BICOLOR [En proceso]

Bởi Mare_Garrido

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No todos percibimos el mundo en una sola tonalidad, y Kela Class es la prueba andante de ello. La heterocromí... Xem Thêm

Sinopsis
Prólogo
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NOTAS DE KELA
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Lewis Foster
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Bởi Mare_Garrido

NIAM

La alarma del despertador podría convertirse en mi enemiga.

Como odio ese pitido ensordecedor.

Emito un gruñido cuando el reloj no deja de repiquetear a pocos centímetros de mi oído, anunciando que ya son las 6:00am y debo ir al instituto muy en contra de mi voluntad. Extiendo el brazo por fuera de las cobijas calentitas que me tientan a faltar a clases hoy y apago la escandalosa alarma.

Me dispongo a dormir solo unos cinco minutos más, me acurruco entre las almohadas y...

La puerta de mi habitación se abre abruptamente, tan duro que chirría y truena al impactarse con la pared, apenas soy consciente de que alguien enciende la luz de golpe y veo blanco por un instante cuando la bombilla em encandila.

¿Qué carajos?

—¡Levántate, recluta! ¡Ya amaneció! —papá me arranca las sábanas y pego un respingo tan fuerte que aterrizo en el suelo con el estómago hacia abajo.

—¡Ah! ¡Papá! ¡¿Enloqueciste?! No estamos en el ejército. —protesto desde el piso frío.

—Pues lo estarás si no mejoras tu puntualidad. No quiero que ninguno de tus profesores me llame para decirme que llegaste tarde a clase, así que saca tu feo trasero de esta alcoba en el menor tiempo posible. ¡No me hagas volver con una jarra de agua fría! —amenaza arrojándome un balón en la cabeza antes de perderse en el pasillo.

¿De dónde carajos sacó un balón?

—¡¿Por qué no escucho tus pies moviéndose?!

—¡¿Por qué estás gritando, papá?!

Se asoma un momento por la puerta.

—Tu mamá me dejó, dice que de vez en cuando no hace daño. ¡Ahora muévete que sigo teniendo más balones!

Me arroja una pelota de pin pon en la frente. «Ahora si se volvió loco de remate».

Me levanto a trompiscones y estrujo mis ojos con fuerza tratando de despertarme, para luego quedarme contemplando uno de los zapatos que están regados por el cuarto como si fuera el culpable de todos mis problemas. Tengo sueño, flojera, dos neuronas funcionando nada más y apenas es miércoles, mitad de semana, y para completar, tenemos deportes con el profesor Banner en el gimnasio.

Puedo escuchar a Embry quejarse desde aquí.

—¡¿Qué haces ahí parado como un palo de escoba?! —mi cerebro se pone a funcionar con el potente grito de Iván y consigo no caerme al enredarme con mis propios pies.

—Ya voy, ya voy... —musito pasándole por un lado para adentrarme en el pasillo y caminar lentamente hasta el baño.

—¡Llevas diez minutos intentando levantarte!

—Si dejaras de gritar...

—Oh, claro, permíteme —me sonríe angelicalmente—. Hijo, queridooooo ¿cómo amaneció la luz de esta casa? ¿El sol que ilumina nuestras mañanas? ¿La estrella que traer brillo a mis días grises?

Lo miro mal, y se echa a reír después de burlarse de mí.

—¡Muévete que no tengo toda la vida! Y te quitas esa cara de apatía que tienes, creo que el Grinch despierta con mejor humor.

—El Grinch no tiene un padre con problemas mentales. —mascullo pasándome las manos por la cara.

—¿Qué dijiste? Me pareció escucharte decir que quieres que te ayude a lavarte la cara en el retrete.

—Quizás sufres de sordera. —me hago el idiota aguantándome la risa.

Pongo la mano en el pomo de la puerta y su voz me hace sobresaltar de nuevo. «Cristo, ten piedad».

—¡Niam!

—¡¿Y ahora qué?! ¡Ya me levanté y me funcionan el 60% de las neuronas! ¿Con qué me vas a amenazar? —me exaspero.

Y el psicópata de mi padre me sonríe.

