Un refugio en ti (#1)

By ladyy_zz

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Qué topicazo, ¿no? ¿Enamorarse de la mejor amiga de tu hermana? Pues eso es exactamente lo que le había pasad... More

1. El pasado ha vuelto
2. Pitufa
3. Princesas y guerreras
4. Bienvenida a casa
5. ¿Puedo tumbarme contigo?
6. Cubrirnos las espaldas
8. María Gómez
9. No juegues con la suerte
10. Marcando territorio
11. La tercera hija
12. Netflix y termómetro.
13. Duelo en el Lejano Oeste
14. Lo que pasó
15. Carita de ángel, mirada de fuego.
16. Versiones
17. Bandera blanca
18. Un refugio
19. Lo normal
20. La puerta violeta
21. El silencio habla
22. Curando heridas
23. Perdonar y agradecer
24. Favores
25. I Will Survive
26. No es tu culpa
27. Sacudirse el polvo
28. Tuyo, nuestro.
29. Siempre con la tuya
30. Mi Luisi
31. Antigua nueva vida
32. Fantasmas
33. Es mucho lío
34. Cicatrices
35. El de la mañana siguiente
36. Primera cita
37. Imparables.
38. La tensión es muy mala
39. Abrazos impares
40. A.P.S.
41. Juntas
42. Reflejos
43. Derribando barreras
44. Contigo
45. Pasado, presente y futuro
46. Secreto a voces
47. La verdad
48. Tú y sólo tú
49. OH. DIOS. MIO.
50. ¿Cómo sucedió?
51. Capitana Gómez
52. Gracias
53. Primeras veces
54. Conociéndote
55. Media vida amándote
56. Pequeña familia
57. El último tren
58. Final
EPÍLOGO
Parte II
61. Jueves
62. Dudas y miedos
63. La explicación
64. Viernes
65. A cenar
66. Conversaciones nocturnas
67. Sábado
68. Gota tras gota
69. Pausa
70. La tormenta
71. Domingo
72. Lunes
FINAL 2
📢 Aviso 📢
Especial Navidad 🎄💝

7. La convivencia

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By ladyy_zz

Había pasado ya una semana desde que Amelia se había instalado con ellas y aún no se había acostumbrado a su presencia. Era cierto que la ojimiel se había pasado media vida prácticamente viviendo en la casa de los Gómez, por lo que Luisita debería estar más que acostumbrada a convivir con ella, pero no era así. Primero, porque conforme pasan los años, las personas vamos adquiriendo diferentes costumbres y cuesta adaptarse. Segundo... porque la seguía odiando. En realidad, ella no quería admitírselo, no era tanto que la odiaba como persona o por su forma de ser, simplemente estaba tan enfadada con ella que absolutamente todo lo que tenía que ver con Amelia la cabreaba. Porque no odiaba la personalidad de la ojimiel, sino que odiaba que fuese tan amable, dulce y generosa como siempre, como si nada hubiera pasado.

Lo cierto es que desde que la morena había vuelto a su vida, Luisita evitaba estar en su casa lo máximo posible, yendo a dormir más veces que nunca a casa de su novia. La verdad es que, a pesar de que Bea viviera sola, no solían estar en su casa sino en la de las hermanas Gómez. La excusa era que aún no estaban en ese punto de la relación para mudarse juntas, y al pasar tanto tiempo a solas en esa casa, podrían tender a ello poco a poco. Pero en realidad, la razón por la que Bea prefería ir a casa de Luisita era porque podía ir cuando quisiera e irse cuando ya se cansara, manteniendo su libertad. Era contradictorio, porque por un lado aquella libertad para poder estar libremente con sus amigas no era compatible con lo poco que le gustaba que Luisita hiciera lo mismo, pero eso la rubia no lo veía. Sin embargo, Bea prefería "sacrificar" su libertad a que Luisita durmiera bajo el mismo techo que otra mujer que no era de su familia, así que aceptó ese cambio de rutina.

