Génesis [La voluntad de Caos]...

By CazKorlov

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"¿Serás capaz de ver al monstruo de tus sueños antes de que perturbe tu realidad para siempre?" ✨HISTORIA GAN... More

|Bienvenidos al Abismo|
|Advertencia de contenido y playlist|
|Introducción|
|Preludio: Un trato con la muerte|
|Primera parte|
|Capítulo 1: No mires a tu sombra |
|Capítulo 2: Escapa de su guadaña |
|Capítulo 3: Un cadáver más|
|Capítulo 4: La cara de un mentiroso|
|Capítulo 5: No respires su aroma |
|Capítulo 6: El día en el que mueras |
|Capítulo 7: La paciencia de un hermano mayor|
|Capítulo 8: El tiempo se acaba|
|Capítulo 9: El llanto de Caos|
|Capítulo 10: Nadie puede dejar la casa|
|Capítulo especial: El primer regalo|
|Capítulo 11: Los ojos de la bestia|
|Capítulo 12: Los milagros no mienten|
|Capítulo 13: Recuerdos del vacío|
|Capítulo 14: La ciudad de los monstruos|
|Capítulo 15: El camino al Sin Rostro|
|Segunda parte|
|Capítulo 16: La reliquia viviente|
|Capítulo 17: Él te está observando|
|Capítulo 18: La mujer con ojos de conejo |
|Capítulo 19: El controlador de las masas|
|Capítulo 20: Cuentos para niños|
|Capítulo 21: Tras las puertas de Void|
|Capítulo 22: La jaula de una estrella|
|Capítulo 23: El ideal de la muerte|
|Capítulo 24: Designio divino del creador|
|Capítulo 25: Amalgama de desgracias|
|Capítulo 26: Como un rompecabezas|
|Capítulo 27: Un favor, una deuda pendiente|
|Capítulo 28 I: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 28 II: El castigo de la inmortalidad |
|Capítulo 29: Criatura del infierno|
|Tercera parte|
|Capítulo 30: El ángel de las estrellas|
|Capítulo 31: El toque de la muerte|
|Capítulo 32: Donde reinan las pesadillas|
|Capítulo 33: Requiescant in pace|
|Capítulo 34: Parásito infernal|
|Capítulo 35: Capricho divino |
|Capítulo 36: El filo de la esperanza|
|Capítulo 37: Verdugo de la humanidad|
|Capítulo 38: Cambiaformas original|
|Capítulo 39: Ella puede verlo todo|
|Capítulo 40: La voluntad perdida|
|Capítulo 41: Extirpar a la sombra|
|Capítulo 42: El sueño del impostor|
|Capítulo 43: Los muertos no tienen perdón|
|Capítulo 44: El milagro del creador|
|Capítulo 45: La amenaza de los Sin Rostro|
|Capítulo 46: El reflejo de la humanidad|
|Capítulo 47: Los fragmentos de su memoria|
|Capítulo 48: En los brazos de la muerte|
|Capítulo 49: De vuelta al infierno|
|Agradecimientos|
|Capítulo especial: La última cena|

|Epílogo: Estrella errante|

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By CazKorlov


Nosotros somos
estrellas del vacío
formados en el estómago
de los sueños.

Somos el Tiempo
que las estrellas
le cuentan
al recordar.

Somos la memoria,
la historia del sol,
el desagüe de la luna
y las ocurrencias del universo.

(Recomiendo poner la canción en multimedia para disfrutar más de la lectura)

—Bienvenida de vuelta.

Mikaela murmuró bajo y abrió los ojos con sobresalto, a medida que los retazos del sueño se deshacían como el humo que inundaba su memoria. Trató de resistirse a despertar del todo, pero se enderezó con lentitud entre las sábanas, sintiéndose excesivamente ligero y con el rastro débil de una lágrima solitaria en su mejilla. El roce imperceptible de la tela contra su piel fría también le recordó dónde se encontraba. 

Observó el espacio vacío a su lado, descansaba la huella de su última compañera de cuarto, se levantó a medida que su cuerpo comenzaba a recobrar esa pesadez característica que lo despojaba por completo del plano de los sueños.

Tomó su celular de la mesita a su lado y observó la hora, también abrió el calendario de forma mecánica y recorrió las anotaciones de cada día. Lo hacía cada mañana sin falta, con paciencia enfermiza, para recordar su rutina de hace un año, y mantener de alguna manera su cordura intacta en ese maldito lugar.

Terminó de vestirse evitando por completo el espejo, y con la sensación reconfortante de la guadaña contra su espalda, salió a la puerta de la habitación donde Zora lo esperaba. Ahora completamente vestida, le dedicó una pequeña sonrisa a él antes de hablar, al mismo tiempo que comenzaba a caminar por los intrincados pasillos del hotel.

—Buenos días ¿dormiste bien? —Lo guió escaleras abajo, hacia el salón principal, donde estaba la enorme mesa con una gran variedad de comida y desayunos diferentes. Mikaela aceptó su invitación y recompuso su sonrisa de labios cerrados para responderle al mismo tiempo que pasaba a su lado, arrastrando el dorso de los dedos a través de su brazo.

—Lo mismo podría preguntarte a vos.

La mujer de cabello blanco ensanchó su sonrisa y lo empujó por el hombro para sentarlo a su lado.

—Yo no duermo —susurró cerca de sus labios, la pieza de oro en su nariz trazaba un pequeño camino hacia los piercings en su oreja, el cazador se distrajo observando el brillo vacío de sus ojos negros y un recuerdo intrusivo se coló en su mente, pero trató de disimular su perturbación. Torció la cabeza para acomodar su cabello y alzó las cejas.

—Yo tampoco.

Jocken entró a desayunar, dándole una patada a la puerta, se acercó a la mesa con prepotencia y su gesto de desagrado adquirió magnitudes monumentales al encontrar a Mikaela sentado, haciendo uso de esa asquerosa galantería envolvente tan cerca de su hermana.