—Buenos días, hijo.

Tiene que ser una broma. «Paciencia, paciencia, paciencia».

Iván no es normal, tiene sus cables cruzados, pero sigue siendo mi persona favorita en este planeta, así que le sonrío de regreso también por más que quiera tirarme de la ventana ya que no puedo tirarlo a él.

—Buenos días, papá.

Rápidamente me lavo la cara con agua y jabón, mamá me obliga a medio peinarme el cabello para aplacar un poco la maraña de mechones rubios alborotados que cargo, aunque, si fuese por mí, ni los miro en todo el día o incluso la semana; me cepillo los dientes y me doy dos palmadas en las mejillas para espabilarme y ahorrarme otra amenaza de papá.

En mi habitación rebusco una camisa limpia en el armario, me tardo porque no he lavado la ropa y apenas tengo una prenda decente para usar. Si mamá me viera revolviendo los cajones de seguro me regañaría por semejante irresponsabilidad.

No consigo nada limpio, así que me pongo el pantalón negro que usé ayer y una camiseta blanca medio arrugada que estaba en una esquina del cochón. No sé si estará limpia o no, pero sucia, sucia, sucia no está, y no tiene manchas de comida, así que no me quejo, de igual forma acabo poniéndome una sudadera también por el frío que hace.

Me calzo los zapatos a velocidad antes de que a papá se le ocurra ponerme a marchar bajo la lluvia por tardarme y me cuelgo la mochila en el hombro derecho. Ya me he despertado casi por completo, por ello no me olvido de lo que compré ayer por la tarde y lo meto cuidadosamente dentro del bolso.

Mi mañana mejora cuando recuerdo que veré a cierta persona en deportes y el curso extracurricular; y gracias a la señora Laurens —la encargada de los horarios estudiantiles—, estará conmigo también en las demás clases. «No podía dejarla sola en esa aula llena de víboras».

Debo admitir que he echado de menos su risa sarcástica y que se burle de mí cada cinco minutos.

Aun pasándome las manos por la cara para quitar cualquier resto de adormilamiento en mi sistema, bajo los escalones que dan a la sala y el comedor. Camino hasta la mesa tecleando un mensaje para Embry y choco con el cuerpo pequeño de mi hermanita, la cual va corriendo con un tarro de jalea de fresas en la mano.

—¡Oye! ¡Ten más cuidado, gigantón! —me saca la lengua. Sigue en pijamas porque hoy no irá a clases para que mamá la lleve a su chequeo médico mensual—. Casi arruinas mi robo silencioso. —eso lo dice en un susurro y agita el frasco de jalea.

Ya sabía yo que estaba hurtando el engrudo de fresas que tanto le gusta.

—Lo siento, Luci —le doy un beso en la frente—, ahora corre antes de que mamá te descubra.

Se va corriendo a su habitación después de darme una sonrisa de complicidad.

Tendrá 7 años, pero somos cómplices de crimen.

Sigo mi camino hasta la mesa del comedor, tengo hambre y necesito alimentarme para parecer un humano medianamente consciente.

—¿Cree que tarde mucho?

Arrugo las cejas. ¿Quién acaba de preguntar eso?

—¿Niam? Quizás, es flojo de nacimiento. —responde mamá riéndose y ni le doy atención a ello.

¿Estoy sordo o escuché a...?

Quizás es alguien más; sacudo la cabeza y sigo caminando. «Ahora la estoy alucinando, genial».

—Es que no me gustaría llegar retardada al instituto, y caminando tardaré unos cuarenta minutos. —esa voz aterciopelada me hace parar en seco otra vez. «Si, definitivamente es ella».

—No te preocupes por eso, cariño, te llevamos en el auto, come tranquila. —la tranquiliza Nancy con dulzura.

No escucho más porque me adentro en el comedor con el corazón latiéndome como el de un colibrí.

Me quedo anonadado cuando veo a Kela Class sentada en una de las sillas que rodean la mesa, comiendo una tostada con jugo de naranja de lo más tranquila, como si no me tuviese con los ojos de par en par. Un cintillo morado adorna su cobrizo cabello, el flequillo un tanto despeinado la hace lucir despreocupada y preciosa, y cuando me mira y sonríe siento que se me atoran las palabras en la garganta.

