Nueva vida, nuevos problemas

By Felikis

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Un joven informático que vivía tranquilo por su cuenta debe ahora buscar un compañero de piso para afrontar l... More

Capítulo I
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V

Capítulo II

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By Felikis

Tener que buscarme un compañero de piso estropeaba mis planes de independencia. Mi idea al irme de casa de mis padres era montarme un piso de soltero, con fiestas repletas de tías buenas cada noche... Bueno, en realidad, con poder moverme como me apeteciera y tomar mis propias decisiones me conformaba. El compañero de piso supondría un cambio en esa "política nueva" de mi vida, por aquello de la convivencia y tal. Y si tenemos en cuenta que la convivencia puede convertir a la gente en insufrible... O quizá lo somos todos de serie, pero ahí es cuando más se manifiesta.

 En cualquier caso, debía poner un anuncio. "Se busca compañero/a de piso, serio, responsable y económicamente estable. Piso situado al este de la ciudad, en la C/ Morriña, 2º piso, letra B. Llamar al 6YY 7YY 8YY o enviar un correo a rafa@nvnp.es. URGE". No era el mejor anuncio que alguien habría, pero era lo que necesitaba, de forma que suficiente. Lo imprimiría al día siguiente en la tienda. Quizá cuando lo viera el jefe se apiadase y me subiría un poco el sueldo... Jejejeje, me entró la risa sólo de pensarlo. Pensé en echarle un vistazo al agregador de noticias para despejarme... "Asesinato. Mata a su compañero de piso por..." ¡Joder, me van a dar el día hasta aquí!

 Lo mejor era no pensar en ese momento. El hecho de tener que entrevistarme con alguien me apetecía tanto como tomarme una cocacola aguada. Pensé que lo mejor era llamar a mi amigo Roberto y tomar algo. Necesitaba hablar con alguien.

 —Te dije que era muy precipitado que te fueras a vivir tu sólo.

 La primera, en la frente. Había quedado con Roberto y estábamos en una cafetería, en plena avenida. Unas buenas vistas... hacia la cantidad de tías buenas que iban por la calle. La mayoría iban vestidas con un aspecto "normal", pero siempre había alguna con camiseta holgada. O minifaldas que parecían más bien un cinturón. Madre mía.

 —Ahora que ya ha pasado el "te lo dije", ¿qué me aconsejas? —le pregunté—. Tengo que buscarme un compañero de piso y eso no es fácil. Y lo sabes, que estuviste tres años buscando uno... Para al final irte a vivir con Sara.

—Sí, deberíamos haber empezado así —admitió él, y dio un trago a su cerveza—.En cualquier caso, deberías ponerte las pilas con la búsqueda. Un mes pasa muy rápido.

—Gracias por no presionarme. Qué haría yo sin ti —respondí, irónico.

—Siempre contigo. De todas formas, tengo algún compañero en el curro que quizá esté buscando piso para compartir. Puedo comentarlo a algunos, a ver si a alguno le apetece.

—A ver a quién me vas a presentar...

—Pues uno se parece bastante a ti...

 Yo viviendo con yo. Sabiendo cómo soy yo. Me terminaría matando, y no necesariamente yo, sino el yo que no soy yo. Bueno, no era momento de pensar en gilipolleces. La oferta era tentadora, pues sabía que Roberto no tenía mala fe conmigo. Algo falto de formas en algunas ocasiones, pero era un tío legal.

 —¿Y qué tal el curro? —me preguntó, cambiando de tema abruptamente.

—Monótono. Pero con la que está cayendo, no puedo protestar... mucho. Aunque tengo que empezar a pensar en algo más que microinformática.

—¿Programación?

—Sistemas.

—Buena elección —me aseguró él—. Programación es bonito, pero también se puede hacer monótono.

—Aunque me pondré a ello con calma cuando solucione lo del compañero de piso. Prioridades.

—Haces bien. Por cierto, —dijo, consultando el reloj—, yo debería irme. Sara va a salir ya del trabajo.

—¿Tengo que ponerme celoso? —bromeé.

—Tú mismo, pero saldrías perdiendo.

 Reímos. Llamé al camarero educadamente ("Eh, figura" con la mano levantada) , pagamos, y nos levantamos para irnos. Me puse la chaqueta, y tras verificar que no se me había caído nada de los bolsillos (llaves, cartera, móvil), fuimos a la puerta. Entonces escuché de nuevo esa voz.