—¿Desde cuándo atendemos cadáveres en este hotel, se puede saber? —gruñó sentándose con un golpe en el extremo más alejado, tiró la silla hacia atrás y apoyó sus pesadas botas con puntas de acero sobre la mesa—. ¿Ahora somos rehabilitación para tarados suicidas o qué?

—Jocken. —Una simple advertencia resonó en la estancia, que hizo al muchacho encogerse. Harlem avanzó con el ceño fruncido desde su puesto junto a la ventana—. Bajá los pies de la mesa.

El hombre tenía el cabello completamente blanco y usaba anteojos oscuros porque se había vuelto demasiado sensible a la luz, su piel parecía haberse convertido en papel, y estaba manchada por pequeñas raíces saliendo desde el cuello de su suéter, pero él sabía que en realidad eran palabras. Se acercó a buscar una taza de té apoyado en su intrincado bastón de acero, mientras Mikaela sentía el peso de su mirada blanquecina. De alguna forma, el hotel replicaba esa condición, desde ese día ese lugar era más parecido a una tumba de mármol que a la antigua construcción que había visto en su llegada.

Mirarlo era doloroso, le recordaba de forma directa a aquello que él se esforzaba por ignorar. El cazador podría haberle respondido a Jocken, sabía que siempre estaba preparado para pelear, y él rara vez rechazaba su oferta de partirle la cara desde que comenzaron a convivir, pero esta vez se trataba de una ocasión especial. Un año había pasado desde ese día, y a pesar de que a los Sin Rostro no les afectaba el tiempo, el ambiente se sentía demasiado tenso, y no pudo seguir soportando la presión. Dejó la taza sobre la mesa, caminó hacia la puerta ignorando el trío de miradas en su espalda.

—¿A dónde vas? —La pregunta de Harlem le hizo detenerse en el umbral, parecía inocente, pero había una exigencia debajo, una que no se molestó en no mencionar—. ¿Te recuerdo la razón por la que te mantenemos en este lugar? Rompiste las reglas y la Corte le puso precio a tu cabeza, como pongas un pie fuera de este hueco legal, no vamos a poder protegerte.

Mikaela tragó con la sensación de tener un cuchillo oxidado en la garganta y se volteó con una mueca mordaz, abrió la boca y un cúmulo de pensamientos se apelmazaron en su cabeza. Estaba dispuesto a decirle que bien podía meterse en sus propios asuntos de dioses, él tenía una rutina que seguir y no pensaba interrumpirla solo por su fuerte tendencia agorafóbica. Pero para su suerte, o desgracia, Jocken lo hizo, cortando un trozo de carne con tanta fuerza que quebró el plato y por poco la mesa.

—¡Pero dejá que se vaya! Con suerte algún As de la Corte lo rompa más de lo que ya está, y nos haga el trabajo más fácil.

—Vas a volver para la reunión de esta tarde —ordenó Zora, nunca hacía preguntas, luego soltó un suspiro en la cabecera de la mesa, y el ruido de la porcelana fina acompañó a la sonrisa de suficiencia que Mikaela le dedicó a un frustrado Jocken que escuchaba a su hermana—. Harlem, enséñale el camino de salida, por favor.

✴ ✴ ✴

El cementerio se veía igual que la última vez, el cazador viajó en taxi y saludó a Nez al bajar. La quimera gozaba de una simpatía particular, le parecía tierna la manera en que sus ojos brillaban de emoción cuando veía, aunque sea un cabello blanquecino de su creador, y por lo general era de los únicos que lo soportaban si se ponía a hablar sin parar. Sin embargo, ese día, en ese momento particular le recordó a alguien más.

Atardecía cuando se internó entre las catacumbas y los viejos mausoleos, directo hacia el fondo del cementerio. Pasó de largo, sin mirar a los ángeles de piedra repletos de musgo que custodiaban las tumbas con ojos fríos y vacíos, estaba acostumbrado a ir cada día, esa era su rutina. Y se aferraba a ella con demasiada fijación.

Alexandra lo esperaba en la puerta del ascensor cuando esta se abrió, lo saludó con un pequeño asentimiento silencioso, era costumbre en ella, jamás se había adecuado a usar las palabras sin que sus interacciones parecieran forzadas y Mikaela empezaba a sentirse un poco reconfortado en el vacío que dejaba su silencio. En especial después de que sus antiguos empleados dejaron de hablarle, y se empezó a ocupar de su hermano. Rafael solía visitarla, pero jamás coincidían.

El cazador se acomodó la ropa con nerviosismo en el pequeño reflejo de la vitrina más cercana y la siguió hacia el fondo de la biblioteca, envuelto en el susurro de sus pasos contra el suelo, y en el sonido artificial de su corazón.

Luís estaba parado en un espacio que le había arreglado con especial cuidado, una multitud de libros se desperdigaba sobre la mesa, y otra cantidad de mapas y frascos con oscuros contenidos dudosos se acomodaban en largos estantes en la pared frontal a él. Había un grueso volumen entre sus manos, tenía el cabello rubio atado en una coleta con pequeños mechones rebeldes que enmarcaban su rostro, las gafas de pasta sobre el puente de la nariz, y la punta de la lengua entre los labios en una expresión de pura concentración. Alzó la cabeza al escuchar el ruido, dejó de anotar en su diario y una sonrisa empezó a extenderse hacia la mujer.

—Alex, te estaba esperando para comer, pero tardaste un montón ¿Vamos a subir o....? —Se esfumó cuando Mikaela dio un paso al frente—. Otra vez.

—Él insistió en venir a verte. —Alexandra adoptó su papel más conciliador con voz áspera, y el hombre de cabello oscuro y ojos dorados luchó por controlar el ligero temblor de sus manos, mientras sacaba un libro del interior de su abrigo.

—Te traje esto, sé que estuviste investigando sobre las Sombras y creo que puede servirte —comenzó—. Es un regalo.