Pero esa noche había dormido sola en su habitación porque su novia había salido de fiesta con su grupo y ella había trabajado hasta tarde en el King's, y aunque Bea hubiera estado ahí con sus amigas, se fueron antes de que Luisita acabara el turno, por lo que la rubia simplemente llegó a casa a las tantas derrotada deseando descansar. A pesar de la hora a la que se acostó, se había despertado relativamente temprano, y al mirar al reloj, pensó que si se daba prisa, podría coger un café para llevar y volver a acudir a aquella librería. Desechó esa posibilidad, ya que se habría prometido a si misma hacer caso a su novia, porque tenía razón, porque era un sueño sin sentido y cuando antes volviera a la realidad mejor.

Se puso sus auriculares y dejó que la música fluyera por sus oídos. Era raro, porque eso de ponerse música mientras estás tumbada en la cama era algo que se solía hacer de noche antes de quedarse dormida, pero ella no, ella que siempre iba a contra corriente, le gustaba ponerse una canción antes de empezar su día. Pensaba que así podría influenciar en su despertar, en su estado de ánimo. Casi siempre intentaba que fueran canciones animadas, pero a veces, cuando simplemente no se encontraba de humor, ponía alguna a sabiendas que estaría de bajón durante todo el día. Pero era algo que también le gustaba, aceptar la tristeza, aceptar el dolor. Aquella lección que le enseñó Devoción y que nunca olvidaría. Le dio al play y cuando la canción que había elegido ese día, "Duelo dulce" de Babi, estaba acabando, decidió salir de la cama para, ahora sí, empezar su día.

Se dirigió hacia el baño y Luisita entró con los auriculares puestos a lavarse la cara, aunque sabía que el agua no quitaría ni las ojeras ni la tristeza que la consumía sin saber muy bien porqué. Levantó la cabeza tras haberse secado la cara para mirarse a su reflejo, aunque hacía tiempo que no le gustaban las vistas, y se fijó tras de sí en el espejo. No sabía si estaba soñando o no, pero vio la perfecta silueta de la figura de la ojimiel mientras le caía el agua de la ducha encima. La cortina era traslucida, no podía ver los detalles pero si perfectamente cada curva de su cuerpo y como estaban haciendo que le dejase de circular la sangre. No le dio tiempo a reaccionar ni a apartar la mirada porque, como si Amelia hubiera sentido aquella mirada sobre ella, se giró y la descubrió.

- ¡Luisita! – gritó intentando taparse con la cortina de la ducha, aunque poco servía porque cuanto más se la acercaba, más transparente era el material.

- ¡Perdón! – dijo tapándose los ojos y saliendo rápidamente de ahí.

Estaba muerta de vergüenza por haber sido pillada, pero, sobre todo, lo que realmente le recorría el cuerpo era una sensación totalmente diferente que nunca admitiría ni para si misma. Se dirigió hacia el salón, pero no le dio tiempo a avanzar mucho, porque la morena salió del baño envuelta en una toalla totalmente enfadada.

- ¿Pero a ti que te pasa? ¿No sabes que cuando suena el agua de la ducha es porque alguien está dentro?

Se giró a mirarla con muchísimo esfuerzo, intentando borrar la imagen de Amelia duchándose de su mente.

- Tenía los auriculares, ¿vale?

- ¿Y no sabes llamar o qué?

- ¿Y tú? ¿Sabes que tenemos pestillo? Es eso que sirve para cerrar la puerta y que nadie entre.

- No me vaciles porque no ha sido mi culpa.

- Claro que si, Amelia. ¿No quieres que entre? Pues cierra.

- No voy a cerrar y punto. Así que la próxima vez, llama a la puerta. ¿Crees que serás capaz, pitufa?

- No me llames así. – refunfuñó harta de aquel mote.

Luisita no entendía porque ella era la culpable, si la que tenía la opción de elegir que nadie entrara era ella, tan fácil como haber echado el pestillo. Lo que si podía decir es que Amelia estaba realmente alterada con la idea de cerrar por dentro. Antes de que ninguna pudiera lanzarse otro dardo, se escucharon las llaves abriendo la puerta, y cuando María cruzó el umbral y se encontró a Amelia en toalla en mitad del salón totalmente enfadada, sabía que se tendría que preparar otra vez para hacer de mediadora.

