso, le iba a enseñar lo que era aburrirse de recibir puñetazos.

Y tras aquella, todos los periodistas en la onda empezaron a sumarse a la crítica destructiva como si se hubiera puesto de moda. Que si sonaban como un disco rayado de los noventa, que si su voz ya no era tan auténtica, que si ya no le quedaba tan bien ese atuendo tan juvenil, que si estaba desfasado, que si ya ni siquiera destrozaba habitaciones de hotel… ¿pero qué querían? La vida pasa para todos. Si seguía haciendo lo de siempre, porque hacía lo de siempre. Y si cambiaba, porque había cambiado.

Quizá en otro momento le hubiera dado igual, pero aquello le estaba mellando demasiado con los cuarenta recién cumplidos. Porque, quien diga que no existe la crisis de los cuarenta, que le pregunte a un eterno adolescente que quiere vivir para siempre. Bueno, era humano. Es humano. No lo llevó bien, su matrimonio era una rutina que lo cargaba y era incapaz de dedicarse a otra cosa porque sólo sabía hacer música. Por eso, acabada la gira, se dio el parón. Y hasta ahora. Pero ahora todo era diferente. Ahora se sentía joven. Esa noche sentía que era Deneb Murphy, el chico que con veintidós años hizo llenazo varias noches seguidas y tenía miles de personas pendientes de él sobre un escenario.

            —¿En qué piensas? —le preguntó Cobe que se acercaba a la barandilla del palco donde estaba Deneb apoyado mirando a la pista de dos plantas más abajo.

            —¿Cuándo quieres que vaya a tu programa?

            —No sé. Yo no llevo la agenda, te estaba vacilando. Pero les diré que te llamen. ¿Por? —le dijo Cob con una sonrisilla.

            —Porque voy a demostrarle a este país que yo no soy ningún aburrido. Deneb Murphy vuelve, nenas.

            —Tú no eres aburrido —le dijo el otro totalmente sincero, aunque sabía perfectamente a qué se refería su amigo. No había sido su hombro durante todos esos años para no saber leerle entre líneas—. ¿Otro whisky?

Deneb asintió sonriendo y se alegró de que no hubiera mucho que decir con Cob. Era como si fuera la otra mitad de su cerebro.


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