 —¡Hasta luego, Rafa!

 Me volteé, y allí estaba. Judith. La chica que había visitado la tienda aquella mañana. Estaba tomando un café con otra chica que no reconocí, pero estaba buenísima también. Qué maja por su parte, acordarse del "becario". Maldecí mentalmente a mi jefe.

 —¡Hasta luego! —dije, devolviendo el saludo. O la despedida. Lo que fuera.

—¿No me la vas a presentar? —dijo Roberto, con choteo.

—Una clienta que ha venido esta mañana a la tienda. No hay mucho que presentar —respondí—. Creo que Aarón ya ha intentado meter ficha. Mientras yo metía un Windows en un equipo.

Roberto negó con la cabeza, riendo. Estrechamos la mano en señal de saludo y nos separamos. Él tenía cosas que hacer, y yo también.

 En cuanto llegué al piso, lo primero que hice fue lo que necesitaba para tener compañero de piso: llevarme todas las cosas del otro dormitorio. Eso iba a significar una reducción de espacio significativo en el mío. Básicamente, una colección de libros, y mi modesta videoteca de películas y series. También había algunos CDs, pero eran los menos: fue de lo primero de lo que prescindí con la llegada del peer-to-peer.

 Llevé todo a mi dormitorio, que estaba ahora de cualquier forma. La cama, cuyo tamaño estaba entre una individual y una de matrimonio; el escritorio, sobre el cual reposaba mi portátil; la silla, porque no he aprendido a sentarme en el aire; y el armario, donde almacenaba... la ropa, claro. Suspiré. Necesitaría estanterías... pero eso era dinero, y ahora no me lo podía permitir. Me las podría hacer yo, claro... si tuviera alguna idea sobre bricolaje. De forma que improvisé algo temporal: una tabla de madera que (por algún motivo) tenía por la casa en el suelo, y encima, en tres montones, los libros y los DVDs apilados unos encima de otros. Arreglado.

 Esa noche cené con unos episodios de Lie to me en la televisión, de mi videoteca. Pensé cuantos días me quedarían así, disfrutando de mi propia compañía. Volví a suspirar. A ver quién aparecía.

 Al día siguiente, aterricé en la tienda, pero el jefe ya estaba allí. Tuve que contener una carcajada. Aarón, que normalmente venía en vaqueros y camiseta, hoy se había presentado en camisa, y con un pantalón de no se qué material, pero elegante. Bueno, elegante si lo hubiera llevado puesto cualquier otro. A mi me pareció que estaba ridículo.

 —Buenos días —me saludó—. Hoy hay mucho trabajo que hacer, tendremos que ponernos las pilas.

—¿Nervioso? —le pregunté.

—Un poco. ¿Tú viste cómo estaba la tía?

—Me fijé vagamente —mentí, quitándole importancia. Me quité la chaqueta y me encaminé a mi mesa. Un portátil roto, y una nota. "Sacar toda la información del disco duro a uno de sobremesa nuevo, con estas características... cliente tal, número cual". Manos a la obra pues.

—¿Qué debería arreglar? Algo que de buena impresión... —empezó a divagar mi jefe en voz alta.

 Entretanto empecé a montar el ordenador nuevo. No quería lo mejor del mercado. Algo funcional que sustituyera su antiguo cacharro. Me pregunté cual sería el destrozo... Y lo comprobé cuando lo abrí por curiosidad: ostiazo. Pantalla y teclado rotos, y con toda probabilidad, algunas piezas internas también habrían caído. ¿Cómo puede tratar la gente así sus aparatos electrónicos? Si parece que ha estado en un fuego cruzado.

 Por lo menos el disco duro (parece que) está intacto. Lo desmonto y lo dejo aparte mientras continúo el montaje. Y entonces me acuerdo. El anuncio.

 —Aarón, necesito un favor...

—Dime —respondió él. Dudé que me estuviera escuchando. Parecía distraído, y miraba la puerta constantemente.

 —Necesito imprimir un anuncio, estoy buscando un compañero de piso.

—Muy bien, muy bien.

—Y anoche me dio por asaltar el vertedero municipal y les dije que actuaba en tu nombre.

