No te enamores de Mia © [LIBR...

By kinomera

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Libro 2 de la bilogía «No te enamores». Es necesario leer «No te enamores de Nika» antes de iniciar esta lect... More

❁ ANTES DE LEER
❁ ADVERTENCIA
Prefacio
00_Googlea suicidio
01_Un gnomo madón
02_Amaia suena mejor
03_Construir paredes
04_ Ya no parece un gnomo
05_Chismes de pueblo
06_El temor al monstruo
07_Mi existencia de mierda
08_Las razones que buscaba
09_El lugar correcto
10_¿Qué siente ella?
11_¿Qué me pasa?
12_No te enamores de Mia
13_Ser un cretino nunca se sintió peor
14_ ¿Lastimarla o salir lastimado?
15_Una promesa
16_Un beso en mi mejilla
17_Ella
18_¿Quieres huir?
19_La fiesta de Adrien
20_La fiesta de Adrien (II)
21_Idiota es poco
22_¿Se puede ser feliz?
23_No sería la primera vez
24_Vidas que no cambian
26_ Mentiras sobre mentiras
27_Dilo sin llorar
28_Luz y oscuridad
29_Una vida normal
30_Aksel, Sophie y Dax
31_Beber jamás fue bueno
32_Entregarle todo
33_Una oportunidad perdida
34_Sí existe un nosotros
35_Es sábado
36_El comienzo
37_Después del partido
38_Hazlo
39_Tenemos que hablar
40_Te amé antes de saber que te amaba
41_Aprendió sola
42_Me enamoré de Mia
43_ Somos las víctimas
44_Un boleto de salvación
45_Pregúntame
46_Pestañeo
FELIZ DÍA
Epílogo
AGRADECIMIENTOS
EXTRA: 14 de febrero
EXTRA: Cumpleaños (1)
EXTRA: Cumpleaños (2)
EXTRA: Cumpleaños (3)
EXTRA: Una historia de Halloween
EXTRA: Una historia de Halloween (2)
EXTRA: Una historia de Halloween (3)
EXTRA: Halloween
EXTRA: Navidad en Soleil (1)
EXTRA: Navidad en Soleil (2)
❁¡Estaremos en librerías!❁

25_Si ella se queda

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By kinomera

Capítulo 25

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~

La llamé una y otra vez mientras la cargaba en mis brazos y la dejaba en el suelo. No respondía.

Sentía la asfixiante presión en el pecho en lo que ponía de lado su cuerpo y la ayudaba a expulsar el vómito.

Lo logró. Tosió un par de veces, pero seguía sin contestar mi llamado

—Ya déjala, Nikolai —murmuró la voz de mi padre—. Ella es feliz así.

Negué, apartando los recuerdos. Las coloqué boca arriba, buscando su pulso, el aire entrando a sus pulmones.

No lo encontraba.

Mis manos temblaron incontrolablemente.

—En el fondo lo sabes. Ella quiere morir —siseó. Estaba a mi espalda—. Como tú, tu hermana y todos en esta familia maldita.

No. Me negaba a escucharlo.

Presioné su pecho para hacer que su corazón siguiera latiendo, en una maniobra que me empeñé en aprender por miedo a que llegara ese día.

—Está respirando, déjala —mintió mi padre en tono burlón—. Está respirando.

Quería que la dejara morir, pero no me dejaría vencer.

Agarró mi hombro para alejarme de ella.

—Tienes que quitarte, Nika.

No estaba dispuesto a permitirle que me tocara, no de nuevo.

Aproveché la cercanía y aferré su brazo para tirar de él. Lo tomé del cuello de la camisa y lo alcé para tener su asquerosa cara a la altura de la mía.

—¡Tengo que hacerla respirar! —bramé para hacerle saber que no me intimidaba—. ¡Ella tiene que respirar!

—Está respirando, Nika —alegó con voz suave y nada parecida a la de mi padre.

Fueron sus palabras y la tos de mi madre, confirmando que respiraba, lo que me trajo a la realidad.

Aksel a centímetros de mi cara, rojo y respirando a duras penas. Lo estaba asfixiando.

