Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
7. La convivencia
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

13. Duelo en el Lejano Oeste

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By ladyy_zz

Habían pasado solo un par de días desde aquella noche en la que Amelia se había quedado en casa cuidando a Luisita, pero, aun así, la ojimiel notó un cambio bastante grande en la actitud de la rubia. Ya no la ignoraba, le respondía con monosílabos y, aunque no tan frecuente, seguía evitándole la mirada a veces, y puede que nadie más pudiera decir que aquello era una mejoría, pero Amelia si lo notaba. Un paso muy pequeñito, pero era el primer paso hacia la reconciliación que Luisita había dado, y la ojimiel lo celebraba en silencio como una gran victoria.

Y ese día, era ese día de la semana donde daba igual que se ignoraran o no, que debían comportarse, porque nadie quería que los Gómez fueran testigos de aquella mala convivencia, y mucho menos durante la comida, con lo mucho que se esforzaba cada domingo Marcelino con que la paella fuera perfecta, para que ellas lo estropearan con sus tonterías. Bueno, en realidad Amelia no sabía si el motivo de aquella enemistad era una tontería o no, y aunque no estaba muy segura de querer descubrir la verdad, la ignorancia la mataba casi tanto como los desprecios de la rubia. Pero por primera vez desde que había vuelto, Amelia podía ir a comer tranquila sabiendo que aquella tensión se había relajado un poco.

Caminaba por la Plaza de los Frutos hacia la casa de los Gómez con más cansancio del habitual, ya que el tiempo se le había echado encima y venía directamente desde el teatro. Los domingos solían tener una función infantil y a Amelia simplemente le encantaba, porque lo que más se veía era a niños ilusionados acompañados de sus abuelos y abuelas aún más ilusionados al ver la alegría de quienes estaban en su regazo. No era una función larga, por lo que solía terminar con bastante tiempo para volver a casa y descansar un poco antes de ir a comer, pero esa vez se quedó un poco más y no por motivos laborales. Tenía que explicarle a su compañera el porqué la dejó tirada en el último momento antes de su cita, porque aquello había estado demasiado feo y Amelia no estaba con la conciencia tranquila. Le contó que tuvo una emergencia familiar, excusa perfecta a la que nadie hace preguntas al respecto. Podría haberle pospuesto la cita, podía haberle dicho de ir a comer juntas o incluso de tomar un café en ese momento, pero no, simplemente le dio las gracias por la comprensión y ya está. No sabía explicarle a aquella chica porque no podía tener una cita con ella, porque ni si quiera sabría explicarse a sí misma. Ni sabría ni quería.

Además de todo el cansancio que llevaba arrastrando por el trabajo en el teatro, tenía que añadirle que esa noche había tenido una pesadilla horrible, de esas que ojalá pudiera decir que era simplemente eso, porque no lo era, porque no era una simple pesadilla, sino un recuerdo nítido de su infancia. Estaba llevando el regreso a ese barrio y el enfrentamiento a aquellos recuerdos mejor de lo que esperaba, pero sin embargo, no podía evitar que su subconsciente le jugara aquellas malas pasadas.

Así que ahí estaba, frente a la puerta de los Gómez, soportando su cansancio e intentando mentalizarse para lo que le esperaba porque, aunque entre ella y Luisita la situación fuera menos tensa, aún así tenía que seguir soportando a la novia de esta, y para ella no tenía tanta paciencia. Tocó el timbre y en cuanto se abrió y vio la sonrisa de Manolita, toda aquella mala sensación se desvaneció. Cada vez que veía a esa mujer se acordaba de su madre, y no sólo por los recuerdos que tenía asociados a ella, sino por la mirada tan maternal que le dedicaba cada vez que la veía.

- Hija por fin estás aquí, te estábamos esperando. – dijo Manolita abriendo los brazos para acogerla en ellos.

Amelia no se lo pensó y abrazó a esa mujer. Manolita notó como la ojimiel la abrazada con algo más de fuerza de lo normal, y aquello le hizo pensar que había tenido un mal día o simplemente no se encontraba del todo bien, así que le correspondió con la misma fuerza aquel abrazo que parecía necesitar.

- Si, lo siento, es que se me ha hecho tarde en el teatro.