- ¿Qué pasa aquí?

- Tu hermana que no sabe llamar antes de entrar en una habitación. – dijo Amelia señalando a Luisita como si no estuviera presente.

- Pues echa el pestillo.

- Que te he dicho que no me da la puta gana. – dijo en un tono demasiado elevado para el que estaba acostumbrada.

Ambas hermanas se sorprendieron de la dureza de aquellas palabras. Pocas veces, por no decir nunca, habían visto a Amelia gritar y mucho menos tan enfadada. Luisita no sabía que mierda le pasaba con las puertas, pero se dio cuenta de que no había echado el pestillo por simple despiste. Sin embargo, María si sabía de que iba el tema, sobre todo por la cantidad de noches que habían dormido compartiendo habitación y se habían confesado sus mayores miedos, sobre todo la ojimiel.

- Tranquila, Amelia. Yo me encargo, ¿vale? – interrumpió María intentando tocarle el brazo para tranquilizarla, pero en cuanto la ojimiel notó el contacto, apartó rápido el brazo por reflejo, pero luego vio los ojos de su mejor amiga y parecía volver a la realidad.

Asintió levemente y apretó la mano de su amiga murmurando un "gracias" y volvió al baño.

- ¿Y ahora cual es el problema? – no le hacia falta investigar más, porque desde hace tiempo, casi todos los confrontamientos eran por culpa de Luisita, daba igual con quien.

- Que yo no he hecho nada, que ha sido ella que no ha cerrado el pestillo. Si no sabe que cuando convive con mas gente hay que echarlo si no quieres que entren cuando te estás duchando, no es mi problema.

- Pues acostúmbrate a llamar a la puerta, porque Amelia no va a usar nunca pestillo.

- ¿Por? – la miró totalmente extrañada.

María miró hacia la puerta por la que había desaparecido Amelia y pareció dudar de desvelar el secreto de su amiga, pero sabía que era necesario para que su hermana empatizara con ella, así que bajó el tono para que no la escuchara.

- Es claustrofóbica.

Luisita se rio y eso descolocó a su hermana

- ¿En serio? Que tiene, ¿seis años?

Si María se estaba enfadando con la actitud de su hermana, ahora estaba empezando a llegar a su límite, como siempre últimamente.

- Primero, no me puedo creer que siendo psicóloga te rías de una fobia, – Luisita se puso seria sintiéndose avergonzada por su actitud, porque su hermana tenía razón. – y segundo, si tú hubieras vivido las cosas que ella vivió con seis años, tendrías traumas mucho más graves que una claustrofobia, créeme.

- No me estoy riendo de eso, solo que se ha comportado como una cría y me sé su historia, no hace falta que me trates de ignorante, pero eso no la justifica para saltarse las normas de convivencia.

- Mira Luisa, tú no sabes ni la mitad de por lo que ella ha pasado porque ella siempre fingía que todo iba bien, sobre todo delante tuya, así que déjala tranquila. Ella no es la única que se tiene que amoldar a la convivencia, así que hazte a la idea de que cuando entres al baño, tienes que tocar primero. ¿Crees que podrás recordarlo?

La rubia estaba harta de ser el último mono en aquel apartamento, de que esas dos amigas se compincharan y que siempre se salieran con la suya.

- Que harta estoy de esta casa. Si lo llego a saber, me hubiera ido a una residencia de estudiantes.

Se dio la vuelta para dirigirse a su habitación porque se le habían quitado hasta las ganas de desayunar.

- Buena suerte con que no te hubieran echado, porque lo que yo aguanto contigo y con esa novia que tienes es para que me den un premio a la paciencia. – escuchó decir a su hermana detrás suya.

Se metió en su habitación y antes de cerrar la puerta, puso su punto y final para cerrar también aquella conversación.

-Vete a la mierda. Las dos. ¡Iros a la mierda!

El portazo retumbó por todo el apartamento y María cerró los ojos, deseando que su hermana pequeña, la verdadera Luisita, volviera.