Solté su camisa sin entender cómo llegué a tocarlo. Acababa de confundirlo, de revivir una escena del pasado. Lo traté como si fuera mi padre, había sido...

Mi vista se quedó en la puerta.

Amaia. Parada con la espalda pegada a la pared como si esperara fundirse con ella.

Sus enormes ojos me veían como jamás habría deseado. Terror. Me observaba con miedo.

Sabía lo que estaba viendo. El Nika violento y descontrolado, incapaz de definir la realidad. El que había estado a punto de golpear a su hermano.

Amaia acababa de ver al monstruo dentro de mí, lo que era. Acababa de ver a mi padre...

—Yo me encargo, Nika —dijo mi hermano, logrando que apartara la vista de ella—. Ve a tu habitación.

Mi madre dormitaba en el suelo, rodeada de vómito, ajena al dolor en mi pecho o lo que acababa de suceder. No podía dejarla.

La mano de Aksel sobre mi corazón, tal cual mamá solía hacer, me obligó a verlo a los ojos. No necesité sus palabras para entender lo que quería decir.

«Tú lo has hecho siempre, yo lo haré hoy».

Necesitaba que lo hiciera, yo no podía.

Salí por la otra puerta, incapaz de pasar junto a Amaia para escapar de aquel infierno.

Mis piernas subieron la escalera y me llevaron al baño. Las manos se deshicieron de la ropa y el instinto me condujo a la ducha.

El agua debía estar fría, no lo sentí. La temperatura, el sonido, el aire que corría por la puerta abierta y salía por la ventana, tampoco. No sentía nada, solo vacío y silencio.

Acababa de trasladarme al pasado. Ese día Nikolai estaba en la casa y sus palabras, como todas las que me dedicara, quedaron tatuadas en mi memoria.

Jamás las había revivido de aquella manera o mezclado con la realidad. Tampoco sentir que me tocaba, o peor, confundirlo con mi hermano.

Quizás estaba perdiendo la cordura.

¿Habría sido así para él cuando lo despidieron?

Quizás era la marca del inicio, del camino a terminar como él.

Me dejé caer en la bañera y abracé mis piernas. Descansé mi frente en las rodillas y pude escuchar el sonido del agua.

Estuve tanto tiempo en la misma posición que mis piernas se entumecieron y los músculos de mis brazos terminaron agarrotados por el agua helada que me bañaba.

Sin secarme y solo cerrando la llave, me vestí con el viejo pijama lleno de agujeros que tenía junto a la puerta.

Me senté en el colchón que descansaba sobre el suelo, mi cama. Encorvé la columna hasta abrazarme a mi mismo.

Mi cabello goteaba sobre el suelo desgastado. A pesar de la oscuridad, veía las gotas, podía contarlas.

Mi tiempo había llegado a su fin. Por primera vez el miedo era realidad, me empezaba a convertir en él.

La expresión de Amaia no me abandonaba. Lo vio todo. Desde la desgarradora verdad de mi madre, hasta mi verdadera naturaleza.

Desde aquel día en la carretera, me prometí no lastimarla, hacerla sufrir o ignorarla. No ser un idiota, no alejarme. Acababa de romper esas promesas y sería ella quien, con todas las razones, se alejaría.

No podía culparla por sentir miedo. Seguramente estaba en su casa, aterrada e incapaz de dormir; convencida de que acercarse a nosotros había sido su peor decisión.

Nunca debí permitirlo. Aksel tuvo razón al querer construir una barrera entre nosotros. En ese momento, ella también sería consciente y la pequeña ilusión llegaba a su fin.

La había perdido, como todo lo que me importaba.

—Nika.

Su voz me hizo alzar la vista y creí que estaba alucinado.

Avanzó lentamente con las manos a su espalda, la mirada nerviosa e incapaz de controlar el temblor de su labio.

Me puse de pie y la alcancé, creyendo que se desvanecería si estaba lo suficientemente cerca. No fue así.

No había corrido en dirección opuesta y quise agradecerle. Deseé que jamás lo hiciera, que no me dejara, pero no tenía nada para darle o convencerla de quedarse.