Se separó de ella y vio que todos estaban ya sentados en la mesa sin haber tocado nada de sus platos, y su pecho se derritió cuando vio que realmente la estaban esperando para empezar.

- ¿Habéis tenido muchas representaciones hoy? – preguntó Marcelino mientras Amelia tomaba asiento al lado de su mejor amiga.

- Sólo un par, lo que pasa que tenía que aclarar un par de cosas con una compañera y ya está.

Miró a María que le levantaba las cejas sabiendo a qué compañera en concreto se refería y la ojimiel le dio un pequeño codazo para que parara. María sabía que Amelia canceló aquella cita, y aunque no le dijo que fue para quedarse en casa y cuidar de su pitufa, la mayor de las Gómez intuía que fuera el que fuese el motivo, tenía que ver con su hermana pequeña, porque ella también había notado que, desde aquella noche en concreto, ya no había discusiones en aquel apartamento. Amelia levantó la vista para mirar a la pareja que tenía enfrente, y aunque Bea ni levantó la mirada ni Amelia hizo el intento de buscarla, se fijó directamente en aquellos ojos enormes marrones que, aunque la miraron sólo por una décima de segundo, fue más que suficiente para poder apreciar que, a pesar de que aquella pequeña tregua que tuvieron debido a los analgésicos se había acabado, cada vez había más de su pitufa en aquella mirada.

- Espero que no haya nadie molestándote, charrita. – dijo Pelayo mientras se repartía la comida en su plato.

- No no, para nada, de verdad. He tenido mucha suerte con todas las personas con las que estoy trabajando, y con el público también ¿eh?, que no sería la primera vez que hay algún insoportable.

La cara de Marcelino se iluminó y aunque Amelia no entendía porqué, el resto de su familia ya adivinaba por donde iba a salir.

- Que digo yo, Amelia, que a ver cuando nos puedes conseguir unas entradas para ir a verte ¿no? Que estamos deseándolo.

Amelia miró a su alrededor para ver si aquello era cierto y pudo ver la ilusión en la cara de casi todos los presentes.

- Pues claro Marce, yo os consigo un par de entradas para cuando haya alguna función que esté bien.

- No mujer, un par no, que todos queremos ir, ¿verdad?

Todos le dieron la razón menos la pareja que, al haberse quedado calladas, se hicieron notar, así que Marcelino se quedó esperando a su hija pequeña a que diera una respuesta, pero antes de que pudiera inventarse algo, su novia habló por ella.

- Es que últimamente estamos un poco ocupadas para ir al teatro. – y le enseñó a su suegro con la sonrisa más encantadora que tenía.

Luisita la miró y, tras la mirada que recibió, entendió perfectamente a qué se refería.

- Si, debería usar todo el tiempo libre que tengo para buscar un trabajo de verdad. – dijo Luisita, pero no eran sus palabras, era aquella frase que tanto le repetía su novia, que ya la tenía automatizada.

- Luisi, el King's también es un trabajo de verdad. – intervino su hermana algo seca.

No era la primera vez que María escuchaba aquel comentario, y siempre le ofendía que su hermana no valorara aquel trabajo, porque era su negocio, y se esforzaba cada día al máximo para abrirse camino en aquel mundo. Ya le costaba bastante que la tomaran en serio sus competidores como para que su hermana también viera aquello un juego, como cuando eran niñas y ayudaban a su abuelo a poner cafés. Intentaba no enfadarse porque en realidad, sabía que aquella idea se la había metido Bea en la cabeza, pero a veces le costaba.

- Ya lo sé, Mary, sé que ser camarera es tan válido como cualquier otro trabajo, sólo digo que me he tirado cuatro años estudiando algo que me gusta y ahora quiero buscar un trabajo sobre ello, eso es todo.

María no contestó, porque por el bien de su hermana, no quería decir en voz alta lo que realmente pensaba, y cuando se formaban aquellos silencios incomodos entre hermanas que solo ellas entendían, su madre siempre hacía lo posible para rebajar la tensión.

- Si eso está muy bien hija, ¿pero no puedes buscar aunque sea una mañana para pasarla en familia e ir a ver a Amelia?

