Hasta el próximo verano

By LeilaRipiano

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Desde pequeña Kaia Green pasa sus vacaciones en El Monte donde está la casa de verano de sus padres. Allí se... More

Hasta el próximo verano
PASADO 01. Verano de los 11 años
02. Verano de los 12 años
03. Verano de los 13 años
04. Verano de los 14 años
06. Verano de los 14 años
07. Verano de los 15 años
08. Verano de los 15 años
09. Verano de los 15 años
10. Verano de los 15 años
11. Verano de los 16 años
12. Verano de los 16 años
13. Verano de los 16 años
14. Verano de los 16 años
15. Verano de los 17 años
16. Verano de los 17 años

05. Verano de los 14 años

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By LeilaRipiano

{VERANO DE LOS 14 AÑOS}

"Samurai" era nuestro puesto de playa favorito. Estaba en mitad de camino al mar. El techo era de paja y la madera de las paredes estaba pintada de celeste pastel. Debíamos subir unas escaleras de madera que chirriaban para llegar al puesto. Había butacas de colores para sentarse y consumir en la barra y también había algunas mesas y sillas con vista al mar. Siempre sonaba música Reggae y Blues, los géneros preferido de Rafa, el dueño del puesto. Lo conocíamos desde siempre y era nuestra persona favorita de El Monte.

Rafa tenía el cabello negro siempre despeinado, barba al estilo Hagrid de Harry Potter y estaba lleno de tatuajes. Se había pasado toda su vida viajando hasta que se asentó en El Monte. Le encantaba hablar con gente nueva y recolectar historias y lecciones de vida.

Rafa había puesto una pizarra en una de las esquinas de Samurai para que la gente pudiera escribir la frase que quisiera con tizas de colores y Cole y yo siempre nos amontonábamos delante de la pizarra para leer las nuevas frases. El verano pasado Cole había escrito algo cuando Rafa no estaba mirando, no recordábamos qué era, pero sí que era lo bastante gracioso y grosero como para habernos pasado todo el día riéndonos de eso. Al día siguiente cuando llegamos al puesto y nos dirigimos hacia la pizarra nos encontramos con palabras escritas en rojo y en mayúscula, subrayadas: VETADOS DE AMURAI POR UNA SEMANA: COLE HOLDER Y KAIA GREEN.

Habíamos extrañado tanto la comida y los batidos de Samurai que no lo volvimos hacer. Eran los mejores batidos de toda la playa. También nos encantaba demasiado el jugo de coco y las papas fritas como para volver a arriesgarnos a ser vetados. Cuando no había mucha gente, Rafa incluso nos preparaba las papas fritas condimentadas con queso cheddar y panceta exclusivamente para nosotros.

Sabíamos que por la noche el puesto se iluminaba y se servían los mejores tragos de la playa, según nuestros padres. Me moría de ganas de saber cómo era Samurai de noche, pero ninguno de nuestros padres nos dejaba venir a la playa de noche todavía.

Ese día, Cole y yo dejamos las tablas de surf en la entrada de Samurai antes de sentarnos en dos butacas y llenar el piso de madera de gotas de agua.

Me recogí el cabello rubio con ondas en una coleta alta. Estaba mojado, lleno de arena y sal y esa noche me costaría horrores desenredarlo, pero ya estaba acostumbrada; mi shampoo de coco me ayudaba, pero a veces estaba una hora entera tratando de deshacer los nudos de mi cabello.

Cole también tenía el cabello mojado y despeinado, y cuando sacudió la cabeza una lluvia de gotas de agua cayó en mi cara. Gruñí.

―No eres un Golden Retriever, deja de hacer eso ―me quejé mirándolo mal.

Rafa apareció saliendo de la cocina con un plato de bastones de mozzarella para unos clientes. A Cole y a mi se nos hizo agua la boca. Estábamos hambrientos luego de surfear por una hora.

―¿Vienen del mar, renacuajos? ―nos preguntó Rafa una vez que entregó el pedido y se acercó a nosotros.

―Si, y si fuera por Cole hubiésemos seguido en el mar hasta que cumpliéramos treinta y fuéramos unos viejos ―me quejé alisando mi vestido que ya estaba mojado por la malla que llevaba debajo.

Estaba exhausta y no entendía como Cole seguía teniendo energía como para querer seguir surfeando. Mis piernas quemaban de tanto subir y bajar de la tabla.

Rafa se llevó la mano al corazón horrorizado.

―No sabes lo que me duele escucharte decir que treinta años es ser viejo.

―Si, Kaia ―coincidió Cole―. Si treinta años es ser viejo, Rafa ya es un cadáver.

Lancé una carcajada y Rafa nos señaló con el dedo.

―Sigan así y hoy no hay comida para ustedes dos.