—Me alegra que no te fueras —confesé, recordando que, antes de aquel desastre, habíamos quedado en pasar la noche juntos.

Tenía que cumplir lo prometido. Necesitaba tenerla cerca, demostrarle que no era lo que acababa de ver. Si le enseñaba lo bueno que podía ser por ella, puede que no me dejara, que no huyera.

—Vine a saber cómo estabas —murmuró.

—Estoy bien —mentí, decidido a estarlo para ella.

Capturé un mechón de su cabello y lo coloqué detrás de su oreja, acaricié su rostro y noté como se tensaba. El gesto rasgó mi pecho ya destruido.

Necesitaba probarle que era mejor.

—Hace un momento no estabas bien —señaló.

—Estoy perfectamente, Amaia. —La hice caminar de espalda hasta llegar al colchón—. No ha pasado nada.

Me deshice de sus zapatos para que pudiéramos subir a la cama y quedar en medio del colchón. Me pegué a ella, disfrutando de su aroma, repitiéndome que era real e iba a arreglarlo.

—¿Qué haces, Nika?

—Te dije que nos divertiríamos hoy. —Me acerqué a su rostro y, en lo que me deshacía de su abrigo, dejé que mis labios rozaran su oreja—. Prometí que valdría la pena que te quedaras y cumpliré mi palabra.

Besé su clavícula, sabiendo que le gustaba, subí por su cuello y la guie para que se arrodillara conmigo, para estar a la misma altura.

Necesitaba olvidarlo, ayudarla a que lo hiciera, y estaba dispuesto a lo que fuera para hacerla feliz y conseguirlo.

Me acerqué a sus labios, deseando probarlos y fundirme eternamente con ellos. Esperé que me respondiera como siempre y gimiera en respuesta, pero me apartó, presionando sus manos contra mi pecho.

—No —zanjó, sin pizca de duda—. Ahora no.

Claro, nadie querría a alguien como yo.

Pensé que se alejaría. Sin embargo, sus manos temblorosas se acercaron lentamente a mi cabello mojado, apartándolo de mi frente, acomodándolo en el lugar indicado. Sus pequeños dedos se deslizaron por mi piel, peinaron mis cejas y mis ojos escocieron ante la caricia.

—Tu madre está bien —murmuró y me controlé para no dejar que mi alma se rompiera en pedazos—. Aksel la está cuidando.

Negué, sentándome sobre los talones y quedando a la altura de su pecho.

—Ella no está bien —susurré.

—Claro que está bien.

—Yo sabía que esto pasaría, al final siempre pasa.

—¿De qué hablas?

—Me confié una vez más. —Era incapaz de entender cómo no vi algo tan obvio después de la charla en la mañana. Estaba destruida y la dejé—. Es mi culpa que pasara.

—No, Nika —dijo, acunando mi rostro y logrando que la observara—, claro que no es tu culpa. Es una recaída, es todo. No es culpa de nadie, mi madre...

—Ni tu madre puede ayudarla. —Fue demasiado ver sus ojos azules, preocupados por mi familia. Los míos se llenaron de lágrimas—. Es mi deber cuidarla y la dejé sola en fin de año, es mi culpa.

—No...

—Lo es, todo esto lo es. —Las lágrimas brotaron por primera vez en muchos años y supe que no podría retenerlas—. Es mi culpa. Si ella muere es mi culpa, por no cuidar, por no estar al pendiente. —El rostro de mi hermana se mezclaba con el de mi madre y Aksel—. Yo tenía que estar al pendiente, tenía que estarlo, aunque ella no lo pidiera.

Mordió su labio en los que sus ojos se volvían un espejo de mi tristeza.

—No es tu culpa —repitió, tomando mis hombros y acercándome a su pecho—, no lo es.

Me congelé con su abrazo, su olor y su voz.

Devolví el gesto, pasando las manos por su espalda, aferrándome a su diminuto cuerpo. Necesité protección, imaginar que ella lo era, que curaría mis males, mi pasado, mi futuro.