Su madre intentó buscar el contacto visual con la rubia, pero no lo consiguió porque Luisita estaba demasiado ocupada intentando pensar alguna excusa, y cómo si fuera algo a lo que estaba demasiado acostumbrada, miró a su novia en busca de permiso para aceptar aquel plan, pero solo le bastó un segundo para entender que no lo conseguiría. Desgraciadamente, no fue la única que se dio cuenta de aquella mirada, pues tanto Pelayo como María y Amelia también se habían dado cuenta de aquel cruce breve de miradas, pero como siempre, fue la última la que salió en su ayuda.

- Bueno, si no puedes ahora no te preocupes, ya te reservaré entradas si hacemos algún día Grease.

Luisita simplemente asintió algo roja porque no sabía muy bien que contestar. Amelia sabía perfectamente cuanto le gustaba a la rubia la película del musical, y en especial, Rizzo. Se acordaba que le encantaba aquella forma de vivir que tenía aquel personaje, de vivir sin importar las habladurías ni lo que pensaran los demás. Que diferente era la forma de pensar de ahora de su pitufa.

La ojimiel giró la mirada hacia la acompañante de la rubia y si, las miradas matasen, Amelia probablemente ya estaría bajo tierra. Pero lo que no sabía Bea es que, si normalmente la morena ponía todo su esfuerzo en soportarla, aquel día no tenía muchas fuerzas ni humor para aquello, así que Amelia solo rezaba para que la dejara en paz y no agrandara su jaqueca.

Siguieron comiendo y Amelia seguía esforzándose cada vez más en ignorar los comentarios de Bea. No sabía si es que realmente a ella ese día en especial le molestaba todo lo que salía por aquella boca o es que hoy estaba más insoportable que de costumbre, pero estaba llegando a su límite. Amelia era una persona que se caracterizaba por la paciencia y la tranquilidad que desprendía siempre, tanto por fuera por dentro, por eso ni ella misma entendía porqué en esos momentos se sentía como una bomba de relojería apunto de estallar. Nadie se estaba dando cuenta de la tormenta que empezaba a crecer en su interior, excepto Pelayo, que la miraba de reojo sabiendo que se avecinaba un temporal que azotaría a todos los presentes.

Con sus platos ya vacíos, únicamente quedaba el postre, y aunque habían comido toda la paella, ¿quién se podía negar a aquel bizcocho tan delicioso de la pastelería de la esquina?

- Luisita cariño, ¿quieres postre? – le dijo Manolita acercando la bandeja a su plato.

Estaba a punto de estirar la mano para coger un trozo, pero Bea ya le estaba susurrando en la oreja como aquel diablo sentado en el hombro.

- ¿De verdad tienes hambre después de todo lo que has comido?

Luisita miró su plato vacío y pensó que su novia tenía razón. Daba igual si tenía más hambre o no, la cuestión es que lo que se había establecido como su ración del día ya se la había comido y con eso ya tenía que ser suficiente. Pero antes de que pudiera responderle, una voz sorprendió a todos por meterse en aquella conversación. Pero es que no pudo evitarlo, hasta ahí había llegado su paciencia.

- Creo que Luisita es capaz de decidir si quiere seguir comiendo o no por ella misma.

Todos la miraron sorprendida tras aquel comentario, y la que más Bea, pero a pesar de sentirse avergonzada por aquel ataque, no pensaba quedarse callada.

-Si, pero como buena novia le estoy recordando lo que ella ya sabe.

- ¿Qué es?

Bea no quería decirlo delante de sus suegros, pero ella también estaba llegando a sus límites con esa desconocida que se habían colado en su vida sin ningún permiso.

- Mirar por su salud. El peso demás puede ser peligroso.

- Por supuesto que sí, diez o quince kilos demás, y no creo que por comer postre se tenga que preocupar por llegar a eso.

- Pues si no llega a eso es por estar recordándoselo, ¿verdad cielo? – dijo mirando a la rubia en busca de apoyo.

- Claro que sí, gracias. – y le devolvió la sonrisa que le había dedicado su novia.

-Pero no le des las gracias, que te está controlando. Joder. – gruñó Amelia por lo bajo y sintió la mano de su mejor amiga apretar la suya por debajo del mantel, pero no sabía si era para trasmitirle calma o para advertirle que echara el freno.