El gesto del muchacho rubio no cedió, se crispó aún más. No podía creer en las palabras falsas saliendo de la boca de un Recolector por más que no pareciera dispuesto a cazarlo. Las cicatrices de sus brazos bajo la camisa remangada se tensaron, quemando junto a las que tenía por todo el cuerpo, así como el hielo se cristalizó en el tono verde amarillento de sus furiosas pupilas.

—Parece que no lo entendés —gruñó, cerrando el volumen de un golpe. Observó el libro que Mikaela dejó sobre la mesa como si se hubiera transformado en el arma divina de él, con lo mucho que las detestaba desde que había desarrollado a su compañera—. En realidad, no querés entenderlo. —En un movimiento, Luís esquivó a su hermana y se acercó con porte intimidante, a medida que su piel se aclaraba como la de un cadáver, las ojeras se le acentuaban, igual que los dientes sobresaliendo de las comisuras de sus labios, las venas oscuras se marcaban en sus sienes y el claro de sus ojos se poblaba de negro—. Yo no te conozco, no sé quién sos, ni sé qué es lo que hacés con mi hermana, pero si no me vas a cazar, lo mejor es que desaparezcas de mi vista, Recolector.

—Luís... —La voz de Mikaela se apagó.

La quimera agarró el ejemplar que había dejado sobre la mesa y lo estrelló contra su pecho para demostrar su punto.

—Porque tu cara, y esa insistencia horrible que tenés en venir todos los días a traerme libros como si te lo pidiera, me enferma, hombre. ¿O cadáver? Lo que sea —terminó en voz alta haciendo caso a la voz en su cabeza, con una pequeña risa contenida—. La verdad no me importa. Andate de una vez.

—Lu, tu cara —advirtió Alexandra interponiéndose entre ambos, el rubio bufó alejándose, y se masajeó la nuca con incomodidad—. Cuidado, la estabas controlando bien la última vez, pero no podés salir así.

—Ya sé —gruñó, tomó su abrigo de la silla más cercana y se quitó los lentes para enseñarle a su hermana que ya no quedaban rastros de su transformación—. ¿Así? Bien, voy a ir a tomar aire. Ustedes hagan lo que sea que tengan que hacer. —Cuando ella asintió en silencio, pasó al lado de él chocando violentamente contra su hombro.

En sus años como Recolector Mikaela había aprendido muchas cosas importantes, entre ellas, que las sombras eran como flores, o como maleza, dependiendo de la mirada del cazador. Por más que arrancara a la sombra que se aferraba a un alma, la raíz siempre permanecía aferrada a los huesos de la humanidad cual enfermedad silenciosa, que a veces no tardaba tanto en volver a crecer de nuevo para consumir aquellos recuerdos que ya había marcado con anterioridad, los que el anfitrión consideraba más valiosos.

Después de que Luís despertó, la alegría de verlo levantarse de la cama y comer por su cuenta le duró un efímero instante. Nunca terminó de acostumbrarse a la comida humana como antes y sus episodios violentos, junto a los ataques repentinos de paranoia asfixiante lo atormentaron por noches interminables. Algunas semanas después lo notó, como su mente trataba de acomodarse de nuevo a la realidad con esa pequeña cosa naciendo en su interior, el mecanismo de defensa que compensaba toda la oscuridad que tuvo que sufrir para recuperarse del trauma que le causó su padre.

Comenzó a perderlo, al principio pensaron que era un desgaste generalizado el que le deshacía la memoria, pero luego se dio cuenta de que solo lo había olvidado a él. Su sombra no era maligna, lo protegió, recortando esa pequeña porción de sus recuerdos que finalmente le permitió recuperarse.

Era muy curioso lo que podía suceder cuando alguien de sangre quimera original como Luís desarrollaba la capacidad de soportar la presencia de su Sombra al punto de convivir con ella. Mikaela pasaba a verlo todos los días con la intención de confirmar que esa criatura no se había vuelto en su contra y le hacía terriblemente feliz que estuviera vivo, pero eso no lo volvía menos doloroso.

—Al menos no dio indicios de querer quemar el libro hoy —señaló Mikaela con falsa alegría, aceptando tomar una de las tazas de café que le ofrecía Alexandra—. Eso es un avance ¿no?

La mujer alzó las cejas pálidas desviando la mirada y el cazador se dejó caer contra la mesa de la cocina, tomó un sorbo de café y apoyó la cara en sus brazos estirados. Un largo suspiro se escapó de sus labios.

—Pasó un año, Mika —dijo ella. El sonido metálico le hizo levantar la cabeza para ver a Alex verter una generosa cantidad de licor en su taza—. No sé qué tan sensato sea que lo sigas intentando.

El hombre sostuvo su mano con el frasco de vidrio hasta que vio el líquido ambarino desaparecer por completo.

—Solamente quiero asegurarme de que esa cosa no interfiera con su vida diaria —intervino él con rapidez—. Yo quiero, quiero... —Acercó la taza, pero frunció el ceño y las palabras murieron en sus labios.

—No va a volver.

Una de las tantas cualidades que Mikaela había descubierto de Alexandra después de pasar cada tarde con ella durante más de trescientos días seguidos, una vez que aceptó que no iba a dejar a Luís y dejó de perturbarse por su presencia, era la capacidad perceptiva que tenía, en especial para detectar las palabras que se ocultaban en los silencios de él. A veces no era tan útil como parecía.

—Ya sé, él está mejor sin esos recuerdos —completó Mikaela—. Pero todavía me preocupa que su padre no haya dado señales de vida, desapareció de la faz de la Tierra, Alex, no está, no existe, pero sé que ese enfermo no está muerto, y tengo un muy mal presentimiento.

—No me refería a eso, Mikaela, pero ya que insistís. —La mujer dejó la taza sobre la mesada con un ruido seco, y se cruzó de brazos, su sola mención le cerraba el estómago de la molestia—. Rafael y León me comentaron que otras personas tomaron su puesto en el Consejo, él está muerto para La Sociedad, y si se le ocurre asomar la nariz lo van a matar. Además, una sombra lo había poseído ¿no? Debió de haber muerto hace mucho.