—Perfecto, perfecto...

—¡Jefe! —bramé, y di una palmada frente a su rostro—. Que te estoy hablando.

—Ay. Que sí, que imprimas. Total, si no lo haces se me va a secar la tinta de la impresora.

 No sabía si era un acto altruista o tacañería. O que su cerebro estaba desactivado y pensaba con la parte de abajo, que también era posible. De hecho, era más que posible. Pero bueno, tenía permiso. Conecté el pendrive a mi equipo de trabajo y lo envié a la impresora. Cinco folios, con el anuncio cuatro veces por página. Más que suficiente, pensé.

 Mientras la impresora sacaba los papeles, continué mi trabajo. Puse la instalación de Windows en marcha, y en cuestión de unos minutos (muy largos), estaba instalado. Configuré los drivers. En este tiempo habían venido un par de clientes. Aarón les atendió rápidamente en vista de que yo ya tenía lío. Era obvio que quería atender a Judith apenas apareciera. Aunque en mi impresión, daría mejor imagen una tienda plagada de clientes.

 Estaba empezando a pasar los archivos del disco duro del portátil al nuevo equipo cuando apareció ella. Parecía que desprendía belleza y luz solar. Pensé que estaba más guapa que el día anterior incluso. Aarón volvió a adelantarse.

 —Buenos días —dijo. Tuvo que evitar no descojonarme allí mismo. Le cogió la mano y se la besó—. Ya ha llegado el pedido.

 Un momento... pero si el repartidor aún no había aparecido... ¡Qué cabrón! Tenía una guardada, pero así tenía la excusa para volver a verla. Joder. Y bien pensado, una jugada maestra. Así podía venir elegante. Pero, sin ser experto en mujeres, me atreví a pensar que la chica no estaba recibiendo los encantos del jefe.

 —Menos mal. Necesitaba tenerla ya —dijo ella, mientras la sacaba de la caja—. Me dijo que ya venía preinstalada una app ofimática, ¿verdad?

—Efectivamente —dijo Aarón.

 Mientras estaban charlando, le dije al jefe que salía un momento a dar una vuelta. Con algunos panfletos en la mano y el celo, coloqué tres de los anuncios alrededor de la calle. Una en cada extremo, y la tercera, en la propia tienda, en el escaparate. Por si acaso. Volví a entrar, y aprecía que Aarón estaba en apuros.

 —Voy a poner una queja —dijo, con una sonrisa que denotaba nerviosismo—. Me dijeron que la traía de fábrica...

—¿Puedo echarle un vistazo? —pregunté con calma.

 Me tendieron la tablet. Como me temía, la app sólo tenía la versión gratuita, que permitía ver documentos, pero no editarlos. Me la llevé distraídamente a mi equipo, y revisé la lista de apps "extraoficiales" que guardaba. Transferí el archivo de instalación con el USB y en menos de cinco minutos, ya estaba hecho.

 —Muchas gracias —dijo ella, alegremente. Me sonrió de tal forma que pensé que me iba a derretir.

—Si es que le he enseñado muy bien —apuntó el jefe, intentando anotarse el tanto.

—Si vuelvo a necesitar algo, ya de a dónde venir —dijo Judith— Muchas gracias. ¿Cuanto es al final la tablet?

 Pagó en efectivo, volvió a guardar la tablet en la caja, y la metió en una bolse que le tendió el jefe. Tras despedirse de ambos, salió de la tienda. Y antes de alejarse, se paró un momento para leer el anuncio que había puesto yo apenas un cuarto de hora antes.

 —¿Estaría mal que usara sus datos de cliente para hablar con ella? —me preguntó el jefe.

—Creo que sí. Pero pregúntale a un abogado. Al fin y al cabo, yo solo soy becario, ¿no? —dije en tono jocoso, aunque no pude disimular un poco de satisfacción en la frase.

 Aarón me dijo que se iba a cmaibar de ropa y volvía enseguida. Yo me dispuse a llamar al cliente del ordenador y después, a añadirle una tarjeta gráfica a otro equipo. Aún me quedaba un rato para irme, pero en cierto modo, había sido uno de los mejores días que había pasado en la tienda. En ese momento, noté una vibración en mi pierna. Mi teléfono. Alguien llamaba.

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