La ojimiel se había olvidado totalmente de usar los filtros necesarios que parecían tener todos para hablar con Bea.

-Amelia... – empezó advirtiendo Luisita.

- ¿Sabías que además de poder decidir cuánto comer, también sabe tomar otras decisiones? Como cómo vestir, por ejemplo.

- Amelia – segundo aviso.

- Que yo sepa no tiene ninguna discapacidad que le impida decidir por si misma, no sabía que necesitara una tutora controlando cada decisión que toma en la vida. ¿Sabes que es tu novia, y no tu puta marioneta?

- ¡Amelia! – y el enfado de las palabras de Luisita pareció hacerla despertar de aquel ataque de ira.

Se dio cuenta de que Bea casi podía temblar del enfado que estaba conteniendo, y la cara de Luisita era más de pánico por la reacción de su novia que por otra cosa. Miró a su alrededor y las caras de los que la rodeaban, que también estaban sorprendidos, porque Amelia no era una persona que perdiera el temperamento. La ojimiel volvió la mirada hacia aquellos ojos que la miraban tan desafiantes, esperando a que respondiera aquel ataque. Pero no lo hizo. No lo hizo porque Bea era mucho más inteligente que todo eso, y sabía que, en esos momentos, no tenía nada que decir para contraatacar, ni quedar bien, y de lo que no se dio cuenta Amelia es que muchas veces, el silencio es la mejor respuesta.

Al cabo de unos segundos, su contrincante cortó aquel contacto visual que estaba durando demasiado, y Amelia se dio cuenta de había perdido el duelo cuando sin decir nada, Bea cogió su bolso y salió por la puerta, quedando como la pobre víctima. Cerró los ojos maldiciéndose por haberse dejado llevar y, cuando los abrió, lo único que pudo ver frente a ella era aquellos ojos marrones que tanto habían dado alegría a su vida, que ahora la miraban con el mayor de los odios.

Luisita se levantó y, sin hacer caso a sus padres que la llamaban para que se quedara, salió de la casa dando un portazo que hizo que reinara el silencio en aquel salón. Sintiendo todas las miradas en ella y siendo incapaz de corresponderlas por vergüenza, ella también quiso huir.

- Lo siento. – murmuró.

Se levantó y se dirigió a la que, durante muchos años, fue su habitación en aquella casa, sin pensar en qué sería ese cuarto ahora que no dormía nadie ahí. Pero cuando abrió la puerta y vio que la que era su lado de la habitación seguía tal y como estaba, su corazón dio un vuelco, porque a pesar de tantos años y de no haber sabido nada de ella, los Gómez habían mantenido la esperanza que de volviera a casa.

Se dejó caer en la cama y cerró los ojos. Se odiaba porque sabía que el poco progreso que había conseguido con la rubia lo había mandado ella solita a la mierda en cuestión de segundos, y ya no sabía como podría arreglarlo. Y ya no sólo era el dolor porque Luisita volviera a odiarla tanto como el día que volvió, sino por otro más añadido al que no sabía ponerle palabras. Aun con los ojos cerrados, sintió como alguien entraba en la habitación y se sentaba con ella en el borde de la cama, y supo perfectamente a quien se encontraría si lo miraba.

-Lo siento Pelayo. No quería formar un espectáculo. – dijo antes de abrir los ojos y ver a aquel hombre mirarla con una pequeña sonrisa para consolarla.

- No te preocupes, charrita. Creo que esa niña necesitaba que le pusieran los puntos sobre las ies desde hace mucho tiempo, pero no he venido por eso. ¿Me quieres contar el verdadero motivo por el que estás así?

Amelia dudó, y sabía que podía engañarse a sí misma, pero no a él.

- Es que me pone mala, no la soporto. – dijo soltando un bufido. – Luisita era la persona más cariñosa, simpática, risueña y alocada que he conocido en mi vida y esa bruja no hace más que matarla cada vez más con sus desprecios. Y ella no lo ve, Pelayo, ¿Cómo no puede verlo? Se merece todo el amor del mundo y esa imbécil ni si quiera la abraza, si yo fuese... - se calló al darse cuenta de lo que estaba a punto de decir. – Si yo tuviese novia, le haría saber constantemente que soy la persona más afortunada del mundo por estar a su lado.

