No te emociones tanto

Von PaulStonem

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Una chica normal y corriente con una obsesión: Un cantante de rock los 90 en plena crisis de los cuarenta. Él... Mehr

Sinopsis
PRÓLOGO
1. No te enfades tanto
2. No te enfades tanto
3. No te agobies tanto
4. No te agobies tanto
5. No te muevas tanto
7. No te obsesiones tanto
8. No te obsesiones tanto
9. No te emborraches tanto
10. No te emborraches tanto
11. No te líes tanto
12. No te líes tanto
13. No me llames tanto
14. No me llames tanto
15. No te rías tanto
16. No te rías tanto
17. No me esperaba tanto
18. No me esperaba tanto
19. No me beses tanto
20. No me beses tanto
21. No me subestimes tanto
22. No me subestimes tanto
23. No te emociones Tanto
0o0o Spoileati-me o0o0
24. No te emociones tanto
Epílogo

6. No te muevas tanto

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Von PaulStonem

6.     No te muevas tanto

¿Por qué no entendía que no le apetecía salir? Quería estar en casa, encerrado, fumarse un canuto tranquilo, a lo mejor jugar a la consola y dormir. Pero no, Meg no lo entendía. Meg quería salir, quería que él sociabilizara. Esa noche había un evento en una discoteca del centro, de esos en los que alguien presenta algo. Quería que se codeara con gente y que todos alabaran su nueva canción, que lo estaba petando en la radio. Pero él no tenía ganas. Simplemente no estaba preparado mentalmente para algún comentario despectivo. ¿Era el miedo escénico que lo atacaba hasta ese punto tan maquiavélico? ¿Ahora? ¿Veinte años después?

Era todo. Era que su casa no era su casa de siempre sino otra. Era que Meg no era Brit, que el perro de Meg no era su perro. Era que no veía a Duhr jugando con la pelota en el jardín o que Ras no estaba por allí con un libro de lectura haciéndole ver lo rápido que leía ya.

¡Maldita sea! Qué difícil era ser egoísta en esos momentos. Con lo fácil que le había sido toda su vida. Aunque en realidad lo seguía siendo, sólo que Meg no lo entendía.

            —¡No me jodas más, Meg! No quiero ir a esa puta fiesta, no me apetece una mierda. Ve tú si quieres. Llama a Cob o a quien te salga de la polla. No tengo ganas de que soplapollas me digan lo bueno que es el tema. ¡Joder! Obvio que es bueno, es mío.

            —¿Tienes que decir todas esas palabrotas al hablar?

            —Sí… —le contestó mirándola. Se le escapó una sonrisa.

Meg alzó una ceja de forma contradictoria a la sonrisa que tenía en la cara, por eso Den se quedó dudando mientras la miraba. ¿Estaban de broma o no estaban de broma? Da igual la edad que tenga una mujer, todas son difíciles de entender. La chica se sentó sobre las rodillas de él y lo abrazó rodeándole el cuello con los brazos. Se quedó mirándole fijamente. Era tremendamente guapo a pesar de las patas de gallo que se le formaban en los ojos. Ya no había rastro del chico de veintidós años que empezó a cantar en los noventa. Ya era un hombre, con sus arrugas y sus marcas de la edad. Sin embargo, seguía siendo un hombre guapo, demasiado guapo. O no, pero así lo veía Meg. Estaba enamorada de él hasta puntos insospechados que ni ella llegaba a comprender. Sería capaz de cualquier cosa por seguir manteniéndolo a su lado. Habría quién la tachara de enferma. Miles de bloggers se habían llevado las manos a la cabeza cuando se confirmaba su relación. ¿Acaso no veía que él iba a engañarla como a Brit? ¿Acaso estaba loca, con diez años menos que él y jugando a las mamás de otros niños que no eran suyos? ¿Acaso no veían ellos que a ella le daba absolutamente igual? ¡Amargados! Era la mujer más feliz en la Tierra y estaba haciendo feliz al mejor hombre en la Tierra. Punto.

            —Me gusta cuando sonríes porque se te hacen marcas aquí… —le decía clavándole los dedos en los hoyuelos que le aparecían al sonreír.

            —A mí me gustas tú entera, cuando sonríes y cuando no.

Meg sonrió de forma instantánea, como si Den pulsase el botón de la risa. Luego ladeó la cara mirándole fijamente, aprendiéndose su gesto de memoria. Sus ojos azules de largas pestañas, su barba incipiente, su nariz afilada, el pelo que se le arremolinaba rebelde delante de las orejas, la personalidad que le daban unas cejas espesas… Sin duda era guapo, muy guapo. No sabría decir qué era lo que más le gustaba en su físico. Adoraba todos sus cortes de pelo y todo su armario. Adoraba sus patas largas y su espalda ancha. Disfrutaba de su sentido del humor, absurdo muchas veces e irónico casi siempre. Sufría de amarlo tanto.

            —A todos les gustas cuando sonríes… —comenzó a decir como sugerencia. Él frunció el ceño. Ella se mordió el labio con resignación.

            —No empieces otra vez, en serio. ¡No voy a ir! ¡No voy!

            —Pero si están deseando verte. Estarán un montón de amigos tuyos —le decía, acariciándole el pelo con una mano—. Todos están deseando verte, Den.