¿Me está sonriendo?

Sí, estúpido, eso hace.

¿Y por qué su presencia me pone tan nervioso?

Sinceramente parezco tarado.

Sí, si pareces, y uno muy grande.

Culparé de ello al hecho de que no tenía ni la más remota idea de que Kela estaba en mi casa charlando con mi madre y comiendo pan plácidamente como si fuese algo que hace todos los días.

Claro, saca las excusas baratas para no pensar que babeas como idiota.

Conciencia, aquí es cuando te callas.

—¡Hijo! Veo que los métodos militares de tu padre han funcionado. ¿Ves que no es difícil estar lavadito y arregladito desde temprano? —me saluda mamá con un beso en la mejilla.

—¿Métodos militares? —Kela arruga las cejas y respinga la nariz.

—Así es, cariño, a este jovencito toca levantarlo al estilo militar porque sigue llegando tarde a clases, y por supuesto su padre conoce los métodos que pueden funcionar —me mira con las cejas arqueadas—. ¿Tus oídos están bien? ¿O tu papá te provocó una sordera?

No soy capaz de responder con coherencia, así que tomo asiento frente a Kela sin dejar de mirarla; ella parece estar disfrutando de mi estado de pasmo, porque en sus brillantes ojos veo ese atisbo burlón que siempre aparece cuando quiere reírse de mí.

—Buenos días, Preguntón. —me dice como si nada y sigue comiendo su tostada, llenándose las comisuras de la boca con mermelada.

Me aclaro la garganta.

—Buenos días, Minion. —logro hablar y sonreírle.

Respiro hondo y me abofeteo mentalmente para volver a la normalidad.

Ya, ella está aquí, céntrate en eso y deja de comportarte como retardado mental, Niam.

Mi conciencia es excelente dándome regaños cuando se lo propone.

—Niam, no sabía que habías hecho una amiga nueva, ya no me cuentas nada. —comenta Nancy mientras me sirve la comida.

La miro con el ceño ligeramente fruncido.

¿Amiga?

No sabía que ya podía llamarla de esa manera, pero cuando Kela no protesta ni contradice el término me es inevitable no sentirme bien. «Aun así, no creo que ese sea el término con el que quiero dirigirme a ella todo el tiempo».

Momento.

¿Qué rayos acabo de pensar?

Que no quieres que sea solo tu amiga.

Sí, sí, ya sé. Olvídalo.

Eso no se me va a olvidar, Niamcito.

Que fastidio.

—Nos conocimos recientemente, mamá —me excuso y vuelvo la atención a Kela—. ¿Y qué haces por aquí tan temprano, bonita?

Mamá me sonría y me guiña un ojo al escuchar el apodo, y de inmediato se me ponen rojas las orejas, pero trato de disimular rascándome el cachete con la palma completa y en silencio agradezco que nos haya dejado solos. «Mi familia puede ser fastidiosa cuando quiere».

—No quería ir al instituto sola —explica Kela con un encogimiento de hombros—, así que indagué y encontré tu ubicación de domicilio.

—¿Dónde encontraste la dirección?

—En tu perfil de Instagram. ¿Sabes? No es muy inteligente de tu parte colocar la dirección de tu casa en una red social mundial a la que tienen acceso millones de psicópatas —se sirve más jugo—, no es que quiera ser entrometida, pero sería feo morir en manos de un asesino serial.

—Morir en general es feo. —se ríe conmigo.

—Sí, pero morir en manos de alguien que a todas las víctimas las trata de la misma forma, es peor. ¿O no?

Bueno, tiene razón.

Sin embargo...

—¿Por qué siempre terminamos hablando de cosas perturbadoras?

—¿De qué quieres que hable? ¿Del clima? —resopla—. No gracias, me gusta la originalidad. Además, es tu culpa por tener tus datos personales en una red mundial.