—Claro, así como Luís —terció el cazador, recibiendo una mirada fulminante de la rubia que bufó atándose el cabello en un moño tirante—-. ¿Y quiénes lo reemplazaron? Hablaste en plural.

Alexandra lo miró como si se le hubiera saltado un tornillo.

—¿No te acordás? —preguntó incrédula.

—¿De qué?

—Ugh, es como si vivieras adentro de un termo —se quejó—. ¿Será la edad?

Más o menos, pensó, pero no podía decirlo. Esa vez fue el turno de Mikaela de bufar.

—Si fueras tan amable de ponerme al corriente sobre la situación no te lo estaría preguntando, querida. —Alzó la barbilla, y no prestó atención a la vocecita que le reclamaba por haber olvidado algo tan importante.

—La Sociedad es muy reservada con respecto a su identidad, no quieren mostrar sus caras, es todo un procedimiento para protegerlas hasta que logren cazar a Marcel, vivo o muerto, lo que sea —descartó la idea con un movimiento y fijó los ojos grises en la cara del Recolector mientras cuadraba los hombros—. Todo lo que sabemos es que son hermanas, y parece que llegaron como caídas del cielo a predicar las palabras del Creador.

No necesitaba más detalles para adivinar de quienes se trataba, sin embargo, la mención de ese cuestionable Dios fue suficiente para retorcerle el estómago frente al recuerdo, a pesar de que, por su bien, últimamente prefería no recordar nada relacionado con eso.

Ese día era diferente, se sentía susceptible, todo dolía un poco más. Miró su taza con tristeza. Definitivamente lamentaba demasiado no poder emborracharse al menos un poco.

Escuchó un ligero ruido a sus espaldas y sintió la amenaza como una pequeña presión en su nuca. Solo bastó una mirada sobre su hombro para encontrarse con los ojos de Luís brillando en la oscuridad del pasillo, mientras un ligero gruñido se escapaba de entre sus labios cerrados.

—Tengo hambre, Alex —murmuró el rubio caminando hacia la luz con el ceño fruncido y un evidente puchero que trataba de disimular, parecer tan intimidante con su espalda ancha y cicatrices en el rostro no lo eximía de actuar como un niño caprichoso—. ¿Nos vamos?

—Voy. —Ella se levantó, dando por terminada su conversación.

Ese era su boleto de salida, el cazador apuró su café ya frío e ignoró el sentimiento de envidia floreciendo en su pecho, porque Alexandra tenía la posibilidad de pasar tanto tiempo viendo sus preciosas reacciones.

Mientras se iba trató de alegrarse porque Luís no hubiera perdido aquellos rasgos de personalidad con los que lo había conocido al principio, los mismos que lo habían conquistado de una manera casi ridícula, y trató de no mostrarse tan triste, porque si él estaba bien, si el mundo seguía girando, si los Sin Rostro tenían controlada la situación y todos habían superado el desastre después de un año, era obvio que Mikaela también lo hacía y no tenía de qué preocuparse ¿no?

—Mikaela —llamó Alex antes de que atravesara el ascensor, él no se volteó, no se creía capaz de soportar la mirada de ambos, otra vez tenía un cuchillo atorado en la garganta—. Nos vemos mañana.

Asintió, alegrándose porque su largo cabello cubriera los lados de su rostro cuando la humedad pobló sus ojos. Una vez afuera, caminó bajo el manto de la noche con la vista fija en sus manos, seguía temblando de la ansiedad, y aquella sensación en su cuello no había desaparecido del todo. Se puso los anteojos y observó la luna brillante en el cielo, solo había una manera de reemplazar esa sensación para las criaturas como él.

Debía salir a cazar.

Reemplazar el sufrimiento mental por el físico parecía más fácil de lo que en realidad era, pero para su buena suerte él siempre sabía tomar el camino correcto, al menos en ese caso, el que lo llevó a la otra punta de la ciudad, cerca del puerto. El casino de Dalia era un edificio hecho de luces que centelleaban frente a las pupilas ajenas, y atraía los vicios humanos con potente intensidad, las personas en quiebra eran más propensas a desarrollar el parásito que Mikaela estaba acostumbrado a erradicar, y en ese momento, a pesar de las advertencias de los Sin Rostro con respecto al precio que la Corte había puesto sobre su cabeza a él le pareció una excelente idea ir ahí a cazar.

A leguas se veía que ese antro era una trampa del As para los de su clase.

—Supongo que ni siquiera los Recolectores más viejos dejan de ser unos malditos suicidas en algún punto —rio la pelirroja, su voz se multiplicó en un eco que se extendió por las paredes blancas de la habitación, estaban bajo el escenario, solo tuvo que poner un pie allí dentro para que sus marionetas dieran aviso a su señora—. Te dije que volvería a cazarte, pedazo de basura.

El cazador había recibido las miradas resentidas de las personas poseídas por sombras mientras lo arrastraban adentro. Fueron más de las que esperaba, podía sentir la presencia de ellas, pero solo algunos cuerpos mostraban signos de la putrefacción característica de los humanos. Aquello fue una pésima señal, le daba la razón a Harlem sobre la enorme grieta que se había extendido en el sello, y era por poco comparable a la sensación ardiente de las puntas de acero del látigo de Dalia hundiéndose contra la piel de su pecho.

—En realidad yo dejé que me cazaras. —Gruesas cadenas colgaban del techo y soportaban la mayoría de su peso en las muñecas, otras tiraban de sus tobillos hacia atrás y lo dejaban semi-suspendido en el centro de la habitación.

Nada que no hubiera sucedido antes.