            —Sí, todos estarán deseando preguntarme qué tal mi puta vida sentimental. Se la suda el disco, Meg, la gente es jodidamente cotilla y no me apetecen. No veo que muchos me hayan llamado para decirme: «Eh, tío. Puto genio, te has vuelto a lucir».

            —Tampoco te han llamado para preguntarte por tu novia de treinta años —apuntó ella con cierto rintintín.

            —Porque esas cosas la gente te las echa a la cara, como si fueran más amigos tuyos por preguntártelo en un susurro en mitad de un puto cocktail entre que canta una puta banda nueva y un viejo rockero consagrado. La gente es excesivamente frívola en este mundo.

            —¿Sabes qué creo, Den? —preguntó ella levantándose de repente. Alzando la voz con algo de fastidio—. Creo que tienes miedo porque el último disco no fue un éxito a nivel de otros trabajos. Pero te lo juro que no te puedo entender. Lo has grabado emocionado y no parabas de repetir que te ibas a mear en todas las críticas porque no iban a poder sacarle pegas. ¿Se puede saber por qué ahora te auto-boicoteas la promoción? ¿Me lo explicas?

Den abrió los ojos de más observando a su novia. Los ojos y la boca. Y sin saber qué decir. Sí que pensaba, su cerebro le había dado la respuesta, pero no tenía palabras reales para soltarlo por la boca. La diferencia entre grabar un disco estando felizmente casado y presentarlo cuando tu vida se ha dado la vuelta es, precisamente, todo. Ya no era tan joven para hacerle creer a todo el mundo que le daba igual la movida. No le daba igual, obvio.

            —Quédate en casa conmigo —le pidió él mirándola con el gesto más relajado, en un tono con un alto índice de súplica.

            —No —contestó ella. En verdad le partía el corazón verlo así y, a veces, pensaba que era culpa de ella. Por eso necesitaba alejarse de él en ese instante, no podía culparse de lo que él no quería hacer—. Tengo que ir, habrá gente a la que hablar de tu disco para cuando te apetezca trabajar y concederles entrevistas.

Él la miró de forma cansada. No tenía ganas de que lo estuviera convenciendo así, como haciéndole creer que era un idiota por no hacerle caso. Lo era, sí, y ella era muy trabajadora. Demasiado. Tenía razón, eso seguro. Pero aquella noche estaba desmotivado.

            —No te enfades, nena.

Meg rodó los ojos. Sí que estaba un poco enfadada. ¿No se daba cuenta de que ella hacía todo por él? Puto egoísta y cuánto le gustaba. Lo miró de reojo y lo vio medio sonriendo. Maldita fuera esa sonrisa. Volvió a rodar los ojos y notó que él se levantaba para abrazarla por la cintura detrás de ella. Comenzó a besarla el cuello lentamente haciendo que se le parara el tiempo. Den tenía esa mala costumbre de conseguir que a ella se le diera la vuelta al estómago y que sintiera cómo corría la sangre por sus venas. Meg cerró los ojos y él dibujó una línea invisible sobre la piel de su cuello con la nariz, besó su mandíbula mientras la giraba suavemente entre sus manos para quedase mirándola fijamente. Malditos fueran esos ojos azules otra vez.

            —¿Vas a ir? —le preguntó él de forma melosa.

            —Sí.

            —¿Me traes tabaco? —preguntó con una sonrisa en los labios y un tono totalmente apaciguador.

            —Te odio, Deneb Murphy —le dijo ella sin quitar una sonrisa que se le alojaba en la cara—. Te odio muchísimo.

            —Yo a ti también te odio muchísimo —le respondía él justo antes de posar sus labios en los de ella y besarla buscando su lengua. Ella lo recibía bien, así que no se apartó. Disfrutaba de ella.

Para Deneb, Meg era como un soplo de aire fresco que le llenaba de una energía tremenda y una insuperable vitalidad. A pesar de estar enfadado casi todo el tiempo con el mundo, ella conseguía templarlo sólo con estar ahí con sus preciosos ojos azules y su perfecta sonrisa. Le divertía verla con el ceño fruncido, pero era incapaz de hacerla enfadar del todo. Le daba miedo que se enfadara de verdad y lo dejase tirado. Además, ella desprendía una candidez que a él no le gustaba apagar porque lo tranquilizaba. Se preocupaba por ella. Sabía que no era fácil ser la señalada por millones de seres humanos criticones. Sabía que ella tampoco es que lo pasara bien por culpa de su aventura, pero ahora estaban juntos en esto. Ella parecía ser mucho más valiente que él en todos los sentidos. Salía a la calle sin que le importaran las cámaras o los comentarios. Él había sido así siempre. Tenía que empezar a relajarse. En la radio lo consiguió y todo terminó siendo tan genial como siempre.

            —Voy a follarte, si no te importa —le dijo separándose de ese largo beso que lo mantenía pegado a ella. Se pasó la lengua por el labio inferior mirándola fijamente.

            —¿Qué quieres que diga? No me importa para nada —soltó ella junto a un suspiro.

Amaba a esa chica, era lo único que le importaba en ese momento. Amaba rozar su cadera con las manos, estrecharla contra él y amaba todo su cuerpo con virtudes y defectos. Pero lo que él amaba por encima de todo era que ella lo adoraba a él, sin duda alguna.

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