Luisita se volvió a meter en su cama, se le habían quitado las ganas de empezar aquel día. Volvió a coger sus auriculares y empezó a reproducir la canción por donde iba, pero en realidad no la escuchaba, porque seguía escuchando la conversación de su hermana en su mente. En realidad, se sentía mal. Había visto en los ojos de Amelia que aquella fobia era real, y no debería haber sido tan dura con ella, pero lo último que quería era arrastrarse y pedirle perdón. Le intrigaba saber la causa de aquel trauma, pero por lo que había insinuado María y por lo que ella deducía, tenía mucho y todo que ver con su padre, y como prefería ni nombrar a ese malnacido, prefirió no preguntar. Además, tampoco quería mostrar interés sobre su vida. Y si, sabía que su infancia había sido horrible pero era verdad, Amelia siempre había tenido una sonrisa preparada para ella, por lo que era posible que le hubiera ocultado la realidad de la situación. ¿Por qué lo habría hecho? Y sobre todo, como había dicho María, ¿por qué sobre todo con ella?

Cerró los ojos y suspiró, dejando salir aquella pelea de su mente. Pero, sin embargo, lo que la sustituyó fue la imagen de la ojimiel en la ducha y aquel escalofrío volvió a recorrer el cuerpo de Luisita. No era la primera vez que veía su cuerpo, que va, pero no se acordaba de lo mucho que le afectaba. De lo mucho que le había afectado desde la primera vez que la vio.


Flashback

Era agosto y el calor de Madrid en aquel mes era insoportable. Desgraciadamente, no se podían permitir coger vacaciones en verano para escaparse a algún lugar más fresco, así que los Gómez había decidido, en su día libre, ir a la piscina municipal a pasar el día. Como el tener la casa sola no era algo que se repitiese muy a menudo, Pelayo prefirió quedarse en casa y descansar. Tanto Manolita como Marcelino sabían que, con las edades de sus hijas, lo que menos les apetecía en verano era hacer planes con sus padres, sobre todo Luisita, que con sus quince años estaba entrando en una edad verdaderamente tonta, aunque lo que ellos no sabían es que lo peor estaba por llegar un año después. Así que, decidieron decirles que cada una se trajera a una amiga. Era absolutamente más que obvio, que con María vendría Amelia, y aunque no fuese así, la ojimiel estaba invitada igualmente porque para ellos era otra hija más, y con Luisita vino la que ahora era su mejor amiga, Marina.

Hacía más de un año que esas dos adolescentes eran inseparables y es que, cuando Luisita se dio cuenta a sus catorce años que se sentía atraída por las chicas, Marina fue la única que estuvo a su lado. La verdad es que no habían sido amigas hasta entonces, se conocían porque estaban en la misma clase, pero se juntaban en diferentes grupos. Marina era esa a la que todas tomaban por rarita porque se llevaba mejor con los chicos que con las chicas, y Luisita estaba en el grupo de las populares, aunque siempre sintió que no encajaba con ellas.

Cuando Luisita empezó a sentir que le interesaban bien poco los chicos de su clase y mucho más una chica en concreto, Marina fue la única que se acercó a ella sin aquel miedo tan irracional que parecían tener todas por que Luisita las besara. La morena no lo entendía, si alguien conociera lo más mínimo a Luisita, sabrían que nunca forzaría a nadie a nada. La rubia lo paso verdaderamente mal, no tanto por su salida del armario porque, al fin y al cabo, sus padres lo aceptaron desde el primer momento y mucho más después de que Amelia también admitió su atracción hacia las mujeres dos años antes que ella, y la ojimiel también fue un gran apoyo, como siempre. No, no lo pasó mal en el ámbito familiar, que es a lo que se suele temer, sino en el ámbito escolar. Las que creyó que eran sus amigas fueron realmente crueles con ella.

Cuando Amelia salió del armario, fue como si realmente encontrara su sitio y conoció a todas aquellas nuevas amigas que fueron un gran apoyo. Al haber visto eso, Luisita pensó que para ella también sería así de fácil, y no que fuese marginada. Amelia encontró a sus verdaderas amigas y Luisita se quedó absolutamente sola. Así que si, cuando Marina se acercó a ella ofreciéndole su amistad, significó un mundo para ella. Lástima que la Luisita del presente se olvidara de todo aquello.