Observó la figura imperiosa del As contonearse como una estatua hecha de sangre salpicada y marfil en el espejo de la pared paralela a él, antes de recibir el furioso azote, que comenzó en su mejilla cuando volteó la cabeza para evitar que le sacara un ojo y se arrastró hasta el inicio de sus costillas. Se sacudió por la potencia del impacto inhumano, y bajó la mirada a observar el terrible daño. No podía pararse, tampoco era como si quisiera hacerlo. Después de todo lo que había pasado, continuó sintiéndose un insensible, por más que veía el rojo chorrear de sus heridas para teñir el suelo blanco.

—Ah vamos, no te desanimes —soltó con desgana, estaba harto de fingir que sentía algo, de fingir en general, pero no podía dejar de hacerlo porque la única persona con la que lo había hecho no estaba ahí para reclamarle por sus mentiras—. La próxima lo vas a hacer mejor —habló fingiendo un tono paternal, necesitaba detener su tren del pensamiento.

—Estás más roto de lo que pensaba. —La mujer soltó una carcajada y las cadenas se movieron, estirando sus extremidades y con eso abriendo cada una de sus heridas—. Eso me va a dar más tiempo para divertirme con vos, hasta que llegue el día de tu Juicio.

Mikaela levantó la cabeza de golpe, y al instante se reprendió por demostrar ese minúsculo gesto de preocupación que Dalia estaba preparada para consumir por completo. Su mueca de alegría se amplió, y lo enfermó.

—¿Qué? ¿Pensabas que te iban a dejar permanecer en este plano? Qué tonto —rió ella, lo señaló con una de sus largas uñas—. Tu pacto con esa niña se rompió, no van a desterrarte, tu castigo será otro Juicio, y normalmente volverías a la fila que cruza Nocta, pero considerando tu edad y tus ganas de visitar el infierno. —Movió el dedo de un lado a otro e hizo un ruido irritante con la lengua que puso a prueba su delgada paciencia—. Te dejarán pasar, irás directo a Tánatos para ser juzgado por todos tus pecados, Mikaela ¿O debería llamarte Adrien por los viejos tiempos?

—Pero nos estábamos divirtiendo ¿no? —murmuró, su labio tembló—. Solo quedate con mi guadaña, dejame acá el tiempo que prefieras, pero la Corte no tiene por qué enterarse...

Dalia se acercó con paso sinuoso como el humo, y tiró de su cabello en un puño de acero para obligarlo a mirarla a los ojos, dos orbes vacíos tan blancos como las paredes. Mikaela no pudo evitar notar por el rabillo del ojo, también el cabello del hombre de gesto malhumorado que poco a poco comenzaba a divisarse en el espejo lateral.

—Que yo deteste la burocracia de allá arriba no quiere decir que te vayas a salvar de esta. Merecés ser castigado ¿no viniste acá por eso? —La pelirroja lo soltó con un ademán y le dió la espalda para enfilar hacia la puerta de salida, de repente se le había esfumado el buen humor que antes tenía para torturarlo—. Ya no tenés nada que perder.

Ella atravesaba el umbral cuando las cadenas que sostenían sus brazos comenzaron a moverse, luego las de sus pies, un momento después el reflejo en el espejo se había perturbado, se movía como el agua mientras empezaba a tragarse los gruesos eslabones, y la habitación... giraba, también lo arrastraba a él. Para cuando Dalia se dió la vuelta el espejo casi lo había consumido por completo, dejando solo un enorme rastro de sangre donde antes había estado su cuerpo. Entonces, la realidad se volteó como un extraño cubo compacto que le hizo dar un terrible vértigo, y cayó contra el suelo de mármol frío, de vuelta a ese hotel.

Escuchó su voz antes de enfocar la vista, trató de incorporarse, pero había perdido bastante sangre y se mareó.

—Serás imbécil.

Harlem lo miraba desde arriba con el ceño fruncido, y los mechones blancos sobresaliendo del moño desarreglado de su cabello. Con un movimiento rígido de sus manos manchadas como papel, las cadenas se convirtieron en arena, liberándolo, pero no tuvo que levantarse por su cuenta, porque la fuerza desmedida del Sin Rostro lo alzó jalándolo de la barbilla. No podía resistirse, perder la cabeza no estaba entre sus planes de tortura ideales, aunque Mikaela tuvo que admitir que no le desagradó demasiado aquella vista.

De a poco se acostumbraba al ritmo de esas criaturas, y se perdía todo rastro de su cordura en el proceso.

—¿Por qué mierda se te ocurrió...?

—Deberías haberlo dejado, es masoquista —comentó Jocken interrumpiéndolo, se apoyaba en la columna más cercana, caminó hacia él—. Me caía mejor cuando estaba inconsciente, la verdad.

Mikaela usó a Harlem de asidero para terminar de levantarse, le sonrió también acercándose, las paredes pálidas del recibidor no dejaban de girar, y antes de que pudiera volver a hablar le encajó un brutal cabezazo en medio de la nariz. Era una muestra de lo que aprendió gracias a ella.

Que, a veces, las palabras no eran tan necesarias.

Jocken reaccionó como si lo hubiera estado esperando, y le tiró del cabello para desestabilizarlo y comenzó a desenfundar el arma de su costado, pero el cazador ya se había preparado, le escupió la sangre que le inundaba la boca para cegarlo y alzó la rodilla contra la entrepierna. El muchacho rugió de furia e igual apuntó, Mikaela trató de impedirlo, pero el disparo resonó en el silencio del hotel, de repente poblado de sus pesadas respiraciones. El cazador rechinó los dientes.

—Usás esas armas de mierda porque sabés que no me ganarías sin ellas, pedazo de pendejo.

—Podría ganarte hasta con los ojos cerrados, viejo de mierda —gruñó el más bajo.

—¿Terminaron? Estábamos en una reunión importante antes de que empezaran con el circo. —Harlem bostezó, refregándose los ojos con cansancio—. Y ya tengo sueño.

Mikaela levantó la mano que Jocken le había disparado, tenía un agujero del tamaño de un dedo meñique, por el que vio al gesto de piedra de Zora aparecer en el umbral que daba al salón principal, dos figuras parecidas se asomaron a la puerta tras ella.