Me refugié en su cuello, llorando como jamás lo había hecho, dejando salir el dolor de tantos años.

Lloré por Emma, por la culpa que me atormentaba y el pequeño ataúd que todavía veía en mis pesadillas. Por los moretones de mi madre, su sufrimiento infinito y la maldad con que mi padre la destruyó.

Lloré por Aksel y su inocencia que no pude cuidar, por lo mal hermano que había sido, ocultando la verdad en vez de ayudarlo a entenderla.

Lloré, en especial, por lo que fue mi familia. Por los festejos cuando éramos felices, los cumpleaños y las risas en la cena. Por mi padre, el que me enseñó a conducir con paciencia y dedicación, por el que lloró tras el nacimiento de Emma y nos abrazó en el pasillo del hospital.

Lloré por lo que la vida le hizo y el monstruo en que se convirtió.

Lloré por ser como él y no merecer a la chica que me abrazaba y pronunciaba palabras reconfortantes. Palabras que no entendía, pero me hacían quedarme en sus brazos; en ese mundo y no el oscuro lado que mi padre había dejado en mí.

Lloré hasta que todo se apagó y la única razón por la que no deseé que se apagara para siempre, fue por ella.

~❁ ✦ ❁~

Fue la luz lo que me despertó. Mi habitación tenía un tono naranja cuando abrí los ojos, intentando acostumbrarme a la claridad.

Al girar la vista a la derecha, Amaia seguía ahí. Estaba despierta y con la mirada en mi brazo tatuado y un dedo a nada de tocar mi piel.

—Te quedaste —murmuré sin entender la razón.

—Deberías estar durmiendo —señaló con voz ronca.

—Tú también. —Tenía el cabello revuelto y unas ojeras poco comunes en su rostro—. ¿No dormiste nada?

Negó y me acosté sobre mi brazo tatuado por miedo a que siguiera viendo las cicatrices que la tinta escondía. Ambos de costado y uno frente al otro.

—Siento mucho lo que pasó ayer.

—No pasa nada —mintió, rehuyendo mi mirada y buscando el silencio.

—Siento que tuvieras que conocer algo de mi familia que habría preferido que no supieras nunca —confesé.

—Hay cosas que no se pueden evitar.

El segundo silencio fue más corto.

—Sabías que tomábamos terapia, ¿cierto? —cuestioné, recordando que entendió la situación de mi madre como una recaída.

—Pero no sabía la razón.

No entendía cómo, sabiendo que necesitábamos un psiquiatra, se había mantenido tan cerca.

—¿Tu madre te contó?

—Escuché lo que no debía —confesó.

No pude sonreír para fingir que todo estaba bien. En vez de eso, tomé su mano y acaricié sus dedos. Intenté concentrarme en ellos para ser capaz de hablar.

—Es mi culpa que esto sucediera.

—No, Nika...

—Mi madre comenzó a beber por mi culpa.

Expresar lo que sentía no fue liberador, solo me recordó la realidad.

—Es-es imposible.

—No lo es. —Era incapaz de mirarla a los ojos cuando estaba a punto de mentir, pero necesitaba decir algo y la verdad era demasiado dura—. Ella comenzó a beber después del accidente de mi hermana.

Su mudez me dio tiempo a organizar las ideas, a desahogarme para no explotar, pero no mencionar a mi padre y evitar las mentiras.

>>Mi hermana murió cuando yo tenía trece años. No había cumplido los cuatro, y mamá tuvo que dejarnos solos para llevar a Aksel al hospital por una fiebre alta.

>>En ese tiempo me importaba más mi música, mis audífonos y los videojuegos, tanto como para no cumplir las indicaciones de mi madre.

Podía recordar que me advirtió no quitarle los ojos de encima y a Emma suplicar que jugara con ella. Tenía que haberlo hecho, en vez de cerrar el paso a la escalera y usar los audífonos para aislarme del mundo.

Nikolai había llegado de improvisto. Aparecía a su antojo para buscar dinero, bebida o maltratar a mi madre. En ese entonces, yo no lo sabía. Encontró el desastre de juguetes en el segundo piso y pegó gritos a Emma hasta hacerla llorar.