—No te contradigo, pero en mi defensa —le doy un mordisco a mi tostada—, hace mucho que no reviso mi Instagram, de haberlo hecho me habría dado cuenta de ese detalle.

—Pues te sugiero que la revises y hagas limpieza de lo que tienes allí publicado, porque un día se puede aparecer un loco en tu puerta con un cuchillo en la mano.

—¿Así como tú? —me cruzo de brazos y arqueo las cejas.

Ella encoge la nariz y me mira con rareza.

—Niam ¿me ves con algún cuchillo en la mano?

—Eh, no.

—Entonces deja de decir estupideces, yo sería la última persona que te mataría.

Rueda los ojos y me sonríe.

Esa sonrisa...

—Me gustas cuando sonríes. —le confieso.

Y esta vez no me retracto ni intento corregirme.

Y eso parece hacerla sentir bien.

—Me gustas cuando eres transparente conmigo. —sigue comiendo tranquilamente.

No sé a qué vienen estas confesiones, pero por una vez haré lo que Kela me ha aconsejado anteriormente y no le buscaré coherencia a nuestras acciones. ¿Qué es lo peor que podría pasar si los seres humanos en lugar de darle vuelta a lo que sentimos lo expresáramos sin miedo? ¿Qué nos rechacen? ¿Qué nos digan locos? ¿Qué no nos correspondan? ¿Qué quedemos en ridículo?

Puff, de todas nos podemos recuperar y seguir con nuestra vida, pero lo que es difícil de superar es aquello que nos callamos por cobardía.

Terminamos de desayunar cómodamente, conversando poco entre nosotros porque Nancy vuelve a la mesa con papá que le sonríe a la invitada cálidamente antes de ponerse a parlotear más que Lucía cuando quiere caramelos de miel. Mamá y Kela comparten cortas miradas de soslayo que me desconciertan, pero como recién se conocen asumo que debe ser por ello.

Lucía llega con las manos embadurnadas de jalea de fresas y le hago señas y muecas para que se limpie antes de que alguno de nuestros padres la vea. Capta rápido el mensaje y corre a la cocina a lavarse las manos.

Vuelve en cuestión de segundos, se le queda mirando a Kela por un rato y juguetea con sus piecitos, al final deja de titubear y se acerca a ella como si se preparara para algo muy importante, tocándole el hombro con el dedo índice para captar su atención.

—¿Sí? —Kela voltea a mirarla, agachando un poco la cabeza para verla a los ojos.

Creo que ella parece más nerviosa que la niña, sé que no se siente cómoda interactuando con los demás, ni siquiera habla con gente del instituto, y por ello me sorprendí cuando la oí charlando con mamá.

—Tus ojos son muy bonitos, me gustan —le dice mi hermana—. Disney debería tener una princesa con tus ojos, sería mi favorita porque no hay una que se le parezca, pero no le digas eso a Mérida, seguro se enfadaría conmigo por querer remplazarla.

Cuando termina se estruja las manos, volviendo a estar nerviosa; todos la miramos con atención, pero la aludida en cuestión la mira como si le acabasen de decir algo de otro mundo.

—¿Dije algo malo? —masculla mi hermana mirando al suelo.

—¡No! Para nada, no... no dijiste nada malo. —se apresura a responder Kela.

Lucía la mira de nuevo con la ilusión y el nerviosismo en los ojos, esperando algo más; quisiera intervenir, pero es mejor dejar la situación en manos de la chica bonita, sé que puede con esto.

—Eh, yo... —está sorprendida, me atrevería a decir que en estado de shock—. ¿Una princesa? Guao, nunca me habían dicho algo así, esto es...

Se aclara la garganta y le da una sonrisa tímida a la niña.

—Gracias, mini Niam, y puedes estar tranquila, tu secreto está a salvo conmigo.

Lucía sonríe satisfecha y ojea a Iván, quien la mira receloso como si ya conociera esa miradita traviesa de su pequeña hija. «Quién sabe con qué saldrá ahora».

—¿Algo más que quieras decirme? —la anima Kela con un tono dulce que jamás le había escuchado.

