Oculto en Saturno

By BlendPekoe

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La vida de Ezequiel se vuelve perfecta desde el momento en que conoce a Matías, los sueños y todos los imposi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Epílogo

Capítulo 22

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By BlendPekoe

Llevaba más de dos años sin conducir, era algo que había evitado desde el accidente de Matías. Nuestro auto quedó abandonado en el depósito, al cual fui a ver una sola vez en un intento de entender lo que sucedió; a su lado estaba el automóvil que lo chocó. Vicente, utilizando sus contactos del municipio, se encargó por mí de todos los trámites porque no quería volver a ese lugar, no quería volver a ver ninguno de esos dos autos.

Pero vivíamos en una ciudad apartada y movilizarse fuera de ella se hacía por autobús o auto, por lo que alquilé uno para el viaje. Coordinar agendas hizo que no fuera para su fecha de cumpleaños, por lo que viajábamos una semana después. Cuatro días en un hotel cinco estrellas, con todo incluido, frente a la playa.

Esperé a Francisco frente a su edificio, rodeando y observando cada detalle del auto. Era bastante nuevo sin nada que criticar a simple vista, imaginé que el motor y demás partes no visibles cumplían con la misma condición. Por ser viernes por la mañana me sentía confiado para manejar en la ruta, habría poco tránsito camino a la costa y volveríamos el lunes, que también era un día tranquilo para ese recorrido. Lo que me tenía un poco nervioso eran los días que nos esperaban. Las cosas podían salir bien como podían salir mal y eso último me preocupaba. Si se volvía una situación incómoda podría estar arruinando el pequeño mundo que habíamos creado. Y por situación incómoda me refería a mí malinterpretando las cosas. Unos minutos después de avisarle que lo esperaba, Francisco apareció con una pequeña valija, con su ropa prolija e impecable, seguramente nueva porque no reconocí las prendas.

Se paró junto al auto observándolo.

—Me dan ganas de decir que no tendrías que haberte tomado tantas molestias pero me agrada la privacidad —dijo con picardía.

Su ánimo me relajaba. Después de guardar la maleta nos subimos para un viaje de casi cuatro horas ininterrumpidas. Dentro del auto se desperezó mientras se quitaba los anteojos.

—Me levanté muy temprano para armar la maleta.

—Puedes intentar dormir si quieres.

—Prefiero hacerte compañía.

Sus palabras junto con su sonrisa lograban que creyera un poco más en un resultado positivo del viaje. Cuando tomamos la ruta desvió su atención al camino.

—Me gustaría saber manejar.

—Yo podría enseñarte si te decides.

—¿Eres mejor que una escuela de manejo?

—Soy más barato que una escuela de manejo.

Mi respuesta le causó gracia.

—¿Y qué hay de la paciencia?

—Prometo ser paciente.

—¿Aunque no entienda nada?

—Tus videojuegos son más complicados que esto.

—¿Y si me pongo muy nervioso?

—Yo mismo te llevo a la escuela de manejo y te dejo allí.

Su risa resonó dentro del auto. Lo observé por un segundo y ese segundo me bastó para saber que esa imagen de él riendo se quedaría grabada en mi mente.

El resto del viaje fue hablar del paisaje, de las escasas edificaciones que cruzábamos y muy rápido llegamos a nuestro destino.

El hotel era enorme, un valet se ocupó del auto y otro empleado de nuestras maletas. Fuimos guiados por una espaciosa recepción donde el check-in fue rápido y ágil para luego seguir hasta nuestra habitación. Había visto fotos del hotel en su página web por lo que estaba un poco preparado para el derroche de lujo que era ese lugar con su piscina, restaurantes, bar, tienda de regalos, gimnasio, spa, guardería y un montón de cosas innecesarias. Mientras esperábamos el ascensor me dirigí a Francisco que estaba muy distraído con los detalles del hotel.

—No acostumbro este tipo de lugares —sentí que debía aclarar.

—Yo tampoco.

Aunque su apariencia podía decir lo contrario, le creí por esa vida ermitaña que llevaba.

La habitación contaba con su propia sala, de muebles antiguos y lustrosos, que se conectaba con el cuarto por un gran arco sin puertas. El baño era grande y con un jacuzzi que se veía tentador. Lamentablemente no había balcones en el hotel, solo enormes ventanales con vista al mar. Aunque me simpatizó la mesa junto al ventanal para tener una comida más privada, se me ocurrió que sería ideal tomar el desayuno allí, tranquilos y sin necesidad de arreglarnos.