Pero ahí estaban un año después de aquello y ahora con quince años, Luisita parecía haber encontrado su sitio, y como toda adolescente, lo que menos quería era pasar tiempo con su familia, pero ese plan tampoco le parecía del todo mal con el calor que hacía.

Marcelino y Manolita se habían ido un momento a un bar cercano a por algunos refrescos y unos bocadillos para continuar la tarde ahí, y mientras Amelia y María estaban dentro del agua, Marina y Luisita se encontraban tumbadas sobre sus toallas tomando el sol y sus gafas de sol puestas. Luisita miraba por el rabillo del ojo a su mejor amiga y la maldecía por la facilidad que tenía para broncearse, cuando ella estaba pasando más a un estado de rojez absoluta, cosa que le ganaría una gran bronca de sus padres.

- Al final no me contaste que tal tu cita de anoche.

Marina había estado toda la semana muy ilusionada porque por fin tenía una cita con un chico del instituto un curso mayor que ellas que le encantaba, pero cuando volvió a casa no quiso contárselo a su amiga por teléfono y hasta ese momento no se quedaron a solas, ya que Marcelino llevaba todo el día junto a ellas.

- Uf, increíble. Me recogió en su moto, fuimos a cenar y después nos fuimos a un parque a matar las horas. Fue super gracioso y simpático, no hubo conversaciones de relleno ni silencios incomodos, además... - se quedó callada antes de añadir lo que realmente quería contarle.

- ¿Además qué?

- Nos metimos mano. – dijo sin ocultar la sonrisa mientras Luisita se incorporaba totalmente sorprendida. Si no hubiera sido por las gafas de sol, Marina hubiera visto como se salían sus ojos de sus orbitas.

- ¿En serio?

- Si bueno, nada del otro mundo tampoco, solo las tetas y por encima del sujetador, aunque tengo que admitir que... uf. – era imposible ocultar lo sonrojada que estaba.

- ¿Y tú a él?

- Si, pero también por encima del pantalón, estábamos en el parque y tampoco era plan de desnudarnos ahí en plena vista. Además, que tampoco buscaba eso y no se si habría querido, creo que aun no estoy preparada para perder la virginidad, solo que nos estábamos besando y bueno, nuestras manos se nos fueron.

- ¿Y la tenía...? – Marina asintió sabiendo exactamente a lo que se refería. – Que asco. – dijo totalmente repugnada ante la idea de tocar esa parte de la anatomía masculina. Se volvió a tumbar y a mirar hacia el cielo para intentar olvidar aquella imagen.

- Bueno, ¿y tú qué?

Luisita no había conocido a nadie para llegar a ese nivel ni de cerca. Sólo se había besado con una persona y ella ni si quiera lo consideraba beso, pero tampoco es que fuera su culpa.

- Ya sabes que no hay muchas lesbianas en Chamberí.

- ¿Y? Tía que existe otros medios, no sé, puedes salir por bares de ambiente o conocer a alguien en Tuenti.

La rubia volvió a incorporarse pensando en ello. Tuenti era la red social más popular en España en aquellos momentos, no existía ni un adolescente que no se encontrara en ella, pero no le terminaba de hacer gracia conocer a alguien a través de internet.

- No sé tía... ya veré.

Fijó su mirada al frente hacia la piscina y se quedó mirando a una chica que salía de la piscina. Estaba espaldas a ella, subía por las escaleras contoneando las caderas y su piel bronceada brillaba debido al agua. Era evidente que era algo mayor que ella, por lo bien desarrollada que estaba y llevaba un bikini que dejaba poco a la imaginación, y a Luisita se le había parado el corazón. Nunca había sentido aquel escalofrío recorriéndole el cuerpo al mirar a una chica. Pero antes de que la chica que se diera la vuelta, su pelo rizado la delató, y cuando por fin se giró, en vez de mirar aquellos ojos miel, su mirada se fue hacia sus pechos. Madre mía, ¿Amelia siempre había tenido ese cuerpo? ¿Cómo no había podido darse cuenta?