Pelayo sonrió, porque también se dio cuenta de lo que estuvo a punto de decir.

- Te comprendo, hija, yo también siento impotencia. Te advertí que no la subestimaras, Bea es muy inteligente y sabe que no siempre se pelea con palabras, a veces una retirada a tiempo da la victoria.

- Ya lo sé, pero es que no he podido aguantar. – murmuró como una niña pequeña que estaba siendo regañada.

- Lo sé, charrita. Lo que tienes que hacer ahora es actuar antes de que sea tarde.

Amelia lo miró totalmente extrañada.

- ¿A qué se refiere?

- Pues que tienes que hablar con Luisita antes de que Bea la ponga en tu contra.

Se rio, no quiso ofenderlo, pero es que eso realmente sonaba como un mal chiste.

- Pelayo, no es por nada, pero Luisita ya está en mi contra.

- Luisita no está bien y la paga contigo porque tiene confianza suficiente para hacerlo.

Ella sabía que no era así, que si era algo personal, pero no quería terminar de tumbar todas las esperanzas de aquel abuelo.

- No sé yo...

Ambos se quedaron callados porque en realidad Pelayo sabía que en el fondo la ojimiel tenía razón.

- Amelia yo lo único que te puedo decir es que sé que tú siempre has defendido a Luisita, ella también lo sabe, pero hay muchas formas de defenderla, y en esta ocasión, no es devolviendo la misma piedra que te han lanzado. Rectifica y pídele perdón, pero hazlo antes de que sea tarde y ese demonio la convenza de que eres su mayor enemiga.

La ojimiel lo miró y pudo ver aquel amor de abuelo y fue imposible llevarle la contraria.

- Está bien, tiene razón. – suspiró.

- Así me gusta, charrita. – le dijo más ilusionado. – Ahora, quédate aquí un rato para aclarar la cabeza y en cuanto te relajes, vete a casa y no dejes que Luisita se mueva hasta que te escuche.

Amelia se rio y sin darse cuenta, se le escaparon las lágrimas que no sabía que tenía acumuladas en los párpados. Pelayo se las retiró con la mano y, tras una sonrisa, salió de ahí para dejarla a solas, y cuando aquel hombre cerró la puerta tras de sí, se quedó pensando en aquella situación. No podía culpar a la ojimiel por haber estallado, al fin y al cabo, había sido la única con las suficientes agallas para decir lo que todos callaban, pero por el motivo por el que no podía reprochárselo, era porque Amelia, absolutamente nunca, se quedaba quieta si alguien se metía con su pitufa.



Flashback

Era una mañana de verano calurosa, pero no lo suficiente como para que el día dejara de ser agradable. Los parroquianos se acercaban a El Asturiano en busca de un zumo o un refresco, algo lo suficientemente frío para contrarrestar la temperatura. Y ahí se encontraba Pelayo, atendiendo a sus fieles clientes con una sonrisa en el rostro. Aquel bar era su vida, junto a su familia, por supuesto. Sus tres nietas eran la luz de sus ojos, sí, tres nietas, porque desde la primera vez que vio a aquella pequeña morena que para ese entonces tenía apenas unos meses de vida, supo enseguida que la querría como una charrita más. Amelia se había robado el corazón de los Gómez y Pelayo no era la excepción; le encantaba ver a la pequeña de rizos jugar y corretear con María por toda la plaza. Luego llegó Luisita, su ojito derecho, y supo que esas tres niñas harían con él lo que ellas quisieran. Amelia no compartía la misma sangre que él, pero después de tantos años que le adjudicaron una gran sabiduría, Pelayo sabía que no era necesario ningún lazo de sangre para sentir a una persona como tu familia, y eso era Amelia, familia.

Los Gómez eran conscientes de la realidad que vivía Amelia en su casa por culpa del monstruo de su padre, bueno, si es que a eso se le puede llamar padre, porque un padre de verdad, quiere y protege a sus hijos con su vida, no la menosprecia y golpea como lo hacía Tomás Ledesma con Amelia. Quizás los golpes no eran siempre físicos, porque Devoción terminaba haciendo de escudo y llevándose moretones con tal de proteger a su pequeña, pero el maltrato psicológico que sufría Amelia, le partía el alma a Pelayo; por eso se prometió sacarle una sonrisa a esa pequeña de rizos y ojos miel que había llegado a sus vidas para quedarse.