—Pasen, mis niñas. —La menor de los hermanos guió a las dos mujeres hacia la salida—. Terminamos por hoy.

Una tenía el cabello rosa corto al ras como la había visto millones de veces en el bar, con la diferencia que el cráneo estaba tatuado, igual que las intrincadas mangas de sus brazos, y los ojos violetas abiertos en una profunda línea vertical, al pasar a su lado notó su piel escamada de color rosácea.

Ella chasqueó la lengua y lo miró con asco.

—No sabía que dejaban entrar cadáveres en este lugar —gruñó.

—Megara —murmuró la otra, tenía el cabello azul repleto de trenzas y los tatuajes se distribuían a lo largo de su cuello y pecho, pasó junto a Mikaela sin detenerse, y tampoco dio muestras de haberlo reconocido, pero al llegar a la puerta volteó a verlo con la lástima impregnada en sus ojos celestes y susurró bajito—. ¡Perdón, señor!

—Basta, Hole. —La reprendió su hermana—. Somos parte de la Sociedad ahora, no podemos hablar con la basura.

El hombre parpadeó sin creer lo que veía, después de todo lo que había sucedido ninguna de ellas lo reconoció, o siquiera dio muestras de saber quién era él.

Luego de despedir a las dos quimeras que representaban sus futuros planes de intervención en Ansía, Harlem volvió a bostezar apoyándose en su bastón para permanecer erguido. Mantener su versión de los hechos viva en la cabeza de sus niñas representaba una dificultad cansadora luego de lo que había sucedido con el hotel, pero era su deber y no podía negarse.

Notó la mueca desencajada en la cara de Mikaela y se aclaró la garganta, fue Zora quien habló.

—Nosotros determinamos que lo mejor era que ambas se olvidaran de vos para mantenerte a salvo —explicó con voz neutra, despojada de emoción—. Ni ellas, ni tu antiguo equipo, ni nadie que haya tenido contacto con vos deberían saber de tu existencia.

—¿Qué? —escupió, las heridas en su cuerpo se cerraban, pero sentía que le habían apuñalado por la espalda.

—Sobre eso era la reunión a la que te pedimos que asistieras —agregó Harlem con la mandíbula en tensión—. Pero ni siquiera cumpliste con tu palabra de no meterte en problemas. Si la Corte se entera que estamos protegiéndote...

—¡¿Y para qué?! —estalló el cazador—. ¡¿Por qué lo hacen?! ¡¿Qué mierda les importa?! —Sus gritos producían eco en el inmenso espacio, pero se sentía asfixiado, de un movimiento fugaz se sacó la guadaña de la espalda y produjo un violento chispazo dorado parecido al de sus ojos furiosos cuando la extendió—. ¡Podrían desterrarme ahora mismo en vez de tomarme como rehén! ¡Tomen, yo se los permito! ¡Háganlo ahora!

Jocken fue el primero en moverse para esquivar su filo cuando Mikaela la balanceó cargado de desesperación, sus hermanos trataron de calmarlo, mientras él se acercaba en una zancada y se la arrancaba de las manos temblorosas.

—¡Escuchá, pedazo de imbécil! —Lo cacheteó una vez, para obligarlo a prestarle atención—. El mundo está podrido, el sello se fragmentó por culpa de ese monstruo y ahora tenemos demasiado trabajo que hacer, todo para evitar que las calles se llenen de humanos poseídos por Sombras como cadáveres vivientes que persiguen sus sueños más oscuros, peores que vos, no sos el centro de nuestra atención —gruñó enseñando los dientes con el resentimiento marcado en sus pupilas rojas—, pero debemos protegerte, y no vamos a dejarte abandonado a tus impulsos suicidas ¿Me explico? —Soltó la guadaña sobre sus pies—. Porque así lo quiere Génesis, esa fue su última voluntad. ¡Y como la mierda que vamos a hacerlo bien mientras ella no está!

Mikaela exhaló un suspiro con la mejilla aún roja por el golpe, y observó los ojos de ese Sin Rostro también llenos de lágrimas, se apoyó en la columna a sus espaldas durante un eterno instante y se abrazó a si mismo con la mirada borrosa en el suelo.

—Es como si yo no... —murmuró, su voz se apagaba, por el cansancio y el desgaste mental—. Es como si yo no existiera.

Por el rostro de Jocken se extendió una atroz sonrisa entre las lágrimas, y le golpeó el hombro con falsa camaradería.

—Ya te vas a acostumbrar.

—Necesita atención profesional —dijo Harlem mirándolo de reojo con las cejas fruncidas por la pena—. Yo no puedo hacer mucho, y necesitamos que sobreviva al menos hasta que ella vuelva.

Harlem fundaba su vida entera en conceptos abstractos, e ideas ancladas en el tiempo, y como odiaba tener contacto con el mundo exterior, no lo hacía a menos que fuera una obligación. No necesitaba reunir experiencia cuando podría solo perderse en sus pensamientos y descender a las memorias de la humanidad entera, pero últimamente se sentía estancado, como si leyera el mismo libro una y otra vez, a medida que la encuadernación se desgastaba y las páginas empezaban a volverse amarillas.

Él sabía que era tiempo de restaurar el ejemplar, que su vida y la de sus hermanos en el mundo humano estaba atravesada por el sello de las Sombras, y si no podían mantenerlo iban a tener que modificar la realidad para volver a adaptarse a las circunstancias, aun con la Corte siguiéndoles la pista. Debían cambiar la historia y reescribir la verdad que su padre había instaurado a la fuerza, lo sentía en el hormigueo de sus dedos y en el peso de su columna mientras se erguía aferrándose a su bastón. Debían infiltrarse en la Sociedad, derrumbarla desde adentro. Hole y Megara iban a ayudarlo con eso.

No iba a detenerse solo porque un cazador se negaba a aceptar la cruda realidad, aunque comprendiera sus razones.

—Pero no sabemos cuándo va a volver—soltó Jocken, a pesar de ver al cazador colapsando estaba de muy mal humor. Miró hacia Zora, que asintió con lentitud.