- Vale, ya lo entiendo. – dijo Marina riéndose de las babas que caían de la boca de su amiga.

- ¿El qué? – preguntó sin poder apartar aun la mirada de la morena.

- Te gusta Amelia.

- ¡¿QUÉ?! – ahora si se había girado hacia su mejor amiga que la miraba muerta de risa.

- Joder, qué tonta soy, ¿cómo no me he dado cuenta antes? Ahora tienen sentido muchas cosas. – dijo para si aún riéndose

- Pero, ¿qué estás diciendo, Marina? – seguía sin poder articular bien las palabras.

- Pues eso, que estás enamorada de ella. Desde que te conozco, creo que la palabra que más ha salido por tu boca es "Amelia". Siempre es "Amelia esto", "Amelia lo otro" y ahora que lo pienso, siempre te sale una sonrisa tonta cuando hablas con ella. A ver, que no te culpo, que mira que cuerpo, – dijo señalándola haciendo que la rubia volviera a mirarla. – y encima es como no sé, la mejor persona del mundo, pero que ahora entiendo porqué no quieres conocer a nadie.

Luisita no contestó porque seguía mirando a Amelia mientras su cabeza giraba a mil por hora. A ver, era cierto que Amelia resultaba que tenía un cuerpazo, ¿pero sólo por eso significaba que estaba enamorada de ella?

"Eso era imposible, porque para estar enamorada de ella, tendría que encantarme ella como es, y no sólo su físico. Si estuviera enamorada de ella, tendría que querer estar siempre a su lado porque estar junto a ella me haría sonreír constantemente, y me haría querer contarle cada cosa que me pasa, tanto lo bueno como lo malo. Si estuviera enamorada de ella, su sola presencia me haría feliz..."

En ese momento, Amelia se dio cuenta de que la estaba mirando y desde lejos, levantó su mano para saludarla con una sonrisa, y esa sonrisa terminó de confirmarle a Luisita todos sus sentimientos.

"Mierda"

- Creo que tienes razón. – le dijo a su amiga totalmente asustada.

Marina se rio de la cara de su amiga.

- Bueno mira, el primer paso es aceptarlo, el segundo, decírselo.

Luisita se rio porque realmente eso le había parecido una broma demasiado graciosa.

- A ti te ha dado mucho el sol hoy.

- Pero tía, ¿por qué no?

- En primer lugar, tiene novia. – vale, ahora se daba cuenta de porqué le caía tan mal Sara. – En segundo lugar, tiene diecinueve y yo quince, y en tercer lugar... porque no.

- Bueno lo primero se puede solucionar si se lo dices, y lo segundo, ¿qué son cuatro años? Vale que ahora parecen mucho, pero ella te conoce bien y estoy segura de que le encanta tanto tu personalidad y forma de ser que no le importará la diferencia de edad.

Luisita volvió a mirar hacia Amelia y una punzada se instaló en su pecho. Fue una sensación extraña, porque, durante toda su vida, Amelia siempre había significado seguridad, alguien con quien ser ella misma, pero ahora Amelia significaba un pequeño dolor que indicaba que nunca la volvería a ver como una hermana mayor.

- Que no, Marina, que no. Seguro que es solo un cuelgue por haberla visto en bikini, estoy segura que en un par de días se me pasará.

Antes de que pudiera responderle, Marcelino se acercó a ellas para hacerles saber que ya habían vuelto y que traían merienda. Aquella conversación quedó aparcada momentáneamente, aunque se tirarían años hablando del tema.

Fin del flashback


Lo que no sabía la Luisita de quince años es que aquello no era un simple cuelgue, y que durante tres años aquel sentimiento crecería hasta el punto de no caberle en el pecho, hasta hacerse insoportable. Pero ahora, nueve años después de aquel momento en la piscina, todo ese amor se había convertido en odio, y rezaba a todo lo que hubiera para que siguiera así.

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