Amelia era una niña encantadora, educada, inteligente, guapa y justa. Cualquiera pensaría que una niña que ha pasado por momentos tan duros, se habría reprimido y hecho cada vez más pequeña, pero Amelia no, Amelia era la valiente y le encantaba defender a las personas que quería, pero sobre todo a Luisita; la ojimiel desde muy pequeña sintió un instinto de protección por la pequeña rubia, y todo aquel que osaba a meterse con ella o su mejor amiga María, se las tenía que ver con ella. Así era Amelia.

Mientras Pelayo limpiaba las mesas de la terraza que se habían desocupado, miraba con atención a María y Amelia, quienes se encontraban jugando a la pelota con varios niños de la plaza, entre ellos Sebastián, el sobrino del dueño de la marisquería del barrio, el cual era muy amigo de la familia. Pelayo sonreía cada vez que alguna de sus nietas hacia un gol y lo celebraban a lo grande, le encantaba ver a Amelia sonreír, así merecía estar siempre. La ojimiel no tenía permitido salir todos los días, pero aquella mañana Tomás debió estar tan ocupado o tan borracho que ni siquiera debe recordar que tiene una hija, y tan deprimente situación es lo que permitía que Amelia pudiera estar en ese momento disfrutando de la libertad de divertirse que debería tener cualquier niña de diez años como ella.

Justo cuando Pelayo se disponía a regresar a la barra del bar, se fija en que una pequeña rubia de ojos marrones y carita de ángel se dirige a él, se acercaba sonriente con una mochila a en sus hombros y un dibujo en sus manos; corría para llegar más rápido a su abuelo mientras Manolita detrás de ella le pedía que no lo hiciera por miedo a que se lastimara.

- Hola, charrita. - Dice Pelayo alzándola en brazos. - ¿Qué es eso que traes ahí?

- Un dibujo, abuelo. - Responde Luisita con una pequeña sonrisa que derrite a cualquiera. - Es para Amelia.

- Hala, pero que bonito te ha quedado.

- Gracias, abuelo. Mire, somos María, Amelia y yo. - Dice señalando el dibujo.

En ese momento Amelia mira en dirección a la puerta del bar y nota la presencia de Luisita, eso le basta para pedir un pequeño descanso para beber agua, pero la verdad es que ella solo quería saludar a su pitufa.

- Hola, pitufa, ¿cómo estás?

- Hola, Amelia. - Sonrió avergonzada y escondiendo el dibujo nada más verla.

- Luisi, ¿y si le muestras a Amelia lo que le has traído? - Pregunta Pelayo mientras la deja en el suelo para que la pequeña rubia quedara casi a la misma altura que Amelia.

- ¿Qué me has traído, pitufa?

- Bueno, es que te he dibujado esto. - Le entregó aquel dibujo mientras evitaba mirarla a la cara y llevaba su pulgar a la boca en clara señal de nerviosismo.

- ¿Esto es para mí? - La rubia asintió. - Gracias, Luisi. Me encanta. - Agradeció la ojimiel con una enorme sonrisa que hizo desaparecer cualquier miedo de la más pequeña. - ¿Quieres venir a jugar a la pelota con nosotras?

- Sí. - Afirmó Luisita ilusionada con la idea de jugar con niños grandes, pero sobre todo con Amelia.

Pelayo las observaba con ternura, aquel cariño que se tenían ambas niñas era tan genuino y bonito, que era inevitable no emocionarse al verlas compartir de esa manera. Luisita dejo su mochila al cuidado de su abuelo, Amelia también le encargó su dibujo y juntas de la mano se acercaron al resto de los niños donde también las esperaba María. Amelia era una especie de líder de ese grupo de ocho niños, así que al decir que el juego se reanudaba, todo volvieron a sus puestos, excepto Sebastián, quién lucía un poco enfadado.

- Ella no puede jugar aquí. - Dijo el pequeño acercándose a Amelia y señalando a Luisita, quien se escondía detrás de ella.