—Cuando se encuentre con Padre.

Harlem lo observó en silencio, y captó su mirada dorada con un imperceptible asentimiento, luego los tres comenzaron a caminar hacia el interior, dejando a Mikaela solo con las palabras de ella que se repetían, en un eco difuso por el repentino cansancio, contra las paredes del hotel.

El cazador observó el brillo de la puerta principal entreabierta, y se escapó.

✴ ✴ ✴

Génesis observó la oscuridad y bufó.

Había un paisaje repetitivo de niebla, a donde sea que miraba solo había un manto de niebla. Para avanzar debía saltar las raíces deformes de que sobresalían de la tierra. Con cuidado si no quería terminar atropellada por alguno de los trozos de concreto despedazado que flotaban en la negrura, o no quería caer en algún pantano de agua pútrida que fingía ser un simple espejo en estado sólido.

Estaba en la zona más selvática de Nocta, las bestias rugían a sus espaldas y las ramas gruesas le arañaban los brazos produciendo pequeños cortes en sus mejillas. Las luces de los edificios abandonados llenos de enredaderas parpadeaban sin fuerza y eran los ojos hambrientos de las bestias del olvido lo único que la guiaba en su camino hacia adelante. Arañando la maleza cuando el paraje se volvía ridículamente empinado. No importaba, siempre debía seguir hacia adelante, sin observar sobre su hombro, sin distraerse en las voces que imitaban los gritos que sabía, que iba a hacerle reaccionar a propósito.

Cuando terminó de atravesar esa pequeña montaña y se paró en la cima, notó a lo lejos el enorme coliseo partido a la mitad, el trono de su padre. Abis pensó que ese era el momento justo para alcanzarla y caminar a su lado cual sombra alargada e incorpórea.

—¿Es el infierno tan acogedor como lo recordabas? —preguntó con voz profunda, y no menos divertida.

—Es peor —gruñó ella con la respiración agitada, no dejó de caminar, no tenía nada que ver con el esfuerzo, a esa altura sus nervios hacían poco por no delatarla.

—Es bueno escucharlo. —Sus ojos redondos se curvaron como dos sonrisas en un extraño gesto de simpatía—. Se pondrá mejor cuando se lo digas a Él.

Lo insultó, en especial porque sabía que Abis iba a poder escucharla. Esa bestia no se había despegado de su espalda, ni siquiera cuando los demás monstruos de Nocta trataron de atacarla, ocupándose de ser un simple observador entre risas, o a veces un insoportable comentarista. Su Abismo parecía existir para hacerle el camino más irritante, y no podía decirse que lo aguantara, porque había adoptado la voz de Mikaela para torturarla, y ni siquiera podía golpearlo, pero al menos con su recuerdo siempre fresco en su memoria hacía que se sintiera menos abandonada.

Sabía que ese era el principio de las consecuencias de su nuevo acuerdo, el que el Noctámbulo había aceptado hacer con ella, rompiendo así el de su padre.

Los problemas reales iban a comenzar cuando tuviera que comunicarlo.

Rápidamente el olor a azufre que la enfermaba desde que llegó a ese lugar se deformó, se volvió en un aroma más dulce sin ser en exceso insoportable. A medida que se acercaba podía divisar el coliseo, el interior dividido de esa construcción derruida sobre una fina montaña de piedra, huesos, cadáveres humanos y restos de bestias disecadas que habían llegado a sus manos. Cuando más se acercó al trono del regente de los sueños, más pudo delimitar su figura. Su largo vestido blanco manchado de suciedad, el cabello rojo desparramado sobre el asiento y sus manos huesudas, mientras apoyaba la cara en una palma y jugaba con las puntas de su corona dorada con las larguísimas uñas.

Génesis se acercó tratando de controlar el temblor presente en todo su cuerpo, el sudor que bajaba de su frente y el enorme nudo de su estómago, para hablar sin que le temblara la voz. Recibió su mirada lánguida como un corte contra sus rodillas, que la obligó a hincarse ante Él, pero la mano de su Abismo en su hombro tiró de ella hacia arriba, para demostrar más confianza de la que creía tener, sin que tuviera que hacerlo explícito.

—Padre —agachó la cabeza, la expresión de Caos no cambió.

—¿Y tú eres...? —Solo entrecerró un poco los ojos, luchaba por recordar, movió los labios como si alguien hubiera susurrado en su oreja y se enderezó en su asiento, haciendo volar la corona con un tintineo, mientras una amplia sonrisa se extendía por su cara, tan grande que enseñó todos sus dientes—. ¡Ah! ¡Mi hija! ¿Gabrielle...?

—Génesis —cortó ella, pero se arrepintió al instante en que la sonrisa de Caos decayó.

—Ah —soltó, volvió a encorvarse y la mirada en sus ojos se consumió, pasó de ser simple desconocimiento a una ignorancia completamente consciente y cizañera, lo hacía adrede—. Génesis —Lo dijo sin emoción, la palabra estaba muerta en sus labios, era como si le hubieran echado ácido a su herida—. ¿Qué quieres? Todavía no terminaste con tu trabajo.

La mujer frunció el ceño, luchando con las lágrimas que trataban de escaparse de sus ojos debido a las palabras que tanto miedo tenía de escuchar, pero algo había cambiado para ella, más allá de lo mucho que la intimidaba su padre. Volvió a sus memorias para recordar cuál era su verdadera actitud, qué era y la razón por la que siempre la había tratado de esa manera.

—Abismo —llamó Caos agitando la mano como si demandara la atención de un perro—. ¿Por qué la trajiste? No ha hecho nada productivo durante los últimos... ¿qué? ¿mil años? Bestia mala —lanzó, juntó las manos con fuerza en un golpe que tronó igual que sus palabras—. Ambos resultaron ser un par de inútiles.