―Nooooooo ―nos quejamos Cole y yo al unísono.

―¿Qué quieren? ―nos preguntó Rafa― Piensen rápido que ya van a ser las cinco de la tarde y pronto vendrán más personas a merendar.

Me sobresalté cuando Cole saltó de la butaca mirando a Rafa alarmado.

―¿Ya son las cinco? ―preguntó con pánico― ¡Mierda!

―Cole, palabrotas no ―lo regañó Rafa.

―¡Tengo que llevar a Levi a un cumpleaños a las cinco! ¡Mierda! ―volvió a exclamar poniéndose la camiseta que tenía colgada en el hombro.

Pensé que Rafa iba a volver a regañarlo, pero, en cambio, lo detuvo con un gesto.

―Espera, espera, llévate algo para comer en el camino ―dijo y luego desapareció en el fondo.

―¿Quieres que te acompañe? ―le pregunté a Cole con intención de bajar de la butaca.

―No, no ―se negó poniendo una mano en mi brazo―. Quédate aquí. Voy corriendo y vuelvo.

―¿Seguro? ―insistí.

Cole asintió y Rafa apareció con un cono de papas fritas en las manos. Yo me apresuré a agarrar el kétchup de la otra punta de la barra para ponerle encima como a Cole le gustaba. Cole nos agradeció y salió corriendo hacia su casa con una papa frita en la boca.

Observé cómo desaparecía con una punzada de pena. Cole iba a sentirse horrible consigo mismo si no lograba que Levi llegara a tiempo a ese cumpleaños. Cole apenas tenía un año más que Levi, pero parecía que se llevaran más años por el rol que cumplía Cole como hermano mayor. El padre de ellos se la pasaba trabajando en el local de tablas y apenas tenía tiempo para ocuparse de sus hijos.

―Ese chico corre rápido, va a llegar a tiempo ―aseguró Rafa, tal vez porque me había quedado callada observando como Cole desaparecía―. ¿Qué quieres tú, Kai?

―Un batido de fresa y una galleta de chocolate, por favor.

Minutos después Rafa me pasó el batido junto a un sorbete con forma de espiral rojo flúor y tomé un largo sorbo pensando qué podía hacer mientras esperaba a Cole.

Afortunadamente, Ryan apareció unos segundos después subiendo las escaleras con su traje negro de surf neopreno. No estaba mojado así que todavía no había entrado al mar.

―Te vi de camino al mar ―me dijo Ryan, dejándose caer en la butaca a mi lado― ¿Dónde está?

No tenía que decir el nombre de Cole para saber que se refería a él.

―Se fue corriendo porque Levi tiene un cumpleaños ahora a las cinco y tiene que llevarlo. Se había olvidado ―le conté.

No pasé desapercibido que la expresión de Ryan cambió por un segundo cuando dije el nombre de Levi. Rafa apareció con mi galleta de sabor a chocolate negro lleno de pequeños trozos de chocolate blanco encima.

―Hey, hola Ryan, ¿quieres algo? ―le preguntó Rafa, pero Ryan negó con la cabeza y musitó un escueto "gracias" que dudaba que Rafa hubiera escuchado antes de alejarse para atender a otro cliente.

Noté por el rabillo del ojo que Ryan estaba mirando mi galleta y me pregunté si su padre le habría cocinado ese día. Cole me contó que una vez Ryan fue a entrenar sin haber comido y cuando el profesor se enteró, lo regañó delante de todo el grupo. Después de eso Cole se aseguraba de invitarlo a almorzar a su casa siempre que pudiera, pero Ryan no siempre aceptaba.

Partí mi galleta por la mitad y se la ofrecí, él negó con la cabeza.

―No, gracias. No tengo hambre ―me dijo pero yo se la dejé frente a él de todas formas.

―Pedimos la galleta con Cole para compartirla antes de que el idiota se acordara lo de Levi y saliera corriendo. No tengo tanta hambre para comer la galleta entera ―mentí. Mi madre estaría feliz, según ella tenía que dejar de comer tanto, en especial cosas dulces.

La verdad era que estaba hambrienta, pero no quería que Ryan pasara hambre.

Ryan dudó por unos segundos, pero luego agarró la galleta. Reprimí una sonrisa, pero noté que Rafa había escuchado todo y él sí sonreía.

Diez minutos después Rafa puso delante de nosotros un plato de tostadas crujientes de jamón y queso. Dijo que la casa invitaba y que no aceptaba peros. Ryan frunció el ceño con desconfianza, pero no protestó.

Me había dado cuenta de que Rafa intentaba que Ryan comiera cada vez que pasaba por Samurai. Ryan apenas hablaba con Rafa, pero a Rafa no le importaba

No era difícil darse cuenta de que Rafa se preocupaba más por Ryan que sus propios padres.

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