Mis audífonos profesionales y la puerta cerrada me mantuvieron ajeno a lo que sucedía. Cuando escuché algo al fondo, no dudé en salir a chequear a mi hermana. Aparecí en el momento en que él la golpeaba para que parara de chillar y ella caía escaleras abajo.

—Yo tenía que haberla cuidado —dije, apartando los recuerdos. No la golpeé y provoqué que cayera, pero la culpa era la misma—. No estuve al pendiente en el momento adecuado y tampoco escuché lo que pasaba por la maldita música.

—¿Có-cómo?

—La escalera era muy alta y ella muy pequeña —expliqué, sin mentir, pero sin dar detalles que desmintieran la historia que creamos antes de llegar a Soleil.

>>Era pequeña, frágil y hermosa con su cabello dorado. —Dolía, pero tener el recuerdo de su existencia era una dicha—. Era la princesa de la casa y yo no pude cuidarla.

Tomó mi barbilla con la misma delicadeza que me tratara la noche anterior.

—No es tu culpa —repitió con aquella voz que lograba hipnotizarme—. Nada de eso lo es.

—Eso repiten todos, pero no saben lo que dicen.

—Tú no sabes lo que dices —rebatió—. No soy la persona más experimentada en malas experiencias, pero hay cosas que suceden y ya. No todo tiene un culpable.

—Todo se puede evitar.

—¡No! —Me obligó a mirarla cuando quise apartar la mirada—. No todo se puede evitar y no tienes que sentirte así.

—Es fácil disminuir lo que me pasa cuando se ve desde afuera.

Lo sentí igual cuando mis antiguos amigos de Prakt trataban de reconfortarme por lo que creían que había sucedido.

—Puedo entender lo que sientes. —Se acercó hasta que pude contar las pecas que surcaban sus mejillas—. Pero creo que no tienes que sentirte así y para entenderlo necesitas ayuda.

—¿De un psiquiatra como tu madre?

—De cualquier que esté dispuesto a ayudar —aseguró, acunando mi rostro.

Me atormentaba abrirme a un psiquiatra, confesar la verdad. Recordaba que él también necesitó ayuda tras su despido y se negó a aceptarla. Éramos tan parecidos que terminaríamos igual.

Sin embargo, la dulce confianza en su mirada me hizo pensar que ella también deseaba ayudarme. Saber que no quería irse calmó mi sufrimiento, la culpa y el dolor. Amaia era capaz de hacerme sentir mejor y lo necesitaba desesperadamente.

Fue la vibración de su teléfono la que rompió nuestra conexión. Con solo darle una mirada, saltó hasta quedar sentada en la cama y se lamentó mirando a la pantalla.

—¿Pasó algo?

—Tengo que irme.

Gateó por la cama hasta llegar a sus zapatos y ponérselos a toda velocidad. Recogió su abrigo y salió corriendo, ignorando mis preguntas y desapareciendo como si el diablo la persiguiera.

Con el portazo entendí quien había llamado. Su madre.







~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~

A @abruu044 que hace meses
me pidió que le dedicara este
capítulo. Creo que era uno de sus
preferidos y confieso que también
es uno de los míos. Marca un antes
y un después en la novela.

~❁ ❁ ✦ ❁ ❁~

Hola, mis champiñones.

Se siente raro no actualizar cada semana, pero confieso que este capítulo ha sacado todo de mí, sobre todo el inicio. Necesitaba sentirlo para escribirlo y era imposible si me apresuraba.

Últimamente tengo poco tiempo.

De igual forma pienso escribir esta semana y la siguiente habrá capítulo.

🥰🥰🥰

Estar lejos de redes me hace pensar que no les presto suficiente atención. No he podido responder mensajes y eso me hace sentir mal.

Espero que a pesar de no estar, recuerden cuánto las quiero y lo tanto que aprecio su paciencia y cariño. El apoyo que me dieron la semana pasada cuando dije que no podría actualizar fue lo que me ayudó a escribir.

Las amo.

Cuídense mucho y linda semana.

Besito. 💋

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