—Sí, yo... —Luci duda, pero se para firme y evita mirar a papá—, cuando cumpla 8 años quiero tener el cabello como tú.

Y sale corriendo del comedor.

—¡De ninguna manera, Lucía del Carmen! —advierte Iván en voz alta.

—¿Tiene algún problema con mi cabello, señor Wanner? —cuestiona Kela enseriando su expresión.

Papá se queda muy quieto, casi pálido, y nervioso.

Mamá se ríe entre dientes y hago lo mismo.

—Oh, no, linda, para nada, tu cabello es agradable...

—¿Agradable?

—Sí, me cae bien —mamá se vuelve a reír y yo intento contener la risa también—. Quiero decir que está bien, es bonito, solo que imaginar a mi hija tiñéndose el cabello como tú lo hiciste es algo apresurado, tiene solo siete añitos, quizás pueda hacerlo cuando sea mayor, muy mayor...

Kela se ríe repentinamente, de hecho, creo notar una carcajada en algún punto de la risa, y es algo a lo que estoy acostumbrado ya, a sus inesperados cambios de expresión; logra hacer reír también a Nancy e Iván se relaja cuando nota que en realidad no está enojada como él pensaba.

—Entiendo, señor Wanner, no se preocupe —lo calma ella—, pero permítame aclararle un pequeño detalle...

—¿Qué será, hija?

—Mi cabello no es teñido, es así desde que nací.

Ese dato curioso no lo sabía yo.

—¿Te ha dado muchos problemas mi hijo, querida? —le pregunta papá después de un rato y lo miro mal.

—¿Problemas? ¿Él a mí? Más bien creo que es al revés. —bromea haciéndome sacudir la cabeza. «Ella no me da ningún tipo de problema».

—Si en algún momento te molesta o se pasa de la raya, avísame y lo encierro en el sótano.

Lo miro igual o peor que antes.

—Papá, por favor deja de...

—De hecho, es bueno saberlo, señor Iván, lo tendré en cuenta para cuando empiece con la preguntadera que...

—¿Preguntadera? —me ofende—. Hasta donde yo sé, eso no había sido un problema.

—No te preocupes que ya sé de dónde lo heredaste.

Ella mira de reojo a papá y sin poder evitarlo nos reímos cuando se remueve incómodo y nervioso en la silla.

—¿Qué harás dentro de un par de semanas, cielo? —le pregunta mamá ofreciéndole una galleta.

Papá la mira, desconcertado.

—Mujer, ni siquiera yo sé qué haré en dos semanas.

—Porque no te organizas, mi amor, ahora déjame conversar con la invitada que ya tu tuviste tu turno —contengo la risa por la cara que pone Kela cuando vuelve a ser el centro de atención de mi madre—. ¿Estarás ocupada?

—Eh... no suelo hacer mucho, solo ir a clases, así que estaré libre...

—¡Genial! ¿Te gustaría ir de paseo con nosotros?

Mi padre y yo la miramos al mismo tiempo, frunciendo el ceño. ¿Cuál paseo?

Ella lo nota y da la impresión de que nos quiere lanzar un jarrón en la cabeza.

—¿No lo recuerdan? ¡Íbamos a conocer la nieve en Alaska!

Ah, claro, se me había olvidado.

Y por la cara de papá, a él también.

—Definitivamente no puedo contar con ustedes dos, son unos despistados y olvidadizos que... —respira hondo y vuelve a sonreírle a la chica—. ¿Entonces? ¿Quisieras acompañarnos?

Kela abre y cierra la boca sin saber qué decir, vuelve a estar en shock y me planteo sacarla de aquí también en cualquier momento, la están poniendo de los nervios en menos de una hora; sin embargo, no negaré que me entusiasma la idea de viajar con ella.

La vuelvo a ver, y sigue de la misma manera, mirando a mamá como si le acaba de decir que quiere regalarle siete millones de dólares; sacude un poco la cabeza y se aclara la garganta antes de hablar.

—¿Ustedes... quieren que yo vaya?

—Claro, cariño ¿por qué no?

—¿De verdad quieren que vaya? No quiero molestar, yo...