Génesis rumió y se limpió una lágrima perdida en su mejilla, bajó la vista avergonzada a sus manos borrosas mientras Caos seguía lanzando palabras hirientes sin parar, pero otra vez, la voz de Abis a su lado interrumpió la sorda sensación de dolor que la asfixiaba y el mohín de Dios al mismo tiempo.

—Es un idiota, yo te dije.

Aquella simple expresión dicha con la voz de Mikaela, resonando en un lugar como ese, en medio de la situación más estresante de su vida, y el gesto ofendido que hizo Caos al llevarse una mano al pecho, hizo que se le escapara una pequeña risa. Se transformó en un sonido extraño, que era más la consecuencia de los mil años que había pasado conteniendo el dolor por temor a enfrentarlo. Parecía una carcajada, pero sonaba como el llanto desconsolado de una bestia.

—¡¿Se están burlando de mí?! ¡¿Tienen idea de lo horrible que es estar aquí?!—bramó el Dios, las nubes se arremolinaron sobre su cabeza y el rugido de los monstruos trazó un camino directo a sus huesos, mientras se acercaba a ella, con el cabello rojo como un río de fuego que se arrastra por el suelo—. ¡¿Quién te crees que eres, asquerosa bestia?!

Génesis observó la grieta negra en su ojo derecho, los pequeños puntos brillantes que titilaban como luciérnagas enfermas en su interior. Era la primera vez que podía ver una noche estrellada, era hermosa, y le pertenecía a Él.

Le pareció una lástima que tuviera que verla en esa cara, y sabía que jamás iba a poder olvidarla.

—Harlem, Jocken y Zora también son tus hijos —pronunció lento, el rostro de su padre se enfermó del resentimiento. El nerviosismo de ella empezaba a cristalizarse, mutaba en una pequeña chispa de molestia que lentamente se propagó a través de su pecho—. Ellos te hicieron esa horrible herida ¿no? —preguntó con falsa inocencia.

La mano de Caos se alzó con un grito limpio como un rayo y Génesis cerró los ojos por inercia, preparada para el golpe, pero nunca llegó. El Abismo sostenía su muñeca, había materializado un cuerpo, apoyándola en silencio, se burlaba de él. No pudo evitar parpadear incrédula.

—Eres un desperdicio —escupió Caos—. ¡Ambos lo son! —gritó—. ¡Tanto trabajo por nada!

Tenían que comunicarle el cambio de planes, se recordó, a eso habían ido, pero Caos gritaba otra vez y no detener su verborragia. Sus reclamos eran dolorosos como flechas contra su cuerpo, pero no era nada que no hubiera sentido antes en sus sueños.

Deseó volverse cada vez más insensible.

—¡Tú solo eres una extensión de mi voluntad, no te atrevas a ignorarme!

Caos rompió algo más dentro de ella, y el silencio que le siguió evidenció qué fue lo que resultó destrozado.

Sus cadenas.

—Ya no —murmuró entre lágrimas.

Retrocedió con paso lento, tembloroso, tal y como había llegado, pero se sentía más ligera. Por un mísero instante se sintió confiada, a pesar de encontrarse en el infierno. Reconocía la presencia de su Abismo, y la del acuerdo que aseguraba su supervivencia siempre y cuando traicionara a su padre para seguir otros propósitos. Después de todo, era el manto de oscuridad que había utilizado desde siempre, el que estaba listo para llevarla, y cubrir su espalda.

✴ ✴ ✴

Mikaela se escapó sin demasiadas ambiciones, y se dirigió a la biblioteca para poder llorar en paz, sin el pesado silencio del hotel o la sensación de sentirse constantemente observado por alguien más. Se antojó irónico que en el pasado haya hecho tanto para evitar caer en el infierno, mientras que hacía tan solo algunos minutos le había pedido a los Sin Rostro que por favor lo desterraran. Si el destino era cruel, la vida después de la muerte le parecía un chiste de mal gusto.

Estaba demasiado molesto como para preocuparse en cubrir su rostro con las gafas, colocarse el sombrero o un abrigo, solo pasó por su antiguo bar antes, y se cambió la ropa manchada de sangre y suciedad, no tenía la intención de andar desnudo por la calle.

Se paseó por la biblioteca, a esa hora de la mañana recién abrían sus puertas, y apenas había algunos estudiantes con las caras ahogadas en sus textos de la universidad. Nadie más lo vio internándose entre los estantes de libros, tampoco le dedicaron alguna mirada de más a las cicatrices en su rostro, y el cabello que lo enmarcaba hacía lo suficiente para disimular sus ojos enrojecidos. Por un momento, mientras pisaba la alfombra que silenciaba sus pasos, Mikaela se sintió tan solitario como un fantasma, un reflejo no más pesado que las partículas de polvo que flotaban con el sol que entraba por los ventanales.

Tomó un libro cualquiera del estante y se sentó a repasar las palabras con los dedos, tratando de concentrarse mientras se hundía a la fuerza en ese estado de tranquilidad excesiva que siempre había intentado evitar.

No supo en qué momento se quedó dormido sobre el libro, cuando se despertó el sol había empezado a esconderse tras los árboles y la biblioteca estaba más llena, se enderezó de repente. Percibió aquella sensación conocida en la piel erizada de su nuca, lo hizo tan rápido que se golpeó la rodilla y el déjà vu lo invadió.

Alguien lo estaba observando.

Y nunca se había sentido tan feliz de que lo hicieran, no pudo evitar soltar una pequeña risa de emoción. Esta vez no necesitaba ver sobre su hombro para encontrarla. Su figura se recortaba contra la claridad de la ventana, tan solo dejó que su mirada cayera en ella, sobre sus ojos negros con el peso de todas las palabras que quería decirle, pero murieron en sus labios cuando el rostro se le iluminó como en un sueño.

No le habría importado que lo fuera.

—Bienvenida de vuelta —murmuró él sonriendo, cuando Génesis lo alcanzó.


Fin de la tercera parte

Continuará en el segundo libro

Hole [La sombra del Tiempo]


✴ ✴ ✴

6/6

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