- ¿Por qué no? - Preguntó Amelia extrañada.

- Porque tiene seis años y ni siquiera saber jugar a la pelota. Es malísima. - Se burló mientras empezaba a reírse en compañía de un par de niños más.

- Pero si tú tienes la misma edad. Además, Luisita juega mucho mejor que tú, para que lo sepas. - Contestó una Amelia cada vez más enfadada.

- Yo soy niño y soy más alto, y eso no es cierto. - Refutó indignado. - Mejor vete a jugar a las muñecas o a dibujar. - Dijo el niño esta vez mirando directamente a la rubia que cada vez estaba más escondida detrás del cuerpo de Amelia.

- ¡No le hables así! - Le advirtió Amelia levantando la voz.

- ¿Qué está pasando aquí? - Pregunta Pelayo al notar desde la distancia que algo pasaba.

- Que Sebastián no quiere dejar jugar a Luisita, abuelo. - Responde María.

- Pero si Luisita no juega, nosotras tampoco. - Afirma Amelia con rotundidad.

- Eso es. - La apoya María.

- Amelia, ya no quiero jugar a la pelota. - Dice Luisita en un hilo de voz mientras le corre una lágrima por su mejilla. Amelia lo nota y eso logra que se enfurezca aún más. Por culpa de Sebastián, Luisita estaba llorando, y eso era algo que no pensaba permitir.

- Sebastián, no creo que tu tío se ponga muy contento con tu comportamiento. - Aporta Pelayo y esto hace que la cara del pequeño se desencaje al imaginar el regaño que se llevara por aquello.

- Vámonos, María, vamos a jugar con Luisita a otro lado.

- Pero la pelota es de ustedes, si se van no vamos a poder seguir jugando. - Comentó Carlos, otro de los niños del barrio.

- Si Sebastián se disculpa con Luisita, les préstamos el balón. - Dice Amelia y en ese momento todos voltean a ver al niño, quien al sentirse tan intimidado, no le queda de otra que agachar la cabeza.

- Lo siento, Luisita, no debí hablarte de esa manera.

- No vuelvas a tratarla así o te las vas a ver conmigo. - Le advierte la pequeña de rizos con el dedo índice.

Amelia tenía una cara que desprendía dulzura, pero aquello cambiada por completo cuando de defender a su pitufa se trataba. No soportaba que alguien la hiciera sentir mal.

- No llores, pitufa. - Le pide mientras secaba las lágrimas de Luisita con sus pulgares. - Todo va estar bien, ¿vale? Sebastián no te volverá a molestar. - La pequeña rubia asintió sorbiéndose la nariz. - Y si lo volviera a hacer, él o cualquiera, yo voy a estar aquí para defenderte. Nada te va a pasar porque yo te voy a cuidar siempre.

- ¿Segura?

- Segura. - La abrazó. - ¿Quieres que dibujemos?

- ¿Podemos armar un rompecabezas? - A Amelia no le gustaba mucho ese juego, pero por alguna extraña razón que la ojimiel no entendía, a Luisita le encantaba, y sabía que eso lograría que la pequeña rubia se sintiera mejor.

- Claro que sí, pitufa, vamos.

Pelayo se mantenía a una distancia prudente, pero sin dejar de prestar atención a la escena y, como ya se lo imaginaba desde el instante que se dio cuenta que algo pasaba en el grupo de niños, no tenía de que preocuparse, porque si Luisita estaba con Amelia, nada malo le podría pasar. Y aquello lo comprobó con el tiempo, Amelia siempre cuidaría de Luisita.


Fin del flashback

Cuando Pelayo llegó al salón, la única que quedaba allí era María y estaba a punto de salir por la puerta de la casa cuando sus miradas se cruzaron, y en cuanto vio los ojos de su abuelo, algo le decía que, a pesar de no saber qué le había dicho a Amelia, sería algo que marcaría un antes y un después en aquel apartamento. Y así fue, porque en cuanto la ojimiel llegó a casa para hablar con la rubia, la vida la abofeteó una vez más con la verdad.


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Flashback especial con la colaboración de LuimeliaFics2021 , muchas gracias por este y por la ayuda de siempre💜

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