—¿Por qué molestarías? Si hasta me caes mejor que mi hijo. —interviene Iván sonriéndole.

—Papá, eso último era irrelevante. —le reprocho.

—Intento decirle que no es problema que venga con nosotros porque nos agrada, no te metas.

Kela se atraganta con el agua que se estaba bebiendo y me preocupo, pero se recupera rápido; ahora nos mira con más confusión que antes, pero busca con la mirada algún punto de confianza y se centra en mí, inclinándose un poco.

—¿Él acaba de decir que les agrado? ¿Yo? —frunce las cejas.

Que ella no pueda creer que nos agrada, que queremos que nos acompañe a un viaje y que nos gusta su compañía es una evidencia más de que toda la gente, incluyendo su madre y hermana, se han encargado de hacerla creer que no merece nada bueno por ser cómo es.

Asiento a su pregunta, sonriéndole.

Ella respira hondo, recuperándose del pasmo y le da una tímida sonrisa a mi madre.

—Tendría que hablar con papá, pero... si me gustaría ir, gracias por invitarme.

—¡Que bien! Lo pasaremos genial, podemos hacer un muñeco o patinar sobre hielo, y quizás...

Y se pasa los siguientes quince minutos hablando de ello, y logro captar el brillo de emoción en los ojos de Kela al comentar que no conoce la nieve.

Ayudamos a mamá a recoger la mesa y lavar los trastes, luego nos subimos al volvo en absoluto silencio, escuchando una canción instrumental que hace que me adormile en el asiento de nuevo.

Voy en el puesto trasero con Kela, no quise ir en el del copiloto para no dejarla sola acá atrás.

Recuesto mi cabeza de la ventanilla para observar el paisaje un rato, es algo que me relaja e inspira para pintar; y también le estoy dando espacio a Kela, este no suele ser su ambiente, hoy tuvo un desayuno bastante... movido, y aunque fue ella quien vino a mi casa no quiero que se sienta presionada a hablar todo el camino o escuchar mis desenfrenadas palabras incesantes.

Siento un suave jalón a la manga de mi camiseta y giro la cabeza hacia ella, pero no dice nada, simplemente saca un envase blanco de cartón de su mochila y me lo pasa mordiéndose un carrillo de la mejilla; me da una corta mirada que no logro interpretar y tras tomar el envase ella se vuelve hacia la ventana que está a su izquierda.

—¿Qué es esto? —me atrevo a preguntar observando lo que me dio.

No tiene etiquetas en ningún lado, así que no hay indicio de su contenido, pero está muy helado, parece haber sido sacado de un congelador.

—Ábrelo y averígualo, Preguntón.

—Vale, vale.

Me emociona que ella me haya traído algo, así que como si fuera un niño en navidad alegremente retiro la tapa del envase, quedando boquiabierto con el contenido.

—Helado de pistacho. —entreabro los labios.

Ella no me mira, y sus hombros suben y bajan cuando inhala hondo.

—Dijiste que era tu favorito, así que busqué una receta en google y lo preparé, me parecía muy corriente y aburrido comprarlo en la tienda.

—Pero... —no tengo palabras—, tú odias este sabor de helado.

—Correcto. Cómetelo y no preguntes más.

Lo guardo en la mochila para comerlo más tarde, quizás para cuando estemos en privado y pueda convencerla de intentar probarlo. Mamá le sube el volumen a la música y nuestras miradas se conectan por el espejo retrovisor, me vuelve a guiñar el ojo y comprendo que nos está dando un espacio más íntimo para que podamos hablar tranquilos.

Extiendo el brazo hasta tocar la mano de Kela y ella voltea de inmediato, alternando la vista entre mi palma sobre la suya y mi cara, con la otra mano le aparto un mechón rebelde de la frente que no me dejaba admirar el iris añil de uno de sus grandes ojos.

—¿Por qué viniste aquí realmente? —pregunto con lentitud y mucha suavidad.

Exhala.

—Haces demasiadas preguntas, Niam.

Asiento, comprendiendo que no quiere hablar del tema ahora.

—Está bien, entiendo, bonita.