El mar se veía hermoso, el cielo brillante y la playa debajo, pacífica. Francisco contempló la vista encantando un largo rato, también pareció interesado en el jacuzzi y se sentó en el borde.

—Si no nos relajamos en la playa podemos probar aquí.

Me apoyé en el marco de la puerta.

—Vi que hay champagne en el frigobar, hoy a la noche podemos brindar.

Con la gracia que lo caracterizaba dejó su lugar y se acercó a mí.

—¿Y por qué no ahora?

Me pasó de largo con una sonrisa y fue hasta el frigobar para tomar la bebida. Preparé las copas que se encontraban en un mueble mientras él abría la botella.

—¿Por qué te gustaría brindar? —preguntó mientras llenaba las copas.

—Por ti.

—¿Por mi cumpleaños?

—Por soportar mis humores.

Me miró con sospecha.

—Lo dices como si fueras una pesadilla.

—Tuve mis momentos al comienzo... pero no estaríamos aquí si no me hubieras soportado.

Se acercó y besó mi mejilla.

—No hay nada que soportar —susurró.

***

Almorzamos en el buffet del hotel antes de partir hacia la playa. Aún no era la temporada de verano así que, a pesar de la gente, estaba muy tranquilo. Pero tampoco hacía tanto calor por lo que optamos por recorrer la playa. Sin sus anteojos Francisco no veía las cosas más lejanas pero en lugar de angustiarse, intentaba adivinar, haciendo de su problema un juego. Se reía de sus desaciertos y se enorgullecía cuando atinaba, pero se negaba a relacionar su vista disminuida a la edad.

—Es de familia —justificaba.

Nos sacamos el calzado y cada tanto caminábamos por el agua probando la temperatura. Después de un rato me animé a entrar un poco más en el mar hasta que quedé cubierto por la cintura, Francisco tenía sus dudas pero, luego de pensarlo, dejó caer nuestras zapatillas en la arena y se metió para alcanzarme.

Su cara tenía una expresión media sufrida.

—¿Tienes frío?

—Ya se me va a pasar.

—¿Quieres que te abrace? —ofrecí riendo.

Su respuesta fue un salpicón de agua. A pesar de la temperatura del agua, Francisco se veía contento y eso hacía que yo no pudiera dejar de sonreír. En el camino de regreso el sol hizo su trabajo y nos fue secando.

El resto de la tarde nos dedicamos a descansar frente al hotel hasta que el atardecer nos obligó a buscar más abrigo. A medida que oscurecía el viento se sentía menos amigable. Con unas camperas livianas encima y los anteojos de Francisco en su lugar, empezamos un nuevo recorrido por los alrededores, por las calles principales de la ciudad. Nos demoramos mirando artistas callejeros, visitando algunos locales, reservando excursiones, decidiendo dónde cenaríamos. No había ningún apuro, por el contrario, teníamos la necesidad de extender el día hasta su límite.

Cerca de la medianoche, la vida nocturna que se apagaba nos obligó a encaminarnos al hotel. Más allá de la arena no se veía absolutamente nada y a pesar del viento nos detuvimos a observar el paisaje de pura oscuridad desde la calle.

—Mañana podríamos ir hacia allá y ver si llegamos hasta el faro.

Señaló el lado contrario del que recorrimos ese día y me pareció verlo temblar un poco por lo que me quité la campera para ponerla sobre sus hombros, sumándole abrigo.

—Como una escena de película —elogió el acto.

Aprovechando que estábamos solos, lo besé allí en la calle.

—Una película romántica —murmuró después del beso.

—¿Eso es malo?

—Me gustan las películas románticas.

Pasó sus brazos por mi cintura para abrazarme, la campera resbaló de sus hombros pero pude tomarla antes de que cayera y acomodarla nuevamente sobre él. Me devolvió el beso y en esa ocasión se extendió mucho más, luego sonrió con una expresión de cariño.

—Aún así no es justo que sufras el fresco.

Estiró de mí y continuamos el regreso al hotel tomados de la mano.

La playa, las caminatas, la risa de Francisco, no me dieron tiempo de pensar en los miedos y dudas que siempre me acechaban. Para el final del primer día, la tranquilidad me inundaba y tenía el presentimiento de que nuestro pequeño mundo estaba a salvo, o mejor dicho, que nunca estuvo en peligro.

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