Sin embargo, sacude la cabeza, suspirando.

—Denna me dejó varada saliendo de casa ¿vale? —se mira los pies y yo afirmo mi agarre en su mano—, y... en realidad no tengo Instagram, ni ninguna otra red social porque sabe Dios que dé social no tengo ni 1 gramo.

Ríe suavemente y automáticamente sonrío sin despegar los labios.

—Le pedí a Elías que me pasara tu dirección porque no quería llegar sola al IPNO de nuevo, ni empapada de agua, menos tener que escuchar los murmullos de la gente otra vez, y tu... tú aquietas las voces, bueno, no sé si sabes de qué voces hablo, es difícil de explicar.

Se inquieta y deja de hablar un momento para tomar aire, me preocupa, pero no la interrumpo.

—Oh, Dios, Virginia estaría tan decepcionada de mí —se remueve nerviosa y repite los gestos que suele hacer cuando parece que habla sola o con alguien que no está—. El punto es que tú, quiero decir, yo...

Me importa un reverendo pepino respetar su espacio personal en este momento.

Tiro de su brazo hasta pegarla a mí y la envuelvo en un abrazo que la hace sorber por la nariz y tragar grueso para no sollozar. Entiendo sus razones, no hace falta que me las diga completamente, ya con lo que explicó me es suficiente para comprender por qué vino a buscarme.

—Perdóname por haber venido sin avisar, no quiero causarte molestias a ti...

—Silencio.

Me golpea el pecho con una mano y se separa un poco de mí para mirarme con las cejas unidas.

—No me mandes a callar cuando me estoy sincerando, pedazo de imprudente. —se enoja.

—Y tú no digas babosadas, pedazo de... olvídalo —no es justo que ella pueda insultarme y a mí no me salga devolverle con la misma moneda.

—¿Babosadas?

—Sí, porque no me molestas ni incomodas en lo absoluto, eres la mejor persona que he conocido en este lugar.

—¿Qué? Niam, soy una vil mortal que está llena de defectos, errores, líos internos, impertinente, y...

Respiro hondo intentando mantener la cordura, no me gusta que se diga esas cosas, porque no son ciertas.

—Sé que en algún momento notarás lo valiosa y asombrosa que eres, bonita, y no habrá quien te detenga.

Traga grueso y por un instante creo que llorará, lo que me pone alerta, sin embargo, después de sacudir la cabeza y limpiarse los ojos me lanza un manotazo en el brazo, mirándome mal.

¿Qué diablos?

—No se me olvida que me mandaste a callar hace un momento, idiota, eres un abusador.

Intento decir algo, pero la loca vuelve a recostarse de mi hombro y me abraza de lado.

Definitivamente no entiendo un carajo.

Respiro hondo porque sinceramente a veces no logro entenderla, ni sus cambios de humor, ni cuando se pierde en sus pensamientos, y mucho menos cuando me insulta o se burla de mí y después me abraza y busca cercanía y cariño.

Aun así, te gusta, Niam...

¿Para qué negarlo?

Resignado a que ella es así le regreso el gesto y le acaricio el sedoso cabello con los dedos hasta que parece que se quedará dormida; y cuando estamos por llegar al instituto me inclino para susurrar algo en su oído después de darle un beso en la coronilla.

—Bonita, búscame siempre que sientas las voces hacen mucho ruido.

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Ayer me dijeron algo que me quedó rondando en la cabeza, y quiero preguntarles a ustedes que leen mis historias. ¿Creen que soy muy empalagosa cuando escribo diálogos entre mis personajes?

Porque eso me dijeron ayer un par de personas, y lo dijeron en buen sentido.

Realmente escribo principalmente por mí y para mí, pero su opinión siempre es bien recibida, siempre y cuando sea una crítica constructiva.

Me agrada que mis personajes masculinos tiendan a ser cariñosos, incluso también las chicas, y creo que no tiene nada de malo ¿O sí?

Bueno, bueno, en fin, tema cerrado. Ahora sí. ¿qué les pareció este capítulo?

Qué me dicen de la forma de actuar de Kela...?

Y de Niam?

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